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marzo 17, 2013
CUANDO acompañé a mi hija Jennifer a solicitar su licencia de automovilista, la noté sumamente tensa. Temiendo yo que sus nervios la fueran a traicionar durante el examen práctico, dije una pequeña oración. Al rato regresó Jennifer con una sonrisa de oreja a oreja y una calificación aprobatoria.
Más tarde le pregunté si mi plegaria había influido en el resultado, y mi hija respondió: "No lo dudo; pero hubo algo más, mamá. Como el examinador me notó nerviosa, me preguntó si podía ayudarme en algo. Entonces le aseguré que me serviría mucho si gritaba cada dos o tres minutos para que yo pudiera imaginarme que llevaba a mi madre junto a mí".
—P.A.K.
DE VIAJE por Washington, D.C., visitamos la Oficina de Grabado e Impresión de Estados Unidos, y me sentí maravillada ante los millones de billetes de un dólar que se imprimían a la vista de todos. Las habitaciones estaban repletas de pliegos de papel moneda, acomodados en montones de más o menos dos metros de altura.
Nos detuvimos en la tienda de regalos para comprar un pliego sin cortar de dichos billetes, que costaba 39 dólares. Mi esposo entregó a la cajera 40 dólares, y la empleada le preguntó: "¿Puedo darle el cambio en moneda fraccionaria? Se nos agotaron los billetes de un dólar".
—K.T.
HACE UNOS años viajé en el avión de una compañía tan tristemente célebre por su impuntualidad, que se había ganado el mote de Aerolíneas Martirio. Desde el inicio del vuelo la nave se había sacudido muchísimo, y yo acabé por preocuparme. Pasado un rato, el piloto anunció por el altavoz: "Señoras y señores, les tengo malas noticias. Nuestro vuelo llegará puntualmente a la hora anunciada, las 5:30 de la tarde. Como muchos de ustedes son asiduos clientes nuestros, les pido disculpas si este contratiempo afecta sus citas de negocios".
—D.E.S.
MI AMIGO Bret cayó en la cuenta de que había extraviado su tarjeta de crédito una semana después de la última ocasión en que la usó. Al principio se aterró, pero luego se tranquilizó al recordar que había visto por televisión un anuncio en el cual un representante del banco interrogaba por teléfono a una tarjeta-habiente porque había notado un aumento inusitado en el monto de sus cargos.
Bret llamó al banco para informar del extravío de su tarjeta y pedir su saldo. Cuando le dijeron que adeudaba algo más de 4000 dólares, Bret exclamó:
—¡Pero cómo! ¡Mi límite de crédito es de 3000 dólares!
—Sí, eso era antes —repuso su informante—, pero, como estos últimos días notamos un aumento inusitado en la frecuencia de sus cargos, decidimos incrementar su límite".
—K. J.L.
A UNA JOVEN compañera de trabajo le regaló su prometido una docena de rosas, 11 de ellas de color amarillo y una roja. Al pensar que la presencia de una sola rosa roja debía de tener algún oculto significado romántico, pregunté a mi secretaria qué quería decir eso.
"Bueno", me explicó, "si a mí me las hubiese enviado mi esposo, querría decir que las rosas amarillas estaban a precio reducido porque no alcanzaban a integrar una docena".
—F.D.
DESPUÉS de haber salido de mi casa para correr los ocho kilómetros de todas las mañanas, advertí que había olvidado sacar la basura, así que regresé corriendo a casa. Justo en ese momento entraba a mi calle el camión de la basura. El basurero esperó con paciencia en tanto que yo entraba y salía del garaje arrastrando cajas y bolsas.
Veinte minutos después, iba corriendo por otra zona y alcancé a ver al mismo camión, que avanzaba perezosamente delante de mí. Pronto lo alcancé y, al verme, el basurero me gritó: "¡Espero que no se haya arrepentido de dejarnos algo, pues no hacemos devoluciones!"
—D.S.
Mis COMPAÑEROS de trabajo y yo esperábamos con ansiedad la inauguración de un restaurante indostano cerca de nuestra oficina, y el día previsto fuimos los primeros en formarnos para aprovechar el bufé que se ofreció como almuerzo.
Mientras me servía una generosa porción de carne en salsa curry de aspecto delicioso, sonreí al propietario, quien rondaba por allí para asegurarse de que todo estuviese en orden.
—Usted es nuestro cliente inaugural —me informó.
—¡Ah! Conejillo de Indias, ¿eh? —Comenté.
—¡Oh no! —repuso—. Es carne de vaca.
—P.M.
ILUSTRACIÓN: EVA LOBATÓN