EL HIERRO, LA ÚLTIMA RESERVA
Publicado en
marzo 10, 2013
El Atlántico rompe con fuerza contra las rocas de la Playa del Verodal, formando insospechadas figuras.
Hasta el descubrimiento de América, esta pequeña isla canaria fue considerada el fin del mundo. Siglos después, declarada ya Patrimonio de la Humanidad, sus inesperados paisajes volcánicos y acantilados siguen manteniendo vivo el misterio.
Texto y fotos: Francisco Martín
El último eslabón del archipiélago canario emerge sobre el océano Atlántico mostrando sus ariscos cortados y montañas que alcanzan los 1.500 metros de altitud. Si las otras islas se encuentran relativamente próximas entre sí, manteniendo un contacto visual, El Hierro aparece aislada en las soledades marinas, cuando no entre la espesa niebla que producen los vientos alisios que la baten de manera casi constante.
Su pequeño tamaño, apenas 269 km2, no es obstáculo para que se concentre en ella una gran diversidad paisajística y la práctica totalidad de los ecosistemas existentes en el archipiélago. Variedad de paisajes que se aprecia ya desde el mismo aeropuerto, asentado al pie de la línea de costa, sobre los acantilados de lava del noreste. Desde sus pistas, el cardonal-tabaibal invade los terrenos adyacentes ocupando las zonas bajas, menos húmedas y más térmicas de la isla. A partir de aquí, la carretera asciende hacia la capital, Valverde. Sus barrios se desparraman por las laderas con sus casas bajas encaladas en un blanco inmaculado. En realidad, todos los pueblos de la isla muestran con orgullo esta constante urbanística de viviendas bajas y colores claros. Tan sólo algunas poblaciones del interior montañoso o las restauradas viviendas de los bimbaches, los primitivos habitantes del Hierro, exhiben la oscura roca volcánica sin revocar para levantar los muros.
En el extremo occidental se sitúa Frontera, la segunda población más importante y capital del otro municipio. Sus habitantes han desarrollado una próspera agricultura aprovechando la relativa suavidad del terreno y el agua del subsuelo. Allí se encuentra el poblado de Guinea, uno de los asentamientos más antiguos de la isla, que ha sido restaurado para su visita y que acoge un centro de cría del lagarto gigante de El Hierro.
Por los valles de ambos municipios se localizan varias aldeas, en las que sus habitantes siguen viviendo de la agricultura y de la ganadería. Esta circunstancia favorece la conservación de las tradiciones y modos de vida. De hecho, El Hierro está considerada como la isla más genuina de las Canarias. Orgullosos de su estilo vital y deseosos de preservarlo, los herreños han modelado el territorio de manera que cada rincón rezuma armonía entre las actividades del hombre y la naturaleza.
Bosque de otros mundos. En la Dehesa, crece el único bosque de sabinas de las Canarias. Los arboles, sometidos al continuo azote de los vientos alisios, adoptan formas retorcidas y fantasmagóricas, cuya visión nos transporta a un espacio mágico y sobrenatural. En la imagen, la tormenta se abate sobre una sabina retorcida en lo alto de El Sabinar.
PRINCIPIO Y FINAL DEL MUNDO
Como último rincón conocido de Occidente recibió el sobrenombre de isla del Fin del Mundo, aunque también fue llamada isla del Meridiano, ya que en su extremo suroeste, al pie del faro de Orchilla, el historiador romano Ptolomeo marcó el meridiano cero como inicio del Mundo Antiguo, que permaneció en vigor hasta 1883, cuando fue trasladado a Greenwich.
Caída en el olvido durante muchos años, volvió a ser noticia por el descubrimiento del lagarto gigante, un saurio endémico de la isla que se consideraba extinguido y, más recientemente, por su declaración como Reserva de la Biosfera, una figura legal otorgada por la UNESCO a aquellas áreas que han logrado compatibilizar desarrollo económico y conservación del medio ambiente. No obstante, antes de este reconocimiento, El Hierro contaba ya con varios espacios protegidos, amparados en la Ley de Protección de Espacios Naturales Canarios de 1994.
PAISAJE VOLCÁNICO. El origen volcánico de la isla ha dejado su huella inequívoca en todo el paisaje herreño. Sobre estas lineas panorámica de singulares lavas acordonadas en El Lajial.
LA HUELLA VOLCÁNICA
Como el resto de las islas Canarias, El Hierro surgió de las erupciones volcánicas submarinas. La intensa actividad sísmica originó un islote de forma cónica con multitud de cráteres. La evolución de los terrenos alternó periodos fuertemente erosivos con otros magmáricos, que provocaron la acumulación de lavas sobre las rocas afloradas.
El peso de estas erupciones acabó fracturando, hace unos 50.000 años, la base de la isla, sumergiéndose gran parte de los materiales y quedando la superficie actual, una especie de estrella de tres puntas que se asemeja también a una bota. Este colosal deslizamiento creó una amplia bahía con forma de media luna conocida como El Golfo, donde se ubica Frontera.
En la actualidad, el vulcanismo ha disminuido, pero permanece su huella inequívoca en el paisaje, en especial en el sur de la isla. En torno a Punta Orchilla y en dirección este, se extienden las lomas de El Julan, un vasto territorio donde la lava fluyó libremente hacia el mar. Gracias a esta circunstancia hoy se pueden ver amplias coladas volcánicas, de lisa superficie, en las que se han descubierto restos de la primitiva escritura de los bimbaches. Son los conocidos letreros del Julan, un extenso petroglifo de complicados símbolos geométricos labrados en la negra lava. Estas representaciones, aún no descifradas, fueron descubiertas en el último tercio del siglo XIX y se cree que tienen relación con las localizadas en el continente africano. Muy próximo a ellos se encuentra el tagoror; una especie de centro de reunión al aire libre donde los aborígenes celebraban sus asambleas. Llama la atención que sean precisamente estas laderas sin agua y solitarias las que concentren tantas muestras de la actividad aborigen herreña.
Al amparo de las cumbres de El Julan, recubiertas por pino canario, el océano Atlántico, aquí apacible y tranquilo, recibe el nombre de mar de Las Calmas. En él se ubica la reserva marina de La Restinga. Su riqueza piscícola y la belleza de los fondos marinos han motivado la protección del enclave. En la misma zona, pero en tierra firme, se extiende el Lajial, un laberinto pétreo en el que el magma ha recreado un paisaje de increíbles formas acordonadas, producto de la fluidez de las lavas emitidas por los volcanes que rodeaban Punta Restinga. En su descenso hacia la costa, la lava incandescente se enfrió bruscamente creando superficies lisas, de formas almohadilladas. Y muy cerca de allí, se encuentra la cueva de Don Justo, uno de los tubos volcánicos más representativos de la isla y cerrado al público para proteger y estudiar su fauna endémica.
Esta es una de las imágenes más representativas de El Hierro, el Roque de la Bonanza, que emerge solitario del mar en la costa de los Riscos de las Playas.
EL ÁRBOL SANTO
El norte isleño ha sido profusamente colonizado por la vegetación y recibe la mayor parte de las precipitaciones, por lo que desde el punto de vista paisajístico contrasta de manera rotunda con los terrenos meridionales. En sus tierras, aptas para la agricultura y el pastoreo, se localizan algunas de las aldeas más antiguas de la isla, como Las Montañetas, casi en ruinas, pero con varías casas reconvertidas para el turismo rural. Son los territorios altos de clima húmedo y frío.
En los valles nororientales crecen retazos de bosque de laurisilva y fayal-brezal, con una gran variedad de plantas siempreverdes que, según cuentan las leyendas, recogían las aguas de las que se abastecían los aborígenes. Ejemplo legendario era el Garoé o árbol santo, un magnífico ejemplar de til por cuyas hojas y tronco goteaba el agua que se almacenaba en aljibes excavados a sus pies. Varios historiadores hacen referencia a este gigantesco árbol que, lamentablemente, fue abatido por un huracán a principios del siglo XVII. En la actualidad, un nuevo árbol plantado no hace muchos años en el mismo enclave rememora la hazaña del mítico ejemplar.
CONSERVANDO LAS TRADICIONES. Los herreños han sabido conservar fielmente las tradiciones de la isla y su cultura popular. En la foto, María José Quintero Dorta y su marido, vecinos de El Pinar, con un huso.
TIERRA DE SABINAS Y PINARES
Al sur del Garoé crecen abundantes masas de pino canario, una conífera adaptada a las peculiaridades climáticas del archipiélago. De gran altura, se distribuye por los parajes más elevados de la isla. Aunque las cumbres reciben mayor precipitación, la permeabilidad de los suelos impide el crecimiento de la laurisilva, cediendo así su protagonismo al pinar.
Los amaneceres del mirador de Las Playas merecen un madrugón. Bajo nuestros pies se divisa el conocido Roque de la Bonanza, bordeado por los erosionados barrancos que caen verticalmente al mar. A nuestra espalda, la masa de pinos se extiende por la alta meseta hasta los miradores de La Peña y de Jinama con distintas vistas sobre El Golfo, en la vertiente oeste de El Hierro. Un paisaje de invernaderos y pequeñas parcelas dedicadas al cultivo de la vid que ascienden por la ladera hasta toparse con la impresionante faja pétrea de los acantilados de Ti bataje y Mencáfete, donde la laurisilva crea uno de los más espectaculares enclaves del archipiélago.
Reconstrucción de las formas de vida en épocas pasadas en el turístico poblado de Guinea, en la costa oeste de la isla.
Precisamente, en los riscos de Tibataje, convertidos ahora en reserva ecológica, fue redescubierto en el año 1974 el lagarto gigante de El Hierro, un reptil vegetariano que se creía extinguido. Tras su reaparición, el Cabildo Insular puso en marcha un ambicioso proyecto de reproducción en cautividad para su posterior reintroducción en diversos puntos de la isla. Y al norte de estos riscos, emergen sobre la línea azulada del Atlántico los Roques de Salmor, un grupo de islotes, también protegidos, en el que se refugian diversas especies de aves marinas.
La punta sur del arco montañoso que limita El Golfo –conocida como el mirador de Bascos– de nuevo dirige nuestra vista hacia Frontera y la Dehesa. Son tierras altas con excelentes panorámicas sobre la isla y el mar. En la Dehesa crece el único bosque de sabinas de las Canarias, una reliquia botánica digna de ser visitada por sus retorcidas y fantasmagóricas formas. La brurna se enmaraña en ellas creando un paisaje sobrenatural, casi místico, donde da la impresión de que el tiempo esté detenido y nos encontremos en una tierra legendaria. Sensación placentera y verídica pues la isla navega como un velero solitario en el inmenso océano Atlántico a merced de los elementos. A nuestros pies se alza la isla del fin del mundo.
Espectacular arco de lava en Las Puntas.
Fuente:
REVISTA INTEGRAL - DICIEMBRE 2008