HISTORIA DE UN AMOR PROHIBIDO
Publicado en
octubre 07, 2012
Ilustración: Deborah Chabrian.
Cuando Emmanuel Bellefroid, sinólogo de 32 años adscrito a la Embajada de Francia, visitó el Museo de las Bellas Artes de Beijing (Pekín), le gustó mucho un grabado en madera, el tema era un perrito que le aullaba a la luna en una playa desierta. Para Bellefroid, cuyo matrimonio había fracasado poco antes, aquella escena reflejaba su propia melancolía y soledad. Decidió que le era preciso conocer a la artista.
Por Lawrence Elliot
EL VERANO de 1980, en Beijing, fue una época de gran animación, pues se habían suprimido algunas de las embrutecedoras restricciones que antes regían todas las facetas de la vida en China. Los artistas que expusieron entonces sus obras eran miembros de las "Estrellas", grupo no conformista, desdeñoso a menudo de la política y la ideología comunistas. Emmanuel Bellefroid conocía a muchos de ellos. Les pidió que le presentaran a la artista que había creado al perro atemorizado ante la luna. Y, tras haberla imaginado como una persona cuyas percepciones eran producto de una larga vida, quedó atónito al conocerla, pocos días después. Li Shuang era una hermosa joven. Recorrieron juntos la sala de exposición contemplando los cuadros de ella, y él venció con gran esfuerzo su timidez para decirle en perfecto chino cuánto la admiraba. Los dos formaban una composición de contrastes: Emmanuel era el occidental alto, atractivo; y Li Shuang, esbelta, representaba la esencia misma de la gracia oriental.
A fines de aquel verano, ya se habían enamorado. "Fue como un alud", recordaría Emmanuel. "No pudimos esquivarlo".
En otro lugar, su idilio habría sido motivo de recocijo; pero, aun en esa época de deshielo, la República Popular China constituía una sociedad tensa, de rígidos controles. Había la posibilidad de que la relación con extranjeros pareciera un crimen, y que a cualquier mujer china vista en su compañía se le considerara una vil prostituta.
LI SHUANG se crió en casa de sus abuelos. En el mundo de Mao se castigaba con severas medidas correccionales a gente como sus padres, por el delito de pertenecer a la clase media. Acosaron al padre hasta que renunció a su puesto docente en la universidad, y obligaron a la madre a trabajar de profesora en Manchuria, a 1000 kilómetros de la capital china.
Li Shuang creció marcada por tal estigma. Rechazada, aislada, se retiró a un mundo privado, inspirada por los libros de arte del abuelo. Al dibujar, sentada en el suelo, se sentía segura.
En 1966, durante la Revolución Cultural, los Guardias Rojos llegaron por su abuelo, que ya tenía más de 70 años. Lo arrastraron hasta la calle, lo escarnecieron como agente del imperialismo norteamericano y lo mataron a golpes. Poco después confiscaron la casa. Li Shuang regresó con sus padres, ya reunidos; la abuela se fue a vivir con uno de sus hijos. La muchacha sufrió el ostracismo por parte de sus condiscípulos de secundaria.
En 1976 la enviaron a una comuna rural, a regar algodonales. Todo el día llevaba agua de pozo a los campos, y luego se acostaba a las 7, exhausta.
Pero casi siempre, durante dos largos años, Li Shuang despertaba a eso de las 3 de la madrugada y se levantaba a hurtadillas de su jergón. Después de agregar unos leños al fuego moribundo, dibujaba hasta cerca del amanecer y, así, se perdía en su mundo de fantasía.
Por fin, al morir Mao, y al distenderse el yugo gubernamental, Li Shuang tuvo permiso de regresar a Beijing a vivir de nuevo con sus padres. Le dieron el empleo de pintar las escenografías para una compañía teatral. Poco después, ingresó en las Estrellas.
A estos artistas de vanguardia no les interesaba la política. Un soleado día de septiembre de 1979, colgaron 150 cuadros —entre ellos, tres de Li Shuang— en la reja de hierro, afuera del Museo de las Bellas Artes. Durante dos días maravillosos, la gente acudió a mirar con impertinencia, y se quedó a disfrutar de aquel arte no autorizado, hasta que la policía canceló la exposición. Pero, en el conflicto burocrático que sobrevino, se invitó a las Estrellas a exhibir sus obras en un parque de la ciudad; y, al siguiente verano, las invitaron a montar la exposición dentro del museo.
CUANDO Li Shuang y Emmanuel empezaron a hablar de casarse, ambos sabían que sería difícil. Para evitar que los detectaran, los amantes sólo se reunían después del ocaso: a menudo vagaban sin rumbo en el auto, con gran temor a detenerse en alguna parte. No obstante, se afirmó el vínculo amoroso entre ellos. Descubrieron que, aunque sus antecedentes fueran distintos, sus aspiraciones coincidían. Y decidieron declarar abiertamente su intención de contraer matrimonio.
Pero los vientos de la libertad habían empezado a debilitarse. Una vez clausurada aquella exposición de las Estrellas, no se preveía otra autorización. Pronto se prohibieron los carteles de críticas políticas y las reuniones de disidentes. Se advirtió ominosamente a los ciudadanos chinos que evitaran relacionarse con los extranjeros.
Sin embargo, el 18 de junio de 1981, Emmanuel notificó a la Embajada francesa, y Li Shuang al Municipio, que planeaban contraer matrimonio. Aquella tarde, en la exposición, se presentaron como pareja. Al salir, se separaron durante un momento para que Li Shuang llevara su bicicleta al automóvil de Emmanuel.
Actuando con rapidez, varios policías que esperaban afuera a Li Shuang le ordenaron acompañarlos a la comisaría del distrito. La interrogaron durante cuatro horas acerca de sus relaciones con Emmanuel. ¡Pobre Emmanuel!, pensaba la joven. ¿Cómo se enterará de lo que ha pasado?
Pero Emmanuel lo había sabido en seguida, y ya la defendía en la comisaría, insistiendo en que la dejaran en libertad. Un agente la calificó de prostituta. Al momento, Emmanuel replicó airado que era su prometida. Por fin, Li Shuang apareció con el rostro ceniciento, pero muy erguida. Ella y Emmanuel salieron cogidos de la mano. "¡Hasta la próxima!", les gritó un policía.
Emmanuel y Li Shuang siguieron entregando sus documentos al laberinto oficial: primero, necesitaban la autorización del Comité del barrio, luego la del Municipio. Durante todo el verano se enfrascaron en una carrera contra el tiempo. El clima político se recrudecía: hubo nuevas purgas, acosos, detenciones. A principios de agosto, un amigo de la pareja que tenía contactos en el Ministerio de Seguridad Pública les envió el aviso urgente de que la policía —al no poder bloquear la petición de Li Shuang de casarse con un extranjero— había girado una orden de arresto en contra suya. Li Shuang se mudó de inmediato al apartamento de Emmanuel en un complejo residencial para diplomáticos, donde ni siquiera la policía podría entrar sin permiso. A fines de ese mes, Li Shuang y Emmanuel tuvieron noticiás de que sus documentos habían llegado a los niveles más altos, y el Ministerio de Relaciones Exteriores de China, para congraciarse con Francia, aseguró a la Embajada que era inminente la autorización. La feliz pareja señaló el primero de octubre como la fecha en que contraerían matrimonio, y repartieron las invitaciones.
Poco después, Emmanuel fue a pasar unos días a Hong Kong. A Li Shuang le pareció muy larga aquella separación. El 9 de septiembre telefoneó a una amiga para pedirle que la visitara. A las 3 de la tarde, Li Shuang se dirigió a un edificio en los límites del complejo residencial, para permitir la entrada a la visitante. De repente, un policía vestido de civil la empujó por detrás y la llevó hacia afuera, al otro lado del edificio, hasta entrar en territorio chino.
En cuanto Emmanuel regresó, el 11 de septiembre, el embajador le dio la noticia. Emmanuel acudió a la policía.
—Este es un asunto interno para las autoridades chinas —le advirtieron—. Olvídela. ¡No volverá a verla jamás!
Sí la veré, juró Emmanuel.
A INSTANCIAS del gobierno chino, Emmanuel regresó a Francia. Los chinos lo acusaron de ayudar a financiar el movimiento disidente y de conducta incompatible con su cargo diplomático. Emmanuel había relatado a unos periodistas amigos suyos lo que le había ocurrido a su novia, y la noticia se había difundido por todo el mundo.
Cuando aterrizó en París, una fría mañana de octubre, Emmanuel se vio rodeado de reporteros. ¿Era disidente Li Shuang? No. ¿Qué había hecho? Nada. Entonces, ¿por qué la habían arrestado? "Porque tuvo la mala suerte de enamorarse de un francés", declaró, entristecido, Emmanuel.
Dedicó todo su tiempo libre a solicitar la ayuda de funcionarios y a conceder entrevistas. En noviembre, unos amigos le ayudaron a organizar una manifestación frente a la Embajada de China en París, que atrajo a cientos de personas. Por toda la ciudad aparecieron carteles: "¡Liberen a Li Shuang!" Amnistía Internacional la adoptó como prisionera por motivos de conciencia.
Mientras, en China, a la joven la acusaron de "incitar al libertinaje" y de ofender la dignidad de la nación. Convicta, la llevaron a un campamento de trabajos forzados, situado a 43 kilómetros de Beijing, donde la confinaron en aislamiento casi absoluto. Aquella soledad era paralizante. No le permitían dibujar, ni había allí muchos libros. Le dijeron que Emmanuel había vuelto a Francia y que se había olvidado de ella. Pero pensar en él le daba ánimos para soportar el cautiverio.
Cierto día, la citaron en la oficina del alcaide. "¿Por qué eres tan importante para los franceses?", le espetó el jefe. "¿Por qué están haciendo manifestaciones por ti en las calles de París?"
Li Shuang sólo meneó la cabeza. Pero aquella noche, acostada en el angosto catre, se sintió en paz: Emmanuel no la había olvidado.
EN TOTAL, habrían de pasar 22 meses antes de que las autoridades chinas respondieran a la presión y a las negociaciones diplomáticas. Cierta mañana de julio de 1983, un guardia abrió la celda de Li Shuang y le dijo que recogiera sus cosas. Luego, la joven vio a su padre y comprendió: había venido a llevarla a casa. ¡Estaba libre!
El 9 de julio, muy temprano, despertó a Emmanuel un telefonema de la Embajada de Francia en Beíjing para informarle que habían dejado en libertad a Li Shuang.
Mientras se tramitaba su visa, Li Shuang se dedicó a pintar con frenesí para compensar el tiempo perdido. Al fin, el 25 de noviembre, emprendió el vuelo hacia París.
La prensa había enviado un ejército de 100 hombres para reportear su llegada, a las 6 de la mañana. Pero, al descender del avión, Li Shuang corrió hacia Emmanuel, como si allí no existiera nadie más que ellos.
La pesadilla había concluido.
Emmanuel Bellefroid y su esposa han regresado a París, después de residir un año en California, donde participaron en un programa de estudios avanzados sobre China, en la Universidad de Stanford. Él trabaja nuevamente para el gobierno francés, y Li Shuang prosigue su carrera de pintora.