LA PIEDRA QUE LLEGÓ DE MARTE
Publicado en
noviembre 04, 2012
El meteorito de Marte hallado en la Antártida aparece aquí de tamaño natural. En sus grietas y oquedades se ha observado lo que parecen fósiles de bacterias arriba).
¿Es prueba de que hubo vida en el Planeta Rojo?
Por Mimi Swartz
LA PIEDRA, de 1,8 kilos, formó parte de la corteza de Marte durante más de 4000 millones de años. Al cabo de ese tiempo, el impacto de un aerolito la arrojó al espacio, donde se quedó flotando otros 16 millones de años. Entonces, atraída por la gravedad de la Tierra, atravesó la atmósfera como un rayo y fue a parar en el hielo de la Antártida. Allí permaneció 13.000 años más, hasta que, en 1984, un científico que participaba en una expedición de recolección de meteoritos la recogió.
Enviada al Centro Espacial Johnson (CEJ) de la NASA, en Houston, Texas, fue clasificada erróneamente como diogenita (un tipo de meteorito) y guardada en un armario. Nadie volvió a prestarle atención hasta 1993, cuando David Mittlefehldt, experto en diogenitas, la sometió a ciertas pruebas.
Las pruebas revelaron que no era diogenita. Sólo había otras 11 muestras de roca de propiedades químicas semejantes, y todas provenían de Marte.
Cuando el descubrimiento se dio a conocer y más científicos lo confirmaron —el isótopo de oxígeno de la piedra era muy parecido al de otras que contenían gases de la atmósfera marciana—, aquel fragmento de roca salió súbitamente de su antiquísima oscuridad. Su composición química hacía pensar que el análisis del suelo de Marte hecho en 1976 por los vehículos exploradores de la astronave estadounidense Viking quizá hubiera pasado por alto algunos datos importantes.
REVELACION DEL PASADO
Apenas oyó hablar de la piedra, David McKay, científico del CEJ, intuyó la trascendencia del hallazgo. Hombre canoso de 57 años, alto, de anteojos y con la postura encorvada de un dedicado microscopista, había sido profesor de geología de los astronautas que se preparaban para ir a la luna en los días de gloria del programa Apolo. Era cauteloso y conservador, pero aquella piedra le infundió una ansiedad que no había sentido desde que tuvo en sus manos las primeras muestras del suelo lunar. Si lo que presentía sobre ella era cierto, podía llegar a ser autor de uno de los descubrimientos más importantes de nuestro tiempo.
Se unió al equipo de colegas suyos que estudiaban la piedra, y más adelante colaboró con Everett Gibson, científico de la NASA que era experto en meteoritos y al que le habían asignado una muestra de tres gramos para que la sometiera a un análisis minucioso.
Entre tanto, en febrero de 1994, Mittlefehldt, que seguía estudiando la piedra en el CEJ, le pidió al geoquímico Chris Romanek que la examinara.
Los dos vieron en ella diminutas manchas de color almagre que, a sus ojos avezados, parecían carbonatos. En la Tierra, los carbonatos entran en la composición de rocas que se forman cerca del agua, como la caliza y el mármol. Desde hacía mucho, los científicos suponían que la topografía de Marte indicaba que el planeta había tenido agua en una época remota. Ciertos accidentes fotografiados por la astronave Viking se consideraban cauces y deltas secos.
Mittlefehldt y Romanek llegaron al convencimiento de que las manchas eran partículas de carbonatos y de que efectivamente se habían formado en Marte (más tarde se les calculó una antigüedad de entre 1300 millones y 3600 millones de años, lo que indicaba que se habían depositado en la piedra antes de que ésta saliera de Marte). Con ayuda de otros científicos, determinaron que la formación de las partículas había exigido temperaturas de entre O y 80 grados centígrados, que son similares a las de la Tierra y, aunque no se atrevían a decirlo, propicias para la vida.
En una ocasión Romanek había asistido a una conferencia en que un sedimentólogo decía haber hallado fósiles microscópicos —algunos de apenas un diezmilésimo de milímetro— en muestras de caliza. Romanek se preguntó si en las manchitas rojizas que punteaban el interior de la piedra marciana se ocultarían vestigios de vida parecidos.
Los investigadores Kathie Thomas-Keprta, David McKay y Everett Gibson (de izquierda a derecha) discuten sus hallazgos en un laboratorio del Centro Espacial Johnson.
INVESTIGACION SECRETA
Trabajando por separado, David McKay tenía la misma corazonada. Había dedicado horas al examen de las cavidades y surcos de la piedra con un microscopio electrónico de barrido (MEB). Lo que más lo intrigaba eran ciertas formas tubulares —algunas en grupos numerosos— que nunca había visto.
En el verano de 1994, Gibson y Romanek abordaron a McKay para decirle que estaban buscando microfósiles en las partículas de carbonato de la piedra, pero que necesitaban a un experto en microscopía, como él, para interpretar las imágenes obtenidas con el MEB de Romanek.
Los tres investigadores decidieron trabajar juntos y no decir a nadie lo que estaban haciendo, pues podrían tacharlos de locos o, peor aun, robarles la idea.
Sin embargo, necesitaban a alguien más. Kathie Thomas-Keprta, colega de McKay desde hacía 12 años, dominaba la técnica del microscopio electrónico de transmisión (MET). Mientras que el MEB sólo permite explorar superficies, el MET atraviesa el objeto observado con un haz de electrones, lo que les permitiría determinar la composición precisa de los carbonatos y tal vez desentrañar así más secretos de la piedra.
McKay y Gibson empezaron, pues, a entregar a Thomas-Keprta muestras de la piedra para que las examinara.
PRUEBAS INSUFICIENTES
En el invierno de 1994, los científicos creían estar a punto de encontrar vestigios de vida en la piedra: tenían pruebas de la existencia de agua y temperaturas propicias, y habían obtenido microfotografías que consideraban muy interesantes. Sin embargo, sabían que no podían hacer público su trabajo sin el visto bueno de un experto en el campo en que habían incursionado: los microfósiles.
Escogieron al paleobiólogo William Schopf, de la Universidad de California en Los Ángeles, una de las máximas autoridades en la materia. Después de observar algunas fotografías, Schopf se encogió de hombros. No veía en ellas el menor rastro de vida. Con amabilidad, pero firmemente, les dijo que debían presentar pruebas de la existencia de células y de sustancias derivadas de ellas, o no podrían dar a conocer su trabajo.
El carbono es un elemento fundamental de la composición de los seres vivos, pero también se encuentra en incontables sustancias inorgánicas. Para dar con lo que buscaban, McKay y sus colaboradores tendrían que examinar las partículas de carbonatos en escala molecular. Sabían de un lugar perfecto para el análisis de pequeñas concentraciones de moléculas orgánicas: el laboratorio de química de Richard Zare, en la Universidad Stanford, en California.
Los científicos del laboratorio bombardearon las muestras que recibieron con dos clases de láser, envasaron las emisiones gaseosas que se produjeron y, al analizarlas, hallaron precisamente lo que el equipo del CEJ esperaba: hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP). Al principio, McKay y sus colaboradores se alegraron mucho, pues los HAP son producto de la descomposición de materia viva. Sin embargo, luego tuvieron que admitir que los HAP también se encuentran en ciertas sustancias inorgánicas. Tendrían que cerciorarse de que, en la Antártida, la piedra no hubiera entrado en contacto con gases de escape de mototrineos ni con contaminantes inorgánicos.
Se hicieron más pruebas, y los resultados volvieron a ser alentadores. A diferencia de los HAP provenientes de la contaminación, que se acumulan en la superficie de los objetos o cerca de ella, los de la piedra de Marte estaban muy adentro; tanto, que debían de ser miles de millones de años más antiguos que los mototrineos. Fuera cual fuera la causa de su formación, eran, como la piedra, originarios de Marte.
FORMAS TUBULARES
El equipo del CEJ estaba más cerca que nunca de encontrar lo que buscaba, pero aún le faltaban pruebas. McKay había oído hablar de un MEB muy avanzado, de 200.000 aumentos, que había en la división de ingeniería de la NASA.
Acompañado por Gibson, McKay colocó en el aparato una muestra de la piedra. Las imágenes que aparecieron en las pantallas de vídeo eran tan claras, que los dos científicos se quedaron atónitos. La enorme potencia del microscopio les permitió ver al fin las formas tubulares de tal manera que no les resultaron nada extrañas.
Esa noche, McKay le mostró a su hija de 13 años una microfotografía obtenida con el aparato.
—¿Qué crees que sea esto? —le preguntó como quien no quiere la cosa.
—Bacterias —respondió ella con jovial seguridad.
Mientras tanto, Thomas-Keprta encontró cantidades diminutas de óxido y sulfuro de hierro en los bordes de las partículas de carbonatos. Ambos minerales se hallaban en otros meteoritos examinados por ella, pero en la piedra de Marte estaban mucho más cerca uno del otro, a veces casi en contacto. Su experiencia de geóloga le decía que aquello no tenía sentido desde el punto de vista de la química inorgánica. Entonces, al repasar sus estudios de microbiología, se dio cuenta de que el desequilibrio en que se encontraban los minerales de hierro de la piedra indicaba que podían ser productos de desecho de seres vivos.
A principios de 1996 descubrió algo más: dentro de las partículas de carbonatos había gránulos de greigita, que es una forma de sulfuro de hierro. Esta vez supo al instante que había dado con algo importante: en la mayoría de los casos, los depósitos de greigita de ese tamaño son producto de la actividad bacteriana. Aquélla era una prueba decisiva.
"VIDA PRIMITIVA"
Ya eran cuatro las pruebas reunidas por el equipo de científicos: la temperatura necesaria para la vida; productos de desecho orgánicos y minerales de seres vivos, y formas extrañamente parecidas a microorganismos de la Tierra. McKay y sus colegas, tan reservados durante tanto tiempo con respecto a sus hallazgos, estaban listos para exponerlos en la prestigiosa revista científica Science, previa aprobación de los colegas. Por regla general, los manuscritos de la revista se someten a la revisión de dos o tres expertos; en este caso intervinieron nueve, entre ellos algunos editores de alto rango de la revista.
Aunque el título del artículo era discreto ("Búsqueda de vida pasada en Marte: posibles vestigios de actividad biológica en el meteorito marciano ALH84001"), la conclusión se conservó tal como la escribieron sus autores: "Estos fenómenos tendrían otras explicaciones si se hubieran dado por separado, pero su coincidencia en el aerolito nos lleva a la conclusión de que son prueba de la existencia de vida primitiva en Marte en tiempos remotos".
En una conferencia de prensa celebrada en la NASA el 7 de agosto de1996, Gibson, McKay y otros autores de la investigación ocuparon su lugar ante una larga mesa sobre la cual había un fragmento de la famosa piedra de Marte. Daniel Goldin, director de la NASA, tomó la palabra.
Antes, dijo, las hazañas de la NASA eran fáciles de comunicar: valientes astronautas iban al espacio y volvían a la Tierra sanos y salvos. La trascendencia de esta historia es más difícil de explicar, pues se trata de la posibilidad de vida en otro planeta, y el personaje central es una piedra.
Después de hacer las consabidas recomendaciones de acoger la noticia con reserva (los resultados no eran concluyentes, ni había consenso entre los científicos), Goldin tomó aliento y abandonó la discreción: "Estamos en el umbral de un nuevo universo", proclamó. "¡Qué asombrosa época nos ha tocado vivir!"
Después de 4000 millones de años, de la noche a la mañana la piedra se convirtió en una celebridad.
CONDENSADO DE TEXAS MONTHLY (NOVIEMBRE DE 1996). © 1996 POR TEXAS MONTHLY, INC., DE AUSTIN, TEXAS.
FOTOS: NASA.