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diciembre 23, 2012
MI SOBRINA, que trabaja repartiendo correspondencia, se acercó en cierta ocasión a una casa de donde salió corriendo un perro, que se puso a saltar y a ladrar frenéticamente. No había nadie en casa, pero una vecina abrió la ventana y gritó:
—¿Quiere deshacerse del perro?
—Sí —contestó mi sobrina—. Temo que me vaya a morder.
La vecina aconsejó:
—Pregúntele si quiere un baño.
Mi sobrina se enfrentó al can y, con la mayor amabilidad, le preguntó:
—¿No se te antoja un buen baño con agua caliente?
El perro se detuvo en seco e inmediatamente se alejó por la calle.
—Seguramente aborrece bañarse, ¿verdad? —comentó.
—Todo lo contrario —aclaró la vecina—: Se fue a su casa precisamente para que lo bañen.
—M.S.S.
EN UNA TIENDA de departamentos, le pedí su identificación a una clienta que acababa de pagar con un cheque personal el importe de su compra. Después de buscar y rebuscar en su bolso, me mostró el único papel donde, según me dijo, aparecían su nombre y dirección. Era un aviso de su banco en el que se le notificaba que su saldo no alcanzaba para cubrir un cheque que había girado.
—S.G.
ACABABA yo de entrar a trabajar en una compañía de gas natural, y me propuse sobresalir en la empresa y aprender los intríngulis del oficio. Un día, me metí en un ascensor atestado que fue dejando trabajadores en cada piso a medida que subía. Al final, sólo quedamos un hombre y yo. Tratando de ser amable, bromeé: "Sin duda, se tarda uno en llegar arriba, ¿verdad?" El hombre esbozó una sonrisa no muy cordial.
Después me enteré de que la persona con la que había hecho ese comentario era el presidente del Consejo de Administración.
—T.B W.
CIERTO DÍA, en el consultorio del ortopedista para quien trabajo, tuvimos que hacer ciertos preparativos para aplicar una inyección especial a un paciente anciano que padecía de artritis espinal. Le dijimos que le telefonearíamos en cuanto estuviéramos listos.
Dos días después nos llamó el enfermo, preocupado porque, debido a su sordera, quizá no había oído el repiqueteo del teléfono. "Casi no oigo y apenas puedo ver y caminar", me dijo. Y luego añadió con gran animación: "Pero las cosas podrían ser peores. Al menos aún puedo conducir mi auto".
—A.A.
DAVID, mi hijo adolescente, quería ascender de segador de césped a un trabajo donde ganara más. Llenó una solicitud de empleo en un restaurante de servicio rápido, y lo contrataron. El gerente le dijo después que consiguió el empleo gracias a su respuesta a la pregunta: "¿Por qué dejó su empleo anterior?"
Mi hijo había escrito: "Porque el césped se secó".
—J.S.
MIENTRAS trabajaba en un vehículo, uno de los mecánicos de nuestro taller de automóviles se cortó un dedo, y fue necesario suturarle la herida. Poco después, al verificar los detalles para preparar el informe de la aseguradora, le pregunté:
—¿Cuál dedo fue?
—El anular —respondió.
—¿De cuál mano?
Tras una breve pausa, contestó:
—La del lado del pasajero.
—D.S.
CUANDO trabajaba de reportero radiofónico, me tocó cubrir una vez un evento de esquí soviético-estadunidense, así como una expedición de trineos tirados por perros en el este de Siberia. Tras efectuar varias entrevistas me disponía a trasmitir mi reportaje, por lo que pregunté a la operadora del servicio telefónico público si ella hablaba inglés. La mujer negó con la cabeza. Sin inmutarme, saqué de inmediato mi manual de ruso, marqué la frase: "Quisiera hacer una llamada por cobrar", y le pasé el pequeño volumen para que ella me contestara.
La fila de gente detrás de mí crecía y crecía, mientras la operadora hojeaba nerviosamente el librito en busca de su respuesta. Al cabo, subrayó una pregunta y me devolvió el libro. La pregunta era: "¿Hoy mismo?"
—E.A.
UNA ADOLESCENTE presentaba su examen en la oficina en que trabajo como examinador para otorgar licencias de conducir. Durante la prueba, le ordené que doblara a la izquierda en una señal de alto para entrar en una transitada carretera de cuatro carriles. Se detuvo y miró a la derecha y a la izquierda. Creyendo que el camino estaba despejado, tomó con cautela la carretera... en sentido contrario y directamente frente a un camión de 18 ruedas.
Me las arreglé para ayudarla a sacar el automóvil de la zona de peligro. Una vez que hube recobrado la serenidad, le pregunté por qué había hecho eso. "Probablemente no lo habría hecho si usted no hubiera estado conmigo en el auto", me respondió humildemente.
—E.B.
ILUSTRACION: THOMAS PAYNE