Publicado en
abril 28, 2013
O era una visión o la tía Eulogia se había vuelto loca, pero allí estaba un ángel, rubio, de ojos azules, con dos alas y vestido con "jeans"... "Tu vida es una lata, sola en esta casa, sin nada interesante que hacer" , le dijo. "Deberías trabajar... En el colegio de la esquina están buscando una mujer para que les conduza el bus"...
Por Elizabeth Subercaseaux.
Yo sé que echarle la culpa de lo que a una le pasa al ángel de la guarda puede sonar un poco caído de la realidad, pero lo cierto es que muchos de los problemas en que se vio metida mi tía Eulogia, en una época de su vida, fueron de exclusiva responsabilidad de su ángel de la guarda.
Una noche estaba tomando el fresco en su terraza cuando vio una luz, seguida de un fuerte estruendo, parecido a un trueno. Miró al cielo y corroboró que el cielo estaba claro, la luna la miraba sonriente y no había ni una brisa en el horizonte. Era una plácida noche de verano. Pero, ¿qué había sido eso, entonces? Miró hacia la piscina y fue entonces cuando lo vio. Allí, de pie junto al peral que había plantado la Domi antes de irse a Iowa, había un ángel. Mi tía dio un salto en su silla y su primera reacción fue correr hacia la casa. Aquello tenía que ser una visión. O ella se había vuelto loca.
La visión se le acercó.
—Eulogia, te he visto tan atribulada sin la Domitila, tan triste y sola en esta casa donde todos pasan encerrados frente a sus computadoras, que he decidido hacerte una visita —dijo el ángel, que era un verdadero encanto.
—Me parece muy bien —respondió mi tía Eulogia— pero, ¿se puede saber quién es usted?
—¿No me reconoces?
—No.
—Soy tu ángel de la guarda —dijo el otro con una voz dulce.
Mi tía se quedó mirándolo asombrada. Lo recorrió de cuerpo entero. Tenía el pelo rubio, como casi todos los ángeles, los ojos azules y un par de alas blancas como la nieve. Vestía con unos jeans, algo que a mi tía le pareció muy poco de ángel, pero qué diablos, estamos en pleno siglo XXI y hace muchas décadas que los ángeles no usan túnicas.
—¿Mi ángel de la guarda? Yo ni sabía que tenía uno —dijo mi tía, confundida.
—Todo el mundo tiene uno. Lo que pasa es que no todo el mundo tiene la suerte de verlo en carne y hueso —respondió el ángel. Y luego dijo— puedes tratarme de tú.
—¿Y cómo sé que no eres un impostor?
—¿Te parezco un impostor? —dijo el ángel, señalando sus alas.
—En realidad, no, pero también puede ser un disfraz —dijo mi tía.
—Hazme una pregunta, algún secreto que solo tú sepas, y verás que lo sé.
—¿En qué estaba pensando hace unos momentos antes de que tú aparecieras?
—Textualmente estabas pensando: "¿Qué va a ser de mi vida sin la Domitila, entregada a las manos del firulauta de Roberto y los dos niños que ni me miran?". ¿Me equivoco?
Eso terminó de convencerla.
—¿Y qué quieres de mí? —le preguntó mi tía, ahora más tranquila, y convencida de que, efectivamente, aquel era su ángel de la guarda.
—He venido para darte algunos consejos. Hay ciertas cosas que podrías hacer para estar más feliz en la vida, para sentirte más realizada. De un tiempo a esta parte, tu vida se ha convertido en una verdadera lata, sola en esta casa, dando vueltas sin nada interesante que hacer, a la espera de que llegue ese marido que está preocupado de cualquier cosa menos de ti. Y aunque estuviera preocupado de ti, Eulogia, ¿no te parece que una mujer joven, capacitada como tú, debería hacer algo, trabajar, por ejemplo, tener su vida propia, su mundo, su espacio, y ganar su propio dinero y ser alguien?
—¿Y qué quieres que haga?
—En el colegio de la esquina están buscando a una persona para que les conduzca el bus. Han decidido que esta vez contratarán a una conductora mujer, las mujeres son buenas para encontrar las direcciones, lo preguntan todo y son más responsables al volante que los hombres. ¿Por qué no te presentas?
—¿Conductora de un bus? ¿Yo? ¿Una señora elegante y distinguida como yo conduciendo un bus? ¿Tú crees que estamos en la Unión Soviética? Aquí las mujeres no conducen buses, ángel, lo siento.
El ángel era persuasivo. Estuvo una hora argumentando por qué era tan importante que mi tía trabajara y por qué este trabajo en particular era tan apropiado para ella. Finalmente la convenció.
Una semana más tarde mi tía fue contratada por el señor Morales, el director del colegio. Su recorrido empezaba el lunes a las 7:30 de la mañana, hora en que debía recoger a Cristiancito, Simón, Josefina y Samuelito, los cuatro niñitos del turno de la mañana, y después tenía que recoger a Carlitos, Pedrito, Juanito y Paulita, los cuatro del turno de la tarde.
Llegó el lunes y mi tía, vestida con un delantal azul y una gorra de conductora, partió a su nuevo trabajo. Hizo el turno de la mañana, luego el turno de la tarde y renunció ese mismo día, a las 8 de la noche.
El señor Morales la miraba con la boca abierta. ¿Renunciar al trabajo? ¡Cómo! Si acababa de empezar.
—Este trabajo no es para mí, sino para un gorila —dijo mi tía.
Y le contó lo que había pasado. En el turno de la mañana, Cristiancito tiró de las mechas de Josefina, Simón se hizo pipí en el bus, y Samuelito pegó un moco en la ventana y otro en la frente de mi tía. Entre los cuatro niños armaron tal escándalo de gritos, cantos, pelotas que volaban sobre su cabeza, que mi tía, casi aturdida, abrió la puerta para que se bajaran antes de tiempo y Cristiancito salió volando, y a Simón se le atascó el zapato cuando mi tía, asustada, cerró la puerta de golpe. Llegó el papá de Cristiancito con la policía. El niño apuntaba a mi tía con la nariz sangrante.
—¡Ella fue! ¡Ella me tiró bus abajo! ¡Ella! ¡La bruja! —gritaba.
Y el turno de la tarde casi termina en un drama. Cuando el bus se detuvo frente al colegio, Carlitos se lanzó por la ventana agarrado a un paraguas (estaba jugando al paracaidista). Menos mal que cayó parado y no le pasó nada, pero su padre amenazó a mi tía con meterle un pleito por descuidada.
—¿Cómo es posible que no haya sido capaz de controlar a cuatro niños? —preguntó el director del colegio, indignado.
—Yo sabía que este trabajo no era para mí —dijo mi tía—. Se lo advertí al ángel.
—¿A cuál ángel? —le preguntó el director, intrigado.
—A mi ángel de la guarda. El otro día fue a visitarme. Yo estaba en la piscina cuando llegó. Es un amor de tipo. Y se viste casi igual que usted, así, bien informal —dijo mi tía con toda inocencia y sencillez—. El fue quien me recomendó venir a la entrevista para este trabajo.
El director marcó un número de teléfono, dijo algo en voz baja para que mi tía no escuchara, luego se levantó de la silla y cerró la puerta con llave.
—No se mueva de aquí, ya van venir a buscarla.
—¿Y quién va a venir a buscarme? no he llamado a nadie —dijo mi tía Eulogia, y en ese momento se abrió violentamente la puerta y dos camilleros se abalanzaron sobre ella y la maniataron con una camisa de fuerza.
Por la noche, hacia las 2 de la madrugada, sola en la pieza del manicomio mientras Roberto hacía los trámites para sacarla de allí, apareció el ángel.
—Eres un tonto —le dijo mi tía enojada—. Un soberano tonto. Me has metido en un lío espantoso. Para ser conductora de un bus de colegio hay que tener una serie de condiciones que yo no tengo. Ahora, sácame de aquí.
—No puedo —dijo el ángel.
—¿No puedes? ¡Pero si eres un ángel! ¿No se supone que los ángeles son como los magos? ¿Que pueden hacerlo todo? ¡No me digas que eres un miserable ángel sin ningún poder! Solo a mí tenía que tocarme un firulauta de ángel de la guarda —se lamentó a punto de llorar.
—Nosotros estamos para cuidar a la gente y darle consejos, nada más —dijo el ángel, y adivinando que lo más conveniente era irse, desapareció.
Una semana más tarde, ya de vuelta en su casa y repuesta de la mala experiencia, mi tía estaba tomando el sol en la piscina cuando apareció el ángel.
—¡No quiero saber nada de ti! —le gritó mi tía al verlo.
—Espera, calma, no seas apresurada, escúchame primero y después me despides —dijo el ángel.
—¿Qué quieres ahora? —vociferó.
—En la tienda de la esquina necesitan una modelo.
—¿Y qué te hace creer que van a contratar a una mujer mayor como yo?
—Es que necesitan una modelo mayor, para ropa de señora.
Mi tía lo miró con desconfianza.
—¿Me encuentras linda? ¿Como para modelar? ¿A mis años?
—Por supuesto que eres linda. ¿Por qué no vas a la entrevista? —sugirió el ángel.
Y mi tía, movida por los altos grados de desesperación a que había llegado en su vida de ociosa en la casa, se presentó.
—Sí, estamos buscando una modelo, pero no para que modele vestidos, sino zapatillas de levantarse —dijo una señora de 2 metros por 2 metros que la atendió—. Y no nos importa ni la edad, ni la cara, ni los kilos. Solo nos importa que tenga un pie grande, gordo, bonito, bien formado.
Esa noche mi tía le dejó al ángel una nota corta y escueta en la piscina:
"Nunca he visto a un ángel más perejiliento que tú. Búscate a otra protegida".
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, MAYO 11 DEL 2004