APRISIONADO EN LA GARRA DEL DIABLO
Publicado en
noviembre 18, 2012
De pronto me quedé sin poder respirar...
Por Michael Ray Taylor
CUANDO le digo a la gente que mi afición favorita es explorar cuevas subterráneas, alguien siempre me pregunta si no me da claustrofobia.
Yo contesto que el cuerpo humano cabe en aberturas bastante pequeñas, y que, en las cuevas, una abertura pequeña muchas veces desemboca en una grande. "No", concluyo, "nunca me da claustrofobia".
Desde luego, es mentira. Me aterran los pasajes estrechos, en los que hay que despojarse del equipo, de la ropa y a veces hasta de la piel. Pero el único lugar donde he sentido lo que se llama pavor es un pasaje llamado la Garra del Diablo, que se encuentra en las profundidades de los montes de caliza de Virginia Occidental.
Este ondulante pasadizo, que comunica dos cuevas llamadas Bone y Norman, mide tan sólo tres veces la longitud de un cuerpo humano. Lo molesto es su altura (entre 18 y 25 centímetros), así como las afiladas salientes de roca, que se clavan en el cuerpo como el bisturí de un cirujano diabólico. De allí su nombre.
Un día, mi compañero de espeleología de hace años, Lee Pearson, y yo decidimos ir a explorar la Garra del Diablo. Fuimos con el guía Miles Drake, quien llevaba a tres novatos de su club de espeleología.
Como hacía años que Miles no iba a la Garra del Diablo, cuando llegamos a la cueva Bone no sabía cuál de los muchos túneles tomar. Ni a Lee ni a mí nos gustó la idea de tener que probar suerte en cinco aberturas, pero eso no nos desanimó. Al fin y al cabo, en un lugar laberíntico como la cueva Bone es normal tardar cierto tiempo en orientarse.
Sin embargo, los novatos se cansaron de pasar una hora a cuatro patas y dando tumbos en una nube de polvo, y se pusieron a murmurar que tal vez sería mejor volver atrás. Fue entonces cuando llegamos a una galería inclinada cuyo fondo daba a un estrecho pasaje rocoso que no podía ser otra cosa que la Garra del Diablo.
Miles entró primero.
—¡Es aquí! —gritó—. ¡Cómo olvidar un sitio tan espantoso!
Los novatos entraron detrás de él, y Lee y yo, al final.
Lo único que veía delante de mí eran las suelas de las botas de mi compañero. Oí a Miles gritarle palabras de aliento a una novata. Las maldiciones que ésta soltaba entre dientes me pusieron los pelos de punta, pero, como finalmente logró pasar al otro lado, me dije que yo no podía quedarme atrás.
Yo mido 1,83 metros de estatura y peso alrededor de 88 kilos. Lee es algo más ligero, pero ocho centímetros más alto. Por eso, cuando vi avanzar sus botas y lo oí abrirse paso pujando hacia el otro lado, respiré con alivio. Él era casi tan grueso como yo.
—Allá voy —anuncié.
EL CONDUCTO iba de bajada y torcía hacia la izquierda. Cuanto más me adentraba en él, impulsándome con los dedos de los pies, más apretado quedaba entre el techo y el suelo de roca. Eché mi casco adelante, de modo que la lámpara alumbrara hacia mí.
Se me había olvidado sacar una linterna que llevaba en el bolsillo de la camisa, y el artefacto se me hincaba en el pecho conforme avanzaba. Pero era una ventaja ir de bajada, sobre todo cuando sacaba el aire de los pulmones para reducir la sensación de opresión.
Por fin, luego de andar un trecho a gatas, llegué al otro lado: una galería del tamaño de un hangar, donde se podía estar de pié.
—¡Gracias a Dios que no tengo que atravesar eso cuesta arriba! —exclamé con alivio.
Entonces vi que una novata respiraba tan agitadamente que estaba a punto de desmayarse por hiperventilación, y la otra lloraba a lágrima viva. Las tres horas que llevábamos bajo tierra les habían resultado peores de lo que pensaban, y ya querían volver a casa.
Miles reconoció que no recordaba que hubiera que arrastrarse tanto. —Pero desde aquí ya no hay más que caminar —agregó—. Saldremos en una o dos horas.
—¿Conoces el camino? —preguntó alguien.
—Puedo dar con él, aunque no sé exactamente en qué punto saldremos a la superficie.
No lo hubiera dicho. Lee y yo propusimos seguir adelante, pero las mujeres se empeñaron en volver atrás. El tercer novato resolvió la disputa.
—Yo estoy harto —dijo, y comenzó a trepar por la pendiente... derecho a la Garra del Diablo.
A los demás no nos quedaba otro remedio que seguirlo.
ESTA VEZ Miles y los novatos tardaron una hora en cruzar el conducto; sus quejidos de esfuerzo reverberaban con más intensidad en la caverna. Mientras esperábamos a pasar, Lee y yo nos pusimos a explorar la cueva Norman, donde los rápidos de un río subterráneo cantaban alegremente. De vez en cuando mirábamos por el conducto para ver dónde iban los demás.
Llegaron por fin a la cueva Bone. Yo tuve la precaución de guardar la linterna en mi mochila y luego volví a ponerme detrás de Lee, que comenzó a ascender rápidamente por el pasaje.
Impulsarme con los dedos de los pies me había dado resultado al bajar, pero en la subida se impuso la fuerza de gravedad y mi avance se hizo muy lento. Además, la presión del techo y el suelo de roca iba otra vez en aumento. Para encoger los hombros tenía que llevar un brazo hacia atrás y el otro hacia delante .
Volví a empujar con los pies, avancé dos centímetros y sentí que el techo me aplastaba con más fuerza. Alcanzaba a ver a Lee esperándome unos tres metros más arriba. Un metro más y habría pasado la peor parte, pero en ese momento me di cuenta de que estaba atascado. Sentí que una oleada de pánico me recorría el cuerpo y decidí hacer una pausa para respirar profundamente.
Al aspirar, no pude hinchar el pecho más allá del punto en que la roca lo permitió. Estaba metido allí como un corcho en una botella. Tenía que respirar muy superficialmente, y no podía avanzar si no era con los pulmones vacíos. ¿Qué pasará si llego a un lugar donde no pueda respirar en absoluto?, me pregunté.
Cerré los ojos y apoyé la cabeza en la fresca roca tratando de ocupar la mente en otra cosa. Pensé que, si me desmayaba, Lee podría sacarme de allí a rastras. ¿Pero si el overol se me prende de una saliente y me quedo atrapado en un sitio donde no pueda respirar?
Decidí quitármelo. Comencé a impulsarme poco a poco hacia atrás con la mano derecha, para volver a la cueva Norman. Espirar, retroceder, pausa, inhalar; espirar, retroceder, pausa, inhalar. Por fin llegué, me puse en pie y me quité el overol; lo doblé y lo arrojé por el túnel dentro de mi casco. Entonces me eché al suelo en ropa interior y botas, y emprendí nuevamente el ascenso.
Las afiladas salientes de roca me desgarraban la piel desnuda del pecho, pero los pocos milímetros de holgura que había ganado me facilitaban el avance. No tardé en llegar al sitio donde había dado marcha atrás. Le arrojé a Lee el casco con el overol y le pedí que me sujetara del brazo.
—Tira cuando te diga —le indiqué, y respiré cuatro veces para tranquilizarme—. ¡Ahora! —dije, soltando el aire.
Así avancé 15 centímetros.
Entonces traté de inhalar y no pude. Sentía palpitaciones en los oídos, pero no dije nada para no desperdiciar el poco oxígeno que me quedaba en los pulmones.
EN ESO me vino a la mente el recuerdo de la primera vez que me eché al agua desde un trampolín alto, a los ocho años. Luego de hundirme, mientras pataleaba desesperadamente hacia la distante luz de la superficie, me pareció que me cubría una interminable inmensidad de agua. En la Garra del Diablo reviví el pavor, el pataleo y, finalmente, el alivio de respirar otra vez.
Aquel día de mi niñez, mientras nadaba hacia la orilla, sepulté en el olvido el momento de terror y seguí saltando una y otra vez desde el mismo trampolín. Al llegar la noche ya no recordaba que las oscuras aguas habían estado a punto de engullirme.
La Garra del Diablo me lo recordó todo.
Volví a la realidad al sentir como si Lee estuviera arrancándome el brazo. Clavé los pies en la roca y empujé con todas mis fuerzas. Las salientes volvieron a rasgarme la piel, avancé dos centímetros y pude al fin respirar.
Jadeando, le pedí a Lee que me soltara, cerré los ojos y esperé hasta recuperar el aliento. Luego fui sacando poco a poco el vientre, las caderas y los muslos, hasta quedar libre otra vez.
Vagar por las entrañas de la Tierra, como saltar desde un trampolín elevado, es desafiar el miedo... y vencerlo. Sólo haciéndolo una y otra vez podemos descubrir nuevos territorios: universos asombrosos que yacen bajo la superficie del mundo.
CONDENSADO DE CAVE PASSAGES: ROAMING THE UNDERGROUND WILDERNESS. © 1996 POR MICHAEL RAY TAYLOR, PUBLICADO POR SCRIBNER, DIVISIÓN DE SIMON AND SCHUSTER, DE NUEVA YORK.
FOTO: © RON SIMMONS.