Publicado en
noviembre 04, 2012
"¡Me llevo el espejo!"
EN CIERTA OCASIÓN mi esposo hizo un viaje de negocios muy largo a Florida. Quise darle una sorpresa y me presenté de improviso en su hotel. Por desgracia había olvidado el número de su habitación, así que se lo tuve que preguntar a la recepcionista. Cortésmente, la mujer me informó que tenía prohibido proporcionar ese dato. Traté de persuadirla a hacer una excepción, alegando que era la esposa del huésped y deseaba sorprenderlo. Con una gran sonrisa, me respondió:
—En ese caso, señora, definitivamente no puedo proporcionarle el número del cuarto.
—M.D.R.
EN EL GIMNASIO adonde voy, hay una mujer que suele comenzar sus ejercicios con abdominales y levantamientos de pierna. Una tarde llegó y, como de costumbre, se recostó sobre la tabla inclinada como para hacer abdominales. Sin embargo, se quedó inmóvil. Luego se dio vuelta y tomó la posición del alzamiento de piernas. De nuevo, se quedó recostada sin mover un solo músculo. Finalmente, se puso de pie y se encaminó a la salida. Al pasar junto a mí, comentó:
—Imaginármelos fue suficiente por hoy.
—S.R.C.
UNA MAÑANA, fuimos mi esposa y yo a un restaurante. El menú anunciaba los platillos con fotos que los hacían lucir muy apetitosos. Mi mujer pidió un sándwich de pollo asado, pero le trajeron huevos con jamón sobre pan tostado. Entonces llamó a la camarera, le señaló la foto donde aparecía el sándwich de pollo y, con amabilidad, trató de explicarle que se habían equivocado de platillo.
—Disculpe usted —contestó de inmediato la camarera—, pero nuestros platillos nunca salen como en la foto.
—T. P.
UNA NOCHE en Las Vegas, vi a una mujer con un cubo de los que se usan para recoger las monedas de las máquinas de juego. En broma, ahuequé las manos y las extendí como pidiendo un donativo. Nunca me hubiera imaginado su reacción: me vació toda la cubeta en las manos y se alejó diciendo:
—Son siete dólares con 50 centavos. Empecé con 100.
—M.P.M.
CIERTA NOCHE, mi ex jefe salía de la ducha cuando sonó el teléfono. Era su esposa, quien le llamaba de urgencia para decirle que bajara al sótano a desconectar la plancha, ya que por descuido la había dejado encendida antes de salir de viaje de fin de semana.
En la intimidad de su casa, el hombre bajó a toda prisa hacia el sótano sin ponerse siquiera una toalla. Pero al prender la luz, de pronto oyó que gritaban:
—¡Felicidades!
Era su cumpleaños, y su esposa le había organizado una fiesta de sorpresa.
—J.J.
COMO MUCHAS MADRES primerizas, cuando nació mi hijo dormía yo muy poco por las noches, de manera que varias veces, al final del día, me recostaba con él en la cama para darle su última comida.
Cierta ocasión, ya bien entrada la noche, desperté sobresaltada al sentir un cuerpo pequeño en el borde de la cama. Pensé que me había quedado dormida con el bebé a mi lado, y lo alcé para llevarlo a su cunita.
En el camino pensé con gusto en cuánto había subido de peso mi hijo. Pero al llegar a la cuna vi que estaba allí, durmiendo. Al que traía en mis brazos era al perro de la familia.
—S.M.
UN DÍA le practicaban una endodoncia a mi padre en una clínica dental. De tanto en tanto, el dentista le introducía un objeto punzante en la perforación para ver cuánto había avanzado. Esto le producía un dolor indecible a mi padre, pero cada vez que se quejaba, el dentista replicaba:
—Pero si eso no duele. No es más que un instrumento de medición.
La escena se repitió dos o tres veces. Mi padre volvía a quejarse, y el dentista le daba la misma respuesta. Por fin, mi papá se incorporó en la silla, se sacó todo de la boca y le dijo al médico:
—Discúlpeme, tengo que ir a buscar una cinta métrica para pegarle con ella en la cabeza. Pero no le va a doler, no es más que un instrumento de medición.
—S.F.
ANDABA CURIOSEANDO una vez en una librería cuando oí a una mujer preguntarle al dependiente por los libros de computación. Él le señaló la parte trasera de la tienda, y le preguntó:
—¿Busca algo en especial?
—Sí —repuso ella—. A mi marido.
—J.J.
LES HABÍA PROMETIDO a mis dos hijos y a mi esposa llevarlos a la matiné sabatina de una nueva película de terror, pero en el último momento mi mujer decidió no ir. Me sentí aliviado porque ella nunca ha podido ver una cinta de este género sin dejar escapar al menos un buen alarido.
Luego de que los niños y yo encontramos asientos en la sala escasamente iluminada, advertí que junto a mí había una mujer con sus dos hijos. Cuando se volvió para ver quién se había sentado junto a ella, le comenté en broma:
—Espero que no vaya a gritar.
Horrorizada, echó el cuerpo hacia atrás y preguntó:
—¿Qué me va a hacer?
—J.M.
Ilustración: © Harley Schwadron