PARA ATRAPAR A TRES LADRONES
Publicado en
noviembre 18, 2012
Llevaban años despojando ancianos. Entonces alguien decidió intervenir.
Por Marcie Bernal Mckenzie
JIM SKINNER, jefe de investigadores de la fiscalía de distrito, llamó a la puerta de una modesta casa de madera en Clovis, Nuevo México. Un banquero del lugar le había avisado a su jefe, el fiscal Randall Harris, que una viuda de 78 años adeudaba una enorme suma por uso de una tarjeta de crédito: más de 9000 dólares. Preocupado, el banquero había pedido que enviaran a alguien a casa de la anciana a cerciorarse de que todo estuviera bien.
—¿Es usted la señora Lumsden Bennett? —preguntó Skinner cuando al abrirse la puerta apareció una mujer de pelo cano que usaba lentes.
—Sí, ¿qué desea?
Skinner, hombre afable cuyas botas de vaquero lo hacían parecer más alto de lo que era, se apresuró a explicarle la razón de su visita.
—Me gustaría ofrecerle ayuda si tiene algún problema —concluyó.
La anciana hizo entrar a Skinner y en seguida le mostró un montón de mercancía barata: un estuche de plástico con cosméticos, un pequeño purificador de agua y varios frascos de vitaminas.
Luego le contó que, unos meses atrás, había recibido una llamada de una empresa de ventas por teléfono de California, K&M.
—Me dijeron que había ganado un premio en un sorteo.
Sin embargo, un vendedor que hablaba muy de prisa le explicó que para poder ganar uno de los premios grandes —un coche, un televisor, una videograbadora—, tendría que comprar otros productos.
—Así lo hice —dijo, un poco avergonzada—, pero no gané.
K&M seguía presionándola para que participara en más sorteos.
—Les he dicho mil veces que me dejen en paz, pero ha sido en vano.
Skinner la escuchó con atención y luego dijo:
—Podría grabar las llamadas. Tengo una grabadora en el coche.
La anciana accedió.
El investigador fue por el aparato y lo conectó. Estaba por marcharse cuando sonó el teléfono. La señora Bennett le indicó con una seña que eran "ellos". Por el tono de voz de la dama, Skinner se percató de que estaba muy nerviosa, y unos minutos después, cuando colgó, la vio a punto de llorar.
Luego de tranquilizar a la anciana, Skinner regresó con la cinta a su oficina, un pequeño cubículo ubicado en el segundo piso del viejo edificio de ladrillo de los tribunales de Clovis. Insertó la cinta en un reproductor y escuchó a una vendedora de K&M, La-Tishia Powers, reprender a la señora Bennett.
Indignado por la prepotencia de la vendedora, Skinner telefoneó a K&M, en Anaheim. Lo comunicaron con Jim Alpert, quien afirmó ser el "gerente de servicio a clientes". El investigador le explicó el problema y luego agregó:
—Creo que deberían dejar de telefonear a la señora Bennett.
—Tomaré cartas en el asuntó ahora mismo —prometió Alpert.
Quizá se trate de un par de vendedores abusivos, pensó Skinner, aliviado. Al menos no volverá a suceder.
Sin embargo, más tarde le telefoneó la señora Bennett. La-Tishia Powers acababa de llamar para decirle que K&M contaba con "el apoyo" de Jim Skinner.
El investigador le aseguró que era mentira y luego le dijo que grabaría más telefonemas en su casa.
—¿Se ocupó de lo que debía hacer hoy? —le preguntó Powers a la anciana al cabo de unos días.
—Ya no quiero correr más riesgos—repuso ésta con voz trémula—. Yo también tengo que vivir.
—¿Sabe cuántas veces le he telefoneado? —inquirió la vendedora—. Y no vamos a dejar de hacerlo hasta acabar con este asunto.
Entonces se escuchó la voz de un hombre.
—Habla el señor Copfer, uno de los vicepresidentes. ¿Por qué no quiere un coche nuevo?
—Porque no tengo dinero.
—Según su cuenta bancaria, sí lo tiene.
—¿Qué cuenta bancaria?
—¡Lumsden, deje de hacerse la tonta! ¿Tenemos que darle un martillazo en la cabeza para hacerla entrar en razón?
La señora Bennett, intimidada, trató de protestar.
—Puede darnos un cheque posfechado —insistió Copfer—. Vaya a buscar su chequera.
—No pienso pagar nada.
—Muy bien. Entonces lo cargaremos a su tarjeta de crédito.
—¡Más vale que no lo hagan! —dijo la anciana, y colgó.
Tras escuchar la cinta, Jim Skinner fue corriendo a la oficina de Randall Harris.
—Randy —le dijo—, quiero abrir una investigación.
COMO SKINNER averiguó, K&M era propiedad de David Wetherill, de 37 años, John Woods, de 56, y James Alpert, de 44, quienes llevaban años dirigiendo empresas de ventas por teléfono de pésima reputación. Estos individuos tenían quejas en su contra en casi todos los estados, pero siempre se las arreglaban para evadir la justicia. K&M evitaba ir a juicio pagando las multas que le imponían, y pocas veces debía enfrentar demandas civiles. Entre tanto, las ventas por teléfono habían hecho ricos a los tres sujetos, que poseían lujosas mansiones en Dana Point, California, y en Las Vegas.
Nadie había logrado echar el guante a los dueños de K&M, pero Skinner y Harris tenían un arma: la cinta grabada en casa de la señora Bennett. Además, si advertían a Copfer y a Powers que podrían ir a prisión, quizá éstos delatarían a sus jefes.
En agosto de 1991, al presentar la cinta a un gran jurado, Harris hizo hincapié en la amenaza hecha a la señora Bennett de cargar cierta suma a su tarjeta de crédito por negarse a firmar un cheque. Powers y Copfer fueron acusados formalmente de intento de fraude, conspiración para cometer fraude y extorsión.
ANTE EL RIESGO de ir a la cárcel, La-Tishia Powers fue a ver a Skinner y a Richard Klein, fiscal general adjunto de Nuevo México, y accedió a cooperar a cambio de la posibilidad de que retiraran los cargos en su contra. Las principales víctimas de K&M eran ancianos, explicó, y los sorteos, un engaño.
—Nadie gana premios grandes —añadió la vendedora—, y en ocasiones la empresa carga dos veces el mismo producto a la tarjeta de crédito de un cliente.
Al poco tiempo Mark Copfer también se declaró culpable, por lo que le redujeron la condena.
El 6 de abril de 1992 Wetherill, Woods y Alpert fueron acusados formalmente de 28 cargos de fraude y extorsión. Sus abogados aseguraron que los tres se presentarían en el tribunal al otro día, pero a la mañana siguiente comparecieron ellos solos y alegaron que ignoraban el paradero de sus clientes. Los sujetos fueron declarados prófugos.
LOS FUGITIVOS eran sumamente astutos y tenían mucho dinero, así que, si Skinner no se daba prisa, en cualquier momento podían huir del país. El investigador envió mensajes a todas las oficinas de la FBI solicitando ayuda, y luego se comunicó con la fiscalía general de Estados Unidos en Nevada y con el Departamento de Justicia de California para pedir que enviaran agentes a los domicilios de los prófugos a interrogar a sus parientes y socios.
Skinner también telefoneó al hijo de Wetherill, que residía en Las Vegas. El joven, de veintitantos años, contestó con evasivas, pero aquél era muy obstinado. Cada vez que hablaba con el joven le advertía: "No voy a dejar de perseguir a su padre. No tendrá ni un momento de descanso. Además, quienes lo ayuden tendrán que pagar las consecuencias".
El hijo de Wetherill no resistió la presión y terminó por darle pistas a Skinner de que su padre había transferido fondos por cable de Las Vegas a las islas Caimán. Al sospechar que podría tratarse de lavado de dinero, el investigador previno a la FBI en Las Vegas.
Al cabo de unos días Skinner recibió un telefonema del departamento de policía de Oceanside, California. Habían detenido allí a Dennis Poletti, uno de los principales vendedores de K&M, el cual se había ocultado en un motel al enterarse de que un investigador de Nuevo México andaba en su busca. Al día siguiente Skinner tomó un avión a California.
TEMEROSO de ir a prisión, Poletti entregó varios discos duros de computadora que contenían registros de los negocios de K&M. La información estaba protegida. Poletti juró que no conocía la clave de acceso, pero dijo que tenía que ver con el golf.
Una secretaria de K&M reveló después que había enviado unas licencias de conductor falsas a casa de la madre de Wetherill, en Louisiana, por medio de un servicio de mensajería. Skinner hizo registrar los nombres falsos en el Centro Nacional de Información sobre Delitos (CNID), banco de datos de la FBI, y telefoneó a la policía estatal de Louisiana. Acudieron agentes a investigar, pero la casa estaba vacía.
Antes de que Skinner se marchara de California, unos agentes del Departamento de Justicia del estado le mostraron unas fotografías. Los vendedores de K&M habían pedido a sus "clientes" que enviasen fotos en que aparecieran con los "premios" baratos que habían "ganado" en los falsos sorteos; luego las habían pegado en una pared de la oficina de la empresa con humillantes letreros como "¡Vaya idiota!" o "Miren a este zopenco".
Skinner meneó la cabeza con indignación. De regreso en su oficina, en Clovis, fijó unas fotos de Wetherill, Woods y Alpert en un tablero de corcho.
UNAS SEMANAS MÁS TARDE Skinner recibió un telefonema de Chris Phillips, agente especial del Departamento de Estado, quien había recibido tres solicitudes de pasaporte sospechosas. En cada una aparecía un número de apartado postal en vez de domicilio, e incluía un número de seguridad social de registro reciente. Los nombres coincidían con los que Skinner había inscrito en las listas del CNID.
Unos policías federales descubrieron que en cada uno de los apartados postales había instrucciones de enviar la correspondencia a otra dirección, en Virginia Beach, Virginia.
Entonces pusieron una trampa a los prófugos. El Departamento de Estado envió a los solicitantes una carta en la que les notificaba que sus pasaportes iban en camino; después se montó vigilancia en el último apartado postal. Cuando Wetherill y Woods se presentaron a recoger los pasaportes, el 4 de junio, los apresaron en el acto.
CON SUS CÓMPLICES en prisión, Alpert se entregó y se declaró culpable. Wetherill y Woods, en cambio, mantuvieron una actitud desafiante. En el tribunal se reían con insolencia cada vez que sus bien pagados defensores conseguían que se aplazara la fecha del juicio.
Skinner, empero, no desperdició ese tiempo. Hasta entonces, nadie había logrado vulnerar la protección de los discos duros de Poletti. Jim no dejaba de intentarlo, escribiendo en una computadora portátil todos los términos de golf que le venían a la mente.
Un día el fiscal Harris lo oyó proferir un grito de júbilo en su oficina: por fin había dado con la clave. Atentos, ambos vieron salir de la impresora un alud de información sobre los miles de clientes a quienes K&M había defraudado.
Luego, con ayuda de Clair Elkington, agente especial de la FBI, Skinner descubrió que alguien estaba transfiriendo grandes sumas de la cuenta que Wetherill tenía en las islas Caimán a cuentas de su madre, su hermana y varios amigos. En el colmo del cinismo, Wetherill había usado el teléfono de la prisión para pedir a sus familiares que transfirieran el dinero.
AL AÑO DE SU CAPTURA, Wetherill y Woods entraron en la sala de visitas del penal. Su piel, otrora bronceada, estaba pálida como el vientre de un pez. Skinner los condujo a una mesa y allí los remató.
—He aquí lo que voy a hacer —les dijo, al tiempo que extendía sobre la mesa los documentos de las transferencias de fondos—. Como estas transacciones se hicieron mientras ustedes estaban en prisión, iré tras sus familiares.
Por la cara que puso Wetherill, Jim supo que había dado en el clavo. El abogado de aquél se decidió a negociar, seguido al poco tiempo por el de Woods.
El 20 de agosto de 1993 los malhechores se declararon culpables ante un juez de los cargos de fraude y extorsión, y Jim Skinner y el fiscal Randall Harris estuvieron presentes. David Wetherill fue condenado a 18 años de cárcel, y John Woods a 16 y medio. James Alpert, que había aceptado cooperar, fue sentenciado a 13 y medio.
Cuando todo terminó, Skinner fue a su oficina y escribió una última palabra sobre las fotos de los rufianes: "¡CULPABLES!"
La Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos, que declaró en suspensión definitiva a K&M, calcula que la cantidad defraudada asciende a 58 millones de dólares, lo que la convierte en una de las empresas de ventas por teléfono con peor historial del país. Del dinero recuperado tras la cacería electrónica de Jim Skinner, se han devuelto aproximadamente 250.000 dólares a más de 400 víctimas que residen en Nuevo México, entre ellas la señora Lumsden Bennett, quien recibió más de 9000.
COMPOSICIÓN FOTOGRAFICA (SKINNER) © JOHN SCHMID, (CIELO) © ROB BOUDREAU/TONY STONE.