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septiembre 30, 2012
CUANDO mi padre era estudiante en el Seminario Teológico de la Universidad de Princeton, un día que se dirigía a una clase caminando atrás de tres de sus compañeros, se aproximó un profesor de barba y cabello canos.
—Mira, es el patriarca Abrahám —señaló uno de los estudiantes.
—No, es el patriarca Isaac —rebatió el segundo.
—No, es el patriarca Jacob —dijo el tercero.
El profesor se paró en seco y replicó:
—No soy ni Abrahán, ni Isaac ni Jacob. Soy Saúl, el hijo de Cis, que ha estado buscando las burras que perdió mi padre. ¡Qué bueno que ya encontré tres de ellas!
—D.M
EN NUESTRA clase de literatura medieval, el profesor comentaba la obra de San Beda, El venerable, y de otros historiadores de aquella época. "Todavía en el siglo IX, escribía cierto autor fidedigno sobre la presencia de un dragón", aseveró.
Todos en la clase prorrumpimos en carcajadas, mas el maestro continuó: "Naturalmente, en la actualidad, eso nos parece absurdo. Todos sabemos que probablemente se trataba de un OVNI
—J K.B.
CIERTO amigo mío, maestro de composición musical en la universidad, estaba dotado de un oído finísimo. Le pregunté si podía emplear esa facultad en algún campo ajeno a la música.
—¿Ves el cacharro ese que traigo ? —me respondió, indicándome su auto con un movimiento de cabeza—. Pues bien, el velocímetro está roto, así que estimo la velocidad a la que voy, guiándome por un zumbido procedente de la parte trasera del coche. Si el zumbido es en mi bemol, es que corro a unos 40 k.p.h. Si sube a sol, me indica que voy a 65. Y ya sé que nunca me levantarán una infracción por exceso de velocidad, si no paso de si bemol.
—G. L.
CUANDO mi esposo era instructor en el departamento forestal de la universidad, hizo varios viajes al interior de unos bosques plagados de moscas y mosquitos.
En uno de estos viajes, mi marido, que es muy tímido con las mujeres, notó que una de las alumnas usaba un perfume que pensó podría ser un buen regalo para mí en nuestro ya próximo aniversario de boda, así que se armó del valor necesario para preguntar el nombre de la fragancia.
Con una amplia sonrisa, la jovencita le informó que sólo estaba usando repelente para insectos.
—R.K.
EL DEPORTE favorito en mi dormitorio de la universidad eran las batallas de agua: nos empapábamos y bombardeábamos con pistolitas de agua, globos y hasta con los cestos de basura.
El blanco preferido era el prefecto. Una tarde, cuando se acercaba a su habitación, notó que la puerta estaba entreabierta. Alzó la vista y vio un cubo de agua colocado sobre la puerta, preparado para que cayera encima de él. Bajó el cubo y vertió el agua en el lavabo, y mientras lo hacía pensó: ¡Estos locos muchachos de veras creyeron que podían embromarme con este viejo truco!
Entonces se dio cuenta de que "esos locos muchachos" habían quitado el tubo de drenaje del lavabo.
—D. P.
UNA AMIGA y yo hablábamos de nuestros "viejos" tiempos de estudiantes en el internado. Le recordé:
—Nuestra vida social era buena, pero no grandiosa. ¿Qué me cuentas de las veces que aceptaste salir con un muchacho sólo por no herir sus sentimientos?
—A las de mi dormitorio no nos costaba ningún trabajo decir no —exclamó mi amiga—. Hice una lista de diez disculpas y la pegué junto al teléfono; así podíamos rechazar una invitación sin estar tartamudeando excusas. Funcionó a la perfección, excepto la vez que oímos a una compañera atolondrada decir: "Me gustaría salir contigo, Tomás, pero no puedo por... por la razón número siete".
—G. S.
ESTUDIABA yo canto con un maestro educado en Europa, que manifestaba asombro ante los estudiantes norteamericanos. Uno de los atletas más destacados de la escuela se dormía cada día al empezar la clase, y no despertaba hasta que sonaba la campana. En cierta ocasión entró al aula con diez minutos de retraso. El mentor se interrumpió en medio de una frase y le recomendó: "No deberías llegar tarde, pues necesitas dormir".
—J. J.G.
EL EDIFICIO principal de la Escuela Episcopal Divinity, en Cambridge, Estados Unidos, fue construido en tiempos en que eran bajos los precios del combustible para los sistemas de calefacción. Pero después hubo necesidad de instalar un sistema de calentamiento controlado por computadora, para ahorrar combustible.
Un día especialmente frío, los estudiantes se quejaban de la inadecuada calefacción. El maestro trató de explicarles lo complejo de la caldera, y por último les dijo:
—El edificio se calienta gracias a una computadora.
—Bueno —replicó un joven al que le castañeteaban los dientes—, entonces que echen otra al fuego.
—G. S.
UN CONDISCÍPULO de la universidad se ofreció llevarnos al cine en su automóvil compacto. No recuerdo con exactitud cuántos éramos, pero el de menor talla quedó aplastado contra la ventanilla trasera. Otro se acomodó sobre las rodillas de los que iban en el asiento posterior. Yo me senté junto al conductor, con no recuerdo quién sobre mis rodillas.
A medio camino, un agente de policía nos detuvo y nos ordenó a todos que saliéramos. Nos bajamos como mejor pudimos y nos alineamos junto al auto de nuestro amigo. Tras de lanzarnos una mirada escrutadora, el agente gruñó: "Ahora, regresen adentro", una vez que estuvimos adentro, nos dijo: "¡Salgan todos otra vez!"
Nos observó detenidamente al tiempo que se rascaba la cabeza, desconcertado. Pasados unos momentos, exclamó: "¡Muy bien, métanse y váyanse! ¡Todavía no sé cómo lo hacen!"
—R.P.
INFERIOR: JEFF MOORES