EL CASO DEL ESTRANGULADOR DE SOUTH SIDE
Publicado en
diciembre 30, 2012
Un cruel asesino andaba suelto, y aterrorizaba a la ciudad con una cadena de homicidios. El detective Ray Williams estaba convencido de que sólo había una manera de atajarlo.
Por Gordon Hickey
A LAS 1:56 DE LA MAÑANA, e13 de octubre de 1987, una operadora del servicio telefónico de urgencias en Richmond, Virginia, atendió una llamada:
—¡Hola! Mi esposa..., mi esposa ha sido asesinada —informó el interlocutor, con acento extranjero, y dio su dirección.
—¿Sabe quién la asesinó?
—No. Vivo en Washington, D.C. Yo... yo llego a mi hogar. Hay sangre y ella está tendida en el armario...¡Oh, por favor, vengan! ¡Por favor!
La policía y una ambulancia llegaron a la casa de aquel hombre a las 2:01.
Marcellinus Slag, holandés residente en Estados Unidos, había regresado de sus clases en la facultad de derecho a eso de la 1:40. Después de bañarse, entró en la recámara sin encender la luz y se acostó en silencio; pero las sábanas estaban desordenadas. Slag encendió la luz y encontró sangre. Saltó de la cama para vestirse, abrió el armario y vio a su mujer tendida en el piso.
En menos de una hora, el detective W. Ray Williams, de 36 años, veterano con diez años de servicio en el escuadrón de homicidios del Departamento de Seguridad Pública de Richmond, llegó a la escena del crimen con su pareja, el agente Glenn Williams. La doctora Susan Elizabeth Hellams, de 32 años, esposa de Slag, tenía las manos atadas a la espalda con un cable de extensión. Un cinturón rojo le rodeaba el cuello y otro estaba atado al anterior a fin de hacer palanca, para estrangularla. La víctima sólo tenía puestos un medio fondo, una falda negra, medias rojas y un zapato rojo. Los dos detectives se miraron. "Se trata del mismo sujeto", comentó Ray Williams.
PRECISAMENTE dos semanas antes, Williams había acudido a la escena de otro homicidio. Habían encontrado a Debbie Dudley Davis, de 35 años, boca abajo, atravesada en la cama: Tenía las muñecas atadas con una agujeta de zapato y un calcetín de lana anudado al cuello; sólo tenía puestos unos pantaloncillos de mezclilla, azules. El extremo metálico de una manguera de aspiradora se había usado para apretar el calcetín como torniquete.
Como se habían reventado muchos vasos sanguíneos en los ojos de Debbie, Williams dedujo que el asesino había tardado mucho en matarla: quizá hora y media. La había violado, y luego le había puesto otra vez los pantaloncillos. Los detectives del servicio forense hallaron semen en la víctima; además, en la ropa de cama encontraron cabellos de una persona de raza negra o polinesia y otros de persona de raza blanca.
Williams fue a las oficinas de la revista Style Weekly, donde Debbie trabajaba de contadora; averiguó que tenía 13 años de divorciada y que no la frecuentaba ningún hombre. Otros investigadores descubrieron que trabajaba una vez por semana en una de las librerías Waldenbooks, ubicada en el centro comercial Cloverleaf.
A fines de la primera semana, Williams no tenía ninguna pista, pero supuso que el homicida debía de haber sido un amigo o compañero de trabajo de Debbie. Cambió de opinión al ver el cadáver de Susan Hellams.
El 4 de octubre, el detective revisó los cheques cancelados de la doctora Hellams y descubrió uno a la orden de la librería Waldenbooks, del centro comercial Cloverleaf. Lo había endosado una empleada: Debbie Davis. "Eso me provocó escalofríos", relata Williams.
Poco después de una semana, los análisis de laboratorio revelaron que el tipo de sangre y las secreciones del homicida eran idénticos en ambas víctimas. Sólo el 13 por ciento de la población tenía ese tipo de sangre y de secreciones. El cerco estaba estrechándose.
Esos análisis se hacían por rutina; pero Williams deseaba algo más. Solicitó lo que era entonces el procedimiento de identificación más nuevo: "la genotipificación", o identificación por las huellas genéticas, que implica el análisis de muestras pequeñísimas de sangre, semen, pelo o piel, para identificar el ácido desoxirribonucleico (ADN) de las células. El código genético del ADN de cada persona es irrepetible.
El 10 de octubre, la policía de Richmond envió muestras de la sangre y del semen obtenidos en los dos asesinatos al laboratorio Lifecodes Corp., de Nueva York, para el estudio del ADN. Además, Williams se puso en contacto con la FBI para conseguir un perfil psicológico del asesino, basado en lo que sabían hasta ese momento.
La FBI envió un retrato escalofriante: lo más probable era que se tratara de un individuo de raza blanca, como ocurre en casi todos los casos de asesinatos en serie. Era de inteligencia superior a la normal y vivía solo o con una mujer dominante. Su actuación en el trabajo era irregular y cabía la posibilidad de que tuviera antecedentes penales. Se le dificultaban las relaciones sexuales normales con las mujeres. Vagaba de noche, observando a sus víctimas, y se volvía retraído después de cada delito.
La policía encontró a muchos sospechosos, e interrogó a los más viables; pero los análisis de sangre eliminaron a cada uno de ellos. Mientras, la angustia alcanzaba un grado febril, conforme la perspectiva de una cadena de homicidios sobrecogía al barrio South Side de la ciudad. Los noticiarios atemorizaban a las mujeres, que sentían cada vez más miedo de estar solas en su hogar.
Esto agudizó la obsesión de Ray Williams de atrapar al asesino, a quien ya apodaban el Estrangulador del South Side. Williams le dedicaba 16 horas diarias al caso. Por otra parte, estaba preocupado por su familia. Su nombre había aparecido en las notas periodísticas sobre el caso, y él temía que el homicida atacara a su esposa y a sus dos hijas. La policía del distrito accedió a apostar vigilantes en su casa, de díá y de noche.
A LAS 3 DE LA MAÑANA del 1 de noviembre, una mujer de 33 años despertó en un edificio de apartamentos de Richmond al sentir en el cuello el cuchillo de un enmascarado, que llevaba guantes. El hombre le amarró las manos, la amagó con el cuchillo y la violó varias veces en el lapso de tres horas, pero hizo suficiente ruido para despertar al ocupante del apartamento de arriba. En cuanto oyó ruido en el piso superior, el atacante huyó. El vecino llamó a la policía.
La manera de operar sugería que se trataba del Estrangulador del South Side, pero algunas circunstancias hicieron dudar a la policía. La víctima declaró que el atacante era negro, en tanto que el perfil psicológico suministrado por la FBI suponía que se trataba de un blanco. Además, en esta ocasión había dejado a la víctima de la violación con vida.
Pasaron otras dos semanas sin que se descubrieran nuevas pistas. Cada vez más preocupado, Williams le dijo a otro detective: "Va a seguir matando hasta que lo atrapemos. Es un animal que mata a sangre fría".
EL 21 DE NOVIEMBRE, Diane Cho, estudiante de secundaria, de 15 años, estaba haciendo la tarea escolar en su habitación. Todavía a las 11 de la noche, su hermano oyó que escribía algo a máquina.
Como a las 8:30 de la mañana siguiente, los padres de Diane salieron del apartamento rumbo a la tiendita de abarrotes de la que eran dueños. Era domingo. La madre regresó a las 3 de la tarde, abrió la puerta de la recámara de Diane y la encontró tendida boca abajo en la cama, con los tobillos amarrados y las manos sujetas con una cuerda a la espalda. Tenía otra cuerda en el cuello y la boca estaba tapada con cinta adhesiva. La habían violado y estrangulado. El médico forense conjeturó que la muerte había ocurrido entre la medianoche y las 2 de la mañana.
El homicida se tornaba cada vez más audaz. En esta ocasión había cometido el crimen mientras la familia de la víctima estaba en la habitación contigua. Además, había pintado con barniz de uñas la figura de un ocho en el muslo derecho de Diane. "Es para ver si nos fijamos en eso y lo encontramos", comentó Williams.
El apartamento de Diane Cho estaba cerca del centro comercial Cloverleaf. Según la familia Cho, el centro constituía el lugar de reunión predilecto de la adolescente y de sus amigas.
La policía encontró debajo del cadáver de Diane un solo pelo: el de un negro. Al compararlo con el que se halló en la casa de Debbie Davis, los especialistas dictaminaron que podía ser del mismo hombre. Al parecer, era posible que el perfil de la FBI estuviera errado en cuanto a que el asesino fuera blanco.
Se enviaron muestras del semen obtenido durante la investigación del caso de Diane al laboratorio estatal, y también a la Lifecodes, para analizar el ADN. El laboratorio estatal informó que el tipo de sangre y las secreciones del asesino eran "los mismos en los tres casos".
Izquierda a derecha: Doctora Susan Elizabeth Hellams, Debbie Dudley Davis y Diane Cho.
EL 8 DE DICIEMBRE la policía de Richmond recibió por teletipo un mensaje de la policía del condado de Arlington, Virginia, a unos 150 kilómetros de allí. Habían hallado a Susan Tucker, de 44 años, boca abajo en la cama: tenía las manos amarradas a la espalda con una cuerda que le rodeaba también el cuello. La habían violado y estrangulado. El homicidio había ocurrido sólo cinco días después de la muerte de Diane Cho.
Williams habló con la policía de Arlington y se enteró, además, de nueve casos de violación pendientes de resolver, perpetrados entre el 27 de junio de 1983 y el 25 de enero de 1984. Estos ataques los había cometido un negro, que usaba máscara y guantes de esquiador y portaba un cuchillo. Williams pensó que tal vez se relacionaran con los homicidios cometidos en Richmond y dio parte de sus sospechas a la FBI.
A fines de diciembre la FBI indicó a Williams que debía buscar a un hombre que había estado en prisión antes de que comenzaran las violaciones en Arlington, que había quedado libre durante dichas violaciones y que había vuelto a la prisión después de que cesaron. Ese criminal debió de quedar en libertad poco antes del primer asesinato perpetrado en Richmond.
Además, la FBI advirtió que el violador probablemente había llevado a la primera víctima a un sitio cercano a su casa. Por tanto, Williams debía buscar a un individuo que viviera cerca de la zona de la calle de Oakland, en Arlington, donde se había consumado la primera violación.
Al revisar por computadora una lista de sospechosos, Williams localizó a un hombre que vivía en aquella zona: Timothy Wilson Spencer. No obstante, el detective no quedó convencido de que Spencer fuera el asesino, y siguió investigando a otros sospechosos.
MIENTRAS, habían asignado al detective Joseph Horgas, de Arlington, al caso del asesinato de Susan Tucker. Después de repasar el mismo terreno que Williams, comenzó a buscar a un sospechoso que hubiera vivido cerca del lugar de la primera violación, en 1983. Y recordó haber tratado en aquella época a un delincuente joven llamado Tim Spencer. Por consiguiente, Horgas revisó el expediente de Spencer y, como Williams, descubrió que Tim Spencer había salido de la prisión el 23 de mayo de 1983, un mes antes de la primera violación ocurrida en Arlington, donde vivía Tim con su madre. El 29 de enero de 1984 —cuatro días después de la última violación—, Spencer fue enviado de nuevo a la cárcel, por robo. El 4 de septiembre de 1987, dos semanas antes del primer homicidio en Richmond, lo trasladaron a un centro de rehabilitación para convictos que estaban a punto de salir en libertad. Ese centro quedaba a menos de tres kilómetros de los domicilios de Debbie, Susan y Diane.
El 20 de enero, Horgas telefoneó a Williams. Un gran jurado acababa de presentar cargos contra Tim Spencer, en Arlington, por el homicidio de Susan Tucker. Aquella misma tarde, Horgas iría a Richmond a detenerlo. Cuando su colega llegó, Williams le informó que la policía de Richmond andaba siguiendo a Spencer, quien debía regresar pronto del trabajo.
A las 5:35 de la tarde, la amiga que llevaba a Tim estacionó el auto enfrente del centro de rehabilitación. Los detectives Ray Williams y Glenn Williams, Joe Horgas y su pareja, Mike Hill, se detuvieron frente a ella, salieron rápidamente del auto y detuvieron a Spencer. Al poco rato, el sospechoso ya iba camino de Arlington.
Tres días después, los dos detectives de Richmond acudieron a la habitación de Spencer en el centro de rehabilitación. Su cuarto, el número ocho, era de simplicidad espartana. En el colchón estaba impresa la palabra "Espero", y el número 8. Aunque aquello no constituía una prueba concreta, parecía algo más que una coincidencia. Ray Williams fue en auto a Arlington para entrevistar a Spencer, pero el reo se negó a hablar.
Para eso, la Lifecodes ya había informado que la identificación del ADN demostraba que el mismo hombre había matado a Debbie Davis y a Susan Hellams, lo cual significaba que los resultados de los análisis podían compararse con muestras del ADN del sospechoso.
Todo el caso se fundamentaba en la genotipificación que Ray Williams había puesto en movimiento. No había ninguna confesión ni testigos, y las pruebas físicas eran muy endebles.
El 16 de marzo, casi dos meses después de la detención de Spencer, la Lifecodes telefoneó a Williams para informarle que el ADN correspondía exactamente al del semen encontrado en la escena de los casos de Davis, Hellams y Tucker. Sólo había una probabilidad en 135 millones de que otra persona hubiera presentado las tres configuraciones idénticas del ADN. No obstante, ¿aceptaría el juez esta clase de, tan fuera de lo común? Nunca se había aceptado en un caso, en Estados Unidos, que implicara la pena capital.
En el primer juicio de Timothy Spencer, ventilado en el tribunal del condado de Arlington en julio de 1988, el juez sí aceptó la genotipificación... y el reo fue declarado culpable de asesinar a Susan Tucker. En tres procesos subsecuentes, se le halló culpable de los homicidios de Debbie Davis, Susan Hellams y Diane Cho. En todos y cada uno de estos casos, se le sentenció a morir en la silla eléctrica del estado de Virginia.
TIMOTHY WILSON SPENCER —el Estrangulador del South ocupa sitio entre los condenados a muerte en el Centro Correccional Mecklenburg, en Virginia, lo cual le ha dado la satisfacción del triunfo al detective Ray Williams. "Esta investigación me consumió", confiesa. "Creo que jamás me repondré".
Joseph Horgas, por su parte, ha aprendido una importante lección con este caso. Cree que, si hubiera existido un banco de datos con el genotipo de todos los convictos en 1983, habrían capturado a Spencer inmediatamente después de la primera violación con homicidio.
El desarrollo de ese banco de datos se encuentra en las primeras etapas. Si otros depravados asesinos eluden la captura en lo futuro, ¿volverá a pesar en nuestras conciencias la lección que aprendió Horgas?
CONDENSADO DEL "RICHMOND NEWS LEADER" (17,18,19,20 Y 21 DE SEPTIEMBRE DE 1990), © 1990 POR THE RICHMOND NEWS LEADER, DE RICHMOND, VIRGINIA. FOTO: © SUPERSTOCK