LA PASIÓN DE CÁNDIDO PORTINARI
Publicado en
diciembre 30, 2012
La abnegada esposa del artista, María.
A través de sus retratos de los ricos y sus murales sobre los pobres, ilustró de manera magistral el alma brasileña.
Por Dorrie y Samuel Shreiner, hijo.
EN VIDA se le llamó "el pequeño gigante de la pintura brasileña", a causa de su corta estatura. Ahora, más de un cuarto de siglo después de su muerte, ese mote ya no es apropiado para Cándido Portinari, quien se ha convertido en un gigante mundial del arte. "Fue un fenómeno humano; un ser inspirado e inmerso en su labor, que lo sacrificó todo, incluso la vida misma, en aras de la creación artística", asevera su biógrafo, António Callado.
Tan sólo el volumen de la pintura de Portinari —más de 5000 obras en una carrera de 40 años—lo coloca entre los pintores más apasionados. Su gama de estilos y temas era pasmosa: podía ser tan clásico como Rembrandt, y tan expresionista como Picasso. Pintaba retratos, epopeyas históricas, escenas de la vida brasileña contemporánea en los campos, las minas y los barrios miserables, miniaturas y murales.
Nacido el 30 de diciembre de 1903 en una hacienda cafetalera cerca de la aldea de Brodósqui, en el estado de Sáo Paulo, Cándido fue el segundo de los 12 hijos de Batista Portinari y Dominga Torquato. Los Portinari eran labriegos que habían emigrado de Italia a la vuelta del siglo. Aunque dejaron la tierra en 1906 para convertirse en comerciantes en Brodósqui, su existencia no dejó de revestir las características de la afanosa vida campesina.
Cándido sólo tuvo tres años de escolaridad, pero su inclinación y talento para el dibujo se revelaron desde la primera infancia. A sus diez años realizó un prometedor retrato del músico brasileño Carlos Gomes. Cuando cumplió los 15, Cándido se trasladó a Río de Janeiro donde, un año después, se inscribió como oyente en la Escuela Nacional de Bellas Artes, de Río. Y en 1928 consiguió una beca para viajar por Europa.
Su único hijo, Jodo Cándido.
Durante los dos años que pasó en el extranjero, Portinari dedicó la mayor parte del tiempo a visitar galerías y museos en Londres, Italia y España. En París frecuentó los cafés, donde conversaba con otros artistas, y empezó a descubrirse a sí mismo. "Desde aquí me es posible ver mejor mi propia tierra; ver a Brodósqui como realmente es", le escribió a un condiscípulo.
Portinari también conoció en esa época a una muchacha uruguaya de 19 años, María Victoria Martinelli, con la que se casó. Al regresar a Río en 1931, la joven pareja estaba en la miseria. Pero Portinari sólo pensaba en pintar. Ganó algún dinero haciendo retratos de amigos, poetas y artistas, y su fama tras obtener premios de retratos en exposiciones fue tal, que hasta los ricos se convirtieron en sus clientes.
En 1934 montó una exposición con más de 30 de sus obras donde plasmó los barrios bajos de Río, los solitarios paisajes de Brodósqui, la gente común y corriente en toda su diversidad. En 1935 obtuvo su primer reconocimiento internacional cuando su monumental lienzo titulado "Café" —una escena de trabajadores cafetaleros negros— mereció una mención honorífica en la prestigiosa exposición internacional Carnegie, en Pittsburgh, Pensilvania.
Su temática, en particular la vida de los brasileños negros, escandalizó a la sensibilidad elitista de los patrocinadores del arte en todas partes. Una de las deformaciones que pintó fue el tamaño de los pies de los labriegos. En Retalhos de minha vida de infancia (Fragmentos de mi infancia ), Portinari escribió: "Me impresionaban los pies de los campesinos de las haciendas cafetaleras. Eran pies deformes, que inspiraban compasión y respeto".
Se le encargaron a Portinari importantes proyectos artísticos, como los murales del edificio del Ministerio de Educación en 1937, las pinturas del Pabellón Brasileño en la Feria Mundial de Nueva York en 1939, y los murales de la Fundación Hispánica de la Biblioteca del Congreso en Washington, D.C., en 1941. Para representar la historia económica brasileña, el artista escogió la antigua técnica del fresco —por primera vez en el Brasil moderno— para pintar los murales. En esta empresa necesitaba ayuda, así que recurrió a los servicios del pintor de 18 años Enrico Bianco y de varios otros artistas jóvenes, entre ellos Roberto Burle Marx, que más adelante alcanzó fama mundial como paisajista. "Algunas veces se comportaba como un ángel, y otras, como un demonio", recuerda Marx. "Decía que, para ser un buen artista, hay que luchar contra los ángeles. Era interesante presenciar sus luchas. Eran los combates de un pintor que buscaba su camino. Portinari siempre ensayaba cosas nuevas y, por ello, era objeto de críticas".
Esas luchas no cesaron el resto de la vida del pintor. "Una vez modificó los ojos de un retrato, siete, ocho, diez veces, en busca de la solución artística perfecta", asegura Bianco. "Trataba de reconciliar lo que tenía en su interior —su visión, su idea del objeto— con lo que hacía. Si no se corrige un error, solía decirme, ello revela una falta de interés y, en ese sentido, se carece de integridad".
Como le desagradaba la luz artificial, trabajaba desde el alba hasta el anochecer. Con excepción de en los retratos, casi nunca se valió de modelos, y prefería trabajar en habitaciones casi herméticas a fin de eliminar el polvo. Para pintar, recurría a la memoria y a la imaginación, las cuales solía refrescar con visitas a Brodósqui e incursiones ocasionales a territorios nuevos, como un viaje que hizo a Israel en 1956, y que constituyó una fuente de inspiración para él.
Portinari utilizó todos sus lienzos para transmitir pensamientos o sentimientos conscientes, más que formas y colores abstractos. Fue un pintor con mensaje social. "Su preocupación por la humanidad y su compasión por la pobre gente trabajadora entre la que se crió se manifiestan en cada milímetro de sus pinturas", dice el hijo de Portinari, Joáo Cándido.
En 1955 y 1956 pintó en Brasil los murales titulados "Guerra" y "Paz", para las Naciones Unidas, y los envió a Nueva York. Pero para entonces ya estaba a las puertas de la muerte. Desde 1932 había padecido de trastornos gástricos crónicos. En 1954 tuvo síntomas de hemorragia interna que se le diagnosticaron como "cólico del pintor", un paulatino envenenamiento de la sangre que se debe a la absorción del plomo de las pinturas a través de la piel y la inhalación de ese tóxico en habitaciones cerradas. Su amigo, el escritor José Cardoso Pires, describió a Portinari en sus últimos días como "un pequeño esqueleto arrastrado por una mirada apremiante".
En un viaje a París en 1949, el pintor había conocido a Eugenio Luraghi, industrial y conocedor del arte italiano, y entre ellos había nacido una gran amistad. En 1962, Luraghi hizo los arreglos necesarios para montar una exposición de las obras de Portinari en Milán. Esta sería la primera exhibición importante del artista en la tierra de sus abuelos.
Portinari se entregó a la creación de cinco retablos nuevos para la ocasión. Aún trabajaba en la quinta cuando, el 4 de febrero de 1962, a los 58 años, empezó a sangrar del estómago. Dos días después, moría. Su esposa llevó puntualmente los cuatro retablos y el resto de las obras seleccionadas para la exposición a Milán. Pero la pintura inconclusa adorna la casa de su hijo. Señalando las vetas rojas, dice: "Fue pintada con sangre".
La verdadera dimensión del legado artístico de Portinari empieza a conocerse, gracias a un esfuerzo de 12 años que lleva por nombre Proyecto Portinari. Con el hijo del pintor a la cabeza de esta empresa, se ha logrado localizar, fotografiar y archivar toda la producción existente del artista. "Por primera vez se puede tener una visión global de su obra", dice Joáo Cándido.
El Proyecto Portinari está desplegando un esfuerzo a nivel mundial para compartir la visión del artista a través de exposiciones. "No puede negarse la primacía de Portinari como el pintor de Brasil", declara Antónío Callado. "Él es quien mejor ilustra el alma brasileña".