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febrero 10, 2013
"Luis XIV visita los Talleres Gobelin". Diseño de Charles Le Brun (siglo XVII); en el palacio de Versalles.
Con técnicas apenas alteradas a lo largo de tres siglos, los talleres de tapicería franceses producen obras maestras de incomparable calidad y belleza.
Por Jean-Marie Javron
EVELINE GUY, hija de un tejedor, está sentada detrás del bastidor; trabaja en un tapiz de tema abstracto con fondo blanco. Como las de un virtuoso del piano, sus manos parecen volar entre los cientos de hilos que cuelgan de dos cilindros frente a ella. Para facilitar su labor ha trazado un bosquejo en tinta sobre la urdimbre del diseño que está reproduciendo; a sus espaldas tiene el original, y, ya que trabaja en el revés del tapiz, ha puesto delante un espejo para observar cómo marcha la tarea por el derecho.
En tiempos de Luis XIV, los tejedores fabricaban un metro cuadrado por año, poco más o menos. "Ese es aún nuestro promedio cuando el dibujo resulta complicado", explica Evelyne, quien durante tres años trabajó en la Creación, el Éxodo y la Entrada en Jerusalén, de Marc Chagall, tapices que se guardan hoy en el Parlamento de Israel.
Gobelin, Beauvais y La Savonnerie simbolizan la perfección para los amantes de los tapices en todo el mundo. Son los nombres de los tres famosos talleres franceses fundados en el siglo XVII. Hoy, los tres marchan bajo una dirección común, en diversos locales de la Avenue des Gobelins y la Rue Berbier-du-Mets, en el decimotercer arrondissement de París. Sus operarios son empleados del Estado bajo la autoridad del Ministerio de Asuntos Culturales.
La fábrica de los Gobelin, la más prestigiosa, fue establecida en 1662 por Luis XIV, deseoso de estimular dicho arte en Francia. Debe su nombre a los hermanos Gobelin, famosos tejedores del siglo XV. El pintor Charles Le Brun, designado por el Rey para organizar el taller, firmó las primeras obras maestras. Su ciclo, Historia del Rey, compuesto de 16 tapices diferentes, se conserva aún en Versalles y supera a los del renacimiento por su escrupulosa y admirable precisión.
La de Beauvais, que data de 1664 y se especializa en tapices más pequeños, no adquirió renombre hasta que los famosos pintores Francois Boucher y Jean-Baptiste Oudry hicieron su aparición durante el reinado de Luis XV. Tres de las obras diseñadas por Oudry se encuentran en el Museo Metropolitano de Nueva York, y algunas de Boucher en el palacio presidencial de Italia y el real de Suecia, en Estocolmo.
Es La Savonnerie la más antigua. Fundada por Enrique IV en 1608, se dedica exclusivamente a la confección de alfombras. Consolidó su prestigio con una colección de 92 obras, destinadas a la Gran Galería del Louvre; por desgracia, la revolución la destruyó en gran parte, si bien algunas piezas se pueden ver en el castillo de Versalles.
"Entrada en Jerusalén", de Marc Chagall (1964).
(Parlamento de Israel, en Jerusalén.)
Mezcla de arte y artesanía, la manufactura de tapices y su hermana, la de alfombras, exigen una destreza asequible sólo tras largos años de estudio y aprendizaje. Al igual que un músico, el tejedor debe interpretar las intenciones del creador. Su labor implica mucho más que un simple entrelazar hilos horizontales y verticales como lo haría un escolar; hay que tramarlos de manera que den origen a escenas y dibujos magníficos. En el arte francés, cada hilo va atado a mano en la urdimbre (conjunto de filamentos que corren en sentido longitudinal). El diseño y el fondo se tejen por separado. Gracias a sus técnicas, casi inalteradas después de tres siglos, y a su total dominio de los secretos del pasado, los actuales operarios franceses son, en todos los sentidos, los émulos de sus ilustres predecesores, cuyos locales, originales del siglo XVII, se les ha permitido ocupar.
Bajo Luis XIV, el taller de los Gobelin empleaba a 734 artesanos,que trabajaban un promedio de 70 horas por semana. Hoy, las tres casas cuentan con sólo 100 individuos, y no pasan de 40 sus horas de labor. Eso aparte, poco ha variado su oficio desde el siglo XVII. Imposible encontrar allí una sola máquina moderna. "No hay razón para perfeccionar un aparato que ya es perfecto", dice Evelyne, encargada de un subdepartamento; "el violín no se ha modificado desde la época de Stradivarius".
Sin embargo, los triunfos artísticos no hubieran sido posibles sin los adelantos de los químicos y los tintoreros. Mientras que en el siglo XIV se utilizaron de 15 a 20 tonos para el suntuoso Apocalipsis de Angers, Le Brun ya empleaba 79; en el siglo XVIII existían más de 1000, y en la actualidad hay 14.000, aunque tanta variedad no deja de acarrear problemas.
Reproducción de una antigua alfombra para el dormitorio del Rey en el palacio de Versalles. El trabajo, que tardarán cuatro años en completar, se efectúa en el taller de La Savonnerie.
Los manufactureros deben a menudo consultar con los artistas a propósito de sus obras. Por ejemplo, el pintor Yaacov Agam creó un cartón para una alfombra de tonos brillantes (muy en concordancia con el vanguardismo) que decoraría las salas de recepción del palacio del Elíseo. Agam quería, en un principio, emplear 400 colores diferentes; pero los tres operarios, que junto con él dedicaron meses enteros a escoger y probar matices, sabían que por lo menos la mitad de los tonos eran demasiado frágiles y desaparecerían al cabo de 10 años. Terminaron por utilizar 180. "La experiencia", opina René Maurice, jefe de taller de La Savonnerie, "ha demostrado que los hilos rojos tienden a oscurecerse en el telar, y los azules a aclararse. Hay que tener esto presente al interpretar un diseño".
Durante el siglo XV, los hermanos Gobelin recitaban 45 padrenuestros cuando echaban una madeja de hilaza en un baño de añil. Ese era exactamente el tiempo requerido para que el tinte hiciera su obra. El jefe del taller de teñido, Jean Dufour, se vale de un reloj, es verdad, pero sigue moliendo en un mortero los colores naturales, que se emplean en ocasiones por su consistencia. "No debemos olvidar", explica, "que trabajamos más para nuestros descendientes que para nuestros contemporáneos".
Aparte del añil, usado por los chinos hace ya 5000 años, vi en aquel local de cinco siglos, la hierba gualda (que produce un tinte amarillo cálido), cochinillas, insectos rojos originarios de México (triturados, dan una hermosa laca escarlata); y rubia silvestre, que se consigue al pie de las vides en la región de Avignon (Francia) y produce un tinte carmesí.
"Cojines para un paisaje", de Messagier. Tamaño: 6,80 por 3,15 m.
El único instrumento moderno en la sección de teñido es un fadómetro, capaz de originar una gama completa de rayos ultravioleta. El hilo que se exponga a estos rayos durante 50 horas envejecerá artificialmente 10 años, y luego sus colores se conservarán invariables durante siglos. "A menudo", comenta Dufour, "la gente se sorprende de ver una mancha de color vivo en medio de un tapiz restaurado. Si vuelven 10 años después, no advertirán la diferencia".
Se llevan a cabo muchas investigaciones y experimentos antes de dar con el color preciso. Los aprendices que acuden allí de todas partes del mundo, deseosos de conocer los diferentes métodos del tinte, deben desempeñar primero tareas sencillas y luego aprender a teñir. "Antes pensaba", observa Dufour, "que si un matiz verde no tenía suficiente amarillo, bastaba agregar un poco de este; pero, por extraño que parezca, también se necesita algo de azul, si no se quiere que el color palidezca".
A diferencia de los tapices, las alfombras no duran eternamente, puesto que se anda sobre ellas. "Con objeto de preservar las que todavía permanecen en buenas condiciones, las remplazamos con copias", informa Maurice. Casi todos los que visitan la alcoba de María Antonieta, en Versalles, consideran que la alfombra Luis XIV es la pieza más notable de un conjunto sin par. Pues bien, se trata de una copia terminada en 1974. Los tejedores de La Savonnerie tardaron tres años en hacerla. Actualmente, basados sólo en las descripciones en los libros, intentan recrear una alfombra para la habitación del Rey, también en Versalles.
Por otra parte, los de La Savonnerie también producen obras de estilo moderno. El pintor Vasarely, que profesaba un profundo interés por la industria textil, realizó varios diseños para el palacio del Elíseo. Además, consiguió que el Ministerio de Asuntos Culturales donara dos de sus obras a la Fundación Vasarely, de Aix-en-Provence.
"Ontar-Deri". Diseñado por Vasarely, está siendo terminado en el taller de La Savonnerie.
Para Picasso, cuya amplia composición Mujeres en el baño fue tejida en los Gobelin, los tapices no eran más que otra manera de reproducir pinturas. Matisse, uno de los primeros artistas que abandonó el detalle, empleó audazmente formas recortadas en papel de tres colores para diseñar su Polinesia. Le Corbusier consideraba a los tapices paredes movibles. Hajdu pretende hacer juegos de luz: utilizando hilos sin teñir de varios grosores, logra presentar sabias gradaciones de gris que cambian según el estado del tiempo y la hora del día. Con Peñalba la tapicería se convirtió en escultura. Su Chuchicamata, tejido en Beauvais en 1975, es un gigantesco acordeón de yute y tiras de plástico muy finas.
Aunque, en general, una pieza de los Talleres Gobelin cuesta lo que otra cualquiera, algunas han llegado a valer de 400.000 a 500.000 francos. He aquí la razón por la que tantos tejedores solicitan permiso para estudiar allí. El director general, Jean Coural, afirma con orgullo: "Nosotros hacemos algo que nadie más puede hacer".
Al cabo de tres siglos de existencia, las fábricas de tapices están contribuyendo más que nunca a la difusión de la cultura y de la influencia francesas. Y, en su calidad de ejemplos del genio de esa nación, vienen a demostrar que en un mundo tan cambiante como el nuestro podemos encontrar en la tradición una fuente inagotable de inspiración y renovación.