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marzo 10, 2013
"Estructura", acrílico sobre tela. 1993. 48 x 89 cms.
Por Inés María Flores.
Estimulado por una permanente inquietud artística y en el afán de prepararse profesionalmente, Héctor Ramírez (Daule, 1953) ha llevado una vida un tanto trashumante. Ya en la primaria, que cursa en Guayaquil, llama la atención su interés por el dibujo y su ansia de mirar más allá del reducido horizonte familiar. Cuando pasa al Colegio Vicente Rocafuerte es notoria su afición al arte. Curiosea y observa sin descanso a los estudiantes que pintan a su alrededor y es cuando Theo Constante lo toma a su cargo, induciéndolo a matricularse en el Colegio de Bellas Artes. Las clases le resultan aburridas, por lo que, al cabo de dos años, prefiere cambiarse al taller de Hugo Lara. Trabaja en Las Peñas y consigue dar vida propia a sus paisajes y marinas, a partir de las cuales accederá en su momento a concepciones plásticas renovadoras.
Cuando participa en la exposición "Colores al Aire", en la Plaza de San Francisco, con sus compañeros de oficio: Miguel Suárez, Manuel Jara, Guillermo Muñoz y Edgar Chalco, su vocación artística ya está definida. Le llegan los veinte años de edad en un momento de reflexión crítica; sus pinturas reflejan el anhelo de dotar a sus imágenes de un significado real, poético, sensual o simplemente interpretativo de la naturaleza, en términos tradicionales.
Sus obras iniciales gustan a tal punto que, en su primera exposición individual, comienza a vender aún antes de que sus pinturas salgan del taller. Poco después gana el primer premio en el Salón de los Jóvenes, cuyo jurado le acredita su identidad estílistica. Ha aprendido bien el oficio; se ha formado estudiando con paciencia y contemplando con atención a sus maestros; es espontáneo dentro de su particular manera de hacer, y con sus incipientes éxitos, le vienen los sueños de grandes ciudades, horizontes infinitos, donde el arte está siempre en ebullición.
Con el dinero del premio del Salón de Jóvenes y la venta de algunas obras, viaja con destino a México; pero al pasar por Medellín, le roban todo lo que lleva y no puede avanzar al norte. Opta por instalarse en Colombia, donde vive durante trece años, primero en Antioquia, después en Bogotá y Pereira. En Medellín experimenta diversas variaciones de su expresión artística y encuentra un modo acorde con las innovaciones del pensamiento estético del momento. Su repertorio pictórico alcanza entonces un equilibrio ideal entre su manera de ser y los nuevos estímulos visuales que tiene ante sí.
Bogotá fue la ciudad que le dió una vivencia sensible, una dimensión cultural insospechada. Conoció y trató a intelectuales y pintores destacados. Trabajó en el taller del maestro Fernando Oramas, con cuyos conceptos teóricos y ejemplo no solo se nutrió sino que también compartió su humor, sus ganas de filosofar. Hasta ahora le sirve de advertencia lo que Oramas repetía con frecuencia: "Volador hecho, volador quemado". Se alimentó de los nadaistas, alternando con Mario Rivero; frecuentó El Automático, célebre café-tertulia donde se encontraba con Augusto Rivera y la corte de conversadores con quienes el gran maestro se entretenía.
"Estructura", acrílico sobre tela. 1993. 98 x 89 cms.
La fina sensibilidad estética de Ramírez le permitió asimilar la profunda cultura humanística del medio; descubre que hay pintores con quienes puede hablar en su lenguaje, porque los códigos y patrones de comportamiento artístico no necesitan palabras. Si desmenuzan cada obra, es para aprehender de ella lo mejor. Si dialogan directamente con los críticos de arte, como Galaor Carbonell, es para capacitarse diligentemente.
El largo período de residencia en Colombia es para Ramírez muy fructífero; su discurso pictórico oscila entre lo figurativo, la simplificación de las formas y las manchas con texturas. Además está influenciado por lo mejor del arte de ese tiempo y por los grandes como Tábara, Obregón y Vicente Rojo entre otros, en cuyas fuentes abreva con fruición. Ramírez no descuida el constante estudio de la técnica, ni la práctica agotadora. Es a través de estos recursos que el pintor comienza a salir adelante con una obra original, ejecutada con virtuosismo certero. Adquiere su precisión conceptual, su dominio de la materia y su sentido de alegría cromática.
Su paso por Pereira en 1983, se acredita con periódicas exposiciones y un gran mural ejecutado por encargo particular. El contacto con la gente del Risaralda le crea gratas ataduras sentimentales, que las pone de manifiesto en su eufórica producción pictórica. Disfruta de las gamas del color de manera plena y vigorosa y busca la síntesis de la forma, desdeñando los detalles. Consolida su expresión plástica, con una impronta personal, en la cual caben su fe, sus compromisos afectivos, su historia.
Ramírez comienza a acceder con sus cuadros a los grandes coleccionistas particulares, mientras realiza exposiciones en Venezuela, Panamá y Costa Rica con notable éxito. Esta época es testigo de la madurez del pintor que se traduce en obras de calidad, en las cuales se armonizan la composición y el color, la textura y el grafiado.
Permeable a los acontecimientos políticos y sociales de Colombia, el artista se instala en una nueva etapa con verdadera libertad creativa. Busca el punto de unión de las dos grandes vertientes que se dan cita en su espíritu y en su sangre: Europa y América. El resultado de una indagación y profundización personal de las culturas precolombinas le deslumbra, y sus obras entonces, comienzan a reflejar el impacto de aquella travesía por el pasado. Pinta los Totems, con una severa y solemne categoría de símbolos modernizados.
Sin título, acrílico dobre tela.1993.1 m x 1.50 m.
Alternando entre Bogotá y Guayaquil transcurre el año 1987. Estas continuas idas y venidas hacen florecer una profunda nostalgia hacia lo suyo. Cautivado por el mar, con sus horizontes ilimitados, la playa y el paisaje de sol, resuelve establecerse en Playas (General Villamil) con su familia, dejando atrás las experiencias y los afectos de Colombia. Las vivencias infantiles le obligan a anclar en ese lugar, subyugado por el comportamiento del cholo, por sus cualidades, sus virtudes. Admira su paciencia y la tranquilidad con que esa gente afronta toda clase de dificultades; por eso adecúa su horario de trabajo de tal manera que al caer la tarde, Ramírez puede presenciar, encantado, las faenas de pesca. Cuando construye su casa, le interesa primordialmente la comodidad del estudio, donde ha centrado su razón de ser. Allí acoge a sus amigos y disfruta de lo que pueden aportarle.
Conoce a un empresario español que le invita a Barcelona; expone en la Galería Forum de Gerona 20 cuadros y vende 18. Gracias al éxito económico que esto significa, recorre Europa, maravillándose ante las colecciones de arte de los Museos. Expone en Portugal, sigue a París, donde no solo exhibe su pintura, sino que además es contratado por una prestigiosa Galería de Arte; otro tanto sucede en Yugoeslavia.
Al regresar a Barcelona, le contratan por siete años para la Galería Catalonia. Anualmente vuelve a Europa a cumplir sus compromisos; pero no se queda sino el tiempo indispensable, porque Héctor Ramírez no puede adaptarse a la vida europea. Prefiere su casa en la costa ecuatoriana, su taller donde trabaja sin prisa y construye una obra que le da un espacio de privilegio en la historia del arte ecuatoriano.
COMENTARIO CRITICO
La trayectoria de Héctor Ramírez en el campo de la pintura, permite hablar de un universo pictórico muy personal: funda nuevos colores, nuevos espacios, nuevos ritmos. Convierte cada color en un sujeto activo del cuadro, sustentado por las estructuras de la forma, la cual adquiere relevancia, mientras la idea o el contenido pasa a segundo plano. Ramírez en su obra abstracta, asume caracteres variados: desde la fluencia de formas y tonalidades, hasta la más severa construcción de símbolos. El artista sabe como organizar una delicada vibración a lo largo de la superficie de su pintura. Pincelada, grado de transparencia de las tintas y las mutaciones cromáticas actúan en conjunto para producir una agradable impresión de dinamismo en sus composiciones. Esto ha llevado a Ramírez a desarrollar su inspiración especialmente en las órdenes formal y colorístico, que es precisamente donde mejor se manifiesta su creatividad.