Publicado en
septiembre 30, 2012
Ilustración: Erik Dzenis
Para huir de una infancia tan monstruosa que era imposible de soportar, se "inventó" un nuevo yo. Y después otro, y otro.. .
Por Jack Fincher (se han cambiado los nombres de la víctima, de su familia y de su lugar de residencia)
EL PSIQUIATRA golpeó con el dedo la historia clínica: "Según esto, usted intentó lanzarse a las cataratas del Niágara".
Su paciente, Audrey Anne Wilder, de 38 años, asintió. Nevaba aquel día de invierno de 1977, mientras se encontraban sentados en el consultorio del médico, en Buffalo, Nueva York. Audrey Anne se preparó para la pregunta siguiente: ¿Por qué? Porque no sirvo para nada, se dijo. Soy basura. Pero ¿cómo podrá comprenderlo él, si yo misma no lo entiendo?
"Cuando se la llevaron, los policías dijeron que estaba usted farfullando palabras extrañas". Ella lo miró inexpresivamente. "No lo recuerda usted, ¿verdad?", agregó el médico.
Audrey Anne miró a su esposo, Dick, sentado frente a ella. ¿A dónde nos llevará todo esto?
—Señora Wilder, ¿fuma usted? —le preguntó el médico.
Se calmó un poco; eso era más fácil:
—No.
—Sí fuma —corrigió Dick.
Audrey Anne quedó atónita: ¿habría entendido mal la pregunta?
—¿Bebe usted?
—Nunca —contestó—. El alcohol me enferma.
El psiquiatra miró al esposo, quien contestó:
—Puede empezar a beber conmigo y seguir bebiendo cuando yo me haya quedado tirado bajo la mesa.
El médico prosiguió. ¿Se inyectaba insulina? Mucha, dijo ella. Un poco, corrigió el marido. ¿Con la mano derecha, o la izquierda? Con la derecha, respondió Audrey Anne; con la izquierda, insistió el marido.
Esto no puede ser, pensaba Audrey Anne.
"Hábleme de su matrimonio", prosiguió el psiquiatra. Ella contestó que había conocido a su esposo cuando tenía 18 años; él había proyectado ser sacerdote. Ella recordaba haber pensado: me hará ser buena. Pero no tenía idea de qué significaba aquello. Después de la boda, Dick había iniciado los estudios, pero cuando su esposa quedó embarazada, él dejó la escuela y obtuvo un empleo de chofer de camiones transportadores de madera para sostener a su familia.
"¿Cómo es su vida en el hogar?", preguntó el psiquiatra a Audrey Anne.
Los problemas comenzaron, recordó ella, cuando el hijo mayor, Randy, tenía 13 años, y su hermano Rudy, tres. En cuanto Dick llegaba a casa, después de un día agotador, ella le hacía mil exigencias de que castigara a los muchachos. Pero los chicos le pedían que escuchara su versión de las cosas. "Mamá actúa de un modo cuando salgo para la escuela, y de otro modo cuando regreso a casa", se quejaba Randy. "Me dice el lunes que puedo ir a bailar el viernes, y el viernes me pregunta: ¿Por qué no me lo pediste antes?"
Audrey Anne recordó el día en que volvió de la compra y encontró rotos los platos de la cocina. Echó la culpa a los muchachos. ¿Por qué se mostraban tan resentidos? Cuando a ella no la torturaban los dolores de cabeza, pasaba de una semana a otra en un ofuscamiento total. Un rato estaba preparando el desayuno, y al rato siguiente, la cena.
Luego, aquella espantosa tarde de verano de 1975, despertó en un cuarto de hotel de otra ciudad sin saber cómo había llegado hasta allí. Una botella de champaña medio vacía estaba en un cubo, sobre la mesa de noche, junto a un cenicero lleno de colillas. Una voz masculina desconocida cantaba en la ducha. Ella se vistió silenciosamente y se deslizó fuera, pero cuando quiso volver a su casa, acabó en una calle de donde la familia se había mudado meses antes.
El médico miró al esposo de Audrey Anne. Dick cambió de postura, incómodo. En años recientes, reconoció, había habido varios retiros inexplicados de la cuenta bancaria, viajes fuera de la ciudad, recibos de hotel arrugados en la mesa de noche. Tal vez no debería pasarse él tanto tiempo en la carretera...
Mucho antes del intento de suicidio de su esposa en las cataratas del Niágara, Dick había empezado a preocuparse por frenéticas llamadas telefónicas:
—Dick, estoy haciendo la compra. ¿Puedes pasar a recogerme, por favor?
—Cariño, el auto lo tienes tú.
No menos lo alarmaron los sollozos infantiles, pavorosos, que lo despertaron una noche. Era la misma voz —estaba seguro de haber marcado el número correcto— que varios meses antes se había negado a aceptar una llamada por cobrar, diciendo: "Mi madre no me dejará". Algo andaba mal.
El médico se volvió hacia Audrey Anne: "Hábleme de su infancia". Ella se encogió de hombros y negó con la cabeza. Las pocas imágenes que se le presentaban eran tan desconectadas como una vieja película familiar.
"Audrey Anne", indicó por fin el psiquiatra, "creo que está ocurriendo algo de lo que usted no tiene conciencia. Tenemos que liberar su memoria para descubrir de qué se trata. Deseo hipnotizarla".
Fue fácil hacerla entrar en estado hipnótico. "Ya sabemos de Audrey Anne", dijo el médico. "¿Quisiera usted hablarnos de alguien más?" Para entonces, ya sospechaba él que su paciente estaba padeciendo de personalidad múltiple.
Y allí mismo, mientras ambos la miraban, se produjo una transformación increíble. El cuerpo de Audrey Anne se estremeció, la cabeza cayó hacia adelante, el cabello rubio cenizo le cubrió el rostro. Luego, con la cara contraída por el terror, se encogió en la silla. "¡No, papá!", gritó. La conocida voz infantil hizo que Díck se estremeciera. "No quiero seguir jugando. No me obligues, ¡por favor!"
LA VIDA de Audrey Anne había comenzado a escindirse una tarde que los otros niños habían salido a buscar bayas y su madre estaba ocupada en la cocina. Tomando a Audrey Anne en el regazo, su padrastro le había susurrado: "Juguemos a una cosa". La niña de cinco años sonrió, deseosa de complacer a su nuevo papá. Capitán de una barcaza y fuerte bebedor, tenía dos hijos mayores que la niña, y era un hombre rudo que azotaba a los tres con un látigo. Ahora, el "juego" se convirtió pronto en abuso deshonesto. Pasmada por las insinuaciones grotescas e íntimas de su padrastro, Audrey Anne se ruborizó. O mejor dicho, surgiendo de dentro de ella en respuesta al horror, "Brenda" se ruborizó.
A los ocho años de edad, cuando su padrastro amplió el juego para convidar a sus compinches, surgió "Lorna". Y a los 12, cuando sus hermanastros se unieron en violaciones masivas que su padrastro filmaba, ella fue "Mac el Cuchillo", un protector-vengador imaginario.
Audrey Anne se había percatado, desde hacía mucho, de que ella no era como los demás: descubrió tantos enigmáticos lapsos de tiempo que acabó por aprender a vivir, resignada, con aquella confusión crónica. Hasta que aparecieron sus otras personalidades en el consultorio del psiquiatra, había logrado borrar todo recuerdo de pesadilla tan pronto como aparecía.
—NO SABEMOS cómo sucede —comentó el médico al sacar a Audrey Anne de su estado hipnótico—. Bajo una tensión intolerable, algunas personas se crean personalidades múltiples. Cuando el dolor se vuelve abrumador, expulsan de su conciencia el ego que lo experimenta. Psicológicamente, en ciertas formas, físicamente, se convierten en otra persona, un alter, y después en otra. No se dan cuenta de ello. En realidad, a veces el cambio es tan sutil que ni siquiera los que están más cerca de esas personas, cónyuges, hijos, pueden notarlo. La dificultad está en convencer a todos los alter para que se revelen, se esfuercen por dominar sus traumas y después se fundan en uno solo, para beneficio de todos.
Audrey Anne quedó abrumada:
—¿Cuánto tardaré en aclarar todo esto?
—Como paciente externa, meses; tal vez años.
Audrey Anne miró a su esposo:
—¿Por qué no te quedas con los muchachos y me dejas, Dick? —dijo, con voz temblorosa—. Podrías vivir bien con otra persona.
La voz de Dick tampoco era muy firme:
—Seguiremos contigo, cariño. Todo lo que se necesite para dominar esta cosa.
En las sesiones de terapia bisemanales que siguieron, los alter de Audrey Anne surgieron de nuevo, a menudo con recuerdos tan agudos como la mismísima experiencia enterrada. Al principio, Audrey Anne sólo supo de sus otros egos por medio del psiquiatra. Entonces, un día este le mostró una videocinta: "Vas a conocer a Cindy". Muy pronto, Audrey Anne estuvo mirando una parodia adolescente de sí misma, una joven veleidosa que hervía de odio contra las películas pornográficas en que había participado contra su voluntad.
Cindy le tenía noticias frescas: "Yo rompí todos los platos", oyó decir Anne Audrey a su yo adolescente, dirigiéndose al médico. "Lo hice porque Dick me criticaba. Decía que no debí dejar que Rudy fuera por helado después de anochecer. No fui yo. Fue Audrey Anne".
Progresivamente, el reparto de personajes del video fue creciendo. "Madre Mónica" era un alter severo, de mayor edad, que reflejaba a la madre de Audrey Anne. "Laurette" era una muchacha desenvuelta, a quien gustaba salir a divertirse; afirmaba que la casada con Dick era ella. "Kip" era una prostituta ruda y vulgar, que rivalizaba con Laurette y Audrey Anne por el afecto de Dick.
Como Randy se había ido a la universidad y Dick solía estar en la carretera, la carga del estado de Audrey Anne, mientras continuaba la terapia, recayó en Rudy. Afortunadamente para ella, el muchacho era tan comprensivo como su padre. Una noche volvió Dick a su casa y encontró a Rudy jugando con Brenda a las damas y bebiendo cacao. ¡El muchacho había logrado convencer al alter infantil de que jugara con él!
Con asesoramiento incesante, los alter de Audrey Anne fueron dejándose persuadir de unirse, uno por uno. En 1983, al cabo de seis años de terapia, Audrey Anne dijo a Dick que había decidido aceptar un trabajo de voluntaria en una línea telefónica de emergencia para suicidas potenciales. Dick dudó. "Dick, por favor", suplicó su esposa, "todavía recuerdo lo del Niágara. Necesito hacer esto".
Al año siguiente transfirieron a Dick a otro estado. Cuando Audrey Anne fue a despedirse de su psiquiatra, rió al enseñarle el diploma de "Miembro del mes", que le había otorgado la línea telefónica de emergencia. El certificado citaba su "asombrosa empatía con diferentes clases de personas".
Sin embargo, tan pronto como se mudaron los Wilder, Audrey Anne despertó una vez, surgiendo de otra personalidad, con quemaduras de productos químicos en el brazo, producidas por limpiadores cáusticos para el hogar. No tenía idea de lo sucedido. Comenzó a visitar al doctor Richard Kluft, una de las autoridades mundiales en trastornos de personalidad múltiple. En los meses siguientes, Kluft descubrió —e integró—. a varias docenas más de personalidades que habían permanecido ocultas.
"Las presiones que había dentro de Audrey Anne para proteger los más oscuros secretos familiares de su niñez destruyéndose a sí misma, fueron de las más increíbles que he visto", explica. "No creo que hoy siguiera viva de no haber sido por su esposo, uno de los seres humanos más compasivos que conozco".
Finalmente, liberada y luchando por recobrar la salud y la paz mental, Audrey Anne Wilder comentó recientemente sus sentimientos: "Como esposa y madre, sólo estoy aprendiendo a llegar al final de cada día como una sola persona. Pero no puedo quejarme. Si esta terrible prueba me ha enseñado algo, ha sido lo poco que realmente sabemos de los pesares y las fortalezas ajenas... y de lo maravilloso que puede volverse el mundo cuando por fin nos enteramos".
¿HABRA MILES COMO AUDREY ANNE?
RECIENTES descubrimientos clínicos logrados por la Sociedad Internacional para el Estudio de la Personalidad Múltiple y Disociación (Internacional Society for the Study of Multiple Personality and Dissociation), compuesta por 650 miembros,* han arrojado más luz sobre ese estado desconcertante, del que se había creído que era muy poco frecuente. Durante la última década, se han diagnosticado y tratado cientos de casos como el de Audrey Anne Wilder, y se cree que hay miles más sin diagnosticar.
Los nuevos estudios han revelado espectaculares diferencias, fisiológicas y mentales, entre las "otras" personalidades dentro de un mismo ser humano. Ser zurdo o diestro, tener cociente intelectual alto o bajo, buena o mala visión, alergias, ritmo del pulso, tolerancia al dolor y reacciones a las medicinas, son factores que pueden variar entre las diferentes personalidades, tanto como de un individuo a otro. Inclusive las ondas cerebrales pueden ser distintas.
Los expertos dicen que casi siempre las víctimas de trastornos de personalidad múltiple padecieron un abuso intolerable en la niñez. Su reacción fue un mecanismo psicológico de defensa conocido como disociación: una grieta temporal en la conciencia, para interrumpir la sensación de sí mismo y bloquear el dolor. El resultado: jaquecas, lagunas mentales, "amigos" a los que la víctima no conoce, despertar inexplicablemente en entornos desconocidos.
La idea de que la personalidad múltiple incapacita siempre a la persona es, sin embargo, un mito. La disociación permite en ocasiones a la víctima actuar normalmente... hasta cierto punto. Muchos casos nunca se descubren, y las personas mismas no se enteran de que tienen personalidad múltiple. Y la proporción de nueve a uno, de mujeres a hombres, que se ha diagnosticado, puede significar simplemente que los varones no son detectados, por la sencilla razón de que su extraño y violento comportamiento tiende a enredarlos en el sistema delincuencia /justicia.
*Los lectores pueden escribir a International Society for the Study of Multiple Personality and Dissociation, 230 North Michigan Avenue, Suite 3201, Chicago, Illinois 60601.