NOÉ, EL DILUVIO Y LOS HECHOS
Publicado en
febrero 10, 2013
Existen indicios científicos que corroboran de manera convincente los antiguos relatos acerca del diluvio universal.
Por Fred Warshofsky
El año seiscientos de la vida de Noé, el mes segundo, el día diecisiete del mes, saltaron todas las fuentes del abismo, y las compuertas del cielo se abrieron, y estuvo descargando la lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches.
—Génesis VII: 11 y 12
CON ALGUNA que otra variante, la narración de un gran diluvio universal forma parte de la mitología y leyendas de casi todas las culturas. Aun algunos pueblos que viven lejos del mar, como los indios hopi del sudoeste de los Estados Unidos y los incas que habitan en los Andes peruanos, conservan tradiciones referentes a una vasta inundación que cubrió los llanos y la cúspide de las montañas, y virtualmente acabó con la vida del planeta.
Sin embargo, a través del tiempo, este relato ha sido uno de los más debatidos de la Biblia. La mayoría de los científicos conviene en que se basa en un acontecimiento local (el desbordamiento de un río, un fuerte huracán o un tifón) que se exageró, recibió viso de leyenda, y luego fue elevado a la estatura heroica del mito. Ahora existen indicios que parecen verificar el suceso. Esta sorprendente conclusión nace, como veremos, de las indagaciones independientes de dos disciplinas distintas: la geología, cuyos investigadores han estudiado las conchas de un diminuto ser marino que vivió en la supuesta época del diluvio, es decir, hace 11.600 años; y la arqueología, que ha logrado descifrar lo que la mano del hombre escribió 80 siglos después.
EL ARCA DE UTNAPISHTIM
Consideremos primero la obra de los arqueólogos. Comenzó en las ruinas de Nínive, capital de Asiria, denunciada por la Biblia como semillero de vicios. Se encontraba en la región de Mesopotamia, en lo que hoy es Irak. Cerca de allí, hace unos 5500 años, se inició la civilización sumeria, la primera según muchos estudiosos. Y en ese lugar, en 1850, sir Henry Layard, inglés aficionado a la arqueología, descubrió miles de tabletas de arcilla destrozadas.
Las envió al Museo Británico, donde un pequeño grupo de empeñosos eruditos se aplicó a traducir la extraña escritura cuneiforme impresa en la arcilla. Entre ellos figuraba George Smith, asiriólogo aficionado y grabador de billetes de banco. Iba al museo de noche, y estudiaba durante horas los caracteres que a un profano le hubieran parecido simples huellas de pájaro.
Cierta noche tomó un fragmento que acababa de ser limpiado; con creciente emoción fue leyendo, en asirio, el relato de un diluvio. Se trataba de una versión babilónica del suceso, en un poema llamado La epopeya de Gilgamés. Cuenta este que un tal Utnapishtim y su esposa construyeron una embarcación y se convirtieron en los únicos sobrevivientes de una inundación universal.
Resultaba tan notable la similitud con la historia de Noé, que difícilmente se antojaría mera coincidencia. Puesto que Babilonia figura en forma prominente en otros episodios bíblicos, algunos llegaron a creer que ambas podrían referirse a la misma inundación local, causada tal vez por los ríos Tigris y Éufrates, que corren por Mesopotamia y desembocan en el golfo Pérsico. Sin embargo, la mayoría de los arqueólogos seguían sin creer que los babilonios hubieran registrado un suceso real.
Cinco años después, en 1877, la Universidad de Pensilvania patrocinó unas excavaciones en la región. En cuatro años de trabajo en la antigua ciudad sumeria de Nippur, encontraron unas 50.000 tabletas que todavía en la actualidad se siguen estudiando, entre ellas un fragmento de 3700 años de antigüedad con otra narración del diluvio de La Epopeya de Gilgamés.
LA "EXPLICACION EXACTA"
Luego, en 1922, el inglés sir Leonard Woolley comenzó a excavar en el desierto, a mitad del camino entre Bagdad, la capital de Irak, y la punta del golfo Pérsico. Allí, la arruinada torre de un gran templo marcaba el lugar donde otrora se alzó Ur, una de las principales poblaciones de Sumer. Pronto los esfuerzos de los obreros de Woolley se vieron recompensados por el importante descubrimiento de los cementerios reales de la ciudad. Enterradas entre los reyes y nobles había fabulosas obras de arte: cascos, espadas, instrumentos musicales y otros objetos de oro, plata y piedras preciosas. Además, junto con las muestras de notable artesanía y avanzadas técnicas, se encontraron varios asombrosos documentos históricos impresos en arcilla.
Ya antes de estas investigaciones se conocían las llamadas listas de los reyes sumerios, sucinta crónica de la realeza de aquel pueblo. Pero no las consideraban fidedignas. "Comienzan con soberanos que reinaron antes del diluvio, ¡y los reinados de sólo ocho suman 241.200 años! La cronología es palpablemente absurda", notó Woolley.
Y he aquí que en Ur halló inscripciones que mencionaban a algunos de los mismos personajes citados en las listas, entre ellos al fundador de la Primera Dinastía. Hasta tal descubrimiento, la habían considerado mítica; desde entonces se volvió histórica. Según las listas comenzó después del Diluvio, época en que muchos soberanos sumerios reinaban al parecer durante varias generaciones.
Woolley concluyó que el cementerio se había iniciado "poco antes de la Primera Dinastía de Ur". Creía que una civilización muy avanzada debía de haber precedido a esta. Sin embargo, aparte de las listas de los reyes, no existía ninguna evidencia física de que los sumerios no hubieran simplemente surgido del desierto, como semillas que brotan después de la lluvia.
Luego de examinar las pruebas disponibles, el arqueólogo resolvió cavar más hondo, debajo de las tumbas. Los obreros atravesaron un metro de ladrillos de adobe descompuestos, cenizas y pedazos de alfarería. "Y entonces todo acabó de pronto", escribió. "No vimos más tiestos ni cenizas; sólo barro limpio depositado por el agua".
El peón árabe que se encontraba en el fondo del pozo le dijo que no hallaría ya más, y que mejor buscara en otra parte. Pero él era sumamente obstinado, así que se continuó excavando por otros dos metros y medio de arcilla limpia, hasta que de pronto el trabajador comenzó a extraer utensilios de sílice y fragmentos de cerámica, hechos por una cultura de la alta edad de piedra. Woolley bajó, observó las paredes, hizo algunas anotaciones, y llamó a dos ayudantes para preguntarles qué explicación daban al hallazgo. "No supieron qué contestar, pero cuando hice a mi esposa la misma pregunta, observó con sencillez: Fue el diluvio, por supuesto. Era la explicación exacta".
El análisis microscópico demostró que la espesa capa de limo había sido en verdad depositada por las aguas de una inundación suficientemente extensa para acabar con la primitiva civilización sumeria. Por tanto, constituía una evidencia geológica indiscutible a favor de la tradición literaria del diluvio. Para los eruditos, los orígenes del fenómeno mencionado en la Biblia resultaban ya evidentes: se hallaban en Ur, de donde Abrahán partió llevando consigo la leyenda sumeria de tal acontecimiento. La epopeya de Gilgamés y el relato de Noé convergieron en un pozo excavado en el desierto de Mesopotamia.
CONMOCION PRODUCIDA POR UNA CONCHA
No obstante, ni Woolley ni el mundo científico aceptaban la idea de un diluvio universal; lo consideraban una calamidad puramente local, circunscrita al valle del Tigris y el Éufrates. Así quedaron las cosas por 40 años más, hasta finales del decenio pasado y principios del actual, cuando dos naves oceanográficas norteamericanas extrajeron del fondo del golfo de México varios núcleos de sedimento largos y delgados. Contenían conchas de diminutos organismos unicelulares de plancton llamados foraminíferos. Mientras viven en la superficie estos encierran en su cubierta un registro químico de la temperatura y la salinidad del agua.
Impresión pictórica de una teoría sorprendente: hace 11.600 años, durante la última era glacial, el casquete polar de América del Norte empezó a derretirse rápidamente, liberando una cantidad enorme de agua por el río Misisipi hasta el golfo de México, lo que contribuyó a provocar una inundación en los litorales de todo el mundo.
Cuando se reproducen la desechan y cae al fondo. Un corte seccional del suelo (tal es un núcleo sedimentario) lleva una relación de climas pasados que acaso abarque más de 100 millones de años. Cada dos o tres centímetros pueden representar hasta un milenio de la historia de la Tierra.
Analizaron los núcleos en dos investigaciones independientes: úna por Cesare Emiliani, de la Universidad de Miami, y la otra por James Kennett, de la Universidad de Rhode Island, y Nicholas Shackleton, de la de Cambridge. Ambas revelaron un cambio fundamental en la salinidad, prueba decisiva de una gran afluencia de aguas dulces al golfo de México. Recurriendo al radiocarbono, el geólogo y químico Jerry Stipp, de la Universidad de Miami, concluyó que el diluvio ocurrió hace 11.600 años, poco más o menos.
La última edad glacial comenzó hace unos 30.000 años y alcanzó su apogeo aproximadamente 12.000 después. Para entonces, Canadá y el norte de los Estados Unidos estaban cubiertos por una capa de hielo mayor aún que la que forma actualmente la Antártida; otra más pequeña tapaba a Europa y a la Siberia occidental. Estas y los glaciares de las grandes montañas habían absorbido dentro de su masa helada bastante agua para hacer descender el mar más de 90 metros por debajo del nivel actual. Grupos humanos primitivos vivían en tierras hoy sumergidas a grandes profundidades. Según Emiliani, "el casquete polar de la América del Norte sufrió un derrumbe repentino, seguido de un rápido derretimiento. Una cantidad inmensa de agua se precipitó en el golfo de México y elevó en todo el mundo el nivel de los mares con la velocidad de un gran maremoto, el cual puede circundar al globo terráqueo en 24 horas. El hombre tuvo que mudarse tierra adentro, y tal migración acaso dio origen al relato de un diluvio universal".
Todo ello evoca una espantosa catástrofe: enormes paredes de hielo que se desprendieron de la masa que avanzaba y luego se desplomaron en el río Misisipi, que los arrastró hasta el golfo de México. Al mismo tiempo, el clima, ya más cálido, derritió el hielo y liberó más aguas; algunas corrieron al Atlántico por el valle del río Hudson, y otras al Pacífico por los valles del Snake y del Columbia. La mayor parte desembocó en el golfo de México por el valle del Misisipi.
"NO CABE DUDA"
No todos convienen en que se ha encontrado prueba del diluvio registrado en la Biblia y en La Epopeya de Gilgamés. Algunos geólogos cuestionan el que las aguas de los deshielos hayan bajado por el valle del Misisipi. Otros dudan de que hayan entrado jamás en el golfo de México, y opinan que la mayor parte se vació en el Atlántico por el río San Lorenzo, o bien quedó almacenada en los llamados "lagos proglaciales".
Para Emiliani, todos los reparos y argumentos tienen poca importancia ante el hecho de que una enorme cantidad de agua dulce se vertió en el golfo. "Lo sabemos", afirma, "porque la proporción del isótopo de oxígeno en las conchas foraminíferas revela una notable disminución temporal de salinidad en las aguas del golfo de México. Esto muestra claramente que hubo un extenso período de inundaciones de 12.000 a 10.000 años atrás, y que estas alcanzaron su punto máximo hace unos 11.600. No cabe duda de que existió un diluvio, ni de que fue universal".
Tales conclusiones las corroboraron los geólogos Kennett y Shackleton, quienes determinaron que "un gran caudal de aguas glaciales llegó al golfo de México por el sistema fluvial del Misisipi. En la época de mayor afluencia, la salinidad superficial se redujo, en forma evidente, como un diez por ciento".
Desde luego, no fue este el único origen de la inundación. "Parte del hielo antártico debió de haberse derretido y agregado sus aguas a aquellas", dice Emiliani. "La capa que cubre la Antártida occidental bien podría ser la causa, y existen pruebas de que no es muy estable. Ese deshielo ocurrió antes y podría ocurrir de nuevo. En todo caso, nuestros estudios nos dan una idea de lo que sucede cuando se desploma una masa de hielo, de la rapidez del fenómeno y de la celeridad con que puede esperarse que se eleve el nivel del mar". Emiliani calcula este aumento en unos 30 cm anuales, suficiente para haber tenido un efecto considerable en las costas del golfo Pérsico, de pendiente suave.
LA BIBLIA no asigna ninguna fecha al diluvio. Se limita a afirmar que ocurrió. Ahora, las conchas de protozoarios muertos hace mucho tiempo, aunadas a algunos de los documentos más antiguos, escritos en fragmentos de arcilla horneada, ofrecen pruebas serias de que, en verdad, hace miles de años ocurrió un diluvio universal.