VENTURAS Y DESVENTURAS DE UN TRADUCTOR
Publicado en
septiembre 09, 2012
Por Birte PedersenLa traducción de un texto literario es una aventura en la que se conocen los personajes más diversos, con sus mundos, sus secretos, sus amores y pasiones, su mezquindad, sus dolores, aspiraciones y fracasos. A diferencia del lector común, el traductor se detiene en los detalles más pequeños y descubre siempre algo más allá de la historia contada. No puede haber mejor lector que el traductor, porque no puede contentarse con la sensación agradable, desagradable o indiferente que le causa la frase. Debe analizarla, descomponerla y, luego, recrearla para que el lector de la versión traducida pueda disfrutar o sufrir al igual que el lector del original.
En un trabajo reciente de traducción al alemán de diez cuentistas ecuatorianos, he tenido que pasar por muchos prostíbulos y algunos manicomios, viajar por todo un país, estrellarme alguna vez en una avioneta, mantener discusiones amargas con una ex-novia de algún autor, tomarme más de un trago, sufrir mordeduras extrañas, castigar a un niño inocente, ponerme unas sandalias doradas, o convertirme en reina de la ciudad equipada de un paraguas, entre otras hazañas.Pero las aventuras no podían quedarse ahí: había que hacerlas comprensibles a los lectores de un mundo distante y diferente, aunque no excento de manicomios, prostíbulos, dramas amorosos, guerras y ternura. Fue en este punto cuando comenzó el trabajo propiamente dicho y mi responsabilidad como traductora, con respecto al autor, al lector y conmigo misma.El traductor sabe que el lector común no puede juzgar la calidad de la traducción, y que muchas veces ni siquiera es consciente de no estar leyendo el original. También sabe que el autor, que ha escogido con esmero cada palabra de su texto, tampoco domina el idioma al cual se traduce su obra, y que para hacerla conocer completa y no mutilada o tergiversada, en un idioma diferente, depende por completo de una buena traducción.Por ello el traductor le debe al autor y al lector un texto que no sólo transmita correctamente lo dicho, sino también lo que no está dicho expresamente. Debe respetar el estilo y el lenguaje para que un lector que jamás haya caminado por los parajes que se describan o que nunca haya conocido a los personajes de la obra, o la magia del mundo donde se desarrolla, logre captar todos los matices que el autor supo describir en su idioma propio acerca de todo ello.El autor tiene todo un bagaje de vivencias personales, de pautas culturales estrechamente ligadas a su idioma materno. Por eso, más allá del dominio de este idioma, el traductor debe estar familiarizado con ese mundo. Aunque ello no es del todo indispensable, pues existen otros métodos para informarse de detalles y expresiones particulares, ayuda mucho para poder transmitir el sabor, el color y el olor de las cosas.Quiero decir que no basta con dominar el castellano para traducir un libro en este idioma: hay que saber algo del país del autor. Aparte de esto, el traductor debe tener dominio del idioma al cual traduce. Por lo general, ese es el idioma materno. Aunque a menudo no sólo las secretarias sino hasta los jardines de infantes se autoproclaman bilingües, existen poquísimas personas capaces de expresarse sin errores y con fluidez en todo momento sobre cualquier tema en dos idiomas. En el idioma materno se dispone de un vocabulario mucho más amplio que el de cualquier idioma aprendido posteriormente. Los autores conocen la dificultad de escribir en un idioma que no es el suyo, y muchos que tuvieron que exiliarse, por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, enmudecieron. La misma dificultad existe para un traductor y, por eso, un texto literario debería siempre ser traducido al idioma materno del traductor.En otro aspecto, aunque un buen traductor no puede salvar un texto malo -apenas podría mejorar el lenguaje-, un traductor malo sí puede destruir un texto bueno. Entonces le habrá quitado al autor la posibilidad de hacerse conocer y apreciar en toda su calidad. El texto traducido no será más que una mala reproducción del original. La obra impresa queda como testimonio de la capacidad o incapacidad del traductor, pero el autor muchas veces no tiene una segunda oportunidad de ser traducido mejor.Retomando las aventuras mencionadas atrás, no se debe omitir que implican también dificultades y peligros. Hay expresiones intraducibles -juegos de palabras, chistes- y referencias autóctonas que no se entienden en otro idioma. ¿Qué opciones tiene entonces el traductor ante estas dificultades? Una solución es hacer una nota del traductor. Este recurso debe, sin embargo, limitarse a los pocos casos sin equivalencia en el otro idioma, como pueden ser lugares geográficos, comidas, plantas o animales. Cuando existen otras dificultades se debe buscar una equivalencia que, aunque pueda alejarse de la imagen original utilizada por el autor, refleje la misma idea. Pero ello tiene ciertos peligros.El dilema de todo traductor está entre mantenerse fiel al original y correr el riesgo de crear una versión literal y torpe que no suena en el otro idioma, o tomarse libertades para lograr un estilo fluido que no deje entrever que se trata de una traducción. Cada traductor lo soluciona a su manera, aunque algunos se toman muchas libertades y prácticamente recrean la historia original, a veces con resultados geniales. Personalmente no me atrevo a tanto y me alejo apenas lo necesario para facilitar la comprensión y lograr la fluidez propia del alemán, idioma al cual traduzco.Por otra parte, el autor tiene libertad creativa, aunque muchas veces combinada con el miedo a la hoja en blanco. El traductor no tiene esta dificultad: trabaja sobre un texto dado. Su creatividad está en el manejo de su idioma, una especie de creatividad guiada. El mensaje que transmite no es el suyo, lo que resulta a veces frustrante; pero si está frente a un texto hermoso y logra crear una versión hermosa en su idioma, el trabajo es sumamente satisfactorio. Lo que interesa en esta profesión es justamente la transmisión de mensajes, y qué mejor mensaje que un texto bien escrito.Las barreras lingüísticas son muchas veces el origen de otras barreras: incomprensión, prejuicios, odio, desprecio, xenofobia. Hay un dicho en alemán que dice: was der Bauer nicht kennt, das frisst er nicht (lo que el campesino no conoce, no lo come). El desafío del traductor es hacer conocer a otros lectores los frutos de mundos distantes que, de alguna manera, le han enriquecido la vida.