EL GIGANTESCO BOLO ALIMENTICIO
Publicado en
febrero 17, 2013
Por Cristina Peri Rossi.
A menudo, algunas de mis amigas decide ponerse a régimen. Objetivamente, no puede decirse que esté gorda, pero ella cree que sí. Entonces, comprendo que "gorda" es un juicio intensamente subjetivo, de apreciación interior, y aunque la realidad desmienta esa imagen, persiste como una oscura obsesión. Podemos discutir acerca del tema, pero ella persistirá en su convicción de que está gorda. Si el interlocutor o la interlocutora le dice, por ejemplo: "Yo creo que así estás muy guapa", negará firmemente la opinión. Y allí comienza a delatarse: ella no cree estar guapa. Enseguida, asegura que si desea adelgazar no es para satisfacer a un marido despótico o a un amante insatisfecho, sino para sentirse a gusto consigo misma. De allí en adelante, comienza una larga serie de sacrificios: para estar a gusto consigo misma debe comer unas hojas de lechuga y un yogurt por día, privarse del pan, las galletas, los refrescos, los pasteles, el chocolate, la nata, las mermeladas y todos sus platos favoritos. Para conseguir estar a gusto consigo misma, debe dejar de beber sus dos güisquies diarios, abandonar el cigarrillo, la mantequilla, las magdalenas y hacer una hora diaria de gimnasia. Empiezo a entender que para estar a gusto consigo misma debe privarse. El estado de privación parece el único camino para alcanzar la autosatisfacción, como el camino para la salvación del alma, entre los católicos, está en la abstinencia, el sacrificio. Me acuerdo entonces, de un lema que pusieron de moda las feministas y algunos grupos de mujeres homosexuales. "No te prives". Era una invitación al placer, contra la cultura femenina tradicional, la del sacrificio.
Se trata, en general, de mujeres en la cuarentena, cultas y de vida independiente, tengan o no hijos. Durante los últimos diez años, han trabajado fuerte y duro, en profesiones liberales, han intentado el amor, en sus diversas formas, y de pronto, el fantasma de la gordura comienza a inquietarlas, como una pesadilla. No puedo menos que interpretar: ponerse a régimen es una forma de autoinmolación, de castigo, de privación; someter al cuerpo a una dieta, imponerle la abstención, me parece una forma de acusarlo de algo. Quizás, esos cuerpos -piensan- exigieron mucho en el amor, quizás fueron culpables de ser libres, de desear. Ahora, cerca de los cuarenta, ellas les reprochan algo, los castigan por algo. Pero es un sacrificio que cuenta con el beneplácito social. Hay algo, en la gordura, que parece espantar a una civilización cada vez más aséptica, más pulcra, que teme a la contaminación, a las toxinas, a las grasas, al colesterol, al humo, al cigarrillo, al coito y al tacto. La gordura, es verdad, hace más presente el cuerpo, lo coloca en primer lugar, no permite ignorarlo, ni evadirse de él. Aunque se hable con un gordo o una gorda de temas metafísicos o de temas más objetivos, los ojos se nos disparan hacia la carne; la pechuga abultada, la cintura copiosa, las piernas sólidas. La carne, aquello que los gordos y gordas tienen en exceso, nos inquieta, nos turba, nos hace conscientes de nuestra parte animal.
Algunas de las mujeres de cuarenta años que empiezan a detestar su cuerpo y aspiran a una delgadez esbelta y estilizada, casi etérea, parece que quisieran rechazar públicamente esa condición animal; convirtiéndose en puro espíritu, quizás podrían escapar a las demandas siempre insatisfechas del deseo, al destino de la carne, que es corromperse e integrarse de otra manera a la vida.
Para esta autoinmolación cuentan con una larga tradición de humillaciones y de sacrificios femeninos. Adolescentes infibuladas, prostituidas, con certificado matrimonial o sin él, o víctimas de embarazos indeseados, sometidas, muchas veces, a relaciones sexuales forzosas o insatisfactorias, han hecho, de la renuncia, una forma de vida. Y en último término, privarse de un chocolate o de un helado de fresa parece una renuncia menor, frente a la renuncia al deseo o al destino individual.
Sé que no solo le ocurre a alguna de mis amigas cuarentonas: la anorexia adolescente se está convirtiendo en una enfermedad casi epidémica en el mundo altamente civilizado. Otra vez, el sacrificio del cuerpo. Otra vez, la renuncia a los. placeres. Solo habría que tratar de saber qué es lo que no pueden tragar, qué es lo que no pueden ingerir, ni introducir en sus cuerpos. Quizás una realidad pesada como un bolo alimenticio, quizás una bola redonda con forma de planeta tierra que les provoca demasiados conflictos, indigestiones.