Publicado en
marzo 10, 2013
Un escritor de chistes profesional revela algunos secretos del humorismo.
Por Dyan Machan.
COMO ESCRITOR de chistes para el cómico estadunidense Bob Hope, actividad a la que se dedicó durante dos decenios, Gene Perret había viajado en avión cientos de veces. Por tanto, apenas prestaba atención cuando la sobrecargo empezó a recitar las consabidas instrucciones de seguridad. "Como dice la canción, quizá haya 50 maneras de terminar un idilio", puntualizó la sobrecargo, "pero sólo hay cinco formas de salir de este avión". Y, poco antes del despegue, prosiguió: "Por favor, coloquen el respaldo de su asiento en posición vertical, la más incómoda de todas. Después, podrá usted recargarse y romperle las rodillas al pasajero de atrás".
Perret cuenta esta anécdota para demostrar algo serio: el humorismo puede servir para captar la atención y transmitir un mensaje. Perret explica: "Algunas personas no saben contar chistes; pero todos podemos aprender a utilizar el humorismo eficazmente". El secreto de ello radica en descubrir nuestro estilo propio, aprender unos cuantos trucos y darse tiempo de practicar un poco.
El primer paso, recomienda, consiste en elaborar un repertorio cómico. Anote unos 25 chascarrillos, ocurrencias o anécdotas que le parezcan graciosos. Luego, vea si le salen mejor los cuentos elaborados o las ocurrencias breves. No intente hacerse pasar por lo que no es usted. Presentar a la gente material inapropiado es "como enseñarle a un cerdo a cantar", explica Perret. "No sólo perderá usted su tiempo; también hará enojar al cerdo".
Busque material humorístico constantemente, y no sólo antes de que lo vaya a usar. Está bien leer libros de chistes; pero Perret sugiere que, de preferencia, se busque en los propios recuerdos. Relata la ocasión en que quiso ayudar a su pequeña hija a buscar un poema que ella debía recitar al día siguiente en el jardín de niños. Cuando le propuso escribirle uno, la niña replicó: "No, papá. Tendré que hacerlo frente a toda la escuela. Prefiero que sea uno bueno". No hay nada que haga sentir mejor a la gente como el humorismo a nuestras costillas.
Adapte el material a su propio estilo, aconseja Perret. El material cómico debe expresarse en las propias palabras del humorista. Al comediante W. C. Fields le encantaban las palabras largas y las frases rebuscadas. Por ejemplo: "¿Quién fue el despreciabilísimo truhán que hurtó el corcho de mi almuerzo?" Bob Hope, más lacónico, llamaría "pelmazo" al ladrón.
El material cómico debe, asimismo, adaptarse al público al que va dirigido. Cuando Perret habló ante un grupo de concesionarios de cierta cadena de restaurantes de autoservicio, empezó así el discurso: "McDonald's ha vendido más de 75 mil millones de hamburguesas. Esto lo sabe la empresa porque acaba de comprar un segundo kilo de carne molida". Lo aplaudieron mucho. "Cuanto más pertinente y específico sea un chiste, más éxito tendrá", observa Perret.
Tenga cuidado con la mordacidad. En una fiesta para ejecutivos, Perret basó todo su número cómico en una máquina fotocopiadora que nunca funcionaba. A la mitad del espectáculo, el gerente del departamento que había fabricado esa máquina salió del salón, visiblemente molesto. Ahora, Perret sólo bromea con temas que el público tome a chunga. Su regla práctica al considerar cualquier alusión crítica es: en caso de duda, mejor callar.
Perret aconseja desechar la idea de que un discurso tiene que empezar y terminar con un chiste. Tal fórmula podría delatar inseguridad en el orador. Pero si insiste usted en provocar una carcajada antes de entrar en materia, recuerde que una broma o una anécdota preliminar debe contener un elemento clave en que se basará toda la exposición. Se cuenta que el famoso beisbolista y manager Casey Stengel, al iniciarse las sesiones de entrenamiento de primavera, ordenó una vez a sus jugadores: "Bueno, ahora fórmense todos por orden alfabético, según su estatura". El chiste es bueno, pero difícil de seguir con un argumento serio.
Para apuntalar su mensaje, diga usted el chiste al final del discurso. Por ejemplo: un ejecutivo pidió a sus empleados que trataran de resolver primero sus más apremiantes problemas. Reforzó su argumento añadiendo: "Como decíamos en mi tierra: Si te tienes que comer un sapo, no lo contemples mucho".
Si su deseo es concluir su intervención con un chiste, procure que este sea muy bueno. Cuando una broma final no tiene el efecto esperado, resulta casi imposible remediar la situación.
Hasta los cómicos más experimentados deben estar preparados para un chiste malogrado. Es cuando los profesionales suelen recurrir a una muletilla; algún comentario que los saca de apuros. Cuando Bob Hope no logra hacer reír a su público con un chiste, añade a veces: "Mi mujer ya me había dicho que este chiste no gustaría. Veo que todos ustedes están de su parte".
Por último, unas recomendaciones: que el chiste sea breve; cuéntelo despacio y, por divertidísimos que sean, no se ría de sus propios chistes mientras los está contando.
Lo mismo que el tenis o el golf, el humorismo requiere de mucha práctica. La próxima vez que alguien le pregunte cómo llegar al Palacio de las Bellas Artes, no olvide responderle: "Hay que practicar y practicar y practicar".
CONDENSADO DE "FORBES" (15-X-1990), © 1990 POR FORBES. INC., DE NUEVA YORK, NUEVA YORK.
ILUSTRACIÓN: CARY HENRIE