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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 164. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 168. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    Header

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    OPCIONES GENERALES
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  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
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  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

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    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


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    LA ISLA DESNUDA (Gerardo Hernández)

    Publicado en noviembre 18, 2012
    A los que aman despojarse de toda vestimenta interior para contemplar las cosas desnudas, y afrontan los riesgos del azar sin más protección que su propia fortaleza, más allá de la última prudencia. Porque toda aventura, grande o pequeña, o es aventura interior o no es aventura
    Lucas


    Isla. En el corazón joven de Lucas esta palabra despertaba un sentimiento mágico y luminoso. Un sentimiento que encerraba sus deseos más íntimos, sus ansias de vida en libertad tantas veces soñada.

    Era de tierra adentro, de tierra surcada por un gran río. El río había estado siempre presente en sus juegos de niño y en sus primeras hazañas de adolescente. Quizás por esto sentía una especial atracción por el agua; o tal vez la amaba desde siempre, desde antes de nacer. Tenía inclinación al recogimiento, a la meditación, y su alma estaba impregnada por la inmensa llanura de Castilla y el cielo total de sus noches estrelladas.

    Isla, mar, orilla, eran para él palabras llenas de vida, de sentido. Amar una isla, conocerla, hacerla de uno. Explorar el mar de sus orillas descubriendo los rincones secretos, las pequeñas calas inaccesibles y sus arenas vírgenes, las profundas grutas, los roquedales, las amplias playas que atraen de manera irresistible cuando se está mar adentro.

    Asombrarse ante los verticales acantilados, sobrecogido en el borde del agua por un sentimiento inconcreto de profundidades ignoradas. Descansar en los remansos de agua transparente, que incitan a sumergirse y nadar entre las rocas en compañía de multitud de peces de variadas formas y colores.

    Isla. Plenitud de soledad en aventura, búsqueda, descubrimiento, gozo de lo natural, compañía del mar y de la tierra, satisfacción en lo elemental, síntesis del mundo, contemplación palpable de lo eterno.

    Poseído por estos sentimientos se decidió Lucas a realizar un recorrido íntimo y apasionado por el contorno de la isla que desde siempre había estado cargada para él de especiales resonancias, de ecos de libertad, de abandono complacido: Ibiza. Sabía que ya no era la isla natural, la isla virgen objeto de sus sueños, sino la isla expoliada por el turismo. Pero estaba ahí, rebosante todavía de naturaleza eterna resistiéndose a la destrucción. Imaginaba el agua fresca de la mañana a orillas de una playa blanca. Su nombre le sonaba, sin saber porqué, al susurro lento de los siglos deslizándose como nubes y abriéndose al fin en un presente rotundo de luz. Sentía que, aunque cercana, la isla tenía algo de olvidado, de indolente al paso del tiempo, algo más fuerte y duradero que el presente.


    ELEGÍA POR IBIZA


    No se equivocaba Lucas en sus sensaciones presentidas sobre Ibiza. Muchos siglos azarosos, muchas invasiones y sobresaltos ha sufrido la isla desde que fue poblada por los cartagineses. Ya entonces fue utilizada exclusivamente por su valor estratégico en las rutas comerciales mediterráneas, y después pasaron por ella romanos, bárbaros, árabes y cristianos. Finalmente fue acosada por los piratas turcos, que provocaron la peculiar configuración constructiva que todavía perdura: iglesias—fortaleza dominando los valles y casas diseminadas por toda la isla; y condensando a una buena parte de sus gentes, la antigua Ciudad de casas apretadas dentro del recinto de la colosal muralla construida sobre una roca.

    El ibicenco, crisol de gentes mediterráneas que fueron llegando a la isla con la importante ocupación púnica inicial, después de tantas vicisitudes e invasiones ha consolidado un carácter de tolerancia pasiva ante lo extranjero, que es más bien indiferencia total. Deja vivir a los demás y no se asombra por nada, pero conserva su esencia, su personalidad insular. Tolera pero no se mezcla. Y de esta manera permanece, ligado a su tierra, lejano a todo, anclado a la paz de su naturaleza y a su costumbre.

    Y es que además la isla tiene dos caras: la periférica de la costa, que resucita en verano y congrega gentes de toda Europa, y la del interior, el inmenso pinar y las huertas de cultivo donde vive el payés, el ibicenco de siempre. En invierno la costa duerme, los núcleos turísticos se vacían y sus habitantes naturales se aburren en pesada monotonía. El payés del interior sigue su vida todo el año, ligado a la tierra.

    Un inmenso pinar verde que se extiende por montes suaves es Ibiza, salpicado de algunas casas blancas y rodeado de un mar azul que se apacienta entre sus calas e islotes.

    Aquí fueron llegando, en pacífica invasión, los hippies de los años sesenta, que venidos de diferentes países encontraron en la isla un refugio apartado del mundo, bello y tranquilo, donde practicar su utopía lejos de las sociedades de consumo.

    Al ir decayendo el movimiento hippy, el espíritu de libertad y carencia de prejuicios que habían dejado en la isla fue apropiado por la propia sociedad de consumo contra la que fue creado, y empezaron a llegar los pseudohippies en todas sus variantes: hippies de temporada, artesanos hippies para el turismo, turistas hippies, etc.

    Y quizás este fue el comienzo del lanzamiento turístico de Ibiza. Se consolidó una manera de estar, un ambiente especial genuino de Ibiza basado en la tolerancia, la libertad de vestimenta, el nudismo, el acercamiento sin clases de las personas, el goce, la tranquilidad. Había nacido la "isla de la libertad en calma", había nacido la moda "ad lib".

    En paralelo con todo ello se produjo otra corriente, también internacional, de carácter minoritario y cultural. Fue el establecimiento en la isla de artistas y escritores en busca, igual que los hippies, de un retiro tranquilo donde disfrutar de la paz, de la alegría sencilla de lo natural y de la propia creación.

    En los últimos tiempos, y quizás como la peor de las invasiones que ha sufrido Ibiza, el turismo de masas se ha apoderado de la isla. El pirata turco saqueó vidas y haciendas y la isla quedó convertida en un montón de casas blancas bellamente esparcidas entre el verde pinar. El turismo masivo está quizás enriqueciendo el bolsillo de los ibicencos, pero les está empujando a saquear la propia naturaleza de la isla. Carnaval, exhibicionismo, negocio de ropa, griterío, agresividad, incomunicación, borracheras, definen hoy el ambiente de verano. La costa se está perdiendo de manera irreversible. Sólo el interior conserva su paz y su naturaleza, permitiendo al campesino hacer su vida de siempre y a la escasa colonia establecida en la isla guardar celosamente su retiro.

    Historia de Ibiza, siglos y siglos deslizándose, como pensaba Lucas, sobre tus verdes pinares, sobre tus casas blancas, sobre tus aguas claras. Siglos y siglos soportando invasiones y saqueos, con el futuro incierto, como siempre, llegándote desde afuera.

    Hoy te has convertido en breve y masiva residencia de extranjeros en vacaciones que han abarrotado tus costas de construcciones—colmena que te son ajenas, que han destruido tus playas y enturbiado tus aguas cristalinas. Quizás acabes, como otros lugares mediterráneos, en lugar de retiro para la tercera edad europea. Así al menos conservarías tu tradición cartaginesa de isla—necrópolis, de isla a la que se iba a morir.

    Pero volvamos a Lucas, que se hallaba a punto de iniciar su aventura, quizás la última posible, por la costa todavía rebosante de naturaleza primigenia de la isla.


    EL VIAJE


    Era Septiembre. Después de una larga pero tranquila jornada, cruzando las tierras de España en su pequeño utilitario, llegó por fin a Alicante donde tenía que coger el barco para Ibiza. La bodega del barco iba repleta de coches y los empleados se aplicaban obsesivamente en colocarlos, con precisión matemática, a unos centímetros unos de otros.

    Subió a la cubierta superior y se instaló en una tumbona desde la que divisaba perfectamente el mar. Pronto se llenaron las tumbonas de un público juvenil en su mayoría. Al poco rato y después de lanzar varios sonoros y graves bocinazos, el barco salió lentamente del puerto, alejándose perezosamente de la costa.

    Varias chicas se habían quedado en bañador, con los pechos al aire, entregándose con devoción a tomar el sol, anticipando ya las futuras jornadas de playa.

    Después de un largo rato se perdió al fin de vista la costa.

    Estaban en pleno mar. Lucas se asomó a la borda. El barco dejaba una amplia estela blanca tras de sí. En todas direcciones sólo agua. La línea del horizonte, perfectamente nítida, se extendía en la lejanía todo alrededor.

    Se ensimismó intentando entender aquella sencilla infinitud del mar y el cielo, aquella presencia simple y continua. Se acordó de cuantas veces, mirando el mar o el cielo, lo que percibía eran ideas preconcebidas, imágenes aprendidas previamente que sólo le permitían captar una parte, una sensación, un aspecto de ellos, como el color o el hecho de ocupar todo el campo visual; y cómo pronto la mente abandonaba la observación dándolos por entendidos, como si no tuviesen más misterio o contenido. Se dio cuenta de que en esos momentos estaba mirando solamente con la inteligencia, con el pensamiento. Estaba repasando ideas y sensaciones conocidas pero no enfrentándose desnudo, como por primera vez, ante la realidad inmensa de la naturaleza.

    Recordaba sin embargo aquellas noches de verano de la infancia, tumbado en el campo, con la mente virgen todavía, cuando la oscuridad ocultaba toda realidad alrededor salvo aquel firmamento inmenso y cuajado de luces que se metía en el alma sin palabras ni pensamientos, simplemente como una evidencia aguda de realidad latente e inmensa que le sumía en un estado de asombro ajeno al paso del tiempo.

    Nunca había conseguido una sensación semejante mirando el mar. Y sin embargo recordaba que lo había intentado varias veces sin éxito, teniendo que desistir con una sensación de desazón e incómoda resignación.

    Quizás lo vio por primera vez demasiado mayor, cuando ya el pensamiento había usurpado el lugar privilegiado de la sensibilidad y el asombro.

    Ahora lo tenía allí delante, infinito por doquier, y tampoco sabía que hacer con él, cómo sentirlo. En primer lugar tenía en su mente la idea de infinito, pero no la sentía, no le impresionaba. Miró cerca del barco contemplando el agua que subía y bajaba en amplias y redondas olas con ritmo pausado. Un poco más lejos las olas se empequeñecían, permitiéndole captar la distancia entre ambos lugares. Más lejos todavía, se volvían diminutas. Imaginó un barco en cada una de aquellas posiciones y el tamaño que tendría según la distancia. Sí, estaba consiguiendo ver distancias donde antes sólo veía una superficie azulada y continua. En la lejanía el plano del agua se veía jaspeado por efecto de las olas y la última franja, en el horizonte, simplemente azul. Fue desplazando el barco en su imaginación hasta el horizonte, sintiendo cómo su tamaño empequeñecía y desaparecía en la distancia, igual que las olas. Ahora sí, ahora captaba ya la distancia del horizonte. Ahora miraba en la lejanía del mar y ya no veía sólo mar.

    Veía distancia.

    Seguía pensando que más allá del horizonte la superficie del mar continuaba, igual que ahora la veía, dejando atrás Ibiza, que a fin de cuentas estaba cerca de la costa. Y continuaba y continuaba inmenso el Mediterráneo, que sólo era un mar interior después de todo… ¿Cómo imaginar el Océano?

    Luego pensó que bajo aquella superficie que iba rompiendo el barco había metros y metros de profundidad. Intentó imaginarlo. Quizás hubiese cientos de metros, y habría fondos cubiertos de plantas marinas habitados por peces y otros seres marinos. Todo un mundo vivo y variado, tranquilo, protegido, de aguas quietas lejos de la agitación de la superficie que a veces se mostraba agitada por los elementos, haciendo ver su terrorífica condición de elemento fluido, de inmenso elemento moviente.

    Se iba formando ya en la mente de Lucas una manera de captar el mar más real, más completa. El mar era ya distancia, profundidad, inmensidad moviente y fluida, mundo oculto y viviente. Todo ello a la vez, como una sola cosa.

    Asomado a la borda, el aire marino bañaba su cara. Respiró profundamente y sintió con claridad el olor del mar... ¡Allí estaba! ¡Sí!.

    No era sólo una imagen virtual, ni una idea muy completa. ¡El mar estaba allí presente y lo olía con persistencia! Le envolvía, estaba sumido en el mar, respiraba mar. El mar estaba en su vida como una realidad necesaria, como un elemento en el que ésta tenía lugar. Su mundo intelectual cedió, se vino abajo su castillo de ideas, su sentirse como una inteligencia que reducía y aprisionaba el mundo en conceptos. El mar le había vencido, le había inundado. Se sentía humilde y, sobre todo, liberado de la mente, abierto a lo sensible, a lo vital.

    Descendió al interior del barco. La gente estaba tumbada en los sillones adoptando posturas exageradamente cómodas y despreocupadas. La mayoría dormitaba, como dando por perdidas esas horas de travesía.

    Algunos televisores se esforzaban en reproducir, con pésima calidad, una película cualquiera grabada en vídeo a la que casi nadie hacía caso. Se acomodó cerca de un televisor dispuesto a relajarse también. Ponían en aquellos momentos un reportaje sobre escalada libre. Un hombre, desprovisto completamente de cuerdas y de cualquier elemento de agarre salvo sus propias manos y pies, ascendía lentamente, cuidadosamente, por un elevado paredón completamente vertical. Colocaba las manos —con frecuencia sólo las puntas de los dedos— en las pequeñas grietas y salientes de la casi lisa roca. Los pies se apoyaban como podían en la pared, muchas veces sólo empujándola, y soportando todo el peso del cuerpo sólo con las manos. Bajo él una escalofriante profundidad cortada a pico transfería al espectador un pánico indescriptible. El escalador, visiblemente tranquilo y entregado a su tarea, canturreaba una canción mientras movía las manos con delicadeza, con armonía, como acariciando la roca. Se le veía completamente ajeno a otra cosa o pensamiento que no fuera el encontrar el agarre adecuado y los movimientos equilibrados, elásticos y aparentemente libres de tensión, de su cuerpo.

    Pensaba Lucas, admirado y absorto, lo fácil que sería un resbalón del pie que en ese momento cargaba el peso del cuerpo sobre un minúsculo saliente redondeado; o que la presa recién echada con la punta de los dedos arrancase el fragmento de roca angulosa que le estaba permitiendo izarse unos centímetros más. El desenlace hubiese sido fatal. Imaginó en un segundo la cara de sorpresa del escalador al fallar la presa y el grito desgarrador, pero consciente, del que habiendo asumido de antemano el riesgo, se precipita de manera inexorable hacia el abismo.

    Pero no, la ascensión proseguía sin dificultad, como si se tratase de la complicada tarea de un artesano que conoce perfectamente su oficio y no deja cabida al error.

    «Sin embargo el riesgo es tan grande —musitaba Lucas para sus adentros— que nadie plenamente consciente y medianamente prudente lo asumiría. Tiene que haber algún truco, alguna técnica, algo que pasa desapercibido al profano produciéndole admiración y asombro, pero que permite al escalador lanzarse a su empresa con un alto margen de seguridad».

    Observaba que la mirada del hombre no se separaba de la pared, buscando los salientes más adecuados, examinando y probando cada presa que hacía, limpiando la arena que pudiese existir en cada grieta.

    Parecía no existir para él mas que el par de metros sobre el que se encontraba pegado. Igual le importaría estar a cinco metros del suelo que a cien. Su experiencia y conocimiento de las rocas, de sus salientes y grietas, de las técnicas de agarre y apoyo tantas veces practicadas, el conocimiento y dominio completo de su cuerpo, el control emocional y del pensamiento, y la seguridad en su forma física y mental le llevarían a no hacer ningún movimiento sin la certeza absoluta de su eficacia y seguridad.

    Todo esto y otras cosas que se le escapaban pensaban Lucas que producirían el milagro.

    Finalmente el escalador llegó a la cumbre. Se sentó a la manera india y contempló largamente, con expresión serena y feliz, el maravilloso panorama que se extendía allí abajo, a sus pies.

    Todavía quedaba un buen rato para llegar a Ibiza, por lo que imitando a la mayoría de la gente, se acomodó holgazanamente dispuesto a adormilarse.


    HACIENDO PLANES


    Llegado a la isla se instaló en una especie de Hostal en el barrio de Figueretas, en la periferia de la Ciudad de Ibiza. Tenía una pequeña habitación en la tercera y última planta, con una ventana que miraba al mar. El panorama desde allí era magnífico. Se veían barcos de todos los tipos haciendo la ruta de Formentera: gráciles veleros que parecían no moverse sobre el agua, yates a motor majestuosos que dejaban una gran estela blanca, veloces lanchas motoras que planeaban sobre el agua a endiablada velocidad, barcos de pasajeros repletos de gente, con la panza medio hundida por el peso. A lo lejos, como una tenue banda difuminada en la línea del horizonte, Formentera.

    Visitó algunos lugares de la isla y como el tiempo estaba inestable demoró la salida, dedicándose a leer varios libros sobre Ibiza en la Biblioteca Municipal y a planear concienzudamente su aventura.

    Su plan consistía en vivir esa fantasía suya de la isla virgen. Quería estar a solas con el mar, conviviendo con la isla, cuerpo a cuerpo, con todos sus sentimientos abiertos ante la belleza y la paz de la naturaleza. Para ello tenía que huir en lo posible del turismo, de los lugares concurridos, como si estuviera recorriendo la isla que fue hace años en su desnuda naturaleza.

    Había transportado en el coche una pequeña embarcación neumática que consideró era la más adecuada a sus planes. Primero porque tendría que manejarla él solo y segundo porque le permitiría un total acercamiento a cualquier rincón de la costa, o internarse en las grutas.

    «La isla tiene forma alargada, con una longitud máxima de unos 40 Km y una anchura de 20 Km —meditaba Lucas sobre el mapa—, así que si considero un diámetro medio de unos 30 Km podría tener un perímetro cercano a los 100 Km Hay que contar además con el contorno accidentado, plagado de calas, cabos, etc., con lo que podría resultar un recorrido cercano a los 150 o 170 Km. Además están los islotes —seguía considerando—, que no hay que perdérselos, así que como tope voy a contar con un recorrido de unos 200 Km».

    No conocía bien las características de la barca, que era prestada, y eso le sumía en una sensación de inseguridad.

    «El depósito tiene sólo 10 lt de capacidad y la barca consume, según me han dicho, unos 2 lt por hora — ensaba inseguro—, así que puedo navegar durante 5 horas. En mar tranquilo, según parece, se pueden hacer unos 10 o 15 Km por hora, lo que me da una autonomía de unos 50 a 75 Km».

    Se había informado de que el único lugar donde se podía repostar combustible era en el puerto de Ibiza:

    —Sí señor, este es el único sitio en toda Ibiza y Formentera —le había dicho con cierta ironía un empleado del puerto deportivo.

    Pensaba que tendría que comprar depósitos adicionales de combustible:

    «Con un depósito más de 10 lt tengo una autonomía segura de 100 Km, suficiente para hacer el primer tramo desde San Antonio hasta Ibiza.

    Reposto en Ibiza y luego tengo por delante un buen trayecto otra vez hasta San Antonio por el camino del Norte, bastante mayor que el primero. Puede que me quede corto de gasolina».

    Comenzaban a asaltarle las dudas y no acertaba a resolverlas. Los datos que tenía eran teóricos y las distancias que había estimado sobre el mapa, inciertas. Desconocía hasta que punto un mar en malas condiciones podía dificultar la velocidad de la barca y multiplicar el consumo. Por otro lado no quería cargarse de depósitos de combustible que luego no le servirían para nada. Además la pequeña barca ya iba a ir repleta con todos los bártulos necesarios para acampar, comida para todo el recorrido, etc., ya que su intención era no entrar en contacto con otra cosa que la Naturaleza.

    Se iba haciendo a la idea de que tendría que aceptar un cierto grado de incertidumbre y de que era imposible atar todos los cabos.

    «Puedo hacer una media diaria de unos 50 Km de navegación, que me llevarán alrededor de 5 horas — ontinuaba calculando—. El resto del día lo emplearé en hacer grandes descansos, bañarme, bucear, tomar el sol.

    Además están los innumerables momentos de exploración de los rincones interesantes por donde vaya pasando».

    Pensaba dormir en las playas o calas donde le sorprendiera el atardecer:

    «Yo creo que con el saco de dormir será suficiente.

    Confiemos en que la arena esté blanda. En todo caso puedo coger una tumbona de la playa. Lo único malo es que llueva algún día. Tendré que llevar un buen plástico para echarme por encima».

    La cuestión de la comida se le presentaba como otro punto delicado, pues debería llevar alimentos que no se deteriorasen con el calor y fuesen lo suficientemente nutritivos.

    «Aunque para cuatro o cinco días puedo pasarme con cualquier cosa».

    Hizo una especie de revoltillo de frutos secos: almendras, avellanas, cacahuetes y uvas pasas. En total 1 Kg que guardó en un tarro de cristal hermético. Incluyó también 4 lt de leche en cartones, un paquete grande de galletas, dos tarros de mermelada de ciruelas y una botella de 5 lt de agua mineral.

    Preparó también un sencillo equipo de buceo: gafas y tubo, aletas y un pequeño fusil de gomas. Aunque no era un buen buceador, le gustaba sumergirse para admirar el fondo marino y nadar cerca de los peces.

    Y si se ponía algún buen ejemplar a tiro… Como ropa adicional a la que llevaría puesta —bañador y camiseta para protegerse del sol— incluyó sólo un pijama para el fresco de las noches y un jersey por sí acaso. No olvidó meter una gorra, prenda indispensable para estar todo el día bajo el sol.

    Organizó todo el equipo en diferentes bolsas de plástico bien cerradas, pues sospechaba que el agua acabaría mojándolo todo: una bolsa para la comida, otra para la ropa, otra para el saco de dormir y otra para las herramientas que había seleccionado cuidadosamente. Podría suceder que el motor se averiase en algún momento o lugar inoportunos y tenía que ir preparado para una reparación sobre la marcha. Previamente había estudiado y desarmado el sencillo motor y estaba en condiciones de hacer frente a cualquier avería que no fuera grave.

    Finalmente preparó otra bolsa con las cosas importantes: documentación personal y de la barca, el mapa de la isla, una pequeña radio, una linterna, un reducido botiquín, algún libro, unas gafas de sol y un cuchillo de monte.


    LA PARTIDA


    Después de un par de días el tiempo se estabilizó y decidió Lucas emprender la salida al día siguiente.

    Cargó en el coche la barca y el motor, así como todos los enseres que había preparado, y se dirigió a San Antonio, que era el punto de partida.

    Después de buscar durante un buen rato por los alrededores de la ciudad un lugar tranquilo donde montar la barca y hacerse a la mar, tuvo que decidirse por una rampa de embarque del propio puerto. El sitio no le gustaba demasiado por lo concurrido, pero al menos era una buena zona para dejar el coche aparcado hasta la vuelta.

    Armó la barca un tanto atropelladamente, intranquilo por si algún empleado del puerto le ponía pegas y tenía que volver a cargar todos los trastos en busca de otro lugar. Después de hinchar todo lo que pudo la neumática con el lento inflador de pie —el rato le pareció interminable—, la deslizó por la rampa hasta que flotó casi completamente, dejando un extremo varado para que no se le escapase. Luego cargó todos los bultos de manera algo precipitada y colocó el motor. Aparcó el coche en un lugar adecuado y se metió en la barca. Era ya mediodía.

    El motor no arrancó enseguida y el tubo de alimentación de la gasolina se desconectaba. A trancas y barrancas, bastante nervioso, salió del puerto.

    Aún no había comido y sentía un molesto dolor de cabeza.

    Quizás eran los nervios y el atropellamiento de la salida, el temor a haber olvidado algo esencial, o la inseguridad que le estaban produciendo los pequeños fallos de la barca. Sin duda le preocupaban las futuras incomodidades de su pequeña aventura y la amenaza de los mil y un inconvenientes que podían surgir. Percibía claramente la sensación de haberse desconectado del mundo seguro y manejable de tierra firme, y estar internándose en una realidad todavía no construida que él habría de crear, minuto a minuto, en atento contacto con la naturaleza y el azar.

    Hacía un sofocante calor y empezaba a sentir las punzadas del hambre. Se consoló con la idea de parar en la primera cala que encontrase. Allí comería algo y ordenaría las cosas que tan apresuradamente había cargado. Iba tenso y no conseguía mantener una buena velocidad. Aún no dominaba la embarcación.

    Por fin, después de un breve pero pesado recorrido, divisó la Cala Port d´es Torrent. La playa se veía abarrotada. Se detuvo a la entrada de la cala y echó el ancla. Se quitó toda la ropa y se dejó caer al agua.

    —¡Dios mío… por fin! … ¡Por fin! —exclamó en voz alta, aliviado al sentir sobre el cuerpo desnudo el contacto fresco y consistente del agua.

    Se sumergía una y otra vez librándose de todo el calor de la bochornosa tarde. Se dejó flotar perezosamente. Era relajante abandonarse, sentirse ligero, sentirse objeto flotante.

    Se encaramó a la barca y bebió un largo trago del botellón de agua. ¡Cómo había deseado hacerlo desde hacía rato!. Comió algo de fruta que había comprado en el último momento y descansó, contemplando al fondo la gente de la playa.

    Ya repuesto decidió seguir camino y aplazar el poner en orden la barca hasta el momento de la acampada.

    Después de un breve recorrido divisó una cala redonda, Cala Bassa. Se había hecho tarde sin darse cuenta y se sentía cansado. Se dispuso a acampar y enfiló hacia la cala. Los bañistas se habían ido ya y los encargados de las tumbonas y pedalones estaban recogiendo su negocio, felices de haber acabado la jornada.

    Seguía abierto un último bar. El dueño y los jóvenes hijos estaban haciendo limpieza y recogiendo también.. Se acercó y pidió una cerveza. Hablaban entre ellos, en ibicenco, con un sentimiento que le pareció típico, mezcla de plena satisfacción de sí mismos y sorna hacia lo ajeno. La fresca cerveza era un milagro, un lujo que saboreaba con deleite.

    Se daba cuenta que ya estaba traicionando los propósitos de vida austera que se había fijado y cuya dureza ya empezaba a experimentar.

    «Qué pena —pensaba— no poder sintonizar con esta gente, ni entender lo que dicen».

    Después de una tarde a solas, pendiente y preocupado con las incidencias del comienzo del viaje, sintió por primera vez la soledad de la aventura que emprendía, y le apetecía el encuentro con lo humano, la comunicación.

    Se alejó algo del bar. Las gaviotas llegaban planeando sobre la playa y se paseaban erguidas, su blanco pecho al frente, con orgullo, con señorío, como volviendo a tomar posesión de un lugar que les pertenecía y les había sido arrebatado durante todo el día por los bañistas.

    Un buceador, con sus gafas y aletas puestas, se mostraba perezoso en abandonar la cala. Era la hora en que los pececillos más confiados se acercan hasta la arena y las rocas próximas. Reinaba el silencio y dentro de él se alzaba únicamente el diálogo de las gaviotas y el ligero y claro rumor del agua en la orilla.

    Volvió al bar y pidió un paquete de cigarrillos rubios. Fumó con fruición un par de ellos, uno detrás de otro. Se había propuesto dejar de fumar en este viaje, pero tendría que aplazarlo.

    «Un cigarrillo es tan buen compañero cuando se está solo… —se autodisculpó complacido—; es como un instante de paz, de recogimiento y meditación sosegada. Es un momento de conciencia de uno mismo — entenció».

    Al fondo veía parte de la bahía de San Antonio y el orgulloso Cap Nonó, cortado a pico sobre el mar. Llegaba, majestuosa, una gran motora azul. Se acercó a la cala y dio la vuelta sin parar, dejando una redonda estela blanca. El sol estaba ya bajo.

    Se fue caminando hasta unas rocas en el extremo de la cala y se sentó. Enfrente de él, a la orilla en el centro de la playa, descansaba solitaria la barca cargada con todos los bártulos. Sonaba el agua en los recovecos rocosos del borde de la cala. La piedra aparecía erizada, erosionada por el mar en mil puntas afiladas. Era como si un magma hirviente hubiese solidificado de pronto.

    El dueño del bar pasó a un lado de Lucas recogiendo cascos vacíos de botellas.

    —Las dejan en cualquier sitio —se quejó el hombre sin levantar la mirada, buscando entre las rocas.

    Un grupo de gaviotas reía a carcajadas mientras el sol se iba escondiendo tras los pinos que rodean la cala.

    El agua, profunda al lado de la agujereada y carcomida roca, conservaba con obstinación su pureza a pesar de los restos que groseramente habían dejado los bañistas: plásticos, botellas flotando… Inesperadamente, en el último momento, llegó un coche del que bajó afanosa toda una familia: venían con prisas, como queriendo verlo todo en un minuto, y se pasearon por todas partes para no perderse ni una sola de las maravillas de la cala. Finalmente, y como habían llegado, desaparecieron.

    Lucas regresó lentamente hacia la barca. Los dueños del bar se estaban marchando también. La chica jovencita le miró con curiosidad al pasar, como queriendo adivinar su aventura.

    Ahora, por fin, se había quedado solo con las gaviotas, que volaban lentamente a ras de agua sobre la orilla. Sobre la arena se veían los restos de la invasión diaria: botellas, papeles, infinidad de colilllas.

    El agua en la orilla seguía pura, también, a pesar de la agresión. Agua original que se imponía al detritus de los invasores.

    Toda la playa estaba cubierta de tumbonas azules en filas paralelas al mar, introduciendo unas notas nostálgicas de teatro desierto.

    Un grupo de gaviotas se quejaba con insistencia de algún agravio que Lucas trataba de adivinar:

    «Deben ser retos y ofensas entre distintas familias» —pensaba mientras escuchaba atento sus diversos gritos— Unas veces ladraban como perros y otras aullaban.

    Ahora sí, ahora la cala se había transformado mágicamente en sólo naturaleza. Se había vuelto más pequeña y en el panorama reinaban la lejanía, el espejo del mar, el sonoro y lento batir del agua, … y el grito de la gaviota.

    Se dispuso a cenar un poco. Sacó de la bolsa de la comida su maravilloso tarro de frutos secos y un cartón de leche.

    —¡Delicioso! —exclamó en voz alta, mientras masticaba satisfecho la mezcla de frutos.

    El sabor tostado de las almendras y cacahuetes se dejaba acompañar agradablemente del dulzor blandamente suave de las uvas pasas. La leche devolvía a su paladar una suavidad persistente.

    «No hay nada mejor que esto cuando se tiene hambre y sed» —asintió convencido.

    Estaba oscureciendo. Encendió un cigarrillo y dio un paseo explorando los alrededores para buscar un sitio adecuado donde dormir. Al no encontrar ningún lugar satisfactorio se decidió a dormir sobre una hamaca de la playa. Eligió una entre las muchas que tenía a su disposición, en un lugar recogido, lejos del agua. Sacó de la barca las cosas de dormir y la dejó bien asegurada, con el ancla sujeta en tierra.

    «No creo que pase nada —pensó—, el mar está muy tranquilo».

    Se sentía contento. Era delicioso tener toda la playa como dormitorio, desnudarse y ponerse el pijama, y andar descalzo por la blanda alfombra de la arena. Se metió en el saco, sobre la tumbona. Sólo se oía el roce ligero del agua en la línea de la playa. Enfrente, la luminaria de San Antonio cubría todo el horizonte que permitía ver la cala. Más tenue y lejano, el firmamento envolvía todo el panorama. El firmamento, que a veces se asomaba a su vida en momentos de contemplación como aquel. El mismo firmamento de su niñez, entonces sólo asombro, realidad asombrada, y ahora desafío para su entendimiento, marco de la propia insignificancia, dimensión impensable.

    Intentó el mismo ejercicio que había hecho con el mar, sobre la cubierta del barco que le trajo a la isla. Imaginó el sol alejándose de la Tierra, disminuyendo de tamaño en la distancia hasta reducirse a la mitad y luego otra mitad y luego más y más pequeño hasta convertirse en una de aquellas estrellas más próximas y brillantes que veía. Haciendo un gran esfuerzo pudo atisbar la inmensa distancia que había hasta allí. Luego observó las miríadas de pequeñas estrellas, los puntos débiles de luz que poblaban todo el espacio. Sí, aquellas estrellas estaban infinitamente más lejos, infinitamente más separadas de la Tierra. Y luego imaginó que más allá había otras que ya no eran perceptibles. Lo mismo que en el mar, no veía más que una pequeña parte de la extensión del firmamento. Sin embargo en el mar podía imaginar, rememorando los mapas, que esa superficie enorme de agua llegaba hasta otros países conocidos, hasta otros continentes. El inmenso océano del firmamento, por el contrario, no le permitía ese ejercicio mental tranquilizador. Porque ¿dónde estaban los continentes del firmamento, entre qué límites se extendía aquel océano de estrellas? Nadie lo sabía.

    Volvió una vez más a sumirse en los imposibles pensamientos de un Universo infinito, sin límites, que no podía ser aceptado por la lógica. Pero es que tampoco podía aceptar un Universo limitado, situado entre aquella oscuridad absoluta, porque ¿hasta donde llegaba la oscuridad?

    El problema de los límites del Universo se traspasaba ahora a los límites de la oscuridad que lo contenía. La cosa no tenía solución. Recordó vagamente unas lecciones de relatividad en la Universidad: "el Universo es ilimitado pero finito"; algo así como una rosquilla que si la recorres con el dedo nunca se acaba, ni se encuentran sus límites, porque todo vuelve a empezar otra vez. En el caso del Universo la realidad se extendía en una dimensión más que en el caso de la rosquilla: el tiempo.

    «Así que transcurrido un cierto, inmenso tiempo, todo volverá a empezar —divagaba Lucas—, y la Tierra volverá a aparecer, y el hombre, y hasta yo mismo podría volver a existir. Quizás yo sea entonces exactamente igual que soy ahora y hasta tenga los mismos pensamientos que ahora estoy teniendo sobre el Universo, aunque yo no lo sabré. O quizás yo soy ahora, exactamente igual que hace millones de milenios fue otro ser humano, en este mismo momento y lugar».

    No, no le parecía aquello nada verosímil. Quizás no había entendido bien la teoría de la relatividad. No podía ser que nuestras vidas estuvieran absolutamente predeterminadas y que sólo nos imagináramos poder dirigirlas. Aunque el cosmos repitiera cíclicamente su existencia, las cosas se tenían que desarrollar con mil variantes; la historia no se repetiría sino que se desarrollaría otra de las mil posibilidades latentes en cada momento, en cada encrucijada de la existencia.

    Imaginó el origen del Universo, el famoso Big—Bang o explosión inicial que dio lugar a las estrellas, todavía en expansión por el espacio oscuro.

    «¿Pero qué espacio? —se interrumpía en sus mismos pensamientos—, si todavía no existía nada. ¿No se va creando el espacio, las dimensiones espaciales y el tiempo, precisamente a partir de aquel momento inicial?».

    Luego imaginaba que el Universo iba amortiguando su expansión, que se iba parando, y retrocediendo después, contrayéndose al haber agotado su impulso y ser solicitadas las estrellas por la gravitación hacia el centro del Universo otra vez. Así hasta que se contraía infinitamente en un punto y volvía a explotar iniciando un nuevo movimiento de expansión. Esa idea de un Universo parecido a un corazón palpitando, tranquilizaba un poco su necesidad de respuestas, pero todo aquello no era nada fácil de imaginar y casi imposible de aceptar, tanto como el ingenuo y contradictorio pensamiento de la infinitud. Toda aquella realidad latente del Universo era desmesurada comparada con su pequeña existencia, con su pequeño tamaño y su cortísima vida y, en cualquier caso, seguía siendo incomprensible.

    Se le ocurrió pensar que debería existir algo más tangible para captar la realidad del Universo, igual que le había sucedido con el mar, cuando percibió su olor que lo llenaba todo, que inundaba su existencia.

    Allí estaba el Universo encima de él, lo veía, imaginaba que era sólo una parte, su orilla, y se resignaba a no plantearse sus dimensiones. Si las distancias imaginadas eran asombrosas, no lo era menos el darse cuenta del inmenso vacío y oscuridad que había entre las estrellas.

    El Universo flotaba sobre un océano de oscuridad y frío, al que no llegaba el calor de las estrellas tan lejanas. Sólo muy cerca, como el Sol con la Tierra, las estrellas calentaban los planetas, pero el inmenso espacio oscuro y vacío estaba helado.

    Empezaba a caer la humedad del mar sobre la playa en la noche cerrada. Sintió un escalofrío. Sí, la noche, la ausencia del sol, dejaba sobre la tierra el frío de los espacios inmensos, el frío de ese Universo que se alzaba en miríadas de estrellas enormemente dispersas sobre la radical oscuridad. Esa era la verdad sensible del Universo, de ese Universo que latía allí mismo, a su lado, en la noche de la Tierra. Era la verdad de las distancias, del vacío, de la oscuridad…., de la nada.

    La nada…, la nada latía mezclada con la presencia asombrosa de las miríadas de estrellas. La nada era lo que había entre dos de aquellas estrellas extraordinariamente separadas. La nada era distancia, distancia oscura y fría.

    Se dio cuenta que no podía imaginar la nada mas que pensando en las sensaciones que él experimentaría al estar allí, entre aquellas dos estrellas: oscuridad, frío, distancia. Pero la nada en sí era inimaginable, porque precisamente no era nada. Sólo era capaz de imaginar cosas reales, existentes, materiales, y todo aquello en general que podía captar con sus sentidos: luz, calor, sonidos, olores. Todos sus pensamientos se referían a eso, y no eran más que representaciones sensibles de las cosas, que él llamaba quedamente con sus nombres en el interior de la mente.

    Su pensamiento estaba hecho para entender su mundo, el mundo en que se desarrollaba su vida. Después de todo no era más que una herramienta para jugar con las cosas en su imaginación, para manejarlas, o para "entenderlas" pensando que estaban sujetas a fuerzas y mecanismos semejantes a los que el hombre experimentaba en su interior. ¿Cómo se podía osar entender el Universo con un tipo de pensamiento tan subjetivo? No, habría que inventar un nuevo pensamiento, otra manera de entender las realidades que se desarrollan más allá de nuestra experiencia directa. El salto a esas dimensiones del pensamiento todavía no se había dado. Y posiblemente esas realidades, lo mismo que el mar y el cielo, fueran muy simples. La dificultad estaba en nosotros, en nuestra manera de pensar, completamente inadecuada a ellas. De momento no había nada que hacer. Sólo contemplar esa inmensa realidad que le contenía, que le trascendía en el tiempo, que nunca vería de otra manera a como ahora la veía, aunque en realidad estaba cambiando lentamente con el tiempo; como tampoco vería cambiar la montaña ni los océanos.

    Aquella presencia real le bastaba de momento. La noche era la ventana hacia aquella realidad asombrosa en la que transcurría su vida.

    Estaba cansado y pensó que era mejor ocuparse de cosas más sencillas y gratificantes, como las emociones que se presentarían al día siguiente. Pensando en ellas, se dejó deslizar lentamente hasta el sueño.


    NAVEGANDO


    Las gaviotas llegaron temprano a despertar a Lucas.

    Perezosas todavía en abandonar sus anidamientos, iban llegando poco a poco y tomando posesión de su playa como la noche anterior.

    Era una hora incierta. Empezaba a salir el sol. Asomaba su coronilla por encima de la costa lejana. En breves segundos ascendió entero como una enorme bola roja de color sandía. Era un sorprendente disco rojo de sólo color, filtrada la fuerza de su luz por el gris neblinoso del horizonte. Lentamente fue perdiendo su dulce tono sandía y convirtiéndose en fuego. Ya dolía al mirarlo. La luz se hacía en la madrugada.

    La noche fue terrible para Lucas. La humedad había caído fuertemente y sintió mucho frío. No consiguió acomodarse ni estar relajado en el espacio abierto de la playa. Sintió como la necesidad de un cobijo, de un agujero donde sentirse seguro y protegido de no sabía que inciertos peligros.

    Se levantó. El saco de dormir y la ropa que había dejado al lado estaban completamente mojados.

    «Tendré que dejarlo todo al sol un buen rato para que se seque» —pensó aterido.

    Desayunó leche con galletas y mermelada. Al ir a fumar el —para él— mejor cigarrillo del día, comprobó con desesperación que las cerillas estaban humedecidas y no encendían. Puso unas cuantas al sol y esperó a que se secasen.

    Comenzaban a llegar los dueños de las tumbonas. Los del bar llegaron también temprano, muy animados a la labor diaria. Habían puesto una estridente música pop, sin duda para jalearse en la tarea.

    Roto el encanto, esperó aún a encender su cigarrillo y colocando sus cosas en la barca abandonó la cala.

    La costa, ganado altura, se prolongaba formando un amplio entrante. Era un rocoso acantilado semicircular, limpiamente recortado sobre el mar, que sugería una mano ciclópea que hubiese arrancado un trozo de isla con la misma facilidad que uno podía arrancar un pedazo de una torta de pan.

    Se dirigió hacia el interior del entrante. El mar arrastraba hacia aquel remanso toda suerte de cosas que quedaban flotando sobre el agua tranquila y completamente transparente.

    De pronto, algunos metros delante sobre la superficie del agua, descubrió algo inesperado, algo irreal que lanzaba destellos azules, brillantes como estrellas. Fue como una aparición mágica en aquel paraje saturado de silencio y naturaleza. Ya algo más cerca, observó que se trataba de un resplandeciente balón azul con pequeños círculos blancos que reflejaba toda la intensidad del sol en su superficie mojada. No obstante haber desmitificado el fenómeno, en su interior quedó vibrando por unos momentos la emoción que producen los destellos de la buena fortuna. Y así lo interpretó, como una señal de buenos augurios.

    A lo lejos, sobre una roca que emergía en medio del agua, un ave desconocida para Lucas estiraba su largo cuello. Se acercó lentamente, con sigilo. Había otra dentro del agua, asomando medio cuello y mirándole.

    La de la roca empezó a patear, bamboleándose como un pingüino pero con movimientos más gráciles. Tenía amplias membranas natatorias en las patas.

    —¡Vaya, hombre, ya me van a estropear la mañana! —interpretó Lucas que quería expresar.

    «Deben ser cormoranes o algo así —pensó—. Están en su dominio, en su casa, y de pronto llega un intruso a pasearse por delante de sus narices y a interrumpir su desayuno».

    Finalmente el ave se lanzó al agua y desapareció. Lucas se acercó para verlas salir otra vez. O incluso verlas bucear por debajo de la barca. Paró el motor y escrutó el fondo. No se veía nada. Miró hacia atrás y distinguió a lo lejos los largos cuellos, ya familiares, que se alzaban sobre el agua y le observaban.

    Decidió dejarlas en paz y continuar su camino. Al ir a poner el motor en marcha otra vez, no le arrancó. Hizo varios intentos y no respondía. Automáticamente desfilaron por su pensamiento todas las posibilidades de actuación que tenía en el caso de que la avería fuese seria. No podía desembarcar a causa del amplio acantilado que le rodeaba.

    Tendría que ir remando hasta Cala Bassa y no sabía si los débiles remos de maniobra de la barca aguantarían el trayecto. Una vez allí, tendría que dejar la barca con todas sus cosas abandonada en la playa concurrida de gente y buscar a alguien que le quisiera llevar a San Antonio. Lo más probable es que tuviera que esperar al barco de la tarde que recoge a los bañistas que dejó por la mañana. Desde San Antonio volvería con el coche y recogería la barca.

    En unos instantes vio claramente que trampas como esta y peores le podían suceder en cualquier momento. Quitó la tapa del motor y se dispuso a examinar la avería. Todo estaba bien en apariencia. Volvió a intentar ponerlo en marcha tirando con fuerza de la cuerda de arranque. El motor respondió débilmente y se mantuvo en marcha.

    «Posiblemente se ha inundado el carburador» —pensó a la vez que recuperaba la fe en su motor. Empezaba a sentir cuánto dependía de él y a experimentar un cierto cariño por la máquina.

    Salió de aquel lugar y navegó al lado de una impresionante cortada. Los estratos descarnados, huecos entre sí, ofrecían un maravilloso refugio para las aves. Una gran familia de palomas tenía allí su hábitat.

    «Con una escopeta y una caña podría sobrevivir estupendamente en este lugar» —se dijo Lucas.

    Más adelante eran las gaviotas las que habitaban la cortada pared. Al pasar a su lado le miraban sorprendidas e incómodas al ver a alguien tan cerca de sus dominios. Seguía teniendo la sensación de ser un intruso que interrumpía la vida natural de aquellos parajes.

    El acantilado seguía ofreciendo un aspecto grandioso: magnificencia de la roca magmática, retorcida, derretida, a veces explotando en cascadas de fuegos artificiales. Continuaba un ameno paisaje de cuevas sobre el agua, algunas de grandes dimensiones y llenas de rocas, procedentes sin duda de su formación por derrumbamiento.

    Abstraído en su exploración del acantilado, se vio repentinamente sorprendido por un enjambre de pececillos saltando por delante de la barca. Era un auténtico chisporroteo de alevines botando una y otra vez, como esas piedras planas que se lanzan sobre el agua. Parecían brillantes salpicaduras de agua desprendidas de la cresta de una ola por el viento. Nunca había visto nada semejante y se quedó sorprendido y admirado.

    Se detuvo un rato al borde de las rocas de la orilla para hacer un pequeño almuerzo a base de su único y completo manjar de frutos secos. Por unos momentos le volvió a invadir el sentimiento de soledad. Soledad como desvalimiento ante el mar, ante los riegos, confiando únicamente en su barca, en su motor, y en su propia habilidad para sortearlos.

    Continuó navegando lentamente. Desde hacía rato venía divisando a lo lejos, sobre un saliente rocoso, una mancha blanca con forma de gaviota en vuelo. No conseguía imaginar qué pudiera ser. Tenía el mismo aspecto que los restos de nieve que quedan en las montañas al comienzo de la primavera.

    Ya más cerca descubrió el enigma: era un agujero en la roca.

    Le llamó "El Espíritu de la Gaviota". Alrededor había varias gaviotas posadas, y se entretuvo en pensar que, lo mismo que él, se sentían atraídas desde lejos por el "espíritu" y venían a hacerle compañía.

    Rodeó el saliente rocoso y divisó, muy cerca, una magnífica gruta. Se internó en ella con suma precaución, el motor en ralentí. Tenía algunos metros de profundidad y el pasar desde la radiante luz exterior hasta el ambiente tenue de la cueva le costó unos segundos de adaptación.

    Pronto se invirtió el equilibrio de luces y veía perfectamente dentro, mientras que el exterior, enmarcado por la boca de la gruta, se percibía con cegadora luz blanca. Reinaba un ambiente fresco y había una pequeña y deliciosa playa al fondo.

    —Maravillosa casa del mar para una sirena — susurró Lucas embelesado.

    Absorto como estaba en el encanto misterioso del lugar, no se percató de lo cerca que estaban las rocas del fondo y la hélice tropezó con ellas ligeramente. Afortunadamente no hubo consecuencias. Por una vez más la suerte le era favorable.

    Se encontraba ya casi enfrente de la isla Bosque y un poco más allá estaba la Conejera. No pudo resistir el impulso de escaparse hasta ellas.


    DESNUDOS


    El mar estaba bastante calmado. Sólo temblaban pequeñas puntas de agua levantadas por la brisa. Por primera vez desde su salida puso la barca en velocidad. Avanzaba bien, pero no conseguía hacerla planear debido al rizado del mar. La proa se levantaba por el empuje del motor pero la barca no despegaba del agua. El puño del acelerador estaba muy duro y mantenerlo en posición le producía un molesto cansancio en la muñeca.

    En el extremo del islote se veía un curioso peñasco erosionado, de estructura hojaldrada, con esa configuración característica de los motores de motocicleta y que componía una curiosa figura con reminiscencias humanas.

    Desde allí, y de un salto largo, se puso en la Conejera. El perímetro del islote era grande y estaba ya algo cansado, así que puso rumbo hacia la costa otra vez.

    Navegaba distraído, pensando que se iba a dar un buen baño y a descansar largo rato en el primer sitio agradable que encontrara, cuando a alguna distancia delante de él observó algo que le llamó la atención. Miró atentamente sacudiendo la cabeza, porque creía estar viendo alguna alucinación producida por el sol y el cansancio de muchas horas en el mar.

    Un pez alargado, de mediano tamaño, había surgido del agua y dado un buen salto a varios palmos sobre la superficie, y cuando parecía que debía volver a sumergirse, continuó extrañamente desplazándose por el aire, paralelo al agua, durante bastantes metros. Algo en sus costados giraba como una hélice.

    Finalmente se volvió a sumergir. Aunque las palabras "pez volador" vinieron a su mente enseguida, Lucas no salía de su asombro y le quedaba la duda de que tales peces existiesen. Se propuso averiguarlo al terminar el viaje.

    Pasó despacio por delante de Cala Conta. La belleza del lugar era grande. Un inmenso arenal cubría todo el fondo y producía en las transparentes aguas un bellísimo y resplandeciente color esmeralda claro.

    Era tanto el encanto del paraje que la apretada muchedumbre de bañistas que lo poblaba no conseguía anularlo del todo. Multitud de colchonetas hinchables de liviano plástico, todas del mismo color brillante, se veían dispuestas ordenadamente sobre la arena. Otras iguales eran utilizadas como flotador y se veían dispersas sobre la superficie del agua, introduciendo en el panorama unas notas homogéneas de color que no acababan de desentonar, quizás por su intensidad, con el maravilloso verde dominante de las aguas. Sin embargo convertían aquel paraje de intensa naturaleza en una especie de bonito mar—piscina.

    Muy cerca divisó una pequeña y deliciosa cala ocupada por nudistas. Era un lugar completamente natural, muy hermoso, protegido por las altas paredes de roca arenisca caprichosamente erosionada. El agua adquiría bellas y transparentes coloraciones debido a variedad del fondo. Una breve playa de limpias arenas completaba el encanto del remanso.

    Los desnudos y cobrizos cuerpos de aquella gente igualaban en color a la dorada roca, destacando sólo por sus redondos y contorneados perfiles de la superficie irregular y arisca de las paredes.

    Detuvo la barca a la entrada de la cala y arrojó el ancla al agua, dispuesto a tomarse un merecido descanso.

    Se desnudó completamente y se tumbó a lo ancho de la barca, sacando las piernas por un costado y apoyando la cabeza en el otro. El tubular costado era una buena almohada y la postura le permitía contemplar cómodamente la playa y la gente enfrente de él.

    «La gente desnuda no estropea en absoluto el paisaje —consideraba Lucas—. Armoniza con él; creo que incluso lo realza, lo hace habitable, deseable; aunque sin duda le quita algo de misterio».

    Se dedicó a observar lo que hacía la gente: unos se entretenían haciendo cualquier cosa, esas pequeñas cosas que se hacen cuando no se tiene nada que hacer, como mirar absorto el agua de la orilla, buscar por la arena un pequeño guijarro de forma especial, coger un puñado de arena y dejarlo desgranarse lentamente sobre las rodillas. Otros se aletargaban al sol o leían con indiferencia cualquier libro, o hablaban indolentes de cualquier cosa sin importancia. Lo principal parecía ser acoger sobre la propia desnudez el sol, la brisa, el mar, la presencia humana desnuda hasta hacerla un hecho natural, cotidiano, disfrutable. El cuerpo desnudo dejaba de ser un instrumento de placer para convertirse en un instrumento de vida.

    El lugar parecía delicioso para bucear, así que se puso gafas y aletas y se lanzó al agua. En el fondo alternaban el arenal, rocas y campos de algas. Se alejó un poco siguiendo la rocosa orilla. Una nube de diminutos pececillos flotaba estática a escasa distancia de la superficie.

    Colocados todos en la misma posición le miraban a la vez con sus ojillos redondos. Sus cuerpecillos transparentes dejaban ver el brillante y fosforescente espinazo. Se movían a la par, en formación, como si se tratase de un único ser disperso. Lucas se aproximó despacio, introduciéndose en el enjambre. Se apartaban dejándole pasar sin asustarse demasiado.

    Más adentro encontró otro pequeño banco de pececillos negros, más grandes y panzudos y también más asustadizos, que flotaban perezosos pero muy atentos.

    Cruzó por delante de la cala para explorar la otra orilla y al girar sobre un saliente rocoso vio con asombro, por primera vez en su vida, una familia de pequeños peces con el hocico prolongado en forma de aguja.

    «Deben ser crías de pez espada» —pensaba mientras les seguía en su ágil desplazamiento.

    No se mostraban excesivamente recelosos. Pronto los perdió de vista y siguió explorando las grietas rocosas de la orilla.

    Inesperadamente notó que se aproximaba un pez de considerable tamaño. Era alargado y se acercaba decidido, curioso. Más que su tamaño, su atrevimiento despertó en Lucas una repentina y contenida inquietud. El pez se paró a pocos palmos de él y se le quedó mirando de frente, con descaro, durante unos instantes. Luego se volvió lentamente y se fue hacia el interior del mar. Lucas permaneció inmóvil durante un rato, mirando en la dirección por donde se había ido, algo atónito y a la vez admirado del acontecimiento.

    Regresó a la barca, emocionado por su primera incursión subacuática y decidido a seguir explorando los fondos de la zona, que parecía prometer nuevas emociones y descubrimientos. Lo que más sentía era no conocer en absoluto los tipos de peces que veía. Eso le hacía sentirse forastero, extraño al ambiente del mar, vergonzosamente ignorante.

    Reemprendió la marcha lentamente mientras la imaginación se le escapaba a su tierra, a su río. Se acordaba de tantas tardes de su infancia pescando a orillas del ancho caudal; de aquellos sí que familiares peces de río que coleteaban enérgicos al ser sacados del agua: barbos, tencas, carpas. Siempre le venía a la memoria, enmarcada en una colorida y mágica emoción, aquella escena de la roja y enorme carpa real que se dignó engancharse a su anzuelo y rompió la infantil caña, pero que el solo consiguió sacar del agua luchando con el sedal. Río, arboleda, remanso, corriente, remolino. Sí, aquellas eran palabras sólidas, cargadas de contenido real para él, de experiencias vividas. Palabras que decía con propiedad. Nombres alrededor de los cuales bailaban infinidad de sensaciones, de matices, de sucesos.

    Sin embargo, mar, playa, fondo marino, isla, eran palabras cargadas de fantasía, de anhelos. Nombres alrededor de los cuales latían deseos, ilusiones, espíritu, utopía.

    Divisó una pequeña cala totalmente rocosa y abrupta y se internó en el remanso de transparentes aguas. Ancló la barca cerca de la orilla y volvió a sumergirse.

    El fondo, muy variado, se prolongaba hacia el interior del mar en un blanquísimo arenal. La radiante luz y la transparencia de las aguas permitían ver un gran espacio alrededor. Nadó en superficie hacia el interior y se sumergió otra vez. En el centro del inmenso arenal un único grupo de rocas blanquecinas que emergía de las inmaculadas arenas componía un paisaje de increíble belleza. Arriba se veía el resplandeciente espejo de la superficie. Era tan sutil el ambiente acuático, tan iluminado, que parecía una especie de atmósfera, solamente un poco más densa que la de arriba, y deliciosamente habitable. Por primera vez Lucas se dio cuenta de lo que debía experimentar un pez viviendo en su medio. Se sentía pez, deslizándose suavemente alrededor del montón de rocas y mirando en todas las direcciones del ilimitado arenal.

    Antes de volver a la superficie había creído ver a lo lejos un gran banco de peces. Nadó hacia el lugar y se sumergió de nuevo. En efecto, había gran cantidad de peces de considerable tamaño que formaban grupos de diferentes especies. Los mayores tenían unas rayas verdosas longitudinales y había algunos ejemplares realmente grandes. Otros, más panzudos y claros, presentaban una brillante mancha negra en el comienzo de la cola. Observó con asombro que al notar su presencia se volvían hacia él y se acercaban decididos. Experimentó de nuevo una repentina reacción de temor ante las desconocidas reacciones de los peces y se alejó nadando. Miró hacia atrás al cabo de unos instantes y observó estupefacto que toda la multitud de peces le seguía. Preso de una incontrolada inquietud ascendió y nadó precipitadamente hacia la barca, a la que se subió de un salto.

    Armó el pequeño fusil de gomas y sintiéndose ya más seguro y tranquilo, pensó que había llegado el momento de pescar una buena pieza. Se lanzó al agua de nuevo pero ya no se veían los peces. Merodeaba en su busca cuando vio sobre las rocas de la orilla una hermosa mujer desnuda que, erguida, le observaba fijamente. Tenía una larga cabellera negra y parecía de mediana edad.

    —¡No, no! …¡No aquí fusil! …¡Prohibido! —creyó Lucas que le gritaba en un típico y extranjerizado castellano.

    Advirtió que en un lugar próximo, entre las rocas, había otras dos personas sentadas que observaban atentas.

    —¡No pasa nada! …¡No hay ningún peligro, ya tengo cuidado!
    —contestó Lucas pensando que no les gustaba ver a alguien disparando en su zona de baño.
    —¡No dispara peces! …¡Prohibido en Mediterráneo! …¡No disparar! —seguía diciendo absurdamente la mujer.

    Ya algo irritado, le hizo Lucas un gesto de desdeñosa despedida y siguió nadando fusil en mano.

    «Estos jodidos extranjeros, que vienen a un país que no es el suyo y se permiten decirle a uno lo que tiene que hacer. ¡No te fastidia!» —mascullaba alterado para sus adentros, mientras continuaba buscando los peces.

    Observó que la mujer se acercaba nadando. Llegó a su lado.

    En su cara había un gesto de súplica:

    —No matar peces, por favor. Venimos aquí todos los años. Nos gusta ver. Nos gusta estén aquí… Le ruego no disparar… Por favor.

    Tenía una mirada hermosa, cargada de confiada intimidad.

    Estaba algo excitada. Lucas se sintió conmovido por sus palabras, por su desnuda proximidad:

    —Bueno, bueno, no se preocupe… no se preocupe que no les dispararé.
    —Gracias… ¡Adiós! —contestó la mujer más tranquila y se volvió nadando.

    Lucas volvió lentamente hacia la barca y algo contrariado, a pesar de todo, dejó su fusil.

    «Deben ser ecologistas fanáticos o algo así» — pensaba.

    Y de pronto se le vino a la mente la idea de que quizás le echaban comida a los peces y así habían conseguido que hubiese tantos por aquel lugar. Pensó que incluso les daban comida dentro del agua y nadaban entre ellos. Eso explicaba la persecución de que había sido objeto. Los peces, al ver a alguien, se acercaban a recibir su diaria ración. Ahora lo veía todo claro.

    Dispuesto a comprobar su teoría se fue nadando en busca de la manada de peces. Al pasar a la altura de los "ecologistas" le saludaron simpáticamente con el pulgar hacia arriba, viendo que ya no llevaba fusil.

    Divisó a los peces no muy lejos de la orilla. Al verle se acercaron confiados otra vez, evolucionando lentamente a su alrededor. Nadó despacio hacia el interior, hacia el grupo de rocas en el blanco arenal, y los peces le seguían dócilmente. Se sumergió y nadó entre ellos. Les observaba de cerca, alargaba la mano para tocarlos y ellos se apartaban despacio sin asustarse.

    Ajeno al tiempo pasó largo rato buceando en compañía de los peces. Aquella escena submarina era idílica: el color blanco de las rocas y el arenal, los lentos movimientos de los peces alrededor de las rocas, y envolviéndolo todo el tenue color turquesa del agua que se hacía profundo a lo lejos. Sí, aquello era realmente un mundo, un mundo para vivir, un mundo para ser pez.

    Volvió lentamente hacia la barca. Desde la orilla lejana, los "ecologistas" le saludaron otra vez con las manos.


    TURISMO


    Navegaba siguiendo la agreste costa. El mar estaba tranquilo y el motor funcionaba regularmente. No había vuelto a tener contratiempos. A lo lejos se divisaba un gran saliente de roca delante del cual se formaba un tranquilo remanso. Estaba horadado por una gigantesca gruta que atravesaba la roca de lado a lado. El lugar parecía impresionante. Al acercarse contempló con indignación que habían construido embarcaderos y casetas de cemento para barcas, taponando la mitad del hueco.

    «Y estos, que son de la isla, van y estropean uno de los rincones más espectaculares. Y lo peor es que las autoridades se lo permiten» —masculló profundamente irritado.

    Dio la vuelta a la roca para ver la otra boca de la gruta.

    Había una deliciosa y escondida calita de quietas aguas. Trató de imaginar el lugar sin las horribles construcciones y le pareció bellísimo.

    «Tenían que obligar a derruir las malditas casetas y limpiar el lugar —dictaminó—. Dejarlo al natural, como alguna vez habrá estado hace tiempo».

    Sin conseguir olvidar su irritación por lo que le parecía una pérdida irreparable, quizás durante muchos años, abandonó el lugar.

    Se divisaba a lo lejos, sobre el acantilado, una zona bastante urbanizada. Estaba ya cerca de las calas más concurridas de la isla. Llegó a una pequeña cala bordeada de un acantilado de mediana altura.

    Una impresionante y profunda gruta se formaba bajo los bien dibujados estratos de la roca. Sobre el acantilado, justo encima de la gruta, una blanca urbanización se asomaba al mar. Sólo uno de los delgados estratos rocosos la separaba del techo de la gruta. En el fondo de la cueva se divisaba una estrecha escalera excavada en la roca que se internaba en un angosto túnel, que sin duda conducía a lo alto de la urbanización.

    Más adelante, y abarrotada de gente, se veía Cala Tarida.

    Miles de personas hormigueaban por la playa y por el agua. Justo antes de llegar descubrió una breve calita de blanca arena, completamente vacía. Era un lugar escondido entre peladas rocas, cerrado al fondo por una abrupta pendiente. Era prácticamente inaccesible desde tierra. Una arena deliciosamente limpia llenaba todo el hueco.

    Ancló la barca a un lado, cerca de las rocas, y llegó nadando hasta la orilla. Todo el fondo de la cala, de poca profundidad, era de arena blanca y el agua adquiría una transparencia y delicadeza únicas. La invitación al baño y al juego con el agua era irresistible. Nadó suavemente para no perturbar la quietud y transparencia de las aguas, mirando el brillante fondo iluminado por el sol. Giraba, se sumergía lentamente, se daba la vuelta en el agua, y sentía una especie de tranquila ansiedad al no poder absorber, devorar, toda la belleza y sensualidad de aquel remanso. Era el ideal de una playa privada.

    Finalmente se tumbó al sol, entre la arena y el agua, intentando aletargarse.

    Al poco rato se dio cuenta de que llegaba nadando una pareja joven, sin duda desde Cala Tarida, pensó. Salieron del agua sonrientes.

    Venían desnudos y se sentaron en la orilla, contemplando el agua y riendo.

    Después se fueron hacia el centro de la playita y se tumbaron satisfechos al sol. Lucas se desperezó e intentó subir por la inclinada pendiente del fondo para conseguir una vista panorámica de Cala Tarida.

    Después de un penoso ascenso consiguió llegar a lo alto. Se quedó sorprendido del panorama que ofrecía la calita allá abajo. El color blanco transparente del agua llegaba hasta la mitad de la cala e iba coloreándose muy lentamente, pasando por delicadas tonalidades intermedias, hasta un esmeralda brillante que se extendía ya por todo el mar en las proximidades de la cala. A un lado, algo alejada de la orilla, la barca flotaba solitaria y empequeñecida, proyectando su sombra sobre el fondo blanco. En el centro de la playa la diminuta pareja estiraba, inmóvil, sus tostados cuerpos al sol, en los que destacaban de lejos los puntos negros del pubis.

    A la izquierda se divisaba en toda su longitud la magnífica Cala Tarida. A pesar de las multitudes que punteaban sus orillas, conservaba todo su esplendor y la riqueza de colorido de sus aguas. Toda la zona se veía muy urbanizada.

    —Veremos cuanto dura esta maravilla —murmuró pesimista Lucas.

    Devolvió su admirada atención a la calita y convencido de no encontrar un rincón más bello en toda la isla inició el descenso. Una vez abajo se volvió a deleitar nadando entre las límpidas aguas. Se quitó el bañador y lo dejó sobre la barca. Tenía la sensación de estar nadando en una gigantesca bañera blanca, y se sumergía una y otra vez jugando con el agua y la arena del fondo.

    Con sentimiento reanudó su marcha. Pasó, sin detenerse ya, por delante de Cala Tarida, Cala Molí, Cala Vadella, todas ellas abarrotadas y nada atractivas para Lucas. Sin embargo, al pasar por Cala D´Hort no pudo resistir la tentación de parar un rato a contemplar la impresionante belleza de Es Vedrá, el peñón rodeado de misterio, el gigante.

    Además recordó que seguía con la ropa húmeda de la noche anterior y ya era hora de ponerla a secar.

    Llevó la barca hasta la orilla, a un extremo de la playa, huyendo de la muchedumbre que la abarrotaba. Un multicolor grupo de extranjeros se arremolinaba alrededor de un típico animador turístico de viaje organizado. Era un sujeto vocinglero subido encima de una roca que hacía jocosos comentarios que la gente aplaudía y coreaba. Dirigía una especie de concurso de habilidades. Entre otras cosas, los voluntarios tenían que darse una carrera por la playa y el primero en llegar besaba a una chica.

    —Esta gente es subnormal. Venir a un lugar tan hermoso como este a hacer estas chorradas… —murmuraba Lucas con hastío.

    Estaba cansado; no había dormido bien y el día había estado lleno de emociones y actividad. Se tumbó y descansó un buen rato esperando a que la ropa se secara.

    Finalmente decidió que había llegado el momento de buscar un buen lugar para pasar la noche, y recogiendo la ropa ya seca se embarcó otra vez.

    Se acercaba más y más al gigante. Descubrió una pequeña playa de chinarro, justo enfrente de él, completamente desierta y sembrada de algas secas. Le parecía un lugar perfecto. Aseguró bien la barca en la orilla, atando el cabo del ancla a una roca de la playa.

    Se disponía a pasar tranquilamente las últimas horas del día contemplando el peñón, que desde allí le parecía un monstruo antediluviano de erizado espinazo.

    «Mañana me acercaré a él y trataré de descubrir su misterio» —planeaba entusiasmado.

    Se sentía bien en aquel lugar solitario, totalmente protegido, entre el mar y un impresionante acantilado de verticales paredes.

    Aquel sí era un buen refugio, perfectamente controlado. Recordó la sensación de inseguridad de la noche pasada en la playa abierta de Cala Bassa. Se dio cuenta de que la incierta incomodidad, la dificultad de conciliar un sueño profundo, se la producía el sentirse vulnerable ante un hipotético ataque de persona o animal.

    Ahora era diferente, no existía esa posibilidad y se sentía confiado y feliz.

    Paseó por la playa observándolo todo: la imponente pared del acantilado, la orilla del agua, el cercano gigante emergiendo del quieto mar del atardecer. Se sentía dueño de aquel rincón, como aquellas gaviotas que había visto durante el día señoreando en sus asentamientos.

    El sol estaba a ya próximo a ocultarse y se repitió, en sentido inverso, la grandiosa ceremonia de la madrugada: con tranquila diligencia, convertido en un prodigioso disco color sandía, el astro se fue escondiendo tras la línea del mar por un lado de Es Vedrá.

    Lucas reflexionaba sobre la manera de evitar la humedad que la noche anterior le había empapado. Con unas cañas que encontró en la playa y el plástico que había incluido en el equipaje construyó una pequeña tienda de campaña, sujetando los bordes con grandes cantos. Dejó abiertos los extremos para que circulara bien el aire y se introdujo dentro con el saco de dormir enfundado. Cabía justo, pero se encontraba bien. El sueño le sorprendió enseguida.


    LAS SALINAS


    La difusa luz que llegaba hasta la playa, oculta del sol naciente por el alto acantilado, le despertó suavemente. Dejó transcurrir la madrugada entregado a un delicioso adormecimiento.

    El invento de la tienda había funcionado y no sintió frío ni humedad. Había dormido bien y se encontraba recuperado y feliz. Tomó su habitual desayuno, saciándose de largos tragos de leche fresca, anegando esa sed amortiguada pero profunda acumulada el día anterior.

    —Esto de la leche es ya un vicio —respiraba satisfecho—. Es lo mejor para quitar la sed. Creo que podría vivir sólo de leche.

    Recogió sus cosas con diligencia; desamarró la barca y la deslizó hasta el mar. El agua estaba fresca. Es Vedrá le esperaba iluminado por el sol todavía bajo, alzándose majestuoso, centrando todo el panorama en su ineludible presencia.

    Pronto estuvo cerca del coloso. La imponente mole le acogió por su cara Este, la más accesible, formada por una fuerte pendiente de matorral de la que emergía, a media altura, la roca pelada del picacho.

    Había leído que desde la cima se puede divisar, en días claros, la costa de Valencia. Girando hacia la cara Norte la mole se convertía ya en pura roca, cayendo a pico sobre las profundas y oscuras aguas. No pudo resistir la tentación de acercarse hasta el mismo paredón.

    Según se iba acercando lentamente le invadía una sensación de sobrecogimiento, de temor contenido, de profunda soledad. La pared, que se veía completamente lisa y sin ningún tipo de agarradero, se hundía hasta profundidades ignoradas. Por encima de su cabeza, que forzó hacia atrás hasta el dolor, gravitaba la inmensa mole, elevándose hasta una altura que ni la vista ni la imaginación controlaban ya. A su lado el agua, oscura de profundidad, se mecía lentamente contra la lisa pared como una gran balsa de aceite, empujando a la barca contra la roca.

    Se alejó instintivamente de la pared. Ahora ya divisaba toda la extensión de la mole. En lo alto, en medio de la roca, una enorme caverna de paredes ennegrecidas, como una gigantesca boca, esbozaba una sonrisa monstruosa. Continuó girando alrededor del islote.

    De nuevo le sorprendieron, inesperadamente, los juguetones pececillos saltarines salpicando por delante de la barca. La cara Sur ofrecía otra vez el impresionante espectáculo de la roca emergiendo del agua como un inmenso iceberg. Se le ocurrió pensar que la manera de perder el respeto a aquel gigante pétreo, era contemplarlo tranquilamente e imaginar una posible línea de escalada.

    Detuvo la barca y se puso a analizar todas las grietas, salientes y recovecos del paredón. Se imaginó trepando por la piedra, descansando en los huecos y repisas que se veían a distintas alturas. Acabó por conocerlo completamente, por hacerlo suyo. Sintiéndose amigo de la roca se despidió de Es Vedrá y puso rumbo al Sur.

    Pasó por delante de Cabo Llentrisca, desde donde se divisaba la amplia bahía de Es Cubells. El paraje, lleno de tranquilo encanto, parecía un remanso inmenso que pronto despertó en el ánimo de Lucas un profundo y gozoso sosiego. Las aguas, de un verde oscuro totalmente transparente, dejaban ver el fondo de mediana profundidad completamente cubierto de algas. La bahía se veía salpicada de solitarias playitas inaccesibles por tierra, visitadas únicamente por pescadores.

    En las pequeñas calas había redes tendidas que casi las cerraban por completo. Otra vez más, no pudo resistir la tentación de acercarse al rosario de corcheras flotantes que marcaban el tendido de la red, que descendía en las aguas transparentes hasta lo profundo. Imaginó allí abajo hermosos peces prendidos en la traicionera malla. Sólo en el último momento se le cortó el impulso de sumergirse. Un confuso y absurdo temor a quedar él mismo atrapado en las profundidades le impedía descender.

    Continuó navegando en ralentí. El brazo del acelerador estaba un poco rígido, posiblemente de la sal. Fijó un rumbo, apretando no obstante la mariposa de la dirección, y se puso en pié sobre la barca. Se deslizaba muy despacio por el cristal puro de las aguas de la bahía. Era tal la quietud que se veían nítidamente los fondos como si estuviese sumergido.

    Experimentaba la sensación de estar suspendido en el vacío, apoyado únicamente en la sutil película luminosa de la superficie.

    Más adelante detuvo la barca enfrente de la única playa ocupada por unos pocos bañistas. Se tumbó de través en la barca, en su cómoda postura de tomar el sol. No muy lejos flotaba, solitario, un colchón de playa. Sobre él creyó distinguir un extraño ser con más de dos piernas.

    Observó que se trataba de una pareja. Iban desnudos, acoplados sexualmente con placidez, abandonados, ajenos al mundo, atentos sólo al ligero balanceo del agua y a sus propias sensaciones; dejándose ir lentamente a la deriva.

    Pensó que en aquellas aguas tranquilas era el momento de poner a prueba la velocidad de la barca. Se sentó sobre el tablero del suelo, bien adelante para equilibrar el empuje del motor que tendería a levantar de proa la embarcación. Giró a tope el acelerador. La barca se levantó enseguida y poco a poco se volvió a posar deslizando con ligereza sobre las planas aguas. Estaba planeando a toda velocidad por la llanura acuática de Es Cubells.

    Era una sensación de libertad maravillosa, un puro gozo. La pequeña barca volaba libre de trabas, culebreando ágilmente a voluntad de Lucas y dejando una amplia estela blanca hacia atrás.

    Pasó por delante de Punta Purroig y después se detuvo ante Punta Jondal. Desde esa posición se veía la larguísima Playa Codolá, que cerraba al mar las Salinas. Se acercó con la barca al prolongado dedo rocoso que se adentraba en el mar, y anclando la barca se acercó nadando hasta la baja roca de la orilla.

    Había leído que en esa zona, especialmente en el pequeño promontorio de Sa Caleta, un poco más adelante, fue donde desembarcaron y se instalaron por primera vez los Fenicios que poblaron inicialmente la isla.

    Ascendió un poco por la roca para conseguir ver alguna panorámica de las Salinas. Allí estaban, extendiéndose ampliamente desde el mar hacia el interior, separadas del mar por el estrecho cordón de Playa Codolá. Aquella gran llanura acuática cuadriculada producía una plácida sensación. Pensó que en aquellos siglos históricos, la presencia de las cercanas salinas naturales es lo que había decantado el emplazamiento de los Fenicios en aquel lugar, desde el que veían y vigilaban el preciado bien de la sal.

    Vio algunos trozos de cerámica blanquecina por el lugar y se entretuvo en imaginar que eran restos de vasijas de aquellas gentes allí establecidas.

    Continuó navegando indolente, a alguna distancia de la inacabable Es Codolá. Era una playa de grueso chinarro, completamente desierta.

    Descubrió que podía tumbarse en su ya bien conocida postura de través, navegando despreocupado, mirando a la costa. De vez en cuando volvía la cabeza a la derecha y comprobando que no había obstáculos, seguía navegando en su letárgica postura. Aprovechó la monotonía del trayecto para tomar un bocado sobre la marcha. Al cabo de un rato que se le hizo eterno, pasó por delante de Punta Roma y divisó la conocida playa de las Salinas.

    La magnífica playa, que se asomaba al mar desde un espeso bosque de pinos, se veía abarrotada. Destacaba en la distancia el denso grupo de mástiles de las embarcaciones ligeras que descansaban sobre la arena. Varios chiringuitos, muy bien construidos, condensaban a su alrededor, más todavía, a los bañistas.

    El agua mostraba una extraordinaria variedad de colorido, predominando, cerca de la orilla, un esmeralda claro intensamente brillante.

    Dos soberbios galeones, bien conservados, flotaban sobre las hermosas aguas.

    Hacia el final la playa se veía más despejada de gente y hacia allí se dirigió Lucas navegando cerca de la orilla. El vestuario de baño de las personas iba experimentando una curiosa y progresiva evolución, desde el bañador más conservador hasta el desnudo integral en el extremo de la playa.

    Durante todo el día no se había cruzado con nadie y le apetecía mezclarse por un rato con la gente. Ancló la barca lo más cerca que pudo de la orilla pero a una distancia prudente de las personas que se bañaban. Se desnudó también para estar en consonancia con la zona, y con la toalla alzada en una mano se acercó a la orilla nadando al estilo indio.

    Se tumbó en la arena y se dedicó a observar a la gente.

    Había tipos muy curiosos y muy variados. Estaban los apasionados del sol, yaciendo inmóviles, en postura desparramada, sus cuerpos de bronce oscuro ajenos a los demás. Estaban también los que se exhiben, siempre moviéndose de aquí para allá con cualquier pretexto, andando pausadamente, demorándose, mostrando con deleitosa naturalidad sus bellos y contorneados cuerpos.

    Observó que ambas especies se daban por igual entre hombres y mujeres. Otra especie, a la que pertenecían exclusivamente hombres, era la de los mirones, inquietos permanentes en su sitio estratégicamente elegido, siempre a la caza de algo morboso y excitante. Otra variedad bastante frecuente era la de los paseadores de orilla. Desfilaban a lo largo de toda la playa, observando y dejándose observar.

    Comprobó que de vez en cuando se producía un fenómeno curioso entre la gente. Era como si se pusieran de acuerdo en el momento de bañarse. El agua, que había estado vacía durante un buen rato, se llenaba en pocos instantes de bañista contentos y juguetones. Una pareja de rubios extranjeros permanecía en el agua tiernamente abrazada. Él tenía una expresión de bobalicona satisfacción. Ella, los ojos cerrados, mantenía la boca entreabierta en un gesto de placer. Lucas pensó que estaban acoplados dentro del agua. Los demás bañistas pasaban a su lado sin hacerles demasiado caso.

    Observó que algunas personas iban caminando más allá del extremo de la playa, por un sendero que continuaba a lo largo del borde rocoso de la costa. Se encaminó hacia allá. Era agradable pasear completamente desnudo y descalzo, sintiéndose integrado plenamente en la naturaleza, como si fuera un hombre prehistórico. La roca se abría, de cuando en cuando, en pequeñas calitas, alguna de ellas formada artificialmente por extracciones de piedra. Entonces recordó haber leído que los romanos sacaban de allí los bloques de piedra para sus edificios. El hueco que habían dejado adoptaba bellas formas constructivas, como si de restos arquitectónicos se tratase.

    En una de esas excavaciones de sillares, el suelo horizontal dejaba entrar un par de palmos de agua, que se calentaba al sol. Las gradas de la cantera penetraban en el agua a manera de escalinata, componiendo un conjunto de gran belleza clásica.

    En otra cantera, la arena había cubierto toda la base, formando una playa interior rodeada de gradas. Algunos cuerpos desnudos, especialmente esbeltos, descansaban aquí y allá —como si la belleza atrajese a la belleza—. Una sensación de otros tiempos, vagas notas de bacanal y circo romano flotaban en aquel cálido rincón.

    Volvió hacia la playa, contemplando en la lejanía la cadena de islotes que señalaban el camino hacia Formentera. Cercanos a la costa varios pequeños islotes iniciaban la ruta. A media distancia se veía el grupo de los Ahorcados y sobre el horizonte la banda difusa de Espalmador.

    Detrás de ella, y como prolongación, se dibujaba la tenue línea de la costa de Formentera.

    Había trazado la ruta sobre el mapa e imaginado la posibilidad de hacerla saltando de islote en islote. Pero ahora que la contemplaba al natural y veía la inmensidad del mar abierto, la lejanía del horizonte que era su meta y la insignificancia de los pequeños islotes, tan distantes entre sí, se daba cuenta de lo engañosos que resultan los mapas turísticos.

    Recogió, escondidas debajo de la toalla, unas monedas que oportunamente había traído desde la barca y se acercó al pequeño chiringuito próximo dispuesto a tomar algo fresco.

    —¡Hola! …Póngame una tónica, por favor.
    —Vale —asintió el del chiringuito.

    Era un hombre entrado en edad y con acento de la tierra. Le trajo una botella congelada por fuera, de esas que se pegan a la mano al cogerlas. El líquido en el cuello de la botella estaba también helado.

    —Tendrá que dejarla un momento en el vaso —dijo el hombre mientras vertía todo el contenido.
    —No hay prisa —respondió Lucas.

    Volviéndose hacia el mar intentó llevarle por su camino:

    —Parece que el mar está tranquilo… ¿Cree Ud. que cambiará a la tarde?.
    —Hombre, no creo… pero con el mar nunca se sabe.
    —Pues yo quería acercarme hasta Formentera, pero voy con una barca muy pequeña y no sé si me decidiré… —¿Qué es… aquella de goma? —preguntó el hombre seguro.

    Sin duda le había observado a la llegada.

    —Sí, aquella birria —sonrió Lucas.
    —Hombre, esas andan bien, …aunque no es lo suyo para salir al mar. Esas son mas bien para los yates, para bajar a tierra.
    —Ya, ya, …de todas maneras estando el mar tranquilo se puede ir bien en ellas. Lo malo es cuando hay algo de oleaje —siguió insistiendo Lucas.
    —El mar es el mar. Olas siempre hay —comentó algo socarrón—.

    El mar cambia en un momento. Si va allá y se pone mal, se puede quedar en la Torreta. Hay un refugio de piedra y puede pasar la noche.

    —¿La Torreta? —preguntó Lucas.
    —Sí, es una islita pegando a Espalmador, según se llega. Eso sí que es una maravilla. Hay tal que una cala, con un agua tan limpia que se podría beber. Difícil sí es entrar, eso sí. Los barcos grandes ya tienen que tener cuidado de no embarrancar.

    Lucas se estaba animando cada vez más a dar el gran salto hasta Formentera en su insignificante neumática. Acabó su deliciosamente helada tónica y se despidió del hombre:

    —Bueno, pues me voy animar a llegarme hasta allá. Si la cosa se pone mal me quedaré en la Torreta como Ud. me ha dicho. ¡Hasta luego! …¡y gracias!

    Era bien pasado el mediodía y el sol pegaba fuerte. Pensaba que, si todo iba bien, podía estar de vuelta con tiempo suficiente para buscar un sitio donde pasar la noche. Incluso tenía tiempo para disfrutar de la playa en Formentera. Nadando toalla en mano, como a la llegada, regresó a la barca. Comió unos bocados preparándose para la travesía… y arrancó con decisión el motor.


    FORMENTERA


    Estaba siguiendo la ruta de los islotes y pronto se dio cuenta de que el oleaje entre ellos era muy fuerte. El agua adquiría en ellos un color claro, indicando fondos bajos, y el mar, como queriendo pasar más deprisa el estrechamiento entre Ibiza y Formentera, se mostraba agitado y ponía en peligro la estabilidad de la barca. Se alejó de la zona separando su ruta e internándose definitivamente en mar abierto. El agua estaba ahora más tranquila y pudo desarrollar una velocidad discreta.

    Las distancias se alargaban en medio del mar y tenía la impresión de no avanzar. Se detuvo un momento y paró el motor. La barca, movida por las olas, iba girando lentamente. A su alrededor, en cualquier dirección, kilómetros de mar completamente desierto le reducían a un minúsculo punto perdido entre la suave oscilación de las aguas. La inmensidad acuática latía, contenida, bajo la insignificante barquilla que se mantenía tozudamente segura en su levedad, en su cualidad de flotar fácilmente.

    Conteniendo sus sentimientos de abandono e indefensión se puso de pié sobre la barca para poder dominar con la vista la vasta extensión que le rodeaba. Sintió una sensación indefinida, de dominio incompleto. Era el único ser vivo en todo aquel espacio que no se dejaba poseer, insinuando ocultas fuerzas muy superiores. Lanzó un grito para comprobar el alcance de su voz, como cuando en la montaña el eco le devolvía la medida de la distancia y la sensación de dominio del espacio. Allí su voz no llegó a ninguna parte, se perdió enseguida, sonó sólo delante de su boca.

    Nadie podía oírle. Estaba absolutamente solo.

    Aprovechando aquella oportunidad de total soledad, continuó gritando, desahogándose a placer. Nunca antes había podido hacer una cosa así. Incluso en plena naturaleza, en el campo, la posibilidad de ser oído reprimía la expansión total. Ensayó distintos tipos de gritos para conseguir la máxima potencia. A medida que gritaba se daba cuenta de la existencia de una fuerza oculta en su interior que se apoderaba de su voluntad. Era como un deseo escondido de afirmación, de protesta, que se manifestaba en aumento y de manera incesante.

    Después su voz se fue quebrando, convirtiéndose poco a poco en quejido, en lamento. Calló finalmente, agotada la voz, doliéndole la garganta. Se encontraba totalmente liberado, sumido en una sensación nunca experimentada de paz y bondad, que sin embargo sabía que le pertenecía desde siempre.

    Se desnudó dispuesto a tomar el sol mientras continuaba lentamente su camino, disfrutando del contacto del sol en su cuerpo. Hacía tiempo que había perdido la sensación de desnudez, o mejor, que la había incorporado naturalmente a su manera habitual de sentirse en contacto con la naturaleza. Ya el simple hecho de ponerse el bañador parecía que le quitaba libertad, que anulaba una parte esencial de su sensibilidad hacia el aire, el agua, el movimiento.

    Divisaba, todavía lejano, el acantilado marrón de Espalmador. El barco que hacía la travesía de Ibiza a Formentera hacía ya algún rato que venía acercándosele. Siguió lentamente esperando su paso. Su alegre casco blanco perforado de ventanas dejaba un amplio surco sobre el agua. La cubierta del barco venía repleta de gente multicolor.

    Algo en el agua, a un costado del barco, despertó súbitamente la atención de Lucas. Como ya le había ocurrido otras veces, no daba crédito a lo que veía. Una pareja de delfines saltaba sobre el agua una y otra vez, acompañando al barco. Aquello lo había visto en películas y documentales, pero nunca imaginó que pudiera suceder en Ibiza. Finalmente desaparecieron bajo el agua.

    Por un momento pasó por su imaginación la idea de uno de aquellos juguetones animales saltando por encima de su barca.

    «Están a bastante distancia —se tranquilizó—, no creo que adviertan mi presencia».

    Continuó paralelo al barco, a prudente distancia, evitando acercarse a la zona donde los había visto por última vez.

    «Andar, por ahí debajo andan» —cavilaba receloso Lucas mientras intentaba desarrollar la máxima velocidad posible para alejarse del lugar.

    Algunas personas desde la cubierta del barco le saludaban con la mano, admiradas sin duda de que pudiese hacer la travesía en una barca tan diminuta.. Correspondió al saludo animadamente hasta que se percató de unas impresionantes olas que había formado el paso del barco y que se acercaban amenazadoras. Disminuyó precipitadamente la velocidad poniendo proa a las olas, que sin duda le hubieran volcado de no hacerlo. La barca subió rápidamente sobre el lomo de la primera ola, se asomó a la cresta y con medio cuerpo en el aire cayó hasta el valle formado con la ola siguiente. Por una milésima de segundo pensó que esta le tragaría, pero le levantó otra vez, como si fuese un sutil globo hinchado, empujándole de nuevo por el continuo badén de olas que pronto se fue amortiguando.

    Estaba ya cerca de Espalmador. Pegado a ella, como una prolongación de su superficie invadida de mar, la islita de la Torreta. Se dirigió hacia allí, ansioso de descubrir la belleza de sus aguas que tanto le había alabado el hombre de la playa de las Salinas.

    El lugar era una magnífica cala cerrada por la islita, que dejaba solamente un estrecho paso de entrada. Según se acercaba el agua se volvía extraordinariamente transparente, dejando ver un fondo de algas y rocas que ascendía rápidamente.

    Pronto se encontró atascado en un campo de algas que se extendía a un par de palmos bajo el agua. Paró el motor y levantó la hélice.

    Un amasijo de verdes algas se había enrollado apretadamente en ella. Las fue quitando con dificultad, ya que se habían introducido por el hueco del eje.

    Una vez limpia la hélice, y con ella fuera del agua, se fue desplazando lentamente empujando con el remo sobre las algas, que parecían ocupar toda la entrada.

    Finalmente descubrió el estrecho paso libre que permitía el paso a la cala y que de todas maneras le parecía francamente comprometido para un yate que fuera un poco regular de tamaño.

    En efecto aquello era una maravilla. La playa semicircular conformaba una inmensa bañera de somero fondo arenoso y aguas inmóviles y cristalinas. Al deslizarse muy lentamente por la virginal superficie del agua, Lucas experimentaba la sensación de estar rompiendo algo, de que alguno de los escasos moradores de la cala, que descansaban plácidamente en sus pequeños yates al fondo, iba a increparle por su desconsideración.

    Se detuvo cerca de uno de los barcos y echó el ancla, que era completamente innecesaria. Se dejó caer al agua con perezosa fruición, abandonando el cuerpo a su propio peso, dejándose sumergir en el cristalino elemento, que le empujó luego, suavemente, hacia la superficie. Permaneció así un buen rato, flotando, refrescándose de la larga travesía, disfrutando la pureza y quietud de las aguas.

    Se tumbó perezosamente en la barca. Allí se veía, sobre la islita, el refugio de piedra cubierto de cañizo que le había dicho el hombre del bar. En el yate cercano jugaban unas niñas desnudas. La más pequeña se lanzaba al agua desde la borda y subía por la escalerilla corriendo para lanzarse riendo otra vez en diferente postura. La mayorcita, adolescente, con su cuerpo recién estrenado de mujer y alma completamente de niña todavía, participaba en el juego alegremente. Prendido en el encanto de la escena, estuvo Lucas largo rato contemplándolas, jugando en espíritu con ellas, participando en su alegría, compartiendo su presencia, como si fueran hermanas, como si fueran algo suyo.

    Se estaba bien en aquel paraíso, pero había que continuar el camino. Con sentimiento abandonó el lugar, encontrando esta vez fácilmente la salida. Se prometió volver y pasar allí un día entero para saturarse de la belleza, de la quietud sin tiempo del lugar.

    Iba bordeando el acantilado de Espalmador. Al superar un saliente divisó el bello panorama. La costa, plena de vegetación, formaba una amplia bahía bordeada por un blanco cinturón de playa. A lo largo de la orilla reposaban anclados un sinfín de yates con sus altos mástiles desnudos, poniendo un multiplicado signo de admiración en el lugar.. En el comienzo de la bahía una magnífica mansión, semioculta entre palmeras, añadía su aire de regia y exótica propiedad privada al panorama.

    Hacia el final la isla se prolongaba en una amplia lengua de arena que se sumergía a poca profundidad y la unía a Formentera. Una línea blanca en el agua señalaba el umbilical cordón subacuático.

    Se acercó a la playa y empujó la barca sobre la arena. La gente descansaba en los yates. Algunas personas se bañaban en la orilla. Dio un paseo a lo largo de la playa. El sol pegaba fuerte sobre Espalmador y se sentía un poco mareado, quizás del sol de todo el día. Inesperadamente surgieron dos extraños seres del bosque de matorral tras la playa. Atónito, se quedó clavado en el sitio contemplando aquellos cuerpos desnudos, totalmente grises, las caras sin expresión, como máscaras.

    Hasta que no pasaron a su lado toda su capacidad lógica estuvo tan mareada como su cabeza soleada en exceso. Eran dos personas completamente embadurnadas de lodo, desde los pelos hasta la punta de los pies. Pensó que en el interior existiría una zona de lodos donde dichos individuos se deleitaban tomando terapéuticos baños.

    Volvió a la barca y navegó cerca de los yates, siguiendo la playa hasta Formentera. Varias personas vadeaban el paso entre las dos islas, en fila india sobre el banco de arena. El agua les llegaba ya por el pecho. Un poco más y el agua, ya por el cuello, amenazaba con cubrirles. El más bajo del grupo no esperó más y se echó a nadar. Una chica se agarró al cuello de uno de los más altos y se dejó remolcar. Poco a poco, fueron emergiendo. Finalmente todos, seguros sobre el fondo, reían aliviados y proseguían contentos la travesía.

    La costa de Formentera era rocosa y baja, ofreciendo de cuando en cuando pequeñas calitas de blanca arena. Desembarcó en una de ellas, completamente desierta.

    Esta parte de la isla era un estrecho brazo de tierra. En pocos pasos estuvo en la otra orilla, también formada por una deliciosa playa. Pensó que aquel era un sitio perfecto para pasar la noche. Quedaban algunas horas de sol y aunque tenía tiempo de regresar a Ibiza, quería explorar algo más la isla, aunque no entraba en sus cálculos, ni en su reserva de gasolina, mas que una breve incursión.

    Navegó por los alrededores y pronto descubrió una amplia playa de magnífica arena y aguas transparentes. Estaba bastante concurrida sin resultar agobiante. Un chiringuito bien construido ofrecía sus frescas mesas, bajo techado de cañizo, al acalorado Lucas. Cerca, tumbadas sobre el suelo, un sinfín de bicicletas indicaban un acceso difícil a la playa. Dejó la barca en un lugar discreto y se dirigió al bar.

    Los improvisados camareros chapurreaban con convicción breves frases en varios idiomas. Lucas se sentó tranquilamente y pidió un refresco en castellano, teniendo la sensación de que le entendían peor que a los extranjeros, o tal vez con menos entusiasmo.

    Reviviendo bajo la sombra agotó rápidamente la helada bebida. Realmente aquella era una magnífica playa, de aguas transparentes sobre fondos de blanca arena que invitaba al baño. La gente hacía uso de una sana y despreocupada libertad y mezcolanza de indumentaria de baño: bañador completo, top—less, bañador sexi y desnudo integral. Todo ello curiosamente mezclado, sin esa discreta y progresiva separación por zonas que había observado en otras playas. Aquí cada uno estaba a su aire y nadie parecía molestarse a causa de los demás.

    Cavilaba Lucas sobre la causa de aquel curioso fenómeno, y llegó al convencimiento de que se debía a que la gente llegaba a Formentera en excursión de día, desde Ibiza. El turismo se renovaba con agilidad y la mayoría de los presentes visitaría Formentera solo una o dos veces en su breve periodo de vacaciones en Ibiza. Cada uno tenía sus propias costumbres de baño y su proyecto de aprovechar el día en Formentera a tope, y no era cuestión de perder el tiempo buscando una playa adecuada a los usos de cada cual. Esta falta de tradición, de costumbres propias de cada playa, habría originado el hecho de la tolerancia ajena, dedicado cada uno a su placer.

    La tarde iba cayendo. La gente saboreaba los últimos momentos de sol en perezosas y distendidas posturas sobre la arena, con esa naturalidad casi doméstica de los cuerpos entregados a todo un día de sol y habituados a la proximidad de los demás.

    Pensó que era el momento de instalarse en el lugar que había elegido antes para pasar la noche. Todavía tenía tiempo de acomodarse tranquilamente en la playita elegida y disfrutar en paz y soledad de lo poco que quedaba de día.

    Llego al lugar y dejó la barca bien asegurada para pernoctar en la arena. Encontró un confortable hueco de arena entre unas rocas, al lado de la playita. Dejó allí los trastos y se fue a zambullir en el agua.

    Estaba ligeramente templada del sol de todo el día. El baño resultaba muy agradable en aquel momento en que el sol estaba ya bajo y no molestaba.

    Diminutos pececillos blancos nadaban pegados a la arena, cerca de la orilla.

    Se tumbó recostado sobre la arena mojada, las piernas dentro del agua que en suave vaivén las recorría una y otra vez. Un poco lejanos, los barcos de regreso a Ibiza emprendían su alegre recorrido. También los yates, hinchadas de brisa las espléndidas velas blancas, llenaban de lentos y nostálgicos adioses el atardecer.

    La luz iba decayendo deprisa. Los barcos habían dejado de pasar ya. Un ligero escalofrío, quizás de soledad, le sacó de su abstracción. Sentía como si la isla se hubiese quedado desierta. Él y la isla, él y la arena, en única compañía para pasar la noche. Sacó sus provisiones y se reconfortó dando buena cuenta de una parte de ellas.

    Paseó por un estrecho sendero que recorría la manga de tierra que era aquella parte de la isla. En efecto, no se divisaba un ser viviente. El oscurecer transformaba en virgen, otra vez, aquel trozo de isla.

    Preparó su cobijo y se introdujo en el saco haciendo planes para el día siguiente. Al poco rato se quedó dormido.


    PESCANDO


    Se despertó con media luz todavía. Sonaba muy cerca el ruido del agua arrastrándose por la arena. Estiró el cuerpo dentro del cobijo, desperezándose. Se levantó enseguida.

    El mar estaba algo movido. Desayunó y dio un paseo por los alrededores para templar el cuerpo. Sobre la arena, en la playa del otro lado, se veían pequeños restos de redes y trozos de cabos de nylon de vivos colores. Había salido ya el sol y se dispuso con diligencia a iniciar el regreso a Ibiza después de aquel relajado paréntesis en Formentera.

    El camino de vuelta le resultó muy pesado al principio.

    Había oleaje y tenía que ir despacio.

    Alejado ya de la isla el oleaje iba en aumento y las olas, en dirección a Ibiza, atacaban a la barca por detrás con peligro de inundarla. Aceleró el motor y observó que podía ir a más velocidad que las olas, pero eso le obligaba a irlas bajando y subiendo continuamente. A veces se veía atascado en algún valle, no pudiendo desarrollar más velocidad y con una ola por detrás, más alta que él, persiguiéndole amenazadora. Finalmente encontró el punto justo de velocidad. Era la que le llevaba a la misma marcha que las olas. Se situaba encima de una ola y se movía continuamente a la misma velocidad que ella, como si le transportara. La barca iba perfectamente estable y rápida, igual que cuando planeaba.

    Entusiasmado con su habilidad recién descubierta se iba aproximando a la costa de Ibiza sin apenas darse cuenta.

    Pronto estuvo otra vez en la Playa de las Salinas. Desde allí, pasando por delante de la antigua torre defensiva de Punta de Ses Portes —una de tantas que se alzan por todo el contorno de la isla—, llegó a la larga y arenosa playa de Es Cavallet, anunciada como nudista.

    La playa estaba casi desierta todavía. Lucas se sentía francamente indolente y vago. Quizás le empezaban a pesar los días que llevaba embarcado en su incesante aventura. Así que echó el ancla cerca de la orilla, afianzándola bien entre unas rocas del fondo y se dispuso a pasar tranquilamente la mañana en la playa.

    Era agradable y estimulante pasear por la desierta y larga playa, al borde mismo del agua, sintiendo su frescor de la mañana. Se le despertó un impulso de correr. No estaba tan vago como creía y hacía días que no había hecho nada de ejercicio. Todo su cuerpo desnudo se crecía, se despertaba pidiendo movimiento, velocidad. Se sentía sumergido en el aire, en la naturaleza marina, en la mañana. Se sentía conquistador y dueño de la playa.

    Se tumbó finalmente bajo la caricia del sol temprano. Poco a poco iba llegando gente que se instalaba en sitios concretos, seguramente sus sitios preferidos habituales. Se quedó medio adormecido un buen rato.

    Desde la playa se divisaba, lejana, la ciudad antigua de Ibiza. El soberbiamente amurallado castillo, encaramado a la roca, sobre el mar, ofrecía su mejor imagen de fortaleza defensiva. Espabilándose se dispuso a bucear un poco. Volvió nadando hasta la barca y cogió gafas y aletas.

    El agua estaba fresca, pero el cuerpo se acostumbró pronto.

    Toda la zona presentaba un bajo fondo rocoso, como una plataforma surcada por anchas grietas cubiertas de suelo arenoso. Más allá abundaban los macizos de algas alternando con bancos de arena y el fondo adquiría ya gran profundidad. Algún desconfiado pez de buen tamaño y color fuertemente verde, se escondía presuroso entre las grietas de las rocas nada más advertir la presencia de Lucas.

    Regresaba hacia la playa cuando vio brillar algo en una hondonada entre las rocas. Se acercó cauteloso. Un bando apretado de hermosos peces se movía suavemente mordisqueando las algas adheridas a las rocas. El sol, que atravesaba fácilmente la escasa profundidad de agua, se reflejaba en el espejo de escamas de sus anchos cuerpos.

    Serían varias docenas y había algunos ejemplares de considerable tamaño que parecían capitanear el grupo. Eran los que estaban más alerta a la proximidad e intenciones de Lucas e iniciaban y dirigían los movimientos del resto. Realmente eran confiados y le permitían acercarse bastante. Se movió muy lentamente, con una imperceptible oscilación de la punta de sus aletas y los brazos pegados a los lados del cuerpo. Pronto estuvo justo encima de ellos, observado distraídamente por los capitanes del grupo que seguían mordisqueando algas aquí y allá como si tal cosa. Estaba a poco más de un metro de los peces y pensaba que podía tocarlos con la mano.

    Hizo el intento estirando la mano muy lentamente. Los peces se movieron en grupo apartándose un poco, sin brusquedad, sin asustarse. Parecía decirle que no querían ser tocados pero que les gustaba su compañía. Pensó que eran unos peces realmente sociables.

    Estuvo mucho rato estudiando a los animales. Si se acercaba algo más rápido, iniciaban lentamente la huida, manteniéndose a una prudente distancia, pero otra vez le dejaban acercarse si lo hacía lentamente. Los dos o tres hermosos ejemplares que capitaneaban el grupo acabaron por despertar el instinto cazador de Lucas. Eran realmente un buen trofeo. Nadó con diligencia hasta la barca y cogió el fusil.

    No le costó mucho volver a encontrar a la manada. Se acercó muy despacio alargando el brazo armado. Con sorpresa vio como los peces, que antes le dejaban acercarse hasta casi tocarlos, emprendían ahora ágilmente la huida. Nadó con rapidez para conseguir acercarse, pero escapaban fácilmente, manteniendo siempre una distancia más que prudente.

    «Estos astutos conocen el fusil» —pensó Lucas admirado.

    Intentó varias maniobras infructuosamente, y disparó varias veces el arpón, pero los peces siempre se situaban un poco más allá del alcance del fusil. Por último se le ocurrió acercarse con el fusil a la espalda, oculto a su vista. Lo hizo muy despacio, como al principio. Le dejaron acercarse hasta que estuvo encima de ellos. Se sintió invadido por la viva emoción del cazador a punto de cobrar su pieza. Volvió repentinamente el brazo sobre uno de los grandes peces y en una fracción de segundo, antes de que consiguiera disparar, todos los peces se dispersaron con una velocidad endemoniada.

    Emocionado todavía por el suceso y maravillado de la inteligencia de aquellos animales que podían controlar de aquella manera los peligros y asechanzas de los pescadores, que se permitían el lujo de no guardarle temor y de torearle, desistió de su empeño y se volvió a la barca.

    El largo rato de permanencia en el agua le había hecho desear otra vez la reconfortante caricia del sol.

    Se instaló perezosamente en la playa dispuesto a aletargarse tranquilamente. En el sitio en que estaba, a discreta distancia, había algunas personas y se sentía acompañado pero cómodo, a su aire. Cerró los ojos. Se dejó arrastrar hacia una profunda languidez.

    Oía el rumor de las olas arrastrándose en la orilla. La mano del sol se posaba sobre su cuerpo, abandonado sobre la arena. A ratos, una ligera brisa le envolvía, acariciándole, refrescándole. Un sentimiento especial, una especie de amistad por el mundo alrededor, le invadía. Se sentía olvidado de todo. Sólo sus sensaciones se hacían cada vez más reales, y ocupaban todo su ser. Una especie de adormecimiento, de dulce hormiguero, se extendía por los músculos de su cuerpo hasta hacerle perder la noción de los miembros, de la forma corporal. La respiración dejaba oír su ritmo lento y profundo, más que el rumor del mar y el viento, y se fundía con el sol, hecho carne, en una única sensación que le invadía completo.

    Sería mediodía cuando su sensibilidad fue despertando del místico ensimismamiento. Estiró sus miembros adormecidos recuperando el tono, el movimiento. Se incorporó a medias. Allí estaba el mar brillante de luz, la gente tomando el sol, bañándose. Experimentaba una serena y profunda alegría. Como cuando se recibe una buena noticia que cambia para siempre tu vida.


    DESALIENTO


    Iba ya camino de la ciudad de Ibiza, navegando tranquilo por delante de la concurrida y contaminada Playa D´En Bossa.

    Se irritaba contemplando el progresivo avance de la construcción de hoteles y bloques de apartamentos a lo largo de la playa. El agua se volvía más turbia y flotaban, aquí y allá, trozos de plástico que amenazaban con enrollarse en la hélice.

    La fortaleza de la ciudad alta le recibió al poco rato. El extremo bajo de la ciudad, un montón de apretadas casas blancas descansando encima de una peña, cerca del mar, se ofrecía como un descubrimiento, anticipando la esencia, la personalidad tranquila y luminosa de la ciudad.

    Entró por la bocana del puerto desfilando lentamente entre magníficos yates que permanecían amarrados.

    Se sentía un poco ridículo con su barquilla cargada de bultos, del mismo tamaño que las que usaban aquellos yates para acercarse a tierra una vez fondeados cerca de la costa. Su barba de algunos días, el pelo revuelto y salino del agua del mar, y su camiseta marrón sudada y recorrida por amplias y blanquecinas aureolas de sal, debían darle un aspecto algo salvaje. Por unos momentos su pequeña aventura se le engrandecía, y a la vez se le revelaba como una imprudente osadía. Se sentía cansado del viaje. Llevaba varios días ya, comiendo mal, durmiendo incómodo y a medias, soportando el castigo continuo del sol. Quizás el recalar en la ciudad le había despertado, en forma de una sensación de fatiga indefinida y global, el deseo de una cama blanda, de una buena comida, de una ducha de agua dulce… Había realizado menos de la mitad del viaje planeado y había consumido prácticamente toda la gasolina de los depósitos.

    «Es muy posible que los veinte litros de gasolina que puedo llevar no alcancen para resto del recorrido — ensaba con incertidumbre—.

    Claro que hasta ahora he correteado mucho por todos lados. Tendría que hacer un trayecto más directo, sin tantas distracciones. Desde luego no voy a comprar otro depósito. Ya voy bastante cargado».

    Inquieto con esa posibilidad de quedarse tirado hacia el final del viaje, tuvo una idea feliz: seguiría su viaje hasta consumir la mitad de la gasolina; si entonces calculaba que había hecho la mitad del recorrido, seguiría, y si no volvería otra vez a Ibiza. Se dirigió a los surtidores de gasolina y llenó los depósitos. Dejó una generosa propina.

    —¿Podría dejar la barca aquí un rato? —preguntó al hombre que le había atendido.
    —Sí, mire… déjemela amarrada al lanchón —le contestó gentilmente, señalando una especie de balsa metálica con motor amarrada cerca de allí.

    Saltó a tierra y se dirigió al lujoso bar del Puerto Deportivo. Se introdujo directamente en los servicios y se dio un refrescante chapuzón. Tenía la cara áspera y requemada. En verdad su aspecto parecía más de vagabundo que de marinero. Se empapó la cabeza abundantemente para disolver todo el salitre y se aplastó el pelo a mano. También se refrescó el pecho y los brazos, que parecían volverse más flexibles al contacto con el agua. Hizo lo que pudo con la sucia camiseta. El bañador, que también acusaba los estragos de la sal, lo lavó y escurrió, quedando como nuevo. Considerablemente recompuesta su figura se acercó a la barra y pidió una cerveza bien fresca.

    Desde la terraza del bar se divisaba, al otro lado del puerto, una bella panorámica de la ciudad trepando hasta el castillo, en lo alto de la roca. Un espectacular trasatlántico, amarrado justo a los pies de la ciudad, se fundía con ella en un blanco común plagado de ventanas. Eran mil ojos que miraban al puerto y al interior de la isla, desde la roca, de espaldas al amplio mar.

    Dio un largo paseo por el puerto admirando los magníficos yates de lujo, que más bien parecían barcos de pasaje. Los grandes veleros de tres palos, réplica de barcos antiguos, le transportaban a colosales aventuras atlánticas.

    Más le sugerían, y despertaban sus anhelos de aventura, los pequeños veleros de un solo palo. Estaban hechos más a su medida, más a propósito de sus deseos de vagabundeo solitario. Quizás algún día… Le bastaba un pequeño camarote, una cocinilla y un aseo; y las amplias velas y todo el mar por delante; quizás un pequeño equipo de música y libros… y sedales para pescar, y un sencillo equipo de buceo. Así soñaba paseando por los pantalanes entre el bosque de mástiles de los pequeños veleros, eligiendo su barco perfecto.

    Volvió lentamente hacia su barca. La tentación de abandonar seguía merodeando por su pensamiento. Allí abajo, flotando a ras de agua, bajo el muelle, se veía aquella insignificancia cargada de trastos. Pero los relucientes depósitos repletos de mezcla, uno azul y otro naranja, le esperaban como si estuviesen rebosantes de vida, dispuestos para el viaje.

    Algo se despertó súbitamente dentro de Lucas. De nuevo el impulso de la aventura disipó rápidamente todos sus pensamientos derrotistas. Arrancó el motor y salió lentamente del puerto en compañía del blanco transatlántico que ya abandonaba la isla, y que lanzó tres graves y prolongados rugidos al cruzar la bocana.

    La costa no ofrecía nada interesante. Navegaba mirándola, cómodamente tumbado en su postura de través, la cabeza descansando sobre la hinchada borda. Iba relajado, indolente, dejando que la barca hiciera Kilómetros.

    «Una mirada de vez en cuando y a mantener el rumbo» —se dijo.

    Se encontraba a gusto, a solas otra vez con el mar, que se deslizaba cerca de su cara.

    «Si me diera la vuelta y mirara mar adentro en lugar de hacia la costa, tendría la sensación de estar en alta mar, perdido en medio del Mediterráneo» —divagaba buscando algún entretenimiento.

    Dos golpes sordos, que atribuyó sobresaltado al motor, le despertaron bruscamente de su indolencia. Enseguida se repitieron y pudo identificarlos como disparos de escopeta. Estaba pasando por delante del Campo de Tiro de Ibiza. Aceleró por si acaso, imaginando un abanico de perdigones volando hacia el mar, hasta que consiguió bordear un saliente rocoso que pensaba que le ponía a salvo.

    El saliente estaba coronado por dos promontorios y observó que tras uno de ellos había una pareja estrechamente abrazada. Parecían de la ciudad por su manera de vestir. Él se mostraba más y más excitado e intentaba joder a la muchacha. Ella lo consentía, pero sin facilitarle la tarea. Por cómo se desarrollaba la escena, Lucas imaginaba que eran novios y era la primera vez en su relación en que iba a tener lugar el acontecimiento. Él introducía las manos por debajo de la falda de la muchacha y la sujetaba por las nalgas. Al apercibirse ambos de la presencia relativamente cercana de Lucas, interrumpieron su afán y se quedaron simplemente abrazados, mirando de soslayo.

    Lucas continuó discretamente su camino, pero al cabo de unos instantes no pudo resistir la tentación de ver en que quedaba la cosa. La pareja, ya confiada, se sumergía otra vez en el deseo. Él, ya completamente descontrolado, le levantó la falda descaradamente y le bajó las bragas, aferrándose otra vez con ahínco a las nalgas. Transcurrieron unos instantes de intentos sucesivos, de compulsivos cambios de posición y agitamiento impreciso,…y finalmente se fueron separando. Ella, con las bragas en la mano, protestaba con ademanes de falso enfado. Despacio, se fueron juntos bordeando el promontorio.

    El mar se estaba poniendo algo picado. En aquellas condiciones lo mejor era mantener un ritmo lento. El cansancio de todo el día empezaba hacer su mella en Lucas que se sentía ya para pocos trotes.

    A lo lejos divisó una amplia cala semicircular, cortada sobre un vertical acantilado que resplandecía del sol dorado del atardecer.

    Parecía brindarle una providencial acogida y se dirigió a ella aliviado, decidido a pernoctar allí. El cielo se iba nublando y se había levantado viento. El mar estaba ya insoportable. Las crestas de las olas mostraban sus penachos de espuma blanca por doquier. No podía hacer otra cosa que ir subiendo y bajando las olas, que en su camino hacia la costa le atacaban en ángulo por el flanco derecho. Los rizos de espumas se estrellaban contra la barca azotándole el cuerpo y el rostro. Pensó que si las olas o el viento aumentaban un poco más lo iba a pasar muy mal. Un golpe de miedo le sobrecogió repentinamente. Sus sentidos se agudizaron. Nunca había estado en un trance semejante y desconocía hasta qué punto podía empeorar la situación.

    A duras penas, después de un lento y agotador recorrido, llegó a la cala. El mar no se remansaba demasiado en ella. Era una amplio entrante bordeado de una estrecha playa de grueso chinarro. Las olas llegaban todavía fuertes a la orilla.

    Empujado por la última ola saltó al agua y tiró con fuerza de la barca para arrastrarla por el chinarro fuera del agua. La orilla era bastante pendiente y la resaca de la ola succionó de nuevo la barca hacia el agua. Una segunda ola la zarandeó con fuerza arrojándola contra el chinarro y llenándola de agua. Después de varios intentos y viéndose incapaz de meter la barca en tierra, saltó de nuevo a ella e intentó despegarse de la orilla.

    A fuerza de remos y sintiéndose zarandeado una y otra vez por las olas consiguió despegarse. Puso el motor en marcha y se separó de la peligrosa orilla. El agua llenaba casi la mitad de la barca y el tablero del suelo — oporte de rigidez del conjunto— había saltado de sus encajes.

    La barca iba flácida, doblándose al impulso de las olas. El motor, en el que sin duda habían penetrado algo de agua, fallaba de vez en cuanto. Comenzó a achicar rápidamente el agua con las manos pero no conseguía hacer disminuir el nivel. Pensó, angustiado, que quizá se había desgarrado el fondo de la barca y había alguna vía de agua.

    Navegó lentamente cerca de la orilla buscando un sitio adecuado para desembarcar, pero todo fue inútil. Toda la playa estaba igualmente difícil, batida por el oleaje. En su pensamiento se dispararon, en negro desfile de imágenes, las posibles alternativas que tenía. Podía acercarse otra vez a la orilla y saltar a tierra, dejando que las olas se ensañaran contra la barca y la destrozaran. Podía seguir adelante, con el mar y la barca en aquellas pésimas condiciones, intentando encontrar pronto un lugar donde salir a tierra. En este último caso podía acabar por pararse el motor, o llenarse la barca completamente de agua si es que realmente había una rotura del fondo. Tendría que abandonar la barca a merced del mar y ganar la orilla a nado.

    Observó que el nivel de agua no aumentaba y esto le tranquilizó un poco. La barca, con el maderamen suelto, no transmitía bien el empuje del motor y se doblaba. Sólo yendo muy despacio conseguía mantener el rumbo. Tras cada ola tenía que corregirlo. Iba bastante hundida pero aguantaba. Así, avanzando lentamente, continuó adelante. Era la única salida que ofrecía alguna posibilidad ante la certeza de perder la barca.

    Estaba ya en la salida de la cala. El motor había dejado de darle sustos y la neumática avanzaba lentamente subiendo y bajando olas. El viento pulverizaba las agudas crestas lanzándole frías bofetadas de agua.

    Estaba empezando a oscurecer. Con el cuerpo rígido y los ojos cerrados ante la agresión de los elementos, fijos en las olas, seguían desfilando por la mente de Lucas los negros pensamientos. Desconocía la costa y podía suceder que el acantilado se prolongará kilómetros y kilómetros. Podían pasar horas enteras de agonía hasta encontrar un embarcadero protegido y la noche se estaba echando encima. Podía, finalmente, hundirse la barca y no encontrar un mal sitio donde llegar nadando, salvo la peligrosa y cortante roca batida por el fuerte oleaje. Se imaginó aferrado a una roca del acantilado, brazos y piernas sangrando, medio destrozados en la lucha contra el mar.

    Rechazó con fuerza sus funestos pensamientos y se agarró firmemente a una sola idea: aguantar. Aguantar concentrado exclusivamente en cada ola que tenía que saltar. Pidió al cielo que pronto encontrara un lugar para desembarcar.

    Muy pronto, casi milagrosamente, como si su plegaria hubiese sido oída, encontró un diminuto remanso al volver un saliente rocoso.

    Admirado y casi incrédulo, acercó la barca hacia la breve playa de chinarro y saltó a tierra. El agua llegaba allí totalmente tranquila, frenado su ímpetu por un roquedal que hacía las veces de dique.

    Un impresionante acantilado cortado a pico encerraba aquel rincón relleno de grueso y redondo chinarro. Dio gracias a la Providencia mientras si iba serenando poco poco de la tensión sufrida.

    Sacó todas sus cosas de la barca y se dedicó con afán a achicar el agua, hasta dejarla obsesivamente seca; tal había sido el miedo pasado a que se inundara por completo. Quitó el motor y lo dejó en tierra, bien adentro. Una vez vacía, pudo arrastrarla sobre el chinarro completamente fuera del agua. Allí estaba bien y no había peligro de que el mar se la llevase. De pronto se dio cuenta de que había perdido uno de los remos. Pasó revista a sus otras pertenencias. Toda la ropa se había mojado, excepto el saco de dormir que bien envuelto en su bolsa de plástico había resistido. La radio, que casi nunca usaba, se había empapado y no funcionaba. Precisamente aquella noche, después de tantos avatares, le hubiese gustado relajarse oyéndola, tomando contacto con el mundo cálido y protegido de la civilización. Los cristales de sus gafas de sol estaban hechos añicos y las galletas del desayuno se habían convertido en una masa blanda y salada. Los cartones de leche estaban también flácidos y reblandecidos.

    Se hacía de noche con rapidez. Tenía que actuar deprisa.

    Apenas si había sitio para dormir en aquel escueto rincón taponado de cantos, entre el roquedal y el acantilado. Sólo un pequeño montón de algas secas en medio del chinarro se ofrecía como posible lecho. Por todas partes en veían negros pegotes que supuso eran de alquitrán. Limpió la zona como pudo y montó su tenderete de plástico. Corría un fuerte aire entre las rocas. Agotado y algo tenso todavía, se introdujo en el tenderete e intentó entregarse al sueño.


    TERESA


    La noche se le hizo eterna. Fue un rosario de cabezadas, dejándose ir por la dulce pendiente del sueño para despertar enseguida por la incomodidad o el dolor producido por un guijarro clavado en el cuerpo.

    Toda la noche fue una lucha continua contra los cantos. Debajo de las algas secas, y debido al peso del cuerpo, el nudoso lecho de cantos se fue haciendo evidente. A pesar de ello había descansado y se sentía recuperado de la azarosa peripecia del día anterior.

    Soplaba algo la brisa y de no ser por el tenderete de plástico lo habría pasado mal a causa del frío y la humedad. La minúscula cala donde el azar venturoso le había traído estaba tranquila, lo mismo que el mar abierto.

    —¡Qué diferencia, Dios mío! —suspiró aliviado Lucas, casi completamente feliz.

    El enorme y vertical acantilado, de roca ocre y parda, en cuya base estaba cobijado, resultaba impresionante por la mañana. Aquel lugar parecía un anidadero de gaviotas; era un rincón ignorado de la isla, completamente virgen.

    Preparó un desayuno a base de las galletas reblandecidas de la noche anterior y mermelada, haciendo una especie de papilla que después de todo estaba buena. El húmedo y salado cartón de leche había conservado en perfectas condiciones su contenido, y pudo saciar su eterna sed de las mañanas.

    Se sentía bien, sentado en una roca y contemplando el mar tranquilo. El Sol, que empezaba resplandecer sobre las aguas reverdecidas, entibiaba su cuerpo todavía encogido de la noche, despertando sus sentidos y su instinto de aventura. Su imaginación voló enseguida hacia nuevas playas de cálida y blanca arena, hacia deliciosas calas de aguas transparentes y bellos fondos.

    Se puso a prepararlo todo para continuar la marcha. Armó de nuevo la barca, dejándola bien ajustada y lista para correr. Afortunadamente no se había dañado y únicamente le contrariaba la pérdida del remo. En adelante tendría que contar sólo con el motor para cualquier maniobra. Era evidente que la pequeña neumática no era adecuada para salir al mar. Su aventura había sido un atrevimiento ignorante. Por otro lado, al verla aparejada y seca, con todos los bultos cargados de nuevo y en orden, no pudo reprimir un sentimiento de cariño y admiración. Empezaba a sentir que era algo muy suyo y a la vez con personalidad propia. Era su fiel compañera de aventura. Decidió buscarle un nombre. El primero que le vino la imaginación fue "Atrevida". Le gustó y así quedó bautizada para siempre.

    El mar estaba como una balsa. Atrevida se deslizaba feliz después de la angustiosa pesadilla de la noche pasada. El puño del acelerador giraba con dificultad debido al salitre acumulado. Observó que puesto a un cierto gas se mantenía sólo. Apretó también la mariposa de fijación de la dirección para mantener el rumbo. Comprobó que navegaba en línea recta manteniendo la velocidad. Era un hallazgo maravilloso como si navegara con piloto automático. La costa era monótona, sin nada especial que ver. Se situó a una distancia prudencial de la misma y puso el acelerador a plenos gases. Se tumbó de través todo lo largo que era, los pies colgando fuera de la barca, la cabeza descansando sobre la borda opuesta y los brazos extendidos en cruz sobre la misma, dispuesto a tomar perezosamente el sol.

    Dejó que Atrevida hiciera su trabajo. Iba planeando a toda velocidad, deliciosamente relajado y feliz, disfrutando de un auténtico crucero.

    Se cruzó con varias motoras cuyos ocupantes le saludaban sonrientes, contemplando su perezosa imagen de vagabundo de los mares.

    Frente a él se adentraba profundamente en tierra Cala Llonga. Después transcurría apacible la costa baja de Santa Eulalia.

    Una lancha neumática, que se divertía haciendo círculos sobre las lisas aguas, se puso a su altura como queriendo competir en velocidad. Era un extranjero. Cambiaron algunas palabras, cada uno en su idioma, sin entenderse en absoluto. Conscientes de ello, siguieron un rato en el juego de la conversación incomprensible, planeando parejos a toda velocidad. Finalmente se separaron sonrientes, siguiendo cada uno su camino.

    El encuentro le había hecho incorporarse en la barca y de pronto se dio cuenta que estaba deslizándose a toda velocidad sobre un extenso bajío, apenas a un par de palmos de profundidad. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y desaceleró instantáneamente el motor. Se imaginó el efecto de cuchillo de una roca un poco más saliente sobre la goma de la barca lanzada a toda velocidad. Enseguida asoció algo que había leído en un monumento en la plaza de Santa Eulalia, relativo al naufragio de un vapor, a principios de siglo, en un peligroso bajío de aquella costa.

    En pie sobre la barca, escrutando el fondo de algas y roca, buscando el camino de más profundidad, se fue alejando de la zona.

    El tiempo transcurría apaciblemente mientras desfilaba por delante de Punta Arabí y del conjunto de calas hasta llegar a Cap Roig y la isla de Tagomago. Después divisó la ancha bahía de San Vicente con sus magníficas playas, en algunas de las cuales se veía la gente disfrutar de un relajado y natural nudismo.

    Se dirigió a una de ellas, una especie de recogida calita con abundante arena. Ancló a Atrevida en lugar discreto y se fue, haciendo pie, hasta la orilla.

    Las pocas personas que había en la playa tenían un peculiar aspecto. Podían ser un último resto de la época hippy, en cualquiera de sus posteriores adaptaciones. Aunque cada uno se entretenía o aburría a su manera, se conocían todos y parecían formar un grupo.

    «Éstos deben de vivir en una comuna» —pensaba Lucas observándoles con interés y cierta envidia.

    Todos tenían esa natural desinhibición de movimientos y posturas que proporcionan el andar todo el día desnudo, incluso en casa, delante de los demás. Unos se deleitaban comiendo fruta que tenían apilada a la sombra de una roca. Dos hermosas chicas se divertían con total desenvoltura tirándose puñados de arena mojada, persiguiéndose por la playa.

    Una pareja, hacía estimulantes y pausados ejercicios de distensión y conciencia corporal. Tenían unos cuerpos realmente admirables. La chica era todo un espectáculo de belleza y expresión corporal. Lucas estaba realmente hechizado por el encanto de aquel cuerpo de mujer rebosante de sensualidad expresada, natural.

    Otra chica, muy gordita, tumbada cerca del agua, se entretenía en solitario retozando entre la arena y el agua. Su cuerpo estaba totalmente embadurnado de arena y parecía una croqueta viviente. De cuando en cuando se metía en el agua y parecía como si se desnudase. Después volvía tumbarse sobre la arena y se abandonaba de nuevo al capricho de sus movimientos.

    Un estrecho sendero que trepaba por la roca parecía el único acceso a la playa. Por él descendía una muchacha ataviada con una camiseta larga. Llegó hasta la zona donde estaban Lucas y extendió su toalla. Se quitó la camiseta, bajo la cual no llevaban nada, y se tumbó. Tenía un aire simpático y tranquilo, morena con grandes ojos y el pelo muy corto.

    Se estaba bien en aquel lugar. Lucas se sentía animado y propenso a la simpatía. Vio que la chica morena se incorporaba un poco y encendía un cigarrillo. Aprovechó la ocasión para entablar conversación.

    —¡Oye!... ¿Me puedes dar un cigarrillo? —preguntó Lucas desde su sitio.
    —Sí... toma —contestó la chica con naturalidad.

    Se acercó Lucas hasta ella y se sentó a medias a su lado.

    Ella le ofreció el cigarrillo y fuego del suyo propio.

    —¿Vienes mucho por aquí? —continuó Lucas sintiendo que se embarcaba en las preguntas tópicas de siempre.
    —Sí... bueno, bastante. La verdad es que nos queda bastante cerca.
    —Ah, ya... estáis por aquí cerca.
    —Sí, vivimos allí, en San Carlos —contestó girando algo la cabeza hacia atrás.
    —...Entonces eres de aquí, …¿No?
    —No, no,... —contestó la chica sonriendo— sólo paso dos o tres meses al año.

    Era una muchacha con una simpatía tranquila y natural, de esas personas con las que sin darte cuenta se establece enseguida una corriente abierta de comunicación.

    —¿No me irás a decir que trabajas aquí durante el verano...?
    —siguió indagando Lucas, sonriendo abiertamente.
    —Pues sí,... bueno,... hacemos algunas cosas de artesanía, ¿sabes?.… camisetas decoradas, algunas pulseras, algo de adornos,... de todo un poco.
    —¿Y qué tal se vende luego?
    —Bien... Bueno, no demasiado este año. Tenemos un puesto en el mercadillo de Es Caná. Ven algún día a verme... y ya me comprarás algo, ¿no? — sugirió riendo.

    Siguieron charlando animadamente. Lucas le contó su aventura alrededor de la isla. Ella le habló de la gente con la que vivía y de la vida que hacía. Vivía con dos parejas y tenían alquilada una casita en el campo, donde trabajaban en sus cosas. Ella hacía un poco su vida, aunque funcionaban en plan comunidad. Por las noches recalaban en una especie de bar al aire libre frecuentado por toda la gente que vivía en ese plan: artesanos, post—hippies, drogatas, etc...

    Se llamaba Teresa y tenía unos inmensos ojos negros. Era una de esas personas que te permiten descansar en su mirada. Intimaron rápidamente estableciéndose entre ellos una relación de simpática complicidad, impregnada por la sensación cálida y dulce de su proximidad desnuda y confiada.

    —Me voy al agua —dijo Teresa levantándose y como sacudiéndose de una incipiente voluptuosidad.

    Lucas siguió tumbado, contemplándola alejarse. La muchacha se sumergió un par de veces, refrescándose, y volvió hacia la playa. Era esbelta, casi tan alta como Lucas; los pechos pequeños y las caderas poco salientes; el liso pelo del pubis se escondía entre sus piernas. Su figura y sus movimientos tenían algo de familiar, de completamente natural; algo como de niña crecida.

    Se tumbó otra vez al lado de Lucas. Su cuerpo mojado, tan próximo, despertó en Lucas un impulso de abrazarla que no quiso contener.

    Ella no le rechazó enseguida, pero le fue separando con suavidad.

    —No, no,... déjame... estamos bien así —le dijo con familiaridad.

    Acariciándole con torpe inseguridad el vientre y la cintura se fue resignando Lucas a controlar poco a poco sus impulsos. Continuaron hablando y haciendo planes para volverse a ver una vez que él hubiese terminado su recorrido.

    En la playa seguía aquella gente haciendo su vida. Se dio cuenta Lucas de que era la primera vez que volvía a fijarse en la gente desde que llegó Teresa. Realmente estaba a gusto en su compañía y el resto, playa y personas, habían pasado a un segundo término. Eran como el ambiente, el decorado en que su relación tenía lugar.

    —Me voy a tener que ir ya —dijo Teresa—. Se está haciendo tarde y hoy me toca a mí preparar la comida.
    —¿Ya te tienes que ir?... Bueno, espero que nos veamos muy pronto. Me pasaré por el mercadillo y ya te localizaré.
    —Sí... y tienes que venir a mi casa —añadió Teresa con un tono fraternal que a Lucas le sonó como una amplia promesa.

    Se despidieron con un amistoso beso en los labios. Teresa le dejó una larga mirada repentinamente nostálgica, mientras se separaban.

    Lucas permaneció unos instantes viéndola irse, atrapado en el sentimiento de aquella mirada.

    Volvió a la barca mecánicamente y puso el motor en marcha.

    Se alejó de la playa y fijó el rumbo intentando superar la gran sensación de vacío que le invadía al proseguir su aventura. Era como si la aventura de verdad se fuese por otro camino distinto del que él emprendía, por aquel estrecho sendero que trepaba por la roca y por el que en aquellos momentos desaparecía Teresa.

    Enfiló directo a Cala San Vicente. La gran montaña que se elevaba a un lado de la cala se veía salpicada de casas blancas, prometiendo una vista panorámica de la bahía como para quedarse allí para siempre.

    Sentía mucha hambre y sin darse cuenta empezó a regalarse la imaginación con la posibilidad de una comida sabrosa en algún restaurante de la cala. Quizás era los largos días que llevaba a expensas de los dichosos cacahuetes como plato único. Quizá era que el encuentro con Teresa le había despertado la sensualidad.

    —¡Qué coño, yo creo que me ganado una buena comida! —exclamó convencido y animado, acelerando la marcha.

    La hermosa cala ofrecía una magnífica playa a los pies de la gran montaña. Algunos bloques de apartamentos, de construcción económica y simple, armonizaban al menos en altura y rellenaban de blanco el hueco entre la playa y la montaña. En ambos extremos de la cala, pegadas ya contra la roca, unas pocas casetas de pescador de igual construcción acotaban el espacio.

    «Si estuvieran pintadas de blanco sería perfecto; toda la cala formaría un bello conjunto» —pensó Lucas.

    Dejó a Atrevida en tierra, al lado de las casetas de pescadores, y se lanzó a la busca de un restaurante a su gusto.

    A lo largo de la playa se extendían las terrazas de los bares y restaurantes. Una situada en el centro, con blancas y frescas sombrillas, le sedujo. Pidió una jarra grande de cerveza y pollo al horno.

    El lugar era muy tranquilo y agradable, y la gente parecía disfrutar de esas apacible y reposadas vacaciones en el mar que uno siempre sueña y luego nunca consigue realizar.

    Le trajeron el pollo recién asado, en una impresionante fuente de barro repleta de exquisitas guarniciones.

    —Gracias. Esto tiene muy buena pinta —le dijo al camarero, sonriendo con plena satisfacción y frotándose las manos.

    Empezó a comer con auténtica glotonería y no paró hasta dejar la fuente realmente limpia «Bueno, esto es otra vida, otra dimensión. No tiene nada que ver con lo que estoy haciendo» —pensaba satisfecho.

    Apreciaba en todo su valor lo que supone de hallazgo, de cultura del deleite, una buena cocina. Sólo desde una perspectiva de austeridad como la suya, de vida primitiva, se podía captar el inmenso salto que va desde alimentarse con productos directos de naturaleza hasta deleitarse con un sabroso y bien guarnecido asado.

    Pidió un café y un paquete de cigarrillos. Se acordó de Teresa, sintiendo renacer un cálido afecto hacia ella. Pensó que pronto la volvería ver y su nostalgia se fue convirtiendo en seguridad, en apoyo.

    Contaba con ella, con su amistad recién encontrada. Eso le animaba a seguir con su aventura, quizás desde una actitud interior distinta, desde una perspectiva compartida.

    Desde la terraza se le ofrecía entera la bellísima bahía, protegida al frente por la isla Tago Mago. El color esmeralda suave del agua tenía esa intensidad, esa magia inexpresable que atrapa insistentemente la mirada. Luego se convertía en resplandeciente turquesa, cada vez más denso.

    Lucas se sentía completamente feliz. Todo un conjunto de sensaciones y sentimientos agradables confluían en él, allí, en aquel momento: el placer persistente de la buena comida, el delicioso cigarrillo, la fresca sombra, la incomparable belleza del mar, el recuerdo de Teresa...

    Era uno de esos instantes perfectos, en los que no se desea nada más, sólo que se mantengan.


    EL RETO


    Al salir de Cala San Vicente se encontró de nuevo con la mar fuertemente picada. El agua amenazaba con inundar la barca que avanzaba a saltos sobre las crestas, dando secos golpes al caer otra vez. Parecía que iba reproducirse la tragedia de la noche anterior.

    —Creo que lo más prudente es volver a la cala —rumoreaba atemorizado Lucas.

    Pero algo dentro le empujaba a aguantar un poco más, en difícil equilibrio entre el deseo de seguir y el miedo a naufragar. Su voluntad se mantenía, ciertamente, sobre un filo: una mínima fracción más de peligro y se volvería; pero si el mar se mantenía exactamente como estaba, seguiría, confiando en encontrar pronto una zona de aguas más tranquilas. Y en ese tenso equilibrio interior, la atención se mantenía fija, obsesivamente aferrada sólo a las olas y a la barca.

    Luchando así, ganándole metros al mar, pasó largo rato; hasta que se produjo el milagro, como la noche anterior. Una alargada punta rocosa dejaba un estrecho paso en su mitad, y al otro lado se veía una bellísima cala de agua tranquila y transparente.

    —¡Dios mío, qué maravilla! —gritó, descargando su tensión.

    Se introdujo con precaución por el reducido paso, que le parecía la puerta del paraíso. Sobre las quietas y verdes aguas resplandecientes de colorido, flotaban inmóviles dos bellos yates blancos.

    Cerca de uno se bañaban unas personas desnudas. En el otro, tomaban el sol en cubierta.

    Ancló a Atrevida a la sombra del acantilado, y se abandonó a un rato de descanso y contemplación.

    El paraje le parecía de una belleza aguda, casi dolorosa.

    Con ese dolor que produce la belleza inefable que no puede ser poseída del todo. Tal era la quietud y riqueza de colorido de aquel rincón. No había playa y un elevado acantilado encerraba la cala. La roca mostraba sus finos estratos de cebolla cortada, que a veces se retorcían en formaciones curvilíneas, como si se tratara de una masa encefálica. Un pequeño islote a un lado, se exhibía como un prodigio churrigueresco, como el copete de nata que ponen en las copas de helados. A nivel del agua los estratos ahuecados formaban varias grutas que culminaban el encanto del lugar. Era uno de esos lugares que invitan a la desnudez como purificación, como bautismo en la naturaleza, como acto de amor y de identificación con ella.

    A duras penas, y sabiendo que no encontraría un lugar más bello que aquél, se obligó a continuar su viaje. Las dificultades que estaba teniendo últimamente a causa del estado de la mar estaban dando a su aventura una perspectiva diferente de la inicial. Ya no se trataba de un recorrido admirado en torno a las bellezas de la isla. Cobraba cada vez más fuerza el hecho de la naturaleza bravía del mar y el reto de terminar la aventura superando todas las dificultades. Y ello imprimía un cierto ritmo, una premura en el viaje muy distante del espíritu de vagabundeo y despreocupación anteriores.

    Continuaba navegando por una bella zona de abundantes grutas, ya en la parte norte de la isla. Pasó por delante de Punta d´Es Gat, con su faro que marca el punto más al norte de la isla. Era una zona de impresionantes rocas calcáreas que parecían restos fósiles de gigantescas osamentas.

    Cruzó ligero por delante de Cala Portinaix, excesivamente concurrida, y se detuvo en Cala Sarraca. Era un hermoso lugar de exóticos rincones rocosos. Parecía un lugar perfecto para sumergirse y no pudo resistirse a la sugestión de una breve incursión submarina.

    Pronto estuvo en compañía de los conocidos bancos de diminutos pececillos que le miraban de cerca todos a la vez. Exploró los rocosos costados de la orilla. Vio brillar algo cerca del fondo pegado a la roca. Descendió y pudo contemplar de cerca una hermosa estrella de mar de intenso color naranja, con sus brazos semiocultos entre la roca. Más allá llegó a encontrar hasta cinco más, luciendo como pequeños semáforos en las profundidades de la cala.

    Satisfecho con su hallazgo, dio por terminada la exploración y se acercó a una deliciosa playita en un recogido lugar de la cala. Algunas casas, muy cuidadas, componían un rincón preciosista y tranquilo; el sueño de unos días de descanso.

    Se fue hasta el pequeño bar, en lo alto de la playa, desde el que se dominaba una exquisita vista de la cala. Unos árabes —árabes petroleros, pensó Lucas— ponían la única nota discordante en la paz de aquel lugar. Estaban acompañados de dos rubias mujeres objeto, de abundante morfología corporal. Daban muchas voces, chapurreando en inglés con las hembras, y luego se enzarzaban entre ellos en su endiablada jerga.

    Se hacían fotos, posando con unas ridículas gorras y unas gafas enormes de horribles colorines. Estaban felices en su exhibición ruidosa y hortera.

    Era ya tarde bien entrada y se dispuso a llegar hasta cala Benirrás para acampar allí.

    A mitad de camino el mar se puso horrible otra vez. Aquello parecía ya una maldición que se cernía sobre su aventura. Había un oleaje considerable y además, sobre las mismas olas, el agua se levantaba en infinidad de picos por efecto del fuerte viento. La gorra, que últimamente se había acostumbrado por fin a llevar para protegerse de la insolación, salió volando inesperadamente de su cabeza y desapareció entre las olas.

    Contrariado, pero sacando ánimos de la propia irritación que le invadía, siguió luchando contra el mar. Ya no dudaba, conocía la única alternativa posible: bregar incansablemente contra los elementos ignorando el peligro; ese peligro siempre presente de la costa abrupta, de la que habría que huir como de la muerte en caso de que Atrevida naufragara.

    Después de largo rato de tensa desesperación y obstinado aguante, dobló el saliente que protegía la Cala Benirrás. El cielo bendito tenía que producir aquella misma sensación al llegar de la tormentosa vida terrenal. Se terminó el viento, se terminó la agitación del oleaje, se terminó la zozobra y el miedo. Sólo paz reflejaban las serenas aguas de la hermosa cala. Un esbelto peñón, como un grueso mástil, emergía en medio del agua.

    Surcó despacio el bello remanso, deleitándose en la suavidad de la marcha, contemplando la estela que dejaba tras de sí. Aquello era otro mundo, una realidad radicalmente opuesta bajo el mismo día; una brillante realidad que se imponía con fuerza sobre la inquietud pasada, haciéndola aparecer incierta, innecesaria.

    «Como la vida misma, infierno o paraíso según donde te coloques» —filosofó Lucas.

    La cala estaba muy concurrida y casi todo el mundo parecía ser español. Palpitaba un ambiente distinto al de otras playas, más festivo y familiar.

    El sol iba cayendo poco a poco, radiante. La gente se demoraba en irse y asistía feliz al espectáculo del atardecer. Los chiringuitos de la playa encendieron sus luces dispuestos a permanecer abiertos todavía mucho rato. Un matrimonio joven cantaba a dúo una canción sentimental mientras abandonaban lentamente la playa, con el corazón ensanchado por un sentimiento repleto de existencia plena, tan grande como la roja tarde sobre el mar de Benirrás.

    Algunos seguían recostados sobre la arena, impregnados del sereno y bello atardecer. Otros, en animados corros familiares bajo la luz de los chiringuitos, levantaban sus voces alegres y charlatanas.

    Hasta entrada la noche no se quedó vacía y tranquila la cala. Lucas buscó acomodo en el porche cubierto de cañizo de una pequeña caseta pescadores, al final de la playa.


    A TODA VELOCIDAD


    Apenas pudo conciliar el sueño. Estaba incómodo y pasó frío.

    Nada más amanecer recogió sus cosas y se embarcó de nuevo.

    Soplaba un fuerte viento de tierra que rizaba el mar, arrancando ráfagas de agua que le salpicaban continuamente. La costa era un alto acantilado que presentaba de cuando en cuando a aberturas o valles por los que surgían golpes de viento que amenazaban con volcar a Atrevida.

    Desfiló por delante de Puerto San Miguel y Na Xamena, al lado de impresionantes acantilados cubiertos en lo alto por espesos pinares que llegaban hasta el borde mismo de la roca cortada sobre mar. Aquello parecía una isla distinta, tal era la grandiosidad del lugar. Una parte del gigantesco acantilado, especialmente bella, tenía reminiscencias de templo faraónico. Al lado mismo aparecía un gigantesco arco de triunfo excavado en lo alto de la roca.

    El mar se había ido calmando cuando llegó al bellísimo paraje de Ses Balandres. Se decidió a tomar un buen descanso en su dura lucha contra el mar y el viento. Era un solitario rincón en la base de un sobrecogedor acantilado. En un extremo se veían un par de casetas de pescadores. Las aguas, totalmente transparentes, dejaban ver un fondo pedregoso. La orilla era una breve playa de grandes piedras, por lo que dejó anclada a Atrevida y se acercó nadando todo lo que pudo para evitar las rocas del fondo. Llevaba puestas unas sandalias de caucho para andar sobre las rocas.

    El elevado acantilado parecía inaccesible y presentaba una primera franja de pura roca cortada. Divisó unas largas sogas que pendían de lo alto de la roca. Atónito imaginó que aquel era el único camino construido por los pescadores para bajar hasta las casetas. Se agarró a una de ellas y trepó por la roca apoyando los pies sobre la vertical pared.

    Emocionado con la experiencia de escalada, había llegado hasta una especie de rellano del que partía un sendero que sorteaba el precipicio por una zona más transitable. Pronto se encontró con otra franja rocosa en la que había sujeta una gran escalera de mano hecha de maderos. Y más adelante otra, salvando los verticales cortados.

    Estaba ya a una gran altura. Abajo divisó la bellísima cala; la esmeralda transparente del agua lanzaba reflejos variados desde su fondo de piedras que espejeaban como facetas. A un lado la minúscula barca flotaba ingrávida, proyectando su sombra sobre el fondo.

    Siguió un poco más por el sobrecogedor sendero de cabras que se arriesgaba a trepar por los recovecos y revueltas de la pared del acantilado. Divisó dos hombres que hacían un alto en el camino mientras tomaban un bocado. Parecían de la tierra y se les veía francamente fatigados y enrojecidos, no sabía Lucas si de la dura escalada o del vino que estaban trasegando de una ennegrecida y sobada bota.

    Al llegar a su altura le dijeron algo en ibicenco, sonriendo abiertamente, con afabilidad y algo de socarronería.

    —Buenos días —contestó Lucas sonriendo también, imaginando más o menos lo que le habían dicho.
    —¡Vaya subida... Esto no es para hacerlo todos los días! —añadió.
    — Sí, ya no está uno para estos trotes —contestó uno regordete, el más rojo de los dos—. ¿Qué, un trago?
    —Pues si, mire,... sí que se lo agradezco — contestó Lucas agarrando la bota que le tendía el simpático regordete y sentándose en una roca.

    Echó un largo trago del rojo vino. Era suave, deliciosamente afrutado. Parecía más bien un mosto poco dulce.

    —Este es un vino de aquí —dijo el otro hombre más entrado en edad y de aspecto enjuto—. Parece ligero, pero hay que tener cuidado, que engaña.
    —La verdad es que está muy bueno, sí señor — contestó Lucas devolviendo la bota.
    —No le hemos visto por abajo... —inquirió el regordete.
    —No, acabo de llegar. Estoy dando un paseo en barca por los alrededores —contestó Lucas, eludiendo entrar en más explicaciones.
    —Ahora esto ya cansa. Bajamos sólo el domingo a sacar la barca un rato y coger algunos peces.
    —¿Sí?... ¿Y qué tal?... ¿Qué tal se da la pesca por este sitio? —preguntó Lucas interesado.
    —Poca cosa, poca cosa,... Mire... —le mostró el enjuto—. Lo justo para el almuerzo.

    En una cesta de mimbre tenían una media docena de peces de regular tamaño y distintas especies.

    Le dieron un último tiento a la bota que pasaron de nuevo Lucas y se dispusieron a continuar la subida.

    —Yo vuelvo ya para abajo. Gracias... y hasta la vista —se despidió Lucas.

    Los dos hombres le despidieron en ibicenco y continuaron perezosamente su camino.

    Pronto estuvo abajo, deslizándose hábilmente por la soga que salvaba el último tramo del acantilado. Subió a Atrevida y la condujo hasta un islote en arco por debajo del cual se podía pasar. Sentía tener que dejar aquel lugar, pero había que seguir, había que seguir luchando contra el mar que sin duda le estaba esperando a la salida de la cala, empeñado en no ponerle fácil la culminación de su aventura.

    La costa de Santa Inés seguía ofreciéndole el soberbio espectáculo de sus gigantescos acantilados. Pronto el mar fue apareciendo movido, mostrando su realidad, su permanente naturaleza de fuerza latiendo, únicamente apaciguada en las dulces calas, en cuyo acogedor seno se volvía tranquilo y hermoso.

    Había pasado un largo rato, no sabía si eran horas debido a la monotonía y exclusiva concentración en el ataque de las olas. Seguía en la lucha, cansado sobre todo psíquicamente de la continua brega, sintiéndose impedido, ralentizado, débil ante el imprevisible capricho del mar.

    Inesperadamente divisó a lo lejos el contorno conocido de la isla Conejera.

    Su ánimo se excitó. El fin del viaje estaba próximo. El merecido descanso después de tantas horas difíciles se ofrecía prometedor, y por encima de todo, sentía la excitante sensación de estar a punto de culminar su aventura, su tantas veces incierta aventura, lo que le llenaba de orgullo y le devolvía una fuerza y entusiasmo hacía tiempo olvidados.

    Ahora tenía la certeza de que ya nada podía detenerle, de que ningún obstáculo podría impedir su cercano triunfó sobre el irascible mar. Y esa seguridad vibró con fuerza en su interior, revolviéndose en desafío contra el obstinado enemigo que tantas veces le había envuelto en peligrosas situaciones, como si hubiese querido desbaratar sus planes. Toda la frustración e impotencia acumuladas en todos aquellos momentos de temor y angustia se desataba ahora y alimentaba un creciente deseo de revancha, de reto consciente a las fuerzas del mar.

    Y el mar, como si le hubiera oído, recogió en desafío y se volvió más hostil. El viento arreció su castigo, levantando ráfagas de agua que Lucas veía llegar inexorables, como agudos y dispersos latigazos contra su rostro. Las aguas alborotadas hacían tambalearse a Atrevida como un juguete inofensivo.

    «Ahí detrás está la bahía de San Antonio; esto no puede durar mucho» —se animaba Lucas.

    Pero doblaba un saliente y todavía se le presentaba otro tramo de embravecido mar a superar.

    Y así, luchando tramo tras tramo, su abierta actitud de desafío se fue transformando en un profundo respeto, no exento de firmeza en la lucha, pero a sabiendas de que el mar tenía siempre la última palabra.

    Por fin, a los lejos, como una increíble aparición, divisó la amplia embocadura de la bahía de San Antonio. Un incontenible impulso le hizo abandonar toda prudencia, despertando sus reprimidas ansias de llegar por encima de todo riesgo. Ya nada le importaba, ni aún volcar en el último momento —estaba cerca y llegaría a nado si fuera preciso—. Lanzó a Atrevida a toda velocidad. El motor respondió seguro, imponiendo su redondo y sordo zumbido sobre los elementos, como el rugido continuo de una voluntad inquebrantable.

    Iba saltando por encima de las crestas, botando sobre el agua. Lucas sentía en todo su cuerpo los secos y violentos golpes del maderamen al caer contra la superficie del mar. Una sensación de salvaje placer se fue desanudando en su garganta, convirtiéndose en grito, en grito de desprecio y superación de su propio miedo.

    Y así, dando tumbos, gritando, como en un triunfal final de carrera, entró en las sosegadas aguas de la bahía de San Antonio, el antiguo Portus Magnus de los romanos, en el que el agua llegaba dulcemente hasta la amplia orilla, sin prisas, como una delicada, luminosa y eterna sonrisa.


    Fin

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    T 2 (3 seg)


    T 3 (s) (5 seg)


    T 4 (6 seg)


    T 5 (8 seg)


    T 6 (10 seg)


    T 7 (11 seg)


    T 8 13 seg)


    T 9 (15 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)