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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
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  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
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  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
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  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
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  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    RELOJES:
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    ESTILOS:
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    Ocultar Reloj

    ( RF ) ( R ) ( F )
    No Ocultar
    Ocultar Reloj - 2

    (RF) (R) (F)
    (D1) (D12)
    (HM) (HMS) (HMSF)
    (HMF) (HD1MD2S) (HD1MD2SF)
    (HD1M) (HD1MF) (HD1MD2SF)
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    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    Header

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    S1
    S2
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    B20
    H

    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
    ● Activar Slide 3
    ● Desactivar Slide
    ● Desplazamiento Automático
    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


    ------------- POR CATEGORÍA ---------------




















    --------REVISTAS DINERS--------






















    --------REVISTAS SELECCIONES--------














































    IMAGEN PERSONAL



    En el recuadro ingresa la url de la imagen:









    Elige la sección de la página a cambiar imagen del fondo:

    BODY MAIN POST INFO

    SIDEBAR
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    Widget 7














































































































    NOCTURNIA (Simon R. Green)

    Publicado en noviembre 18, 2012

    (Serie: "Nocturnia", vol.01)
    Something from the Nightside © 2003
    Traducción: Jesús M. Abascal Pérez



    «Fui a una casa que no era una casa.
    Abrí una puerta que no era una puerta.
    Y vi... lo que vi.»


    _____ 1 _____
    Dinero que entra caminando


    Hay detectives de todas las formas y tamaños, y ninguno se parece a una estrella de la televisión. Algunos trabajan para compañías de seguros, otros merodean por hoteles baratos con cámaras de vídeo esperando obtener evidencias para un caso de divorcio, y unos pocos incluso investigan asesinatos complicados y misteriosos. Algunos persiguen cosas que no existen, o que no deberían existir. Yo encuentro cosas. A veces preferiría no hacerlo, pero son gajes del oficio.

    En aquellos días, el cartel descascarillado de mi puerta decía «Investigaciones Taylor». Yo soy Taylor. Alto, moreno y no especialmente atractivo. Llevo con orgullo las cicatrices de antiguos casos, y jamás abandono a un cliente. Siempre que paguen por adelantado al menos una parte.

    Mi oficina era acogedora, siendo compasivos, o diminuta, no siéndolo. Allí pasaba un montón de tiempo. Era mejor que tener una vida. Se trataba de una oficina de renta baja en una zona de renta baja. Todos los negocios con algún futuro se estaban mudando, dejando más espacio para aquellos de nosotros que operábamos en esa área de grises entre lo legal y lo ilegal. Hasta las ratas pasaban de largo en busca de algún lugar más civilizado. Mis vecinos eran un dentista y un contable, ambos arruinados, ambos con más dinero que yo.

    Llovía mucho la noche que Joanna Barrett vino a verme, el tipo de lluvia fría, torrencial y despiadada que te hace sentir feliz de estar seco y a cubierto bajo un techo. Debería haberlo tomado como un presagio, pero nunca he sido muy bueno detectando indicios. Era tarde, bien pasado el punto en que el día empieza a convertirse en noche, y el resto de los trabajadores del edificio se había ido a casa. Aún estaba sentado en mi escritorio, observando a medias el televisor portátil con el volumen a cero, mientras el hombre del teléfono me gritaba al oído. Quería dinero, el muy idiota. Hice sonidos de comprensión en los momentos correctos, esperando a que se cansara y lo dejara, y entonces mis oídos detectaron pasos en el pasillo, en dirección a mi puerta. Firmes, pausados... y de mujer. Interesante. Las mujeres siempre son mejores clientes. Dicen que quieren información, pero la mayoría de las veces lo que desean es venganza, y no son tacañas cuando pagan por lo que quieren. Por lo que necesitan. No hay mayor furia que la de una mujer despechada; yo debería saberlo.

    Los pasos se detuvieron al otro lado de mi puerta, y una sombra alta estudió el agujero de bala de la ventana de cristal esmerilado. Debería haber encargado que lo repararan, pero esas intenciones se habían quedado en palabras. A los clientes les gusta un toque romántico y peligroso cuando contratan a un detective privado, incluso aunque solo quieran que entregue unos papeles.

    La puerta se abrió y ella entró: una rubia alta y atractiva que destilaba dinero y clase, y que parecía totalmente fuera de lugar en medio de los muebles baratos y las paredes desconchadas de mi oficina.

    Su ropa tenía una elegancia silenciosa y un estilo que pregonaban mucho dinero. Cuando dijo mi nombre, su voz tenía un filo aristocrático que podía cortar el vidrio. O había estado en los mejores colegios de pago, y había gastado una fortuna en clases de locución. Era quizá un tanto esbelta, y presentaba un rostro afilado y un mínimo de maquillaje que significaban que siempre sería atractiva, más que guapa. Por el modo en que esperaba de pie y en que se contenía, era obvio que se trataba de una maniática del control, y la pareja de labios minuciosamente pintados mostraba que estaba habituada a ser obedecida. Me doy cuenta de cosas como estas. Es mi trabajo. Le dediqué mi mejor movimiento indiferente de cabeza y le hice un gesto para que tomara asiento en la otra silla, al lado opuesto de mi escritorio. Se sentó sin sacar un pañuelo para limpiar antes la silla, y le concedí puntos extra por su valor. Observé cómo contemplaba la oficina, mientras la voz en mi oreja se ponía más histérica y exigía dinero con amenazas. Amenazas muy específicas. El rostro de la mujer era tranquilo, casi en blanco, pero eché un vistazo a mi oficina y me fue muy fácil verla como ella la veía.

    Un escritorio desvencijado, con solo unos pocos montones de papeles en las bandejas de entrada y salida, un archivador de cuarta mano, y un ajado sofá apoyado contra la pared. Unas sábanas arrugadas y una almohada sobre el sofá indicaban que alguien dormía allí con regularidad. La solitaria ventana de detrás de mi escritorio tenía barrotes en el exterior, y el cristal traqueteaba libre de su marco cada vez que el viento lo golpeaba. La desgastada alfombra tenía agujeros, el televisor portátil del escritorio era en blanco y negro, y la única nota de color en las paredes era un calendario de desnudos regalado. En un rincón había viejas cajas de pizza apiladas. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que aquello no era solo una oficina. Alguien vivía allí. También era patente que no se trataba de la oficina de alguien que escalaba posiciones en la vida.

    Había escogido vivir en el mundo real, por razones que en su momento parecían buenas, pero nunca había sido fácil.

    De pronto decidí que ya había tenido bastante de la voz del teléfono.

    —Mire —dije, en ese tono razonablemente tranquilo que bien empleado puede cortar a la gente—, si tuviera el dinero le pagaría, pero no lo tengo. Así que tendrá que coger número y hacer cola. Desde luego, es usted bienvenido si intenta poner una demanda, en cuyo caso le recomiendo a un vecino mío que es abogado. Necesita el trabajo, así que no se reirá en su cara cuando le cuente a quién está tratando de sacarle la pasta. Sin embargo, si no le importa tener paciencia solo un poco más, es posible que un montón de dinero entre caminando, sin más... Ya sabe, una histeria como la suya no puede ser buena para la tensión. Le recomiendo que respire hondo y que visite la costa. Yo siempre encuentro el mar de lo más relajante. Se lo pagaré. Con el tiempo.

    Colgué con firmeza y sonreí con amabilidad a mi visitante. No me devolvió la sonrisa. Supe en ese momento que haríamos buenas migas. Miró el televisor susurrante de mi escritorio, y lo apagué.

    —Me hace compañía —le dije con calma—. Como un perro, pero con la ventaja añadida de que no hay que sacarlo a pasear.
    —¿Nunca se va a su casa? —Su tono dejaba claro que no preguntaba porque le importase.
    —Ahora mismo estoy de mudanza. Cosas grandes y caras. Además, me gusta estar aquí. Todo está a mano, y nadie me molesta cuando acaba la jornada. Por lo general.
    —Sé que es tarde. No quería que me vieran viniendo aquí.
    —Eso puedo entenderlo.

    Olfateó brevemente.

    —Tiene un agujero en la puerta de la oficina, señor Taylor.

    Asentí.

    —Polillas.

    Las comisuras de su boca rojo oscuro se torcieron hacia abajo, y por un momento pensé que iba a levantarse e irse. Produzco ese efecto en la gente. Pero se controló a sí misma y me echó su mirada más intimidante.

    —Me llamo Joanna Barrett.

    Volví a asentir, sin comprometerme.

    —Lo dice como si debiera tener algún significado para mí.
    —Para cualquier otro, lo tendría —dijo, con solo un poco de acidez en la voz—. Pero supongo que no lee las páginas de negocios, ¿verdad?
    —No, a menos que alguien me pague por ello. ¿He de suponer que usted es rica?
    —Extremadamente.

    Sonreí.

    —El mejor tipo de cliente. ¿Qué puedo hacer por usted?

    La mujer cambió ligeramente de posición en la silla, aferrándose de manera protectora a su enorme bolso de mano de cuero blanco. No quería estar allí, simpatizando conmigo. Sin duda, solía tener gente que se encargaba de las tareas desagradables por ella. Pero había algo que la reconcomía. Algo personal. Algo que no podía confiarle a nadie más. Me necesitaba, eso podía afirmarse. Diablos, ya estaba contando el dinero.

    —Necesito un investigador privado —dijo de repente—. Usted... me lo recomendaron.

    Hice un gesto comprensivo con la cabeza.

    —Entonces, ya lo ha intentado con la policía, y con todas las grandes agencias de detectives, y ninguna de ellas fue capaz de ayudarle. Lo que significa que su problema no es uno de los habituales.

    Asintió con rigidez.

    —Me fallaron. Todos ellos. Cogieron mi dinero y no me dieron más que excusas. Bastardos. De modo que reclamé cada favor que me debían y usé todo contacto de que dispongo, y al final alguien me dijo su nombre. Tengo entendido que encuentra gente.
    —Puedo encontrar cualquier cosa o persona, si el precio es el correcto. Es un don. Soy terco, tozudo y un montón de cosas más que empiezan con t, y nunca me rindo mientras los cheques sigan llegando. Pero no hago trabajos para seguros, ni divorcios, ni resuelvo crímenes. Diablos, no reconocería una pista aunque me cayera sobre ella. Solo encuentro cosas, quieran ellas ser encontradas o no.

    Joanna Barrett me dedicó una gélida mirada de desaprobación.

    —No me gusta que me sermoneen.

    Sonreí abiertamente.

    —Entra dentro del precio.
    —Y no me importa su actitud.
    —Al igual que a muchos.

    Ella volvió a considerar seriamente la posibilidad de irse. Observé cómo luchaba consigo misma con rostro calmado y relajado. Alguien como ella no habría aguantado tanto a menos que estuviese realmente desesperada.

    —Mi hija ha... desaparecido —dijo por fin, a regañadientes—. Quiero que la encuentre.

    Sacó una foto borrosa de veinte por veinticinco de su gigantesco bolso, y la deslizó por la mesa hacia mí con un enfadado gesto de su mano. Estudié la foto sin tocarla. La imagen de una cabeza y unos hombros de una adolescente ceñuda me devolvieron la mirada con hosquedad, desde unos ojos entrecerrados que observaban a través de una maraña de largos cabellos rubios. Habría sido guapa si no hubiese fruncido tanto el entrecejo. Tenía pinta de estar enfrentada con todo el maldito mundo, y solo un imbécil apostaría por el mundo. En otras palabras, una digna hija de su madre.

    —Su nombre es Catherine, señor Taylor. —La voz de Joanna Barrett se había vuelto de pronto más baja, más mansa—. Solo contesta al nombre de Cathy, cuando le da por contestar. Tiene quince años, casi dieciséis, y quiero que la encuentre.

    Hice un gesto afirmativo. Estábamos en territorio conocido.

    —¿Cuánto hace que la echa en falta?
    —Algo más de un mes. —Hizo una pausa—. Esta vez —añadió a regañadientes.

    Volví a asentir. Me ayuda a parecer sesudo.

    —¿Ha ocurrido algo recientemente que disgustara a su hija?
    —Hubo una discusión. Nada que no hubiésemos dicho ya con anterioridad, Dios lo sabe. No sé por qué se escapa. Tiene todo lo que siempre ha querido. Todo.

    Rebuscó en el bolso otra vez y sacó cigarrillos y un encendedor. El tabaco era francés, y el mechero dorado con un monograma. Elevé mi tarifa convenientemente. Encendió un cigarrillo con mano firme, y después exhaló nerviosas nubecillas de humo por la oficina. La gente no debería fumar en situaciones como esta. Es demasiado revelador. Le acerqué mi único cenicero, con forma de pulmón, y volví a estudiar la foto. De momento no estaba preocupado por Cathy Barrett. Parecía poder cuidar de sí misma, y encargarse de cualquiera lo bastante estúpido para molestarla. Decidí que era hora de comenzar con las preguntas obvias.

    —¿Y el padre de Catherine? ¿Cómo se lleva su hija con él?
    —No se lleva. Nos abandonó cuando tenía dos años. La única cosa decente que ese bastardo egoísta hizo por nosotros. Sus abogados le consiguieron visitas, pero apenas las utiliza. Todavía tengo que perseguirlo para que pague la manutención. No es que lo necesitemos, por supuesto, pero es cuestión de principios. Y antes de que lo pregunte, no. Nunca ha habido problemas de drogas, alcohol, dinero o novios inapropiados. Me hubiera dado cuenta. Siempre la he protegido, y jamás le he levantado una mano. Tan solo es una pequeña zorra huraña y desagradecida.

    Por un instante, algo que podrían haber sido lágrimas brilló en sus ojos, pero el momento pasó. Me recosté en mi silla, como considerando lo que me había dicho, pero todo me parecía bastante claro. Rastrear a alguien que se había escapado no era un gran caso, pero estaba falto de casos y de dinero, y había facturas que tenía que pagar. Con urgencia. No había sido un buen año. No en mucho tiempo. Me incliné hacia delante, descansé los codos sobre la mesa y puse cara seria y comprometida.

    —Entonces, señora Barrett, lo que aquí tenemos es una pobre niña rica que cree que tiene de todo menos amor. Es probable que ande pidiendo monedas en el metro, comiendo sobras y pan duro, durmiendo en los bancos de los parques, juntándose con toda clase de tipejos y diciéndose a sí misma que está corriendo una gran aventura. Vivir la vida de la calle, con gente real. Segura porque sabe que ha vuelto a conseguir atraer la atención de su madre. Yo no me preocuparía mucho por ella. Volverá a casa, en cuanto empiece a hacer frío por las noches.

    Joanna Barrett ya estaba sacudiendo su cabeza de peinado caro.

    —Esta vez no. He tenido a gente buscándola durante semanas, y nadie es capaz de encontrar ni rastro de ella. Ninguno de sus anteriores... conocidos ha sabido de ella, a pesar de las generosas recompensas que he ofrecido. Es como si hubiese desaparecido de la faz de la tierra. Siempre había sido capaz de localizarla. Mi gente tiene contactos en todas partes. Pero esta vez, todo lo que he conseguido es un nombre que no reconozco. Un nombre, dado por la misma persona que me mencionó el suyo. Me dijo que encontraría a mi hija... en Nocturnia.

    Una mano helada me cogió el corazón mientras se enderezaba en mi silla. Debería haberlo sabido. Debería saber que el pasado nunca te abandona, no importa lo que corras para huir. La miré directamente a los ojos.

    —¿Qué sabe acerca de Nocturnia?

    Ella no se estremeció, pero pareció que quisiera. Puedo sonar peligroso cuando es necesario. Cubrió el lapso apagando el cigarrillo a medias en el cenicero, concentrándose en hacer bien el trabajo para no tener que mirarme por unos instantes.

    —Nada —dijo al fin—. Ni una maldita cosa. Nunca había oído ese nombre, y los pocos conocidos que lo reconocen... no me hablan sobre ello. Cuando los presiono, renuncian y se alejan de mí. Prefieren huir de más dinero del que jamás han reunido en su vida antes que hablar de Nocturnia. Me miran como si estuviese... enferma, solo por querer hablar del tema.
    —No me sorprende. —Mi voz volvía a ser tranquila, aunque seria, y ella volvió a mirarme. Escogí las palabras con cautela—. Nocturnia es el corazón oscuro, oculto y secreto de la ciudad. La hermana gemela de Londres. Es donde están las cosas realmente salvajes. Si su hija ha encontrado la forma de entrar allí, tiene verdaderos problemas.
    —Por eso he venido a usted —dijo Joanna—. Me han dicho que usted opera en Nocturnia.
    —No. No desde hace mucho tiempo. Huí, y juré que nunca volvería. Es un mal sitio.

    Ella sonrió, de vuelta a un terreno familiar.

    —Estoy dispuesta a ser muy generosa, señor Taylor. ¿Cuánto quiere?

    Consideré la cuestión. ¿Cuánto, por volver a Nocturnia? ¿Cuánto vale tu alma? ¿Tu cordura? ¿Tu respeto por ti mismo? Pero el trabajo había sido escaso últimamente y necesitaba el dinero. También había gente mala en esta parte de Londres, y a algunos de ellos les debía más de lo que sería deseable. Reflexioné sobre el asunto. Encontrar a una adolescente que se escapa no debería ser muy difícil. Un trabajo rápido. Probablemente pudiera entrar y salir antes de que nadie supiera que estuve allí. Si tenía suerte. Miré a Joanna Barrett y doblé lo que iba a pedirle.

    —Mil libras al día, más gastos.
    —Eso es mucho dinero —dijo de forma automática.
    —¿Cuánto vale su hija?

    Asintió con brío, admitiendo aquel punto. En realidad, no le importaba lo que le cobrara. La gente como yo siempre éramos calderilla para la gente como ella.

    —Encuentre a mi hija, señor Taylor. Cueste lo que cueste.
    —Sin problema.
    —Y devuélvamela.
    —Si eso es lo que ella quiere. No la arrastraré a casa en contra de su voluntad. No estoy en el negocio de los secuestros.

    Ahora fue el turno de ella para incorporarse hacia delante. Su turno de tratar de parecer peligrosa. Su mirada era dura e impasible, y sus palabras podían estar hechas de hielo.

    —Cuando acepta mi dinero, hace lo que yo digo. Encuentre a esa ovejita descarriada, sáquela del lío en que se haya metido esta vez, y tráigamela a casa. Entonces, y solo entonces, cobrará. ¿Está claro?

    Me quedé sentado, sonriéndole, en absoluto impresionado. A mis años, había visto un montón de gente mucho más temible. Y en comparación con lo que me esperaba de vuelta a Nocturnia, su ira y amenazas implícitas no suponían nada. Además, yo era su última oportunidad, y ambos lo sabíamos. Nadie acude a mí en primer lugar, y no tenía nada que ver con lo que cobro. Tengo una reputación bien ganada de hacer las cosas a mi modo, de rastrear la verdad cueste lo que cueste, y al infierno con quien salga dañado en el proceso. Eso incluía, a veces, a mis clientes. Siempre afirman querer la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, pero pocos de ellos lo desean de verdad. No cuando una pequeña mentira piadosa puede resultar más reconfortante. Pero las mentiras no son lo mío, y ese es el motivo por el que nunca reúno el dinero suficiente para moverme en los círculos de la señora Barrett. La gente solo viene a mí cuando ya han intentado todo lo demás, incluidos los sacerdotes y las adivinas. A Joanna Barrett no le quedaba nadie a quien acudir. Intentó aguantarme la mirada un rato, y no pudo. Pareció encontrar eso tranquilizador. Volvió a rebuscar en el bolso, sacó un cheque escrito y me lo pasó por encima de la mesa. En apariencia, era hora del plan B.

    —Cincuenta mil libras, señor Taylor. Habrá otro cheque igual que este cuando todo termine.

    Mantuve el rostro impasible, pero en mi interior sonreía de oreja a oreja. Por cien de los grandes, hubiera encontrado a la tripulación del Marie Celeste. Casi merecía la pena volver a Nocturnia. Casi.

    —Hay una... condición.

    Sonreí.

    —Ya imaginé que la habría.
    —Yo voy con usted.

    Me enderecé en mi silla.

    —No. Para nada. De ningún modo.
    —Señor Taylor...
    —No sabe lo que está pidiendo...
    —¡Se ha ido hace más de un mes! Nunca ha estado fuera tanto tiempo. A estas alturas, puede haberle ocurrido cualquier cosa. Tengo que estar allí... cuando la encuentre.

    Sacudí la cabeza, pero ya sabía que esta la iba a perder. Siempre he sido un blando en lo que a las familias se concierne. Es lo que pasa cuando nunca tienes una. Puede que Joanna siguiera sin llorar, pero tenía los ojos húmedos y brillantes, y por primera vez su voz era insegura.

    —Por favor. —No parecía cómoda al decir esas dos palabras, pero las dijo de todas formas. No por ella, sino por su hija—. Tengo que ir con usted. Tengo que saber. Ya no puedo quedarme en casa, esperando a que suene el teléfono. Usted conoce Nocturnia. Lléveme allí.

    Nos miramos durante un rato, viendo del otro quizá un poco más de lo que ambos solíamos mostrar al resto del mundo. Al final asentí, como los dos sabíamos que haría. Pero por su bien, traté de hacerle entrar en razón una vez más.

    —Deje que le diga algo sobre Nocturnia, Joanna. Llaman a Londres «el humo», y todo el mundo sabe que no hay humo sin fuego. Nocturnia son dos kilómetros cuadrados de calles estrechas y callejones en el centro de la ciudad, que unen bloques de apartamentos y barrios bajos que ya eran antiguos cuando el siglo pasado nacía. Eso si confía en los mapas oficiales. En la práctica, Nocturnia es mucho más grande, como si el mismísimo espacio se hubiera expandido a regañadientes para dar cabida a toda la oscuridad, toda la maldad y todas las cosas raras que han establecido allí su hogar. Hay quien dice que hoy en día Nocturnia, en realidad, es más grande que la ciudad que la rodea, lo cual dice algo muy preocupante acerca de la naturaleza humana y sus apetitos, si piensa en ello. Por no mencionar los apetitos inhumanos. Nocturnia siempre ha sido un lugar cosmopolita.

    »Siempre es de noche en Nocturnia. Siempre son las tres de la mañana, y el amanecer nunca llega. La gente va y viene, llevada por necesidades innombrables, en busca de placeres y servicios imperdonables para el mundo de la luz del sol y la cordura. Puede vender o comprar cualquier cosa en Nocturnia, y nadie hace preguntas. A nadie le importa. Hay un club nocturno donde puede pagar para ver cómo un ángel caído arde para siempre en el interior de un pentáculo dibujado con sangre de bebé. O una cabeza de carnero decapitada, que puede predecir el futuro con enigmáticos versos de una métrica yámbica perfecta. Hay una habitación donde está enjaulado el silencio, y los colores están prohibidos, y otra donde una monja muerta le enseñará sus estigmas, por un precio razonable. Ya no podrá volver a levantarse, pero dejará que le meta los dedos en las llagas llenas de sangre coagulada, si lo desea.
    »Todo lo que alguna vez temió o soñó corre suelto en algún lugar de las tortuosas calles de Nocturnia, o le espera con paciencia en las costosas habitaciones privadas de los clubes solo aptos para clientes habituales. Puede encontrarlo todo en Nocturnia, si no le encuentra a usted primero. Es un lugar enfermizo, mágico, peligroso. ¿Aún quiere ir allí?

    —Me está sermoneando otra vez.
    —Conteste a la pregunta.
    —¿Cómo puede existir tal sitio, justo aquí en el corazón de Londres, sin que nadie lo sepa?
    —Existe porque siempre ha existido, y permanece en secreto porque los poderes que son, los verdaderos, así lo quieren. Puede morir allí. Quizá yo mismo, y sé lo que me digo. O al menos, lo sabía. No he vuelto hace años. ¿Sigue queriendo ir?
    —Iré donde esté mi hija —dijo Joanna con firmeza—. Nunca hemos estado... tan unidas como me habría gustado, pero iría al mismísimo infierno para conseguir que vuelva.

    Le sonreí, esta vez sin pizca de humor.

    —Puede que así sea, Joanna. Puede que sí.


    _____ 2 _____
    En camino


    Me llamo John Taylor. Todos en Nocturnia conocen ese nombre.

    He tenido una vida ordinaria en el mundo normal, y como recompensa nadie ha intentado matarme en estos años. Me gustaba ser anónimo. Me liberaba de la presión. La presión del reconocimiento, de las expectativas y del destino. Y no, ahora no voy a explicar nada de eso. Cumplí treinta hace pocos meses, pero me importa poco. Cuando has tenido tan mala suerte como yo, aprendes a no agobiarte por minucias. Pero hasta los pequeños problemas del mundo cotidiano pueden amontonarse, y ahí estaba yo, de vuelta a Nocturnia, a pesar de lo que el juicio me dictaba. Dejé Nocturnia hace cinco años, huyendo de una muerte inminente y de la traición de los amigos, y juré, con los labios llenos de sangre, que jamás regresaría, por ningún motivo. Debería haber recordado que a Dios le encanta hacer que un hombre rompa una promesa.

    Dios, o Alguien.

    Iba a volver a un lugar donde todos me conocían, o pensaban que así era. Podía haber sido un tipo problemático, si me hubiera importado lo bastante. O quizá me preocupara demasiado, toda la gente corriente que hubiera tenido que pisotear para llegar ahí. Siendo sincero, cosa que intento no hacer en público, nunca fui tan ambicioso. Y nunca se me dio bien trabajar en grupo. Iba a mi aire, cuidaba de mí mismo, e intentaba vivir según mi propia definición de honor. El meterme en tantos líos no era del todo culpa mía. Me veía a mí mismo como un caballero errante... pero la damisela en peligro me apuñaló por la espalda, mi espada se rompió contra la piel del dragón, y mi grial acabó siendo el fondo de una botella de whisky. Ahora iba a regresar a las viejas caras, las viejas guaridas y las viejas heridas, y todo lo que podía hacer era esperar que mereciera la pena.

    No tenía sentido esperar pasar desapercibido. John Taylor es un nombre destacado en Nocturnia. Cinco años de exilio no cambiarían ese hecho. No es que nadie me conociera realmente, por supuesto. Pregunta por mí en una docena de sitios diferentes, y obtendrás una docena de respuestas distintas. Me han llamado brujo y mago, timador y estafador, y pícaro honrado. Todos se equivocan, claro. Nunca dejo que nadie se acerque tanto. He sido un héroe para algunos, un villano para otros, y muchas cosas en medio. Puedo hacer algunas cosas, aparte de encontrar gente, algunas de ellas bastante impresionantes. Cuando formulo una pregunta, la gente casi siempre contesta. Solía ser un hombre peligroso, incluso para Nocturnia; pero eso fue hace cinco años. Antes de que el destino me atrapara en la rueda del amor.

    No sabía si aún tenía en mí esa parte tan peligrosa, pero así lo pensé. Es como tirar a alguien de la bicicleta con un bate de béisbol; nunca se pierde el toque.

    Jamás he llevado un arma. Nunca he sentido la necesidad.

    Mi padre bebió hasta morir. Nunca pudo superar el descubrir que su esposa no era humana. Yo jamás la conocí. La gente de mi calle hacía turnos para cuidar de mí, con cantidades variables de renuencia y atención, y con el resultado de que nunca me he sentido en casa en ningún lugar. Tengo un montón de preguntas acerca de mí mismo, y aún busco las respuestas, lo cual es quizá el motivo por que el que acabé como investigador privado. Hay un cierto consuelo en encontrar la solución a los problemas de los demás, si no puedes resolver los tuyos. Llevo una larga gabardina blanca cuando trabajo, un poco porque es lo que se espera, otro poco porque es práctica, y en su mayor parte porque me otorga una imagen detrás de la cual puedo esconder mi verdadero yo. Me gusta mantener a la gente sobre una pista falsa. Y no dejo que nadie se acerque, ya no. Tanto por su seguridad, como por la mía.

    Duermo solo, como todo lo que sea malo, y me hago mi propia colada. Cuando me acuerdo. Para mí, es importante sentirme autosuficiente. No depender de nadie. He tenido mala suerte con las mujeres, pero soy el primero en admitir que la mayor parte de la culpa es mía. A pesar de mi vida, sigo siendo un romántico, con todos los problemas que conlleva. Mi amiga más íntima es una cazadora de recompensas que solo opera en Nocturnia. Una vez intentó matarme. No le guardo rencor. Solo eran negocios.

    Bebo en exceso, y casi no me importa. Valoro las propiedades adormecedoras del alcohol. Hay mucho que prefiero no recordar.

    Y ahora, gracias a Joanna Barrett y a su hija errante, me dirigía de nuevo al Infierno. De regreso a un lugar donde la gente ha intentado matarme desde que tengo memoria, por razones que jamás comprendí. De vuelta al único lugar en el que me he sentido vivo alguna vez. En Nocturnia, soy más que un simple detective privado. Esa era una de las razones por las que me marché. No me gustaba en lo que me estaba convirtiendo.

    Sin embargo, mientras recorría los túneles del metro bajo las calles de Londres con Joanna Barrett a remolque, que me aspen si no me sentía como de vuelta al hogar.

    * * *

    No importa qué estación o línea se escoja: todas las rutas llevan a Nocturnia. Y lo curioso del metro es que todas las estaciones parecen iguales. Las mismas paredes embaldosadas, las mismas máquinas horribles, las luces demasiado brillantes y los enormes carteles de cine y publicidad. Las sucias máquinas expendedoras, de las que solo los turistas son lo bastante idiotas para esperar sacar algo. Los vagabundos, sentados o tumbados en sus nidos de sábanas mugrientas, pidiendo cambio, o simplemente encantados de librarse de los elementos por un rato. Y, por supuesto, el interminable ruido de pasos apresurados. Vendedores, obreros, turistas, hombres de negocios, siempre con prisa por llegar a donde sea. Londres aún no ha alcanzado el punto de saturación, como Tokio, donde han tenido que emplear a gente para estrujar a los últimos viajeros para que entren en los vagones y las puertas puedan cerrarse; pero estamos llegando a ese punto.

    Joanna se pegaba a mí mientras la conducía por los túneles. Estaba claro que nunca había tenido que preocuparse por los alrededores ni por las multitudes. Sin duda, estaba acostumbrada a cosas mejores, como largas limusinas con chófer de uniforme y vino espumoso siempre listo. Traté de no sonreír mientras la guiaba por las aglomeraciones de gente. Resultó que ella no llevaba cambio, así que acabé pagando el billete de ambos. Incluso tuve que enseñarle cómo utilizar su billete en las máquinas.

    Por una vez, todas las escaleras mecánicas funcionaban a la vez, y nos sumergimos más en el sistema de túneles. Tomaba desvíos de manera aleatoria, confiando en que mis viejos instintos me guiaran, hasta que al final divisé el cartel que estaba buscando. Estaba escrito en una lengua que solo los que estaban en el ajo sabían reconocer, y no digamos comprender. Enoquiano, por si interesa. Un lenguaje artificial, creado hace mucho para que los mortales hablaran con los ángeles, aunque solo he conocido una persona que supiera pronunciarlo correctamente. Cogí a Joanna del brazo y tiré de ella hacia el túnel secundario bajo el cartel. Se sacudió mi mano, enfadada, pero permitió que la hiciera pasar por la puerta marcada como «Mantenimiento». Sus protestas cesaron al punto cuando se vio en lo que parecía ser un armario lleno de espantapájaros con uniformes del British Rail. No preguntéis. Cerré la puerta detrás de nosotros, y se produjo un bendito momento de paz cuando la puerta nos separó del rugir de las masas. Había un teléfono en la pared. Lo descolgué. No había tono de llamada. Pronuncié una sola palabra en el auricular.

    —Nocturnia.

    Colgué el teléfono y miré la pared con expectación. Joanna me miraba a mí, perpleja. Y entonces, la pared gris se abrió en dos, de arriba a abajo, ambas partes deslizándose a un lado con un tembloroso movimiento continuo hasta formar un largo y angosto túnel. Las paredes desnudas del túnel eran rojo sangre, como una herida, y la luz, que parecía no proceder de ninguna parte, era escasa y neblinosa. Olía a viejos perfumes corruptos y flores pisoteadas. Un murmullo de voces que se alzaba y bajaba venía del interior del pasadizo. También fluctuaba el volumen de una música, como de varias señales de radio a la vez. En algún lugar sonaba una campana, un sonido triste, de pérdida y soledad.

    —¿Espera que entre en eso? —dijo Joanna, encontrando al fin la voz—. ¡Parece la carretera al Infierno!
    —Casi —dije con tranquilidad—. Es el camino hacia Nocturnia. Confíe en mí; esta parte del viaje es bastante segura.
    —Tiene mala pinta —dijo Joanna en voz baja, mirando el túnel con fascinación, como un pájaro a una serpiente—. Parece... antinatural.
    —Oh, eso sí. Pero es la mejor formo de llegar a su hija. Si no puede con esto, dese ahora la vuelta. Después se pone peor.

    Ella levantó la cabeza y apretó los labios.

    —Usted primero.
    —Por supuesto.

    Entré en el túnel, y Joanna justo detrás de mí. Y así dejamos atrás el mundo normal.

    Emergimos de dicho pasaje en el andén de una estación que a primera vista no era diferente a lo que podría esperarse. Joanna dio un gran suspiro de alivio. No dije nada. Era mejor que descubriera las cosas por sí misma. La pared se cerró en silencio a nuestras espaldas cuando ayudé a Joanna a bajar al andén. Habían pasado cinco años desde la última vez que estuviera allí, mas en realidad nada había cambiado. Las paredes de baldosas color crema estaban salpicadas aquí y allá de viejas manchas de sangre seca, marcas profundas que podrían haber sido de garras y toda clase de pintadas. Como solía ser habitual, alguien había escrito «Cthulhu» de forma incorrecta.

    En la pared curva frente al andén, la lista de destinos había cambiado. «Catarata de Sombras». «Nocturnia». «Haceldama». «Calle de los Dioses». Los carteles seguían siendo extraños, perturbadores, como escenas de sueños que es mejor olvidar. Había caras famosas que anunciaban películas, lugares y servicios de los que normalmente solo se habla en susurros. La gente que poblaba el andén era para verla, y me dispuse a disfrutar de las reacciones de Joanna. Estaba claro que le hubiera gustado pararse con la boca abierta, pero maldita sea si iba a darme esa satisfacción. Así que siguió caminando, con los ojos abiertos pasando de una visión inesperada a otra.

    Había músicos callejeros tocando canciones desconocidas. Sus gorras estaban en el suelo frente a ellos con monedas de toda clase de lugares, algunas de ellas fuera ya de circulación, y otras que nunca habían tenido vigencia. Un hombre cantaba una balada de amor no correspondido del siglo trece en latín vulgar, mientras que otro, no muy lejos, cantaba otra de Bob Dylan con los versos al revés, acompañándose de una guitarra al aire. La guitarra estaba un poco desafinada. Dejé unas monedas en ambas gorras. Nunca se sabe cuándo puedes necesitar un poco de crédito extra en el departamento de karma.

    Más allá sobre el andén, un neandertal encorvado con un pequeño traje de negocios hablaba de manera animada con un enano con pinta de aburrido que vestía uniforme completo de las SS nazis. Un noble de la corte de la reina Isabel i con gola y sedas rajadas charlaba amigablemente con un atractivo travestido de casi metro noventa con traje de corista, y era difícil establecer cuál de los dos parecía más extremo. Una mujer con armadura espacial futurista y un hombre desnudo cubierto de tatuajes y manchas de glasto comían unas cosas que aún se retorcían clavadas en palillos. Para entonces, Joanna ya se había detenido del todo. Le di una palmadita en la espalda, y toda ella pareció saltar fuera de su piel.

    —Intente no parecer un turista —dije con sequedad.
    —¿Qué...? —Tuvo que pararse y volver a hacer la pregunta—. ¿Qué es este lugar? ¿A dónde me ha traído? ¿Y quién demonios es esta gente?

    Me encogí de hombros.

    —Este es el camino más rápido a Nocturnia. Hay otros. Algunos oficiales, otros no. Cualquiera puede meterse en la calle equivocada, abrir la puerta incorrecta, y acabar en Nocturnia. Sin embargo, la mayoría de ellos no ríen los últimos. Londres y Nocturnia han estado en contacto desde hace tanto tiempo que las barreras se están volviendo delgadas hasta un extremo peligroso. Algún día entrarán en colisión, y todo el veneno de Nocturnia saldrá salpicando, pero para entonces mi plan es estar a salvo, muerto en mi tumba. Sin embargo, esta sigue siendo la ruta más segura.
    —¿Y esa gente?
    —Solo personas, con sus vidas. Está viendo una parte del mundo que la mayoría de ustedes nunca llegan a conocer. Lo subterráneo, las sendas ocultas, transitadas por gente secreta dedicada a asuntos secretos, persiguiendo metas y misiones que solo podemos adivinar. Existen más mundos de los que conocemos, o de los que desearíamos conocer, y la mayoría de ellos envía gente a Nocturnia tarde o temprano. Se puede encontrar toda clase de personas aquí, en el metro, y no conocer el daño mientras la antigua Tregua dure. Todo el mundo viene a Nocturnia. Mitos y leyendas, viajeros y exploradores, visitantes de dimensiones más altas o más bajas. Inmortales. No muertos. Psiconautas. Intente no quedarse mirando.

    Seguí guiándola por el andén, y el hecho de que no hiciera un solo comentario era señal de lo agitada que estaba. Ni siquiera puso objeciones a que le cogiera el brazo otra vez. Sin mirar alrededor, ni interrumpir sus conversaciones ni nada que delatara mi presencia, la gente que teníamos delante se apartaba para dejarnos pasar. Unos pocos hicieron la señal de la cruz cuando pensaban que yo no miraba, y otros signos en contra del diablo más antiguos. Después de todo, parecía que no me habían olvidado del todo. Un cura con una andrajosa capa gris, un prístino alzacuello blanco y una venda gris sobre los ojos pregonaba su sermón ante nosotros, con una maleta muy usada y abierta a sus pies.

    —¡Patas de gallo! —gritaba con voz áspera y estridente—. ¡Agua bendita! ¡Males de ojo! ¡Estacas de madera y balas de plata! ¡Sabéis que las necesitáis! ¡No me vengáis llorando si acabáis volviendo a casa renqueantes, con el bazo de otra persona en lugar del vuestro!

    Se calló cuando Joanna y yo nos aproximamos. Olfateó el aire con recelo, inclinando su enorme cabeza ciega a un lado. Empezó a pasar sus dedos por un rosario hecho de metacarpos humanos. De pronto, se echó adelante para bloquearnos el paso y me apuntó con un dedo acusador.

    —¡John Taylor! —espetó, casi escupiendo las palabras—. ¡Hijo de la perdición! ¡Engendro del demonio y abominación! ¡Azote de los elegidos! ¡Atrás! ¡Atrás!
    —Hola, Pew —dije—. Qué bueno verte de nuevo. Aún trabajas a la antigua, ya veo. ¿Cómo va el negocio?
    —Oh, no demasiado mal, gracias, John. —Pew sonrió vagamente en mi dirección, dejando a un lado su Voz oficial por un momento—. Mi producto es como los seguros de viaje: nadie cree necesitarlos de verdad, hasta que es demasiado tarde. «A mi no puede ocurrirme», gimen. Pero desde luego, en Nocturnia sí que puede, y lo hará. De súbito, de manera violenta y horrible, por lo general. Si estos idiotas me prestaran un poco de atención, estaría salvando vidas. En fin, ¿qué estás haciendo aquí otra vez, John? Pensé que tenías más sentido común. Sabes que Nocturnia no es buena para ti.
    —Estoy trabajando en un caso. No te preocupes, no me quedaré.
    —Eso es lo que todos dicen —gruñó Pew, moviendo incómodo sus anchos hombros dentro de su raída capa—. Sin embargo, todos hacemos lo que tenemos que hacer, supongo. ¿A quién estás buscando esta vez?
    —Solo a alguien que se escapó. Una adolescente llamada Catherine Barrett. Supongo que el nombre no te dice nada, ¿verdad?
    —No, pero estoy bastante fuera de onda últimamente, por elección propia. Malos tiempos se avecinan... Un consejo, chico. Oigo cosas, cosas malas. Ha venido algo nuevo a Nocturnia. Y la gente ha estado mencionando otra vez tu nombre. Vigila tu espalda, muchacho. Si alguien fuera a matarte, preferiría ser yo.

    Se dio la vuelta de pronto y volvió a su estridente lamento. No había nadie tan cercano, tan familiar, como los viejos enemigos.

    El andén tembló, se produjo una corriente de aire y un tren entró rugiendo en la estación, frenando hasta detenerse. El tren era una larga y reluciente bala de plata, sin ventanas. Los vagones eran tubos de metal, y solo las pesadas puertas reforzadas se erigían contra su deslumbrante perfección. Las puertas se abrieron con un siseo, y la gente entró y salió. Estaba dispuesto a coger a Joanna del brazo otra vez, pero no fue necesario. Entró en el vagón que teníamos delante sin dudarlo, con la cabeza alta. La seguí y me senté a su lado.

    El vagón estaba casi vacío, por lo que di gracias. Nunca me han gustado los apretujones. El hombre sentado enfrente estaba leyendo un periódico ruso con gran concentración. La fecha era de una semana en el futuro. Al otro lado del vagón inmaculadamente limpio se sentaba una joven ataviada con todos los atributos del punk, incluidos los múltiples piercings y la feroz cresta verde que dominaba su cabeza afeitada. Estaba leyendo una gran Biblia con las tapas de cuero. Las páginas parecían estar vacías, pero el blanco sobre blanco de sus ojos, que no pestañeaban, la señalaba como una graduada de la Escuela Profunda, y supe por tanto que las páginas estarían llenas de una sabiduría tremenda.

    Joanna examinaba el vagón, e intenté verlo a través de sus ojos. La ausencia total de ventanas lo asemejaba más a una celda que a un medio de transporte, y el fuerte olor a desinfectante me recordó a la consulta de un dentista. No había mapas en ningún sitio. La gente que cogía este tren sabía a dónde iba.

    —¿Por qué no hay ventanas? —dijo Joanna después de un rato.
    —Porque es preferible no ver lo que hay fuera —dije—. Ni que nos vean a nosotros. Tenemos que viajar a través de lugares extraños y crueles para llegar a Nocturnia. Sitios peligrosos y sobrenaturales, que robarían la visión de sus ojos y la razón de su mente. O eso me han dicho. Nunca me ha dado por echar un vistazo.
    —¿Y el conductor? ¿No tiene él que ver por dónde vamos?
    —No estoy seguro de que haya conductor —dije, pensativo—. No conozco a nadie que haya visto alguno. Creo que los trenes han hecho esta ruta tanto tiempo que son capaces de funcionar por sí mismos.
    —¿Quiere decir que no hay ningún humano a los mandos?
    —Es probable que sea mejor así. Los humanos son muy limitados. —Sonreí ante su cara de sorpresa—. ¿Ya se arrepiente de haber venido?
    —No.
    —No se preocupe. Lo hará.

    Y fue entonces cuando algo chocó contra el exterior del vagón contiguo al nuestro, arrojando al suelo al ruso. Con cuidado, recogió las hojas de su periódico y se fue a sentarse más allá. La pesada pared de metal se abolló hacia adentro, cediendo lentamente al determinado asalto del exterior. La chica punk no levantó los ojos de su Biblia, aunque ahora musitaba silenciosas palabras. Las mellas del metal se hicieron más profundas, y una sección entera se abombó hacia adentro de forma amenazadora, bajo una presión inimaginable. Joanna se hundió en su asiento.

    —Relájese —le dije para tranquilizarla—. No puede entrar. El tren está protegido.

    Me miró con cara de espanto. Choque cultural. Ya lo he visto antes.

    —¿Protegido? —dijo al fin.
    —Por antiguos pactos y acuerdos. Confíe en mí, no quiera saber los detalles. En especial, si hace poco que ha comido.

    Fuera del vagón, algo rugió con una frustración rabiosa. No parecía en absoluto humano. El sonido se fue apagando, retrocediendo por todo el vagón mientras el tren lo dejaba atrás. La pared metálica recuperó poco a poco su forma original, desapareciendo las marcas una a una. Y entonces algo, o una serie de «algos», recorrió el costado del vagón y se subió al techo. Luces apresuradas, tamborileando rápido, moviéndose al unísono, como muchos insectos grandes. Las luces del vagón parpadearon un instante. Sonaba como si hubiese un enjambre de ellos sobre el techo, reptando atrás y adelante. Unas voces llegaron a nosotros flotando, estridentes, altas, todas mezcladas, como una misma voz hablando en armonía consigo misma. Había un ligero zumbido metálico en las vocales que me provocó un escalofrío en el espinazo. Las Hermanas Quebradizas del Enjambre volvían a merodear.

    —Salid, salid, seáis quienes seáis —dijo un coro de una sola voz—. Salid, y jugad con nosotras. O dejadnos entrar, dejadnos entrar y jugaremos con vosotros hasta que no puedas más. Queremos meter nuestros dedos pegajosos en vuestro material genético, y esculpir vuestras matrices con nuestros escalpelos vivientes...
    —Haga que se callen —dijo Joanna muy tensa—. No puedo soportar sus voces. Es como si rascasen mi cerebro, intentando entrar.

    Miré al ruso y a la punk, pero estaban dedicados por completo a sus propios asuntos. Levanté la vista hacia el techo del vagón.

    —Marchaos y dejad de molestarnos —dije con firmeza—. Aquí no hay nada para vosotras, según los términos del Tratado y el sacrificio.
    —¿Quién osa darnos órdenes? —dijeron las muchas voces en una, casi ahogadas por el golpeteo constante de sus garras sobre el techo metálico.
    —John Taylor —dije con claridad—. No hagáis que tenga que subir ahí.

    Se produjo una larga pausa. Se quedaron muy en silencio, hasta que por fin el coro inhumano dijo:

    —Adiós, pues, dulce príncipe, y no nos olvide cuando llegue a su reino.

    Un escabullirse de patas de insecto y se fueron, mientras el tren se tambaleaba en silencio siguiendo su camino. El ruso y la punk me miraron, y luego apartaron la vista con rapidez antes que yo me encontrara con sus ojos. Joanna también me estaba observando. Su mirada era firme, su voz no tanto.

    —Le conocían. ¿Qué querían decir?
    —No lo sé —dije—. Nunca lo he sabido. Ese ha sido siempre mi problema. Hay muchísimos misterios en Nocturnia, y contra mi voluntad, yo soy uno de ellos.

    Nadie más tuvo algo que decir durante el resto del trayecto hasta Nocturnia.


    _____ 3 _____
    Negro neón


    Salimos del metro como almas que emergen del inframundo, entre una multitud de gente parlante que enviaba oleadas en ambas direcciones sin cesar. El tren ya se había ido, con prisa, como si estuviese encantado de ello. Las lentas escaleras mecánicas estaban atestadas de nuevos viajeros y pedigüeños, todos cuidándose de no mirarse entre ellos. Nadie quería atraer la atención sobre sí mismo hasta estar rumbo a sus destinos. Las pocas almas de gélidos ojos que miraban a todo el mundo sin tapujos eran los depredadores y los azores, que escogían sus presas para más tarde. Ninguno me miró a mí abiertamente, pero hubo una buena cantidad de miradas de reojo, y no pocos murmullos. Demasiados para una visita de incógnito. Lo único que se mueve más rápido que la luz son los rumores en Nocturnia.

    Sin embargo, la multitud era como la recordaba. Chicos, chicas, y otras cosas, todos buscando pasar un buen rato. Las cosas iban como siempre en el lado oscuro de la ciudad. Salían de la estación de tren a la calle, olfateando la libertad y las oportunidades en el aire fresco, y se perdían en la noche interminable, siguiendo el rastro de sus propias salvaciones y condenas. Joanna se detenía sobresaltada cada docena de pasos, con los ojos como platos y los pelos de punta, paralizada por las maravillas y rarezas de todo un nuevo mundo.

    Esta vibrante ciudad estaba viva casi hasta el sobrecogimiento, llena de colores brillantes y sombras oscuras. Era cordial y acogedora, amenazadora e intimidante, seductora y odiosa, todo a la vez. Los neones resplandecientes lo iluminaban todo, chillones, llamativos, fulgentes como el oropel, atrayendo sin descanso a los primos, las víctimas y las almas solitarias. Carteles tentadores ejercían su atracción sobre los incautos hacia toda clase de clubes, con la promesa de oscuros deleites y placeres desconocidos, bebida y baile con extraños en habitaciones llenas de humo, la excitación que nunca acaba, la vida en el carril rápido sin barreras de ningún tipo. El sexo se humedecía los labios y contoneaba las caderas. Todo era tan peligroso como el Infierno y dos veces más divertido.

    Maldición, qué bueno era estar de vuelta.

    La gente recorría las calles en todas sus variantes, desde lo sobrenatural a lo improbable, todos ellos a la caza de sus propias metas, al tiempo que el rugido del tráfico jamás terminaba. Todos los vehículos se movían a gran velocidad, sin detenerse ante nada, en un brutal y sonoro contraste con las ajetreadas calles de la ciudad de Londres diurna, donde la velocidad del tráfico no ha cambiado mucho con los siglos; gracias a la espantosa congestión, la media sigue siendo de quince kilómetros por hora. No importa lo especial que creas ser. La única diferencia es que hoy en día las calles apestan a vapor de gasolina en lugar de a boñiga de caballo.

    Pero no puedes pisar el vapor de gasolina.

    Muchos de los lustrosos y relucientes vehículos que recorrían Nocturnia tenían que ser nuevos para Joanna; las formas y siluetas, e incluso los conceptos que nunca habían conocido la luz del día. Algunos de ellos se alimentaban con combustibles de los que era mejor no saber mucho, si querías dormir por la noche. Los taxis se alimentaban de agua bendita, las limusinas de sangre fresca, las ambulancias de sufrimiento destilado. En Nocturnia se aprovecha todo. Tuve que agarrar a Joanna del brazo cuando se movía sin darse cuenta demasiado cerca de la carretera.

    —¡Cuidado! —le dije en alto al oído—. Algunas de esas cosas no son coches en realidad. Y unos cuantos están hambrientos.

    Pero no me estaba escuchando. Miraba el cielo, y su rostro estaba lleno de sorpresa y maravilla. Sonreí, y levanté también los ojos. El cielo era negrísimo, se extendía hasta el infinito, refulgía con la luz de miles y miles de estrellas, muchas más de las que pueden verse desde la ciudad terrenal, y estaba dominado por una luna llena una docena de veces más grande que la pobre y pálida cosa que Joanna estaba acostumbrada a contemplar. Nunca he estado seguro de si la luna es de verdad más grande en Nocturnia, o si solo está más cerca. Quizá algún día alguien con mucho dinero me contrate para averiguarlo.

    Volví a mirar a Joanna, pero ella estaba luchando por encontrar el equilibrio, así que me quedé allí y pensé un poco en mí mismo. Habían pasado cinco años, pero todo parecía estar como lo recordaba. La misma gente desesperada y silenciosa, correteando por las mismas calles humedecidas por la lluvia, dirigiéndose con avidez hacia las mismas trampas de miel. O quizá solo estaba siendo un cínico. Había maravillas que encontrar en Nocturnia, vistas y esplendores que saborear y adherir para siempre a tu corazón. Tan solo había que mirar con un poco más de atención para encontrarlas, eso era todo. Nocturnia es igual que cualquier otra ciudad importante, solo que amplificada, intensificada, como las calles de las ciudades que recorremos en sueños y pesadillas.

    Había un quiosco junto a la entrada de la estación que vendía camisetas lavadas a la piedra. Leí algunas de las leyendas de las prendas. «Los chicos buenos van al Cielo, los malos a Nocturnia». «Mi madre tomó talidomina, y todo lo que me dio fue este horrible martillazo en el dedo». Y el clásico perenne «Michael Jackson murió por nuestros pecados». Solté un bufido silencioso. El típico material turístico.

    Joanna me miró de repente, y cerró la boca como si se acabara de dar cuenta de que llevaba un rato con ella abierta.

    —Bienvenida a Nocturnia —dije sonriente—. Renuncia a todo gusto, tú que aquí entras.
    —Es de noche —dijo aturdida—. ¿Qué ha ocurrido con el resto del día? Solo empezaba a oscurecer cuando nos pusimos en marcha.
    —Se lo dije: aquí siempre es de noche. La gente viene aquí en busca de cosas que no se encuentran en ningún otro sitio, y muchas de esas cosas solo pueden tener lugar en la oscuridad.

    Ella sacudió la cabeza, despacio.

    —Ya no estamos en Kansas, ¿verdad? Supongo que tendré que mantener la mente abierta.
    —Oh, yo no haría eso —dije con solemnidad—. Nunca sabes lo que puede entrar por ella.

    Me dedicó una mirada de malas pulgas.

    —Nunca sé cuándo está bromeando.
    —A veces yo tampoco, en Nocturnia. Es por este lugar. La vida, la muerte y la realidad aquí son conceptos flexibles.

    Una banda callejera venía por la calle en nuestra dirección, lanzando vítores y exclamaciones, apartando a la gente a empellones y empujando a algunos hacia la carretera para que esquivaran los coches, los cuales no se molestaban ni en hacer sonar sus cláxones, y no digamos frenar. Los miembros de la banda reían y se daban palmadas unos a otros mientras bebían de botellas que se pasaban entre ellos. Metían ruido, eran insoportables y les encantaba, y la amenaza de una violencia repentina flotaba sobre ellos como el mal olor corporal. Eran trece, y vestían con cuero brillante y cadenas, además de los colores tribales de sus rostros. Tenían los dientes afilados en punta, y llevaban cuernos de diablo sujetos a las frentes con correas. Rugían y fanfarroneaban, insultando a cualquiera que no se apartara a su paso lo bastante rápido, y buscaban con ansiedad cualquier problema en el que meterse. Preferentemente, uno en el que alguien saliera herido.

    Y entonces uno de ellos avistó a Joanna y la reconoció de inmediato como una recién llegada. Un objetivo fácil, con pinta de tener dinero, y además mujer. Se lo comunicó a sus hermanos y estos avanzaron en tropel, con un propósito claro. Me eché hacia delante, fuera de las sombras, y me situé entre ellos y Joanna. La banda se detuvo de repente, y pude oír mi nombre en sus labios. Rápidamente, sus manos estuvieron llenas de cuchillos y otras hojas largas que brillaron a la luz del neón. Sonreí al grupo, y algunos de ellos empezaron a retroceder. Dejé que mi sonrisa se ensanchara, y la banda se dio la vuelta y se alejó. En gran parte, me sentí aliviado. No estaba seguro de haber estado tirándome un farol o no.

    —Gracias —dijo Joanna con voz bastante firme—. Por un momento, me preocupé. ¿Quiénes eran?
    —Demonios.
    —¿Es ese el nombre de la banda?
    —No, son demonios, jugando a ser banda callejera. Probablemente en su día libre. Aquí los hay de todas las clases.

    Ella reflexionó un momento.

    —Se asustaron de usted.
    —Sí.
    —¿Qué le hace tan especial aquí?

    Tuve que sonreír.

    —Que me aspen si lo sé. Digamos que tengo cierta reputación en Nocturnia. O al menos, solía tenerla. Será interesante comprobar cuánto crédito tiene todavía mi nombre, en algunos de los lugares que vamos a visitar.

    Joanna miró a su alrededor.

    —¿No deberíamos alertar a la policía, o algo? Esos... demonios podrían atacar a alguien más.
    —No es que haya muchas leyes. No funcionan aquí; eso es parte de la atracción. Hay... autoridades. Aquellos con poder para castigar a los trasgresores serios. Rece porque no nos encontremos con ellos.

    Joanna tomó una bocanada de aire profunda, y la exhaló despacio.

    —De acuerdo, puedo con eso. Vine aquí a buscar a mi hija, y seré capaz de lidiar con lo que sea si me ayuda a recuperarla. Dijo que tenía un don para encontrar a la gente. Demuéstremelo.
    —No es tan fácil.
    —¿Por qué sabía que iba a decir eso?

    Soporté su mirada acusadora con tranquilidad, escogiendo mis palabras con más cuidado del habitual.

    —Tengo un don. Llámelo magia, o ESP, o cualquier cliché con el que se sienta cómoda. Puedo emplear ese don para rastrear gente u objetos perdidos, cosas que están ocultas a la vista normal y a los procedimientos de búsqueda comunes. Solo funciona aquí, en Nocturnia, donde las leyes de la realidad no son tan estrictas como suelen ser. Pero tengo que tener mucho cuidado con cómo, dónde y cuándo lo uso. Aquí tengo enemigos. Personas malas. Utilizar mi don es como encender una luz brillante en un lugar oscuro. Atrae la atención. Mis enemigos pueden seguir la luz para encontrarme. Y matarme.
    —¿Quiénes son esos enemigos? —dijo Joanna, y por vez primera había algo de preocupación en sus fríos ojos azules—. ¿Por qué quieren matarlo? ¿Qué ha hecho? ¿Y por qué un hombre que puede ahuyentar demonios tiene tanto miedo de esas personas?
    —Hay muchas, y yo solo soy uno. Me han perseguido desde que tengo uso de memoria. Empezó cuando era un niño. Una vez incendiaron una manzana entera solo para intentar atraparme. Con los años, han matado a muchas personas cercanas a mí. Es un milagro que aún me queden amigos. No siempre están por ahí... a veces creo que me temen. De cualquier modo, jamás he sido capaz de descubrir quiénes son, o por qué desean tanto verme muerto. Estoy a salvo en el mundo normal, allí no pueden rastrearme. Pero este territorio es tanto suyo como mío. Accedí a encargarme de este caso solo porque parecía sencillo y honrado. Con un poco de suerte, seremos capaces de encontrar a su hija, conseguir que tenga una conversación íntima, y salir de aquí echando leches, sin que nadie a quien le importe sepa que he estado aquí. Y ahora silencio, y deje que me concentre. Cuanto más rápido sea todo, mejor.

    Me concentré, buscando en mi interior, y mi don se desplegó como una rosa, floreciendo hasta llenar mi mente y después derramándose por la noche. Mi tercer ojo, el oculto, se abrió, y de pronto pude Ver. Y allí estaba, justo delante de mí, la imagen de Cathy Barrett, brillante y temblorosa. El fantasma que dejaba atrás, estampado en el Tiempo debido a su presencia, era un espectro semitransparente dibujado en tonos pastel. Los peatones pasaban a su lado y a través sin verla. Me concentré en su imagen, rebobinando el pasado, observando de cerca cómo Cathy emergía otra vez de la estación de metro y miraba a su alrededor, confusa y encantada con el nuevo mundo que había encontrado. Llevaba ropa del Ejército de Salvación, pero parecía bastante feliz y sana. De pronto, Cathy miró en derredor, como si alguien hubiera gritado su nombre. Entonces sonrió, con una ancha sonrisa que transformó su rostro. Parecía radiante, feliz, como si se hubiera encontrado con un viejo y querido amigo en un lugar inesperado. Comenzó a bajar la calle, apresurándose hacia... algo. Algo que no podía Ver ni sentir, pero que tiraba de ella con un propósito simple, implacable, como una polilla atraída por una antorcha.

    Volví a reconstruir la imagen desde el principio, contemplando de nuevo cómo el fantasma del pasado salía de la estación. La impronta de Cathy seguía siendo demasiado clara e incorrupta como para datar de más de unas semanas, como mucho. Las impresiones que estaba obteniendo de la imagen me confundían. A diferencia de la mayoría de los que se escapan, Cathy no había llegado a Nocturnia para esconderse de alguien, o para olvidar algún dolor pasado. Había venido con un propósito, buscando a una persona o cosa específica. Algo o alguien la había llamado. Fruncí el ceño, y abrí mi mente solo un rendija más, pero no había nada inusual pulsando en el aire nocturno, ningún canto de sirena que sonase lo bastante fuerte como para atraer a la gente desde la seguridad del mundo normal.

    A menos que la sirena se escudara de mí, lo cual era un pensamiento intranquilizador. No hay muchas cosas que puedan ocultárseme, cuando pongo la mente en ellas. Soy John Taylor, maldita sea. Encuentro cosas. Ya quieran ser encontradas, o no.

    A menos... que estuviese tratando con uno de los Poderes Mayores.

    Me preparé y abrí mi mente por completo. El mundo oculto quedó totalmente enfocado a mi alrededor. Las viejas sendas de poder se entrecruzaban unas con otras, atravesando ignoradas el mundo material, ardiendo de forma tan brillante que tuve que apartar la vista. Los fantasmas gritaban y aullaban, recorriendo una y otra vez sus interminables caminos, atrapados en momentos del Tiempo como insectos metidos en ámbar. Gigantes insustanciales caminaban despacio por la ciudad, sin dignarse a mirar a los diminutos mortales de debajo. Las Hadas, los Seres Transitorios y el Pueblo Espantoso iban y venían dedicados a sus diferentes y misteriosos asuntos, y ninguno de ellos era mirarme a mí. Pero seguía sin haber rastro de quienquiera que llamase de modo tan persuasivo a Cathy Barrett.

    Cerré mi mente con cuidado, capa a capa, restableciendo mis escudos. Había pasado tanto tiempo desde que tuviera oportunidad de usar la Visión en todo su esplendor que me había olvidado de ser cauteloso. Durante un momento, debí haber brillado como el sol. Hora de ponerse en marcha. Cogí a Joanna de la mano, con firmeza, enlazando mi mente con la suya, y soltó un jadeo cuando vio la calle con mi ojo secreto. Vio la imagen translúcida de Cathy, y la llamó, dando un paso al frente. De inmediato le solté la mano y cerré el ojo, taponando los bordes de mi don con enorme meticulosidad, para que ni una chispa de luz pudiera traicionarme. Joanna se volvió hacia mí, muy enfadada.

    —¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde está? ¡La he visto!
    —Lo que ha visto es una imagen del pasado —dije con cuidado—. Una huella dejada en el Tiempo. Cathy no ha estado aquí desde hace al menos dos semanas, tiempo más que suficiente para que se haya metido en serios problemas. Pero al menos, ahora sabemos de fijo que vino aquí, y que estaba viva y sana hace dos semanas. ¿Vio la mirada de sus ojos? Vino aquí por alguna razón. Se dirigía a un lugar específico.

    El rostro de Joanna había recuperado con rapidez su habitual máscara de frialdad, como avergonzada de que la sorprendiera mostrando sus emociones reales. Cuando habló, su voz volvía a ser completamente tranquila:

    —Específico. ¿Eso es bueno o malo?
    —Depende —dije honestamente—. Esto es Nocturnia. Ahora mismo puede estar en cualquier lugar. Puede haber encontrado amigos, protección, iluminación, o perdición. Aquí todo es muy barato. Creo... Esta vez voy a necesitar un poco de ayuda. ¿Le gustaría visitar el bar y club nocturno más antiguo del mundo?

    Una comisura de sus oscuros labios rojos se retorció en algo que podría haber sido una sonrisa.

    —Suena bien. Podría tomarme una copa bien cargada. Diablos, podría tomarme varias copas y un chupito de algo fuerte. ¿Cuál es el nombre de ese sitio?

    Sonreí.

    —La Extraña Pareja.


    _____ 4 _____
    Todo el mundo va a La Extraña Pareja si sabe lo que le conviene


    A La Extraña Pareja, el más antiguo agujero de bebida, pozo de conversación y aspirador de basura de la historia de la Humanidad, se llega recorriendo ese tipo de calles que te erizan los pelillos del cogote, y luego metiéndose por un callejón que no siempre está allí. Creo que se avergüenza de estar asociado a semejante garito. El callejón está en penumbras y la calle está empedrada. La entrada de La Extraña Pareja es una plancha metálica lisa empotrada en una pared mugrienta. Encima de la puerta hay un pequeño pero digno cartel de neón donde reza el nombre del bar en sánscrito antiguo. El dueño no cree en la publicidad. No la necesita. Si se supone que has de encontrar el camino al pub más viejo de Inglaterra, lo encuentras. Y si no, puedes buscar durante todos los días de tu vida y no encontrarlo. No hay lista de espera para entrar, pero la cuota puede ser mortal. A veces, literalmente. Le traduje a Joanna el cartel, y ella lo miró sin expresividad.

    —¿Es un bar gay?

    Tuve que sonreír.

    —No. Solo es un lugar donde la gente más extraña del mundo viene a beber en paz y tranquilidad. Nadie te molesta, nadie espera que hables de deportes, política o religión, y nadie te pide un autógrafo. Lo Bueno y lo Malo se invitan a copas, y la neutralidad es estrictamente obligatoria. La Extraña Pareja ha existido en otros sitios, bajo varias identidades, durante siglos. Nadie está seguro de lo antiguo que es, pero siempre ha sido un bar de algún tipo. La última vez que estuve aquí, la encarnación del momento era de alto standing. Glamuroso de manera amenazadora, con una bebida excelente y una clientela... interesante. Pero en Nocturnia las identidades pueden cambiar con rapidez, así que una vez dentro péguese a mí, agarre bien el bolso y no hable con ninguna mujer extraña.
    —Ya he estado antes en clubes nocturnos —dijo Joanna de modo glacial.
    —No en uno como este.

    Me encaminé hacia la puerta, y esta se abrió lentamente ante mi presencia. Aunque odiaba admitirlo, me vi más que aliviado. La puerta solo se abre ante la gente con buena relación con el dueño, y no estaba seguro de cuál era en ese momento, después de tanto tiempo. No es que nos hubiéramos despedido en buenos términos, precisamente. Diablos, aún debía dinero a mi cuenta del bar. Pero la puerta se había abierto, así que entré como si el lugar me perteneciera. Joanna estaba a mi lado con su mejor aspecto de seductora e intimidante. La barbilla alta, y la mirada fija. Recuerda, me dije, aquí pueden oler el miedo.

    Me detuve en medio del vestíbulo y miré en derredor, tomándome mi tiempo. El viejo lugar no había cambiado tanto, después de todo. Los mismos muebles de estilo Tudor, cubiertos de gente como juguetes doblados que intentaban dormir algo antes de irse a casa. Los mismos murales obscenos en paredes y techos, algunos de ellos en bajorrelieve. Las mismas manchas en la alfombra persa. Me sentí nostálgico de verdad. Miré a Joanna, pero ella se esmeraba en mantener la más seria de las caras. Me abrí paso hacia delante, llevándome por delante las piernas extendidas donde era necesario, hasta que pudimos ver las escaleras metálicas embebidas que conducían al agujero de paredes de piedra donde estaba el local.

    La primera palabra que me vino a la cabeza al volver a ver el bar fue «sórdido», aunque «sucio» vino casi al tiempo. Estaba claro que el experimento con el alto standing no había prosperado. Bajé el primero las escaleras, las cuales traquetearon ruidosamente bajo nuestros pies, como era idea. A los patrones de los bares no les gusta ser cogidos por sorpresa. Allí estaba el habitual mar de mesas y sillas desparejadas, con reservados al fondo para aquellos que sentían la necesidad de un poco de privacidad extra. O de esconder un cuerpo por un rato. Las luces siempre estaban bajas, en parte por la atmósfera, en parte para no poder echarle un buen vistazo a los alrededores. O a tu compañía. La mayoría de las mesas estaban ocupadas por la clase de multitud heterogénea que me recordó la primera de las razones para dejar Nocturnia. Reconocí un montón de caras, aunque casi todas hicieron ostentación de no mirarme. La cháchara usual de voces altas estaba casi ahogada por el heavy metal que atronaba desde los altavoces ocultos.

    El aire cerrado estaba cargado de humo, parte legal, parte no. Un cartel en la pared al pie de las escaleras decía «Entre bajo su propia responsabilidad». Joanna me llamó la atención sobre ello.

    —¿Es en serio?
    —Claro —dije con tranquilidad—. La comida del bar es horrible.
    —Al igual que el ambiente —dijo Joanna con sequedad—. Puedo sentir cómo mi credibilidad desciende solo por estar aquí. Dígame que estamos aquí con un propósito.
    —Estamos buscando información —dije con paciencia. Nunca hace daño deletreárselo a los clientes, en especial cuando sabes que eso les irrita—. Necesitamos saber quién o qué emplazó a Cathy en Nocturnia, y a donde fue después de que mi don la perdiera. En La Extraña Pareja se puede encontrar la respuesta a prácticamente cualquier pregunta, si sabes a quién preguntar.
    —Y si sabes a quién untar.
    —¿Lo ve? Ya está aprendiendo. En Nocturnia, el dinero no solo habla: grita, chilla y retuerce brazos. Ayuda a la mayoría de los que se mueven por aquí, una y otra vez, en su ascensión o caída. Hay quien dice que este lugar ha estado por ahí desde los comienzos de la civilización.

    Joanna olfateó el aire.

    —Tampoco parece que hayan limpiado mucho desde entonces.
    —Merlín el Retoño de Satán fue enterrado aquí, bajo la bodega de vino, tras la caída de Loegria. Aún hace alguna aparición ocasional, para que todo el mundo se comporte. Estar muerto no evita ser un personaje importante, en Nocturnia.
    —Un momento. ¿Ese Merlín?
    —Odiaría saber que hay más de uno. Solo le vi manifestarse una vez, pero me cagué en los pantalones.

    Joanna sacudió la cabeza.

    —Necesito una copa bien grande, ahora mismo.
    —Mucha gente se siente igual en Nocturnia.

    Me dirigí a la barra de caoba del final de la sala. Me sentía bien estar de vuelta. Podía sentir cómo partes de mí hace tiempo enterradas despertaban y flexionaban sus músculos. A veces odiaba Nocturnia, y otras la amaba, pero huir al mundo real solo había servido para mostrarme cuánto la necesitaba. Por todas sus amenazas y peligros, su brutalidad casual y su locura profundamente enterrada, solo aquí me sentía vivo de verdad. Y había pasado buenos ratos en este bar, en mis días de juventud. Tengo que admitir que en su mayor parte era porque había pocos cambios, y a nadie le importaba quién era o dejaba de ser. Guié a Joanna a través de las mesas atestadas, y el sonido de la conversación ni siquiera varió mientras pasábamos. El disco de los altavoces cambió, y los Stranglers empezaron a berrear «No more heroes». Era la forma en que el propietario del bar me hacía saber que se había percatado de mi presencia. Joanna dio un respingo por el sonido, y puso su boca junto a mi oído.

    —¿Este estruendo es todo lo que ponen aquí?
    —Casi siempre —dije en voz alta—. Este es el lugar de Alex Morrisey, y pincha lo que quiere. Le gusta el rock duro, no cree en la música alegre, y no acepta peticiones. Una vez vino alguien pidiendo country, y Alex le echó. Mucha gente aplaudió.

    Llegamos a la barra. Allí estaba Alex Morrisey, como siempre, una veta de desgracia ataviada de negro. Era el último de una larga línea de propietarios de barra, en una familia que había existido desde hace más tiempo del que es agradable comprobar. No está claro si se quedaron para proteger a Merlín o viceversa, y a nadie le gusta preguntar porque, si lo haces, Alex empieza a arrojar cosas. No era ningún secreto que dejaría La Extraña Pareja al instante si pudiera, pero no podía. Su familia estaba atada al bar, mediante pactos antiguos y desagradables, y Alex no podía irse hasta que encontrara a alguien más de su linaje familiar que ocupara su lugar. Y como Alex Morrisey es conocido por ser el último de su larga estirpe, esa era otra razón para actuar de manera excéntrica y tomarla con los clientes.

    El rumor es que Alex había nacido de mal humor, y después solo había empeorado. Malencarado de modo permanente, viciosamente injusto solo por el placer de serlo, y notablemente caballeroso cuando se trataba de devolverte el cambio exacto. Mas que Dios se apiadara de tu alma si te olvidabas de un penique cuando te daba la cuenta. Afirma ser el verdadero heredero del Trono Británico, ya que era (más o menos) descendiente directo de Uther Pendragon, en el lado equivocado de varias mantas. También afirma que puede ver el aura de la gente si se golpea la cabeza contra la pared. En ese momento, se estaba tomando su tiempo mientras servía a otro cliente, pero sabía que yo estaba allí. Nada sucedía en el bar de Alex que él no supiera, a veces incluso antes de que tú supieras que ibas a hacerlo. Su truco para las fiestas era contestar al teléfono justo antes de que sonara.

    Me incliné sobre la barra y le estudié abiertamente. Era como lo recordaba, atroz e inquietante a partes iguales. Alex debía tener veintitantos en ese momento, pero parecía diez años mayor; delgaducho, pálido y malhumorado, y siempre irritado por algo. Su ceño había quedado fruncido para siempre sobre su nariz, y en las pocas ocasiones en que sonreía, ya sabías que estabas metido en un lío. Siempre vestía ropa negra, rematada con las sombras del diseñador del momento, y una vistosa boina negra colgaba de su coronilla para ocultar la calvita que hizo su aparición cuando era un adolescente. Esa era la prueba definitiva, decía siempre, de que Dios le odiaba personalmente. Se afeitaba cuando se acordaba, lo que no era a menudo, y no lavaba los vasos del bar ni siquiera rara vez. Su pelo negro de punta le salía en mechones porque se lo tironeaba mucho, y su higiene personal rozaba lo doloroso.

    Seguía teniendo un gran calendario detrás de la barra que mostraba a Elvira, Señora de la Oscuridad, en una serie de poses fotográficas que probablemente la enojarían si alguna vez supiera de ellas, y el diseño de los posavasos era claramente pornográfico. En general, Alex es muy malo con las mujeres, la mayoría de las cuales no está por debajo de su listón de preferencias. Estuvo casado una vez, y aún no habla del tema. Ese es Alex Morrisey. Orgulloso de estar cabreado con todo el mundo, y mezclador de los peores vermúes de Nocturnia.

    Supongo que somos amigos. Hemos pasado por alto un montón de cosas el uno del otro que no le toleraríamos ni un segundo a cualquier otro.

    Al final dejó de fingir que yo no estaba allí y caminó de forma desgarbada por la barra para contemplarme.

    —Sabía que iba a ser un mal día cuando al despertarme descubrí que a mi pata de la suerte le había crecido un nuevo conejo —dijo con resentimiento—. Si hubiera sabido que era un presagio de que volvías a mi vida, habría cerrado todas las puertas y ventanas y fundido la llave. ¿Qué quieres?
    —Qué bueno verte de nuevo, Alex. ¿Cómo va el negocio?

    Se sorbió la nariz.

    —La caja ha bajado tanto que necesitarías una excavadora para encontrar mis ganancias, un poltergeist se ha mudado a mi bodega y está obsesionado con mis barriles de cerveza, abriendo y cerrando las espitas, y Pálido Michael afirma que ahora que es un zombi y está oficialmente muerto, con un certificado de defunción que lo prueba, ya no tiene que pagar su considerable cuenta del bar. Y ahora tú estás aquí. Son las noches como esta las que me hacen soñar con una insurrección sangrienta, y con colocar bombas en lugares públicos. ¿Qué haces aquí otra vez, John? Dijiste que nunca volverías, y era la única cosa sensata que jamás te oí decir.
    —La dama de mi lado es Joanna Barrett. Su hija ha desaparecido en Nocturnia. Y no tengo ninguna pista.

    Alex me miró por encima de sus gafas de sol.

    —Pensé que podías encontrarlo todo...
    —Y yo. Pero mi don solo puede mostrarme hasta donde se bloquea. Alguien está ocultando esta huida. No podré volver a captar su rastro hasta que me acerque a ella, lo que significa que necesito una pista. ¿Está Eddie por ahí?
    —Sí, y ojalá no estuviese. Está en su mesa habitual de la esquina, ahuyentando a la clientela respetable.

    Y fue entonces cuando me rodearon tres yuppies salidos de ninguna parte. Me di la vuelta sin prisas mientras situaba sus reflejos en el espejo grande tras la barra, y les miré con curiosidad. Parecían bastante típicos; jóvenes, vestidos con los mejores trajes, pelo cortado a cuchilla, un solo pendiente, y manicuras perfectas. Corbatas de su antigua universidad, por supuesto. Aparentaban estar muy enojados conmigo, pero el que estaba a mi derecha se me hacía familiar. Me di cuenta de que Joanna ponía empeño en mostrarse claramente no impresionada por ellos. Bien por ella. Me recosté contra la barra, y alcé una ceja con la cantidad exacta de insolencia. El gran hombre de negocios malo que tenía ante mí me acercó la cara más aún y respiró hierbabuena sobre la mía. Odio la hierbabuena.

    —¡John Taylor! —dijo el yuppie en alto, haciendo todo lo posible por sonar duro, furioso y amenazador, con una voz estridente que en realidad no le quedaba bien—. ¡El jodido John Taylor! Oh, Dios es bueno, ¿verdad?, al enviarte de vuelta a mí. ¡Siempre supe que regresarías arrastrándote algún día, Taylor, para que yo personalmente pudiera asegurarme de que obtenías lo que te está reservado!
    —Tengo la impresión de que me conoce —dije con calma—. Yo no puedo decir lo mismo, me temo. ¿Le debo dinero, por casualidad?
    —¡No finjas que no te acuerdas! Te dije que no volvieras, Taylor. Te dije que no volvieras a enseñar tu jeta por aquí. Me hiciste quedar mal.
    —No era difícil —observó Alex desde detrás de la barra. Observaba con interés, sin hacer un solo movimiento para intervenir.

    El yuppie fingió no haber oído aquello. Por muy loco que estuviera, no era tan estúpido como para enfurecer a Alex. Concentró todas sus energías en mirarme a mí, sus ojos saltones a punto de salirse de las cuencas, mientras sus dos amigos hacían lo posible por parecer amenazadores en la retaguardia, mostrando su apoyo.

    —Te dije lo que te haría, Taylor, si volvía a verte. ¡Eres un pequeño mierda metomentodo, siempre en medio de los problemas ajenos!
    —Ah —dije cuando al fin se me encendió la bombilla—. Lo siento, han pasado cinco años. Ahora sí te recuerdo. El vocabulario limitado y las amenazas repetitivas me lo han recordado. Ffinch-Thomas, ¿no? Estabas aquí una noche abofeteando a tu chica porque estabas de mal humor. Y también porque podías. No pensaba interferir. De verdad que no. Si ella era tan imbécil como para mezclarse con un bruto mayúsculo como tú, solo porque siempre tenías dinero para las mejores botellas y los mejores clubes, era asunto suyo.

    »Pero entonces la tiraste al suelo, y la pateaste el costado hasta que le rompiste las costillas, mientras te carcajeabas de aquella manera. Así que tuve que darte una buena paliza, robarte las tarjetas de crédito, y acabar tirándote por una ventana que resulta que en ese momento se encontraba cerrada. Por lo que recuerdo, me lanzaste estas famosas amenazas tuyas mientras cojeabas a toda velocidad para huir y te sacabas pedacitos de cristal del trasero. Cualquier otro hubiese sacado una valiosa lección moral de los hechos.
    »Alex, me sorprende que dejes que este insignificante puerco vuelva a entrar aquí.

    Alex se encogió de hombros, apoyando los codos en la barra.

    —¿Qué puedo decir? Su padre es alguien en esta ciudad. Ambos.

    La música del bar se interrumpió de pronto, y el murmullo general de voces se difuminó en cuanto la gente se dio cuenta de lo que sucedía. Había interés por todas las partes, y no poco dinero empezó a cambiar de manos. Todo el mundo quería comprobar si John Taylor seguía siendo el de siempre. Yo mismo tenía curiosidad.

    —No puedes hablarme así —dijo Ffinch-Thomas, con la voz tan ronca que prácticamente estaba rota.
    —Claro que puedo. Acabo de hacerlo. ¿No prestabas atención?

    Sacó una afilada hoz dorada de su chaqueta, un pequeño y feo instrumento que había sido fabricado especialmente para su mano. El filo brilló, y supe que estaría muy afilado. Los otros dos yuppies sacaron armas similares. Debe de ser el último grito en moda druídica.

    —Vamos a hacértelo —dijo Ffinch-Thomas, sonriendo de oreja a oreja. Su voz era ligera y entrecortada, y los ojos le relumbraban por la excitación—. Una, y otra, y otra vez. Vas a gritar, Taylor. Esparciremos tu sangre y tu piel por todo el bar, hasta que supliques que se te permita morir. Jamás creí esas historias sobre ti. La última vez me cogiste por sorpresa. Y después de que te hagamos llorar y chillar, pararemos un rato, para que puedas ver cómo se lo hacemos a tu mujer. Y... y...

    Su voz se fue apagando hasta convertirse en silencio mientras le miraba fijamente a los ojos. Ya había oído bastante. Más que suficiente. Algunos insectos suplican que se los pise. Se quedó muy quieto, tratando de apartar la mirada, pero no podía. Estaba en mis manos. Las gotas de sudor se acumularon en su rostro, de repente grisáceo, al tiempo que intentaba darse la vuelta y correr, en vano. Gimió y se meó encima, como indicaba una gran mancha oscura que se extendía por la entrepierna de sus caros pantalones. Su mano se abrió contra su voluntad, y la hoz dorada cayó de sus dedos inertes, chocando en el suelo con un estrépito que rompió el silencio. Ahora estaba asustado, muy asustado. Le sonreí, y la sangre le recorrió las mejillas desde los ojos. Gañía como un escuálido animal atrapado. Se le pusieron los ojos en blanco y cayó inconsciente al suelo. Sus dos amigos yuppies se quedaron de pie junto a él, jadeantes, y luego me miraron. Sostenían sus hoces con manos temblorosas, tratando de reunir el valor para atacar, cuando Alex alzó la voz.

    —¡Lucy! ¡Betty! ¡Problemas!

    Lucy y Betty Coltrane aparecieron de súbito, detrás de los yuppies. Las Coltrane son los gorilas de Alex desde hace años. Altas y con unos cuerpos magníficos, las chicas nunca llevan nada más que camisetas y pantalones cortos, lo mejor para enseñar sus impresionantes músculos. Una rubia y otra morena, pero sin apenas otra diferencia. Poseen una especie de glamour amenazante, y pueden partir nueces solo con toser fuerte. Cayeron sobre los dos yuppies, alejaron las hoces de sus manos, los empujaron contra las barras, les dieron un fuerte rodillazo en las partes, y los sacaron por la fuerza del local. La multitud presente vitoreó y aplaudió. Unos cuantos aullaron. Miré a Alex con reproche.

    —Podía encargarme de ellos.

    Alex se sorbió la nariz.

    —Ya he visto lo que sucede cuando tú te encargas de las cosas, y luego cuesta horrores limpiar la sangre. Mira, tómate una a cuenta de la casa, y por el amor de Dios, deja en paz al resto de mis clientes.

    Acepté el brandy de buena gana. Era lo más próximo que Alex podía estar de una disculpa. Las Coltrane volvieron y se llevaron a Ffinch-Thomas, quien aún tenía convulsiones.

    —Se lo contará a su papi —observó Alex—. Y a Papi no le hará gracia. Puede que incluso se irrite un poco contigo.
    —Dile que coja número —repliqué, ya que hay que decir cosas como esas en público. Dios sabe que ya tengo bastantes enemigos sin necesidad de hacer más, pero el joven Ffinch-Thomas y los de su calaña se merecen un buen azote de vez en cuando. Solo por principios. Joanna observaba a las Coltrane.
    —¿Quiénes... qué son?
    —Mi orgullo y mi gloria —dijo Alex, con satisfacción—. Lucy y Betty Coltrane. Las mejores gorilas del negocio. Aunque, claro está, nunca se lo digo a ellas. Más feroces que pitbulls y más baratas de mantener. Casadas la una con la otra. Una vez tuvieron un perro, pero se lo comieron.

    Joanna parecía un tanto confusa.

    —Creo que necesitamos hablar con Eddie —dije con amabilidad—. Hablaremos más tarde, Alex.

    El rock duro regresó, estruendoso, y las diferentes conversaciones se reanudaron, habiendo decidido con cierto pesar que el espectáculo se había acabado. Sin embargo, ahora tenían mucho de qué hablar. John Taylor había vuelto, y tan duro como siempre. Yo mismo no lo habría planeado mejor. Una buena escena dramática ayuda a alejar a los moscones. Aunque también puede llamar la atención incorrecta. Me dirigí hacia la esquina más lejana del tugurio, con Joanna a mi lado. Me miraba de manera un poco extraña.

    —No le haga caso a Alex —le dije con tranquilidad—. Es el único hombre que conozco que sufre de síndrome premenstrual permanente.
    —¿De verdad que esas mujeres se comieron a su propio perro?

    Me encogí de hombros.

    —Eran tiempos difíciles.
    —¿Y qué le hizo a ese pobre bastardo?
    —Le miré fijamente.

    Joanna me lanzó una mirada dura, y luego decidió no seguir con el tema. Chica lista.

    —¿Quién es ese Eddie al que vamos a ver? ¿Y cómo puede ayudarnos a encontrar a mi hija?
    —Eddie el Navaja —dije—. El Dios Punk de la Navaja Barbera. Supuestamente. Obtuvo su nombre hace unos años, en una guerra callejera por un territorio entre bandas vecinas. Eddie solo tenía catorce años, y ya era un asesino hábil y despiadado. Experto con su navaja de cacha perlada, y muy cruel con ella. Ya estaba algo más que loco. En los años siguientes, mató a todo el que tenía un precio, o solo por llamar la atención.
    —Conoces a gente de lo más encantadora —murmuró Joanna—. ¿Cómo va a ayudarnos alguien como él?
    —Espera. Ahora viene lo mejor. Eddie desapareció. Algo le ocurrió en la Calle de los Dioses, algo de lo que aún no habla, y cuando volvió lo hizo como algo más o menos humano. Ahora duerme en los portales, vive de limosna y come sobras, y vagabundea por ahí, viviendo una vida de violenta penitencia por sus pecados anteriores. Las víctimas que escoge suelen ser tipos malos a los que nadie más puede tocar. Los que creen que están a salvo de las consecuencias de sus actos gracias al dinero y el poder. Suelen ser encontrados en circunstancias extrañas y desagradables. Y ese es Eddie el Navaja: un agente del bien extremadamente inquietante. Aunque el bien no tiene nada que ver en el asunto.
    —Me está volviendo a sermonear. —Por primera vez desde que la conduje hasta Nocturnia, Joanna parecía un tanto agitada—. Todo lo que importa... es si puede ayudarme a encontrar a mi Cathy. ¿Querrá que le paguemos?
    —No. A Eddie ya no le hace falta el dinero. Pero aún me debe un favor.
    —No quiero ni pensar por qué.
    —Mejor que no lo haga —concedí.

    Por fin nos detuvimos delante de una mesa en una esquina particularmente oscura y sombría del tugurio de paredes de piedra. Y tras la mesa estaba Eddie el Navaja, una presencia dolorosamente delgada dentro de un abrigo gris demasiado grande que, en apariencia, se mantenía de una pieza merced a la suciedad y la grasa que acumulaba. Con solo mirarlo ya entraban ganas de rascarse, y el hedor era atroz. Las ratas saltaban a las alcantarillas abiertas solo para huir del olor de Eddie el Navaja cuando este se aproximaba. No había cambiado ni un ápice en cinco años. El mismo rostro enjuto con sus febriles ojos, la misma presencia inquietante. Estar cerca de Eddie era lo más cercano que se podía estar de la muerte, antes de que la verdadera viniera a por uno. Le gusta beber en La Extraña Pareja, en algún lugar del fondo, lejos de las luces brillantes. Nadie lo juzga, ni le molesta. Sus copas van por cuenta de la casa, y a cambio Eddie nunca mata a nadie en sus instalaciones.

    Tenía una botella de agua cara en la mesa, con moscas que caminaban por ella. Alrededor de Eddie zumbaban más moscas, excepto aquellas que se acercaban demasiado, y caían muertas en el acto. Sonreí a Eddie, y él asintió en respuesta, serio. Cogí una silla enfrente de él. El olor era tan malo como lo recordaba. Joanna escogió una silla junto a la mía, tratando de respirar solo por la boca. Cuando Eddie habló, su voz era grave, controlada, casi fantasmal.

    —Hola, John. Bienvenido al hogar. Tienes buen aspecto. ¿Cómo es que solo vienes a verme cuando quieres algo?
    —No eres la persona más fácil de encontrar, Eddie. Además, eres un bastardo horripilante. ¿Cómo van las cosas? ¿Has matado a alguien interesante últimamente?

    El espectro de una sonrisa acudió a sus pálidos labios.

    —Nadie que conocieras. He oído que buscas a una prófuga.

    Joanna intervino.

    —¿Cómo lo sabe?
    —Los rumores vuelan en Nocturnia —dijo Eddie. Volvió sus ojos brillantes hacia mí—. Prueba en la Fortaleza.

    Asentí. Tenía que haber pensado en eso por mí mismo.

    —Gracias, Eddie.
    —Allí te encontrarás con Suzie.
    —Oh, bien —dije, tratando de sonar complacido. Suzie y yo tuvimos una historia. Estaba a punto de echar atrás mi silla cuando Eddie miró de repente a Joanna, quien dio un respingo ante el impacto de su mirada.
    —Tenga cuidado con este hombre, señora. John no es la persona más segura con la que estar en compañía.
    —¿Tienes algo específico en mente, Eddie? —dije con cuidado.
    —Hay gente que te busca, John.
    —Siempre hay gente que me busca.

    Eddie sonrió con amabilidad.

    —Estos son gente mala.

    Esperé, pero Eddie no tenía más que decir. Le di las gracias con un gesto con la cabeza y me puse en pie. Joanna se apresuró a hacer lo mismo. Me la llevé de vuelta a la barra. Se pasó todo el camino cogiendo aire, y de pronto se estremeció.

    —Qué hombrecillo tan horrible. ¿Y qué era ese hedor? Lo juro, olía como algo que hubiera muerto y luego hubiese sido desenterrado.
    —Hay cosas sobre Eddie el Navaja que es mejor no preguntar —le dije con prudencia—. Por nuestra propia paz mental.

    Ya estábamos de nuevo en el mostrador. Alex me miró con el ceño fruncido, a modo de saludo. Yo miré a Joanna.

    —Espere aquí, mientras informo a la Fortaleza de que vamos para allá. Es mejor no sorprender a la gente que tiene tantas pistolas.

    Recorrí la barra para usar el teléfono de cortesía. Pero incluso mientras pulsaba los números, escuchaba una voz grabada de la Fortaleza y dejaba un breve mensaje, seguí escuchando a Joanna hablar con Alex. Vigila a tus enemigos, pero aún más a tus amigos. Y a tus clientes. Así se suele vivir más, en mi negocio. Alex le dedicó a Joanna lo que él piensa que es su sonrisa halagadora. Ella no le devolvió el gesto.

    —Tomaré un whisky doble. De malta. Sin hielo.
    —Por fin —dijo Alex—. Una bebedora civilizada. No creerías lo que me piden algunas noches. Cervezas de marca, licores de sabores y putos cócteles con nombres pornográficos. Un tío llegó a pedirme una catapulta, vodka con zumo de ciruelas. Qué animal.

    Sirvió a Joanna una medida generosa en un vaso razonablemente limpio. Ella lo miró pensativa.

    —Usted conoce a John Taylor.
    —Como castigo a mis pecados, sí.
    —¿Cuánto lo conoce?
    —Tanto como se deja conocer —dijo Alex, inusualmente serio. Tenía debilidad por las rubias, en especial por las que no le pedían porquerías. Por eso les dejé solos. Alex se apoyó sobre la barra—. John no cree en eso de abrirse a la gente. Han pasado cinco años... Aun así, sabía que algún día volvería. Este lugar tiene sus garras clavadas sobre él. Ha nacido en Nocturnia, y morirá en Nocturnia. Y no será de muerte natural. Siempre tiene que ser el caballero blanco, cabalgando al rescate de algún pobre bastardo atrapado entre la espada y la pared, los que no tienen a nadie más a quien acudir. John siempre se deja engatusar por las historias de mala suerte, y parece que es lo bastante arrogante para creer que sabe lo que es mejor para todo el mundo.
    —¿Por qué se convirtió en detective privado?
    —Tiene un don para encontrar cosas. Lo único decente que le dejaron sus padres. ¿Conoce la historia? Aquí todo el mundo la sabe. La manera en que el padre de John se suicidó arrojándose a un coche después de descubrir que la mujer con la que se había casado no era del todo... humana. Lo mismo que mi ex mujer. Que en paz descanse.
    —Lo siento —dijo Joanna—. ¿Cuándo murió?
    —No lo ha hecho —dijo Alex—. Solo es un pensamiento tentador mío.
    —¿Puedo confiar en Taylor?
    —Puede confiar en que hará lo que crea que es mejor. Lo cual puede ser o no lo que usted quiere. Así que ándese con cuidado.
    —Eddie el Navaja dijo que deberíamos ir a la Fortaleza.

    Alex dio un respingo ante el nombre, pero asintió.

    —Parece lo mejor.
    —¿Qué es? ¿Otro bar?
    —Para nada. La Fortaleza es un refugio fortificado para gente que ha sido abducida por alienígenas. Muchos de ellos se reunieron, compraron un montón de armas, y dejaron claro a todos sin excepción que no volverían a ser secuestrados sin guerra. Hay una cámara de televisión en cada habitación, para poder ser vigilados incluso cuando duermen. Algunos de ellos tienen dispositivos explosivos pegados al cuerpo, listos para ser activados en el momento preciso. Se dice que en ese lugar hay suficiente munición y bombas para desencadenar una guerra importante.
    —¿Funciona? —preguntó Joanna.

    Alex se encogió de hombros.

    —No son el tipo de personas al que se le hacen preguntas personales. Siempre están ojo avizor, como los Men in Black. De todas formas, con los años la Fortaleza se ha convertido en un refugio para cualquiera que necesite ayuda o protección, o simplemente un lugar seguro para pasar la noche durante unos días. Muchos prófugos pasan por la Fortaleza.
    —¿Son gente buena?
    —Oh, seguro. Paranoicos, violentos y locos como un gato hasta las orejas de crack, pero...

    Decidí que ya había oído suficiente. Colgué el teléfono y me uní a ellos. Puede que Alex supiera o no que les estaba escuchando. No importaba. Le hice un gesto a Joanna.

    —Solo me sale el contestador automático. Tendremos que acercarnos y preguntar en persona.
    —No puedo esperar —dijo Joanna. Apuró su copa de un trago. Alex parpadeó unas cuantas veces en señal de respeto. Joanna hizo chocar el vaso contra la barra.
    —Póngalo en la cuenta de John.
    —Aprende rápido —dijo Alex.

    Me dirigí a las escaleras de metal con Joanna a mi lado. Nadie giró la cabeza a nuestro paso. Joanna me miró de repente.

    —¿John?
    —¿Sí?
    —¿De verdad se comieron a su perro?


    _____ 5 _____
    La tortura


    Dejamos La Extraña Pareja, salimos a la triste penumbra del callejón y la sólida puerta de metal se cerró con fuerza detrás de nosotros. En general, las cosas no habían ido mal. Eddie había resultado de ayuda, nadie importante había querido matarme, y Alex ni siquiera había mencionado mi larga cuenta, presumiblemente porque reconocía a un cliente rico en cuanto lo veía. Odiaría pensar que se estaba volviendo blando. Joanna miró en derredor, arrugó el entrecejo y se abrazó a sí misma, con escalofríos. Comprensible. El callejón estaba helado, y había una gruesa capa de escarcha sobre las paredes y el suelo empedrado. La noche se había tornado invernal en el poco tiempo que habíamos estado dentro. Joanna me miró, acusadora, con el aliento humeando en el aire inmóvil.

    —De acuerdo, ¿qué ha pasado con el clima? Era una agradable y cálida noche de verano cuando atravesamos esa puerta.
    —En realidad no tenemos un clima como tal en Nocturnia —expliqué con paciencia—. Ni estaciones. Aquí, la noche no termina nunca. Piense menos en los cambios de temperatura como clima, y más como estados de humor. No es más que la ciudad, expresándose. Si no le gustan las condiciones actuales, espere un minuto, y algo nuevo pero del mismo modo angustioso sucederá. A veces creo que tenemos el clima que nos merecemos. Lo cual es quizá la causa por la que llueva tanto.

    Empecé a salir del callejón, y Joanna caminaba muy cerca, con los tacones repiqueteando con ruido sobre el empedrado. Pude adivinar que estaba pensando en preguntarme algo personal.

    —Eddie dijo que había gente mala buscándole —dijo al fin.
    —No se preocupe. Nocturnia es un lugar muy grande para perderse. Encontraremos a su hija y nos habremos ido antes que nadie nos alcance.
    —Si por aquí la gente siempre le está buscando... ¿por qué no se mantiene alejado de Nocturnia?

    Le concedí la cortesía de considerar el asunto durante unos instantes. Era una pregunta muy seria, que merecía una respuesta seria.

    —Lo intenté, durante cinco largos años. Pero Nocturnia es seductora. No hay nada en el Londres normal que se le compare. Es como vivir en color, en vez de en blanco y negro. Aquí todo es más intenso, más primario. Las cosas tienen más importancia. Las creencias, los actos, las vidas... tienen más significado, dentro del esquema general de las cosas. Pero al final, todo se reduce al hecho de que puedo vivir mejor aquí que en Londres. Mi don solo funciona en Nocturnia. Aquí soy alguien, incluso aunque no siempre me guste qué persona es esa. Además, no se debe permitir que nadie le diga a uno adónde puede o no puede ir. Es malo para el negocio.
    —Alex dijo que este era su hogar. Donde pertenece.
    —El hogar es donde está el corazón —dije—. Y la mayoría de la gente no se atreve a confesar que su corazón está aquí. Alguien se lo comería.
    —Eddie dijo que había gente mala —dijo Joanna, terca—. Y parecía de esa clase de personas que conocen a los malos. Sea honesto conmigo. ¿Estamos en peligro inmediato?
    —En Nocturnia, siempre. Aquí acaba toda clase de gente, arrastrada y guiada por pasiones y necesidades que no pueden ser expresadas o satisfechas de forma correcta en otro lugar. Y a muchos les gusta jugar fuerte. Pero la mayoría de ellos son lo bastante listos como para no mezclarse conmigo.

    Ella me miró, divertida.

    —Un tipo duro.
    —Solo cuando es preciso.
    —¿Va armado?
    —No llevo pistola —contesté—. Nunca he sentido la necesidad.
    —Yo también sé cuidar de mí misma —dijo de pronto.
    —No lo dudo —le aseguré—. O jamás habría dejado que viniera conmigo.
    —Entonces, ¿quién es esa Suzie, la que Eddie dijo que nos encontraríamos en la Fortaleza?

    Miré al frente.

    —Hace un montón de preguntas, ¿no?
    —Me gusta sacarle partido a mi dinero. ¿Quién es ella? ¿Un antiguo amor? ¿Un viejo enemigo?
    —Sí.
    —¿Va a suponernos un problema?
    —Quizá. Tuvimos una historia.

    Joanna estaba sonriendo. A las mujeres les gusta saber cosas como esas.

    —¿También le debe un favor?

    Suspiré, percatándome a regañadientes de que Joanna no iba a desistir por respuestas monosilábicas y cortantes, y a pesar de que la cosa no era asunto suyo.

    —No tanto como un favor; es más como una bala en la nuca. Suzie la Pistolera. También conocida como Escopeta Suzie, también conocida como «¡Oh, Dios mío, es ella, corre!» La única mujer apartada del Ejército del Aire por brutalidad inaceptable. Trabaja como cazadora de recompensas, en Nocturnia y sus alrededores. Es probable que esté buscando a alguien escondido en la Fortaleza.

    Joanna me estaba mirando de cerca, pero yo seguí con los ojos al frente, con el rostro cuidadosamente calmado.

    —Está bien —dijo al fin—. ¿Querría ella ayudarnos?
    —Puede. Si se lo puede usted permitir.
    —El dinero no es problema cuando se trata de mi hija.

    Ahora sí que la miré.

    —Si hubiera sabido eso, le habría cobrado más.

    Ella empezó a reír, y luego a toser, y volvió a abrazarse a sí misma.

    —¡Maldita sea, qué frío hace! Apenas puedo sentir los dedos. Estoy deseando volver a salir a la luz. Quizá haga más calor en la calle.

    Me detuve de repente, y ella conmigo. Tenía razón. Hacía frío. Un frío sobrenatural. Y habíamos estado caminando demasiado como para estar aún en el callejón. Deberíamos haber alcanzado la calle hacía rato. Miré detrás de mí, y el pequeño cartel de neón de La Extraña Pareja no era más que un punto reluciente en la oscuridad, lejos. Volví a mirar la boca del callejón, y no estaba más cerca de lo que estaba cuando empezamos. El callejón había crecido mientras yo estaba distraído por las preguntas de Joanna. Alguien había estado jugando con la estructura espacial, estirando el callejón... y el consumo de energía se manifestaba como frío repentino. Podía sentir la trampa cerrándose sobre mí. Ahora que la buscaba, era capaz de sentir la magia en el aire, chisporroteando como la energía estática y erizando el vello de mis brazos. Todo parecía lejano, y los sonidos llegaban lentos y amortiguados, como si estuviéramos bajo el agua. Alguien había tomado el control del espacio a nuestro alrededor, como si cerrara la tapa de una caja.

    Mientras observaba todo esto, aparecieron seis siluetas oscuras que bloqueaban la salida del callejón. Hombres negros con trajes negros, esperando a que fuera a por ellos.

    —La próxima vez que quiera tener una pelea —dijo Joanna en voz baja—, hágalo en su tiempo libre. Parece que el papá de Ffinch-Thomas ha enviado refuerzos.

    Asentí, esforzándome por no mostrar alivio en mi cara. Por supuesto: Ffinch-Thomas y sus amenazas. Magia druídica y honor ciudadano. Sin problema. Podía encargarme de media docena de Druidas yuppies engreídos, y mandarlos a casa a llorarle a sus madres. El hechizo sobre el callejón cesaría pronto, una vez que rompiera su concentración con un poco de brutalidad practicada. Entonces, salida de la nada, una luz rojo pálido inundó el callejón, iluminando el escenario con sombras de sangre para que Alguien más pudiera disfrutar del espectáculo, y por primera vez vi con claridad lo que me esperaba al final del callejón. Me asusté tanto que casi vomito allí mismo.

    Estaban de pie, juntas, seis cosas que parecían hombres pero que no lo eran. Su forma era humana, pero no su naturaleza. Llevaban trajes negros simples, con corbatas de lazo y zapatos brillantes, y sombreros flexibles con el ala hacia abajo, aunque todo eso no era más que parte del disfraz, algo que les ayudaba a pasar desapercibidos y a poder caminar por las calles sin que la gente gritara. Funcionaba, hasta que mirabas debajo de las alas de sus sombreros, donde deberían haber estado sus caras. No tenían rostros. Tan solo expansiones vacías de piel, de la barbilla hasta la frente. Carecían de ojos, pero podían ver. Sin orejas, pero podían oír. Ni bocas ni narices, pues no necesitaban respirar. Había algo horrendo en su visión, una ofensa contra la naturaleza y el sentido común, lo bastante asqueroso para hacer enfermar a cualquier hombre cuerdo.

    Les conocía, de antes. Eran rápidos y fuertes, y jamás se cansaban. Una vez que localizaban tu rastro, te seguirían hasta la mismísima Perdición, sin titubear. Les había visto despedazar personas miembro a miembro, y pisotear los cuerpos que aún chillaban. Oh, sí, les conocía, desde hace mucho tiempo. De pronto, se movieron hacia delante, con calma, sin prisa, al unísono, avanzando hacia mí en completo silencio, sin más sonido para acompañarlos que el de sus propios pasos.

    Del fondo de mi garganta salió un sonido, la clase de ruido que hace un zorro cuando ve que los sabuesos se acercan. O el sonido de un hombre que no puede despertar de una pesadilla. Tenía tanto miedo que temblaba, y el sudor me resbalaba por la cara. Mis propios hombres del saco, mis perseguidores desde la infancia, al fin venían a por mí. Joanna vio mi miedo, y se infectó de él rápidamente. Después de ver con qué calma me tomaba otras cosas, supo que aquello tenía que ser malo de verdad. No tenía ni idea. En mi interior, yo gritaba. Después de tantos años de correr y esconderme, al final me habían encontrado. Iba a morir con dolor, cubierto de sangre, y la gente vomitaría cuando viera lo que quedaba de mí. Ya había visto su obra.

    Miré por encima del hombro, preguntándome si tendría tiempo de alcanzar La Extraña Pareja. Quizá si corriera por el bar, hacia la parte de atrás, a través de las viejas bodegas... pero ya estaban allí. Otros seis, de pie, juntos, cortándome el camino hacia la esperanza, la seguridad y toda oportunidad de escapar. Ni siquiera les había sentido llegar. Había pasado demasiado tiempo en el mundo normal. Me había vuelto blando, y descuidado. Volví a mirar a los seis que se acercaban. Apenas podía respirar, y mis manos se abrían y cerraban, en un gesto de impotencia.

    —¿Qué... qué son? —dijo Joanna, colgándose de mi brazo con las dos manos. Estaba tan asustada como yo.
    —Los Horrendos —dije con una voz que era poco más que un susurro. Me costaba hablar. Tenía la boca dolorosamente seca y la garganta se me cerraba como si tuviese un puño alrededor—. Los que siempre me están buscando. La muerte, con forma y figura. El acto del asesinato hecho manifiesto en carne, sangre y huesos.
    —¿La mala gente de la que te avisó Eddie?
    —No. Estos son sus emisarios. Los que envían para matarme. Alguien me ha traicionado. No pueden haberme rastreado tan rápido, y preparado una trampa con tanta premura. Alguien les ha dicho dónde y cuándo encontrarme, el muy bastardo. Alguien me ha vendido a los Horrendos.

    Durante todo el tiempo que balbuceé, mi mente trabajaba con afán. Tenía que haber una salida. Tenía que haberla. No podía acabar todo de manera tan simple, tan estúpida, con mis tripas al aire en un sucio callejón trasero, en medio de un caso de nada.

    —¿Puedes pelear con ellos? —dijo Joanna, con la voz alta y al borde del histerismo.
    —No. Mi saco de trucos está bastante vacío, después de tanto tiempo.
    —¡Pero tú eres el tipo duro, recuerda!
    —Ellos lo son más.
    —¿Y no puedes... mirarles a los ojos? ¿Como hiciste con Ffinch-Thomas? —Su voz se cortó de súbito. Ahora podía verlos más de cerca. Los Horrendos.
    —¡Ni siquiera tienen ojos! —dije, también con un punto de histeria—. No puedes hacerles daño; no sienten nada. Ni siquiera puedes matarlos; en realidad, no están vivos.

    Busqué mi don con todas mis fuerzas. La mayor parte de él seguía adormecido en un rincón de mi mente, sin usar durante cinco años, pero lo obligué a despertarse de manera despiadada, sabiendo que luego lo pagana en forma de dolor y daño. Si es que había un luego. Lo forcé hasta el límite, rebuscando en mi cerebro contra el hechizo que me rodeaba, buscando un punto débil. El frente y la retaguardia estaban bloqueados, pero puede que las paredes del callejón... Soy capaz de encontrar cosas, así que intenté con todas mis energías encontrar una salida. Las paredes eran de ladrillo sólido, pero en Nocturnia pueden esconder un montón de cosas, y estuve bastante seguro de que mi tercer ojo, mi ojo secreto, había encontrado los bordes de una vieja puerta oculta entre los ladrillos y el cemento de la pared. Una puerta en el espacio, actualmente ocupada por la pared de la derecha, invisible para todos excepto para aquellos con un don muy especial. Por su aspecto, la puerta no había sido abierta en mucho tiempo, pero su inercia temporal no le hacía sombra a mi desesperación. La golpeé con toda mi mente, y el espacio se estremeció.

    Los Horrendos alzaron levemente sus cabezas, al unísono, sintiendo algo. Volví a empujar la puerta y esta gruñó, abriéndose solo una rendija. Una luz brillante se apareció en sus bordes, derramándose en el callejón y haciendo retroceder a la sobrenatural luz rojiza. Era la luz del sol, pura, incorrupta, y los Horrendos dieron un respingo ante ella, aunque pequeño. Se podía oír cómo soplaba el viento detrás de la puerta, chillón. Sonaba a libertad.

    —¿Qué es eso? —dijo Joanna.
    —Nuestra escapatoria. —Mi voz era más firme—. Hay muchos puntos débiles y fracturas en Nocturnia, si sabes dónde buscar. Venga, nos vamos de aquí.
    —No puedo.
    —¿Qué?
    —¡No puedo moverme! —La miré. No estaba bromeando. Tenía el rostro pálido como una calavera, y los ojos tan abiertos como los de un animal en el matadero. Sus manos se aferraban a mi brazo con una presión dolorosa—. ¡Tengo miedo, John! Me aterrorizan. No puedo... no puedo moverme. No puedo respirar. ¡No puedo pensar!

    Le había entrado el pánico, y estaba histérica. Nocturnia, al final, le había empujado tan lejos. Ya lo he visto antes. Tenía que actuar por los dos. Tiré de ella hacia la puerta que había abierto, pero sus piernas no cooperaron, y cayó con torpeza, despatarrada sobre el empedrado y casi arrastrándome con ella. Le obligué a soltarme el brazo y se acurrucó en el suelo, llorando indefensa y con todo el cuerpo tembloroso. Miré la puerta, y luego a los Horrendos que se aproximaban. La primera estaba tan lejos, y ellos tan cerca... No podía arrastrarla. Pero yo sí podía huir. Aún podía llegar a la puerta, abrirla, atravesarla y cerrarla detrás de mí. Estar a salvo. Pero eso significaba dejar atrás a Joanna. Los Horrendos la matarían. De manera horrible. En parte porque nunca dejaban testigos, y en parte como mensaje para mí, y para otros. Ya lo habían hecho antes.

    Ella no era nadie para mí. La jodida Joanna Barrett, todo dinero, orgullo y modales presumidos, quien me había traído de vuelta a Nocturnia contra todo sentido común. Haciendo que me compadeciera de ella y de su puta hija, la estúpida. No le debía nada. No merecía la pena que arriesgara mi vida por intentar salvarla. Ella no podía correr. Se había caído. Se lo había buscado. Todo lo que tenía que hacer era dejarla con los Horrendos, y me salvaría.

    Me volví hacia la puerta de la pared, y dejé de aguantarla. La puerta se cerró en un momento, la luz del día se cortó, y la horrible luz rojiza volvió a adueñarse del callejón. Me situé junto a Joanna, con las manos convertidas en puños. Puede que no fuese una amiga, ni siquiera un aliado, pero era una cliente. Me había fallado a mí mismo más veces de las que me molestaba en recordar, pero siempre había hecho lo posible por no fallarle a un cliente. Un hombre ha de tener algo de autoestima.

    Hice a un lado lo que me quedaba de orgullo y puse en marcha una última y desesperada llamada mental en busca de ayuda. No es que le fuera a importar a muchos, incluso aunque me oyeran. Al menos, no en Nocturnia, pero Alex podría oírme... y hacer algo. Pero cuando abrí mi mente, los pensamientos de los Horrendos me inundaron: una cacofonía ensordecedora de voces extrañas y gimoteantes, totalmente inhumanas, que trataban de llenar mi cabeza y expulsar a mis propios pensamientos. Tuve que volver a cerrar mi mente, en defensa propia.

    No iba a aparecer ninguna ayuda, nada de caballería, ni rescates en el último minuto. Como siempre, estaba solo en mitad de la noche que nunca acaba. Solo mis enemigos y yo, atrapado al fin.

    Los Horrendos se acercaron, seis por delante y seis por detrás, tomándose su tiempo ahora que sabían que no tenía escapatoria. Se movían en silencio, como fantasmas o sombras, o como pensamientos mortales, y sus rostros vacíos eran más espeluznantes que cualquier expresión de asesino que pudieran haber tenido. Sus objetivos e intenciones estaban claras en sus movimientos, vivos, económicos, perfectamente sincronizados. No elegantes; eso habría sido demasiado humano como para atribuírseles. Alcé mis puños en un último gesto de desafío, y ellos levantaron sus manos pálidas. Por primera vez, vi que sus largos y delgados dedos terminaban en unas agujas hipodérmicas que sobresalían unos centímetros de la punta de sus dedos sin uñas. Largas agujas que rezumaban un líquido verde claro. Aquello era nuevo, algo que nunca había visto. Y de repente supe, en un nivel más profundo y certero que el del instinto, que el juego había cambiado mientras estaba fuera. No iban a matarme allí. Iban a clavarme esas agujas, y luego llevarme a... otro lugar. Hacia sus misteriosos y desconocidos amos. La gente mala.

    Era para llorar. Ni siquiera me iban a permitir la dignidad de una muerte rápida, aunque desagradable. Mis enemigos tenían planeado para mí algo más lento, más largo. Tortura, horror, locura; quizá convertirme en uno de ellos, para hacer su voluntad. Decir sus palabras, cumplir sus recados, mientras alguna parte de mí gritaba indefensa, atrapada para siempre ante mis propios ojos. Era preferible morir. Al final, estaba tan asustado que me enojé. Al infierno con eso, y al infierno con ellos. Si no podía escapar, al menos presentaría batalla. Les obligaría a matarme, y les negaría su victoria, su triunfo.

    Y quién sabe; si pudiera resistirles lo suficiente, quizá encontrase alguna forma de salir del embrollo, después de todo. En Nocturnia, a veces ocurren milagros.

    El primero de los Horrendos estaba al alcance, y le golpeé en medio de su cara vacía, poniendo toda mi fuerza en el puñetazo. Mi puño se hundió en su cabeza, aterrizando en medio de donde debería haber estado su nariz. La pálida carne cedió de forma antinatural, estirándose como una masa. La piel colgaba pegajosa de mi mano cuando la liberé, y la criatura apenas se balanceó por el golpe. Me di la vuelta rápido, golpeando a los demás mientras se arracimaban a mi alrededor. Eran rápidos, pero yo lo era más. Eran fuertes, pero yo estaba desesperado. Les contuve por un rato por pura furia, pero era como pegarle a los cadáveres. Sus cuerpos se ablandaban de manera horrible, como si de verdad no hubiese nada en su interior, y quizá fuese así. No eran más que recipientes del odio de mis enemigos. Absorbían los golpes como algo pasajero, sin importancia, y volvían a por más. Sus manos me llegaban de todas direcciones, como serpientes, intentando atraparme una y otra vez con sus dedos de aguja. Tenían la tenacidad mecánica de las máquinas, y todo lo que podía hacer era seguir moviéndome, esquivando, un poco más lento con cada jadeo. Sus agujas me agujerearon el abrigo, y el líquido verde claro manchó el tejido. Me volví tan loco que levanté a una de las cosas y la arrojé contra la pared, pero aunque el impacto era suficiente para romper los huesos de un hombre vivo, el Horrendo tan solo se aplastó un poco contra el muro, como un aterrador juguete que no podía romperse, y volvió hacia mí.

    Sin rostro, implacables, completamente en silencio. Era como luchar contra pesadillas. Le grité a Joanna que corriera, mientras seguían preocupados en mí, pero ella no hacía más que yacer acurrucada en el suelo, con la boca fláccida por la conmoción, observando con los ojos muy abiertos, casi enajenados. Los Horrendos ya estaban encima de mí, y sentía mucho frío y cansancio. Lo mejor que podía hacer era confundirlos para que se pincharan entre ellos en lugar de a mí. Ni siquiera la rabia ni el terror pueden hacerte resistir tanto, y lo que me quedaba de mis fuerzas se estaba difuminando. Estaba pensando en cómo conseguir que me mataran, cuando la sombra se movió entre ellos, y todo cambió.

    Las cabezas de los Horrendos se volvieron al unísono, mientras se percataban de repente de que no estaban solos. Algo nuevo había entrado en el callejón, algo más pavoroso y peligroso que ellos. Podían sentirlo, del mismo modo que los depredadores sienten a un rival. Se olvidaron de mí por un momento, y me derrumbé agradecido sobre el empedrado, al lado de Joanna. El corazón me golpeaba con dolor en el pecho mientras pugnaba por respirar. Joanna me arrojó sus brazos, se colgó de mí, temblando, y escondió el rostro en mi cuello. Yo lo presencié todo.

    Los Horrendos miraron a su alrededor, sus rostros vacíos girando a la vez. Estaban confundidos, desorientados. Aquello no estaba en el plan. Y de pronto, una de las caras era diferente a las de los demás. Una larga línea roja había aparecido, cruzando su faz por donde deberían haber estado sus ojos, y de inmediato fluyó sangre. La criatura, vacilante, levantó una mano llena de agujas hasta su rostro ensangrentado, como si examinara el corte.

    Una sombra pasó entre los Horrendos, rápida como un pensamiento fugaz, y la mano se desprendió de su muñeca, seccionada. La sangre bombeaba del muñón en el aire gélido, soltando un humo espeso. Y sonreí, con maldad y satisfacción, cuando me di cuenta de quién había acudido a mi rescate. Todo había terminado. Los Horrendos estaban acabados. Solo que aún no lo sabían.

    Algo se movió entre las siluetas sin rostro, demasiado rápido para ser visto. La sangre surcó el aire, manando de cien heridas a la vez. Los Horrendos trataron de luchar, pero solo se golpearon entre ellos. Intentaron correr, pero allá donde fueran la sombra ya estaba antes que ellos, cortándolos, sajándolos, destripándolos, haciéndolos pedazos. No podían chillar, pero me gusta pensar que en sus últimos instantes de existencia descubrieron algo del horror y el sufrimiento que ellos les habían transmitido a los demás.

    Todo terminó en cuestión de segundos. La docena de Horrendos, los sabuesos mortales tras mi pista, ya no estaban. Habían sido convertidos en cientos, quizá miles, de pequeñas partes de cuerpo desperdigadas que cubrían todo el callejón. Algunas de ellas aún se agitaban. Las mugrientas paredes de ladrillo estaban regadas de sangre, y el empedrado pegajoso, a excepción de un pequeño círculo alrededor de Joanna y de mí mismo. Y una docena de caras sin rasgos, despellejadas con maña de sus cabezas inexpresivas, habían sido clavadas a la pared delante de la puerta metálica cerrada que conducía a La Extraña Pareja.

    La luz sanguinolenta se había apagado, y el callejón volvía a su lobreguez habitual. La cruel gelidez del ambiente empezó a relajar su presa. Le murmuré palabras reconfortantes a Joanna, hasta que su abrazo empezó a aflojarse, y luego le hice un gesto con la cabeza a la figura quieta y silenciosa plantada bajo el pequeño cartel de neón.

    —Gracias, Eddie.

    Eddie el Navaja sonrió un poco, con las manos metidas en los bolsillos de su enorme abrigo gris. No había ni una gota de sangre sobre él.

    —El favor que te debía, John.

    Algo en la forma en que me dijo aquello hizo que muchas piezas encajaran.

    —¡Tú sabías que esto iba a suceder!
    —Por supuesto.
    —¿Por qué no apareciste antes?
    —Porque quería ver si aún lo tenías.
    —¡Al menos podías haber dicho algo! ¿Por qué no me avisaste?
    —Porque no me habrías escuchado. Porque quería enviarle a los amos de los Horrendos una advertencia. Y porque odio estar en deuda con nadie.

    Y entonces, lo supe.

    —Les dijiste que iba a estar aquí.
    —Bienvenido a casa, John. Este viejo lugar no ha sido lo mismo sin ti.

    Algo se movió como una sombra huidiza, como la brisa, y ya no hubo nadie bajo el neón. El callejón estaba vacío, aparte de la siembra de miembros corporales y de la sangre que resbalaba por las paredes. Debería de haberlo sabido. Todo el mundo tiene sus planes, en Nocturnia. Joanna alzó su rostro pálido para mirarme.

    —¿Se ha acabado?
    —Sí. Se ha acabado.
    —Lo siento. Sé que debería haber corrido, pero estaba tan asustada... Nunca había sentido tanto miedo.
    —Está bien —le dije—. No todo el mundo sabe nadar cuando le arrojan donde cubre. Nada en tu antigua vida podía haberte preparado para los Horrendos.
    —Siempre pensé que podría enfrentarme a cualquier cosa —dijo en voz baja—. Siempre ha sido duro ser una luchadora, proteger mis intereses y los de mis hijos. Conocía el juego, sus reglas. Como emplear... lo que tengo, para abrirme camino, para superar a los demás. Pero esto... Esto es superior a mí. Vuelvo a sentirme como una niña. Perdida. Indefensa. Vulnerable.
    —Las reglas no son tan distintas —le dije, después de un momento—. Sigue tratándose de poderosos que asesinan solo porque pueden. Y de unos cuantos de nosotros que no serán vencidos. Luchando en nuestro rincón, ayudando a los que podemos, porque es nuestro deber.
    —Mi héroe —dijo Joanna, sonriendo fugazmente por primera vez.
    —No soy un héroe —dije convencido—. Tan solo encuentro cosas. No estoy aquí para limpiar Nocturnia. Es demasiado grande, y yo demasiado pequeño. No soy más que un hombre que utiliza sus dones para ayudar a sus clientes, porque todo el mundo debería tener alguien a quien acudir en tiempos de necesidad.
    —Nunca había conocido un hombre al que respetara —dijo Joanna—. Antes que ahora. Podías haber huido y dejado atrás. Haberte salvado. Pero no lo hiciste. Mi héroe.

    Levantó su boca hasta la mía, y después de un segundo, nos besamos. Era cálida y reconfortante en mis brazos, apretada contra mi cuerpo, y por primera vez en mucho tiempo me sentí vivo. Durante un rato, fui feliz. Era como despertarse en un país extranjero. Nos quedamos un rato sentados sobre los adoquines llenos de sangre, abrazándonos. Nada más importaba.


    _____ 6 _____
    El asalto a la Fortaleza


    Le di el alto a un carruaje con caballo para que nos llevara a la Fortaleza. Estaba lejos de narices como para ir caminando, en especial después del asunto fuera de La Extraña Pareja, y sentí que era necesario un poco de asiento. Y probablemente, sería buena idea sacar mi cara de las calles durante un rato. El caballo iba trotando, mirando desde arriba a cualquier coche que pareciera entrometerse en su camino. Era una gigantesca bestia de Clydesdale, blanca como la luna, de anchos lomos y enormes pezuñas plateadas, que tiraba de un carruaje del siglo diecinueve con pescante trasero, fabricado con ébano oscuro y sándalo, y con ornamentos de latón. El conductor que se sentaba en lo alto, envuelto en un viejo guardapolvos de cuero, portaba un trabuco de metro y medio, cuya enorme culata estaba labrada con encantamientos y sigiles de ataque. Miraba con cuidado en derredor mientras el caballo conducía el carro hasta Joanna y yo, listo para utilizar su descomunal arma en cualquier momento. Joanna había recuperado la mayor parte de su compostura, si no su antigua arrogancia, pero de inmediato se sintió encantada con el caballo. Se acercó a él para acariciarle el lomo y el hocico. El animal relinchó, apreciando el gesto.

    —Qué animal tan maravilloso —dijo Joanna, casi como un arrullo—. ¿Crees que le gustaría algo de azúcar, o un dulce?
    —No, gracias, señora —dijo el caballo—. Me provocan caries, y odio ir al dentista. Sin embargo, no le diría que no a una zanahoria, si posee tal artículo.

    Joanna parpadeó varias veces, y me miró de manera acusadora.

    —Lo has hecho aposta. Cada vez que creo que empiezo a comprender Nocturnia, me haces alguna de estas. Te juro que tengo los nervios acurrucados en un rincón, llorando a moco tendido. —Se volvió hacia el caballo—. Lo siento. No tengo zanahorias.
    —Entonces entren en el carruaje y dejen de malgastar mi tiempo —dijo el caballo—. El tiempo es oro en este negocio, y tengo facturas que pagar.
    —Lo siento —dijo Joanna, cohibida—, pero, ¿se supone entonces que el carruaje es tuyo? ¿Estás al mando?
    —Exacto —dijo el caballo—. ¿Por qué no? Yo hago todo el trabajo duro. Siempre a descubierto, sin importar el clima, con estrías en el lomo por culpa del maldito arnés... Y conozco cada carretera, ruta o desvío de Nocturnia, además de un montón de atajos que no figuran en los mapas de nadie. Me dice la dirección, y yo le llevo hasta allí, más rápido que cualquier maldito taxi.
    —¿Y el... caballero de ahí arriba? —preguntó Joanna.
    —¿El Viejo Henry? Solo está para recoger los pagos, dar el cambio y manejar la escopeta. Nadie se mete con nosotros, a menos que quiera irse a casa con los pulmones en un cubo. Unas cosas muy útiles, las manos. Una vez que pague mi deuda con el banco, estoy pensando en implantarme unos brazos cibernéticos. Aunque solo sea para poder rascarme la maldita nariz. Y ahora, ¿vamos a quedarnos aquí hablando toda la noche, por lo cual cobro un extra, o vamos a ir de verdad a algún sitio?
    —¿Conoces la Fortaleza? —dije.
    —Oh, claro. Sin problema. Aunque creo que os dejaré en la esquina de la manzana. Nunca se sabe cuando esos chalados van a empezar a disparar de nuevo.

    El Viejo Henry gruñó alto mostrando su acuerdo y levantó su trabuco. Abrí la puerta del carruaje para Joanna y esta subió, algo confusa. Entré después de ella, cerré la portezuela y nos pusimos en marcha. Los asientos eran de cuero rojo, muy cómodos. No es que hubiese mucho espacio, pero era acogedor. Fue un viaje sin traqueteos, lo que indicaba una buena suspensión en algún sitio por debajo de nosotros.

    —No me gustan los taxis —dije, solo para tener una conversación mientras Joanna recuperaba el aliento mental—. Nunca sabes para quien trabajan en realidad, o a quién informarán del viaje. Y los conductores siempre quieren hablar de política. Los pocos carruajes de caballos que trabajan en Nocturnia son estrictamente independientes. Así de cabezotas son los caballos. Puede que te hayas percatado de que el Viejo Henry ni siquiera lleva riendas; los caballos toman todas las decisiones. Además, es probable que el Viejo Henry necesite ambas manos para manejar esa enorme escopeta.
    —¿Por qué necesita un arma? —dijo Joanna, de nuevo con su voz normal.
    —Para mantener a raya al resto del tráfico. No todo lo que parece un coche es un coche. Y nunca sabes cuando los trolls van a volver a robar coches.
    —Creo que necesito cambiar de tema —dijo Joanna—. Cuéntame más de esa Escopeta Suzie que puede que nos encontremos en la Fortaleza. Parece... fascinante.
    —Oh, es todo eso y más. Es Suzie —dije, sonriendo—. Rastrea a los villanos prófugos como un cazador detrás de un gran ciervo. No hay sitio donde puedan esconderse al que ella no les persiga, ni protección tan buena contra la que ella no vaya a cargar con sus pistolas. Suzie no es la más sutil de las personas, pero definitivamente es una de las más resueltas. No rechaza un trabajo, ni hay objetivo demasiado peligroso, si el precio es justo. Suzie es conocida por utilizar todo tipo de pistolas conocidas por el hombre, así como unas cuantas fabricadas por ella especialmente, aunque por lo general se inclina por la escopeta. Se suele saber dónde ha estado porque está en llamas. Y se la puede seguir siguiendo el rastro de puertas abiertas a patadas, gritos y sangre salpicada en las paredes. Su presencia puede comenzar una batalla, o terminarla. Un infierno de mujer.
    —¿Habéis sido... íntimos? Dijiste que tuvisteis una historia...
    —Trabajamos juntos en algunos casos, pero Suzie no deja que nadie se acerque demasiado. No creo que sepa cómo hacerlo. Se sabe que de vez en cuando hay hombres que han entrado en su vida, pero suelen salir corriendo.
    —Eddie el Navaja, Suzie la Escopeta... Conoces a gente de lo más interesante, John. ¿No conoces gente normal?
    —La gente normal no suele durar mucho en Nocturnia.
    —¿Será ella una ayuda, o un obstáculo?
    —Es difícil de decir —dije con sinceridad—. Suzie no es la persona con la que sea más fácil trabajar, en especial, si quieres capturar a tu presa con vida. Suzie es una asesina. Se convirtió en cazarrecompensas porque le proporciona una excusa legal para dispararle a un montón de gente.
    —Pero ella te gusta, ¿verdad? Puedo oírlo en tu voz.
    —Ha pasado por mucho y resistido cosas que hubiesen acabado con una persona inferior. La admiro.
    —¿Confías en ella?

    Sonreí un poco.

    —Aquí no puedes confiar en nadie. Ya deberías saberlo.

    Asintió.

    —Eddie el Navaja.
    —Y es amigo mío. En su mayor parte.

    Pasamos el resto del viaje en silencio. Ambos teníamos mucho en lo que pensar. Joanna empleó mucho tiempo mirando por la ventana. Yo no. Ya lo había visto todo antes. Al final, el carruaje hizo un alto, y el caballo gritó que habíamos llegado a nuestro destino. Salí el primero, y pagué al Viejo Henry, mientras Joanna le echaba su primer vistazo a la Fortaleza. Me aseguré de darle al Viejo Henry una buena propina, pues nunca sabes cuando vas a necesitar un viaje apresurado. El caballo esperó hasta que el Viejo Henry confirmó que todo estaba bien, y partieron. Me acerqué a Joanna, quien aún contemplaba la Fortaleza. Merecía la pena mirarla. No había cambiado ni un ápice en cinco años.

    La Fortaleza comenzó sus días como unos grandes almacenes de rebajas. Gran inventario, precios bajos, nada de devoluciones. En su mayor parte, comerciaba con armas, de todas las épocas y lugares, sin preguntas, pero cometió el error de inundar el mercado. Incluso en Nocturnia, hay un número determinado de personas que necesitan matar en un momento dado. De modo que los almacenes intentaron desde la sombra instigar unas cuantas guerras callejeras para estimular las demandas, y fue entonces cuando las Autoridades se interesaron por el asunto. Al día siguiente, la propiedad estaba en venta. Los abducidos por los alienígenas se hicieron con ella, con todo incluido.

    La Fortaleza era un edificio cuadrado de varias plantas, con todas sus ventanas y puertas protegidas por contraventanas de metal reforzado. Había nidos de armas pesadas en la azotea que apuntaban hacia arriba y hacia abajo, y todo tipo de equipamiento electrónico. Nadie se aproximaba a la Fortaleza sin ser cuidadosamente escrutado de antemano. La palabra «FORTALEZA» había sido pintada con grandes letras en la fachada principal, una y otra vez, en todos los idiomas posibles del mundo común, y en unos cuantos que solo se hablan en Nocturnia. No se escondían. Estaban orgullosos de lo que eran. La Fortaleza seguía siendo principalmente un último refugio para los abducidos, pero estaba allí para todo aquel necesitado de una estancia corta. Te daban consejo, una dirección acorde a tus necesidades, y todas las armas que te hicieran sentir más seguro. La Fortaleza creía firmemente en la escuela de terapia del «Mátalos a todos y que Dios escoja a los suyos». Es lo que tiene el hecho de ser abducido a la edad de diez años. Aquellos lo bastante estúpidos para abusar de la hospitalidad de la Fortaleza nunca vivían lo suficiente para jactarse de ello.

    La Fortaleza se alzaba entre una Escuela de Negocios Vudú y un Almacén de Suministros del Ejército. Joanna acababa de pararse a mirar por las ventanas. El escaparate del establecimiento Vudú mostraba Raíz de San Juan el Conquistador en cápsulas, Raíz de Mandrágora con forma de rostros humanos que gritaban, y una sección miscelánea de amuletos surtidos. Habían disfrazado a un maniquí como el barón Samedi, con su tumba y todo, pero parecía más hortera que otra cosa.

    El escaparate de la tienda de Suministros del Ejército tenía uniformes de todas las épocas, una vitrina de medallas procedentes de países que ya no existían, y un único maletín de ejecutivo, cerrado, marcado como «Maletín nuclear: háganos una oferta». Joanna lo miró durante un buen rato, antes de volverse hacia mí.

    —¿Es en serio? ¿Es real esa cosa?
    —Debe tener algún defecto —dije—. De otro modo, la Fortaleza lo habría comprado. Quizá tengas que poner tu propio plutonio.
    —Por las lágrimas de Jesús —dijo Joanna.
    —De hecho, sí que lloró —concedí—. Y por cosas peores que esta.

    Nos acercamos a la puerta principal de la Fortaleza, y esa fue la primera vez que sentí que algo iba muy mal. La cámara de seguridad sobre la puerta había sido destrozada, y la puerta de acero reforzado estaba un poco entreabierta. Fruncí el entrecejo. Aquella puerta nunca se dejaba abierta. Jamás. Detuve a Joanna con un suave apretón en el brazo, le hice un gesto para que estuviese callada y se quedara detrás de mí, y luego abrí la puerta con mucho cuidado. Del interior llegaba el sonido amortiguado de disparos lejanos y algún grito ocasional. Sonreí un poco.

    —Parece que Suzie ya está aquí. Quédate pegada a mí, Joanna, e intenta parecer inofensiva.

    Abrí la puerta del todo y miré adentro. El vestíbulo estaba desierto. Entré, muy despacio, y examiné la situación con precaución.

    El vestíbulo había sido, probablemente, muy acogedor en un principio, diseñado para que los nuevos visitantes se sintieran cómodos, pero ahora era un desastre. Todo el mobiliario había sido volcado, las escenas campestres de las paredes colgaban torcidas, llenas de agujeros de bala, y la gran planta de plástico de la esquina había sido acribillada por disparos bastante poco amistosos. Normalmente, tenías que pasar a través de un ancho detector de metales de aeropuerto para entrar en el vestíbulo interior, pero alguien lo había tirado en mitad de la estancia. Aún había volutas de humo en el aire, y el inconfundible aroma de la cordita. Alguien había hecho unos cuantos disparos allí, y hacía muy poco de eso.

    Pero no había cuerpos en ningún sitio.

    Crucé el vestíbulo muy despacio, con Joanna todo lo pegada a mí que podía estar sin meterse en mis bolsillos. Comprobé las cámaras de seguridad de las esquinas del techo. Las pequeñas luces rojas indicaban que seguían en funcionamiento. Alguien tenía que haber visto lo que había ocurrido ahí abajo, pero no había señal de refuerzos. Lo que solo podía significar que la acción real seguía en marcha, en algún lugar del interior del edificio. Estaba empezando a tener un presentimiento malo de verdad.

    La puerta del otro lado del vestíbulo, la que daba acceso al interior de la Fortaleza, también estaba entreabierta. Todas sus cerraduras y cerrojos habían sido destrozadas, y una de las bisagras de la puerta había sido arrancada de la jamba. Abrí la puerta con cuidado y eché un vistazo al pasillo. Había orificios de bala recientes en las paredes, pero no cuerpos. De algún sitio más adelante llegaba el sonido de muchos rifles y disparos.

    —Quizá debiéramos entrar en la tienda del ejército y coger algunas armas para nosotros... —dijo Joanna.
    —¿Sabrías usar una, si lo hiciéramos?
    —Sí.

    La miré.

    —Estás llena de sorpresas, ¿eh? No me gustan las armas. Te meten fácilmente en el tipo de problemas que después no puedes solucionar con un «lo siento». Además, nunca he sentido la necesidad.
    —¿Y los Horrendos?
    —Las armas no los habrían detenido.

    Joanna hizo un gesto hacia las cámaras del techo del pasillo.

    —¿Por qué toda esta seguridad?
    —Lógica de abducidos. Tienen cámaras en todas las habitaciones, pasillos, rincones y grietas. Y más trampas ocultas de las que me gusta pensar. Y un equipo completo de personas cuyo único trabajo es sentarse y mirar los monitores, por turnos. Esta gente tiene miedo de verdad de que los alienígenas vuelvan a por ellos. Y como nadie sabe cómo vienen y se van los pequeños bastardos grises, las cámaras están funcionando siempre. La idea es que aunque los ojos humanos puedan ser engañados, las cámaras podrán captarlos. Supongo que una vez que el equipo de seguridad los localiza, activan todas las alarmas, y así todo el mundo coge el arma más cercana y le vuela la tapa de los sesos a todo lo que no parezca del todo humano. Tienen cámaras hasta en los baños y las duchas, por si acaso. Aquí no se llevan a nadie sin una buena guerra antes.

    Joanna hizo una mueca.

    —¿No hay privacidad en ningún sitio? Qué paranoicos.
    —No si Ellos están detrás de ti de verdad. Y cuanto más miro lo que ha ocurrido aquí... menos me gusta. Todas las señales indican que alguien, o algo, ha irrumpido en el vestíbulo, y la gente de la Fortaleza ha abierto fuego. Sin un efecto obvio. Por el sonido, siguen luchando, pero está claro que están en retirada. Alguien los está empujando más y más, hacia el corazón de su propio territorio. Hasta aquí, todo es obvio. Pero, ¿dónde están los cuerpos? Quizá, y solo quizá... los alienígenas hayan venido de verdad, en busca de sus especímenes perdidos.
    —¿Lo dices en serio? —dijo Joanna—. ¿Alienígenas?

    Miré el corredor vacío, considerando las posibilidades.

    —Todos los caminos llevan a Nocturnia. Pasados, presentes y futuros. Los alienígenas no son más extraños que muchas de las cosas que he visto aquí.
    —Quizá debamos volver en otro momento —dijo Joanna.
    —No. Esta es buena gente. No puedo irme, cuando puede que necesiten ayuda. No podría. Y es probable que Suzie esté por aquí, en algún lugar. Maldición. Maldición. Ahora no necesitaba esto. Puedes esperar fuera si quieres, mientras yo examino todo esto.
    —No. Me siento más segura contigo, estés donde estés. Mi héroe.

    Intercambiamos una sonrisa rápida, y abrí el camino hacia el pasillo. El sonido de los disparos se iba haciendo mayor poco a poco, junto a algunos gritos y maldiciones incoherentes. Vimos muchos daños estructurales a nuestro paso, pero seguía sin haber cuerpos. Ni siquiera sangre. Lo cual, dada la ingente cantidad de disparos, era preocupante... El pasillo terminaba en un brusco giro a la derecha. Ahora estábamos justo encima del fuego abierto. Me aseguré de que Joanna estaba bien, y eché un fugaz vistazo desde la esquina. Todo quedó extremadamente claro. Debería haberlo sabido. Suspiré hondo y doblé la esquina, saliendo a descubierto. Elevé la voz, fría, autoritaria y realmente molesta.

    —¡Que todo el mundo pare ahora mismo!

    Los disparos cesaron de inmediato. El silencio se hizo en el pasillo que tenía delante. El humo llenaba con sus volutas el ambiente. En el otro extremo del pasillo, toda una muchedumbre de gente se refugiaba detrás de muebles que habían arrastrado desde las habitaciones adyacentes para formar una barricada. Conté al menos veinte clases diferentes de armas que asomaban a través de la barricada improvisada antes de rendirme. La mayoría parecía ser de tipo automático. Y en el otro bando, en mi lado del pasillo, había una rubia alta vestida de cuero, con una escopeta corredera en las manos, de rodillas detrás de su propia barricada. Se volvió para mirarme y me hizo un gesto enérgico con la cabeza.

    —John. Oí que habías vuelto. Estaré contigo en un minuto, tan pronto como me haya encargado de este atajo de pajilleros expertos.
    —Baja el arma, Suzie —dije con severidad—. Lo digo en serio. Nada de tiros por parte de nadie, o me enfadaré de verdad con todos. De manera repentina, violenta, y con todo el lugar.
    —Oh, diablos —dijo una voz desde detrás de la otra barricada—. Como si las cosas no estuviesen lo bastante mal, ahora llega John Taylor. Está bien, ¿quién de vosotros, idiotas, va a enojarle?

    Suzie la Pistolera se levantó y me gruñó. Ahora debía andar por los veintitantos, y todavía tenía un aspecto que era para comérsela. Si no te importaba que la comida te devolviera los mordiscos. Como siempre, Suzie vestía un traje de motero de cuero negro, adornado con cadenas metálicas y tachuelas, y dos bandoleras de balas cruzaban sus impresionantes pechos. Completaban el look unas botas de cuero de caña alta con puntera de acero. Suzie había visto La chica de la motocicleta y Buscando mi destino más veces de las que eran saludables, y le encantaban todas las películas que Roger Corman había hecho sobre los Ángeles del Infierno.

    Tenía un rostro imponente, con una estructura ósea fuerte que terminaba en una mandíbula determinada, y mantenía el cabello rubio pajizo que le llegaba a los hombros alejado de la cara con una cinta de cuero, supuestamente fabricada con el pellejo del primer hombre al que había matado, cuando tenía doce años. Sus ojos eran de color azul oscuro, fríos e inquebrantables, y su boca fruncida rara vez mostraba una sonrisa, excepto en medio de un tiroteo o un derramamiento de sangre, momento en el que se sentía como en casa. Era conocida por no aguantar las idioteces, gastar el dinero tan rápido como venía, y patear culos con energía y entusiasmo. Le gustaba decir que no tenía amigos y que sus enemigos estaban muertos, pero unas pocas personas habían sabido abrirse paso hacia su vida, casi a su pesar. Yo, por mis pecados, era una de ellas.

    Allí de pie, con el humo y las luces parpadeantes del pasillo, parecía una valkiria salida del infierno.

    —Déjame adivinar —dije, con una pequeña nota de cansancio en la voz—. Entraste a patadas, exigiste que te entregaran a tu presa, y cuando se negaron, declaraste la guerra. ¿Correcto?
    —Tengo un encargo muy serio con este tipo —dijo Suzie—. Y fueron muy rudos conmigo.

    Consideré la cuestión.

    —Estoy seguro de que lo sienten mucho. Bueno, trata de no matarlos a todos, Suzie. Necesito a alguien vivo y preferiblemente intacto para contestar a unas pocas preguntas.
    —¡Oye! ¡Espera un momento! —dijo la voz detrás de la barricada lejana—. Es posible... que nos hayamos precipitado un poco. Aquí nadie quiere enfrentarse a Suzie la Escopeta ni a John Taylor a no ser que sea absolutamente necesario. ¿No podemos hablar del tema?

    Miré a Suzie, quien se encogió de hombros.

    —Todo lo que tienen que hacer es entregarme mi botín, y me iré de aquí.
    —Si lo entregamos, lo matarás —dijo la voz—. Vino a nosotros buscando refugio.
    —El tipo tiene razón —dije—. Sueles entregarlos muertos, más que vivos.
    —Menos papeleo —dijo Suzie.

    Miré al otro lado del pasillo, hacia las veinte armas o así que me apuntaban.

    —Si Suzie quisiera mataros de verdad, ya estaríais muertos. Os ha dado muchas oportunidades. Creo que deberíais considerar el rendiros.
    —Garantizamos la seguridad de la gente que viene aquí —dijo la voz, terca—. Así es como somos. Por eso estamos aquí. Queremos discutir un trato, pero no traicionaremos nuestros principios.

    Miré a Suzie.

    —¿Detrás de qué pobre alma estás, esta vez?
    —Nadie importante. Solo un abogado saco de mierda que cogió el dinero de la fianza de un cliente y se largó con él. Cinco millones de libras, más la calderilla. Me han contratado por el diez por ciento de lo que recupere.
    —¿Un abogado? —dijo la voz—. Oh, diablos, ¿por qué no lo dijiste? Si lo hubiéramos sabido, te lo habríamos entregado.

    Sonreí a Suzie.

    —Otro triunfo del sentido común y la diplomacia sobre la acción. ¿Ves lo fácil que es, intentar razonar un poquito primero?

    Suzie gruñó, bajando la escopeta por primera vez.

    —Odio ser razonable. Es malo para mi reputación.

    Me volví hacia la otra barricada, de modo que no me vio sonreír.

    —Estoy aquí buscando a una prófuga adolescente, llamada Cathy Barrett, que puede haberse metido en más problemas de los que se imagina. ¿Le suena el nombre a alguien?
    —No pienso salir mientras Suzie siga ahí —dijo la voz desde detrás de la barricada.
    —No tienes por qué salir —dije con paciencia—. Tan solo contesta a la pregunta. A menos que quieras que también me mosquee contigo.
    —Cathy estuvo aquí —dijo la voz a toda prisa—, pero se marchó, hará una semana o así. Dijo que algo le estaba llamando. Algo maravilloso. Todos intentamos disuadirla, pero no nos hizo caso. Y esto no es una prisión, así que... Mencionó algo sobre Blaiston Street. Y eso es todo lo que sé.
    —Gracias —dije—. Me has sido de gran ayuda.
    —Tampoco es que tuviéramos mucha elección —dijo la voz—. Ha corrido la voz sobre lo que le hiciste a esos pobres bastardos en el exterior de La Extraña Pareja. Aún están limpiando el desaguisado.

    Me limité a asentir. No era la primera vez que se me atribuían las cosas sin tener nada que ver. Probablemente fuera Eddie el que comenzara este rumor en particular, a modo de disculpa. Tener reputación de ser un poco cabrón siempre ayuda. La gente se creería cualquier cosa de uno.

    —Dejaré que Suzie y tú arregléis esto entre vosotros —dije—. Tan solo dale todo lo que pida, y ya no tendrás más problemas con ella.
    —Muchísimas gracias —contestó la voz con amargura—. Creo que prefiero volver a enfrentarme a los alienígenas.

    Le hice un gesto a Suzie para que doblara la esquina un momento y poder hablar con ella en privado. Le presenté a Joanna, y las dos mujeres se sonrieron mutuamente. Supe que no iban a congeniar.

    —Vaya —dijo Suzie—, has encontrado otro corderito perdido al que cuidar, ¿eh, John?
    —Así me gano la vida —dije—. Cuánto tiempo, Suzie.
    —Cinco años y tres meses. Siempre supe que algún día vendrías arrastrándote hasta mí.
    —Lo siento, Suzie. Solo estoy aquí porque trabajo en un caso. En cuanto encuentre a mi prófuga, me largo. De vuelta al mundo normal, seguro, cuerdo.

    Suzie dio un paso adelante, clavándome su mirada seria y salvaje.

    —Nunca encajarás allí, John. Perteneces a este lugar. Al igual que el resto de nosotros, los monstruos.

    No tenía respuesta para aquello, así que Joanna rompió su silencio.

    —¿Cuál es exactamente su conexión con John, señorita Pistolera?

    Suzie soltó un bufido, en alto.

    —Le disparé una vez, pero sobrevivió. La recompensa que había sobre él resultó ser falsa. Hemos trabajado juntos, ocasionalmente. Un buen hombre entre la espada y la pared. Y siempre me lleva donde está la acción. Acción de la buena. Nunca te aburres, cuando John anda cerca.
    —¿Eso es todo lo que hay en su vida? —dijo Joanna—. ¿Violencia y matanzas?
    —Es suficiente —dijo Suzie.

    Decidí que la conversación había llegado hasta donde era seguro llevarla, y le dije a Joanna:

    —Conozco Blaiston Street. No está lejos de aquí. Un mal barrio, incluso para Nocturnia. Si Cathy está allí, cuanto antes la encontremos, mejor.
    —¿Necesitáis ayuda? —dijo Suzie.

    La miré, pensativo.

    —Ya que te ofreces, no diría que no. ¿Estás ocupada?

    Se encogió de hombros.

    —Las cosas han estado tranquilas últimamente. Odio la tranquilidad. Tan solo deja que termine aquí y que recoja lo que es mío, y me uniré a vosotros. ¿La tarifa habitual?
    —Claro —le dije—. Mi cliente lo merece.

    Suzie miró a Joanna.

    —Será mejor que así sea.

    Joanna empezó a decir algo, se dio cuenta de que la escopeta de Suzie la apuntaba, y con muy buen juicio decidió no ofenderse. Le dio la espalda a Suzie de manera ostentosa y fijó su atención en mí.

    —Al menos, ahora tenemos una dirección. ¿Qué posibilidades hay de que Cathy se haya podido meter en serios problemas en ese lugar?
    —Es difícil de decir, sin saber qué la atrajo hasta allí. Nunca pensé que habría nada en Blaiston Street que pudiera atraer a nadie. No hay nada más bajo, a excepción quizá de las alcantarillas. Es donde vas cuando ya no puedes caer más. A menos que las cosas hayan cambiado de manera dramática, desde que me fui. ¿Suzie?

    Esta sacudió la cabeza.

    —Sigue siendo un nido de serpientes. Si quemaran toda la calle, la ciudad entera olería mejor.
    —No te preocupes —le dije a Joanna con rapidez—. Es tu hija. Tú misma dijiste que podía cuidar de sí misma. Y ahora estamos pisándole los talones.
    —No apuestes por ello —dijo Joanna, mientras las comisuras de su boca se torcían hacia abajo—. Cathy siempre ha sido buena esquivando a la gente.
    —No a la gente como nosotros —le dije confiado.
    —No hay personas como nosotros —dijo Suzie la Pistolera.
    —Gracias a Dios —dijo la voz de detrás de la barricada.


    _____ 7 _____
    Donde habitan las Cosas Realmente Salvajes


    Joanna y yo dejamos a Suzie la Pistolera intimidando a toda la Fortaleza por medio de la fuerza de su personalidad atroz, y nos dirigimos a Blaiston Street. Donde reside lo salvaje. Toda ciudad tiene al menos una zona donde no existen las reglas, donde la humanidad va y viene, y la civilización es una cosa pasajera. Blaiston Street es el tipo de área donde nadie paga el alquiler, donde incluso la más pequeña de las comodidades de la vida está reservada al más fuerte, y donde las plagas de ratas van de dos en dos porque tienen miedo. Solo existe la ley de la calle, en las pocas ocasiones en que los brutales habitantes pueden unir sus fuerzas el tiempo suficiente para formar una reunión. Viven en la oscuridad porque así les gusta, porque de esa forma no pueden ver lo bajo que han caído. El alcohol, las drogas y la desesperanza están al orden del día en Blaiston Street, y nadie acaba allí por accidente, lo cual convertía la elección de destino de Cathy en algo más inquietante aún. ¿Qué diantres podía haber invocado a semejante lugar a una jovencita tan vital y sensata como Cathy?

    ¿Qué pensaba que le estaba esperando aquí?

    Estaba lloviendo, un calabobos templado que hacía que las calles relucieran con una ilusión de frescura. El aire estaba cargado por el olor de restaurantes de cien lugares y épocas distintas, no todos especialmente atractivos. Los omnipresentes neones parecían un tanto desenfocados por efecto de la lluvia, y las personas que pasaban mostraban caras hambrientas y enfadadas. Nocturnia se movía aquí a su ritmo.

    —Este lugar es un infierno —dijo Joanna de súbito.
    —A veces, literalmente —respondí—. Pero tiene sus atractivos. Como cuando el chico malo hace que el corazón de la buena chica lata un poco más deprisa: así son los placeres oscuros que nos seducen para salir del mundo cotidiano y adentrarnos en Nocturnia.

    Joanna soltó un bufido.

    —Siempre pensé que se podría encontrar todo tipo de placer en Londres. He visto las postales de las cabinas de teléfono públicas, anunciando perversiones a precios razonables. Todo tipo de sexo, con o sin contacto corporal, llevado a cabo por gente de cualquier sexo. Y por unos cuantos situados orgullosamente en el medio. Preoperados, operados, en medio del proceso... Quiero decir, ¿qué queda?
    —Confía en mí —dije con seriedad—. En realidad no quieres saberlo. Cambia de tema.
    —De acuerdo. ¿Cómo fue crecer aquí, en Nocturnia? —Joanna me miraba con honestidad—. Tiene que haber sido... un sitio extraño, para un niño.

    Me encogí de hombros.

    —Era todo lo que conocía. Cuando los milagros y las maravillas suceden todos los días, pierden su capacidad de sorprenderte. Este es un lugar mágico, en el amplio sentido de la palabra, y aunque solo fuera por eso, criarse aquí nunca fue aburrido. Siempre había problemas en los que meterse. ¿Qué más puede pedir un niño curioso? Y es un buen sitio para aprender autodisciplina. Cuando te dicen que te comportes o el hombre del saco vendrá a por ti, no están tomándote el pelo, necesariamente. O aprendes pronto a ser un superviviente, o no creces. No puedes confiar en que nadie te guarde la espalda... ni amigos, ni familia. Pero al menos hay cierta honestidad en eso.

    »A mí todo esto me parece normal, Joanna. Tu mundo, el tranquilo y razonable, casi lógico, Londres de todos los días supuso una revelación para mí. Seguridad, cordura, predictibilidad tranquilizadora. Hay una especie de confort en estar bendecido por el anonimato, es saber que las cosas pueden ocurrir, sin que tengan mayor importancia para ti o para cualquiera. Nocturnia está infestada de presagios y profecías, de intrusiones e intervenciones desde Arriba y desde Abajo. Pero aunque tu mundo es, en su mayor parte, seguro y protegido, también es... gris, aburrido, y es condenadamente difícil ganarse la vida. Volveré allí cuando acabe con este caso, pero no puedo decidir con honestidad si es porque lo prefiero, o porque he perdido la habilidad de sobrevivir en un lugar de dioses y monstruos.

    —Esto de Blaiston Street... —dijo Joanna—. Suena como un sitio peligroso, incluso para Nocturnia. ¿Estás seguro de que Cathy vino aquí?

    Me detuve, y ella conmigo. Era una pregunta que me había estado haciendo a mí mismo. La voz de la Fortaleza podría haber dicho cualquier cosa para librarnos de nosotros, y quitarse a Suzie de encima. Yo lo habría hecho. Pero... era mi única pista. Arrugué el ceño, frustrado, y la gente que pasaba nos dejó un poco más de espacio. Siempre he sido capaz de encontrarlo todo con mi don. Así es como me he ganado mi reputación. Estar de vuelta en Nocturnia, y tener ciego mi tercer ojo, era demasiado para soportar. Debería haber sido capaz de, al menos, captar un vistazo de ella, si de verdad estaba tan cerca, en Blaiston Street.

    Liberé mi mente, golpeando la noche como un martillo, obligando a mi don a cruzar los territorios secretos del mundo oculto. Azotó el aire, salvaje, feroz, abriendo puertas cerradas con un abandono macabro, y la gente a mi alrededor se cogió de la cabeza y gritó. Mis manos se convirtieron en puños a mis lados, y pude sentir como yo mismo sonreía con aquella antigua sonrisa despiadada, con aquel lobo detrás de ella, vestigio de una época en que nada importaba excepto llegar a la verdad. Tenía un dolor cruel, enfermizo, que me latía en la sien izquierda. Podía hacerme algún daño grave al forzar mi don más allá de sus límites naturales, después de tanto tiempo adormecido, pero en ese momento estaba tan enojado y frustrado que no me importaba.

    Pude sentirla por allí, a Cathy. No se había ido hacía mucho. Su rastro seguía vibrando en la membrana del mundo oculto, pero era como estirar la mano hacia algo que puedes notar en la oscuridad, pero no ver. Alguien, algo, no quería que la viera. Mi sonrisa se ensanchó de un modo malévolo. Al infierno. Empujé más fuerte, y fue como estrellar mi mente contra una valla de alambre de espino. La sangre goteaba de mi orificio nasal izquierdo, y no podía sentir las manos. Daños graves. Y entonces alguna tensión, una especie de defensa, se rompió bajo mi determinación, y el fantasma de Cathy apareció ante mí. Era una imagen reciente, una manifestación que tenía solo unos días, que brillaba justo enfrente, en la calle. Cogí la mano de Joanna para que ella también pudiera verla. Cathy corría calle abajo, a grandes pasos, y nos apresuramos en pos de ella. Su rostro centelleaba y refulgía, pero sin duda mostraba una ancha sonrisa. Escuchaba algo que solo ella oía, algo maravilloso, que llamaba a su mismísimo interior, y que la arrastraba como un pescador que juega con un pez, conduciéndola directamente hacia Blaiston Street. La sonrisa era lo más terrible de todo. No pude pensar en nada que hubiese deseado en mi vida tanto como Cathy quería lo que la voz silenciosa le prometía.

    —Algo la está llamando —dijo Joanna, agarrando mi mano tan fuerte que dolía.
    —Invocándola —dije—. Como las Sirenas que llamaban a los marineros griegos de la antigüedad. Quizá sea una trampa, pero podría no serlo. Esto es Nocturnia, después de todo. Lo que me saca de mis casillas es que ni siquiera puedo sentir la forma de lo que sea que anda ahí. En lo que concierne a mi don, no hay nada, ni nunca lo ha habido. Nada en absoluto. Lo cual implica escudos mayores, y una magia de alto nivel. Pero algo tan poderoso debería haberse mostrado en el radar de todo el mundo en el momento en que apareció en Nocturnia. Todo el lugar debería estar zumbando por la noticia. Un nuevo jugador de categoría podría desbaratar las intenciones de todos. Pero nadie aquí lo sabe... excepto yo. Y que me aspen si ni siquiera puedo adivinar qué quiere algo tan poderoso de una prófuga adolescente.

    El fantasma de Cathy desapareció, a pesar de todo lo que hice para conservarlo. Mi don retrocedió hasta mi cabeza y cerró la puerta detrás de sí. El dolor de cabeza fue muy intenso, y por un segundo todo lo que pude hacer fue quedarme de pie en medio de la acera, con los ojos muy apretados, pugnando por mantener mis pensamientos ordenados. Cuando este caso acabara del todo, iba a necesitar un buen período de recuperación. Abrí los ojos y Joanna me ofreció un pañuelo, haciendo un gesto hacia mi nariz. Me la limpié hasta que la hemorragia se cortó. Ni siquiera la había sentido soltarme la mano. Me había forzado demasiado, por primera vez en mucho tiempo. Joanna se mantuvo cerca de mí, tratando de consolarme con su presencia. El dolor de cabeza se esfumó pronto. Le devolví a Joanna el pañuelo ensangrentado, lo cogió con cierta solemnidad, y volvimos a dirigirnos a Blaiston Street. No mencioné mi lapsus, ni ella tampoco.

    —¿Es Suzie de verdad tan peligrosa como todo el mundo parece pensar? —dijo Joanna después de un rato, solo por decir algo.
    —Más, incluso —dije con sinceridad—. Construyó su reputación sobre los cuerpos de sus enemigos, y sobre un ansia por aceptar riesgos ante los que incluso los bárbaros nórdicos se hubieran plantado. Suzie no conoce el significado de la palabra miedo. Otros conceptos con los que tiene dificultades son autocontrol, clemencia y autopreservación.

    Joanna tuvo que reír.

    —Diablos, John, ¿no conoces a nadie normal por aquí?

    Yo mismo sonreí un poco.

    —Aquí no hay gente normal. La gente normal tendría el suficiente sentido común para mantenerse alejado de un lugar como este.

    Seguimos caminando, y aunque la gente me dejaba bastante espacio, nadie me miró. La privacidad es un valor muy apreciado en Nocturnia, aunque solo fuese porque muchos de nosotros tenemos demasiado que ocultar. El tráfico rugía al pasar, sin parar, decelerando rara vez, siempre con prisas por llegar a otro sitio, para hacer algo que cualquier otro seguro que desaprobaría. No hay semáforos en Nocturnia. De todas formas, nadie les prestaría atención. Tampoco hay pasos de peatones definidos. Se llega al otro lado de la calle por medio del coraje, de la resolución, e intimidando al tráfico para que se aparte de tu camino. Aunque me han dicho que el soborno también es bastante efectivo. Miré a Joanna, y le hice la pregunta que había estado posponiendo demasiado tiempo. Ahora que nos estábamos acercando a Cathy, sentí la necesidad de conocer la respuesta.

    —Dijiste que no era la primera vez que Cathy huía. ¿Por qué sigue huyendo, Joanna?
    —Intento pasar tiempo con ella —dijo Joanna, mirando al frente—. Momentos de calidad, cuando puedo. Pero no siempre es posible. Llevo una vida muy ajetreada. Trabajo a todas horas, para mantener mi posición. Llegar arriba y mantenerse ahí en el mundo de los negocios es diez veces más duro para una mujer que para un hombre. La gente con la que trato todos los días desayuna tiburones, como aperitivo, y han convertido la traición y la puñalada por la espalda en todo un arte. Trabajo condenadamente duro, para tener la seguridad que Cathy da por sentada, para conseguir el dinero para pagar todas las cosas que tiene que poseer. No permita el cielo que muestre el más mínimo interés en los negocios que hacen posible su mundo de comodidad.
    —¿Te gusta tu trabajo?
    —A veces.
    —¿Has pensado alguna vez en intentar otra cosa?
    —Es en lo que soy buena —dijo, y tuve que asentir. Sabía a lo que se refería.
    —¿Algún padrastro? —dije casualmente—. ¿O figuras paternales? ¿Alguien más a quien pudiera recurrir, con quien hablar?
    —Demonios, no. Juré que nunca cometería el error de volver a estar atada a un hombre —dijo Joanna con rabia—. No después de lo que me hizo pasar el padre de Cathy, solo porque pensaba que podía. Ahora me valgo por mí misma, y todo el que entra en mi vida lo hace según mis términos. No hay muchos hombres que puedan aceptar eso. Y tengo problemas para aguantar a los pocos que sí pueden. Una vez más, el trabajo. Sin embargo, a Cathy nunca le faltó nada que necesitara realmente. La crié para ser despierta, aguda e independiente.
    —¿Incluso de ti? —dije en voz baja. Joanna ni siquiera me miró.

    Y fue entonces cuando el mundo cambió de repente. La ciudad viviente desapareció, y de pronto estuvimos en otro lugar. Un lugar mucho peor. Joanna y yo nos tambaleamos durante unos pasos, cogidos con la guardia baja. Nos detuvimos y miramos deprisa a nuestro alrededor. La calle estaba vacía de gente, y la carretera de tráfico. La mayoría de los edificios que nos rodeaban no eran más que ruinas y escombros. Los más altos parecían haberse derrumbado hace años, y miráramos donde mirásemos nada tenía más de una o dos plantas. Podía ver el horizonte, a kilómetros de distancia, y todo era destrucción y devastación. Me giré describiendo un círculo lento, y todo estaba igual. Habíamos llegado a un lugar muerto. Londres, Nocturnia, la antigua ciudad, no eran ya sino cosas del pasado. Algo malo había llegado, y lo había dejado todo asolado.

    La noche era muy oscura, pues todas las farolas y señales de neón se habían ido. Las únicas luces que quedaban tenían un resplandor neblinoso, púrpura, como si la misma noche tuviera cardenales. Era complicado distinguir nada con claridad. Había sombras por todas partes, muy oscuras y profundas. No se veía ni una luz normal en ninguno de los edificios en ruinas, ni siquiera la de una fogata. Estábamos completamente solos en la noche. Joanna rebuscó en su bolso y sacó su encendedor. Sus manos temblaban tanto que le llevó media docena de intentos conseguir encenderlo. La cálida llama amarilla parecía fuera de lugar, y el resplandor no llegaba muy lejos. Sostuvo la luz en alto mientras mirábamos en derredor, tratando de obtener alguna pista acerca de dónde estábamos, aunque yo tenía el mal presagio de que ya sabía lo que había sucedido.

    Reinaba el silencio. Sepulcral. Ni un sonido, excepto el de nuestros pies y nuestra respiración nerviosa. Semejante silencio era espeluznante, perturbador. El rugido de la ciudad había desaparecido, junto con sus habitantes. Londres había sido silenciada de la peor manera. Solo tenía que contemplar los alrededores a la horrible luz púrpura para saber que estábamos en un lugar vacío. El peso del silencio era tan sobrecogedor que casi tuve ganas de gritar... algo, solo para indicar mi presencia. Pero no lo hice. Podría haber alguien escuchando. O incluso peor: podría no haber nadie.

    Nunca me había sentido tan solo en mi vida.

    Los edificios eran bajos, deformes, sus siluetas estaban alteradas y los bordes redondeados por la exposición al viento y la lluvia. Una exposición prolongada. Todas las ventanas estaban vacías, sin rastro de cristales, y no pude ver una sola entrada con su puerta. Solo aberturas oscuras, como ojos o bocas, o puede que heridas. Había algo casi insoportablemente triste en ver una ciudad poderosa caída tan bajo. Todos aquellos siglos de crecimiento y expansión, todas aquellas vidas apoyándola y dándole un propósito, todo para nada. Avancé con lentitud, y unas nubéculas de polvo aparecieron bajo mis pies. Joanna emitió un sonido desde las profundidades de su garganta y se movió detrás de mí.

    Hacía un frío crudo, amargo, como si todo el calor hubiera desaparecido del mundo. El aire estaba quieto, y no soplaba ni una pizca de viento. Nuestros pasos sonaban muy alto en aquel silencio, mientras caminábamos en medio de lo que había sido una calle, a través de lo que una vez fue un lugar vital y próspero. Ambos temblábamos, y no tenía nada que ver con el frío. Era un mal sitio. No pertenecíamos a él. En la distancia, los edificios en ruinas se erigían contra el horizonte como siluetas negras ajadas, sombras de lo que habían sido en su tiempo. La ciudad estaba acabada, por dentro y por fuera.

    —¿Dónde estamos? —dijo al fin Joanna. La mano que sostenía el encendedor estaba más firme, pero su voz era vacilante. No la culpé.
    —No es dónde —dije—. Es cuándo. Este es el futuro. El futuro lejano, por lo que parece. Londres ha caído, y la civilización se ha ido. Ni siquiera es un epílogo. Alguien ha cerrado el libro de Londres y de Nocturnia, y a conciencia. Nos hemos caído en una Fractura Temporal, una zona cerrada donde el Tiempo puede saltar atrás y adelante, hacia el pasado, el futuro, y todo lo que hay en medio. No hace falta que diga que aquí no había una Fractura Temporal la última vez que vine. Cualquiera con dos dedos de frente sabe evitar las Fracturas Temporales, ya que siempre están bien señaladas. Aunque solo sea porque son cosas muy arbitrarias. Nadie comprende cómo funcionan, o qué las provoca. Vienen y van, al igual que los pobres bastardos que se ven arrastrados a ellas.
    —¿Quieres decir que estamos atrapados aquí?
    —No necesariamente. He usado mi don para intentar encontrar una salida. La extensión física de una Fractura Temporal no es muy grande. Si consigo localizar los límites, y encontrar un punto débil...
    —¡Que no es muy grande! —La voz de Joanna se había alzado y vuelto más dura, debido a las emociones—. ¡Puedo ver kilómetros de horizonte! ¡Nos llevará semanas salir de aquí!
    —Las cosas no siempre son lo que parecen. Ya deberías saber eso. —Mantuve mi voz calmada y animada, tratando de sonar razonable y tranquilizador, como si de verdad estuviera seguro de lo que decía—. Mientras estemos en la Fractura Temporal, la vemos completa, pero el área real afectada es pequeña en comparación. Una vez que pueda abrir una brecha en el borde, y la atravesemos, volveremos a nuestro tiempo. Y yo diría que solo estamos a media hora. Un paseo. Asumiendo, por supuesto, que nada se tuerza.
    —¿Torcerse? —dijo Joanna recalcando la palabra—. ¿Qué podría torcerse? Estamos solos aquí. Este es el futuro lejano, y todo el mundo está muerto. ¿No puedes sentirlo? Las luces de Londres al fin se han apagado...
    —Nada dura eternamente —dije—. Todo tiene un final, en el Tiempo. Incluso Nocturnia, supongo. Deja que pasen los siglos, e incluso los monumentos más grandes caerán.
    —Quizá dejaran caer la Bomba, después de todo.
    —No. Nocturnia sobreviviría a la Bomba, creo. Lo que sea que ha ocurrido aquí... fue mucho más definitivo.
    —Odio ver Londres así —dijo Joanna en voz baja—. Siempre estuvo tan viva... Pensé que duraría para siempre. Que eso que construimos tan bien, que atamos tan firmemente, que amamos tanto, que Londres nos sobreviviría a todos. Supongo que me equivocaba. Que todos lo hacíamos.
    —Quizá nos fuimos y construimos otra Londres en otro lugar —dije—. Y mientras haya gente por ahí, siempre necesitaremos una Nocturnia, o algo parecido.
    —¿Y si ya no hay gente, nunca más? ¿Quién sabe cuán lejano es este futuro? ¿Siglos? ¿Milenios? ¡Mira este lugar! Está muerto. Todo está muerto. Todo tiene un final. Hasta nosotros. —Se encogió de hombros de repente, y luego me miró, como si todo fuese culpa mía—. Nada es sencillo a tu alrededor, ¿verdad? Una Fractura Temporal... ¿es cosa corriente, en Nocturnia?
    —Bueno —dije con prudencia—, no es infrecuente.
    —Típico —dijo Joanna—. En Nocturnia, ni siquiera puedes confiar en el Tiempo.

    No pude discutir aquello, así que miré un poco más a mi alrededor. ¿Milenios? Las ruinas parecían antiguas, pero seguro que no tanto.

    —Me pregunto dónde están todos. ¿Se marcharon sin más, cuando vieron que la ciudad estaba condenada? Y si así es, ¿dónde fueron?
    —A lo mejor se marcharon a la luna. Como en la canción.

    Fue entonces cuando por fin alcé la vista, y el escalofrío se metió en mis huesos y en mi alma. Estaba claro, de manera repentina y horrible, el porqué estaba tan oscuro. No había luna. Había desaparecido. El gran orbe creciente que dominara el cielo de Nocturnia durante tanto tiempo que nadie podía recordarlo estaba ausente del cielo sombrío. La mayor parte de la estrellas también se había ido. Solo quedaban un puñado, repartidas de una en una o de dos en dos por la gran expansión vacía, con un fulgor apagado, unos últimos centinelas de luz contra la caída de la noche. Y ya que las estrellas estaban tan lejos, quizá también se habían marchado, y esto solo era el último resto de luz que nos alcanzaba...

    ¿Cómo podían las estrellas haberse ido? ¿Qué demonios había ocurrido...?

    —Siempre creí que la luna parecía mucho más grande en Nocturnia porque estaba más cerca de aquí —acabé diciendo—. Quizá... acabó cayendo. Dios, ¿cuánto de lejos en el futuro hemos avanzado?
    —Si las estrellas han desaparecido —dijo Joanna con suavidad—, ¿crees que nuestro sol también lo ha hecho?
    —No sé qué pensar...
    —Pero...
    —Estamos perdiendo el tiempo —dije con aspereza—. Haciendo preguntas que no tenemos forma de contestar. No tienen importancia. No vamos a quedarnos. Tengo la frontera más lejana fijada en la cabeza. Te llevaré allí, y saldremos de aquí, de vuelta a donde pertenecemos.
    —Espera un minuto —dijo Joanna—. ¿La frontera más lejana? ¿Por qué no damos la vuelta y salimos por donde hemos venido, a través de la puerta que nos trajo aquí?
    —No es tan sencillo —repliqué—. Una vez que se ha establecido una Fractura Temporal, nada inferior a un edicto de las Cortes de lo Sagrado puede cambiarla. Se queda ahí para siempre. Si volvemos por ahí, reentraremos otra vez por la Fortaleza, y la Fractura seguirá estando entre nosotros y Blaiston Street. Tendríamos que rodear la Fractura para llegar, y para tener un mapa de su extensión y del área afectada necesitaríamos a alguien de veras poderoso. Si no, continuaríamos cayendo aquí.
    —¿Cuánto puede llevar hacer un mapa como ese?
    —Buena pregunta. Incluso aunque encontrásemos a alguien lo bastante poderoso que no nos costara un ojo de la cara y parte del otro, y la cosa no interfiriera en sus planes personales... días, puede que semanas, incluso.
    —¿Cuán grande puede ser una Fractura Temporal?
    —Otra buena pregunta. Quizá kilómetros.
    —Eso es ridículo —dijo Joanna—. ¡Tiene que haber otra forma de llegar a Blaiston Street!

    Sacudí mi cabeza, reticente.

    —La Fractura Temporal está conectada con Blaiston Street, en algún nivel. Puedo sentirlo. Lo cual me hace pensar que no es una coincidencia. Alguien, o algo, está protegiendo su territorio. No quiere que nos inmiscuyamos. No. Nuestra mejor opción es cruzar este espacio hasta el otro lado, donde podamos abrir un agujero, y emerger al lado de Blaiston Street. No debería ser muy difícil. Todo esto es muy incómodo, pero no veo peligros obvios. Tan solo quédate pegada a mí. Mi don nos guiará hasta allí.

    Joanna me miró y yo le devolví la mirada, tratando de parecer confiado. A decir verdad, solo me dejaba llevar por mi coraje y mi instinto. Al final fue ella la primera en apartar la vista, para contemplar con una mirada de infelicidad lo que nos rodeaba.

    —Odio este lugar —dijo de modo inexpresivo—. No pertenecemos a este sitio. Nadie lo hace, ya no. Pero Cathy se marchó hace ya tanto... ¿Qué dirección tomamos?

    Señalé al frente, y partimos a la vez. Joanna sostenía su encendedor delante de ella, pero el resplandor amarillo apenas iluminaba. La pequeña llama se mantenía firme y derecha, sin ser molestada siquiera por el más ligero vestigio de brisa. Intenté no pensar en cuánto duraría. La luz púrpura que nos rodeaba parecía incluso más oscura en comparación. Cada vez tenía más frío, como si el vacío de la noche estuviera absorbiendo todo el calor humano de mi ser. Habría improvisado una antorcha de algún tipo, pero no había visto madera por allí. Solo ladrillos y escombros, y el polvo interminable.

    El silencio me sacaba de mis casillas. No era natural, escuchar un silencio semejante. Era la quietud de una tumba. De un sepulcro. Tenía casi un rasgo de anticipación, como si algo apostado en las sombras más oscuras y profundas nos estuviera observando, esperando, aguardando el momento para atacar. La ciudad podía estar vacía, pero eso no significaba que la noche también. De pronto recordé cómo me había sentido de niño, cuando mi padre me acostaba en la cama y apagaba la luz. Retrocedí hasta los tiempos en que aún se preocupaba lo suficiente, y estaba lo bastante sobrio, como para hacer tales cosas. Los niños conocen el secreto de la oscuridad. Saben que hay monstruos en ella, que pueden decidir o no revelarse a sí mismos. Y ahora nosotros estábamos allí, en la noche más oscura de todas, y cada vez estaba más convencido de que algo nos vigilaba. Siempre hay monstruos. Esa es la primera cosa que aprendes en Nocturnia.

    Algunos de ellos se parecen a ti y a mí.

    Quizá aquí el monstruo fuera la propia Londres. La ciudad muerta, molesta por el retorno de los vivos. O quizá el monstruo no fuese más que la soledad. Un hombre y una mujer, en un lugar que la vida había dejado atrás. El hombre no está hecho para estar solo.

    Nuestros pasos parecían hacerse más ruidosos y pesados mientras nos abríamos paso por lo que había sido una calle importante. El polvo debería haber absorbido el sonido; había mucho. Estaba por todas partes, en gruesas capas, sin hollar durante solo Dios sabe cuánto. Predominaba sobre todo en la calle, pero pronto aprendimos que no teníamos otra elección que mantenernos en medio de esta. Los edificios tenían tendencia a derrumbarse si nos acercábamos mucho. Solo las vibraciones de nuestro paso serían suficientes para interrumpir su precario descanso, y secciones enteras de pared se derrumbarían, chocando contra el suelo y formando grandes nubes de polvo gris. Cogí un ladrillo, y se deshizo en mi mano. Traté de adivinar lo antiguo que sería para haberse convertido en algo tan delicado, pero las respuestas a las que llegué no tenían sentido. La mente humana no se siente cómoda con cifras tan grandes.

    Justo cuando pensé que empezaba a percatarme de dónde y cuándo estábamos, las cosas empeoraron. Comencé a escuchar cosas. Sonidos, ruidos, tan débiles al principio que creí que los imaginaba. Pero pronto nos llegaron desde todas partes, delante, detrás, sonidos sutiles e inquietantes que parecían acercarse de forma gradual. No tengo una imaginación tan buena. Los sonidos eran casi familiares, pero no lo bastante, lo que les otorgaba un matiz extraño y siniestro. Y todo el tiempo se acercaban paso a paso, implacables, más cerca. No giré la cabeza, pero mis ojos escrutaban cada sombra a la que nos aproximábamos. Nada. Redoblé nuestros pasos, y los sonidos nos acompañaron. Nos seguían, nos rastreaban, mantenían la distancia por el momento, aunque nunca se alejaban. Me sudaban las manos. Ruidos de estrépito, de cháchara, cuyas palabras casi podía discernir. Joanna también los oía, y miraba a su alrededor con los ojos muy abiertos. La llama del mechero temblequeaba de manera tan violenta que temí que se apagara, y le puse una mano en el brazo para decelerar nuestra marcha.

    —¿Qué demonios es eso? —dijo medio histérica—. ¿Hay algo aquí con nosotros, después de todo? ¿Algo vivo?
    —No lo sé. Pero el sonido viene de un montón de direcciones a la vez, lo que sugiere que hay muchos, y que nos rodean. —Contemplé las sombras desde las que crecían las ruinas, pero no pude distinguir nada. Allí podía esconderse cualquier cosa. Cualquiera. Me sentía menos feliz a cada segundo—. Sean lo que sean, parece que de momento se conforman con mantenerse a distancia. Puede que tengan más miedo de nosotros que nosotros de ellos.
    —No apuestes por eso —dijo Joanna—. ¿Cuánto falta hasta la frontera?

    Lo comprobé con mi poder.

    —Media hora a pie. Quizá la mitad, si corremos. Pero correr puede comunicar el mensaje equivocado.

    Me miró de repente.

    —¿Pudieran ser los Horrendos, que vuelven a por ti?

    Sacudí la cabeza con firmeza.

    —No tan pronto, después del pequeño mensaje de Eddie el Navaja. Quienquiera que esté detrás de los Horrendos querrá considerar las implicaciones de todo durante un tiempo. Yo lo haría. Incluso los más poderosos pueden sentir algo de comezón cuando aparece el nombre de Eddie el Navaja. Además, los Horrendos nunca habrían podido rastrearme de manera tan precisa. Si no fuera así, yo no habría sobrevivido tanto tiempo. Quizá... sean insectos. Siempre pensé que si algo sobrevivía a la humanidad, serían los jodidos insectos. Los científicos siempre estaban diciendo que esos malditos bichos serían las únicas criaturas que sobrevivirían a una guerra nuclear. Bien puede tratarse de insectos. Maldita sea. Odio todo lo que se arrastra.
    —¿Estás seguro de que no puede ser nada humano? ¿Quizá alguna otra pobre alma que cayó en la Fractura Temporal, puede que herida y atrapada, que intenta llamar nuestra atención?

    Fruncí el ceño. Debería haber pensado en aquello. Improbable, pero... Enfoqué mi don hacia la noche, tratando de hallar la fuente de los sonidos, y para mi asombro descubrí de inmediato un rastro humano. Estábamos justo encima.

    —¡Hay alguien aquí! Un hombre... uno solo. No se mueve. Puede que esté herido... por aquí.

    Bajé la calle corriendo, con las nubes de polvo alzándose alrededor de mis pies y Joanna a mi lado. Me estaba acostumbrando a ello. Casi me gustaba. Perdimos la noción de los sonidos, atrapados por la excitación de encontrar otro ser humano vivo en aquel horrible lugar muerto. Podía ser un visitante, podía tratarse de un superviviente... o la respuesta a gran cantidad de preguntas. Y también podría ser tan solo otra pobre alma que necesitaba ayuda. Lo primero es lo primero. Mi don rastreó su situación de manera tan exacta como cualquier radar, guiándonos fuera de la calle principal hacia un callejón. Ralentizamos la marcha de inmediato, por miedo a que nuestros pasos derrumbaran las paredes de ladrillo a ambos lados. Mas los muros permanecieron firmes, y ni siquiera temblaron mientras pasábamos.

    Finalmente, nos detuvimos junto a un gran agujero en la pared izquierda. Los bordes dentados del boquete lo hacían parecer casi... orgánico, más como una herida que como una entrada. Empujé un ladrillo que sobresalía con un dedo cuidadoso, pero no se hizo polvo ante mi toque. Extraño. Estaba muy oscuro dentro del agujero, y el aire tenía un leve pero claro olor mohoso. Le hice un gesto a Joanna para que acercara el encendedor, pero la luz no penetraba más que unos centímetros.

    —¿Está ahí dentro? —dijo Joanna—. ¿Estás seguro? Está muy oscuro... y no oigo nada.
    —Está ahí —dije, firme—. Mi don nunca se equivoca con estas cosas. Pero parece... extraño. —Acerqué mi cabeza al agujero, con precaución—. ¿Hola? ¿Puede oírme? ¡Hola!

    Esperamos, pero no hubo contestación. La pared de ladrillos ni siquiera tembló ante las vibraciones de mi voz elevada. Mientras escuchaba, me di cuenta de que los sonidos apagados que nos seguían se habían detenido. Me dije a mí mismo que los habíamos dejado atrás, pero no estaba convencido. Me incorporé y estudié la abertura del muro. Cuanto más consideraba la situación, menos me gustaba. Todo aquello olía a trampa, con el hombre, posiblemente herido, como cebo. Podía haber cualquier cosa esperando en la oscuridad del agujero. Pero estaba claro que allí había una persona, aunque no contestara, y si estaba herido... quizá fuéramos su única oportunidad. Y que me cuelguen si iba a abandonar a alguien en aquel lugar dejado de la mano de Dios. De modo que realicé una profunda inspiración, con el hedor del musgo haciéndome cosquillas en las fosas nasales y en la garganta, y me introduje con cuidado por el agujero de la pared. Pasé muy justo. Tanteé el suelo con los pies y pisé en la oscuridad de la estancia que había detrás. Me quedé muy quieto durante un momento, escuchando, pero no hubo reacción desde ninguna parte. Di un paso a un lado, y Joanna me siguió, trayendo consigo la débil luz amarillenta.

    El espacio se asemejaba a dos habitaciones que hubieran sido convertidas en una, de forma precipitada. Había objetos oscuros por el suelo. No parecían ladrillos, pero no quise tocarlos para descubrir lo que eran, así que los rodeé con cuidado mientras avanzaba por la estancia. El aire olía a cerrado y era repugnante, seco, acre, pero con un ligero aroma a corrupción, como si algo hubiese muerto allí no hace mucho. No había polvo en el suelo, pero las paredes desnudas de ladrillo estaban repletas de desagradables montones de moho gris afelpado. Me seguí moviendo, guiado por mi don, y Joanna sosteniendo su mechero enfrente de ambos. Las sombras danzaban, amenazadoras, a nuestro alrededor. Pronto se hizo claro que nos dirigíamos a la esquina opuesta, ocupada por lo que se parecía a un enorme, sucio y gris capullo. Ocupaba todo el rincón del suelo al techo; más de dos metros y medio de alto y casi uno de ancho. Pensé en qué clase de insecto podría emerger de un capullo de semejante tamaño, y decidí firmemente que no volvería a pensar en ello. Odio los bichos. Seguí mirando en derredor en busca del sujeto de nuestras pesquisas, pero no estaba a la vista, a pesar de que mi don me urgía a seguir.

    Hasta que al final estuvimos justo enfrente del capullo, reluciente por efecto del encendedor, sin otro sitio al que ir.

    —Dime que no estás pensando lo que yo estoy pensando —dijo Joanna.
    —Está dentro —dije, reticente—. Aún está vivo. Vivo, y ahí dentro... porque no hay otro sitio en el que pueda estar.

    Tragué saliva con dificultad, y estiré una mano hacia el capullo. El material estaba caliente y húmedo al tacto, algo así como seda, como una tela de araña, y mi carne sintió un hormigueo instintivo nada más tocarlo. Cogí un puñado a la altura de mi cabeza, y lo rasgué por medio de la fuerza bruta. Aquella horrible cosa colgaba pegajosa de mis dedos, estirándose en lugar de romperse, y requirió de todas mis fuerzas abrir un agujero en la capa exterior del capullo. Debajo había una cara. Un rostro humano. La piel era gris, y tenía los ojos cerrados. Dudé, seguro de que ya estaba muerto, a pesar de que mi don jamás se confundía, y entonces las pestañas temblaron, mientras los ojos trataban de abrirse.

    Embutí las dos manos en el agujero que había hecho y quité aquella materia de la cara. Luchó contra mí, pegándose a mis dedos y a aquella cara, tratando de reparar las hebras rotas mientras yo las rasgaba. Le grité a Joanna para que me ayudara, y entre los dos abrimos una abertura más grande, liberando la cabeza y los hombros. Le quité los últimos restos de aquella sustancia del rostro, los ojos se abrieron al fin, y me vi obligado a admitir que conocía aquellos rasgos. Era más viejo de lo que lo recordaba, más arrugado, y las pupilas contenían más horror del que jamás pensé que tendrían, pero estaba muy claro que se trataba de Eddie el Navaja.

    Sus ojos se enfocaron poco a poco mientras me miraban. Limpié los últimos rastros pegajosos de sus mejillas con el pañuelo de Joanna. Estaba despierto, pero eso era todo. No había reconocimiento en sus ojos, ningún sentido de sí mismo, ni de humanidad. Joanna y yo hablábamos en alto, de manera tranquilizadora, mientras abríamos todo el capullo, centímetro a centímetro, hasta que al final hicimos un agujero lo bastante grande para sacarlo a rastras. Tenía el cuerpo paralizado, sin respuesta. Vestía su vieja chaqueta gris, más arrugada todavía de lo que recordaba, llena de agujeros, hecha harapos, empapada por el limo y oscurecida por lo que parecían un montón de manchas de sangre.

    Tiramos de él para alejarlo del capullo, pero sus piernas no funcionaban, así que tuvimos que sentarlo en el suelo y apoyar su espalda en la pared. Respiraba con dificultad, a grandes bocanadas, como si no estuviese acostumbrado. Ni siquiera quise pensar en cuánto tiempo habría estado en el capullo, o en qué le habría hecho este. Tenía cientos de preguntas, pero seguí hablando con calma, tratando de llegar a Eddie, de hacerlo salir del lugar en el que había estado escondido, muy en su interior, para conservar su propia cordura. Sus ojos se fijaron en mí, ignorando a Joanna.

    —Está bien, Eddie —dije—. Soy yo, John Taylor. Estás fuera de esa... cosa. Recuperarás las fuerzas y el uso de las piernas, y te sacaremos de aquí, de vuelta a Nocturnia. ¿Eddie? ¿Puedes oírme, Eddie?

    A sus ojos fijos llegó poco a poco el reconocimiento, aunque el horror nunca los abandonó. Su boca se movió muy despacio. Me incliné más cerca, para escuchar su voz queda. Era ronca y áspera, y dolorida, como si no la hubiese utilizado en mucho, mucho tiempo.

    —John... Taylor. Después de todo este tiempo... Bastardo. Que Dios te mande al Infierno.
    —¿Qué? —Me eché hacia atrás, sorprendido, seguro de no haber entendido bien—. Voy a sacarte de aquí, Eddie. Todo va a ir bien.
    —Nunca volverá a ir bien... Nunca jamás. Todo esto es culpa tuya. Todo esto.
    —Eddie...
    —Debería haberte matado... cuando tuve oportunidad. Antes de que... nos destruyeras a todos.
    —¿De qué estás hablando? —dijo Joanna, enfadada—. ¡Acabamos de llegar! ¡Él no ha hecho nada! ¡Esto es una Fractura Temporal!
    —Entonces, maldito seas, John... por lo que vas a hacer.
    —¿Me culpas de todo esto? —dije, despacio—. ¿Por algo que aún no he hecho? Eddie, debes saber que nunca haría nada que convirtiera el mundo en esto. El final de todo. Al menos, no voluntariamente. Tienes que contármelo. Dime qué hacer, para evitar que esto ocurra.

    La boca de Eddie el Navaja dibujó una lenta sonrisa, carente de alegría.

    —Suicídate.
    —Vendiste a John a los Horrendos —dijo Joanna—. ¿Por qué tendríamos que creer nada de lo que nos digas? Quizá debiéramos olvidarnos de rescatarte, y meterte otra vez en el capullo.
    —Eso no va a pasar, Eddie —dije con rapidez, mientras el horror volvía a llenar sus ojos—. Ven con nosotros. Ayúdanos a prevenir esto. No estamos lejos de la frontera de la Fractura. Puedo abrirla y volver de nuevo a casa. A donde pertenecemos.
    —De vuelta... ¿al pasado?

    Aquello me detuvo por un momento. Si este Eddie había llegado allí por el camino largo, ¿podía arriesgarme a llevarlo de vuelta? ¿Aceptaría Nocturnia dos Eddie el Navaja? Aparté el pensamiento. No importaba. De ningún modo iba a dejar allí a Eddie. En la oscuridad. En el capullo. Hay ciertas cosas que no se pueden hacer y después seguir llamándose hombre a uno mismo.

    Lo pusimos en pie, y esta vez sus piernas lo sostuvieron. A pesar de todo por lo que había pasado, seguía siendo Eddie el Navaja, duro como el hierro. Joanna y yo lo ayudamos a cruzar la estancia y le empujamos a través del agujero de la pared, hacia el callejón. Tan pronto como estuvimos todos en medio de la noche, los sonidos regresaron. De hecho, Eddie se encogió durante un instante al oírlos, pero solo eso, un instante. Su mirada y su boca eran firmes. Para cuando alcanzamos la calle principal, ya caminaba por sí mismo. Algo le había quebrado, algo horrible, pero seguía siendo Eddie el Navaja.

    —¿Cómo acabaste siendo el único ser vivo de los alrededores? —dije al final—. ¿Y en qué cuándo estamos? ¿Cómo de lejos, en mi futuro? Acabo de volver a Nocturnia, después de cinco años. ¿Te ayuda eso a situarlo? Maldita sea, Eddie, ¿cuántos siglos han pasado, desde que cayera la ciudad?
    —¿Siglos? —dijo Eddie—. Parecen siglos. Pero siempre se me ha dado bien calcular el tiempo. Nada de siglos, John. Solo han pasado ochenta y dos años desde que nos traicionaste, y Nocturnia cayera.

    Joanna y yo nos miramos, y después a la ciudad desierta. Los edificios en ruinas, la noche sin luna ni estrellas...

    —¿Cómo puede haber ocurrido esto en solo ochenta y dos años? —dije.
    —Fuiste muy meticuloso, John. Todo esto es por ti. Por lo que hiciste. —Eddie trató de sonar más acusador, pero solo pareció más cansado—. Toda la Humanidad está muerta... gracias a ti. El mundo está muerto. La única vida que queda es fría y corrupta... como gusanos que se mueven en una fruta podrida. Y solo quedo yo para contar la historia. Porque no puedo morir. Parte del trato que hice... hace todos estos años, en la Calle de los Dioses. Estúpido idiota. He vivido lo suficiente... para ver el final de todo y de todos por los que me preocupé alguna vez. Para ver mis sueños frustrados, convertidos en pesadillas. Y ahora deseo tanto morir... y no puedo.
    —¿Qué hizo John? —preguntó Joanna—. ¿Qué puede haber hecho... para acabar así?
    —Nunca deberías haber ido en busca de tu madre —dijo Eddie—. No pudiste resistir lo que descubriste. No pudiste aguantar la verdad.
    —Alto ahí, Eddie —dije, poco convencido—. Vas a volver a casa. Atrás en el Tiempo, a la Nocturnia que fue. Y te juro... que encontraremos la forma de evitar esto. Moriré, antes de dejar que esto pase.

    Eddie el Navaja apartó la cabeza y no me miró. Respiró hondo el aire relativamente fresco, como si hiciera tiempo que no respiraba nada como aquello. Ya caminaba más o menos normal, y llevábamos un buen paso mientras les llevaba hacia la frontera. Pero estábamos en la misma calle cuando todo se convirtió en un infierno.

    Salieron de agujeros en el suelo, delante, detrás y a los lados. Negros y relucientes, retorciendo y empujando sus cuerpos flexibles a través de grietas en el polvoriento camino. Nos detuvimos de inmediato, mirando rápidamente a nuestro alrededor. Por todas partes había patas larguiruchas, cuerpos con caparazón, ojos compuestos, dientes afilados y mandíbulas batientes, así como largas y bamboleantes antenas. Insectos, de todos los tipos y formas, especies que jamás había visto, todas horrible y antinaturalmente grandes. La mayoría salieron reptando de los edificios en ruinas, o de entre los escombros de los muros, ágiles como el viento a pesar de su tamaño, para unirse a los cientos y cientos que ya nos rodeaban, como una alfombra viviente que cubría el suelo, borboteando, hirviendo. Los más pequeños medían quince centímetros, los más grandes setenta centímetros, un metro incluso, y contaban con unas mandíbulas serradas que parecían lo bastante afiladas para llevarse el brazo o la pierna de un hombre de un solo mordisco. A veces los insectos se subían unos encima de los otros para echarnos un mejor vistazo, pero al menos por el momento se mantenían a distancia segura.

    Podía sentir cómo mi garganta se secaba. De verdad que no soporto los bichos.

    —Bueno —me obligué a decir—. Siempre pensé que los insectos acabarían heredando el mundo. Solo que no creí que fueran enormes de narices.
    —Cucarachas —dijo Joanna, con la voz pastosa por el asco y el disgusto—. Qué cosas tan repugnantes. Debí haber pisoteado más cuando tuve ocasión.

    Alzó el encendedor ante los insectos más cercanos, y pareció que estos retrocedían un poco. Tenía que ser la luz. Ahora ya no era una amenaza real, pero sus instintos la recordaban. Quizá pudiéramos usarla para abrir un camino... Miré a Eddie, para ver lo que estaba haciendo, y me horroricé al descubrir que estaba llorando en silencio. ¿Qué le habían hecho? ¿El gran y terrible Eddie el Navaja, el Dios Punk de la Navaja Barbera, reducido a lágrimas por un puñado de putos bichos? De repente me sentí tan enfadado que no pude hablar. De algún modo, antes de dejar este lugar, alguien iba a pagármelas todas juntas.

    —Es... asqueroso —dijo Joanna—. Hemos llegado donde habitan las cosas realmente salvajes. La naturaleza primitiva, en toda su atrocidad.
    —Ahí le has dado —dijo una voz familiar, alegre y autocomplaciente. Me di la vuelta muy rápido, y allí estaba, en un pequeño círculo libre de insectos: el Coleccionista. Un viejo conocido, de antes de dejar Nocturnia. No un amigo. No creo que el Coleccionista tenga amigos. Sin embargo, tenía un buen montón de enemigos. En ese momento iba vestido como un gángster de los años veinte; correcto en todos los detalles, desde las polainas blancas de los zapatos hasta la combinación de colores del chaleco y el sombrero con el ala vuelta. Pero le sobraban por lo menos quince kilos para poder entrar en el traje, y su estómago se apretaba contra el chaleco a medio abotonar. Como siempre, había una impresión de falsedad a su alrededor. Como alguien que se esconde detrás de toda una serie de máscaras. Su rostro era casi dolorosamente rubicundo, los ojos le brillaban con ferocidad, y su sonrisa era totalmente insincera. Sin cambios, vamos. Una cálida y amarillenta luz solar le rodeaba, sin una fuente obvia, y los insectos le dejaban bastante espacio.
    —¿Qué demonios estás haciendo aquí, Coleccionista? —dije—. ¿Ya quién le robaste ese traje tan vulgar?
    —Es bastante bueno, ¿verdad? —dijo el Coleccionista con engreimiento—. Es un traje original de Al Capone, adquirido de su propio armario cuando no miraba. No lo echará de menos. Tenía otros veinte iguales. Tengo incluso una carta de autentificación, del sastre de Capone. —Sonrió satisfecho, en absoluto molesto por lo que le rodeaba—. Nos encontramos en los lugares más extraños, ¿verdad, John?
    —¿Hay que suponer que conoces a esta persona? —dijo Joanna, mirándome de forma acusadora.
    —Este es el Coleccionista —expliqué, resignado—. Cualquier cosa que se te ocurra, él lo colecciona; incluso aunque esté sujeto con clavos y rodeado de alambre de espino. No hay nada demasiado raro ni demasiado oscuro que no pueda conseguir. Tiene un apetito insaciable por los objetos únicos, y por la emoción de la caza. Se dice que a lo único que renuncia es a catalogar su tesoro. El Coleccionista, ladrón, timador, tramposo, y muy probablemente la persona con menos conciencia de Nocturnia. No existe nada detrás de lo cual no vaya, no importa lo valioso que pueda ser para otras personas. Conozco otros coleccionistas, no de su nivel, que darían todo lo que tienen, y todo lo que tú tienes, solo por una visita al famoso y muy bien escondido almacén del Coleccionista. ¿Cómo te va, Coleccionista? ¿Encontraste ya el Huevo del Fénix?

    Se encogió de hombros.

    —Difícil de decir, hasta que no eclosione. —Desvió su nada convincente sonrisa hacia Joanna—. No crea todo lo que oiga sobre mí, querida. Soy un hombre muy incomprendido.
    —No lo eres en absoluto —dije—. Eres un ladrón de tumbas, un avaro y un entrometido en la historia. Los arqueólogos emplean tu nombre para asustar a sus hijos. No te importa quién resulte herido, mientras obtengas lo que deseas.
    —Guardo cosas que de otro modo desaparecerían en las nieblas de la historia —dijo el Coleccionista, para nada molesto—. Algún día abriré un museo en Nocturnia, para que todo el mundo pueda apreciar mis tesoros... Mas por el momento hay demasiados competidores, personas envidiosas, que alegremente me robarían sin pensarlo.
    —¿Qué estás haciendo aquí, Coleccionista? —dije—. Nunca habría pensado que aquí hubiese nada de valor para que tú te lo apropiaras.
    —Tienes una visión muy limitada, John —dijo el Coleccionista, meneando la cabeza con tristeza—. Rodeado de tesoros, y tan ciego ante ellos. Mira a tu alrededor. Aquí hay especies de insectos desconocidos para el mundo del que venimos. Variaciones únicas, sin precio en cualquier otro sitio. Conozco coleccionistas que especulan con insectos que orinarán sangre cuando se enteren de lo que tengo. Me llevaré unos pocos duplicados, claro, para subastarlos cuando los posteriores precios sean desorbitados. Viajar en el Tiempo puede ser muy caro hoy en día.
    —¿Viajar en el Tiempo? —dijo Joanna con rapidez—. ¿Tienes una máquina del tiempo?
    —Nada tan basto —dijo el Coleccionista—. Aunque tengo un muestrario bastante bonito de algunos de los mecanismos rococó... No, tengo un don. Muchos lo tienen, en Nocturnia. Mi querido John encuentra cosas, Eddie mata con una navaja que nadie ve nunca... y yo me muevo atrás y adelante en el Tiempo. Así es como he sido capaz de adquirir tantas piezas encantadoras. Pero para contestar a su próxima pregunta: no, no llevo pasajeros. ¿Cómo llegaste aquí, John?
    —Una Fractura Temporal —dije—. Me dirigía hacia la frontera cuando estos insectos aparecieron. ¿De dónde vienes exactamente, Coleccionista?
    —Acabas de dejar Nocturnia —dijo el Coleccionista—. Jurando que nunca volverías. ¿Debo suponer que has vuelto?
    —Cinco años después —dije—. He vuelto, y mi humor no ha mejorado.
    —No puedo decir que me sorprenda —dijo el Coleccionista. Sonrió feliz—. Ah, tantas bellezas, no sé por dónde empezar. ¡No puedo esperar a tenerlos en mi almacén y comenzar a clavarlos en los tableros!

    Joanna bufó.

    —Espero que trajera un frasco bien grande.

    Los insectos se removían sin descanso a nuestro alrededor, sus antenas moviéndose con peligrosa agitación. Decidí ir al grano.

    —Coleccionista, Eddie dice que solo estamos ochenta y dos años en mi futuro, pero aquí todo está destruido. ¿Sabes qué ocurrió?

    El Coleccionista extendió sus regordetas manos de uñas mordidas en un gesto de inocencia.

    —Hay tantos futuros, tantas líneas temporales posibles... Esta es solo una de ellas. Si sirve de consuelo, no hay nada inevitable.
    —Tú conocías este futuro lo bastante bien para que tu don te trajera hasta aquí —dije—. Sabías lo de estos insectos. Cuéntamelo, Coleccionista. Antes de que me enfade contigo.

    El Coleccionista tan solo siguió sonriendo, con su insufrible mueca de autosatisfacción.

    —No estás en posición de hacer amenazas, John. De hecho, ni siquiera te das cuenta del peligro en el que estás. Tienes razón; tengo estudiados a estos insectos, desde una distancia segura. Sé por qué están tan interesados en nosotros. En los humanos. Incluso sé por qué no os han matado. Me temo que es una razón bastante desagradable, pero bueno, así son los insectos. Qué mentes tan maravillosamente ordenadas. No hay lugar para el miedo, ni para otras emociones. Ni siquiera se molestan con la sensibilidad, tal y como nosotros la conocemos. Solo se preocupan de la supervivencia. Siempre he admirado su crueldad. La simplicidad de sus mentes, su naturaleza implacable.
    —Siempre fuiste un raro —dije—. Ve al grano. —Me parecía que los insectos empezaban a acercarse.
    —Nunca estudiaste —dijo el Coleccionista—. Los insectos ponen sus huevos en cuerpos anfitriones. Cuerpos de no insectos. Los huevos crecen y eclosionan dentro del anfitrión, y las larvas se abren camino comiendo. Un tanto duro para el anfitrión, por supuesto, pero... Crueles, carentes por completo de conciencia y compasión. Insectos. Sin embargo, las únicas especies vivas en este mundo futuro son los insectos. Así que todo lo que tenían para utilizar como anfitrión era... este desafortunado amigo tuyo. Durante ochenta y dos años, el cuerpo inmortal de Eddie el Navaja ha dado alojamiento a generación tras generación de insectos. Los huevos entran, las larvas con dientes salen, y la raza de los insectos sobrevive. Muy desagradable para el pobre Eddie, claro, comido vivo una y otra vez, pero... nunca me gustó.

    No miré a Eddie. No necesitaba ver mi sorpresa y horror ante lo que le habían hecho. En especial si de verdad era culpa mía. Ahora ya sabía por qué los insectos le habían hecho prisionero en un capullo. No podían arriesgarse a que encontrara la forma de que se suicidara. La ira me inundó de tal manera... que si hubiera sido lo bastante grande, habría pisoteado a cada jodido insecto del mundo.

    —Y ahora estás aquí, John —dijo el Coleccionista—. Tú y tu amiga. Nuevos anfitriones, para otros insectos jóvenes. No creo que vayas a durar ni siquiera la mitad de que lo ha durado Eddie, pero estoy seguro de que harán buen uso de ti, mientras aguantes. Supongo que podría ayudarte a escapar... pero tú tampoco me has gustado nunca mucho, John.

    De repente, Eddie el Navaja gritó, con la espalda arqueada y todo su cuerpo temblando y sacudiéndose. Le cogí de los hombros, pero sus espasmos eran tan violentos que no podía sujetarlo. Cayó al suelo, apretando los dientes para no volver a gritar, pero sus ojos derramaban lágrimas a su pesar. Me arrodillé junto a él. Creo que ya sabía lo que estaba pasando. No retrocedí mientras cientos de insectos del tamaño de pulgares salían de su carne, abriéndose paso a mordiscos por su cuerpo convulso. Cosas negras, blandas y porosas, con dientes como pequeñas cuchillas. Salían incluso a través de sus ojos. Su chaqueta absorbió la mayor parte de la sangre. Joanna cayó sobre una rodilla y vomitó, pero aún consiguió sostener el encendedor. Cogí puñados de larvas emergentes y las aplasté con saña. Sus entrañas corrieron por mis muñecas, pero había demasiadas.

    —¿Qué puedo hacer, Eddie? —dije con desesperación, pero no podía oírme.
    —Solo hay una cosa que puedas hacer —dijo el Coleccionista con tono razonable—. Mátalo. Acaba con su larga miseria. Excepto, claro, que no puedes. Después de todo, se trata del increíble Eddie el Navaja, quien no puede morir. Échale un buen vistazo, John. En cuanto ese mechero se quede sin gas, vendrán a por vosotros... y ese será tu futuro, y el de ella, durante tanto tiempo como puedan haceros durar...

    Hice a un lado sus odiosas palabras, concentrándome en mi don. Si había algo que pudiera matar a Eddie el Navaja, y darle al fin la paz, mi don lo encontraría. No me llevó mucho. Muy obvio, una vez que tuve la respuesta. La única cosa que podía matar a Eddie era su propia navaja de barbero. El arma que nadie llegaba a ver. Ya sabía que no la tenía encima, o la hubiese usado antes. Los insectos tampoco podían separarle de ella. Eddie y su navaja estaban unidos por un pacto que solo un dios podía romper. Me concentré en mi don un poco más, y allí estaba, en el único lugar en que los insectos podía ponerla de modo que Eddie no la alcanzara. La habían enterrado en su propio cuerpo, en sus entrañas.

    Me obligué a actuar sin pensar, sin sentir. Puse la mano en una de las heridas de salida de los insectos, la abrí más y metí la mano en las tripas de Eddie, sin escuchar mientras este gritaba, sujetándolo con todo mi peso mientras pataleaba. Joanna gemía sin lágrimas, pero no podía apartar la vista. Mi brazo estaba empapado de sangre hasta el codo para cuando mis dedos se cerraron alrededor del mango perlado de la navaja de barbero antigua, y Eddie aulló como un maldito cuando tiré de ella para sacarla. La sangre goteaba espesa desde mis dedos y mi premio. Eddie yacía tembloroso, y gemía en voz baja. Abrí la navaja y puse el filo contra su garganta, y me gusta pensar que había gratitud en sus ojos.

    —Adiós, Eddie —dije con ternura—. Lo siento mucho. Confía en mí. No dejaré que esto pase.
    —Qué sentimental —dijo el Coleccionista—, pero no habrás pensado en salir de esta, ¿verdad? —No necesitaba mirar para saber que estaba disfrutando de cada momento de aquella situación—. Mira, si destruyes al único anfitrión de los insectos, y después tú mismo y la mujer salís de este Tiempo, estarás condenando a todas estas especies a la extinción. ¿En serio estás preparado para cometer genocidio, para barrer las últimas cosas vivientes que quedan en la tierra?
    —Desde luego —dije, y Eddie el Navaja ni siquiera se crispó mientras cortaba su garganta, presionando tan fuerte con el filo que pude sentir cómo el acero chirriaba contra sus vértebras. Necesitaba estar seguro. La sangre salía a chorros por la presión, empapando sus ropas y las mías, así como el polvoriento suelo donde estábamos. Eddie se quedó tumbado, en paz, mientras moría, y un rato después le cogí en mis brazos y lloré las lágrimas que él no pudo. A pesar de todas nuestras diferencias, y habían sido muchas, siempre había sido mi amigo. Cuando el último soplo de vida salió de él en un suspiro, su navaja desapareció de mi mano. Deposité su cuerpo en el suelo y me puse en pie, tambaleante. El Coleccionista me observaba, estupefacto.
    —Odio los bichos —expliqué.

    Los insectos, de repente, chillaron; un sonido estridente e inhumano que llenó la noche púrpura. Les había llevado un rato, pero finalmente habían comprendido el significado de lo que había hecho. El chillido creció y creció, y más y más se unieron a él, hasta que pareció proceder de todos los lugares de la ciudad desolada. Sonreí con mi vieja sonrisa, la diabólica, y el Coleccionista dio un respingo al verla. Los insectos borboteaban a nuestro alrededor, agolpados contra los límites de la luz amarilla. Acababa de asesinar a todas sus generaciones futuras... a menos que pudieran encontrar una forma de hacer uso de mí y de Joanna. Volví a comprobar la distancia hasta la frontera. Quince minutos de carrera, quizá diez, dependiendo de lo motivados que estuviéramos. Siempre y cuando el mechero aguantase.

    El Coleccionista gritó cuando los agujeros se abrieron en el suelo alrededor de sus pies. Los insectos que aparecieron no estaban intimidados por su luz, y finalmente habían ido a por él. Unas de las piernas del Coleccionista se sumergió en un agujero, y chilló de dolor y sorpresa cuando unas mandíbulas ocultas se hundieron en sus pantorrillas. Se abrieron más agujeros en el suelo alrededor de mí y de Joanna, pero yo ya la había puesto en pie por la fuerza, y estábamos corriendo. Dejamos atrás el cuerpo de Eddie. Al fin formaba parte del pasado. Y ya se descomponía, pues los largos años le habían atrapado por fin.

    Pasamos corriendo junto al Coleccionista, quien soltaba alaridos de modo estridente mientras rebuscaba algo en sus bolsillos. Acabó sacando un bote brillante, y roció su contenido en el agujero. Muchos de los insectos enterrados chillaron, y el Coleccionista pudo liberar su pierna. Le faltaban grandes pedazos de muslo, y se veía con claridad un hueso roto entre jirones rojos de carne. El Coleccionista gimoteó, y roció con el pulverizador como un loco a su alrededor, mientras se abrían más agujeros. La luz en la que estaba parpadeaba, vacilante, ahora que su concentración oscilaba. Soltó un juramento, como si fuese un niño desilusionado, y se desvaneció, de vuelta a su Tiempo. La luz se apagó, y los insectos cambiaron de dirección, persiguiéndonos a Joanna y a mí mientras corríamos hacia la frontera.

    Joanna había recuperado el control y su rostro volvía a ser serio y concentrado, mientras sostenía el encendedor ante sí, casi como un crucifijo que le protegiera de los no muertos. Me pareció que la llama era más pequeña que antes, pero no dije nada. Duraría, o no. Los insectos se apelotonaban a nuestro alrededor, trepando los unos sobre los otros en su ansia por alcanzarnos, pero seguían sin atreverse a entrar en el menguante círculo de luz amarilla. Algunos eran del tamaño de perros, otros de cerdos, y yo los odiaba a todos. Joanna y yo corríamos detrás de ellos, y los bichos se apartaban en el último momento, cerrándose sus enormes y oscuras mandíbulas como trampas para osos. Volví a mirar el mechero de Joanna, y no me gustó lo que vi. La llama no iba a aguantar hasta la frontera, y si no lo hacía, nosotros dos tampoco. Así que utilicé mi don una vez más, para encontrar una senda de poder.

    Hay muchas de estas, en Nocturnia, con montones de nombres; desde la ciencia superior de las líneas de pastos hasta la brillante magia de la Ruta del Arco Iris, siempre ha habido caminos de gloria, ocultos para todos excepto para las miradas más agudas, manteniendo unida la sustancia del mundo con sus energías invisibles. Si tienes el coraje de recorrerlos, puedes obtener lo que más anhela tu corazón. Se supone. E incluso ahora, en este lugar desierto y desolado, las sendas del poder permanecían. Mi don encontró una que conducía directamente a la frontera de la Fractura Temporal, y la trajo a la existencia. Una senda brillante, vivida, centelleante apareció ante nosotros, y los insectos se apartaron de la nueva luz como si les quemara. Joanna y yo corrimos, de la mano, esforzándonos al límite, y de nuestros raudos pies salieron chispas.

    Pero empecé a decelerar. Emplear el don se había llevado la mayor parte de mi energía, al final de un día largo y difícil. Había empleado mi poder demasiado, de modo muy intenso, y ahora estaba pagando el precio. La cabeza me latía tan fuerte que apenas podía ver nada aparte de la senda, y la sangre me salía de ambas fosas nasales para acabar goteando desde mi barbilla. Me parecía que mis piernas estaban muy lejos. Joanna tuvo que tirar de mí, manteniéndome en movimiento mediante su absoluta determinación. Podía sentir más cerca la frontera, pero me seguía pareciendo muy lejana, como en esos sueños donde corres a tope, y nunca llegas a ningún sitio. Joanna me estaba gritando, pero apenas podía oírla. Y los insectos nos rodeaban, como una crepitante alfombra de oscuras intenciones.

    Estaba cansado y dolorido, pero aun así me quedé sorprendido cuando mis piernas, de repente, flojearon y caí. Me golpeé contra la senda de gloria, y pequeñas descargas me recorrieron el cuerpo, aunque ninguna de ellas lo suficiente para ponerme de nuevo en pie. Estando tan cerca, la magia era casi dolorosa. Los insectos se agolparon justo al borde de la luz, mirándome con sus ojos compuestos carentes de expresión. Joanna se inclinó sobre mí, e intentó levantarme, pero era demasiado pesado. Me di la vuelta sobre un costado y levanté mi vista hacia ella.

    —Sal de aquí cagando leches —le dije—. Te he llevado hasta donde he podido. No hay nada más que pueda hacer por ti. La frontera está ahí delante. Ya he abierto una rendija que te llevará de vuelta a Nocturnia. Ve y encuentra a tu hija, Joanna. Y sé amable con ella. En recuerdo mío.

    Me soltó el brazo, y lo dejó caer en el rastro resplandeciente. Yo no podía ni sentirlo.

    —No voy a dejarte —dijo Joanna—. No puedo hacerlo.
    —Claro que puedes. Si ambos morimos aquí, ¿quién ayudará a tu hija? No te preocupes; estaré muerto antes de que los insectos me alcancen. Ya me encargaré. Puede que... si muero aquí, ahora, pueda evitar que todo esto ocurra. El Tiempo es muy divertido, a veces. Ahora, vete. Por favor.

    Se quedó mirándome, y de repente su rostro se puso serio. Todas las emociones se habían esfumado. Puede que por otro choque nervioso. O quizá tan solo consideraba el asunto. Me dio la espalda, mirando el brillante sendero que conducía a una frontera en cuya existencia solo podía tener fe. Iba a dejarme atrás, para morir. Pude sentirlo. Parte de mí la maldijo, y parte de mí la urgía a hacerlo. Siempre había sabido que algo en Nocturnia me mataría, y odiaba la idea de que pudiera arrastrar a alguien más conmigo. Y entonces volvió a darse la vuelta, sin rastro de aquella expresión de vacío en la cara, y me cogió del brazo con las dos manos.

    —¡Arriba! —dijo con rabia—. ¡Maldita sea, ponte en pie, cabrón! ¡No hemos llegado juntos hasta aquí para que ahora te rindas! No voy a irme sin ti, así que si no te levantas, me tendrás que matar a mí también. ¡Así que muévete, maldito seas!
    —Bueno —dije, o eso creo—. Si te pones así...

    Entre los dos conseguimos ponerme en pie, y nos fuimos tambaleantes por el centelleante sendero. Iba pensando que el siguiente paso sería el último, que no quedaba nada en mí, pero Joanna me obligaba a continuar. Medio apoyándome, medio llevándome, instándome a seguir con palabras reconfortantes y gritos obscenos. Me arrastró por la senda hasta la frontera, con los insectos chillándonos todo el tiempo, hasta que de repente atravesamos la rendija que había abierto de vuelta a nuestro Tiempo.

    Caímos juntos en una calle mojada por la lluvia, luchando por encontrar el aliento, y el maravilloso rugido de la ciudad viva nos rodeaba. Neones resplandecientes, tráfico atronador y gente, gente por todas partes. El cielo nocturno estaba lleno del resplandor de la estrellas, y de la grande y gloriosa luna. Es bueno estar de vuelta en el hogar. Yacíamos uno al lado del otro en el pavimento, y la gente pasaba junto a nosotros, ignorando la sangre que empapaba mis ropas. Nocturnia es un buen lugar para preocuparte por tus propios asuntos.

    Miré la luna, reluciente ojo sin párpado, y pedí perdón. No todo el mundo llega a ver los posibles resultados de sus propias acciones futuras. El mundo que puede ser, si realmente todo se jode. Me pregunté si le diría al Eddie el Navaja del presente lo que había visto en el posible futuro. Pensé que no. Hay algunos horrores que ningún hombre debería contemplar, ni siquiera el Dios Punk de la Navaja Barbera.

    No todo el futuro está grabado en piedra. Yo debería saberlo. Había visto suficiente, antes de ahora. Pero seguía sintiéndome culpable, aunque no supiera por qué.

    «No deberías haber buscado a tu madre». Eso es lo que había dicho el Eddie del futuro. Siempre había sentido curiosidad por la madre que me abandonó. La mujer que, en realidad, no era en absoluto humana. En las primeras horas de la mañana, cuando un hombre no puede dormir, a menudo me preguntaba si ayudaba a otras personas a encontrar cosas que les importaban porque yo no podía encontrar la única que me importaba a mí. Bueno, ahora tenía algo más que pensar a las tres de la madrugada.

    Miré a Joanna.

    —¿Sabes?, por un momento pensé de verdad que ibas a dejarme allí.
    —Por un momento —dijo ella, despacio—, iba a hacerlo. Me sorprendí a mí misma. No sabía que tuviera esa clase de determinación. —Frunció el ceño—. Pero fue... extraño. Algo en mí no quería ayudarte. No me pidas que te lo explique, porque no puedo. Es como si tuviera algo en la punta de la lengua, una palabra o un recuerdo que no puedo atrapar... Oh, diablos, no importa. Hemos salido los dos. Ahora, levantémonos de esta acera húmeda y fría y vamos a encontrar Blaiston Street. Después de todo lo que hemos pasado para llegar aquí, tengo curiosidad por ver qué pinta tiene. Tiene que merecer la pena.
    —Cathy estará allí —dije.
    —Y la encontraremos, y la salvaremos de cualquier maldito y estúpido jaleo en el que se haya metido esta vez. Todo lo demás puede esperar. ¿De acuerdo?
    —De acuerdo —dije, sin estar del todo seguro con qué estaba de acuerdo.

    Cuando descubrí lo que era, ya era muy tarde, claro.


    _____ 8 _____
    Tiempo muerto en el Parrilla Bar Viento de Halcón


    Acababa de ver el fin del mundo, de asesinar a uno de mis más viejos amigos, y de descubrir que la única búsqueda en la que siempre he estado dispuesto a dar mi vida ahora me está vetada, así que decidí queme merecía un descanso. Por fortuna, había una cafetería muy buena cerca, así que cogí a Joanna de la mano y la conduje allí, para que ambos recuperáramos nuestro aliento mental. Nocturnia puede quebrar el más duro de los espíritus, si no aprendes a tomarte un descanso ocasional, cuando es posible. Joanna no quería ir, con Blaiston Street y la respuesta al destino de su hija tan a mano, si teníamos suerte, pero insistí. Ella también debía estar muy cansada y débil, porque de hecho dejó de discutir antes de alcanzar nuestra meta.

    El Parrilla Bar Viento de Halcón es un lugar pintoresco, algo especial incluso entre las muchas y oscuras maravillas de Nocturnia, por lo que me detuve en el exterior un momento, para que Joanna pudiera apreciarlo. Por desgracia, no estaba de humor. Lo cual era una lástima. No todos los días se puede ver un monumento tan perfecto a las glorias psicodélicas de los sesenta, combinado con neones fosforito rococó y pósteres Pop Art con colores tan brillantes que casi te quemaban las retinas. Las puertas hindúes con celosías se abrieron ante nosotros mientras hacía entrar a Joanna. Aspiré profundamente el familiar aire de los sesenta cuando pasamos al interior de la cafetería; pebetes y aceite de pachulí, una docena de tipos de humo, toda clase de café recién hecho, y unas cuantas marcas de aceites para el pelo que era mejor olvidar.

    El lugar estaba atestado de gente, como siempre, todos los éxitos de la década atronaban a través de la cargada atmósfera, y sonreí a mi alrededor, hacia los rostros familiares, mientras conducía a Joanna a través del laberinto de mesas para encontrar un lugar razonablemente privado en la parte trasera del local. La Extraña Pareja es donde voy a hacer negocios, o a meditar un poco; Viento de Halcón es donde voy para buscar paz interior. Joanna miró de manera despreciativa las estilizadas mesas y sillas de plástico, pero se sentó sin rechistar demasiado. Me gustaba pensar que empezaba a confiar en mis instintos. Sus fosas nasales se contraían con recelo ente la atmósfera multicultural, y fingí estudiar la enorme carta del menú escrita a mano mientras ella miraba a su alrededor. Siempre había algo que merecía la pena observar en el Parrilla Bar Viento de Halcón.

    La decoración consistía en su mayor parte en luces centelleantes y psicodélicas, con grandes remolinos de colores primarios en las paredes, el techo e incluso el suelo. Una máquina de discos del tamaño de una Tardis nos ensordecía con un incesante chorro de éxitos y clásicos de la escena pop de los sesenta, ignorando alegremente las elecciones de aquellos lo bastante estúpidos para poner dinero en ella. The Kinks acababan de tocar Sunny Afternoon y los Lovin' Spoonful atacaron con Daydream. Seguí el ritmo con el pie mientras observaba con discreción cómo Joanna se fijaba en los rostros cercanos. Las mesas que nos rodeaban estaban llenas de viajeros procedentes de tierras y épocas lejanas, héroes, villanos y todo lo que hay en medio. Todo ello aderezado con unas gotas del tipo de personas que solo podría sentirse como en casa en un lugar como este. Nombres y caras, fulanos y menganos, sospechosos no habituales.

    El Asesino Sónico le enseñaba su nueva pistola de ondas al Hechicero de Notting Hill. El Aventurero Victoriano, perdido en el tiempo, tentaba a su nueva novia, una stripper de los sesenta, con el mejor de los espumosos. El Príncipe Ámbar se sentaba solo, como era habitual, tratando de recordar cómo había llegado aquí. Gran cantidad de espías, ignorándose entre ellos ostentosamente. Y, milagro, los cinco hermanos Tracy en la misma mesa. Mientras tanto, en un rincón alejado, lo que parecía todo el maldito clan Cornelius con su habitual algarabía, engordando una cuenta que no tenían intención de pagar. Tuve que sonreír. Aquí, las cosas no habían cambiado mucho. Lo cual era, claro está, parte de la atracción. El Parrilla Bar Viento de Halcón estaba feliz y orgullosamente libre de la tiranía del paso del Tiempo.

    En el centro del gran espacio abierto, dos bailarinas gogó vestidas con poco más que racimos de plumas blancas bailaban con energía enjaulas de oro adornadas, moviendo sus cabezas como si les fuera la vida en ello. La de la peluca plateada me guiñó el ojo, y le devolví una sonrisa con amabilidad. Una camarera se acercó a nuestra mesa sobre unos tacones de aguja rosas de veinte centímetros, minifalda de plástico, camisa blanca de hombre almidonada y un peinado de colmena bastante precario. Me levanté y me quité la chaqueta, señalando la parte empapada de sangre, y la camarera hizo un gesto enérgico de asentimiento.

    —¡Oh, claro, J.T., lo que sea por ti, cariño! ¡Bienvenido de vuelta, papito, qué buen aspecto tienes! ¿Quieres pedir ya?

    Estaba mascando chicle, y su voz era un irritante chillido agudo, pero no había duda de que era auténtica. Me volví a sentar y le alargué el menú.

    —Dos coca-colas, por favor, Verónica. Nada más. Y la chaqueta, tan rápido como sea posible. Estoy en mitad de un caso.
    —Nunca vi que no lo estuvieras, querido. ¿Algún mensaje del futuro?
    —Invierte en ordenadores.
    —¡Guay!

    Y se marchó, balanceándose sobre sus tacones como un barco en el mar. De todas partes se acercaron a ella manos amistosas, pero las evitó con la facilidad de la práctica y manotazos maliciosos. Un beatnik se levantó para recitar algo de poesía, y todos le tiramos cosas. The Animals cantaban una versión sin censurar de House of the Rising Sun. Intenta encontrarla en un compacto recopilatorio. Joanna se inclinó sobre la mesa de plástico para mirarme.

    —Dime que no me has arrastrado hasta un horroroso café temático de los sesenta. Ya viví esa década, y una vez fue más que suficiente. ¡Y definitivamente, no tenemos tiempo de alternar por aquí mientras te lavan la chaqueta! Cathy está cerca. Puedo sentirlo.
    —Podríamos pasar un mes aquí, y en el exterior no habría pasado ni un segundo —dije con calma—. Así funciona el lugar. Y el servicio de lavandería de aquí es realmente especial. Mandan la ropa hasta China, y garantizan que te la devuelven sin manchas. Podrían quitarle todas las manchas a la Sábana de Turín, y ponerle el doble de almidón sin tarifa adicional.
    —Necesito una copa —dijo Joanna con pesar—. Y no una maldita coca-cola.
    —Confía en mí; te van a encantar las coca-colas que sirven aquí. Porque este café no es una recreación de los sesenta. Es el artículo genuino.
    —Oh, joder. Otra Fractura Temporal no.
    —No de ese tipo... El Parrilla Bar Viento de Halcón original era un local para todos los grandes aventureros y espíritus cósmicos de los sesenta, y a muchos les encantaba en aquellos días, pero por desgracia el café ardió en 1970. Posiblemente fue una autoinmolación, como protesta por la separación de los Beatles. Iba a ser reemplazado por alguna aburrida y monótona escuela de negocios, pero por suerte el café era recordado con tanto cariño por sus famosos y talentosos patrones que volvió, convertido en fantasma. Todo este establecimiento es un enorme espectro, un edificio muerto que aún se manifiesta, tozudo, mucho después de que el original fuese destruido.
    —Un café fantasma.
    —La gente, por otra parte, es real en su mayoría. O han viajado en el Tiempo desde los sesenta, o se han dejado llevar por el espíritu de la cosa. El Viento de Halcón es un lugar genial para todo lo que era bueno y grande en la época del swing. Y como el café no es real, puedes pedir toda clase de cosas que no han existido desde los sesenta. La comida y la bebida fantasma, como no son reales, no pueden afectar a un cuerpo real. Lo último en dietas adelgazantes, y la última oportunidad de revolcarse en la nostalgia. ¿Cuánto hace que no saboreas una coca-cola real, Joanna?

    Nuestra camarera volvió, llevando achaparradas dos botellas de cristal pasadas de moda, equilibradas de modo experto en una bandeja de latón decorada con fotos de los Monkees. Abrió los tapones contra el borde de la mesa. Las chapas volaron por el aire, pero de la boca del envase no salió espuma alguna. Puso las botellas ante nosotros, y les puso pajitas de plástico con tirabuzones. Mostró una sonrisa, hizo un globo con el chicle, y se fue contoneándose mientras Joanna miraba su botella, vacilante.

    —No necesito una pajita. No soy una niña.
    —Adelante. Es parte de la experiencia. Esto... es cocacola auténtica. Del viejo tipo rico en azúcar, con mucha cafeína, espeso sirope y sabor intenso que ya no se puede conseguir, excepto en ciertas partes de Méjico. Pruébala, Joanna. Tus papilas gustativas están a punto de convulsionarse por el éxtasis.

    Tomó un sorbo, y yo también. Bebió varios más, y yo la imité. Y luego nos recostamos en nuestras sillas de plástico, entre exclamaciones de placer, mientras el oscuro líquido recorría nuestros cuerpos, haciendo saltar todos nuestros agotados sistemas. La máquina de discos decía: «No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes», y solo pude asentir, totalmente de acuerdo.

    —Coño —dijo Joanna, tras una pausa respetuosa—. Coño. Esta es la de verdad, ¿no? Había olvidado lo buena que era la coca-cola. ¿Es cara?
    —No aquí —dije—. Son los sesenta, ¿recuerdas? Aceptan monedas de todos los períodos, y pagarés. Nadie quiere arriesgarse a ser encerrado.

    Joanna se relajó un poco, pero su boca seguía siendo una fina línea.

    —Todo esto está muy bien, John, pero no hemos venido a Nocturnia a entretenernos. Mi hija está a solo unas calles, según tú. ¿Qué hacemos aquí, cuando deberíamos estar rescatándola?
    —Estamos aquí porque necesitamos recuperar el aliento. Si vamos a aventurarnos en Blaiston Street, tendremos que estar frescos, ser agudos, y conservar todo nuestro ingenio. O nos amputarán los tobillos antes incluso de que veamos que se acercan. Blaiston Street está a solo unas manzanas, pero es otro mundo diferente. Maligno, violento, y posiblemente más peligroso que el lugar que acabamos de dejar. Y sí, sé que eso hace que estés más ansiosa por ir a toda prisa a rescatar a Cathy, pero vamos a necesitar estar a tope de forma para esto. Y recuerda, el Tiempo no pasa ahí fuera, mientras estemos aquí.

    »Lo has llevado muy bien desde que vinimos, Joanna. Estoy impresionado. De verdad. Pero hasta la cuchilla más afilada se embota si la golpeas contra un ladrillo unas cuantas veces. Así que quiero que te sientes aquí, que disfrutes de tu coca-cola y de lo que te rodea, hasta que estemos preparados para volver a Nocturnia. Crees que ya has visto los sitios malos. Equivócate en Blaiston Street y te comerán viva. Es posible que de manera literal. Y creo... que hay cosas de las que tenemos que hablar, tú y yo, antes de ir a ningún otro lugar.

    —¿Cosas? —dijo Joanna, alzando una ceja perfecta.
    —Hay cosas acerca de Cathy, y su situación, que necesitan... una aclaración —dije con cuidado—. Aquí hay más de lo que parece. En toda esta situación. Puedo notarlo.
    —Hay un montón de preguntas sin contestar —dijo Joanna—. Eso lo sé. ¿Quién llamó a Cathy hasta aquí, y por qué? ¿Por qué la escogió a ella? Ella no es importante, excepto para mí. Soy una mujer de negocios con éxito, pero no gano tanto dinero como para que el secuestro o el chantaje merezcan la pena. Y esto es Nocturnia. La gente como yo no importamos aquí. Así que, ¿por qué Cathy? ¿Porque es otra adolescente fugada? Si supiera las respuestas a preguntas como esa, no hubiese necesitado contratar a alguien como tú, ¿no?

    Asentí despacio, reconociendo la cuestión. Joanna siguió hablando.

    —No creo que estemos aquí porque yo necesite un descanso, John. Creo que esta es tu parada para descansar. Tú también has pasado por mucho. Mataste a Eddie el Navaja. Era tu amigo, y le mataste.
    —Le maté porque era mi amigo. Porque había sufrido mucho. Porque era la única cosa que podía hacer por él. Y porque siempre he sido capaz de hacer las cosas más duras y necesarias.
    —Entonces, ¿por qué te tiemblan las manos?

    Bajé la vista, y allí estaban. Sinceramente, no me había percatado. Joanna puso una de sus manos sobre las mías, y el temblor se detuvo, poco a poco.

    —Cuéntame sobre Eddie —prosiguió—. No el rollo de la Calle de los Dioses. Cuéntame sobre ti, y sobre Eddie.
    —Trabajamos juntos en un montón de casos —dije, después de un rato—. Eddie es... poderoso, pero no es el más sutil. Hay algunos problemas que no se pueden resolver con poder, sin destruir lo que estás intentando salvar. Ahí era cuando Eddie iba a La Extraña Pareja, a pedir mi ayuda. No de forma abierta, por supuesto. Pero hablábamos, y al final de la conversación salía lo que le preocupaba, y entonces nos sumergíamos en la noche y encontrábamos una forma de enderezar las cosas que no supusiera golpear el problema con una almádena. O con una navaja de barbero.

    »Y a veces... aparecía de ninguna parte, para ayudarme. Justo en el último momento.

    —Eso suena a compañeros, más que a amigos —dijo Joanna.
    —Es un asesino —dije—. Eddie el Navaja. El Dios Punk de la Navaja Barbera. Hoy en día mata con más buenas que malas intenciones, pero en definitiva, lo que hace es matar. Y tampoco podría ser de otra manera. Es difícil congeniar con un hombre como él. Alguien que se ha sumergido en la oscuridad mucho más que yo. Pero... reformó su vida, Joanna. Fuera cual fuera la epifanía que encontró en la Calle de los Dioses, dejó a un lado todo lo que tenía poder sobre él, para ganarse la redención. ¿Cómo podría no admirarse un coraje semejante? Si alguien como él puede cambiar, hay esperanza para todos nosotros.

    »He intentado ser un buen amigo para él. He tratado de dirigirlo hacia otro tipo de vida, donde no tenga que definir quién es por medio del asesinato. Y él... me escucha cuando paso malos ratos, y necesito a alguien con quien hablar y que no lo repita. Advierte a la gente que se aleje de mí, si cree que son una amenaza. Le hace daño a la gente, si piensa que están planeando hacérmelo a mí. Cree que no sé eso.
    »Le maté en la Fractura Temporal para poner fin a su sufrimiento. Siempre he sido capaz de morder la bala, y de hacer lo que haya que hacer. Nunca dije que fuera fácil.

    —John...
    —No. No trates de establecer un vínculo conmigo, Joanna. No hay sitio en mi vida para la gente que no puede protegerse a sí misma.
    —¿Es por eso que tus únicos amigos son almas dañadas, como Eddie el Navaja y Suzie la Pistolera? ¿O solo te haces amigo deliberadamente de personas que ya están tan preocupadas con sus propios demonios interiores como para que no te pongan presión en tu enfrentamiento con los tuyos? Tienes miedo, John. Miedo de abrirte de verdad a alguien, porque eso te haría vulnerable. Esta no es forma de vivir, John. Vives indirectamente a través de los problemas de tus clientes.
    —Tú no me conoces —dije—. No te atrevas a pensar que me conoces. Soy... quien tengo que ser. Para sobrevivir. Vivo solo, porque no voy a arriesgarme a poner en peligro a alguien que me importe. Y si a veces hace mucho frío y está muy oscuro donde estoy, al menos no arrastraré a nadie conmigo en mi caída.
    —Esa no es forma de vivir —dijo Joanna.
    —Y tú, por supuesto, eres la experta en cómo llevar con éxito tu vida. Una madre cuya hija se escapa a la menor oportunidad. Hablemos de alguna de las preguntas que tienes que considerar, antes de seguir adelante. ¿Y si acabamos yendo a Blaiston Street, damos con la casa correcta, echamos abajo la puerta y descubrimos que en realidad Cathy es muy feliz donde está, muchas gracias? ¿Que está contenta y a salvo, y que no necesita que la rescaten? ¿Y si ha encontrado algo o a alguien por quien merezca escaparse, y no quiere irse? Cosas más raras han ocurrido en Nocturnia. ¿Podrías darte la vuelta y marcharte, dejarla aquí, después de todo lo que hemos pasado para seguirle el rastro? ¿O insistirías en que volviera contigo, de regreso a una vida que pudieras comprender y aprobar, donde puedas vigilarla, para asegurarte de que no crece cometiendo tus propios errores?

    Joanna apartó su mano de las mías.

    —Si fuese realmente feliz... podría vivir con ello. No duras mucho en el mundo de los negocios si no eres capaz de distinguir entre el mundo como es y el mundo como tú quieres que sea. Lo que importa es que esté a salvo. Necesito saber eso. Siempre podría volver y visitarla.
    —De acuerdo —dije—. Prueba con esto. ¿Y si está en un mal lugar, y nos la llevamos de allí, y te la llevas de vuelta a casa? ¿Qué vas a hacer para asegurarte de que no volverá a huir a las primeras de cambio?
    —No lo sé —dijo Joanna, y tuve que descubrirme ante su honestidad—. Tengo la esperanza de que el hecho de haber venido a por ella tan lejos, y de haber pasado tanto por ella... cause una impresión. Que vea que me preocupo por ella, aunque no siempre se me dé bien demostrarlo. Y aunque no sea otra cosa, toda esta experiencia nos dará algo en común de lo que hablar, por una vez. Siempre hemos tenido dificultades para charlar.
    —O para escuchar. Busca tiempo para tu hija, Joanna. No quiero tener que hacer esto otra vez.
    —Había llegado a esa conclusión por mí misma —dijo Joanna con cierta frialdad—. Siempre creí que Cathy había tenido todo lo que necesitaba. Está claro que me equivocaba. Mi negocio puede sobrevivir sin mí por un tiempo. Y si no puede, al infierno con él. Hay cosas más importantes.

    Asentí y sonreí, y después de un instante me devolvió la sonrisa. No iba a ser tan simple ni tan sencillo como eso, y ambos lo sabíamos, pero reconocer el problema era por lo menos la mitad del camino hacia la solución. Estaba complacido de ver hasta dónde había progresado Joanna. Solo esperaba que pudiera cubrir toda la distancia. Bebimos de nuestras coca-colas durante un rato. The Fifth Dimensión acabó Aquarius y pasó directamente a Let the Sun Shine.

    —Ese futuro en el que acabamos —dijo Joanna después de unos minutos—. Puede que no sea el futuro, ni siquiera el más probable, pero seguía siendo aterrador. ¿Cómo puedes ser responsable de destruir todo el maldito mundo? ¿De verdad eres tan poderoso?
    —No —dije—. Al menos, no en el presente. Tendrá relación con lo que heredé, o vaya a heredar, de mi madre desaparecida. Nunca la conocí. No tengo ni idea de quién o qué era. Nadie lo sabe. Mi padre lo descubrió, y ese conocimiento lo hizo beber hasta morir. Y se trataba de un hombre muy acostumbrado a los peores excesos de Nocturnia.
    —¿Qué hacía aquí? —dijo Joanna.
    —Trabajaba para las Autoridades. Los que nos vigilan, nos guste o no. Después de que mi padre muriera, rebusqué en sus papeles, esperando encontrar algún tipo de legado, o de mensaje, o solo una explicación, algo que me ayudara a comprender. Tenía diez años, y aún creía en las respuestas fáciles. Pero todo era basura. Ni diario, ni cartas, ni fotos de él y mi madre juntos. Ni siquiera una foto de boda. Debía de haberlas destruido todas. Y las pocas personas que habían conocido a mis padres habían desaparecido hacía tiempo. Alejadas por... diversos motivos. Ninguna de ellas volvió para su funeral.

    »Con los años, toda clase de personas han salido con todo tipo de teorías acerca de dónde podría estar mi madre. Por qué apareció de la nada, se casó con mi padre, me dio a luz, y luego desapareció otra vez. Y por qué no me llevó con ella. Pero nadie ha sido capaz de probar nada fuera de lo normal sobre mí, aparte de mi don. Y los dones son tan comunes como las pecas entre los hijos y las hijas de Nocturnia.

    De pronto, Joanna arrugó el ceño.

    —En el metro, de camino a aquí, las Hermanas Quebradizas del Enjambre reconocieron tu nombre. Retrocedieron y no te molestaron. Y te pidieron ser recordadas, cuando finalmente llegaras a tu reino.

    Tuve que sonreír.

    —Eso no tiene por qué significar nada. En Nocturnia, nunca puedes estar seguro qué patito feo crecerá para convertirse en un bello cisne, o incluso en un fénix. Así que si eres sensato, te cubres las espaldas como sea posible. Y nunca te creas un enemigo si no hay necesidad.

    Joanna se inclinó sobre la mesa de plástico, haciendo a un lado su botella de coca-cola para poder mirarme con más intensidad.

    —¿Y vas a seguir intentando buscar a tu madre, ahora que sabes lo que puede ocurrir si la encuentras?
    —Ha sido un toque de atención de la leche, ¿eh? Me da un montón de cosas en las que pensar.
    —Eso no responde a la pregunta.
    —Lo sé. Mira, ni siquiera tenía intención de quedarme aquí, en Nocturnia, una vez que el caso termine. Dejé esta casa de locos hace cinco años por buenas razones, y ninguna de ellas ha cambiado. Pero... cada vez más, este peligroso y espantoso lugar me parece mi hogar. Como si perteneciera a este sitio. Tu mundo seguro y cuerdo no parece tener espacio para mí. Al menos, aquí tengo la sensación de que puedo hacer algo real por mis clientes. De que puedo... marcar la diferencia.
    —Oh, sí —dijo Joanna—. Puedes marcar un montón la diferencia aquí.

    Miré a Joanna a los ojos con tanta tranquilidad como pude.

    —Todo lo que honestamente puedo decir es... que en realidad lo de mi madre no me importa lo suficiente como para arriesgarme a traer el futuro que ambos vimos.
    —Pero eso podría cambiar.
    —Sí. Podría. En Nocturnia, todo puede ocurrir. Bebe tu coca-cola, Joanna, e intenta no preocuparte por ello.

    The Crazy World of Arthur Brown cantaban a pleno pulmón Fire, para cuando Joanna se había calmado lo bastante para hacer otra pregunta.

    —Necesito que seas sincero conmigo, John. ¿Crees que Cathy aún está viva?
    —No tengo motivos para creer que no —dije con honestidad—. Sabemos que estaba viva hace poco. La última imagen que mi don recibió era de hace solo unos días. Sabemos que Algo o Alguien la atrajo a Nocturnia, pero no hay evidencia directa de que Cathy fuese a sufrir ningún daño. Tampoco hay pruebas de que no sea así, pero cuando andas a tientas en la oscuridad es mejor ser optimista. Por el momento, no se ha manifestado ninguna amenaza ni peligro claro. Tenemos que proceder bajo la asunción de que aún está viva. Tenemos... tenemos que tener esperanza.
    —¿Esperanza? ¿Aquí? —dijo Joanna—. ¿En Nocturnia?
    —Especialmente aquí —dije. Esta vez fui yo quien puso su mano sobre las de ella. Nuestras manos se sentían bien juntas, naturales—. Haré todo lo que pueda contigo, Joanna. No me rendiré, mientras quede un hilillo de esperanza.
    —Lo sé —dijo Joanna—. Tienes un gran corazón, John Taylor.

    Nos miramos a los ojos durante un buen rato, ambos sonriendo. Creíamos el uno en el otro, incluso aunque no estuviésemos seguros de nosotros mismos. Sabía que eso no era buena idea. «Nunca te involucres personalmente con un cliente». Está escrito con letras mayúsculas en la página uno de Cómo ser detective privado, justo al lado de «Consigue tanto dinero en metálico por adelantado como puedas, por si los cheques son devueltos» y «No vayas detrás del Halcón Maltes porque todo acaba en lágrimas». No soy estúpido. He leído a Raymond Chandler. Pero en ese momento no me importaba. Hice un último esfuerzo, por el bien de mi alma.

    —Aún no es tarde para que retrocedas —le dije—. Has pasado por demasiado. Quédate aquí, y déjame a mí Blaiston Street. Aquí estarás a salvo.
    —No —dijo Joanna de inmediato, apartando sus manos de las mías—. Tengo que hacer esto. He de estar allí cuando descubras... lo que le ha ocurrido a mi hija. Tengo que saber la verdad, y ella tiene que saber... que me importa lo suficiente como para venir yo misma. Maldita sea, John, me he ganado el derecho a estar aquí.
    —Sí —dije, orgulloso de ella—. Te lo has ganado.
    —John Taylor, vivito y coleando —dijo una voz fría y jovial—. De verdad que no podía creerlo cuando me dijeron que habías vuelto a aparecer. Pensé que tenías más sentido común, John.

    Conocía la voz, y me tomé mi tiempo para darme la vuelta. No hay muchas personas que se me puedan acercar furtivamente. Detrás de mí estaba Walker, tan largo como la vida misma. Cada centímetro era el de un caballero de la ciudad, elegante, sofisticado, con estilo. Atractivo, aunque un pelín pasado de peso, de sonrisa y ojos fríos, y corazón aún más gélido. Ahora debía estar en los cuarenta y muchos, pero no apostarías por el que se enfrentara a él. La gente como Walker no se vuelve más lenta; tan solo se hacen más escurridizos. Su impecable traje era de muy buen corte. Se tocó el bombín hacia Joanna con algo muy parecido al encanto. Le miré con odio.

    —¿Cómo has averiguado dónde encontrarme, Walker? Yo no sabía que vendría hasta hace unos minutos.
    —John, ¿quién es esta... persona? —preguntó Joanna, y la bendije por la frialdad indiferente de su voz.
    —Quizá debieras presentarme a tu cliente —dijo Walker—. Odiaría que empezáramos con el pie izquierdo.
    —Tiene la corbata torcida —dijo Joanna. Podría haberla besado en este momento.
    —Este es Walker —dije—. Si tiene un nombre, nadie lo sabe. Probablemente, ni siquiera su mujer. Antiguo alumno de Eton y ex guardia real, como siempre lo son los de su clase. Mencionado en todos los informes por ser solapado, traicionero y más peligroso que un tiburón en una piscina. Walker representa a las Autoridades, aquí, en Nocturnia. No preguntes qué Autoridades, porque no conoce la respuesta. Todo lo que importa es que podría detenernos a ambos sin avisar, sin garantía de que volviéramos a ser vistos. A menos que tengamos utilidad para él. Juega con la vida de las personas, todo en nombre de la preservación de su valioso statu quo.
    —Preservo el equilibrio —dijo Walker relajado, quitándose una invisible mota de polvo de su impecable manga—. Alguien tiene que hacerlo.
    —Nadie sabe ante qué o quién responde Walker, o de dónde vienen su órdenes —continué—, Gobierno, Iglesia o Ejército. Pero en una emergencia es conocido por conseguir el respaldo de cualquier maldita fuerza que quiera, y siempre vienen corriendo. Su palabra es la ley, y la protege con todas las medidas necesarias. Siempre se presenta inmaculado, encantador de un modo rudo, y nunca, nunca, jamás, hay que confiar en él. Nadie le ve llegar. Nunca sabes cuándo va a salir de las sombras con una sonrisa y una broma, para quitarle hierro a un asunto, o para lo contrario.

    »Tiene un don para obtener respuestas. No hay muchos que puedan decirle que no. Dicen que una vez hizo que un cadáver se incorporara en una mesa de autopsia y hablara con él.

    —Me halagas —dijo Walker.
    —Te darás cuenta de que no lo niega. Walker puede invocar poderes y dominaciones, y conseguir que le respondan. Tiene poder, pero no responsabilidad. Y tampoco conciencia. En un lugar donde la Luz y la Oscuridad son más que simples aforismos, Walker permanece gris. Como cualquier buen funcionario del estado.
    —Es cosa del deber y la responsabilidad, Taylor —dijo Walker—. Nunca lo entenderías.
    —Walker desaprueba a la gente como yo —dije, sonriendo con frialdad—. Agentes corruptos, personas que insisten en dirigir sus propios destinos, y sus propias almas. Cree que contaminamos las aguas. No es frecuente verlo a campo abierto, como ahora. Prefiere permanecer en las sombras, para que la gente no pueda ver cómo maneja los hilos. Todo el mundo puede estar trabajando para él, inconscientemente o a sabiendas, haciendo su voluntad, y así Walker no tiene que mancharse las manos. Y por supuesto, si algunos de sus agentes no oficiales mueren en el proceso, bueno, siempre hay más de donde vinieron estos. Para Walker, el fin siempre justifica los medios, porque el fin es mantener a Nocturnia y sus ocupantes separados estrictamente del mundo normal que lo rodea.

    Walker inclinó su cabeza de manera imperceptible, como anticipando un aplauso.

    —Me encanta cuando me presentas, Taylor. Lo haces mucho mejor de lo que yo podría.
    —Es conocido por vender a la gente —dije. Las palabras me salían rápidas, al tiempo que mi ira crecía—. Cuando lo estima necesario, arroja a quien sea a los lobos. Es muy temido, a veces admirado, y prácticamente todo el mundo en Nocturnia ha intentado matarlo, en algún momento. Al final del día, se va a casa con su mujer y su familia, en el mundo normal, y se olvida de Nocturnia. Para él, solo somos un trabajo. Personalmente, creo que ve todo este maldito lugar como nada más que un espectáculo de monstruos horrible y peligroso, lleno de cosas que muerden. Haría saltar Nocturnia por los aires y nos borraría de la faz de este lugar, si pensara que iba a quedar impune. Pero no sería así, porque sus misteriosos patrones no se lo permitirían. Estos, y aquellos como ellos, necesitan algún lugar al que venir y jugar a los juegos que no pueden encontrar en otra parte, para revolcarse en horribles placeres que ni siquiera pueden admitir en el mundo normal.

    »Ese es Walker, Joanna. No confíes en él.

    —Qué poco amable —murmuró Walker. Cogió una silla y se sentó a nuestra mesa, justo entre Joanna y yo. Cruzó las piernas con elegancia y entrelazó los dedos de sus manos sobre la mesa que teníamos delante. A nuestro alrededor, todas las conversaciones se reiniciaron, ya que había quedado claro que Walker no había venido por ninguno de ellos. Se inclinó sobre la mesa, y me desprecié a mi mismo por hacer otro tanto, para escuchar lo que tenía que decirnos. Si Walker se había interesado por mí y por mi caso, la situación tenía que ser más seria incluso de lo que creía.

    »Desde hace algún tiempo, ha estado desapareciendo gente en Blaiston Street —dijo Walker de modo enérgico—. Nos llevó un tiempo darnos cuenta, porque eran del tipo de personas que nadie echa de menos. Gente sin hogar, mendigos, borrachos y drogadictos. La basura callejera habitual. E incluso tras aclararse la situación, no vi razón para involucrarme, pues a nadie le importaba, después de todo. O al menos, a nadie importante. En realidad, la zona pareció mejorar durante un tiempo. Por definición, todo aquel que acaba en Blaiston Street por voluntad propia ya se ha autoexcluido de la raza humana. Pero hace poco... cierto número de personas bastante importantes se han metido en Blaiston Street, y nunca han vuelto a salir, así que me han llegado órdenes de Arriba para que investigue.

    —Un momento. —Le eché a Walker mi mejor mirada dura—. ¿Qué estaban haciendo todas esas personas bastante importantes en un pozo negro como Blaiston Street?
    —Exacto —dijo Walker. Si mi mirada dura le había molestado, lo ocultó muy bien—. Ninguno de ellos tenía negocios allí. Blaiston Street no tiene ninguna de las atracciones o tentaciones habituales que podrían llevar a una persona a visitarla. Parece más probable que fueran llamados, o incluso invocados, allí, por fuerzas o individuos sin determinar. Solo que... si algo tan poderoso hubiera entrado en Nocturnia, deberíamos haber detectado su presencia mucho antes. A menos que se esconda de nosotros. Lo cual, estrictamente hablando, se supone que es imposible. En cualquier caso, un misterio. Y tú sabes lo mucho que odio los misterios, Taylor. Estaba pensando que sería lo mejor que podría hacer cuando me enteré de que habías reaparecido en Nocturnia; y entonces todo encajó. Creo que estás siguiendo a una fugitiva.
    —La hija de esta señora —dije. Walker volvió a inclinar su cabeza hacia ella.
    —¿Y tu don te lleva a creer que está en Blaiston Street?
    —Sí.
    —¿Y tienes razones para suponer que fue llamada?
    —No necesariamente contra su voluntad.

    Walker hizo un gesto vago de descarte con una mano elegante.

    —Entonces tienes doce horas, Taylor, para descubrir los secretos de Blaiston Street y hacer lo que sea necesario para restablecer el statu quo. Si fracasas, no tendré otra elección que volver a mi plan original, y destruir toda esa puta calle, con todo lo que contiene, de una vez por todas y para siempre.
    —¡No puede hacer eso! —dijo Joanna—. ¡No mientras mi Cathy siga allí!
    —Oh, claro que puede —dije—. Ya lo ha hecho antes. Walker siempre ha sido un gran admirador de la opción de quemarlo todo. Y no le inquieta lo más mínimo tener que sacrificar de paso a unos pocos inocentes. Walker no cree que nadie sea inocente. Además, involucrándome a mí no tiene que arriesgar a nadie de su gente.
    —Exacto —dijo Walker. Se puso en pie con gracia, comprobando la hora en un dorado reloj de bolsillo pasado de moda que sacó del bolsillo del chaleco—. Doce horas, Taylor, ni un minuto más. —Guardó el reloj y me miró, pensativo—. Una advertencia final. Recuerda... que nada es lo que parece en Nocturnia. Odiaría pensar que has estado tanto tiempo fuera que has olvidado un hecho tan básico de la vida en este lugar.

    Vaciló, y por un momento pensé que estaba a punto de decir algo más, pero entonces nuestra camarera llegó trotando con mi gabardina recién lavada, y el momento pasó. Walker sonrió con tolerancia mientras la camarera me mostraba la prenda sin manchas para que diera mi aprobación.

    —Muy bonita, Taylor. Muy retro. Ahora tengo que marcharme, cosas de negocios. Hay mucho que hacer, y muchos a quien poner a hacerlo. Bienvenido a casa, Taylor. No la cagues.

    Ya estaba dándose la vuelta para irse cuando lo detuve con mi voz.

    —Walker, fuiste amigo de mi padre.

    Me devolvió la mirada.

    —Sí, John, lo fui.
    —¿Descubriste alguna vez qué era mi madre?
    —No —dijo—. Nunca. Pero si alguna vez la encuentro, haré que me lo diga. Antes de matarla.

    Sonrió un poco, se tocó el ala del bombín con la yema de los dedos, y dejó el café. Nadie lo miró al salir, pero el murmullo general de voces se alzó de manera significativa una vez que la puerta estuvo bien cerrada detrás de él.

    —¿Qué hay entre tú y él? —acabó diciendo Joanna—. ¿Por qué le dejaste que hablara así?
    —¿A Walker? Diablos, le dejaría cagarse en mis zapatos si así lo deseara.
    —No te había visto achantarte ante nadie desde que llegamos aquí —dijo Joanna—. ¿Qué lo hace tan especial?
    —Walker es diferente —dije—. Todo el mundo guarda las distancias con Walker. No por quién es, sino por lo que representa.
    —¿Las Autoridades?
    —Acertaste a la primera. Algunas preguntas resultan más pavorosas por no tener respuesta.
    —Pero, ¿quién vigila a los vigilantes? —dijo Joanna—. ¿Quién asegura la honradez de las Autoridades?
    —Nos estamos sumergiendo con decisión en fangosas aguas filosóficas —contesté—. Y no tenemos tiempo. Acábate tu maravillosa coca-cola, e iremos a hacer una visita a Blaiston Street.
    —¡Ya era hora! —dijo Joanna. Se tragó lo último de su helado refresco tan rápido que debió darle dolor de cabeza.


    _____ 9 _____
    Una casa en Blaiston Street


    Blaiston Street se asienta al final de ninguna parte. Casas desvencijadas en una calle andrajosa, donde todas las farolas están rotas porque los habitantes se encuentran más cómodos en la oscuridad. Quizá así no tengan que ver lo bajo que han caído. Prácticamente podía sentir a las ratas correteando en busca de refugio, mientras conducía a Joanna calle abajo, pero así y todo esta estaba demasiado tranquila y silenciosa. La basura estaba apilada por todos los lados en grandes montones, y cada centímetro de sucia pared de piedra estaba cubierto de pintadas obscenas. Todo el lugar olía a decadencia material, emocional y espiritual. No había cristales por ninguna parte, y las ventanas aparecían tapiadas con cartón, papel, o nada. Había excrementos por todo el lugar, procedente de animales que marcaban su territorio, o de gente a la que ya no le importaba nada. Las casas eran dos filas de antiguas viviendas, desatendidas y abandonadas, que probablemente se habrían caído si no descansaran la una sobre la otra.

    Puede que Walker tuviera razón. Una buena bomba podría valer millones de libras en mejoras municipales.

    Y sin embargo... algo iba mal. Peor de lo habitual. La calle estaba extrañamente vacía, desierta, abandonada.

    No había vagabundos apiñados en los portales, o bajo escaleras de incendio combadas. Ni mendigos ni pedigüeños, ningún alma desesperada buscando vender o comprar; ni siquiera una tez pálida mirando desde una ventana. Blaiston Street solía retorcerse de vida como los gusanos en una herida. Podía oír los sonidos del tráfico y de la gente de las calles adyacentes, pero el sonido era amortiguado, como lejano, procedente de otro mundo.

    —¿Dónde demonios está todo el mundo? —dijo Joanna en voz baja.
    —Buena pregunta —dije—. Y no creo que nos vaya a gustar la respuesta, cuando la encontremos. Me gustaría pensar que, simplemente, la gente ha huido, pero... estoy empezando a sospechar que no tuvieron esa suerte. No creo que aquí saliera nadie con vida. Aquí ha sucedido algo malo. Y sigue sucediendo.

    Joanna miró a su alrededor, y se estremeció.

    —En nombre de Jesús, ¿qué puede haber convocado a Cathy a un lugar como este?
    —Averigüémoslo —dije, e invocando mi don, volví a abrir mi ojo secreto. Mi poder se estaba debilitando, al igual que yo, pero ahora estaba tan cerca que era lo bastante fuerte para mostrarme el fantasma de Cathy caminando por la calle, iluminada desde el interior por sus propias emociones iridiscentes. Nunca había visto a nadie tan feliz. Llegó a una casa en particular, que no parecía diferente a las demás, y se detuvo ante ella, estudiándola con solemnes ojos de niña. La puerta se le abrió delante despacio, y ella subió corriendo los escalones de piedra para desaparecer en la oscuridad que había tras la puerta, sonriendo de oreja a oreja todo el tiempo, como si entrara en la mejor fiesta de todo el mundo. La puerta se cerró detrás de ella, y eso fue todo. Había llegado al final del rastreo. Por alguna razón, no había vuelto a dejar aquella casa. Cogí a Joanna de la mano y volví a invocar al fantasma para que ella también lo viera.
    —¡La hemos encontrado! —dijo Joanna, cuya mano se clavaba tanto en la mía que dolía—. ¡Está aquí!
    —Estuvo aquí —dije, liberando mi mano—. Déjame comprobar la casa antes de ir más allá, ver lo que mi don puede decirnos acerca del pasado del edificio y de los ocupantes actuales.

    Me situé justo delante de la casa, deteniéndome al pie de los sucios escalones de piedra que precedían a la puerta descascarillada. Ladrillos antiguos y mortero, ventanas manchadas, sin signos de vida por ninguna parte. La puerta parecía bastante endeble. No creí que pudiera impedirme el paso si quisiera entrar, pero esto era Nocturnia, así que nunca se sabe... Desaté mi poder y me concentré en la casa, y muy a pesar mío emití un sonido repentino de sorpresa. No había ninguna casa delante de mí. Ni historia, ni emociones, ni recuerdos, ni siquiera una simple sensación de presencia. Hasta donde mi don llegaba, me encontraba frente a un solar vacío. Ni había casa, ni la había habido.

    Volví a coger la mano de Joanna, para que pudiera ver lo que yo no estaba viendo, y ella también dio un respingo.

    —No lo entiendo. ¿Adónde se fue la casa?
    —A ningún sitio —dije—. Por lo que yo puedo decir, nunca ha habido una casa aquí.

    Solté su mano y apagué mi poder, y allí estaba otra vez, justo delante de nosotros. Grande como la vida, y dos veces más fea.

    —¿Es otro fantasma? —dijo Joanna—. ¿Como el café?
    —No. La reconocería. Esto es sólido. Tiene una presencia física. Vimos a Cathy entrar. Aquí hay algo... que está jugando con nosotros. Disfrazando su verdadera naturaleza.
    —¿Algo dentro de la casa?
    —Presumiblemente. Lo cual significa que la única manera de obtener respuestas es entrar por la fuerza, y ver por nosotros mismos. Una casa... que no es solo una casa. Me pregunto qué será.
    —Me importa un comino lo que sea —dijo Joanna con vehemencia—. Lo único que me interesa es encontrar a mi Cathy, y sacarla de aquí echando leches.

    La cogí del brazo para evitar que se apresurara a subir los escalones. Tenía el rostro ruborizado por la emoción de encontrarse tan cerca del final de la búsqueda, y el brazo le temblaba bajo mi mano. Me miró enojada cuando la detuve, y me obligué a hablar con voz calmada y tranquilizadora.

    —No podremos ayudar a Cathy si nos metemos de cabeza en una trampa. No confío en entrar cargando a ciegas en situaciones extrañas.
    —Sobre todo si yo estoy aquí, ¿verdad? —dijo Suzie la Pistolera.

    Me di la vuelta rápido, y allí estaba, en la calle detrás de mí: Escopeta Suzie, sonriendo con una pizca de engreimiento, con la culata de su arma enfundada apuntando hacia mí mientras el cañón reposaba en su hombro vestido de cuero. Le dediqué la mejor de mis miradas.

    —Primero Walker, y ahora tú. Aún recuerdo cuando la gente no era capaz de acercarse a mí a hurtadillas todo el rato.
    —Te haces viejo, Taylor —dijo Suzie—. Blando. ¿Me has encontrado ya algo sobre lo que disparar?
    —Quizá —respondí. Le hice un gesto a la casa que teníamos delante—. Nuestra fugitiva está aquí dentro. Solo que mi don dice que hay algo claramente sobrenatural en este lugar.

    Suzie olfateó el aire.

    —No parece para tanto. Adelante. Abriré el camino, si estás preocupado.
    —Esta vez no, Suzie —dije—. Tengo un presentimiento realmente malo sobre esta casa.
    —Tú siempre tienes malos presentimientos.
    —Y suelo tener razón.
    —Cierto.

    Me dirigí despacio hacia los escalones de piedra. Seguía sin haber nadie en las cercanías, pero podía sentir la presión de unos ojos vigilantes. Suzie se situó a mi lado como si yo nunca hubiese estado fuera, como si ella perteneciera a aquel lugar, con la escopeta ya en las manos. Joanna se quedó en retaguardia, con apariencia de estar un tanto cabreada por quedar en segundo plano ante la presencia de Suzie. El sonido de nuestros pasos sobre la piedra de los escalones parecía inusualmente ruidoso, pero no importaba. Lo que fuera que nos esperaba en el interior de la casa que no era solo una casa, ya sabía que estábamos allí. Me paré ante la puerta. No había timbre. Ni aldaba, ni buzón. Llamé a la puerta con el puño, y la madera cedía un poco ante cada golpe, como si estuviese podrida. El sonido de mi llamada era misteriosamente suave, amortiguado. No se produjo respuesta del interior.

    —¿Quieres que haga saltar la cerradura? —dijo Suzie.

    Intenté girar el pomo, y lo hizo sin problemas. El descolorido metal del pomo era cálido y esponjoso al tacto. Me froté la mano contra un costado de la gabardina, y abrí la puerta con la punta del zapato. Se abrió con facilidad. Dentro solo había una impenetrable oscuridad, y ni un ruido. Joanna me empujaba desde atrás, mirando ansiosa la penumbra. Abrió la boca para llamar a Cathy, pero la detuve. Volvió a mirarme. Sentí su urgencia. Suzie sacó una linterna de algún bolsillo oculto, la encendió y me la pasó. Le di las gracias con un gesto de la cabeza, y dirigí el haz brillante de un lado a otro del pasillo que teníamos enfrente. Apenas se veía nada, aparte del rayo de luz, pero el pasillo parecía largo, ancho y vacío. Avancé despacio, y Joanna y Suzie vinieron conmigo.

    Una vez que estuvimos dentro, la puerta se cerró a nuestras espaldas como por voluntad propia, y ninguno de nosotros se sorprendió ni lo más mínimo.


    _____ 10 _____
    En las entrañas de la Bestia


    La casa estaba vacía y a oscuras, y era silenciosa y tranquila casi hasta lo sobrenatural. Era como entrar en un agujero del mundo. Como si algo estuviera conteniendo la respiración en espera de ver qué haríamos nosotros. Los músculos de mi espalda y estómago se tensaron mientras caminábamos despacio por el ancho corredor, anticipando un ataque que nunca llegaba. Sentía el peligro a mi alrededor, pero no podía ponerle nombre, ni decir de qué dirección vendría. No había estado tan nervioso en la Fractura Temporal del futuro. Pero hay trampas en las que tienes que meterte para llegar a tu destino.

    Las sombras bailaban espasmódicas a nuestro alrededor mientras movía el haz de la linterna de atrás a adelante. Con todo su brillo, el haz no conseguía disipar la oscuridad. Pude distinguir en el pasillo dos puertas a la derecha y una escalera a la izquierda que subía al siguiente piso. Cosas normales y corrientes convertidas en algo siniestro por la atmósfera que generaban. Este lugar no era saludable. No para tres pequeños humanos que vagabundeaban a ciegas entre tinieblas. El aire era espeso, opresivo, caliente y húmedo, como el calor artificial de un invernadero, en el que grandes cosas carnosas eran obligadas a vivir donde normalmente no podrían hacerlo. Suzie se movía en silencio a mi lado, mirando en derredor. Levantó su escopeta y olfateó el aire.

    —Aquí hay mucha humedad. Como en los trópicos. Y el olor... creo que es a podredumbre...
    —Es un sitio antiguo —dije—. Nadie lo ha cuidado en años.
    —No ese tipo de podredumbre. Huele más a... carne putrefacta.

    Intercambiamos una mirada, y seguimos caminando por el pasillo. Nuestros lentos pasos reverberaban en las desnudas paredes de yeso. Ni muebles, ni accesorios; ni alfombras ni comodidades de ningún tipo. Nada de decoración, carteles o cuadros en las paredes. Ni siquiera calendarios. Nada que demostrara que alguien había vivido aquí. Aquel pensamiento parecía importante, aunque por el momento no veía el porqué. Después de todo, estábamos en Blaiston Street. Este no es un lugar donde la gente venga a vivir como personas normales...

    —¿Te has fijado en el suelo? —dijo Suzie en voz baja.
    —¿A qué te refieres? —dije.
    —Está pegajoso.
    —Oh, mil gracias —dijo Joanna—. No necesitaba saber eso, muchas gracias. En cuanto salga de aquí voy a quemar mis zapatos. Todo este lugar es enfermizo.

    Volvía a estar a mi lado, mirando a su alrededor de manera casi compulsiva. Pero parecía... impaciente, más que otra cosa. No le gustaba la casa, pero estaba claro que el escenario no la ponía tan nerviosa como a Suzie y a mí. Lo cual era... curioso. Supuse que el estar tan cerca de Cathy había apartado a un lado cualquier otro pensamiento. Nos detuvimos en medio del corredor y miramos en derredor. Suzie bajó la escopeta un poco, al no tener a nadie a quien apuntar.

    —Parece que los últimos ocupantes de este vertedero se mudaron a la chita callando, y se llevaron con ellos todo lo que no estaba clavado.

    Me limité a asentir. En ese momento, no confiaba en poder decir nada sensato y lógico. Me sentía cada vez más nervioso. Tenía una sensación sobrecogedora de ser observado por ojos invisibles y nada amistosos. Seguía queriendo mirar por encima del hombro, convencido de que allí encontraría agazapado algo horrible, a punto de saltar, pero no lo hice. Allí no había nadie. Suzie lo habría sabido. Y en Nocturnia no duras mucho si no aprendes a controlar tus propios instintos.

    Un espejo en una pared a mi lado me llamó la atención. Me llevó un momento descubrir qué era lo que había de extraño en él. El espejo no mostraba ningún reflejo. No era más que un cristal con un marco de madera. No se trataba de un espejo.

    Tenía dos puertas a mi derecha que daban a otras tantas habitaciones. Puertas normales, corrientes. Me acerqué despacio a la más próxima, y al instante Suzie estuvo allí conmigo, con la escopeta preparada. Joanna se quedó un poco rezagada. Escuché con cautela a través de la puerta, pero todo lo que pude oír fue mi respiración. Giré el pomo. Estaba húmedo y rezumaba vaho, como si sudara de calor. Me sequé la mano en la gabardina, y luego abrí la puerta. «Entra en mi salón», le dijo la araña a la mosca.

    La puerta se abrió con facilidad. Las bisagras no hicieron ruido. La habitación estaba completamente a oscuras. Me quedé justo en el dintel e iluminé la estancia con la linterna. La oscuridad parecía succionar la luz. De nuevo, nada de muebles, adornos, o señales personales. Se asemejaba más a un decorado de cine que a nada que nadie pudiese llamar hogar. Volví al pasillo y me acerqué a la otra puerta. La segunda habitación era como la primera.

    —Pasara lo que estuviera pasando aquí, creo que nos lo hemos perdido —dijo Suzie—. Alguien debe de haberles dicho que venía yo.
    —No —repliqué—. No es eso. Algo sigue aquí todavía. Solo que se esconde de nosotros.

    Caminé hasta el pie de la escalera. Escalones normales de madera, pasamanos sencillo. Ni adornos ni tallas. Ni marcas ni rozaduras. Podía ser vieja, nueva, o ninguna de las dos cosas. Como si nunca hubiese sido tocada por manos humanas... Alcé la voz para hacer un llamamiento.

    —¡Hola! ¿Hay alguien en casa?

    El aire cargado amortiguó mis palabras, haciéndolas sonar pequeñas y débiles. Y entonces, desde algún sitio del piso superior, nos llegó el sonido de una puerta que se cerraba. Suzie y Joanna se apresuraron a unirse a mí al pie de la escalera. Y la puerta se cerró una vez, y otra, y otra, y otra. Había una premeditación horrible en el sonido, casi burlona, una violencia clara que era tanto una amenaza como una invitación. Subid y mirad, si os atrevéis. Puse el pie en el primer escalón, y la puerta paró de inmediato. De algún modo, lo supo. Miré a Suzie, y luego a Joanna.

    —Hay alguien en casa.

    Joanna se echó adelante, y habría corrido a ciegas escaleras arriba si no la hubiese cogido del brazo y detenido. Tiró con furia, pugnando por liberarse, sin mirarme siquiera, y tuve que emplear toda mi fuerza para seguir aferrado a ella. La llamé por su nombre varias veces, cada vez más alto, hasta que al final se giró hacia mí, respirando con fuerza. Tenía el rostro enrojecido y enfadado, casi furioso.

    —¡Suéltame, bastardo! ¡Cathy está ahí arriba! ¡Puedo sentirlo!
    —Joanna, no sabemos qué está ocurriendo ahí arriba...
    —¡Lo sé! ¡Tengo que llegar hasta ella, me necesita! Suéltame el brazo, pedazo de...

    Cuando vio que no podía deshacerse de mi presa, Joanna se lanzó a mi cara con la otra mano. Sus dedos eran como garras. Suzie interceptó el golpe con facilidad, cogiendo la muñeca de Joanna tan fuerte que tuvo que dolerle. Joanna bufaba, y luchó contra ella. Suzie aplicó más presión, doblando la muñeca contra sí misma, y Joanna jadeó, dejando de pelear. Miró a Suzie, quien le devolvió la mirada con frialdad.

    —Nadie golpea a John excepto yo, señorita Barrett. Ahora, compórtese, o escuchará romperse los huesos de su muñeca uno a uno.
    —Calma, Suzie —dije—. Es nueva en Nocturnia. No comprende el tipo de peligros a los que nos enfrentamos.

    Solo que para entonces ya debería conocerlos.

    —Entonces, será mejor que aprenda rápido —replicó Suzie—. No dejaré que nos ponga en peligro. Antes, la mataré yo misma.
    —Los clientes muertos no pagan sus facturas —le recordé.

    Suzie olfateó y soltó la muñeca de Joanna, aunque se quedó donde estaba, preparada para intervenir de nuevo si fuese necesario. Yo liberé el brazo de Joanna. Esta nos frunció el ceño a ambos mientras se frotaba enfurruñada la muñeca dolorida. Traté de sonar calmado y razonable.

    —No debes perder la cabeza ahora, Joanna. No cuando estamos tan cerca. Has confiado en mí hasta aquí. Confía en mí ahora que sé lo que estoy haciendo. Ahí arriba podría haber cualquier cosa, además de Cathy, que espera que caigamos en una trampa dispuesta de forma inteligente. Haremos esto despacio y con cautela, o no lo haremos en absoluto. ¿Comprendido?

    Su boca era un mohín malhumorado, sus ojos brillaban, casi enfermos de ira.

    —No comprendes lo que estoy pasando. No sabes nada acerca del amor de una madre. Ella está ahí arriba. Me necesita. ¡Tengo que llegar a ella!
    —O te controlas, o haré que Suzie te arrastre hasta la puerta principal y plante tu culo en la calle —dije con firmeza—. Por tu propio bien. Hablo en serio, Joanna. La forma en que estás actuando en este momento no solo no es responsable, sino que supone un peligro para todos nosotros. Sé que este lugar es... terrible, pero no puedes dejar que te afecte de esta manera. Esta no eres tú, Joanna. Y lo sabes.
    —No me conoces en absoluto, John —dijo Joanna, aunque su voz era notablemente más tranquila—. Lo siento. Me comportaré. Es solo que... estar tan cerca me vuelve loca. Cathy está en problemas. Puedo sentirlo. Tengo que llegar a ella. Deja que me quede, John. Seré buena, lo prometo.

    Esa tampoco era Joanna, pero asentí a regañadientes, achacándolo todo a la influencia que la casa tenía sobre ella. Yo nací en Nocturnia, y esta condenada casa estaba jugando incluso con mi propia mente. Obligué a Joanna a respirar hondo varias veces, lo cual pareció serle de ayuda. No me gustaba el efecto que la casa estaba ejerciendo sobre ella. Esta Joanna, frenética y casi fuera de control, no era la mujer que yo había llegado a conocer y apreciar. No se había salido de sus casillas antes, ni siquiera en la Fractura Temporal. Tenía que ser la casa.

    —No deberías haberla traído aquí, John —dijo Suzie—. No pertenece a este lugar.

    Su voz no era especialmente severa, ni despiadada. Decía la verdad tal y como la veía, como siempre hacía.

    Joanna la miró fijamente, y su voz volvió a teñirse de rabia.

    —¡No os importa una mierda lo que le pueda haber pasado a mi hija! ¡Solo estáis aquí porque os pago por ello!
    —La puta verdad —dijo Suzie, incólume—. Y será mejor que seas buena pagando.

    Siguieron bufándose la una a la otra durante un rato, cada una en su propio estilo acalorado o gélido, pero no presté atención. La casa, lo que quedaba de ella, me desconcertaba. Seguía pensando que se me escapaba algo. Algo había llamado, o invocado, a Cathy hasta este lugar, y a toda esa gente importante desaparecida que Walker había mencionado, pero ahora que estaba aquí, en el corazón del misterio, no había nada. A excepción de lo que trataba de jugar con nosotros en el piso superior. Nada en la casa, nada en absoluto... Empecé a subir las escaleras, y Joanna y Suzie dejaron de inmediato de discutir para apresurarse a seguirme. Suzie volvió a ocupar su lugar a mi lado, con la escopeta levantada.

    No hubo más ruidos de puertas. Ninguna reacción. Cuando llegamos al siguiente piso, todo lo que encontramos fueron más paredes desnudas y más puertas. Todas estas estaban bien cerradas. Suzie miró despacio en derredor, buscando blancos, con la escopeta siguiendo sus ojos. Joanna temblaba de ansiedad, y me llevó unos segundos convencerla de que Suzie y yo íbamos a ir al grano. Contemplé las puertas cerradas, y estas me devolvieron la mirada con sorna. Suzie habló de repente.

    —¿Es cosa mía, o aquí hay más luz?

    Arrugué el ceño, mientras me daba cuenta de que podía distinguir mucho más en esta planta, incluso fuera del haz de la linterna.

    —No eres tú, Suzie. Parece que la oscuridad se está levantando, aunque que me aspen si sé de dónde viene la luz... —Me interrumpí cuando miré al techo y descubrí por primera vez que no había bombillas, ni rastro alguno de la instalación original. Lo cual era... inusual, incluso en Blaiston Street.
    —Tengo otra idea sobre eso —dijo Suzie—. Y bastante inquietante. Si esta casa no está realmente aquí, ¿dónde estamos, ahora mismo? ¿Estamos en realidad flotando en medio del aire, sobre un solar vacío?
    —Tienes razón —dije—. Es un pensamiento inquietante. Justo lo que necesitábamos ahora. Esperad mientras lo compruebo.

    Mas cuando utilicé el don, no ocurrió nada. Algo del exterior se había envuelto alrededor de mi mente, imposible de detectar pero inamovible, evitando que pudiera abrir mi ojo secreto y ver el mundo como era en realidad. Luché contra ello con todas las fuerzas que me quedaban, pero allí no había nada a lo que agarrarse. Solté un juramento. ¿Qué sucedía? ¿Por qué había Algo que no quería que viera, que comprendiera? Suzie frunció el ceño y miró a su alrededor, desesperada por encontrar algo sólido que poder atacar.

    —¿Qué quieres hacer, John? ¿Patear todas las puertas habitación por habitación? ¿Disparar a todo lo que se mueva y que no sea la fugitiva?

    Le hice un gesto brusco para que callase, esforzando mis oídos hacia el sonido que creía haber captado. Estaba allí, débil pero indiscutible. No demasiado lejos, detrás de una de las puertas. Alguien estaba riendo. Como un niño con un secreto. Me lancé por el pasillo con Joanna y Suzie pisándome los talones, deteniéndome a escuchar todas las puertas hasta que encontré la buena. Cogí el pomo y giró con facilidad en mi mano, como una invitación. Empujé la puerta un centímetro, y luego di un paso atrás. Le hice un gesto a Joanna para que se pegara a mí, y luego otro a Suzie con la cabeza. Esta sonrió un poco, abrió la puerta de una patada, y todos entramos a la carga en la estancia.

    Estaba desnuda y vacía como el resto de la casa, excepto por Cathy Barrett, encontrada al fin, la cual yacía sobre su espalda en el suelo de madera, al otro lado de la habitación, cubierta del cuello a los pies por un gran impermeable mugriento, metido bajo su cuello como una sábana. No hizo ningún movimiento para levantarse cuando sus supuestos rescatadores irrumpimos. Tan solo nos sonrió felizmente, como si no tuviese una sola preocupación en el mundo.

    —Hola —dijo—. Entrad. Os estábamos esperando.

    Miré con cautela a mi alrededor, pero no había nadie más en la habitación con ella. Sin embargo, no se me pasó el «os estábamos». La sensación continuada de una presencia invisible que me observaba era más intensa que nunca. La luz también era más brillante, aunque no había una procedencia obvia. Cuanto más estudiaba la estancia, más nervioso me ponía. No tenía ventanas, ni contenido, ni adornos. Solo paredes, un suelo y un techo. Un boceto de habitación. Era como si la casa creyera que no tenía por qué fingir más, llegados a este punto. Aparté la linterna y cogí con fuerza el brazo de Joanna, para asegurarme de que permanecía junto a mí. Ni siquiera pareció darse cuenta, pues toda su atención estaba fijada en su hija, quien ni siquiera había tratado de levantarse sobre un codo para mirarnos con más comodidad. Empecé a preguntarme si podría moverse.

    Su rostro demacrado nos sonreía a todos por igual, mirándonos sobre el cuello del impermeable. Casi no pude reconocerla. Había perdido un montón de peso desde la foto que Joanna me había enseñado, en mi oficina, en el otro mundo. Los huesos de su cara hacía presión sobre una piel grisácea y tirante, y su cabello una vez rubio le colgaba sobre los rasgos hundidos en oscuros mechones grasientos. Parecía medio muerta de hambre. Sus grandes ojos se hundían en sus cuencas. De hecho, parecía no haber comido bien en meses, no solo en las pocas semanas que se suponía que había faltado. Miré a Joanna, preguntándome si debería haber creído con tanta rapidez todo lo que me había contado. Pero no, no podía ser. Mi don me había mostrado a Cathy entrando en esta casa hacía solo unos días, y su aspecto no se parecía en absoluto al actual.

    Suzie miró a su alrededor con la escopeta preparada en las manos.

    —Esto apesta, John. Aquí hay algo que marcha muy mal.
    —Lo sé —dije—. Puedo sentirlo. Es la casa.
    —¡Es ella! —dijo Joanna—. Mi Cathy. ¡Está aquí!
    —Ella no es la única que está aquí —dije—. Suzie, vigila a Joanna. No dejes que haga nada estúpido.

    Avancé despacio y me arrodillé junto a Cathy. El suelo de madera parecía ceder un poco ante mi peso. Cathy me sonrió muy feliz, como si no hubiese otro lugar en el mundo donde quisiera estar. Desde cerca olía mal, como si hubiese estado enferma durante semanas.

    —Hola, Cathy —dije—. Tu madre me pidió que viniera y te encontrara.

    Ella consideró esto por un momento, aún sonriendo con aquella horrible mueca.

    —¿Por qué?
    —Estaba preocupada por ti.
    —Nunca lo había estado antes. —Su voz estaba calmada pero vacía, como si estuviese recordando algo que había sucedido hace mucho tiempo—. Tenía su negocio, su dinero y sus novios... Nunca me necesitó. Le estorbaba. Ahora soy libre. Aquí soy feliz. Tengo todo lo que siempre quise.

    No miré en derredor a la habitación vacía.

    —Cathy, hemos venido a sacarte de aquí. A llevarte a casa.
    —Estoy en casa —dijo Cathy con su interminable sonrisa—. Y no me vais a llevar a ningún sitio. La casa no os dejará.

    Y caí al suelo gritando mientras algo enorme, oscuro y voraz se abría paso por mi mente, revelándose al fin.

    Me golpeaba desde todas partes a la vez, resquebrajando mis defensas como si no estuviesen allí. Era la casa, y estaba viva. Hubo un tiempo en que parecía otra cosa, y podría hacerlo de nuevo, pero por ahora era una casa. Y se estaba alimentando.

    Centímetro a centímetro obligué a aquello a salir de mi mente, reforzando uno a uno mis escudos hasta que mis pensamientos volvieron a ser míos. La casa se había ido, y el único en mi cabeza era yo. El esfuerzo podría haber matado a cualquiera. Volví en mí tumbado, encogido en el suelo de madera junto a Cathy, temblando. Tenía un horrible dolor de cabeza en las sienes, y la sangre me goteaba de la nariz. Suzie estaba arrodillada junto a mí, con una mano sobre mi hombro, y me gritaba algo, pero yo no la oía. Joanna observaba desde la puerta, con el rostro completamente en blanco. Con la mejilla apoyada sobre la madera del suelo, poco a poco me di cuenta de lo caliente que estaba. Caliente, sudoroso y curiosamente suave. Más allá de la pálida madera, pude sentir un pulso débil.

    Suzie me ayudó lo mejor que pudo a incorporarme sobre las manos y las rodillas. La sangre de mi nariz caía sobre el suelo. Observé casi sin emoción cómo la pálida madera absorbía la sangre, hasta no quedar rastro. Ahora ya sabía lo que estaba ocurriendo. Sabía en qué tipo de trampa nos habíamos metido. Alargué el brazo y tiré del impermeable que cubría a Cathy, revelando la verdad. Desnuda y horriblemente demacrada, el cuerpo de Cathy se estaba fundiendo poco a poco en el piso de madera. Ya no podía distinguir dónde acababa la carne y empezaba el suelo.


    ______ 11 _____
    Fuera todas las máscaras


    Es la casa —dije—. Está viva. Y hambrienta.

    En ese momento podía sentir que la casa nos rodeaba, latiendo con vida alienígena, rugiendo triunfal en los bordes de mi mente. Riéndose de mí, ahora que ya no tenía que esconderse más. Levanté los ojos y allí estaba Suzie, respirando con dificultad, con los nudillos blancos de aferrarse a su arma, la única cosa que siempre había tenido sentido para ella. Sus ojos danzaban por toda la estancia, mientras buscaba con desespero algo que pudiera golpear o disparar. Joanna estaba de pie, muy quieta, bajo el dintel de la puerta, sin mirar a Cathy. Su cara pálida carecía por completo de expresión, y su mirada apenas se cruzó con la mía. Podría haber sido perfectamente un extraño para ella. Volví a mirar a Cathy.

    —Dime —dije—. Dime el porqué, Cathy. ¿Por qué viniste aquí, a este lugar, por propia voluntad?
    —La casa me llamó —dijo contenta—. Abrió una puerta, y pasé, y me encontré en un mundo nuevo del todo. Tan brillante, tan vivido... tan vivo. Como una película que pasa del blanco y negro al color. La casa... me necesitaba. Nunca me había sentido necesitada antes.

    Me sentía tan bien... Por eso vine aquí, y me entregué a la casa, y ahora... ya no tengo que preocuparme de nada más. La casa me hace feliz, por primera vez en mi vida. Me ama. También os amará a vosotros.

    Me enjugué la sangre de la nariz con el dorso de la mano, dejando un largo rastro carmesí.

    —Te está comiendo, Cathy. La casa te está tragando.
    —Lo sé —dijo con suma felicidad—. ¿No es maravilloso? Va a convertirme en parte de ella. Parte de algo más grande, más importante de lo que podía haber sido por mí misma. Y nunca tendré que volver a sentirme mal, ni perdida, sola o infeliz. Nunca jamás tendré que preocuparme por nada.
    —¡Eso es porque estarás muerta! Te está mintiendo, Cathy. Te dice lo que quieres oír. Cuando la casa atacó mi mente, fui capaz al fin de ver con claridad, de distinguir lo que es de verdad. Está hambrienta. Como siempre. Y tú no eres más que comida, como todas las demás víctimas a las que ha absorbido.

    Cathy me sonrió, muriendo poco a poco y sin importarle, porque la casa no dejaría que le importase. Suzie se puso a mi lado y tiró de mí para ponerme en pie. Me sostuvo por la fuerza hasta que mis piernas se estabilizaron de nuevo, y me puso la cara justo enfrente de la mía.

    —¡Háblame, John! ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué es esta casa, en realidad?

    Respiré hondo. No me relajó tanto como había esperado, pero al menos los temblores empezaban a remitir. Como tantas otras veces en Nocturnia, había encontrado la verdad, y esta no me consolaba ni complacía lo más mínimo.

    —La casa es un depredador —dije—. Una cosa alienígena, procedente de algún lugar extraño, lejos de nuestro espacio, donde la vida ha tomado formas muy diferentes. Se convierte en lo que necesita ser, adoptando los colores del entorno, escondiéndose a simple vista, llamando a su presa con una voz que no puede resistir. Sus víctimas son los perdidos, los solitarios, los rechazados y los desamparados, los despojos de la ciudad a los que nadie echa de menos cuando acaban aquí, en Blaiston Street. La casa llama, con una voz que nadie pone en duda, porque les dice solo lo que quieren escuchar. Incluso ha atraído a unas pocas personas supuestamente importantes, gente quizá un poco más susceptible de lo apetecible. Ser importante no te protege necesariamente de tener una desesperanza secreta en un corazón oculto.
    —Al grano, John —dijo Suzie, sacudiéndome por el hombro—. La casa atrae gente, ¿y luego?
    —Y luego se alimenta de ellos —dije—. Les deja secos, absorbiendo todo lo que son. Se hace más fuerte alimentándose de su fuerza, manteniendo su felicidad hasta el final, para que no intenten escapar, cosa que ni siquiera desean.
    —Jesús —dijo Suzie, observando el cuerpo demacrado de Cathy—. Por la pinta de la muchacha, la casa ya se ha llevado gran parte de ella. Una lástima. Tenemos que salir de aquí, John.
    —¿Qué? —dije, sin comprender, o quizá no quería hacerlo.
    —No hay nada que podamos hacer —dijo Suzie con rotundidad—. Llegamos tarde. Incluso aunque pudiéramos cortar a la chica para separarla del suelo, lo más seguro es que se desangre hasta la muerte antes de que lleguemos a la calle. Ya está muerta. Así que déjala, salgamos cagando leches mientras podamos. Antes de que la casa se vuelva contra nosotros.

    Sacudí la cabeza, despacio.

    —No puedo hacer eso, Suzie. No puedo irme sin más y dejarla aquí.
    —¡Escúchame, John! No me dedico a las causas perdidas. Este caso está cerrado. Y lo único que nos queda es darle una muerte rápida a la chica, quizá para privarle a la casa parte de su victoria. Luego salimos de aquí, y volvemos con algunos buenos explosivos. Ocúpate de Joanna. Yo me encargaré de la chica.
    —¡No he hecho todo este camino solo para abandonarla! ¡Ella se viene con nosotros!
    —Nadie se va —dijo Cathy—. Nadie se marcha a ninguna parte.

    Detrás de nosotros, la puerta crujió en su marco. Suzie y yo nos dimos la vuelta con brusquedad, justo a tiempo de ver cómo la puerta se cerraba y luego desaparecía, absorbidos sus bordes por la pared que la rodeaba. Los colores de la puerta se desvanecieron, y en unos instantes no quedó más que un trozo de pared sin marcas, ininterrumpido, sin signos que mostraran dónde había antes una puerta. Y a nuestro alrededor, las cuatro paredes de la habitación sin salida comenzaron a ondularse, expandiéndose y contrayéndose en lentos movimientos peristálticos. Al tiempo, su apariencia se hacía más orgánica, más blanda, hinchada y maleable. A través de las paredes se extendieron gruesas trazas de venas púrpuras que latían de forma rítmica. Y un enorme ojo inhumano se abrió en el techo sobre nuestras cabezas, frío y extraño, que miraba sin parpadear a sus nuevas víctimas como si fuera algún dios antiguo y nada comprensivo. Un enfermizo fulgor fosforescente emanaba de las paredes, y al fin supe de dónde procedía la luz. Había un nuevo olor en el aire, espeso y pesado, de sangre, metal y productos químicos cáusticos.

    —Nadie se va a ninguna parte —dijo Cathy—. No hay adónde ir. —Había otra voz debajo de la suya, cruel, definitiva y deliberadamente inhumana.

    Suzie se dirigió a donde había estado la puerta, le dio vuelta al arma y golpeó la pared con la culata. La horrorosa superficie pulsante cedió un poco ante el golpe, pero no se rompió ni resquebrajó. Suzie golpeó una y otra vez, gruñendo por el esfuerzo, sin recompensa. Contempló la pared, con respiración acelerada, y luego le dio una patada de frustración. La punta de cuero de su bota se clavó en la pared, y tuvo que emplear todas sus fuerzas para liberarla. Parte del cuero había desaparecido, ya absorbido. Del techo caían gotas de líquido negro, y más se colaban por debajo de las paredes y rezumaban del suelo. Suzie siseó de repente, tanto de sorpresa como de dolor, cuando una gota cayó en su mano desnuda, y el vapor se elevó desde la carne chamuscada.

    —John, ¿qué demonios es esto? ¿Qué está pasando?
    —Jugos digestivos —dije—. Estamos en su estómago. La casa ha decidido que somos demasiado peligrosos para absorbernos con lentitud, como a Cathy. No quiere saborearnos. Vamos a convertirnos en sopa. Suzie, ábrenos una salida. Derriba un agujero justo a través de esa pared.

    Suzie sonrió con ferocidad.

    —Pensé que nunca lo pedirías. Atrás. Esto puede salpicar.

    Apuntó con la escopeta al lugar donde había estado la puerta, y disparó. La pared absorbió el disparo. El impacto solo produjo ondas que se extendieron hacia afuera, como cuando arrojas una piedra en un estanque. Suzie soltó un juramento y lo intentó de nuevo, recargando y disparando repetidas veces, hasta que el aire cerrado apestó a cordita y el sonido fue insoportable. Mas cuando el rugido del arma se difuminó, las ondulaciones ya estaban desapareciendo de la pared sin marcas. Suzie me miró.

    —Tenemos un problema serio, John. Y no mires ahora, pero tus zapatos están humeando.
    —Claro —dije—. La casa no es selectiva con lo que come.

    Suzie me miraba fijamente, esperando. Sin un enemigo al que poder golpear o disparar, estaba bastante perdida, pero confiaba en mí para encontrar una salida al embrollo. Siempre había estado muy dispuesta a confiar en mí. Esa era una de las razones por las que había dejado Nocturnia. Me había cansado de fallarles a mis amigos. Me esforcé en pensar. Tenía que haber una salida. No había vuelto después de todos estos años, ni me había abierto camino entre toda esta locura, solo para morir en un estómago gigantesco. No había regresado para volver a fallar. Miré a Cathy, y luego miré a Joanna, quien aún estaba muy quieta junto al muro viviente. No había dicho una palabra ni se había movido un centímetro desde que la casa se había revelado a sí misma. Su rostro estaba sorprendentemente tranquilo. Sus ojos, desenfocados. Ni siquiera había parpadeado cuando Suzie había abierto fuego justo a su lado. El shock, supuse entonces.

    —¡Joanna! —dije en voz alta—. Ven aquí y habla con tu hija. Mira a ver si puedes concentrar su atención en ti, y separarla de la casa. Creo que tengo una idea de cómo sacarla de ahí y liberarnos, pero no sé qué efecto podría tener sobre ella... ¡Joanna! ¡Escúchame!

    Volvió la cabeza despacio para mirarme, y había un horror lento que se formaba en sus ojos, y que me hizo desear mirar a otra parte.

    —¿Por qué hablas con ella sobre mí? —dijo Cathy.
    —Porque necesito la ayuda de tu madre en esto —le dije.
    —Pero esa no es mi madre —dijo Cathy.

    Las palabras parecieron resonar de modo interminable por la estancia, provocando su repentino y horrible significado la llegada de otros pensamientos a mi cabeza. Ni siquiera se me ocurrió dudar de la palabra de Cathy. Podía notar la verdad en su voz, incluso aunque no quisiera. Tantas pequeñas cosas que no habían tenido sentido de pronto encajaron, en un terrible momento de lucidez. Joanna me miró, y no había en sus ojos más que una tristeza calmada y resignada. Toda vitalidad había desaparecido de ella. Como si ya no tuviera que fingir más.

    —Lo siento, John —dijo despacio—. Pero creo que ya da igual. Mi propósito ha llegado a su fin, ahora que estás aquí. Creo que me importaste... pero no creo ser quien pensaba que era... —Su voz cambió, y bajo ella oí la extraña y cruel voz que había hablado hace poco a través de Cathy—. Solo soy un Judas, el cebo perfecto, diseñado y programado específicamente para atraerte de vuelta a Nocturnia.
    —¿Por qué? —dije. Mi voz no era más que un susurro.
    —La casa está provista de todos los detalles necesarios: el tipo exacto de cliente, la clase exacta de caso, el tipo exacto de mujer que acudiría a ti. Alguien que traspasaría todas tus defensas, que sorteara todos tus instintos, y que te condujera sin resistencia hasta tu destino. Nunca hubo una Joanna Barrett, solo un papel que interpretar, una función que representar. Pero me hicieron demasiado bien, John, y durante un tiempo olvidé lo que en realidad soy. Creí que era una mujer real con sentimientos reales. Aún queda bastante de mí para sentir lo que te va a ocurrir... pero no lo suficiente para detenerlo.
    —¿Nada de lo que tuvimos fue real? —dije.
    —Solo tú eras real, John. Solo tú.
    —¿Y... todo esto? —dije—. ¿Solo estaba preparado para mí? ¿Fue la casa invitada a Nocturnia, autorizada a cazar, alimentarse y matar, solo para atraparme? ¿Por qué? ¡Había dejado Nocturnia! ¡Ya no era una amenaza para nadie! ¿Por qué traerme de vuelta?
    —Pregúntale a tu madre —dijo la cosa con la voz de Joanna—. Parece que está de vuelta. Y tú... eres un cabo suelto que podría desenredarlo todo.
    —¿Quién ha hecho esto? —pregunté—. ¿Quién está detrás?
    —¿No lo adivinas? —dijo Joanna. Y su cara se derritió, dejando atrás solo la perfecta máscara blanca de los Horrendos.

    Creo que entonces grité; el sonido de un pequeño animal cuando finalmente la trampa de metal se cierra sobre él. Joanna se inclinó hacia atrás sobre la pared viviente, y se sumergió en ella. La blanda superficie latiente la rodeó y la casa reabsorbió la cosa que había creado, o dado a luz. Se fue en un momento, dejando atrás solo unas ondas, y pronto estas también desaparecerían. Debería haberlo sabido. Debería haberlo recordado. No puedes confiar en nadie, o en nada, en Nocturnia. Nada es lo que parece. Walker había tratado de avisarme, pero no le había escuchado. Había olvidado que aquí, el amor no es más que otra arma que pueden usar para hacerte daño, y que el pasado nunca se olvida. Sentí las lágrimas que me caían mejillas abajo antes siquiera de saber que estaba llorando.

    —Maldita sea —dijo Suzie, mirando con el ceño fruncido la pared en la que había desaparecido Joanna—. Supongo que, después de todo, no voy a cobrar por esta.

    Me miró, y suspiró al ver que yo no reaccionaba. Los jugos digestivos caían ahora como una lluvia constante, aguijoneando y quemando mi cara y mis manos desnudas, y no me importaba en absoluto. Alguien, o algo, me había aplastado el corazón, y ya no me importaba nada. Suzie se acercó y me puso una mano en el hombro, mirándome fijamente a los ojos. No se le daban bien las emociones, pero hizo todo lo que pudo.

    —John, tienes que escucharme. Puedes llorar por ella más tarde. Fuese lo que fuese, o lo que podría haber sido. No puedes derrumbarte ahora. Tenemos que salir de aquí.
    —¿Por qué? —dije—. Todo el mundo me quiere muerto; y quizá yo también.

    Me abofeteó en la cara, con más profesionalidad que enfado.

    —¿Y qué pasa conmigo, John?
    —¿Qué pasa contigo?
    —Está bien, quizá me merezca esto. No debería haber dejado que corrieras a esconderte a Londres. Y nunca he sido la mejor de tus amigas. Nunca le he pillado el tranquillo. ¿Pero qué pasa con la chica, John? ¿Cathy? ¿La recuerdas? ¿Por la que regresaste a Nocturnia para rescatarla? ¿Vas a dejarla ahora? ¿Vas a dejar que muera, solo porque lo sientes por ti?

    Volví la cabeza despacio, y miré a Cathy. A lo que quedaba de ella.

    —No —dije al final—. Nada de esto es culpa suya. Y nunca dejo tirado a un cliente. Coge mi mano, Suzie.
    —¿Qué? No es momento de ponerse sentimental, John.

    Volví a mirarla.

    —Tienes que confiar en mí, Suzie. Confiar en que sé lo que estoy haciendo. No podemos abrirnos paso por la fuerza, así que eso nos deja el asunto a mí y a mi don.

    Suzie me miró durante un largo instante, asegurándose de que volvía a controlarme, y luego asintió con brío. Deslizó su escopeta en la funda detrás de su hombro y me cogió de la mano. Pude notar los callos de su palma, pero me agarraba con firmeza. Tenía fe en mí. Al menos, uno de nosotros confiaba. Suspiré, cansado, preparándome para una buena lucha una vez más, pues eso era todo lo que me quedaba.

    —Necesitamos encontrar el corazón de la casa —dije—. Matar el corazón, y matar la casa. Pero el corazón no está en cualquier parte. La casa lo habrá escondido en algún sitio, para protegerse. En alguna parte... Nadie sería capaz de llegar a él, en situación normal. Pero yo no soy normal. Puedo encontrarlo. Puedo encontrar lo que sea.

    Excepto lo que más importa. Busqué en mi interior e invoqué mi poder, abriendo una vez más mi mente. Y la casa dio un respingo.

    * * *

    Durante un buen rato no estuve en ninguna parte, y me sentí bien. Era bueno no tener que preocuparse de las facturas que necesitaban ser pagadas, de casos que no podían ser resueltos, de clientes que no podían ser ayudados. Bueno no tener que preocuparse de los misterios de mi vida, ni del dolor interminable que me ocasionaban. Cuando empecé tenía un sueño, un sueño sobre ayudar a gente que no tenía otro sitio al que acudir; pero lo sueños no duran. No pueden competir con la realidad. La realidad de pelear para conseguir dinero para la comida y el alquiler, y el modo en que te duelen los pies de patear las calles en busca de gente que no quiere ser encontrada.

    La cruel e inflexible realidad de tener que comprometer tus ideales poco a poco, día a día, solo para conseguir unas pocas victorias pequeñas en la cara de la malicia del mundo, o de su indiferencia. Hasta que algunas veces te preguntas si no queda de ti más que una cáscara del hombre que pretendiste ser, en movimiento solo porque no tienes otra cosa mejor que hacer.

    Mas de algún modo, el sueño no acaba de morir. Porque en Nocturnia, a veces los sueños son lo único que te alienta a seguir. Abandónalos, y estás muerto.

    Mientras crecía en Nocturnia, vi un montón de hombres muertos caminando por ahí. Podían andar, hablar, vivir por inercia, a la deriva de bar en bar y de copa en copa, pero no tenían nada detrás de los ojos. Nada que importase. Mi padre fue un hombre muerto durante años, mucho antes de que finalmente su corazón, en un acto de compasión, se rindiera, y de que clavaran la tapa de su ataúd. No pude ayudarle. Solo era un crío.

    Mi don no se manifestó hasta mucho después. Un don que podía utilizar para marcar la diferencia. Para otras personas, ya que no para mí.

    En la seguridad de la nada que me rodeaba y reconfortaba, suaves olas de amor y afecto me golpeaban la mente, haciéndome desear olvidarlo todo. Todo excepto un ahora eterno de amor y felicidad, un final para todo deseo y necesidad, un deseo que nunca terminara. Un murmullo apagado me prometió que podría tener todo lo que anhelaba; todo lo que tenía que hacer era retroceder y aceptar, dejar de luchar. Pero no creí a la voz. Porque la única cosa que de verdad quería ya me la habían arrebatado, cuando la casa reabsorbió a Joanna. La voz habló con más urgencia, y la desprecié. Pues debajo de la voz podía sentir el hambre insaciable, interminable.

    Mis sueños. Mi realidad. Me aferré a ellos como un náufrago. Nunca los entregaría. Me convirtieron en lo que soy. No el padre que me ignoró, ni la madre que me abandonó. Ni la herencia misteriosa que nunca deseé, ni las hordas sin rostro que me han perseguido durante toda la vida. Tantas influencias tratando de darme forma... y las repudié todas. Elegí ayudar a la gente, porque no hubo nadie allí para ayudarme a mí cuando lo necesité. Sabía incluso entonces que no podía confiar en que las Autoridades me salvaran. Mi padre había sido uno de ellos, y sin embargo no fueron capaces de ayudarlo, o de consolarlo. Moldeé mi propia vida, determiné mi propio destino; y al infierno con todos y con todo lo demás.

    Mi ira crecía en este momento, cálida, feroz y poderosa. Hice a un lado las falsas promesas de amor y felicidad, quizá porque en el fondo nunca había creído en tales cosas. No para mí, en cualquier caso. La vacía nada se estaba fragmentando, haciéndose pedazos. Podía sentir otras personas a mi alrededor. Suzie la Pistolera, una mano fantasmal dentro de la mía, que confiaba en silencio en mí. Cathy Barrett, comprendiendo por primera vez cuánto le habían mentido, manipulado y abusado, casi tan enfadada como yo lo estaba. Y en algún lugar cerca de mi mano... una presencia débil, una voz acallada, como los últimos ecos de alguien que había creído ser por un instante una mujer llamada Joanna. Juraría que sentía otra mano fantasmal en la mía.

    Alargué el brazo y las agarré, atándolas a mí con mi don. Juntos éramos más fuertes que cualquier maldita casa.

    Con mi don no solo puedo encontrarlo todo. También puedo hacer otras cosas. Como identificar el punto débil de un enemigo y atacarlo. Desaté mi don, y la casa gritó de rabia y sorpresa, de dolor y miedo. Creo que hacía mucho tiempo desde la última vez que nadie había sido capaz de hacerle daño.

    La nada fue reemplazada por algo. Un lugar intermedio. Estaba de pie en una planicie desnuda que se extendía hasta el infinito en todas direcciones. Era un lugar gris, sin relieves, neblinoso y poco definido. No era un lugar real, pero lo bastante. Un lugar donde hacer una parada. Suzie y Cathy estaban allí conmigo. Suzie llevaba una armadura plateada, tachonadas con feroces pinchos. Cathy tenía el mismo aspecto que en su antigua foto, solo que furiosa como un demonio. No miré abajo para ver lo que yo parecía. No importaba. No demasiado lejos, había otra presencia, demasiado débil para ser vista con claridad, pero supe quién era. Quién tenía que ser. Ahora todos brillábamos, seres luminosos en un mundo grisáceo. Formamos todos juntos un círculo alrededor de una columna de oscuridad que daba vueltas, atravesada por vetas de un vivo rojo sanguinolento, que ascendía sin fin hacia un cielo anodino. De este procedía la voz de la casa, golpeándonos como un martillazo, despiadada e inhumana.

    —¡Mía! ¡Mía! ¡Mía!

    Pero mi don era fuerte, y me reí de la voz. Todo lo que tenía de su lado era su escondite y las mentiras, y ninguno de los dos le serviría aquí a la casa. Di un paso adelante, y Suzie y Cathy se movieron conmigo. La columna negra retrocedió ante nuestra luz, retorciéndose para alejarse de nosotros. Cerramos el círculo, y la columna se volvió más estrecha. Y a nuestro alrededor, sobre aquella planicie interminable, cientos y cientos de figuras insustanciales, de pie, en silencio, observando, a la espera. Todas las víctimas de la casa. No solo se había comido sus cuerpos: el maldito ser también había consumido sus almas, atándolas a sí mismo para propulsar su existencia antinatural. Lo que quedaba de una mujer llamada Joanna avanzó, resistiendo a pesar de todo lo que podía hacer la casa para hacerla pedazos y asimilarla, y volví a sentir su mano en la mía. A través de ella alcancé a las demás sombras cautivas, ofreciéndoles en silencio una oportunidad de vengarse, y la única libertad que ahora podía conocer... y se unieron a mí.

    El poder surgió de mi interior, encendiendo mi don, y brillé con mucha fuerza mientras avanzaba hacia la columna negra que teníamos delante. Suzie, Cathy y todas las demás víctimas se movieron conmigo, y la casa chilló y chilló. La columna se retorció, se comprimió, haciéndose más y más estrecha, hasta que al final fui capaz de unir mis manos fulgentes con la plena de confianza Suzie, la furiosa y traicionada Cathy y el fantasma de una mujer a la que podría haber amado. Todos relucíamos como soles. Reuní toda nuestra rabia, odio y necesidad, canalizando los de todas las víctimas a través de mi poder, y golpeé el corazón oscuro de la cosa que fingía ser una casa. Aulló una vez, con un pavor impotente, y entonces la columna negra desapareció de pronto. La voz de la casa quedó silenciada para siempre.

    La otra faceta de mi don. Encontrar la muerte de otro.

    Jamás he llevado un arma. No la necesito.

    Contemplé a mi alrededor la planicie interminable, aquel sitio gris y vacío, y los cientos de víctimas se habían ido, liberadas al fin sus almas, en busca de la única paz que les quedaba. Y con ellos, una carnada diseñada y programada que durante un tiempo había aprendido lo que era ser humana, y que no se había dado por vencida.

    Tienes que creer en los sueños, porque a veces ellos creen en ti.

    * * *

    Regresé a mi cuerpo y miré alrededor como un loco. Toda mi fuerza había vuelto, restaurada por las almas de las víctimas de la casa. Seguía atrapado en una habitación cerrada, sin salida, pero ahora la casa estaba muerta. El aire ya estaba cargado con el aroma dulzón y empalagoso de la descomposición. El ojo del techo se había cerrado e ido, y el fulgor fosforescente de las paredes desaparecía poco a poco. A través de estas, se extendían grietas que las rasgaban como a carne podrida. Y allí, en el suelo, lo que quedaba de Cathy Barrett. Demacrada, disecada y medio muerta, pero al fin separada del implacable suelo, liberada por los espasmos de muerte de la casa, como había esperado. Pugnaba por sentarse, con la cara furiosa como mil demonios. La ayudé a incorporarse, y la envolví con el impermeable largo. Lo mantuvo cerrado con unas manos que eran poco más que huesos y piel, y obtuve una breve, pero auténtica, sonrisa.

    —Me mintió —dijo ella—. Me dijo todo lo que en secreto quería oír, así que la creí. Y cuando por fin me tuvo, me hizo feliz; pero en mi interior estaba gritando todo el tiempo. Tú me salvaste.
    —A eso me dedico —dije—. Es mi trabajo.

    Me estudió durante un momento.

    —Si mi madre hubiera sabido que estaba aquí, y metida en problemas, me gustaría pensar que habría enviado a alguien como tú. Alguien... de confianza.
    —Mira, todo esto es muy enternecedor —dijo Suzie con brusquedad—, pero en realidad me gustaría salir de aquí.
    —Buena idea —dije—. Tengo que mandar esta gabardina al tinte.

    Juntos, pusimos en pie a Cathy y la ayudamos a sostenerse. No fue difícil. No podía pesar más de treinta kilos.

    —¿Dónde estábamos? —dijo de repente—. El sitio gris. ¿Qué era aquello?
    —La casa solo era vulnerable a través de su corazón —dije, llevándola hasta el lugar en la pared donde había estado la puerta—. Así que la casa escondió su corazón en otra parte. Otra dimensión de realidad, si lo prefieres. Es un viejo truco de magia. Pero yo puedo encontrarlo todo.
    —¿Estás seguro de que está muerta? —dijo Suzie—. Ya sabes, que no regrese en el último momento. Es decir, aún está aquí, y seguimos atrapados en su interior.
    —Está muerta —contesté—. Y por el hedor y el estado general de las cosas, diría que su cuerpo ya empieza a pudrirse. Nunca perteneció de verdad a nuestro mundo. Solo su voluntad aumentada le permitía sobrevivir aquí. Suzie, ábrenos una puerta.

    Me miró.

    —Deberías recordar que mi arma no funcionó demasiado bien la última vez.
    —Creo que ahora podrás.

    Suzie sonrió como una niña a la que le acaban de entregar un regalo inesperado, y desenfundó la escopeta mientras yo sostenía a Cathy. Suzie abrió fuego a quemarropa sobre la pared, y esta vez el impacto abrió un agujero, haciendo saltar la pared como si fuera carne en descomposición. Suzie cargó y disparó una y otra vez, riendo a carcajadas mientras ensanchaba la abertura, y finalmente dio un paso al frente para rasgar los bordes del agujero con las manos desnudas, agrandándolo aún más. Echó un vistazo a la inmundicia que goteaba de sus manos, e hizo una mueca.

    —Esta mierda se está deshaciendo.
    —Toda la casa se derrumbará pronto —dije—. Y perderá lo que le queda de su precario arraigo en nuestra realidad. No creo que debamos estar aquí cuando eso ocurra, ¿no te parece? Échame una mano, Suzie.

    Cogimos bien el frágil cuerpo de Cathy y nos abrimos paso a través del agujero de la pared, medio cayendo en el tambaleante pasillo de detrás. Apenas nos pusimos en pie, los bordes de la abertura de la pared comenzaron a deshacerse como la cera derretida. Unas luces extrañas brillaban desde todas partes, como los enfermizos resplandores del fuego de San Telmo, y el mareante hedor de la putrefacción se estaba volviendo abrumador con rapidez. Nos apresuramos por el pasillo hacia las escaleras, y las paredes junto a las que pasábamos ya se estaban volviendo negras, a parchazos. El cielo se estaba abombando hacia abajo sobre nuestras cabezas, como si ya no se aguantara. El suelo temblaba, y las grietas de los muros se abrían a borbotones. Para cuando llegamos a la parte superior de las escaleras, el suelo ya se hundía peligrosamente bajo nuestros pies.

    —Movámonos como si el diablo nos llevara el alma, gente —dije—. No creo que esta casa dure mucho en este mundo. Y no creo que nos guste quedarnos atrapados en la clase de mundo que puede producir una criatura como esta.
    —Correcto —dijo Suzie—. Tendría que matarlo todo allí, solo por principios. Y no llevo suficiente munición.

    Bajamos corriendo las bamboleantes escaleras. Cathy hacía todo lo que podía, lo cual no era mucho. La casa se había comido la mayor parte de sus músculos. Sin embargo, seguía siendo ágil como un gamo. Las escaleras se derretían poco a poco, como la cera de una vela. Los escalones se pegaban a nuestros pies como caramelos pegajosos, hasta que tuvimos que hacer fuerza para despegarnos. Me agarré al pasamanos para apoyarme, y un gran pedazo de él cedió en mi mano, podrido y purulento. Hice una mueca, y tiré aquello lejos.

    Irrumpimos en el pasillo principal a la carrera, casi llevando a Cathy en volandas, mientras los muros vacilantes se abombaban por todas partes y el techo caía sobre nosotros en espesas gotas cenagosas. Donde se había encontrado la puerta principal solo quedaba un agujero bulboso, podrido, negro y púrpura, con los bordes goteando como una herida infectada. Se estaba cerrando despacio. Ya era demasiado pequeño para que ninguno de nosotros lo atravesara.

    —Oh, Dios —dijo Cathy—. Nunca saldremos de aquí. No dejará que nos vayamos.
    —Está muerta —dijo Suzie—. No tiene nada que hacer. Y nos vamos, cueste lo que cueste. ¿Verdad, Taylor?
    —Verdad —dije.

    Más allá del agujero que una vez pretendió ser una puerta, pude ver una pizca del mundo exterior, despejado, tranquilo y relativamente cuerdo. Miré fijamente el agujero, forzándolo con mi poder, y se abrió otra vez, a regañadientes. Suzie y yo agarramos a Cathy y cargamos contra el agujero, golpeándolo en nuestra carrera. El tejido en descomposición se nos pegó al cuerpo, pero lo atravesamos en un instante. Aterrizamos en Blaiston Street, de vuelta al mundo de los hombres, y la lluvia que había empezado a caer nos lavó.

    Nos incorporamos, tambaleantes, en medio de la calle, lanzando vítores como dementes en una celebración, y bajamos a Cathy al suelo. Esta pasó sus manos por el suelo sólido, que podría estar sucio y mugriento, pero que jamás había fingido ser otra cosa que lo que era, y rompió a llorar. Miré la casa muerta. Se caía sobre sí misma pedazo a pedazo. Las ventanas se cerraban como ojos cansados. Lo que quedaba del agujero que habíamos atravesado no parecía más que una boca dolorida que hacía pucheros.

    —Púdrete en el infierno —dije.

    Golpeé a la cosa una última vez con mi don, y lo que quedaba de la criatura que fingía ser una casa se derrumbó y desapareció de Nocturnia, de vuelta al horrible lugar del que procedía, dejando atrás solo unos cuantos pedazos descompuestos y un hedor a corrupción que la lluvia ya estaba disipando. Para cuando Walker llegó con su gente, no quedaba nada que enterrar.



    EPÍLOGO


    La lluvia ya casi había parado. Yo estaba temblando un poco, probablemente no por el frío. Al menos, el cielo nocturno seguía atestado de estrellas, amén de una enorme luna blanca, e intenté hallar un poco de consuelo en ello. Me senté en la acera y me arrebujé en mi gabardina mugrienta, observando a la gente de Walker al otro lado de la calle mientras recorrían el solar vacío donde había estado la casa. No parecían tener mucha suerte, pero de vez en cuando se excitaban con algún fragmento de tejido en descomposición, y se afanaban en recogerlo dentro de una bolsa de plástico con cierre automático. Como prueba, o para un posterior análisis, quizá. O puede que Walker estuviera pensando en la oportunidad de hacer crecer su nueva casa. Walker siempre andaba a la búsqueda de algún nuevo truco sucio que poder usar contra quien fuese su enemigo esa semana. En ese momento, daba órdenes a su gente desde una distancia segura, con cuidado de no mancharse sus propias manos.

    Apareció con un pequeño ejército de gente no mucho después de que yo sacara a Suzie y a Cathy de la casa muerta. Habían estado a la espera, observando, por si yo la acababa cagando. Al parecer, Walker había oído el grito de la casa al morir. No tuve problema en creer aquello. Siempre pensé que Walker habría sido un excelente buitre.

    Cathy estaba sentada a mi lado, aún envuelta en el impermeable largo que se había negado a quitarse, apoyada amigablemente contra mí. Walker había sacado de algún lugar una gran taza de caldo de ternera, y ella lo sorbía a ratos, cuando se acordaba. Su cuerpo había sido tan reducido por la casa que se había olvidado incluso de cómo era estar hambriento. Suzie montaba guardia detrás de nosotros con la escopeta en las manos, dedicándole a Walker una mirada dura cada vez que siquiera se acercaba. Hasta Walker sabía que no convenía cruzarse con Suzie si no era necesario.

    El recuerdo de Joanna me seguía persiguiendo, aunque su fantasma hubiera desaparecido junto a la casa. No podía creer que me engañara durante tanto tiempo... pero había parecido tan real... Tuve que preguntarme si la había creído por las mismas razones que Cathy había creído las promesas de la casa: porque nos habían dicho lo que queríamos oír. Que había amado a Joanna porque había sido creada específicamente para ser mi amor perfecto. Dura, pero vulnerable. Fuerte, pero desesperada. Muy parecida a mí, de hecho. Habían hecho muy bien sus deberes, los muy bastardos. Pero sigo creyendo que al final Joanna creyó en sí misma porque yo creí en ella, y en que se había convertido, siquiera por un momento, en una persona real, por la fuerza de voluntad. Su propia voluntad. Los sueños pueden hacerse realidad, en Nocturnia. Todo el mundo lo sabe.

    Pero siguen desvaneciéndose cuando te despiertas.

    Suzie me miraba desde arriba, con el ceño fruncido, adivinando mis pensamientos.

    —Siempre fuiste demasiado blando para tu propio bien, Taylor. Te olvidarás de ella. Oye, aún me tienes a mí.
    —Qué suerte la mía —dije. Ella lo había dicho con buenas intenciones, a su modo.
    —Y le pateamos el culo a esa casa, ¿eh?
    —Sí —concedí—. Lo hicimos.

    Suzie miró el solar vacío, poco impresionada por la gente de Walker y sus esfuerzos.

    —¿A cuántas personas crees que se comió esa cosa, antes de su final?

    Me encogí de hombros.

    —¿Cuántas almas perdidas, cuántos perdedores, hay en Nocturnia? ¿Y cuántos de ellos habrán desaparecido sin que nadie se haya percatado? ¿O preocupado? Walker solo se enteró después de que unos cuantos trajeados fueran atraídos por accidente.

    Walker escuchó su nombre, y pasó caminando casualmente junto a nosotros, manteniendo un ojo vigilante sobre Suzie. Ella volvió su arma hacia él, sonriendo con antipatía, pero yo le hice un gesto para que le dejara aproximarse. Había cosas que necesitaba saber, ahora que me sentía un poco más fuerte. Se tocó el bombín a modo de amable saludo.

    —Lo sabías —le dije.
    —Lo sospechaba —dijo Walker.
    —Si hubieses estado seguro —dije despacio—, ¿me habrías dejado entrar de todas maneras, sin saberlo?
    —Es probable. No eres de los míos, Taylor. No te debo nada.
    —¿Ni siquiera la verdad?
    —Oh, especialmente no eso.

    Suzie arrugó en entrecejo.

    —¿Estáis hablando de la casa, o de Joanna?
    —No importa —dije—. Walker siempre ha sido muy celoso con los secretos que guarda. Dime esto, Walker. ¿Está mi madre volviendo de verdad?
    —No lo sé —dijo, manteniendo mi mirada con tranquilidad. Sus maneras eran abiertas y sinceras, pero siempre lo eran—. Hay rumores... pero siempre hay rumores, ¿no? Quizá... debieras quedarte, por si acaso. —Miró el solar vacío, para no tener que mirarme a mí—. Siempre podría encargarte algún trabajito, aquí y allá. Extraoficialmente, por supuesto. Ya que parece que no has perdido tu toque, después de todo.
    —Qué huevos tienes —dijo Suzie.

    Él la sonrió, con la amabilidad y el recato de un funcionario.

    —Vienen con el cargo, querida.
    —No soy tu querida, Walker.
    —Y no creas que no estoy agradecido.

    Intervine, antes de que las cosas se escaparan de las manos.

    —Walker, ¿puedes cuidar de Cathy por mí? ¿Ver si vuelve al mundo real, y a su madre? ¿Su verdadera madre?
    —Por supuesto —dijo Walker.
    —Puedes olvidarte de esa mierda —dijo Cathy con aspereza—. No voy a volver. No volveré nunca. Me quedo aquí, en Nocturnia.

    Le dediqué la más severa de mis miradas.

    —¿Estás loca? ¿Después de todo lo que has pasado?

    Me sonrió por encima de su taza de caldo, y no había ni un rastro de humor en aquella sonrisa.

    —Hay más de una clase de pesadillas. Confía en mí; con todo lo malo que puede ser este sitio, sigue sin ser nada comparado con aquello de lo que huyo. Pensé que podría quedarme contigo, John. ¿Necesitas una secretaria? Incluso un detective privado necesita una secretaría de lengua rápida que sepa una o dos cosas. Creo que está en el libro de reglas.

    Suzie empezó a reírse, y luego convirtió el gesto en un poco convincente acceso de tos cuando la miré fijamente. Walker volvió a interesarse por el solar vacío. Miré a Cathy.

    —Acabo de salvar tu vida, ¡no de adoptarte!
    —Ya lo solucionaremos —dijo Cathy, confiada. Miró al otro lado de la carretera—. En realidad, ¿qué crees que era eso?
    —Tan solo otro depredador —dije—. Un poco menos obvio que la mayoría. Cosas de Nocturnia.


    Final vol.01

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