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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
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  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
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  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
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  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
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  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    ESTILOS:
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    Ocultar Reloj

    ( RF ) ( R ) ( F )
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    (RF) (R) (F)
    (D1) (D12)
    (HM) (HMS) (HMSF)
    (HMF) (HD1MD2S) (HD1MD2SF)
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    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
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  • Ancho igual a 1088
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  • Ancho igual a 1176
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  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


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    EL LUNAR (Alfred de Musset)

    Publicado en noviembre 11, 2012
    — I —


    En 1756, cuando Luis XV, cansado de las disputas entre la magistratura y el Consejo Superior sobre el impuesto de los dos sueldos, tomó el partido de mantenerse en un plano de justicia, los miembros del Parlamento le devolvieron sus actas. Dieciséis de estas dimisiones fueron aceptadas, recayendo sobre ellas otros tantos destierros.

    —Pero ¿podríais ver —decía madame de Pompadour a uno de los presidentes—, podríais ver con sangre fría que un puñado de hombres se resistiese a la autoridad del rey de Francia? ¿No os habría parecido mal? Despojaos de vuestra investidura, señor presidente, y juzgaréis el caso como yo.

    No solamente los desterrados sufrieron la pena de su malquerencia, sino también sus parientes y amigos. La censura epistolar divertía al rey. Para descansar de sus placeres, se hacía leer por su favorita cuanto de curioso contenía la correspondencia. Bien entendido que, bajo el pretexto de estar por sí mismo en el secreto de todo, se divertía así con las mil intrigas que desfilaban ante sus ojos; pero aquella que tocaba de cerca o de lejos a los jefes de partido estaba casi siempre perdida. Se sabe que Luis XV, con todas sus debilidades, poseía una sola fuerza, la de ser inexorable.

    Una noche que se hallaba junto al fuego, sentado a la chimenea y, como de ordinario, melancólico, la marquesa, hojeando un legajo de cartas, se echó a reír encogiéndose de hombros. El rey le preguntó qué sucedía.

    —Que acabo de ver —respondió la marquesa— una carta sin sentido común, pero muy conmovedora, y que da lástima.
    —¿Quién la firma? —dijo el rey.
    —Nadie; es una carta de amor.
    —¿Y a quien va dirigida?
    —Eso es lo gracioso. A mademoiselle de Annebault, sobrina de mi buena amiga madame de Estrades. Seguramente la han metido entre estos papeles para que yo la viera.
    —¿Y qué es lo que dice? —añadió el rey.
    —Ya os lo he dicho; habla de amor. Es cosa de Vauvert y de Neauflette. ¿Hay por allí algún gentilhombre? ¿Recuerda Vuestra Majestad?

    El rey se picaba de conocer a fondo toda Francia, es decir, la nobleza de Francia. La etiqueta de su corte, que había estudiado muy bien, no le era más familiar que los blasones de su reino; ciencia bien reducida, puesto que no sabía nada más; pero se envanecía de ello; ante sus ojos toda noble jerarquía era como la escalinata de su trono, y quería pasar por su maestro. Después de permanecer unos momentos pensativo, frunció las cejas como ante un recuerdo desagradable, y haciendo a la marquesa seña de que leyera, volvió a hundirse en su sillón, y dijo sonriendo:

    —Sigamos: la muchacha es bonita.

    Madame Pompadour, en el tono más suavemente burlón, empezó a leer una larga epístola, pródiga en grandes tiradas amorosas.

    «¡Ved —decía su autor— cómo me persigue el destino! Todo parecía dispuesto a satisfacer mis deseos, y hasta vos misma, mi tierna amiga, ¿no me habíais hecho esperar la felicidad? Sin embargo, por una falta que no he cometido, he de renunciar a ella. ¿No es excesiva crueldad haberme dejado entrever el cielo, para precipitarme en el abismo? ¿Gozaríais del bárbaro placer de mostrar a los ojos de un pobre condenado a muerte cuanto puede hacer la vida atrayente y amante? No obstante, tal es mi suerte; no me queda otro refugio ni otra esperanza que la tumba, pues mi desgracia me impide aspirar a vuestra mano. Cuando la fortuna me sonreía ponía toda mi esperanza en que llegaseis a ser mía; pobre ahora, me daría horror atreverme a seguir pensando en vos, y, puesto que no puedo haceros dichosa, aunque muriendo de amor, os prohíbo que me améis...»

    La marquesa sonrió a estas palabras.

    —He aquí un hombre honrado, señora —dijo el rey—. ¿Pero qué es lo que le impide casarse con su amada?
    —Permitid, Sire, que continúe:

    «Me sorprende que injusticia que tanto me abruma proceda del mejor de los reyes. Sabéis que mi padre solicitaba para mí una plaza de corneta o de abanderado, y que esta plaza decidía mi vida, puesto que me proporcionaba el derecho de aspirar a vos. El duque de Birón me había propuesto; pero el rey me recusó de un modo que me es muy triste recordar, pues si mi padre tiene su manera de ver las cosas —quiero admitir que ello sea una falta—, ¿debo ser yo castigado por eso? Mi fidelidad al rey es tan firme y sincera como mi amor a vos. Claramente demostraría lo uno y lo otro, si para ello me valiera tirar de espada. Es desesperante que se rechace mi demanda; pero lo que se opone a la bien reconocida bondad de Su Majestad es que se me rechace sin razón valedera, envolviéndome en desgracia semejante...»

    —¡Ah! ¿Sí? —dijo el rey—. Eso me interesa.

    «¡Si supierais cuán tristes estamos! ¡Ay, amiga mía! ¡Durante todo el día me paseo a solas por estas tierras de Neauflette, por este pabellón de Vauvert, por estos bosquecillos! Ayer, el jardinero odioso se presentó con su rastra; pero le he prohibido que rastrille. Iba a profanar la arena... La huella de vuestros pasos, más frágil que la brisa, aun no se había borrado. La punta de vuestros menudos pies y vuestros altos tacones blancos aun se marcaban en el paseo; parecían caminar ante mí, mientras iba siguiendo vuestra divina imagen, y vuestra sombra, como posándose sobre el fugitivo rastro, se animaba por momentos. Fue aquí, departiendo a lo largo del parterre, donde tuve ocasión de conoceros y apreciaros. Una educación admirable en un angelical espíritu; la dignidad de una reina junto a la gracia de una ninfa; un lenguaje sencillo para unos pensamientos dignos de Leibnitz; la abeja de Platón en los labios de Diana: todo esto me envolvía en cendal de adoración. Y entretanto, entonces, las bien amadas flores esparcían su aroma en torno nuestro. Las aspiré escuchándoos y en su perfume vive vuestro recuerdo. Ahora doblan sus corolas, como, mostrándome la muerte...»

    —Ése es un mal discípulo de Juan Jacobo (1) —dijo el rey—. ¿Para qué me leéis eso?
    —Porque Vuestra Majestad me lo ha ordenado por los lindos ojos de mademoiselle de Annebault.
    —Ciertamente, sus ojos son lindos.

    «Al regresar de mis paseos encuentro a mi padre siempre solo, en el gran salón, de codos junto a un candelero, bajo estos dorados descoloridos que cubren nuestros carcomidos artesonados. Me ve llegar con tristeza... Mi pena aviva la suya. ¡Oh Atenaida! En el fondo de este salón, junto a la ventana, está el clavecino que recorrían vuestros deliciosos dedos, que sólo una vez tocaron mis labios, mientras los vuestros se entreabrían dulcemente a los acordes de la más suave música..., de tal modo que vuestro canto no era sino una sonrisa. ¡Ah, qué deliciosos Rameau, Lulli, Duni y qué sé yo cuántos otros! ¡Oh, sí! ¡Vos los amáis, y siempre están en vuestra memoria! ¡Su hálito ha cruzado por vuestros labios! También yo me siento ante el clavecino y trato de tocar una de esas sonatas que tanto os placen, y que ahora me parecen frías y monótonas; me paro de pronto, y las oigo extinguirse, mientras el eco se apaga bajo esta bóveda lúgubre. Mi padre se vuelve hacia mí y me contempla desolado. ¿Qué puede hacer él? Un chisme callejero, de antecámara palaciega, ha apretado nuestros grillos. Me ve joven, ardiente, lleno de vida, sin más deseo que estar en el gran mundo, y aunque es mi padre, nada puede hacer...»

    —¿No se diría —dijo el rey— que al mozo, yendo de caza, le hubiera matado el halcón en su propia mano? ¿Acaso alude a alguien?

    «Es muy cierto —replicó la marquesa, prosiguiendo su lectura en tono más bajo—, es muy cierto que somos vecinos cercanos y lejanos parientes del abate Chauvelin...»

    —¡Ya salió aquello! —dijo Luis XV bostezando—. Un sobrino más de los pleiteantes y memorialistas. Mi Parlamento abusa de mi bondad; verdaderamente, tiene demasiada familia.
    —Pero si no es más que un pariente lejano...
    —¡Bah! Toda esa gente no vale la pena. El abate Chauvelin es un jansenista, un pobre diablo; pero de los dimitidos. Echad esa carta al fuego, y que no se me hable más de ella.


    — II —


    Las últimas palabras pronunciadas por el rey no eran precisamente una sentencia de muerte, pero sí una especie de prohibición de vivir. ¿Qué podría hacer en 1756 un joven sin fortuna y de quien el rey no quería ni hablar? Procurarse un destino, hacerse filósofo o acaso poeta; pero sin influencia, como en aquel caso, nada valía todo ello.

    No era ésta, ni con mucho, la vocación del caballero de Vauvert, que acababa de escribir, con los ojos arrasados en llanto, la carta de que se burlaba el rey. Entretanto, a solas con su padre en el fondo del viejo castillo de Neauflette, se paseaba por la estancia con aire triste y enfurecido.

    —Quiero ir a Versalles.
    —¿Y qué vas a hacer allí?
    —No lo sé; pero ¿qué hago aquí?
    —Acompañarme; ciertamente que esto no será muy divertido para vos, y de ningún modo quiero reteneros. Pero ¿olvidáis que vuestra madre ha muerto?
    —No, señor; y le prometí consagraros la vida que os debo. Volveré, pero quiero partir; no sabría permanecer aquí.
    —¿Y a qué se debe eso?
    —A un extremado amor. Amo perdidamente a mademoiselle de Annebault.
    —Sabéis que es inútil. Nadie más que Molière puede hacer casamiento sin dote. Olvidáis, además, que he caído en desgracia.
    —¡Ah, señor! ¡Vuestra desgracia! ¿Me será permitido, sin apartarme del más profundo respeto, preguntaros a qué se debe? Nosotros no pertenecemos al Parlamento. Nosotros no creamos el impuesto, pero lo pagamos. Si el Parlamento escatima los dineros del rey, es cosa suya y no nuestra. ¿Por qué ha de arrastrarnos en su ruina el señor abate de Chauvelin?
    —El señor abate de Chauvelin procede como un hombre honrado. Se niega a aprobar el diezmo porque está escandalizado de las dilapidaciones de la Corte. En tiempos de madame de Châteauroux no hubiera ocurrido nada semejante. Aquélla, al menos, era realmente hermosa, y no costaba nada, ni aun lo que prodigaba generosamente. Y aunque reina y señora, se consideraba satisfecha con que el rey no la enviase a pudrirse en un calabozo cuando le retirase su favor. Pero esta Etioles, esta Normant, esta Poisson insaciable... (2)
    —¿Y qué importa?
    —¿Qué importa, decís? Más que pensáis. ¿Sabéis siquiera que, al presente, mientras el rey nos arruina, la fortuna de su griseta es incalculable? Al principio se hacía pasar una renta de ciento ochenta mil libras; pero esto no era más que una bagatela, que hoy no se tiene en cuenta. No es posible hacerse idea de las tremendas sumas que el rey pone a sus pies. No pasan tres meses sin que ella coja al vuelo, como sin darle importancia, quinientas o seiscientas mil libras, unas veces sobre las sales y otras sobre el aumento de crédito para las caballerizas; con el alojamiento de que disfruta en todas las mansiones reales, compra la Selle, Cressy, Aulnay, Brimborion, Marigny, Saint—Remi, Bellevue y otras muchas tierras y castillos en París, Fontainebleau, Versalles y Compiègne, sin contar una fortuna secreta colocada en todos los países y en todos los Bancos de Europa, para el caso de su probable desgracia o de que el soberano muriera. Y ¿quién paga todo esto, queréis decirme?
    —Lo ignoro, señor; pero yo no.
    —Vos como todo el mundo. Francia, el pueblo que suda sangre y agua, que grita en las calles e insulta la estatua de Pigalle. Y el Parlamento se niega a más: no quiere nuevos impuestos. Cuando se trataba de gastos de guerra, nuestro último escudo se hallaba siempre dispuesto; no pensábamos en regatear. El rey, victorioso, pudo ver claramente cuán amado era de todo el reino, y aun más claramente cuando estuvo para morir. Cesó entonces toda disidencia, toda facción, todo rencor; Francia entera se arrodilló ante el lecho del rey y rogó por él. Pero si pagamos sin reparar sus soldados y sus médicos, no queremos seguir pagando sus queridas, y tenemos que hacer algo más que sostener a madame de Pompadour.
    —No la defiendo, señor. No sabría darle ni quitarle la razón; no la he visto jamás.
    —Sin duda, y no os disgustaría verla, ¿verdad?, para formar sobre ella alguna opinión: que a vuestros años la cabeza juzga por los ojos. Intentadlo, si bien os parece, pero se os rehusará tal satisfacción.
    —¿Por qué, señor?
    —Porque es una locura; porque la tal marquesa es tan invisible en sus camarines de Brimborion como el Gran Turco en su serrallo; porque os darán pon todas las puertas en las narices. ¿Qué intentáis hacer? ¿Conseguir lo imposible? ¿Buscar fortuna como un aventurero?
    —No, como un enamorado. No pretendo suplicar, señor, sino reclamar contra una injusticia. Tenía una esperanza fundamentada, casi una promesa de monsieur de Biron; estaba en víspera de poseer lo que más amo, y mi amor no era ninguna insensatez; vos no lo desaprobasteis. Permitid, pues, que trate de defender mi causa. Ignoro si tendré que entenderme con el rey o con madame de Pompadour, pero quiero partir.
    —¡No sabéis lo que es la Corte, y queréis presentaros en ella!
    —¡Bah! Acaso por lo mismo que soy un desconocido se me reciba con mayor facilidad.
    —¡Vos desconocido! ¡Un antiguo noble! ¿Así pensáis? ¡Con un nombre como el vuestro...! Somos antiguos gentilhombres, señor mío; no podréis pasar inadvertido.
    —¡Mejor entonces! El rey me escuchará.
    —No querrá ni oír hablar de vos. Soñáis con Versalles, y pensáis veros en él no más que en cuanto el postillón se detenga... Supongamos que llegáis hasta la antecámara, hasta la galería, hasta el Ojo de Buey; veréis que entre Su Majestad y vos no hay más que el batiente de una puerta: pues mediará un abismo. Retrocederéis, buscaréis recomendaciones, protectores: nada encontraréis. ¿Cómo creéis que el rey se venga, de nuestro parentesco con monsieur de Chauvelin? De Damieus se venga con el tormento; del Parlamento, con el destierro; pero de nosotros, con una palabra o, peor todavía, con el silencio. ¿Sabéis lo que es el silencio del rey cuando, con muda mirada, en vez de responderos os examina fijamente, al pasar, y os anonada? Después del cadalso en la plaza de la Grève y en la prisión de la Bastilla, existe una especie de suplicio que, menos cruel en apariencia, deja tanta huella como la mano del verdugo. Cierto que el condenado queda en libertad; pero ya no ha de pensar nunca en acercarse a una mujer, a un cortesano, a un salón, a una abadía o a un cuartel. Todo se cerrará o dará media vuelta ante sus ojos, y así habrá de vagar, al azar, en una invisible prisión.
    —Pero yo daré tantas vueltas que saldré de ella.
    —No más que salieron otros. El hijo de monsieur de Meynières no era más culpable que vos. Como vos, había recibido las mejores promesas y las más legítimas esperanzas. Su padre, el más fiel vasallo de Su Majestad, el hombre más honrado de su reino, desatendido por el rey, ha tenido que ir, con sus cabellos blancos, no a suplicar, sino a intentar convencer a la griseta favorita. ¿Y sabéis lo que le ha respondido? He aquí sus propias palabras, que monsieur de Meynières me copia en una carta: «El rey es el dueño; no juzga digno de vos manifestaros personalmente su desagrado; se contenta con hacéroslo experimentar privando a vuestro hijo de una brillante posición. Castigaros de otro modo sería comenzar un proceso, y el rey no quiere; es preciso respetar su voluntad. Sin embargo, os compadezco y participo de vuestras penas porque he sido madre; sé lo que es para vos dejar a vuestro hijo sin una posición.» ¡Ya veis el estilo de esa criatura! ¡Y queréis poneros a sus pies!
    —¡Se dice que los tiene preciosos!
    —¡Sí, por cierto! No siendo guapa, todos sabemos que el rey la adora. Cede y se doblega ante ella. Para mantener su extraño poder, preciso es que tenga algo más que su cabeza hueca.
    —¡Pretenden que tiene un talento especial!
    —¡Y muy poco corazón! ¡Bonito mérito!
    —¿Poco corazón ella, que tan bien sabe declamar los versos de Voltaire, cantar la música de Rousseau y representar Alcira y Colette? Es imposible, jamás lo creeré.
    —Id a verlo, puesto que así lo queréis. Yo aconsejo, no ordeno; pero perderéis el viaje. ¿Tanto amáis, en fin, a esa damisela de Annebault?
    —Más que a mi vida.
    —Pues idos.


    — III —


    Se ha dicho que los viajes perjudican al amor, porque proporcionan distracciones; se ha dicho también que lo fortalecen, porque dejan tiempo para pensar en él. Pero nuestro caballero era demasiado joven para hacer tan sensatas distinciones. Cansado del coche a mitad del camino, había tomado un caballejo de posta, y hacia las cinco de la tarde llegó a la Hostería del Sol, que ostentaba su muestra, ya pasada de moda en tiempos de Luis XIV.

    Había en Versalles un cura viejo que había sido párroco cerca de Neauflette; el caballero le conocía y le quería. El cura, sencillo y pobre, tenía un sobrino beneficiado, abate en la corte, que podía serle útil. El caballero fue, pues, a casa del sobrino, el cual, hombre importante, sumido en su alzacuello, recibió muy bien al recién llegado y se dignó escuchar sus cuitas.

    —¡Hombre! —le dijo—, venís muy a punto. Esta noche hay ópera en palacio, cierta fiesta por no sé qué. Yo no voy porque estoy enojado con la marquesa para ver si consigo algo; pero he aquí, precisamente, una invitación del señor duque de Amnont, que le había yo pedido no sé para quién. Id allá. No estáis presentado, es cierto; pero para estos espectáculos no es necesario. Procurad hallaros al paso del rey por el saloncillo. Una mirada, y habéis hecho vuestra fortuna.

    El caballero dio las gracias al abate, y, fatigado por la mala noche y la jornada a caballo, se atavió ante un espejo de la hostería con esa negligencia que sienta tan bien a los enamorados. Una criada poco experta le ayudó lo mejor que pudo, y le cepilló la casaca bordada. Y así se lanzó a la casualidad. Tenía veinte años. Anochecía cuando llegó a palacio. Tímidamente se acercó a la verja y preguntó el camino al centinela. Mostráronle la gran escalinata, y, una vez allí, supo por el suizo que la función acababa de empezar, y que el rey, es decir, todo el mundo, estaba en la sala (3).

    —Si el señor marqués quiere atravesar el patio —añadió el suizo, que por si acaso le daba el tratamiento de marqués— llegará en un instante a la representación. Si prefiere pasar por los salones...

    El caballero no conocía el palacio. La curiosidad le impulsó a responder que iría por los salones; luego, como un lacayo se dispusiese a servirle de guía, un movimiento de vanidad le hizo añadir que no necesitaba quien le acompañase. Siguió, pues, avanzando solo, no sin cierta emoción.

    Todo Versalles resplandecía. Desde la planta baja hasta el tejado relucían las arañas, las girándulas, los mármoles y los muebles dorados. Excepto los aposentos de la reina, todas las puertas estaban abiertas de par en par. A medida que el caballero avanzaba, le invadían una admiración y una sorpresa difíciles de imaginar, pues lo que hacía realmente maravilloso el espectáculo que se le ofrecía no era solamente la belleza y el esplendor del mismo, sino la absoluta soledad en que se encontraba en aquella especie de desierto encantado.

    En efecto, cuando se encuentra uno solo en un vasto recinto, ya sea un templo, un claustro o un palacio, se siente algo extraño o, por así decirlo, misterioso. Parece como que el monumento pesa sobre el hombre, que los muros le miran, que los ecos le escuchan y el ruido de sus pasos turba un tan gran silencio de tal modo, que siente un temor involuntario y no se atreve a andar sino con respeto.

    Así le ocurrió al principio al caballero; pero pronto pudo más la curiosidad, y le arrastró. Los candelabro de la galería de los Espejos, al mirarse en ellos, se devolvían a sí mismos sus luces. Sabido es los millares de amorcillos, ninfas y pastoras que jugueteaban entonces por los artesonados, revoloteaban por los techos y parecían enlazar el palacio entero en una inmensa guirnalda. Había vastos salones con doseles de terciopelo salpicado de oro, y grandes sillones de gala que aun conservaban el majestuoso empaque del gran rey; más allá, otomanas chafadas y sillas de tijera en desorden alrededor de una mesa de juego; una serie infinita de salones, siempre vacíos, cuya magnificencia resaltaba tanto más cuanto más inútil parecía; de vez en cuando, puertas secretas que abrían sobre interminables corredores; mil escaleras y pasillos que se cruzaban como para un laberinto; columnas y estrados hechos como para gigantes; gabinetes desordenados como escondrijos de chicos; un enorme cuadro de Vanloo junto a una chimenea de pórfido; una caja de lunares olvidada al lado de una grotesca figurilla china; aquí una soberbia grandeza, allá una gracia afeminada, y por todas partes, entre tanto lujo y tal prodigalidad y molicie, mil olores embriagadores, extraños y variados, mezcla de perfumes de flores y de mujeres; una enervante tibieza, un aire de voluptuosidad.

    Estar a los veinte años en semejante lugar, en medio de aquellas maravillas, y encontrarse solo, era motivo suficiente para sentirse deslumbrado. El caballero avanzaba al azar, como en sueños.

    «¡Verdadero palacio de hadas!», murmuraba. Y, en efecto, le parecía que se realizaba para él uno de esos cuentos en que los príncipes extraviados descubren mágicos palacios.

    ¿Eran criaturas mortales las que habitaban aquella mansión ideal?

    ¿Eran mujeres verdaderas las que habían estado sentadas en aquellas butacas, y cuyas graciosas formas habían impreso a los cojines aquellas ligeras huellas, llenas todavía de indolencia? ¿Quién sabe si tras aquellas espesas cortinas, al fondo de alguna inmensa galería, se aparecería una princesa dormida desde hacía cien años, una Armida con lentejuelas, o alguna dríada de corte que saliera de una columna de mármol o entreabriese un dorado artesonado?

    Aturdido, a pesar suyo, por todas aquellas quimeras, el caballero se había echado en un sofá para soñar más a gusto, y tal vez hubiera permanecido allí más tiempo de no haber recordado que estaba enamorado. ¿Qué haría en aquellos momentos su bienamada, la señorita de Annebault, que quedaba allá, en un viejo castillo?

    —¡Atenaida! —exclamó de repente—. ¡De qué modo pierdo aquí mi tiempo! ¿Me he vuelto loco? ¿Dónde estoy, Señor, y qué es lo que me ocurre?

    Y, levantándose, continuó su camino a través de aquel país desconocido, donde no hay que decir que se perdió. Vio a dos o tres lacayos que hablaban en voz baja en el fondo de una galería, y, dirigiéndose a ellos, les preguntó el camino para ir a la comedia.

    —Si el señor marqués —le respondieron, usando siempre la consabida fórmula— quiere tomarse la molestia de bajar por esa escalera y seguir la galería de la derecha, hallará al final tres escalones que subir; debe volver luego a la derecha, y cuando haya atravesado el salón de Diana, el de Apolo, el de las Musas y el de la Primavera, bajará de nuevo seis peldaños, y luego, a la izquierda, la sala de las guardias, para tomar la escalera de los ministros, no puede por menos de encontrarse con otros ujieres que le indicarán el camino.
    —Muchas gracias —dijo el caballero—. ¡Con señas tan detalladas, mía será la culpa si no me oriento!

    De nuevo emprendió valerosamente la marcha, aunque deteniéndose con frecuencia, a pesar suyo, para mirar a uno y otro lado, hasta que el recuerdo de su amor le hacía continuar el camino; y, por fin, al cuarto de hora encontró, como le habían dicho, nuevos lacayos, que le dijeron:

    —El señor marqués se ha equivocado, porque ha debido ir por la otra ala del palacio; pero nada más fácil que dar con ella: sólo tiene el señor que bajar esta escalera, pasar por el salón de las Ninfas, luego por el salón del Estío, luego por el de...
    —Muchas gracias —dijo el caballero.

    «El majadero soy yo —pensó luego—, que se pone a hacer preguntas como un papanatas. Estoy haciendo el ridículo inútilmente, y aunque, lo que no es probable, no se burlasen de mí, ¿para qué me sirve esa nomenclatura y los pomposos títulos que dan a esos salones, para mí desconocidos?»

    Decidió caminar en línea recta en cuanto le fuese posible. «Porque —se decía—, después de todo, es muy grande y magnífico el palacio, pero terminará en alguna parte, y aunque sea tres veces más largo que nuestro conejar, habré de ver dónde acaba.»

    Pero en Versalles no es fácil andar mucho rato en línea recta, y la rústica comparación de la morada real con un criadero de conejos debió desagradar a las ninfas del palacio, porque se dieron con más ahínco a extraviar al pobre enamorado, y para castigarle, sin duda, complaciéronse en hacerle dar vueltas y revueltas sobre sus propios pasos, volviéndole siempre al mismo lugar, como a un campesino extraviado en un bosque.

    En las Antigüedades de Roma, de Piranesi, hay una serie de grabados que el artista llama «sus sueños», y que son un recuerdo de las propias visiones del artista durante el delirio de una fiebre. Representan estos grabados unas vastas salas góticas, en cuyo suelo hay toda clase de utensilios y de máquinas, ruedas, cables, poleas, catapultas, etc., etc.

    A lo largo de los muros se ve una escalera, y trepando por ella, no sin trabajo, al mismo Piranesi. Mirando a los escalones, un poco más arriba, se ve que, de repente, se cortan ante un abismo, y ocurra lo que quiera con el pobre Piranesi, imaginamos que, al menos, ha dado fin a sus trabajos, puesto que no puede dar un paso más sin caer al abismo; pero si levantamos más los ojos, vemos elevarse en el aire una segunda escalera, y de nuevo vemos en esta escalera a Piranesi al borde de otro precipicio. Mirando aún más alto, se ve una nueva «calera, más aérea todavía que las anteriores, y al pobre Piranesi que continúa su ascensión; y así indefinidamente, hasta que la eterna escalera y Piranesi desaparecen juntos por las nubes, es decir, por el borde del grabado.

    Esta febril alegoría representa, con bastante exactitud, el fastidio de un trabajo inútil y la especie de vértigo que produce la impaciencia. Asimismo, el caballero, que no cesaba de vagar de salón en salón, fue acometido de cierta cólera.

    —¡Pardiez! ¡Esto es muy aburrido! ¡Después de estar tan satisfecho, tan encantado de encontrarme solo en este maldito palacio —ya no le llamaba de las hadas—, no voy a poder salir de él! ¡Mal haya la fatuidad que me inspiró la idea de penetrar aquí como el príncipe Fanfarinet, con sus botas de oro macizo, en lugar de decir al primer lacayo con que tropecé que me acompañase, sencillamente, a la sala del espectáculo!

    Cuando sentía estos tardíos remordimientos, el caballero se encontraba como Piranesi, en la meseta de una escalera, entre tres puertas. Le pareció oír detrás de la puerta del centro un murmullo tan dulce, tan ligero, tan voluptuoso, por así decirlo, que no pudo por menos de escuchar; y en el momento en que se disponía a seguir adelante, temeroso de ser indiscreto, abriose la puerta de par en par. Una bocanada de aire embalsamado con mil perfumes y un torrente de luz capaz de hacer palidecer a la galería de los Espejos le sorprendieron tan repentinamente que retrocedió algunos pasos.

    —¿Quiere pasar el señor marqués? —preguntó el ujier que había abierto la puerta.
    —Desearía ir a la comedia —respondió el caballero.
    —Acaba de terminar en este instante.

    Al mismo tiempo, bellísimas damas, delicadamente pintadas con blancos y carminosos afeites, y dando, no ya el brazo, ni siquiera la mano, sino la punta de los dedos a viejos y jóvenes, comenzaban a salir de la sala de espectáculos, poniendo gran cuidado en andar de costado para no estropear sus miriñaques. Toda aquella, brillante sociedad hablaba en voz baja, con una semialegría mezcla de temor y de respeto.

    —¿Qué es esto? —dijo el caballero, sin adivinar que el azar le había conducido precisamente al saloncillo de descanso.
    —¡El rey va a pasar! —anunció el ujier.

    Hay una especie de intrepidez que no duda de nada y que es sumamente fácil: el valor de las gentes mal educadas. Aunque nuestro joven provinciano era bastante valiente, no poseía esa facultad, y a las solas palabras de «el rey va a pasar» quedó inmóvil y casi aterrado.

    El rey Luis XV, que cuando salía de caza hacía a caballo una docena de leguas sin notarlo, era, como se sabe, soberanamente indolente. Se vanagloriaba, no sin razón, de ser el primer caballero, de Francia; y sus queridas le decían, no sin justicia, que también era el más guapo y apuesto. Era una cosa extraña verle abandonar su sillón y dignarse andar a pie. Cuando atravesó el salón, con un brazo apoyado, o más bien extendido, por el hombro del señor de Argenson, mientras sus tacones rojos resbalaban por el suelo —había puesto de moda ese aire perezoso—, cesaron todos los cuchicheos; los cortesanos bajaban la cabeza, y las damas, replegándose suavemente sobre sus jarreteras de color de fuego, arriesgaban ese coquetón saludo que nuestras abuelas llamaban una reverencia, y que nuestro siglo ha reemplazado por el brutal shakehand (4) de los ingleses.

    Pero el rey no se fijaba en nada, y sólo veía lo que le complacía. Tal vez estuviera allí Alfieri, que cuenta del siguiente modo, en sus Memorias, su presencia en Versalles:

    «Sabía que el rey no hablaba nunca a extranjeros, no siendo personas notables; pero no pude, sin embargo, acostumbrarme al aire impasible y altanero de Luis XV. Medía de pies a cabeza al que le presentaban, y su semblante no acusaba la más mínima impresión. Creo, sin embargo, que si se le dijese a un gigante: «Permitid que os presente a esta hormiga», al mirarla, sonreiría, o tal vez dijese: «¡Animalito!»

    El taciturno monarca pasó, pues, entre aquellas damas y aquella Corte conservando su soledad en medio de la multitud. No necesitó el caballero reflexionar mucho para comprender que nada podía esperar del rey y que el relato de sus amores no tendría allí el menor éxito.

    —¡Qué desgraciado soy! —pensó—. Sobrada razón tenía mi padre al decirme que a dos pasos del rey vería un abismo entre él y yo. Y aunque pidiese una audiencia, ¿quién me presentaría? He aquí a este amo absoluto que puede, con una palabra, cambiar mi suerte, asegurar mi fortuna y satisfacer mis aspiraciones. Delante de mí le tengo; si extendiese la mano podría tocar su manto..., y, sin embargo, creo estoy más lejos de él que en el fondo de mi provincia. ¿Cómo hablarle? ¿Cómo llegar a él? ¿Quién me ayudaría?

    Mientras que el caballero se desconsolaba de esta manera, vio llegar una bella dama de gracioso y elegante porte. Vestida de blanco, muy sencilla, sin joyas ni encajes, con una rosa única sobre el pelo. Daba el brazo a un señor muy emperejilado, tout a l'ambre, como dice Voltaire, y le hablaba en voz baja, tapándose con el abanico. Y quiso el azar que, hablando y riendo, se le escapase el abanico y cayese bajo un sillón, delante precisamente de nuestro caballero, el cual precipitose inmediatamente a recogerlo; y como pusiese para ello la rodilla en tierra, le pareció la joven dama tan encantadora, que le devolvió el abanico sin levantar del suelo la rodilla. Detúvose la dama, sonriose, y siguió su camino, después de darle las gracias con un ligero movimiento de cabeza; pero si la mirada que lanzó al caballero hizo latir su corazón, sin motivo alguno al parecer, el motivo existía, porque aquella damita era la chiquilla de Etioles, como la llamaban los descontentos, mientras que los demás, al mencionarla, la llamaban «la Marquesa», como si dijesen «la Reina».


    — IV —


    —¡Ésta me ayudará, ésta vendrá en mi auxilio! ¡Ah, cuánta razón tenía el ábate al decirme que una mirada decidiría mi vida! Sí; esos ojos tan dulces, esa burlona y deliciosa boquita, ese piececito ahogado en un perendengue... ¡Ésa será mi buena hada!

    Así pensaba, casi en voz alta, el caballero, al volver a su albergue. ¿De dónde provenía tan súbita esperanza? ¿Era sólo su juventud la que hablaba, o habían hablado los ojos de la marquesa?

    Mas la dificultad seguía siendo la misma. Aunque ya no pensara en ser presentado al rey, ¿quién le presentaría a la marquesa?

    Pasó gran parte de la noche escribiendo a la señorita de Annebault una carta parecida a la que había leído madame Pompadour.

    Sería harto inútil reproducir aquella carta: exceptuando los tontos, solamente los enamorados creen decir cosas nuevas, aunque no hacen más que repetir las mismas.

    Por la mañana, el caballero había salido a vagar, soñando, por las calles. No se le ocurrió recurrir nuevamente al abate protector, sin que sea fácil adivinar qué causa se lo impedía. Era una mezcla de temor y de audacia, de falso rubor y de novelería. Y, en efecto, ¿qué le habría respondido el abate si le hubiese contado su historia de la víspera? «Os hallasteis muy a punto para recoger su abanico; pero ¿habéis sabido aprocharos de ello? ¿Qué dijistéis a la marquesa? «Nada.» «Debisteis hablarla.» «Me turbé y perdí la cabeza.» «Mal hecho; hay que saber coger las ocasiones al vuelo; pero, en fin, todavía tiene arreglo. ¿Queréis que presente al señor de Tal, que es amigo mío? ¿A la señora Cual, que es mejor todavía? Procuraremos haceros llegar hasta esa marquesa que tanto miedo os causa, y si esta vez», etc., etc.

    Pero el caballero no se ocupaba de cosa semejante. Le parecía que contar su aventura hubiera sido, por decirlo así, desflorarla y echarla a perder. Decíase que a casualidad había hecho con él algo inaudito, algo increíble, y que aquello debía ser un secreto entre la fortuna y él; confiar semejante secreto a un cualquiera era, a su juicio, quitarle todo su valor y mostrarse indigno de él. «Solo fui ayer al palacio de Versalles —pensaba—, y solo iré también al Trianón», que por entonces era la residencia de la favorita.

    Semejante modo de pensar puede y hasta debe parecer extravagante a los espíritus calculadores, que nada olvidan y que confían lo menos posible a la casualidad; pero los de más frialdad, si han sido jóvenes —no todo el mundo lo es, ni aun en su juventud—, han podido conocer este sentimiento extraño, débil y atrevido, peligroso y seductor, que nos arrastra a la fatalidad: nos sentimos ciegos y lo deseamos; no sabemos dónde vamos y seguimos adelante. La sugestión está en esa misma despreocupación y en esa misma ignorancia; ése es el placer del artista que sueña, del enamorado que se pasa las noches bajo las ventanas de su amada; éste es el instinto del soldado y es, sobre todo, el del jugador.

    El caballero, casi sin saberlo, había tomado el camino del Trianón. Sin ser muy lechuguino, como entonces se decía, no le faltaban elegancia ni ese modo de conducirse que hace que un lacayo, al cruzarse con vosotros, no os pregunte dónde vais. No le fue, pues, difícil, merced a algunas explicaciones recibidas en la hostería, llegar hasta la verja del palacio, si así puede llamarse a esa bombonera de mármol que antaño viera tantos hastíos y placeres. Desgraciadamente, la verja estaba cerrada, y un corpulento suizo, vestido con una sencilla hopalanda, se paseaba, con las manos a la espalda, por la avenida interior, como quien a nadie espera.

    «¡El rey está aquí —se dijo el caballero—, o no está la marquesa!» Evidentemente, cuando las puertas están cerradas y los criados se pasean, los amos no están visibles, o han salido.

    ¿Qué hacer? De igual modo que un momento antes se sentía confiado y valeroso, experimentaba de pronto una gran contrariedad y turbación. Aquella sola idea «¡El rey está aquí!» le asustaba más que las tres palabras de la víspera: «¡El rey va a pasar!», pues éstas no fueron sino lo imprevisto, mientras que ahora conocía aquella fría mirada y aquella impasible majestad.

    «¡Ah, Dios mío! ¿Qué cara pondría yo si intentase penetrar, aturdido, en este jardín y llegase a encontrarme frente a frente de este monarca soberbio, que a orillas de un riachuelo saborease su café?»

    Rápidamente se apareció a la vista del pobre enamorado la desagradable silueta de la Bastilla; en lugar de la imagen encantadora que había conservado de la marquesa sonriéndole al pasar, vio grandes torreones, obscuros calabozos, negro pan y agua de suplicio: conocía la historia de Latude (5). Poco a poco volvía a la razón, y su esperanza huía poco a poco.

    «Y, sin embargo —decíase aún—, yo no hago el menor mal, y menos al rey. Reclamo contra una injusticia; jamás he criticado a nadie. ¡He sido tan bien recibido ayer en Versalles y los lacayos fueron tan amables conmigo...! ¿Qué puedo temer? ¿Cometer una torpeza? Ya procuraré repararla.»

    Se aproximó a la verja y la empujó con la mano; estaba entreabierta. La abrió del todo y entró resueltamente. El suizo se volvió de mal talante:

    —¿Qué deseáis? ¿Adónde vais?
    —A ver a madame de Pompadour.
    —¿Os ha concedido audiencia?
    —Sí.
    —¿Dónde está la carta?

    Allí no valía, como la víspera, el marquesado ni el duque de Aumonte. El caballero bajó tristemente los ojos y advirtió que sus medias blancas y sus hebillas de falsa pedrería del Rin estaban cubiertas de polvo. Había cometido la falta de venir a pie en una ciudad donde no andaba nadie. El portero bajó también los ojos y le midió, no de cabeza a pies, sino de pies a cabeza. El traje le pareció bien; pero llevaba el sombrero ladeado y desempolvada la peluca.

    —Si no tenéis carta, ¿qué es lo que queréis?
    —Quisiera hablar a madame de Pompadour.
    —¿De veras? ¿Y creéis que eso se consigue así?
    —No lo sé. ¿Está el rey aquí?
    —Acaso. ¡Idos y dejadme en paz!

    El caballero no quería enfadarse; pero, a pesar suyo, aquella insolencia le hizo palidecer.

    —Muchas veces he mandado a los lacayos quitarse de mi presencia —respondió—; pero jamás me lo ha dicho un lacayo a mí.
    —¡Un lacayo! ¡Yo lacayo! —exclamó furioso el suizo.
    —Lacayo, portero, criado o mandadero, lo mismo me da y poco me importa.

    El suizo dio un paso hacia el caballero con los puños crispados y encendido el rostro. El caballero, recobrándose ante la apariencia de una amenaza, desenvainó ligeramente su espada.

    —Ten cuidado —dijo—. Soy gentilhombre y no me costaría más que treinta y seis libras mandar al otro mundo a un villano como tú.
    —Si vos sois gentilhombre, señor, yo pertenezco al rey. No hago más que cumplir con mi deber; y no creáis que...

    En aquel momento, el sonar de una fanfarria, que parecía venir del bosque de Satory, se dejó oír a lo lejos y se perdió en el eco. El caballero dejó caer la espada en su vaina, y, sin volver a pensar en la disputa empezada, dijo:

    —¡Ah, caramba! ¡Si es el rey, que sale de caza! ¿Por qué no me lo dijisteis antes?
    —Ni a mí me incumbe ni a vos os importa.
    —Escuchad, amigo mío. El rey no está aquí, yo no traigo carta ninguna, no se me ha concedido audiencia ninguna. Pero tomad, para que bebáis un trago, y dejadme pasar.

    Y sacó del bolsillo algunas monedas de oro. El suizo volvió a mirarle con un soberano desprecio.

    —¿Qué significa esto? —dijo desdeñosamente—. ¿Así es como intentáis introduciros en una morada regia? Cuidad, no sea que en vez de obligaros a salir os encierre en ella.
    —¡Tú, grandísimo granuja! —dijo el caballero vuelto en cólera y empuñando otra vez su espada.
    —Sí, yo —repitió el hombre, gigantesco.

    Pero durante esta conversación, en que el historiador siente haber comprometido a su héroe, densas nubes habían obscurecido el cielo y una tormenta se preparaba. Brilló un relámpago fugaz, seguido de un trueno violento, y la lluvia empezó a caer pesadamente. El caballero, que aun tenía las monedas en la mano, vio sobre uno de los polvorientos zapatos una gota de agua del tamaño de medio escudo.

    —¡Demonio —exclamó—, pongámonos al abrigo! No es cosa de mojarse.

    Y se dirigió hacia el antro del cerbero, o, si se quiere, a la casa del portero; y una vez allí, sentándose sin la menor ceremonia en el sillón de aquél, dijo:

    —¡Gran Dios, cuánto me fastidiáis y qué desgraciado soy! Me tomáis por un conspirador y no adivináis que tengo en mi bolsillo un memorial para Su Majestad. Yo seré un provinciano; pero vos sois un estúpido.

    El suizo, por toda respuesta, fue a coger su alabarda de un rincón, y permaneció en pie arma al brazo.

    —¿Cuándo vais a marcharos? —gritó con voz estentórea.

    La disputa, suspendida y reanudada a cada momento, parecía ahora formalizarse, y las manazas del suizo empezaban ya a estremecerse extrañamente, agarrando la alabarda. No sé qué hubiera sucedido, cuando, volviendo de pronto la cabeza, dijo el caballero:

    —¡Ah! ¿Quién viene aquí?

    Un pajecillo, que montaba un caballo soberbio —no inglés: en aquellos tiempos no estaban de moda las patas delgadas—, avanzaba a rienda suelta y a todo galope. El camino estaba encharcado por la lluvia; la verja a medio abrir. El paje dudó un momento; el suizo se adelantó y abrió la verja. El jinete picó espuelas; el caballo, parado de pronto, quiso reanudar su carrera, resbaló en la tierra mojada y cayó.

    Es difícil y hasta peligroso hacer levantarse a un caballo que se ha caído. De nada sirve la fusta. El pataleo de la bestia, que se defiende como puede, es sumamente desagradable, sobre todo cuando el jinete tiene también una pierna apresada por la silla.

    No obstante, el caballero corrió en su ayuda, sin pensar en estos inconvenientes; y lo hizo con tal destreza, que el caballo se levantó en seguida y el jinete en libertad. Pero éste estaba lleno de barro, y apenas si podía andar cojeando. Transportado como se pudo a la casa del portero, y sentado a su vez en el gran sillón, dijo al caballero:

    —Caballero, seguramente sois gentilhombre. Me habéis prestado un gran servicio; pero aun podéis prestarme otro mayor. He aquí un mensaje del rey para la señora marquesa que es urgentísimo, como habéis visto, puesto que por llegar de prisa mi caballo y yo hemos estado a punto de rompernos la crisma. Comprenderéis que en el estado en que me encuentro, con una pierna coja, no puedo hacer llegar a su destino este papel. Para ello sería necesario que me llevasen a mí. ¿Queréis ir en mi lugar?

    Al mismo tiempo sacaba de su bolsillo un gran sobre con arabescos de oro y con el sello real.

    —Con mucho gusto, señor —respondió el caballero, cogiendo el sobre. Y ligero y ágil como una pluma, echó a correr cual sin tocar el suelo.


    — V —


    Cuando el caballero llegó al palacio, otro suizo saliole al paso en el peristilo:

    —Orden del rey —dijo el joven, que no temía esta vez a las alabardas; y, mostrando su carta, pasó alegremente por entre media docena de lacayos.

    Un ujier corpulento, plantado en medio del vestíbulo, al ver la orden con el sello real, se inclinó profundamente, como un álamo curvado por el viento, y luego, con uno de sus dedos huesudos, apretó, sonriendo, en el ángulo de dos muros.

    Una puertecilla de escape, oculta por un tapiz, se abrió como por encanto. El hombre huesudo hizo un ademán obsequioso, el caballero entró, y el tapiz, que permanecía a medio descorrer, cayó blandamente a sus espaldas.

    Un silencioso ayuda de cámara le introdujo entonces en un salón, pasole luego a un corredor, al que se abrían dos o tres pequeños camarines, y le condujo, en fin, a un segundo salón, rogándole allí que aguardase un instante.

    «¿Estaré otra vez en el Palacio de Versalles?», se preguntaba el caballero. «¿Vamos a empezar nuevamente a jugar al escondite?»

    El Trianón no era en aquella época, ni lo es ahora, lo que antes había sido. Se ha dicho que madame de Maintenon había hecho de Versalles un oratorio, y madame de Pompadour un camarín de cortesana.

    También se ha dicho del Trianón que aquel palacete de porcelana era el tocador de madame de Montespan. Sea lo que fuese de todo esto, lo cierto es que Luis XV prodigaba por todas partes camarines semejantes. Cualquier galería por la que su abuelo se paseara majestuosamente, estaba por entonces caprichosamente dividida en infinitos aposentos. Los había de todos colores, y el rey mariposeaba por aquellos bosquecillos de seda y terciopelo.

    —¿Os parece bien como he hecho decorar mis saloncillos? —preguntó cierto día a la bella condesa de Séran.
    —No —respondió ella—, preferiría que fuesen azules.

    Como el azul era el color real, aquella respuesta le halagó, y a la segunda cita madame de Séran encontró la estancia decorada en azul, como deseara.

    El salón donde en aquel momento se hallaba a solas nuestro caballero no era azul, ni blanco, ni rosa, sino cubierto de espejos. Ya se sabe cuánto favorece a una mujer bonita que tiene un talle gentil ver así repetida su imagen en mil aspectos. Con ello deslumbra, envuelve, por así decir, a quien desea agradar. Por cualquier lado que él mire, allí la ve. ¿Cómo evitarla? No le queda más que huir o confesarse subyugado.

    El caballero miraba también el jardín, donde los laberintos, setos, estatuas y jarrones de mármol comenzaban a iniciar el gusto pastoril, que la marquesa había de poner de moda y que, más tarde, madame Dubarry y la reina María Antonieta debían llevar a tan alto grado de perfección. Ya aparecían las fantasías campestres, refugio de todo capricho arbitrario; ya los tritones carrilludos, las graves diosas, las sapientes ninfas y los bustos de grandes pelucas, pasmados de horror en sus verdes hornacinas, veían surgir de la tierra un jardín inglés entre los asombrados tejos. Las pequeñas praderas de césped, los riachuelos, los puentecillos iban a destronar muy pronto al Olimpo, para reemplazarlo por una lechería, extraña parodia de la Naturaleza, a la que los ingleses copian sin comprender, verdadero juego de niños, convertido entonces en pasatiempo de un señor indolente, que no sabía cómo librarse, en Versalles mismo, del fastidio de Versalles.

    Pero el caballero estaba demasiado encantado, demasiado sorprendido de encontrarse allí, para prestar su espíritu a una reflexión crítica. Por el contrario, se mostraba dispuesto a admirarlo todo; y, en efecto, lo admiraba, dando mil vueltas a la carta entre sus dedos, como un provinciano a su sombrero, cuando una linda azafata abrió la puerta y le dijo dulcemente:

    —Venid, caballero.

    Éste la siguió, y después de pasar nuevamente por diversos corredores más o menos misteriosos, le hizo entrar en un aposento espacioso, cuyas persianas estaban a medio entornar. La azafata se detuvo y pareció escuchar.

    «Siempre jugando al escondite», se decía el caballero.

    Sin embargo, al cabo de algunos instantes se abrió una nueva puerta, y otra camarera, que parecía ser no menos linda que la anterior, repitió las mismas palabras y en el mismo tono:

    —Venid, caballero.

    Si mucho se había éste emocionado en Versalles, mucho lo estaba ahora, aunque de muy otra manera, pues comprendía que pisaba el suelo del templo habitado por la divinidad. Avanzó, con el corazón palpitante; una suave luz, ligeramente velada por leves cortinas de gasa, sucedió a la obscuridad; un delicioso y casi imperceptible perfume se esparció por el aire en torno suyo; la azafata apartó tímidamente un cortinón de seda, y en el fondo de un gran gabinete de la más elegante sencillez el caballero vio a la dama del abanico, es decir, la marquesa todopoderosa.

    Estaba sola, sentada ante una mesa, envuelta en un peinador, con la cabeza apoyada en la mano y parecía muy preocupada. Al ver entrar al caballero se levantó como por un movimiento súbito e involuntario.

    —¿Venís de parte del rey?

    El caballero hubiera respondido; pero no encontró nada mejor que inclinarse profundamente y presentar a la marquesa la carta de que era portador. Ella la cogió, o, mejor dicho, se la arrebató con gran vivacidad, y al rasgar el sobre, sus manos temblaban visiblemente.

    La carta, de puño y letra del rey, era bastante larga. Al punto la marquesa la devoré, por así decirlo, de una ojeada; luego la leyó ávidamente, con profunda atención, fruncido el ceño y apretados los dientes. No estaba tan bella así; no parecía la mágica aparición del saloncillo de Versalles.

    Cuando terminó su lectura pareció reflexionar, y poco a poco su semblante, que había palidecido, tiñose de rubor —a aquella hora aun no tenía colorete—, y no sólo recuperó su gracia, sino que un rayo de verdadera belleza iluminó sus delicadas facciones: sus mejillas hubieran pasado por dos rosas. Lanzó un leve suspiro, dejó caer la carta sobre la mesa y volviéndose hacia el caballero:

    —Os he hecho esperar, caballero —le dijo con la más encantadora sonrisa—, pues no estaba visible, ni lo estoy todavía. Por eso me he visto precisada a haceros venir por los corredores; aquí estoy tan asediada como en mi propia casa. Quisiera responder dos palabras al rey. ¿Os disgustaría cumplir mi encargo?

    Esta vez era preciso hablar; el caballero había tenido tiempo de recuperar un poco de valor.

    —¡Oh, señora! —dijo tristemente—, me hacéis demasiado honor; pero, desgraciadamente, no me es posible aprovecharlo.
    —¿Por qué?
    —Porque no tengo la honra de pertenecer al servicio de Su Majestad.
    —Entonces ¿cómo habéis llegado hasta aquí?
    —Por casualidad. Di en mi camino con un paje que se cayó al suelo, y me rogó que...
    —¿Cómo que se cayó al suelo? —repitió la marquesa, rompiendo a reír. En aquel momento parecía tan dichosa, que le brotaba la alegría fácilmente.
    —Sí, señora; se cayó del caballo, junto a la verja. Por fortuna, me encontraba yo allí para auxiliarle, y como tenía el traje estropeado me rogó que os trajese el mensaje.
    —¿Y por qué casualidad os encontrabais allí?
    —Señora, es que quiero presentar un memorial a Su Majestad.
    —Su Majestad vive en Versalles.
    —Sí; pero vos vivís aquí.
    —¡Ah, ya! Entonces sois vos el que quiere encargarme una comisión.
    —Señora, os suplico que creáis...
    —No os asustéis; no sois el primero. Pero ¿Por qué os dirigís a mí? Yo no soy más que una mujer... como otra cualquiera.

    La marquesa pronunció estas palabras en tono burlón, y echó una mirada de triunfo a la carta que acababa de leer.

    —Señora —replicó el caballero—, siempre he oído decir que los hombres ejercen el poder y que las mujeres...
    —Disponen de él, ¿verdad? Pues bien, señor; en Francia hay una reina...
    —Lo sé, señora, y eso es lo que ha hecho que yo me encontrase aquí esta mañana.

    La marquesa estaba más que acostumbrada a semejantes cumplidos, aunque recibidos siempre en voz baja; pero, en la circunstancia presente, aquél pareció agradarle de una manera especial.

    —¿Y en qué os fundabais —le dijo—, qué seguridad teníais para poder llegar hasta aquí? Porque supongo que no contaríais con que un caballo iba a caerse en vuestro camino.
    —Señora, yo creía..., yo esperaba...
    —¿Qué esmerabais?
    —Esperaba que la casualidad... me proporcionase...
    —¡Siempre la casualidad! A lo que parece es amiga vuestra; pero os advierto que, si no contáis más que con ella, es muy poca recomendación.

    Acaso la suerte, ofendida por aquella irreverencia, quiso vengarse, pues el caballero, a quien las últimas preguntas habían turbado más cada vez, distinguió de pronto, en la esquina de la mesa, el mismo abanico que la víspera había recogido del suelo. Lo cogió, y, como la noche antes, se lo ofreció a la marquesa rodilla en tierra, diciéndole:

    —He aquí, señora, el único amigo con que cuento.

    La marquesa pareció extrañarse al pronto; dudó un momento, mirando ya al abanico, ya al caballero, y acabó diciendo:

    —¡Ah, tenéis razón; sois vos, caballero; os reconozco! Sois el mismo a quien vi anoche, al acabar la comedia, con monsieur de Richelieu. Dejé caer mi abanico, y también os encontrasteis allí, como decíais.
    —Sí, señora.
    —Y muy galantemente, como un verdadero caballero, me lo desvolvisteis. No os di las gracias; pero quedé persuadida de que quien sabe recoger un abanico de tan gentil manera sabrá también, si es necesario, recoger el guante; y a nosotras nos agrada esto mucho.
    —Y no decís más que la verdad, señora; hace un momento, al llegar aquí, estuve a punto de batirme con el portero.
    —¡Por misericordia! —dijo la marquesa, presa de nuevo de un ataque de risa—. ¡Con el portero! ¿Y por qué?
    —No quería dejarme pasar.
    —Lástima hubiera sido. Pero, en fin, caballero, ¿quién sois? ¿Qué deseáis?
    —Señora, soy el caballero de Vauvert. Monsieur de Birón había solicitado para mí una plaza de oficial de la Guardia.
    —¡Ah, si; ya me acuerdo! Sois de Neauflette; estáis enamorado de mademoiselle de Annebault...
    —Señora, ¿quién ha podido deciros...?
    —¡Oh! Os advierto que soy muy de temer. Cuando me falta la memoria, adivino. Sois pariente del abate Chauvelin, y por ese motivo no se os ha concedido a plaza, ¿no es así? ¿Dónde está vuestro memorial?
    —Aquí, señora; pero realmente no puedo comprender...
    —¿Qué necesidad hay de comprender? Levantaos y poned vuestro papel en esta mesa. Voy a responder a rey; le llevaréis al mismo tiempo vuestro memorial y mi carta.
    —Pero, señora, creía haberos dicho...
    —Iréis. ¿No habéis entrado aquí por orden del rey? Pues bien; entraréis allí por orden de la marquesa de Pompadour, dama de palacio de la reina:

    El caballero se inclinó sin decir palabra, embargado de estupefacción. Todo el mundo sabía, desde hacía tiempo, a cuántas negociaciones, ardides e intrigas había recurrido la favorita y qué obstinación había mostrado para obtener ese título, que no le produjo más que una cruel afrenta por parte del delfín. Pero hacía diez años que lo deseaba, lo quería, y lo había obtenido. Así es que el señor de Vauvert, a quien no conocía, aunque conociese sus amores, tenía para ella el mismo atractivo que una buena noticia.

    De pie e inmóvil detrás de ella, el caballero observaba a la marquesa, que al principio escribía con toda su alma, apasionadamente, y que después reflexionaba, se detenía y acariciaba con la mano su pequeña nariz, más fina que el ámbar. Impacientábase la marquesa, molesta de escribir ante un testigo; al fin se decidió e hizo una raspadura: había que confesar que sólo se trataba de un borrador.

    Frente al caballero, al otro lado de la mesa, brillaba un magnífico espejo de Venecia. El tímido mensajero apenas osaba levantar los ojos; pero le fue, sin embargo, muy difícil no ver en ese espejo, por encima de la cabeza de la marquesa, el encantador e inquieto rostro de la flamante dama de palacio.

    —¡Qué bonita es! —pensaba—. ¡Lástima que yo esté enamorado de otra! ¡Pero Atenaida es más bella, y además eso sería una horrible infidelidad por parte mía!
    —¿De qué habláis? —dijo la marquesa. El caballero según su costumbre, y sin darse cuenta, había pensado en voz alta—. ¿Qué estáis diciendo?
    —¿Yo, señora? Estoy pensando.
    —Ya está terminada —respondió la marquesa, cogiendo otro pliego de papel. Pero a un ligero movimiento que hizo para volverse, el peinador se deslizó de sus hombros.

    Las modas son muy extrañas. Nuestras abuelas tomaban como una cosa natural el ir a la Corte con inmensos vestidos que dejaban sus senos al descubierto, y no lo creían nada indecoroso; pero, en cambio, cubrían cuidadosamente sus espaldas, cosa que tanto lucen ahora en los bailes y en la ópera nuestras damas contemporáneas. Éste es, pues, un género de belleza recientemente inventado.

    En la delicada, blanca y preciosa espalda de madame de Pompadour había un pequeño lunar, que parecía una mosca nadando en leche. El caballero, que estaba muy serio para encubrir su azoramiento, miraba el lunar, y la marquesa, con la pluma levantada en el aire, miraba en el espejo al caballero.

    Uno y otra cambiaron por el espejo una rápida mirada, mirada que nunca engaña a las mujeres, y que de una parte quiere decir: «Sois encantadora». Y de otra: «No me ofende que lo penséis».

    Sin embargo, la marquesa se arregló el peinador y dijo:

    —¿Mirabais mi lunar, caballero?
    —No miro, señora; veo y admiro.
    —Aquí tenéis mi carta; llevadla al rey con vuestro memorial.
    —Pero señora...
    —¿Qué ocurre?
    —Su Majestad está de caza; acabo de oír las trompas en el bosque de Satory.
    —Es verdad, ya no me acordaba; pues bien; llevadla mañana o pasado, igual da. Pero no, mejor es ahora mismo. Andad, entregádsela a Lebel. Adiós, caballero, y tratad de recordar que este lunar que habéis visto sólo el rey lo conoce; y en cuanto al azar, vuestro amigo, os ruego que le digáis que pierda la costumbre de charlar tan alto como lo hacía hace poco. Adiós, caballero.

    Tocó un pequeño timbre, y, apareciendo de su manga una verdadera ola de encajes, tendió al joven su desnudo brazo.

    Inclinose de nuevo el caballero, y apenas rozó con sus labios las rosadas uñas de la marquesa, la cual no tomó esto, ni mucho menos, por descortesía, sino por una exagerada modestia.

    Al instante reaparecieron las azafatas —las de más categoría aun no habían abandonado el lecho—, y tras ellas, tieso, entre su rebaño de corderillas, el huesudo ujier, que, siempre sonriendo, le indicaba el camino.


    — VI —


    Solo, y hundido en un viejo sillón, allá en el fondo de su cuartito de la hostería del Sol, esperó el caballero, primero un día y luego dos, sin recibir la menor noticia.

    —¡Extraña mujer! ¡Amable y autoritaria, buena y mala y tan terca como frívola! Me ha olvidado. ¡Oh desdicha! Tiene razón; ella lo puede todo y yo no soy nada.

    Y, levantándose del sillón, siguió diciendo, mientras se paseaba por su cuarto:

    —No soy nada; no soy más que un pobre diablo. ¡Cuánta razón tenía mi padre! Está bien claro que la marquesa se ha burlado de mí; mientras yo la miraba, lo que le gustaba a ella era su propia belleza. ¡Bien lo ha gozado viendo en aquel espejo y en mis ojos el reflejo de sus encantos, que verdaderamente son incomparables! ¡Verdad es que sus ojos son pequeños, pero cuán graciosos! Y Latour, antes que Diderot, cogió, para hacer su retrato, el polvillo del ala de una mariposa. No es alta, pero ¡qué bonito cuerpo tiene! ¡Ay, señorita de Annebault! ¡Ay, querida amiga! ¿Es posible que yo también os esté olvidando?

    Dos o tres golpecitos secos dados en la puerta sacáronle de su tristeza.

    —¿Quién es?

    El huesudo ujier, todo vestido de negro y calzado con un par de magníficas medias de seda rellenas en las pantorrillas, entró y, haciendo un gran saludo, dijo:

    —Caballero: esta noche hay baile de máscaras en la Corte, y la señora marquesa me envía para deciros que estáis invitado a él.
    —Está bien, señor; muchas gracias.

    Apenas salió el ujier corrió el caballero a tocar la campanilla, y la misma sirvienta que tres días antes le había arreglado lo mejor que supo, le ayudó a ponerse el mismo traje bordado, esmerándose aún más en su trabajo.

    Terminado el cual, se dirigió el joven a palacio, invitado esta vez y en apariencia más tranquilo; pero más inquieto y menos atrevido que cuando dio su primer paso en aquel mundo para él desconocido.


    — VII —


    Casi tan aturdido como la primera vez por todos los esplendores de Versalles, que aquella noche no estaba desierto, vagaba el caballero por la galería principal, mirando a todas partes e intentando averiguar para qué había ido allí; pero nadie parecía pensar en él. Al cabo de una hora de aburrimiento, pensaba marcharse, cuando dos máscaras exactamente iguales, que estaban sentadas en un diván, le detuvieron al pasar. Una de ellas le apuntó con el dedo como si tuviera una pistola; la otra se levantó y, dirigiéndose a él, le dijo, cogiéndose descuidadamente de su brazo:

    —Parece, caballero, que estáis en buena relación con nuestra marquesa.
    —Perdón, señora; pero ¿de quién habláis?
    —Demasiado lo sabéis.
    —No os entiendo.
    —¡Oh, ya lo creo!
    —En absoluto.
    —Pero si lo sabe toda la Corte.
    —Yo no pertenezco a ella.
    —Os hacéis el tonto. Os repito que se sabe.
    —Es posible, señora; pero yo lo ignoro.
    —Supongo que no ignoraréis que anteayer se cayó un paje de su caballo junto a la verja del Trianón. ¿No estabais, por azar, presente?
    —Sí, señora.
    —¿Y no le ayudasteis a levantarse?
    —Sí, señora.
    —¿Y no entrasteis en el palacio?
    —Indudablemente.
    —¿Y no os dieron un papel?
    —Ciertamente.
    —El rey no estaba en el Trianón: estaba de caza; la marquesa estaba sola..., ¿no es verdad?
    —Sí, señora.
    —Acababa de levantarse y apenas si estaba vestida. Sólo tenía, según se dice, un gran peinador.
    —Las gentes, a quien no se les puede impedir que hablen, dicen todo lo que se les ocurre.
    —Muy bien; pero parece ser que entre la marquesa y vos se cruzó una mirada que no le disgustó a ella.
    —¿Qué queréis decir con eso, señora?
    —Que no le habéis disgustado.
    —No entiendo nada de eso, señora; pero me desesperaría que una benevolencia tan amable y tan extraña, que yo no esperaba y que me ha llegado al fondo del corazón, pudiera motivar falsas interpretaciones.
    —Pronto os acaloráis, caballero; cualquiera diría que ibais a desafiar a toda la Corte; pero no acabaréis nunca de matar a tanta gente.
    —Pero, señora, si ese paje se cayó y si yo llevé su mensaje... Permitidme preguntaros por qué se me interroga.

    La máscara le apretó el brazo y le dijo:

    —Escuchadme, caballero.
    —Cuanto gustéis, señora.
    —Veréis de qué se trata. El rey no está ya enamorado de la marquesa, ni nadie cree que lo haya estado nunca. Ella acaba de cometer una imprudencia: se ha puesto por montera al Parlamento con el asunto de los dos sueldos de impuesto, y ahora se atreve a atacar a una potencia aun mayor: a la Compañía de Jesús. Sucumbirá en la lucha; pero tiene armas, y, antes de perecer, se defenderá.
    —Muy bien, señora; pero ¿qué tengo yo que ver con todo eso?
    —Os lo voy a decir. El señor de Choiseul está medio reñido con el señor de Bernis, y ni uno ni otro saben a punto fijo lo que van a intentar. Bernis se va a marchar, y Choiseul ocupará su lugar; una palabra vuestra puede decidirlo todo.
    —Decidme en qué forma, señora. Os lo ruego.
    —Dejando contar vuestra visita del día pasado.
    —¿Y qué relación puede haber entre mi visita, los jesuitas y el Parlamento?
    —Escribid dos palabras, y la marquesa está perdida. Y estad seguro de que el mayor interés, el más vivo reconocimiento...
    —Os ruego que me perdonéis, señora. A madame de Pompadour se le cayó el abanico delante de mí, y, recogiéndoselo, se lo devolví. Me dio las gracias, y con la amabilidad que la distingue me permitió que yo a mi vez se las diese.
    —Vamos al grano, que el tiempo se pasa. Yo soy la condesa de Estrades; vos amáis a mi sobrina, mademoiselle de Annebault..., y no tratéis de negarlo, porque sería inútil; solicitáis una plaza de oficial..., mañana mismo la obtendréis; y si Atenaida os gusta, no tardaréis en ser mi sobrino.
    —¡Oh, señora! ¡Cuán bondadosa sois!
    —Pero hay que hablar.
    —No, señora.
    —Había oído decir que amabais a mi sobrina.
    —Todo lo más que se puede amar, señora; pero si alguna vez puedo declarar ante ella mi amor, es preciso que también pueda declarar mi honor.
    —¡Qué terco sois, caballero! ¿Y es ésa vuestra última palabra?
    —La última y la primera.
    —¿Os negáis a entrar en la Guardia? ¿Rechazáis la mano de mi sobrina?
    —A ese precio, sí, señora.

    Madame de Estrades lanzó al caballero una mirada penetrante y llena de curiosidad, y al no advertir luego en su rostro el menor signo de duda, alejose lentamente, perdiéndose entre la multitud.

    El caballero, que no podía entender nada de tan extraña aventura, fue a sentarse en un rincón de la galería.

    —¿Qué pensará hacer esa mujer? —se decía—. Debe estar un poco loca. ¡Quiere trastornar el Estado por medio de una estúpida calumnia, y me propone que me deshonre para poder alcanzar la mano de su sobrina! ¡Pero Atenaida me rechazaría, o, si se prestaba a semejante intriga, sería yo quien la rechazaría a ella! ¡Cómo buscarle un perjuicio a esa buena marquesa, difamarla, calumniarla...! ¡Nunca, no; eso nunca!...

    Distraído, como de costumbre, iba probablemente el caballero a levantarse y a hablar en voz alta, cuando un dedito de color de rosa le tocó ligeramente en el hombro. Levantó los ojos y vio delante de él a las dos máscaras, vestidas con idéntico traje, que le habían abordado.

    —¿Conque no queréis ayudarnos? —dijo una de las máscaras, disimulando la voz.

    Pero aunque los dos trajes fuesen absolutamente iguales, y aunque pareciese todo perfectamente estudiado para que se confundiesen la una con la otra, el caballero no se engañó, pues ni la mirada ni el acento eran los mismos de antes.

    —¿Contestaréis, caballero?
    —No, señora.
    —¿Escribiréis?
    —Tampoco.
    —La verdad es que sois terco. Buenas noches, señor teniente.
    —¿Qué decís, señora?
    —Ahí va vuestro nombramiento y vuestro contrato matrimonial.

    Y diciendo esto le arrojó el abanico.

    Era éste el mismo que ya había recogido dos veces el caballero. Los amorcillos de Boucher jugueteaban en el pergamino, al lado del dorado nácar. No cabía duda alguna: era el abanico de madame de Pompadour.

    —¡Oh, cielos! ¿Es posible, marquesa?
    —Y tan posible —respondió alzando sobre su barbilla el encajito negro.
    —No sé cómo agradecer, señora...
    —Ni hace falta. Sois un galante caballero, y nos volveremos a ver, puesto que estáis entre nosotros. El rey os ha colocado bajo el estandarte blanco. Acordaos de que no hay mejor elocuencia para un solicitante que la de saber callar a tiempo... Y dispensadnos —añadió, riendo y marchándose— si antes de concederos la mano de nuestra sobrina hemos tomado informes.


    Notas


    1. Juan Jacobo Rousseau.
    2. Diversos títulos que poseía Pompadour.
    3. El autor no se refiere a la sala actual, construida por Luis XV, o más bien por madame de Pompadour, que no se terminó hasta 1769, ni se inauguró hasta 1770, para la boda del duque de Berry (Luis XVI) con María Antonieta. Se refiere a un cierto teatro transportable que, según la costumbre de Luis XIV, se armaba en cualquier galería o salón. (Nota del autor.)
    4. Apretón de manos.
    5. Latude fue un personaje que por la enemistad de madame Pompadour permaneció treinta y cinco años en prisiones.

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    tipea un tema en el recuadro blanco; si no,
    selecciona a qué estilo quieres copiarlo
    (las opciones que se encuentran en GUARDAR
    LOS CAMBIOS) y presiona COPIAR.


                   
    El estilo se copiará al estilo 9
    del usuario ingresado.

         
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    3 -
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    6 -
    7 -
    8 -
    9 -
    Bás -

             ● Aplicados:

             ● Aplicados:

             ● Aplicados:
    LY -
    LL -
    P1 -
    P2 -
    P3 -
    P4 -
    P5 -
    P6

             ● Aplicados:
    P7 -
    P8 -
    P9 -
    P10 -
    P11 -
    P12 -
    P13

             ● Aplicados:
    P14 -
    P15 -
    P16






























              --ESTILOS A PROTEGER o DESPROTEGER--
           1 2 3 4 5 6 7 8 9
           Básico Categ 1 Categ 2 Categ 3
           Posts LY LL P1 P2
           P3 P4 P5 P6 P7
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      - ENTRE LINEAS - TODO EL TEXTO -
      1 - 2 - 3 - 4 - 5 - 6 - Normal
      - ENTRE ITEMS - ESTILO LISTA -
      1 - 2 - Normal
      - ENTRE CONVERSACIONES - CONVS.1 Y 2 -
      1 - 2 - Normal
      - ENTRE LINEAS - BLOCKQUOTE -
      1 - 2 - Normal


      - DERECHA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - BLUR INTERNO NEGRO - 1 - 2
      - BLUR INTERNO BLANCO - 1 - 2

      - Original - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

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      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - BLUR NEGRO - 1 - 2
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      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar



              TEXTO DEL BLOCKQUOTE
      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

              FORMA DEL BLOCKQUOTE

      Primero debes darle color al fondo
      1 - 2 - 3 - 4 - 5 - Normal
      - DERECHA NEGRA - 1 - 2
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2
      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar -

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar -



      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA NEGRA - 1 - 2
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 -
      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - TITULO
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3
      - Quitar

      - TODO EL SIDEBAR
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - BLUR INTERNO - NEGRO - 1 - 2
      - BLUR INTERNO - BLANCO - 1 - 2
      - Quitar

                 ● Cambiar en forma ordenada
     √

                 ● Cambiar en forma aleatoria
     √

     √

                 ● Eliminar Selección de imágenes

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      - DERECHA NEGRA - 1 - 2
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2
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      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
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      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar




      - DERECHA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - Quitar -





      - DERECHA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - BLUR INTERNO NEGRO - 1 - 2
      - BLUR INTERNO BLANCO - 1 - 2

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