MARCOS RESTREPO: LA EVOLUCIÓN DEL SIGNO
Publicado en
diciembre 16, 2012
Siete huecos coronados por nubes espinosas, acrílico y óleo sobre lona, 155 cm x 101 cm, 199./span>
Texto: Inés M. Flores
Con una obra dinámica y enérgica, apoyada en un profuso juego de símbolos, Marcos Restrepo (Catarama, Los Ríos, 1971) responde a la realidad de su época. Más de quince años de investigar técnicas y materiales, de cuidar el dibujo y sobre todo de estudio y reflexión han permitido a Restrepo conquistas plásticas cargadas de referencias. Sus imágenes han venido metamorfoseándose en nítidos períodos o etapas, donde la presencia sígnica tiene un evidente protagonismo.
Comenzó a pintar desde niño, siguió estudios en el Colegio de Bellas Artes Juan José Plaza, de Guayaquil, y exhibió sus primeros cuadros en 1977, a la edad de dieciséis años. Entre 1980 y 1982 trabajó con el grupo Arte Factoría, en compañía de Álava, Patiño, Dávila y Velarde. Participó en los salones de Octubre de 1982 y 1983, con obras que revelan un espíritu eminentemente indagador, aunque todavía inexperto en definiciones, así como una búsqueda de expresiones propias y el rechazo a cualquier concesión.
Interviene en el Salón Vicente Rocafuerte de 1983, con la instalación La libertad de expresión enjaulada. "Había enjaulado, en tres paneles que eran ventanas con persianas de madera, objetos con valores sígnicos de comunicación: quipus, cinta magnetofónica, jaula de pájaros y también la Mona Lisa". No era solo una propuesta de carácter plástico; era también una reflexión de carácter ético-político.
Tunel negro, óleo sobre papel, 107cm x 75cm, 1997.
En la muestra Arte Sacro Contemporáneo, organizada con ocasión de la visita de Su Santidad Juan Pablo II al Ecuador, en 1985, expuso una obra más bien iconoclasta, titulada El cuerpo de Cristo, que presentaba partes de un cristo de imaginería, colgadas de un perchero: torso, corona de espinas, piernas, brazos, con una irreverente nota de humor negro: las piernas, cruzadas la una sobre la otra; los brazos, en actitud viva de tomarse el uno al otro.
Con cuadros de gran formato y magnífico trabajo textural, se presenta Restrepo en algunas exposiciones colectivas e individuales, entre 1987 y 1995. Estos eventos están concatenados con los salones de artes plásticas más importantes del país y con las bienales de arte de Cuenca. Sale al exterior en 1987, dentro del programa internacional Libros de Artistas, que se exhibe en el Archivero de México, D.F. y en el Museo de Jade de Costa Rica. También estuvo presente en la Fiart '91, que se realizó en el Centro de Convenciones Jiménez de Quesada, de Bogotá, y en la Expo Sevilla '92.
A lo largo de un complejo proceso de experimentaciones y ensayos, Restrepo busca una síntesis, que halla en el símbolo, así como en las abstracciones a las que llega descomponiendo la figura en formas matéricas con una fuerte presencia del dibujo. Simplifica su pintura en beneficio de la claridad del concepto, utilizando los exagramas del Dichin. Esta noción, definida como "la resonancia del espíritu y el movimiento de la vida", es considerada por sus creyentes como la cualidad suprema del arte.
Siete ascendente, acrílico, óleo, humo y polvo de madera sobre lona, 200cm x 170 cm, 1997.
Trata este artista de unificar las formas tomadas de las realidades materiales y espirituales. Así, la idea y la imagen se basan en un mismo hecho normalizador presente en la composición. Ésta materializa ideas como vacío e infinito, que se proyectan en la superficie pintada y se asocian en la simbología del cuadro.
La evolución de la pintura de Marcos Restrepo, fácilmente reconocible entre la época conceptualista y el conjunto de su obra a partir de 1986, es un proceso ascendente que escoge el informalismo como lenguaje plástico, por su apego a la materia. Juega en extensión con la mancha; en profundidad y relieve con la textura, y en el espacio, con los vacíos de la masa pictórica. Su destreza técnica, su capacidad de percepción y el manejo de recursos tan delicados como la ironía singularizan la pintura de Restrepo. Elementos reiterativos como embudos, serpientes, huevos, fuego, humo son parte de su sintaxis plástica, en la que se filtran sueños y delirios; las burbujas que aparecen en sus cuadros quieren expresar "el vacío lleno", el aire dentro del agua, la convivencia de contradicciones aparentes.
El ritmo queda asociado con el siete, número cabalístico que se relaciona con los pecados capitales y la serpiente. La figura del reptil adopta en la tela posiciones en espiral, y cuando se multiplica se distribuye geométricamente. Es un símbolo sexual: falo -devorador-energía- cambio periódico de piel; una fusión que Restrepo adopta como la imagen del movimiento, a la que hay que añadir el espíritu o fuerza vital de los huesos quemados, para garantizar la continuidad de la especie. Se corresponde con el fuego renovador y con la columna de humo, que une imaginariamente el cielo y la tierra, o la materia y el espíritu.
Proyectos de comunicación, tinta, óleo, pastel, 56cm x 76cm, 1997.
Símbolos y poder el artista enlaza sin perder de vista la jerarquía estética de sus representaciones plásticas; incluso utiliza elementos figurativos para enriquecer sus metáforas, como los embudos de la sabiduría medieval. De esta manera, temas como El poder de lo grande, No hay agua para apagar mi fuego, Con doble sentido interno, Comunicación entre dos embudos, y las hermosas series ecológicas, a las que pertenece El espíritu del bosque, se conectan con una tradición muy antigua, sin despegarse de un comportamiento cercano y actual.
Este concierto plástico-simbólico no solo ha despertado el interés de la crítica internacional, en exposiciones como las realizadas en Paraguay, 1995, y Argentina (Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires): 1996, sino que ha sido avalado por los premios de los salones de Octubre, 1980; Premio París, 1985; de Julio 1986 y 87, más el Segundo Premio de la V Bienal Internacional de Pintura de Cuenca, 1996, por la obra Al final del túnel.
La pintura actual de Restrepo tiene como referente principal a su entorno, aunque no de manera directa o explícita; acude siempre al símbolo, a la alusión, o a la metáfora, porque prefiere lo ambiguo, la posibilidad de múltiples lecturas. Por eso es difícil penetrar en la intención del artista; pero quizás estamos frente a una obra que intenta reconocer un mundo en proceso de mutación, o en camino hacia la nada. En todo caso, es la obra de un artista que se halla en un buen momento de su carrera, y cuya obra apela, más que a la sensibilidad, al pensamiento del espectador.
El cuerpo de Cristo, óleo sobre tela, 90cm x 100 cm, 1985.