Publicado en
noviembre 25, 2012
Cada pueblo y cada ciudad tiene sus propios ejemplos de valor, bondad y decencia. A continuación presentamos al lector a cuatro...
COMPILACIÓN
TELEFONEMA DEL CIELO
Deseosos de tener hijos, Mark y Carey Van Druff pasaron años probando sin éxito varios tratamientos para la esterilidad. Luego gastaron 2000 dólares en intentos de adopción, pero tampoco tuvieron suerte. Como Mark vio fracasar después un negocio que había emprendido y Carey perdió su empleo, se resignaron a no ver cumplido su sueño.
Entonces, en marzo de 1994, recibieron una inesperada llamada telefónica. Era una trabajadora social de una agencia de adopciones, quien les dijo que un benefactor anónimo aportaría fondos para que adoptaran un niño en el extranjero. "No podía creer que fuera verdad", recuerda Carey. Luego de cerciorarse de que la agencia era legítima, Mark interpretó la buena nueva como una señal de la ayuda de Dios.
En octubre del año siguiente, los Van Druff conocieron en un orfanato rumano al pequeño de tres años que iba a ser su hijo. El niño había vivido allí desde que nació, y entre él y la pareja surgió un gran cariño desde el primer instante. "Cuando le dijeron que Carey era su mamá", cuenta Mark, "el niño se echó en sus brazos y le dio un beso".
El pequeño, al que pusieron Eric por nombre, sigue dándole besos a su madre. Es un niño muy inteligente, y ya casi domina el idioma de sus padres. Mientras abraza a su hijo, Carey expresa que su alegría es "indescriptible".
Los Van Druff calculan que su benefactor gastó entre 10.000 y 12.000 dólares para ayudarlos. No saben cómo se enteró esa persona de que anhelaban tener un hijo. Quizá se trate de un miembro de su parroquia o de un generoso conocido de Mark. Es un misterio.
—Theresa Walker, en el Register del condado de Orange, California
BUEN EJEMPLO
¿Niños abrazando policías? No es algo muy frecuente en este tiempo, pero al agente Wayne Barton le sucede a menudo.
Cuando oyó que la cafetería de una escuela tenía poco personal y se necesitaba que alguien ayudara a servir el almuerzo, Barton, policía con 15 años de servicio, reflexionó: ¿Que ése no es mi deber? Mentira. ¡Claro que lo es! Hay que hacer lo que se necesita hacer. Así que una semana se ata un delantal y sirve platos, y a la siguiente ayuda a algún anciano a empujar un carrito con víveres en el supermercado. Así es él.
Pero no se piense que Barton elude el trabajo rudo. Lleva años combatiendo el narcotráfico en un barrio de alta delincuencia, y por su destacado desempeño ha recibido numerosos premios.
En las calles lo llaman "el Gran B", y para los niños es el agente Wayne. Desde hace nueve años participa en la comunidad. Ello implica ir de uniforme al día de campo de la iglesia, o asistir al concurso de ortografía de la escuela. "¿Quién dice que un policía no debe estar en las buenas ocasiones?", pregunta. También visita un conjunto de viviendas para familias pobres, y los 250 niños que allí viven al parecer lo conocen por su nombre. Los fines de semana se lleva a casa a 20 de ellos, los que han recibido mejores calificaciones en la escuela, y juntos juegan en la computadora y a encestar balones.
—¿Qué es lo que obtiene de todo esto? —le pregunto.
Antes de que pueda contestar, una pequeña corre hacia él y se abraza de sus gruesas piernas.
—Te quiero, agente Wayne —le dice.
Y, desde luego, ya no hace falta que me responda.
—Deborah Work, en el Sun-Sentinel de Fort Lauderdale, Florida
GRACIAS POR LOS RECUERDOS
En abril de 1994, llegó un paquete con 14 rollos de película fotográfica al laboratorio H&H Color de Kansas City. El paquete no tenía ni dirección ni remitente. Cuando revelaron los rollos, las fotos mostraron a una feliz pareja intercambiando anillos y brindando por el amor.
Para Rob Newbanks, jefe de pruebas del laboratorio, los rostros de los recién casados se convirtieron en una obsesión. Finalmente, en mayo de 1996, Newbanks empezó a investigar. Luego de ampliar algunas de las fotos, notó un letrero en el edificio donde se había celebrado la boda: decía "River Club".
¿Pero cuál River Club? Entonces amplió una foto del banquete hasta que pudo leer las tarjetas que indicaban los nombres de los invitados. Una de ellas decía "Bob Derrenbacker". Newbanks telefoneó a su padre, un entusiasta de la informática radicado en Illinois, y le preguntó si podría ayudarlo a localizar a alguien llamado así. Sí pudo; era un residente del estado de Nueva York. Newbanks luego se comunicó con Derrenbacker, quien pidió que le enviara por fax una foto de los novios.
El hijo de Derrenbacker fue el primero en ver el fax.
—Es mi amigo Kyle —le dijo a Newbanks, quien en seguida telefoneó a Kyle Morgan, en Florida.
—¡No puedo creerlo! —exclamó éste—. ¡Por favor, no cuelgue!
Tan convencidos estaban los recién casados de que nunca verían las fotos, que habían vuelto a retratarse vestidos de novios. Hoy la pareja ya tiene en casa su tesoro: 300 fotos de su boda.
—AP
EL MEJOR DE LOS TRUCOS
El llanto de una niña que había sufrido quemaduras de tercer grado conmovió profundamente a Kevin Kaplowitz, de diez años de edad.
"Le hice un animal con un globo y ella comenzó a sonreír y luego a reír", cuenta Kevin, que había ido al hospital a presentar actos de magia para los pacientes. "Logré que se olvidara de su dolor".
Hoy Kevin tiene 15 años y sigue actuando para enfermos y ancianos. En una visita reciente a un hogar para ancianos, el muchacho, vestido de etiqueta, hizo trucos de naipes, sacó pañuelos de una caja vacía y unió cuerdas con sólo tocarlas.
El chico dona a los hospitales y a los programas para niños minusválidos de su localidad los 15 o 20 dólares que gana por hora trabajando de mago en un restaurante. "Tratamos de obsequiarle cupones de 25 dólares canjeables en un centro comercial, pero él se niega a aceptarlos y, por el contrario, nos entrega 100 dólares para nuestro programa contra el cáncer", dice Kathy Pearson, enfermera especializada.
Kevin aprendió a ayudar a los demás por el ejemplo de su madre, Barbara, maestra voluntaria de niños del barrio, y de su hermana mayor, Karen, que empezó a bailar para enfermos hospitalizados desde que tenía cuatro años.
"Estoy orgullosa del altruismo de mi hijo", dice Barbara. "Desde pequeño descubrió su vocación de ayudar a la gente; y sabe muy bien por qué lo hace".
—Minar Ko Cruz, en el Times de Los Ángeles