SOLDADOS DE LA PAZ CREPUSCULAR
Publicado en
febrero 17, 2013
Desde hace más de tres decenios los hombres de boina azul han ayudado a sofocar el fuego de la guerra en todas partes del mundo.
Por Ronald Schiller
• EN CHIPRE, dos soldados canadienses en servicio de patrulla nocturna recorren un callejón silencioso, entre nidos de ametralladoras grecochipriotas y turcas. De pronto oyen un ligero ruido metálico que los deja paralizados. Alguien a amartillado un arma de fuego. "¡ONU, Canadá!" grita uno mientras alumbra con una lámpara de bolsillo su boina azul. Escuchan golpes desordenados. Han desmontado el fusil. Con los nervios de punta, prosiguen su ronda.
• Un vehículo de reconocimiento con cinco soldados austriacos de la ONU avanza lentamente por un camino de grava en las colinas de Golán, donde israelíes y sirios combatieron hace poco. Los neumáticos pasan sobre una mina y la hacen estallar. Sólo un hombre sobrevive.
• Los detectores de un puesto de observación que domina el paso de Mitla, en la península del Sinaí, emiten de pronto rápidos sonidos de alarma en la noche. Algo está cruzando el desfiladero. "Quizá sea un escuadrón de tanques ligeros", informan los observadores civiles norteamericanos. A la mañana siguiente encuentran un hato de camellos sueltos.
A tales situaciones cómicas, pavorosas y trágicas se enfrentan los soldados y civiles que guardan la paz crepuscular. Esas fuerzas, organizadas cuando se necesitan, se integran por efectivos procedentes de unas 20 naciones. Han intervenido en lugares tan diversos como los Balcanes de 1946 a 1954, Líbano en 1958, el Congo de 1960 a 1964, Nueva Guinea Occidental eñ 1962, y Yemen en 1963.
Han prestado servicio casi sin cesar en el Oriente Medio desde 1948, vigilado la tregua en Cachemira desde 1949, y tratado de impedir las matanzas en Chipre desde 1964. Tienen por cometido interponerse entre los combatientes para dar tiempo a que los negociadores encuentren una solución general. Aunque en ocasiones les disparan y hasta los matan (han muerto unos 500) pueden emplear sus escasas armas, salvo que el secretario general de la ONU ordene otra cosa, "sólo como último recurso para salvar la vida". El que unas fuerzas poco menos que inermes hayan logrado mantener la paz tan a menudo, obedece en gran parte a la confianza que inspira su imparcialidad y a la disposición de los combatientes para acatar los arreglos concertados por la ONU. Donde no ha existido esa colaboración, como en el Oriente Medio, los resultados han sido muy distintos: innumerables enfrentamientos y cuatro guerras importantes en 30 años.
La tregua forjada después de la guerra del Yom Kippur, en 1973, estableció dos zonas amortiguadoras: una en el Sinaí, entre egipcios e israelíes, y otra en las colinas de Golán, entre estos últimos y sirios. Los cuerpos militares en esas zonas constituyen un increíble rompecabezas de nacionalidades y siglas. Vigila la primera zona la Fuerza de Emergencia (UNEF), compuesta de 4200 hombres de Suecia, Ghana, Indonesia y Finlandia. En la segunda se encuentran 1250 tropas australianas e iraníes de la Fuerza de Ruptura de Combate (UNDOF). Canadá y Polonia prestan el apoyo logístico, y Australia ayuda en el Sinaí con unos helicópteros.
Desde 1948 custodian las fronteras entre Israel y los países árabes los Observadores Militares . (UNMOS), unos 300 oficiales de 17 naciones (incluidos los Estados Unidos y la Unión Soviética), a las órdenes de un general de Ghana, miembro del Organismo Supervisor de la Tregua (UNTSO). Ensio Siilasvuo, veterano general finlandés, comanda el UNTSO y coordina las operaciones en todos los frentes.
Y no es todo. A petición de Egipto e Israel se creó la Misión de Campo del Sinaí (SFM), unos 170 civiles estadounidenses encargados de un sistema de alarma en los pasos de Mida y de Giddi. Aunque no forma parte de la estructura de la Organización de las Naciones Unidas (recibe órdenes de la Secretaría de Estado norteamericana) informa de las violaciones a los israelíes, a los egipcios, a la ONU y a Washington por igual.
Nada enorgullece más a los pacificadores del Sinaí que el hecho de no haber contestado hasta ahora el fuego que les han dirigido. ¿Cómo logran persuadir a unos beligerantes armados? "Todo es cuestión de conservar la calma y mantenerse activo para disimular el miedo", comenta el sargento sueco Christian Wendt. El mordaz coronel finlandés Tauno Kuosa recurrió a otra táctica: incapaz de evitar que un grupo de sirios tiroteara a unos israelíes que intentaban recuperar el cuerpo de un piloto derribado en las colinas de Golán, como último recurso soltó una sarta de altisonantes juramentos en su idioma y detuvo los disparos. Al día siguiente recibió un mensaje de los sirios que, traducido libremente, decía: "Es usted nuestro maestro y nuestro padre. Lo respetamos mucho, y esperamos que nunca más vuelva a gritar las cosas terribles de ayer".
Con sólo 4200 hombres en 4580 kilómetros cuadrados, las unidades de la ONU en la zona amortiguadora del Sinaí han estado sumamente ocupadas. De día y de noche atienden los puntos de control, patrullan extensas líneas de deslinde, velan que no haya sobrevuelos ilícitos, transportan suministros, despejan campos de minas, y cuidan que las arenas movedizas no cubran los caminos y que los beduinos no perforen los escasos acueductos. Su medio es uno de los más hostiles de la Tierra: un páramo seco y rocoso, lleno de dunas, moscas y alacranes, donde la temperatúra asciende a los 50° C. al mediodía y desciende de noche por debajo del punto de congelación.
A pesar de las grandes diferencias culturales, todos se entienden muy bien y su optimismo es sorprendente. Con el humor alivian el tedio. Ponen en los yermos arenosos letreros que ordenan: No PISE EL CÉSPED. Intercambian insignias militares; organizan torneos de fútbol, tiro al blanco y voleibol.
La principal dificultad con que tropiezan las tropas alpinas austriacas en la zona amortiguadora de Golán es el monte Hermón, de unos 3000 m de altura; allí los vientos soplan hasta a 185 k.p.h. En el invierno deben patrullar en esquíes, bajo tormentas de nieve tan intensas que en ellas se han perdido hombres y vehículos. "Este lugar es mucho peor que los Alpes", me confió el teniente Jacob Steiner.
A diferencia del Oriente Medio, en donde los enemigos se encuentran separados por amplias extensiones, en Chipre están a tiro de fusil. La ONU envió gente de armas a la isla en 1964, durante la guerra civil; allí permanecen aún. Un armisticio precario se vino abajo en 1974, cuando agitadores grecochipriotas, apoyados por la dictadura militar en Grecia, asestaron un golpe. Turquía envió un ejército desde sus bases al otro lado del Mediterfáneo, a sólo 65 kilómetros. Cuando se impuso una nueva tregua, los turcos ya habían ocupado la parte septentrional de la isla, que conservan hasta la fecha.
Ahora afean a Chipre dos alambrados de púas y varias fortificaciones. En medio de ellos, en un intento por conservar la paz, está la tenue línea azul de las fuerzas de la ONU: 2800 daneses, británicos, suecos, canadienses, fineses, austriacos e irlandeses, a las órdenes de un comandante irlandés.
Aún ocurre uno que otro tiroteo, pero, afortunadamente, rara vez hay bajas. "Por lo general todo comienza con insultos u obscenidades pintarrajeadas en un muro", me explicó el capitán canadiense Chuck McCabe, cuando íbamos en automóvil por la tierra de nadie en Nicosia. "Después vienen las pedradas, y luego nosotros, para evitar que recurran a las armas de fuego".
Les compete también la viabilidad de la isla. Escoltan a los escolares en las zonas limítrofes, protegen a los granjeros y a los pastores, patrullan los acueductos y los cables de transmisión eléctrica que entrecruzan la línea de demarcación, y atienden a los refugiados que viven en tiendas de campaña y en chozas.
Un tercio de la población ha sido desarraigada. Casi todos los 44.000 habitantes turcos han abandonado el territorio grecochipriota, y unos 200.000 grecochipriotas huyeron o fueron obligados a salir del lado turco. Tal vez el espectáculo más desolador se encuentre en el aeropuerto de Nicosia. Situado entre las líneas griega y turca, parece la reliquia fantasmal de una civilización desaparecida repentinamente, con sus relojes detenidos a las 8:52. Tres reactores comerciales y unos 20 aviones particulares se oxidan en sus rampas, porque los atraparon antes de alzar el vuelo, en 1974.
¿Cuánto tiempo más debe permanecer la ONU en el Oriente Medio y en Chipre? "Todo el necesario para que los contendientes recuperen la razón y concierten un acuerdo", responde el general Siilasvuo. Si las tropas de paz se retiraran antes de un arreglo político, probablemente volverían a tronar los cañones en las fronteras de Israel, y Chipre ardería.
No obstante, muchos críticos (entre ellos algunos funcionarios de la ONU) propugnan la no intervención militar. Sostienen que si se permitiera a las naciones llevar a cabo sus guerras, se verían obligados a llegar a un acuerdo... por el agotamiento y la bancarrota. Al interponerse, las fuerzas de la ONU proporcionan un escudo tras el cual los antagonistas conservan frescas sus querellas y sus heridas, y refuerzan sus ejércitos para otra serie de combates.
La falla de este argumento estriba en que las naciones pequeñas ya no pueden hacer la guerra por sí solas. Durante los conflictos entre Israel y sus vecinos árabes, la Unión Soviética y los Estados Unidos enviaron apresurádamente pertrechos a sus respectivos aliados. La próxima vez quizá manden también fuerzas armadas, convirtiendo el incendio regional en conflagración mundial. Lo mismo se aplica a la situación en Chipre.
Dependemos, pues, de los hombres de boina azul. Son incapaces de conseguir por sí mismos una paz permanente y quizá de salvar su propia vida en caso de ataque. Pero al poner fin a los tiroteos, aunque temporalmente, y al ganar tiempo para que los gobiernos prosigan en su empeño por lograr la paz, nos protegen a todos.