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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 164. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 168. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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  • CON RELLENO

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  • SIN RELLENO

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  • ▪ Bungee Shade: H25-V56

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  • ▪ Moirai One: H34-V64

  • ▪ Rampart One: H31-V63

  • ▪ Rubik Burned: H29-V64

  • ▪ Rubik Doodle Shadow: H29-V65

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  • ▪ Ewert: H27-V62

  • ▪ Londrina Shadow: H41-V67

  • ▪ Londrina Sketch: H41-V67

  • ▪ Miltonian: H31-V67

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  • ▪ Rubik Vinyl: H29-V64

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    H
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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    Header

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    H

    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
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    ● Desplazamiento Automático
    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


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    IMAGEN PERSONAL



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    Elige la sección de la página a cambiar imagen del fondo:

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    SIDEBAR
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    Widget 7














































































































    REFUGIO (Alfred E. Van Vogt)

    Publicado en agosto 12, 2012

    La indecisión gravitaba sombría en los pensamientos del hombre mientras recorría la sala de controles de la nave espacial y se dirigía a la cama donde la mujer yacía, tan tensa y tan inmóvil. Se inclinó sobre ella.



    —Hemos reducido la velocidad, Merla —dijo con voz profunda.

    No hubo respuesta, ni movimiento, ni un ligero temblor en sus delicadas y anormalmente blancas mejillas. Las finas aletas de su nariz tenían un leve movimiento cada vez que inspiraba. Eso era todo.

    El Dreegh alzó el brazo de la mujer y luego lo soltó. Cayó en su regazo como un pedazo de madera sin vida, mientras su cuerpo permanecía rígido y antinatural. Con cuidado, acercó los dedos a un ojo, le alzó el párpado y lo observó. El ojo, de un azul empañado y sin vista, lo miró.

    Se enderezó, y se quedó inmóvil en el silencio absoluto de la veloz nave. Durante un momento, con la intensidad de su postura y lo implacable de sus rasgos, duros y afilados, pareció la verdadera encarnación del cálculo frío y sombrío.

    —Si ahora la reviviera, tendría más tiempo para atacarme, y más fuerza —pensó sombrío—. Si espero, ella será más débil.

    Se relajó lentamente. El cansancio de los años que esa mujer y él habían pasado juntos en las oscuras inmensidades del espacio hicieron temblar su lógica anormal. Se conmovió. .. y tomó la decisión.

    Preparó una inyección y se la aplicó a la mujer en el brazo. Los ojos azules del hombre adquirieron un brillo de acero mientras acercaba sus labios al oído de la mujer.

    —Estamos cerca de un sistema solar —dijo con voz resonante—. ¡Habrá sangre, Merla! ¡Y vida!

    La mujer se agitó. Durante un instante pareció como si una muñeca de pelo dorado cobrara vida. Sus mejillas, de una forma perfecta. no adquirieron color alguno, pero la alerta saltó a sus ojos. Lo miró con creciente hostilidad, medio confundida.

    —He estado drogada —dijo, y el efecto de muñeca desapareció de repente. Su mirada se concentró en él, y un poco de belleza desapareció de su rostro. Sus labios se retorcieron al pronunciar las palabras—: No tiene ninguna gracia, Jeel, que tú estés aún perfectamente. Si hubiera pensado. . .

    Él permaneció frío, vigilante.

    —Olvídalo —cortó—. Despilfarras energía, y lo sabes. De todas formas, vamos a aterrizar.

    La llama de tensión de la mujer se desvaneció. Se sentó con esfuerzo, pero en su rostro apareció una expresión pensativa.

    —Quiero saber cuál es el riesgo —dijo—. No es un planeta Galáctico, ¿verdad?
    —No hay Galácticos por aquí. Pero sí un Observador. Llevo dos horas recibiendo las ultraseñales secretas —una nota sardónica asomó en su voz—, avisando a todas las naves que den media vuelta porque el sistema no está preparado para ningún tipo de contacto con los planetas Galácticos.

    Parte de la alegría diabólica que había en sus pensamientos tuvo que comunicarse a través de su tono, pues la mujer lo miró, y sus ojos se ensancharon poco a poco.

    —Quieres decir... —medio susurró.

    Él se encogió de hombros.

    —Las señales deben estar llegando ya a toda potencia. Vamos a ver qué grado de sistema es. Pero puedes empezar a albergar esperanzas.

    El hombre manipuló la consola de control para sumir la sala en la oscuridad y dispuso los automáticos. Una imagen tomó forma en una pantalla situada en la pared de enfrente.

    Al principio, sólo hubo un punto de luz en mitad de un cielo estrellado; luego, un brillante planeta que flotaba en el oscuro espacio, los continentes y océanos claramente visibles. Una voz surgió de la pantalla:

    —Este sistema estelar contiene un planeta habitado, el tercero a partir del sol. llamado Tierra por sus habitantes. Fue colonizado por los Galácticos hace siete mil años según el método habitual. Ahora se encuentra en su tercer grado de desarrollo, y consiguió una forma limitada de viaje espacial hace poco más de cien años. Es. ..

    Con un rápido movimiento, el hombre desconectó la imagen y encendió la luz. Luego miró a la mujer con silencio torvo y triunfante.

    —¡Tercer grado! —exclamó en voz baja, con una nota casi incrédula en la voz—. Sólo tercer grado. Merla, ¿te das cuenta de lo que eso significa? Es la oportunidad de toda una vida. Voy a llamar a la tribu Dreegh. Si no escapamos con varios contenedores de sangre y una batería entera de vida, no merecemos ser inmortales. Tenemos que...

    Se volvió hacia el comunicador. y durante ese exultante momento la preocupación quedó arrinconada en el fondo de su mente. Por el rabillo del ojo vio a la mujer saltar del borde del camastro. Se hizo a un lado demasiado tarde. El frenético salto le salvó sólo en parte. Fueron sus mejillas, no sus labios, los que se encontraron.

    Una llama azul brotó de él en dirección a la mujer. La energía ardiente surcó la mejilla masculina para convertirse en una instantánea magulladura sangrante. Casi cayó al suelo de la impresión; entonces furioso por la intensa agonía, se liberó.

    —¡Te romperé los huesos! —exclamó.

    La risa de la mujer, falta de amor y llena de su propia furia reprimida, flotó hacia él desde el suelo donde la había arrojado.

    —Así que tenías un suministro secreto de vida para ti –espetó ella—. ¡Maldito traidor!

    La oscura mortificación del hombre se redujo ante la plena aceptación de que la furia no serviría de nada. Tenso por la debilidad que ya era un peso sobre sus músculos, se volvió hacia la consola de control y empezó a disponer con prisa febril los ajustes que devolverían la nave al espacio y tiempo normales.

    La urgencia corporal crecía con rapidez en él, una necesidad oscura y sin remordimiento. En dos ocasiones, la negra náusea lo envió a bandazos a la cama; pero ambas veces consiguió regresar a la consola de control. Finalmente, se sentó ante los mandos, cabizbajo, consciente de la tensión aturdidora que se acercaba cada vez más, cada vez más. . .

    La nave, demasiado rápida, se volvió un destello blanco cuando por fin alcanzó la atmósfera del tercer planeta. Pero sus duros metales aguantaron; y las terribles velocidades se plegaron a la furia de los retropropulsores y a la presión del aire, que se espesaba con cada kilómetro avanzado.

    Fue la mujer quien le ayudó a entrar en la diminuta nave salvavidas. Se tendió en ella para recuperar fuerzas. Miró con tensa ansiedad el ardiente mar de luces provenientes de la primera ciudad que veía en la zona de noche de este extraño mundo.

    Aturdido, observó como la mujer aterrizaba con cuidado en la oscuridad tras un cobertizo en un callejón y, ya que el socorro parecía cercano, la esperanza le permitió caminar junto a ella hasta una calle residencial, poco iluminada, que había cerca.

    Habría continuado hacia la calle, pero los dedos de la mujer lo agarraron y lo devolvieron a las sombras del callejón.

    —¿Estás loco? —susurró—. Tiéndete. Nos quedaremos aquí hasta que alguien venga.

    Notó duro el cemento bajo su cuerpo, pero después de experimentar un momento el doloroso descanso que producía, sintió una débil erupción de energía, y pudo poner voz a sus amargos pensamientos.

    —Si no hubieras robado la mayor parte de mi vida. guardada con tanto cuidado, no nos encontraríamos en esta situación desesperada. Sabes bien que es importante que yo tenga todo el poder.

    En la oscuridad, junto a él, la mujer permaneció silenciosa un instante.

    —Los dos necesitamos un cambio de sangre y una nueva carga de vida —susurró desafiante—. Tal vez te he quitado demasiada, pero tuve que robártela porque nunca me la habrías dado por propia voluntad, y lo sabes.

    Durante un rato, la futilidad de discutir le hizo permanecer en silencio pero, a medida que iban pasando los minutos, aquella temible urgencia física tiñó una vez más sus pensamientos.

    —Por supuesto, te habrás dado cuenta de que hemos revelado nuestra presencia —dijo con intensidad—. Tendríamos que haber esperado a que los otros llegaran. No hay duda de que nuestra nave fue localizada por el Observador Galáctico de este sistema antes de que llegáramos a los planetas exteriores. Habrán dispuesto trazadoras para averiguar el lugar en que nos encontramos, y no importa dónde escondamos nuestra nave, sabrán su localización exacta. Es imposible ocultar las energías interestelares. Y ya que no habrán cometido el error de traer esas energías a un planeta del tercer grado, no podemos esperar localizarles de ese modo.
    —Pero sí podemos esperar algún tipo de ataque. Lo único que espero es que uno de los grandes Galácticos no forme parte de él.
    —¡Uno de ellos! —Su susurro fue un jadeo. Luego añadió, irritada—: No trates de asustarme. Me lo has dicho una y otra vez y. . .
    —¡Está bien, está bien! —gruñó él, cansado—. Un millón de años han demostrado que nos consideran bajo su atención personal.—A pesar de su debilidad, hizo una mueca burlona—. Además, deja que los agentes destacados en estos planetas de categoría inferior traten de detenernos.
    —¡Calla! —Su susurro fue tenso—. ¡Pasos! ¡Rápido, ponte en pie!

    Él advirtió que la oscura forma de la mujer se incorporaba; a continuación, sus manos le urgieron a levantarse. Lo hizo, aturdido.

    —Creo que no puedo . . . —empezó a decir con voz débil .
    —¡Jeel! —El susurro de la mujer lo golpeó; sus manos lo sacudieron—. Son un hombre y una mujer. ¡Son vida, Jeel, vida!

    ¡Vida!

    Se enderezó con un terrible esfuerzo. Una chispa del inextinguible deseo de vivir que le había hecho atravesar los negros kilómetros y los años aún más oscuros estalló en su interior. Siguió rápidamente a Merla y ambos salieron al descubierto. Vio las formas del hombre y la mujer.

    La pareja se acercó a ellos, en la medianoche, bajo los árboles de la calle, y se hizo a un lado para dejarla pasar. Primero, lo hizo la mujer; luego, el hombre... y fue tan sencillo como si sus músculos hubieran contenido toda su fuerza.

    Vio como Merla se abalanzaba sobre el hombre; entonces, él agarró a la mujer, e inclinó la cabeza al instante para dar aquel beso anormal...

    Después (después incluso de que hubieran sacado la sangre), el hombre recuperó su capacidad de decisión, un duro tejido de pensamientos y contrapensamientos que se formaban lentamente para adquirir un propósito.

    —Dejaremos los cuerpos aquí —dijo.

    Ella susurró algo para mostrar su objeción, pero él la cortó con hrusquedad.

    —Deja que yo me encargue de todo. Estos cadáveres atraerán a los reporteros de esta ciudad, los periodistas o comoquiera que sean llamados los de su calaña en este planeta; y ahora los necesitamos. En algún lugar del archivo de datos de esta persona tiene que haber claves, inexplicables para él, pero con las que podremos descubrir la base secreta del Observador Galáctico en este sistema. Hemos de encontrar esa base, descubrir su fuerza y destruirla si es necesario cuando la tribu llegue.

    Su voz adquirió un tono metálico:

    —Y ahora tenemos que explorar esta ciudad; encontrar un edificio muy frecuentado bajo el que podamos enterrar nuestra nave; aprender el idioma; surtir de nuevo nuestros suministros vitales..., y capturar a ese periodista. Después de que acabe con él —continuó, y su tono se volvió suave como la seda—, es indudable que te proporcionará esa diversión física que en apariencia ansías cuando has estado particularmente drogada.

    Se rió, amable, mientras los dedos de la mujer agarraban su brazo en la oscuridad, en un gesto convulsivo.

    —Gracias, Jeel —dijo ella—. Lo comprendes, ¿verdad?

    Una puerta se abrió ante Leigh. Al instante, el parloteo de voces en la sala se convirtió en un murmullo. Se puso alerta. Arrojó su cigarrillo al suelo de mármol y entró en la sala, todo en un solo movimiento.


    En el techo, las luces brillaban con intensidad propia del día; bajo su resplandor. vio lo que los otros ojos contemplaban ya: los dos cadáveres, el del hombre y el de la mujer, mientras los sacaban.



    La pareja yacía tendida en la superficie plana y brillante de la camilla. Sus cuerpos aparecían rígidos; los ojos, cerrados. Parecían muertos. pensó Leigh, no dormidos.

    Anotó mentalmente ese hecho y sintió una súbita sorpresa.

    Los primeros asesinatos en el continente americano en veintisiete años. Y sólo era otro trabajo. Por Dios, estaba resultando mas duro de lo que creía.

    Notó que las voces se habían apagado por completo. El único sonido era la ronca respiración del hombre que tenía más cerca y el roce de sus propios zapatos mientras avanzaba.

    Su movimiento actuó como una señal para aquel tenso grupo de hombres. Hubo una presión general hacia adelante. Leigh experimentó un momento de dura ansiedad; entonces, sus músculos más grandes y más duros le ayudaron a llegar a donde quería: junto a las dos cabezas.

    Se inclinó hacia adelante, absorto. Sus dedos palparon el cuello de la mujer. donde aparecían las incisiones. No miró al encargado mientras preguntaba en voz baja:

    —¿Por aquí le sacaron la sangre?
    —Sí.

    Antes de que pudiera volver a hablar, otro periodista intervino.

    —¿Algún comentario especial por parte de los científicos de la policía? —preguntó—. Los asesinatos se cometieron hace ya más de un día. Tendría que haber algo nuevo.

    Leigh apenas le prestó atención. El cuerpo de la mujer, calentado eléctricamente para ser embalsamado. parecía algo vivo bajo su contacto. Tardó un largo instante en darse cuenta de que sus labios estaban brutalmente magullados.

    Miró al hombre: tenía los mismos cortes en el cuello, los mismos labios rotos. Alzó la cabeza. Las preguntas temblaban en su lengua, pero guardó silencio al advertir que el encargado hablaba todavía con su suave voz.

    —... por lo general. cuando se aplican los embalsamadores eléctricos —estaba diciendo—, hay resistencia por la electricidad estática del cuerpo. Curiosamente, no la había en ninguno de estos dos cadáveres.
    —¿Y eso qué significa? —preguntó alguien .
    —En realidad, la fuerza est tica es una forma de fuerza vital, que suele emanar de un cuerpo durante más de un mes. No conocemos otro medio de acelerar el proceso, pero las magulladuras de los labios muestran claras quemaduras, que sugieren mucho.

    Todos los cuellos se volvieron y el grupo avanzó. Leigh permitió que lo apartaran. Se detuvo a oír con atención mientras el encargado hablaba.

    —Tal vez un pervertido pudiera besar con tanta violencia.
    —Pensaba que no quedaban pervertidos desde que el profesor Ungarn convenció al gobierno para que instituyera su test de psicología mecánica en todas las escuelas, y acabar así con los asesinatos, los robos, la guerra y todas las perversiones antisociales —dijo, muy claro, Leigh.

    El encargado, vestido con su túnica negra, vaciló.

    —Parece que uno peligroso se ha escapado... —y concluyó—: Eso es todo, caballeros. No hay pruebas, ni promesa alguna de capturarlo pronto. Sólo este último hecho: hemos enviado un mensaje al profesor Ungarn, y hemos tenido la suerte de encontrarle de camino a la Tierra desde su meteorito privado, cerca de Júpiter. Aterrizar poco después del atardecer. dentro de unas cuantas horas.

    Las luces redujeron su intensidad. Mientras Leigh permanecía en pie con el ceño fruncido y observaba cómo retiraban los cuerpos. una frase flotó entre el coro de voces:

    —El beso de la muerte .
    —Lo que te digo —añadió otra voz—. El capitán de esa nave espacial jura que sucedió. . . La nave pasó junto a él a más de un millón de kiLometros por hora, e iba reduciendo su velocidad, ¿comprendes?, reduciendo... hace dos días.
    —¡El caso del vampiro! Así es como voy a llamarlo

    Así lo llamó también Leigh mientras hablaba unos instantes por su comunicador de muñeca.

    —Ahora me voy a cenar, Jim —terminó.
    —Muy bien —la voz del redactor jefe sonaba metálica—. Voy a tener que recomendarte para un aumento de sueldo. Nueve mil periódicos han comprado esta historia al Servicio Planetario, comparado con los cuatro mil setecientos que lo han hecho al Universal. que consiguió la segunda cobertura. Y creo que hoy también has dado en el clavo. Un matrimonio joven y corriente sale a dar un paseo por la noche. Una especie de diablo los ataca, extrae su sangre y la guarda en un tanque, su energía vital en un cable o algo por el estilo... Supongo que la gente lo creerá así. De todas formas sugieres que podría sucederle a cualquiera; tened cuidado, amigos. Y advierte que, en estos días de velocidades interplanetarias, esta noche podría estar en cualquier parte, dispuesto a cometer su siguiente asesinato. Como dije antes, es un buen material. Eso hará que la historia se mantenga en candelero para esta noche. Ah, por cierto.
    —¡Dispara!
    —Un chico ha llamado hace una media hora. Quería verte. Dijo que lo esperabas.
    —¿Un chico? —Leigh frunció el ceño.
    —Un tal Patrick. Edad escolar, unos dieciséis años. No, ahora que lo pienso, ésa fue mi primera impresión. Dieciocho, tal vez veinte. Muy brillante, confiado, orgulloso.
    —Ahora lo recuerdo —dijo Leigh—. Un estudiante de la facultad. Quería entrevistarme para un periódico universitario. Me ha llamado esta tarde. Uno de esos malditos charlatanes persuasivos. Antes de darme cuenta, accedí a cenar con él en Constantine.
    —Eso es. Se supone que tenía que recordártelo. ¿De acuerdo?

    Leigh se encogió de hombros.

    —De acuerdo —dijo.

    En realidad, mientras salía al resplandor de la calle iluminada por el sol de la tarde, no había ningún pensamiento en su cabeza. Ni una premonición.

    A su alrededor, el enjambre de humanidad empezó a espesarse. Los enormes edificios descargaban la primera andanada de la marea de las cinco y, por dos veces, Leigh sintió que le tiraban del brazo antes de darse cuenta de que alguien había tropezado con él.

    Se dio la vuelta y contempló a un par de ojos oscuros y ansiosos en un rostro marrón y marchito. El hombrecillo agitó un fajo de papeles ante él. Leigh llegó a divisar la escritura a mano en los papeles.

    —Señor Leigh.. . —empezó a farfullar el tipo—. Cien dólares por estos... es una gran historia.
    —Oh —murmuró Leigh. Perdió el interés; entonces, su mente se despertó de aquel estado casi completamente ausente, y la pura amabilidad le hizo decir—: Llévelos a la oficina Planetaria. Jim Brian le pagará por lo que vale la historia.

    Siguió su camino, con la vaga convicción de que el asunto estaba zanjado. Entonces, de pronto, volvieron a tirarle del brazo.

    —¡Es una primicia! —murmuró el hombrecillo—. El diario del profesor Urgarn, todo acerca de una nave espacial que vino de las estrellas. ¡Diablos a bordo que beben sangre y dan el beso de la muerte!
    —¡Veamos! —empezó a decir Leigh, irritado.

    Y entonces se detuvo, física y mentalmente. Un extraño y frío estremecimiento le recorrió. Se quedó allí plantado, tambaleándose un poco por la impresión de la idea que se helaba en su cerebro: los periódicos con los detalles de la "sangre" y el "beso" de la muerte no estaban todavía en la calle... ni lo estarían hasta dentro de otros cinco minutos.

    —Mire, el nombre del profesor Ungarn está impreso en dorado en la parte superior de cada hoja —decía el hombre—, y habla de cómo divisó la nave a dieciocho años luz, y cómo recorrió toda esa distancia en unas pocas horas. .. Ahora sabe dónde se encuentra y. . .

    Leigh oía, pero eso era todo. Su cerebro de periodista, ese departamento especial altamente desarrollado, giraba con un enjambre de pensamientos que de súbito adquirieron una dura y brillante pauta; y en ese diseño tensamente construido no había lugar para ninguna desvergonzada coincidencia como la que ese hombre le ofrecía en la calle abarrotada.

    —¡Déjeme ver eso! —dijo, y extendió la mano mientras hablaba.

    Los dedos del hombre soltaron los papeles, pero Leigh ni siquiera los miró cuando los tuvo en la mano. Su cerebro era claro como el cristal, sus ojos fríos.

    —No sé a qué intenta jugar —increpó—. ¡Necesito que me diga tres cosas, y ser mejor que responda rápido! Primera, ¿cómo conoce mi nombre, mi oficio y todo lo demás y me encuentra en esta calle abarrotada de una ciudad que hace un año no visito?

    Era vagamente consciente de que el hombrecillo trataba de hablar y farfullaba palabras incomprensibles. Pero no prestó atención.

    —Segunda —continuó implacable—, el profesor Ungarn llegará de Júpiter dentro de tres horas. ¿Cómo puede explicar que posea usted unos papeles que él debe de haber escrito hace menos de dos días?
    —Mire, jefe... —parloteó el hombre—, me está interpretando mal...
    —Mi tercera pregunta —dijo Leigh, sombrío— es cómo va a explicar a la policía su preconocimiento de los detalles de un asesinato.

    Los ojos del hombrecillo se pusieron vidriosos, y, por primera vez Leigh sintió un atisbo de compasión.

    —Muy bien, amigo —dijo casi con amabilidad—. Empiece a hablar.

    Las palabras surgieron rápidamente, y al principio fueron simplemente sonidos sin sentido. La coherencia fue llegando de modo gradual:

    —... y así es como fue, jefe. Estoy allí tan tranquilo y ese muchacho se me acerca y le señala, me da cinco pavos y esos papeles que tiene usted ahora, y me dice lo que tengo que decirle y. . .
    —¿Un muchacho? —preguntó Leigh completamente sorprendido.
    —Si, un chaval de unos dieciséis años. No, más bien de unos dieciocho o veinte, y me dio los papeles y...
    —Ese chico —dijo Leigh—, diría que estaba en edad universitaria?
    —Eso es, jefe. Usted lo ha dicho. Eso es lo que parecía. Lo conoce ¿eh? Bueno, eso me deja limpio, y tengo que ir. . .
    —¡Espere! —llamó Leigh, pero el hombrecillo pareció darse súbitamente cuenta de que sólo tenía que echar a correr para escapar.

    La gente lo miró, y eso fue todo. Desapareció para siempre detrás de una esquina.

    Leigh se quedó allí, con el ceño fruncido, mientras leía el fino fajo de papeles. No había nada más aparte de lo que el hombrecillo había referido ya con sus palabras incoherentes: sólo una vaga serie de notas en las hojas sueltas de un cuaderno.

    Por escrito, el relato de la nave espacial y sus ocupantes carecía de profundidad, y parecía menos convincente a cada segundo que pasaba Cierto, la palabra Ungarn aparecía grabada en dorado en la parte superior de cada hoja, pero.. .

    Leigh se estremeció. La idea de que le habían gastado una broma tonta se hacía tan violenta que pensó con súbita furia: Si ese estúpido estudiante ha preparado de verdad una broma como ésta. . ..

    Interrumpió su pensamiento, pues la idea era tan insensata como todo lo que había sucedido.

    Y, además, no había ninguna tensión real en él. Sólo se dirigía a un restaurante.

    Penetró en el espléndido vestíbulo que era la entrada al vasto y maravilloso restaurante Constantine. Se detuvo un instante en la gran puerta para contemplar el prolongado destello de las mesas. el jardín colgante con los salones de té; todo estaba allí.

    El brillante restaurante Constantine era famoso en el mundo entero pero no había cambiado mucho desde su última visita.

    Leigh dio su nombre y empezó a decir:

    —Tengo entendido que un tal señor Patrick hizo las reservas. . .

    La muchacha lo interrumpió.

    —Oh, sí, señor Leigh. El señor Patrick reservó el salón privado número tres. Acaba de telefonear para decir que tardará unos minutos. Nuestro maitre le guiará.

    Leigh empezó a volverse, un poco sorprendido por la manera efusiva en que la muchacha le había contestado, cuando un pensamiento lo asaltó como una llama.

    —Espere un momento, ¿ha dicho usted el salón privado número tres? ¿Quién paga esto?

    La muchacha sonrió.

    —Lo pagaron por teléfono. ¡Cuatro mil quinientos dólares!

    Leigh se quedó inmóvil. En un momento, esa reunión que, después de lo que le había sucedido en la calle, le parecía poco más que una irritación con la que tenía que acabar, se había convertido en algo anormal y fantástico.

    ¡Cuatro mil quinientos dólares! ¿Podía tratarse de algún niñato rico enviado por un periódico universitario, pero que había elaborado todo este asunto porque estaba determinado a causar una fuerte impresión personal?

    Frío, alerta, su cerebro descartó la solución. La humanidad producía egoístas a escala elefantiásica, pero no a alguien que ordenara un festín como aquél sólo por impresionar a un periodista.

    Sus ojos se entrecerraron ante la idea.

    —¿Dónde está el teléfono? —preguntó, cortante.

    Un minuto más tarde, hablaba por el fonocular.

    —¿Es el Secretariado de las Universidades Unidas? Quisiera saber si hay alguien apellidado Patrick matriculado en alguna de sus facultades locales y, en caso afirmativo, si ha sido autorizado por algún periódico universitario para entrevistar a William Leigh, del Servicio de Noticias Planetarias. Soy Leigh.

    La respuesta, breve, tremenda y final, tardó seis minutos.

    —Hay tres señores Patrick en nuestras diecisiete facultades. Todos se hallan cenando en este momento en sus diferentes residencias oficiales. Nuestras secretarias dan cuenta de cuatro señoritas Patrick. Ninguno de los siete está conectado de ninguna forma con ningún periódico universitario. ¿Desea algún tipo de ayuda para tratar con el impostor?

    Leigh vaciló. Cuando habló al fin, lo hizo con la extraña y sombría sensación de que estaba engañándose.

    —No —dijo, y colgó .

    Salió de la cabina, sacudido por sus propios pensamientos. En esta ocasión se encontraba en la ciudad sólo por un motivo. ¡El asesinato! Y apenas conocía a nadie. Por tanto. . .

    Era absolutamente increíble que un extraño quisiera verle por una razón no conectada con su propio propósito. Expulsó el feo escalofrío de su sistema.

    —Al salón privado número tres, por favor —dijo.

    Tenso, pero frío, examinó el apartamento que era el salón tres. En realidad, se trataba de un apartamento con unos muebles espléndidos; un salón comedor similar al de un palacio, que dominaba las cinco habitaciones; una pared entera del salón cubierta con espejos decorativos tras los cuales destellaban cientos de botellas de licor.

    Las marcas eran extrañas para sus gustos baratos, el aroma de varias que abrió era pesado y poco invitador. En el tocador de señoras había un gran maletín con un brillante conjunto de joyas. Calculó rápidamente que su valor, si no eran falsas, alcanzaría varios cientos de miles de dólares.

    Leigh silbó para sí. En la superficie, Constantine parecía suministrar buen material de alquiler para el dinero que cobraban.

    —Me alegro de que usted sea físicamente grande —dijo una fría voz a sus espaldas—. Hay tantos periodistas delgados y pequeños.. .

    Era la voz que, de una manera sutil, diferente, había hablado con él por teléfono a primeras horas de la tarde. Deliberadamente diferente.

    La diferencia, notó mientras se daba la vuelta, radicaba también en el cuerpo: la diferencia que existe entre el cuerpo de una mujer y el de un muchacho, oculto con habilidad, pero no a la perfección, bajo un traje de hombre tan bien cortado. Por supuesto, ella parecía un muchacho en su complexión, joven y de finos rasgos.

    En realidad, Leigh nunca lo habría sospechado si ella no hubiera permitido que su voz sonara tan deliberadamente femenina. Ella puso voz a sus pensamientos con frialdad:

    —Sí, quería que lo supiera. Pero ahora no merece la pena malgastar palabras. Ya sabe todo lo que necesita saber. Aquí tiene un arma. La nave espacial se halla enterrada bajo este edificio.

    Leigh no hizo ningún esfuerzo por coger la pistola, ni la miró siquiera. En cambio, controlado ahora que la primera impresión había pasado, se sentó en la silla tapizada de seda del tocador que había en un rincón, se apoyó contra el tocador, alzó las cejas y dijo:

    —Considéreme un bruto retardado que ha de saber de qué va todo el asunto. ¿Por qué tantos jueguecitos preliminares?

    Pensó con deliberada atención: Nunca en su vida adulta se había permitido que lo atropellaran en nada. No iba a empezar ahora.

    Un momento después vio que la muchacha era de complexión pequeña. Cosa extraña, decidió con sumo cuidado, porque su primera impresión había sido que tenía un volumen bastante más considerable. O tal vez, reflexionó, ese segundo efecto era el resultado de su disfraz masculino.

    Descartó aquel problema particular como algo irresoluble de momento, y porque en realidad —advirtió de pronto—, el tamaño de la muchacha carecía de importancia. Tenía unas pestañas largas y negras y unos ojos oscuros que brillaban en un rostro orgulloso, casi arrogante. Y eso era, en definitiva la esencia de su ardiente y poderosa personalidad.

    Había orgullo en la manera como erguía la cabeza. Lo había en la equilibrada facilidad de cada movimiento, en la gracia natural con que caminaba con paso lento hacia él. No era un orgullo consciente, sino una consciencia de superioridad que afectaba a todos los movimientos que sus músculos ejecutaban y asomó vibrante en su voz cuando habló, con severidad.

    —Lo he escogido —dijo ella— porque todos los periódicos que he leído hoy traían su artículo sobre los asesinatos, y, además, me pareció que alguien que estuviera ya trabajando en el caso comprendería de una manera razonablemente rápida los datos esenciales. En cuanto a la preparación dramática, lo consideré más convincente que preparar una explicación. Veo que ha malinterpretado esas suposiciones.

    Ella estaba ya bastante cerca de él. Se inclinó hacia adelante y depositó el revólver sobre el tocador, junto al brazo de Leigh.

    —Aquí tiene un arma efectiva —continuó, casi indiferente—. No dispara balas, pero tiene un gatillo y se apunta con ella como con una pistola. Por si acaso hace acopio del valor necesario, recorra el túnel detrás de mí lo más rápido que pueda, pero no me confunda con la gente con la que estaré hablando. ¡Permanezca oculto! Actúe sólo si me amenazan.

    Un túnel, pensó Leigh, estólido, mientras ella salía aprisa de la habitación, un túnel en ese salón privado número tres. O bien él estaba loco, o lo estaba ella.

    De súbito, se dio cuenta de que debería sentirse ofendido por la manera en que ella le había hablado. Y por aquel insultante truquito de salir de la habitación para que la siguiera. Dejarle allí con el fin de que empezara a sentir curiosidad... Esbozó una sonrisa triste. Si no hubiera sido periodista, le habría demostrado que aquella psicología barata no funcionaba con él.

    Todavía molesto, se puso en pie, agarró la pistola y luego se detuvo un instante al oír el extraño sonido apagado de una puerta que se abría con esfuerzo.

    La encontró en el dormitorio situado a la izquierda del comedor; como su mente se encontraba aún en aquel estado de pura receptividad que, para él, reemplazaba a la indecisión, sólo sintió una leve sorpresa al ver que ella había apartado el extremo de una mullida alfombra verde bajo la que se veía un agujero en el suelo.

    El brillante cuadrado de suelo que debería de haber cubierto la abertura, retirado limpiamente, aparecía sujeto por una simple y complicada bisagra brillante. Pero Leigh apenas lo advirtió.

    Miró más allá del túnel, en dirección a la muchacha. Y en ese momento, justo antes de que ella reparara en su presencia, le pareció advertir un leve gesto de inseguridad. Su perfil derecho, medio de espaldas a él mostraba los labios fruncidos, una blancura esforzada y...

    La impresión que le producía era de indecisión. Tenía la sutil sensación de que observaba a una muchacha que, por un breve momento, había perdido su soberbia confianza. Entonces, ella lo vio, y todas sus emociones cambiaron.

    No pareció envararse de ninguna forma. Sin prestarle la más mínima atención, bajó el primer peldaño de la escalera que conducía al agujero y empezó a descender sin un temblor de duda. Sin embargo. ..

    Sin embargo, la primera impresión de Leigh de que ella había vacilado le hizo avanzar con los ojos entornados. Entonces, de repente. aquella certidumbre de su breve miedo volvió real toda esta locura. Avanzó, bajó la empinada escalera, y sólo se detuvo cuando vio que se encontraba verdaderamente en un túnel pulido y con una tenue iluminación. La muchacha se detuvo y se llevó un dedo a los labios.

    —¡Chiiist! —dijo—. La puerta de la nave puede estar abierta.

    Leigh, irritado, sintió un duro cosquilleo de furia. Ahora que había decidido participar, se sentía automáticamente el jefe de esta fantástica expedición; y las pretensiones de aquella muchacha, la devastadora arrogancia de su presencia, lo volvían verdaderamente impaciente.

    —¡No me mande callar! —susurró, brusco—. Dígame los hechos y yo haré el resto.

    Se detuvo. Por primera vez, el significado de todas las palabras que ella había dicho caló en él. Su furia se hizo pedazos como un avión que se estrella al aterrizar.

    —¡Una nave! —dijo incrédulo—. ¿Trata de decirme que hay una nave de verdad enterrada debajo del restaurante Constantine?

    La muchacha pareció no oírle, y Leigh vio que se encontraban al final de un estrecho pasadizo. Delante había un oscuro brillo de metal.

    —Ahí está la puerta —indicó la muchacha—. Y recuerde que actúa usted como mi guardaespaldas. Permanezca escondido preparado para disparar. ¡Y si grito Dispare, hágalo!

    Se inclinó hacia adelante. Hubo un diminuto destello escarlata. La puerta se abrió, para revelar una segunda puerta. De nuevo, se produjo aquel diminuto e intenso destello rojo y la otra puerta se abrió también.

    Sucedió muy rápido. demasiado. Antes de que Leigh pudiera comprender del todo que la crisis se había producido, la muchacha entró con decisión en la sala brillantemente iluminada que se extendía más allá de la segunda puerta.

    Había sombras en el lugar donde Leigh se quedó medio paralizado por la acción de la muchacha. Había sombras aún más profundas contra la pared de metal en la que se apretujó siguiendo un movimiento instintivo . Permaneció inmóvil . Maldijo en silencio a aquella jovencita estúpida que había entrado en un cubil de enemigos cuyo número era desconocido sin un plan genuino de autoprotección.

    ¿O sí sabía cuántos eran? ¿Y quiénes?

    Las cuestiones se retorcían en su mente, sin llegar a ninguna parte, hasta que un pensamiento diferente por completo las reemplazó: Al menos él estaba afuera con un arma, e inadvertido, ¿o no?

    Esperó, tenso. La puerta permaneció abierta; y no hubo ningún movimiento aparente hacia ella. Con lentitud, Leigh se permitió relajarse, y dejó que su mente absorbiera sus primeras impresiones.

    La parte de sala subterránea que podía ver mostraba un extremo de lo que parecía ser una consola de control, una pared metálica que parpadeaba llena de lucecitas, el borde de algo que se asemejaba a una cama bastante suntuosa, y el conjunto sugería tanto una nave espacial que la resistencia lógica de Leigh se desmoronó.

    Increíblemente, allí, bajo el suelo, bajo el restaurante Constantine, en realidad, había una pequeña nave espacial y...


    Ese pensamiento se corto cuando el silencio más allá de la puerta abierta, curiosamente largo, fue roto por la fría voz de un hombre:



    —Si yo fuera usted, ni siquiera intentaría levantar ese arma. El hecho que no haya dicho nada desde su entrada muestra la enorme diferencia de cómo somos a lo que esperaba.

    Se rió tranquilo, una risa calmada y profunda que Leigh pudo oír con claridad .

    —Merla —dijo el hombre—, ¿cuál dirías que es la psicología tras los actos de esta joven? Por supuesto, te habrás dado cuenta de que es una muchacha y no un chico.
    —Nació aquí —respondió la rica voz de una mujer—. No tiene ninguna de las características normales de los Klugg, pero se trata de una Galáctica, aunque definitivamente no es el Observador Galáctico. Es probable que no esté sola. ¿Salgo a investigar?
    —¡No! —El hombre parecía indiferente—. No tenemos que preocuparnos por una ayudante Klugg.

    Leigh se relajó lentamente, pero notaba una enorme intranquilidad en los nervios de su pecho, una sensación de vacío, la primera advertencia de la parte importante que había jugado la calmada seguridad de la muchacha en su propia confianza básica.

    ¡Todo echado a perder ahora! Ante la enorme seguridad de esos dos. y a la vista de su instantánea comprensión del disfraz masculino de la muchacha, los efectos de su maravillosa personalidad parecían una pauta remota, secundaria. definitivamente anulada.

    Apartó el miedo de su interior cuando la muchacha habló; se obligó a acumular valor con cada palabra que ella pronunciaba, y a alimentarse de la arrogancia y la inmensa confianza que había en ella. No importaba si fingía o no, porque ambos estaban metidos en eso a fondo, y sólo la valentía más osada podía esperar conseguir una fracción de victoria de la derrota que parecía tan inminente.

    Con genuina admiración, Leigh notó la brillante intensidad del discurso de la muchacha mientras decía:

    —Mi silencio tiene su origen en el hecho de que son los primeros Dreeghs que he visto. Por supuesto, los he estudiado con un poco de curiosidad, pero puedo asegurarles que no estoy sorprendida. Sin embargo, a la vista de sus extraordinarias opiniones sobre el tema, iré directamente al grano; el Observador Galáctico de este sistema me ha instruido para que les informe: tienen que haberse marchado mañana por la mañana. Nuestra única razón para concederles tanta prórroga se debe al hecho de que no deseamos que se sepa la verdad de todo este asunto. Pero no cuenten con ello. La Tierra está a punto de ascender al cuarto nivel de clasificación; y, como es probable que sepan, en las situaciones de emergencia, a los cuartos se les concede conocimiento Galáctico. Consideramos que esa emergencia se habrá producido mañana al amanecer.
    —Bien, bien —el hombre se reía suave, con sarcasmo—. Bonito discurso, pronunciado con fuerza, aunque sin significado alguno para nosotros, que podemos analizar sus pretensiones, por sinceras que sean, hasta su origen Klugg.
    —¿Qué quieres hacer con ella, Jeel?

    El hombre estaba fría, mortífera y completamente seguro.

    —No hay razón alguna por la que deba escapar. Tiene sangre y vida mas que normales. Transmitirá con claridad al Observador nuestro desdén por su ultimátum.

    Terminó con una risa lenta, sorprendentemente rica:

    —Ahora representaremos un simple drama. La joven intentará desenfundar su arma y dispararme con ella. Antes de que lo consiga, sacaré la mía y dispararé. Todo el asunto, como descubrirá, es cuestión de coordinación nerviosa. Y los Kluggs son cronológicamente casi tan lentos de movimientos como los seres humanos.

    Silencio.

    Su voz se detuvo. Su sonrisa se apagó.

    En todos sus años conscientes, Leigh nunca se había sentido más indeciso. Sus emociones decían: ahora; seguramente, ella le llamaría de un momento a otro. Y aunque no lo hiciera, tenía que actuar por su cuenta. ¡Adelante! ¡Dispara!

    Pero su mente estaba paralizada por un terrible temor. Notaba algo especial en la voz del hombre, un poder total, una certeza increíble y deslumbradora. Había una fuerza anormal, salvaje, y si realmente se trataba de una nave espacial llegada de las estrellas. ..

    Su cerebro no podía asimilar aquel terrible y deslumbrante pensamiento. Se agachó, y acarició el arma que la muchacha le había dado; por primera vez fue consciente que era extraña y no se parecía a ningún otro revólver que hubiera tenido.

    Se agazapó, a la espera de algo. El silencio de la sala de control de la nave espacial, el silencio que mantenían las tensas figuras que tenían que estar allí, más allá de su campo de visión, continuó. El mismo curioso silencio que había seguido a la entrada de la muchacha unos cuantos minutos antes. Sólo que esta vez fue ella misma quien lo rompió. Su voz sonó algo alterada, aunque fría, vibrante y valiente al mismo tiempo.

    —Estoy aquí para advertir, no para forzar el asunto. Y yo de ustedes no intentaría hacer nada a menos que estén cargados con la energía vital de quince hombres. Después de todo, he venido a sabiendas de lo que eran.
    —¿Qué crees, Merla? ¿Podemos asegurarnos de que es una Klugg? ¿Podría ser del nivel superior Lennel?

    Era el hombre. El tono de su voz admitía el razonamiento de la muchacha, pero la decisión seguía allí, el implacable propósito, la tremenda confianza.

    Sin embargo, a pesar de aquella sensación de violencia inminente, Leigh se sintió roto por la idea de que tanto la muchacha como él estuvieran en peligro. Su cerebro de periodista se retorcía irresistiblemente ante el fantástico significado de lo que sucedía:

    Energía vital de quince hombres.

    Todo estaba allí; todo encajaba monstruosamente. Los dos cadáveres que había visto secos de sangre y de energía vital, las repetidas referencias a aquel Observador Galáctico con quien la muchacha estaba relacionada.

    Con la mente casi en blanco, Leigh pensó que Galáctico significaba... bueno, Galáctico. Y aquello era tan terrible que... Oyó que la mujer hablaba.

    —¡Klugg! —dijo con certeza—. No hagas caso a sus protestas, Jeel. Ya sabes que soy muy sensible en lo que a las mujeres se refiere. Miente. No es más que una idiota que ha entrado con la intención de asustarnos. Destrúyela a tu placer.
    —No estoy acostumbrado a esperar —dijo el hombre—. Así que...

    De manera automática, Leigh atravesó de un salto el hueco de la puerta. Logró divisar a un hombre y a una mujer, vestidos con trajes de noche, él de pie; ella, sentada. Notó un fondo brillante y metálico. La consola de control, de la que ya había visto parte, reveló ahora ser un aparato enorme lleno de instrumentos resplandecientes. Entonces, dejó de prestar atención a su alrededor.

    —¡Ya es suficiente! —exclamó—. ¡Arriba las manos!

    Durante un largo y deslumbrante momento tuvo la impresión de que su entrada había sido una sorpresa completa, y que dominaba la situación. Ninguna de las tres personas de la sala se volvió hacia él. El hombre. Jeel, y la muchacha permanecían de pie, uno frente al otro; la mujer, Merla, estaba sentada en un sillón, de perfil, con su dorada cabeza echada hacia atrás.

    Fue ella quien, todavía sin mirarle, se echó a reír visiblemente y pronunció las palabras que acabaron con su breve convicción de triunfo.

    —Desde luego, viaja con muy pobre compañía —le dijo a la muchacha disfrazada—. Un estúpido ser humano. Dígale que se marche antes de que resulte lastimado.
    —Leigh, lamento haberte metido en esto —dijo la muchacha—. Todos los movimientos que hizo al entrar fueron oídos, observados y descartados antes de que pudiera siquiera ajustar su mente a la escena.
    —¿Se llama Leigh? —preguntó la mujer con brusquedad—. Me pareció reconocerle cuando le vi entrar. Se parece mucho a la fotografía que aparece en su columna de los periódicos. —Su voz se volvió extrañamente tensa—: ¡Jeel, un periodista!
    —Ahora ya no lo necesitamos —dijo el hombre—. Sabemos quién es el Observador Galáctico.
    —¿Eh? —dijo Leigh; su mentc se aceleró al oír aquellas sorprendentes palabras—. ¿Quién? ¿Cómo lo han averiguado? ¿Qué.. .?
    —La información no le servirá de nada —dijo la mujer. Leigh advirtió de pronto que la extraña cualidad de su voz era ansia—. No importa lo que le suceda a la muchacha, usted se queda.

    Lanzó una rápida mirada al hombre, como si buscara su benepl cito.

    —Recuerda, Jeel, me lo prometiste .

    Todo era tan absurdo y falto de significado que Leigh no pensó que corría ningún peligro persona!. Su mente apenas comprendió las palabras; sus ojos se concentraron con intensidad en la realidad que, un momento antes, había escapado a su consciencia.

    —Acaba de decir: No importa lo que le suceda a la muchacha —murmuró en voz baja—. Cuando entré, exclamó: Dígale que se marche antes de que resulte lastimado.

    Leigh sonrió, sombrío.

    —No hace falta que señale que esas palabras se hallan muy lejos de la amenaza de muerte inmediata que gravitaba sobre nosotros unos pocos segundos antes. Y acabo de darme cuenta del motivo. Hace un instante, oí a nuestro amigo Jeel amenazar a mi amiga para que desenfundara su arma. Ahora veo que la tiene desenfundada. Mi entrada sí sirvió para algo.—Se dirigió a la muchacha—. ¿Disparamos... o nos retiramos?

    Fue el hombre quien contestó.

    —Aconsejo la retirada. Aún podría ganar, pero no soy del tipo heroico que acepta correr riesgos que pueden terminar mal.—Se dirigió a la mujer y añadió—: Merla. siempre podremos capturar a este hombre, Leigh, ahora que sabemos quién es.
    —Usted primero, señor Leigh —invitó la muchacha .

    Y él no se entretuvo en discutir.

    Las puertas de metal chasquearon a su espalda mientras corría por el túnel. Un momento después, se dio cuenta de que la muchacha iba a su lado.

    El pequeño drama. de tan extraña irrealidad, tan peligroso, había terminado tan fantásticamente como había comenzado.

    Una luz grisácea los envolvió al salir del Constantine. Era una calle lateral sumida en la penumbra, y la gente corría junto a ellos con la extraña y ansiosa expresión de los que llegan tarde para la cena. Caía la noche.

    Leigh miró a su acompañante: en la penumbra, parecía un muchacho delgado, de ágil complexión. que corría atrevidamente a su lado. Se echó a reír con una risa algo ronca que luego se convirtió en triste.

    —¿Oué ha sido todo eso? ¿Hemos escapado por un pelo? ¿O hemos ganado? ¿Qué le hizo pensar que podía actuar como Dios y concederles a esos tipos doce horas para salir del Sistema Solar?

    La muchacha permaneció en silencio. Caminaba delante de él, con la cabeza inclinada. Entonces, se volvió de pronto.

    —Espero que no se le habrá ocurrido la idiotez de contar lo que ha visto y oído —exclamó ella.
    —Ésta es la mayor historia desde... —repuso Leigh.
    —Mire —la voz de la muchacha era suplicante—, no va a publicar ni una palabra porque en diez segundos verá que nadie en el mundo cree el primer párrafo.

    En la oscuridad, Leigh esbozó una sonrisa.

    —El psicólogo mecánico verificará cada sílaba.
    —¡También he venido preparada para eso! —dijo la vibrante voz.

    Alargó la mano hacia su rostro. Leigh la esquivó demasiado tarde.

    Una luz destelló en sus ojos, una fuerza cegadora que explotó en sus sensibles nervios ópticos con todo el agónico poder de un brillo intolerable. Leigh maldijo en voz alta y avanzó hacia su torturadora. Su mano derecha agarró un hombro. Barrió violentamente con la izquierda, y, a tientas, capturó tan sólo el extremo de una manga que se apartó al instante.

    —¡Diablo! —gritó—. Me ha dejado ciego.
    —Se pondrá bien —fue la fría respuesta—, pero descubrirá que el psicólogo mecánico considerará todo lo que diga como pura imaginación. Me he visto obligada a ello en vista de su amenaza de hacerlo púlico. Ahora. devuélvame mi arma.

    Los primeros destellos de visión regresaban. Leigh pudo distinguir el cuerpo de la muchacha como una forma tenue y ondulante en la noche. A pesar del dolor continuado, sonrió torvamente.

    —Acabo de recordar lo que usted comentó al respecto de esta pistola, eso de que no dispara balas —dijo en voz baja—. Me parece que sólo con tocarla admitirán que es una prueba interesante. Así que...

    Su sonrisa desapareció de repente. La muchacha avanzó un paso. El metal que le golpeó en las costillas le hizo soltar un gemido.

    —¡Déme esa arma!
    —Ni hablar —replicó Leigh—. Golfilla desgraciada, ¿cómo se atreve a amenazarme tan burdamente después de que le he salvado la vida? Debería darle un puñetazo en la boca por...

    Se calló, pues se dio cuenta de que ella no se andaba con chiquitas. No era una muchacha educada en una escuela refinada y que no se atrevería a disparar, sino una criatura joven y fría que ya había demostrado el tejido metálico del que estaba hecho su valor.

    Leigh nunca había creído en la superioridad del hombre sobre la mujer, ni tampoco lo hizo en ese momento. Sin decir ni una sola palabra. casi con apresuramiento, entregó el arma. La muchacha la cogió.

    —Parece que se basa en la ilusión de que su entrada en la nave espacial me permitió sacar mi arma —comentó con frialdad—. Está muy confundido. Lo que hizo fue proporcionarme la oportunidad de hacerles creer que ésa era la situación, y que ellos la dominaban. Pero le aseguro que su ayuda casi no tuvo valor alguno.

    Leigh soltó una penosa y ridícula carcajada.

    —En mi corta vida —admitió sardónico—, he aprendido a reconocer la personalidad y el magnetismo en los seres humanos. Usted lo tiene, y bastante, pero ni una fracción de lo que tenían esos dos, en particular el hombre. Era fantástico. El ser humano más anormalmente magnético con el que me he topado. Amiga mía, sólo puedo suponer de qué va todo esto, pero le aconsejaría... —Hizo una pausa y luego concluyó mordaz—: que usted y todos los otros Kluggs se mantengan apartados de esa pareja. Personalmente, voy a informar a la policía de todo esto, y le aseguro que harán una buena redada en el salón privado número tres. No me ha gustado esa extraña amenaza de que podrían capturarme en cualquier ocasión. ¿Por qué yo...?

    Se interrumpió de pronto.

    —¿Eh, adónde va? Quiero saber su nombre. Quiero saber qué le hizo pensar que podía darles órdenes a esos dos. ¿Quién cree que eran?

    No dijo más, y concentró todo su esfuerzo en correr. Pudo verle por un instante, una figura nebulosa parecida a la de un muchacho recortándose contra la tenue luz de una esquina. Entonces, giró allí

    Era su único punto de contacto con todo este asunto, si se escapaba...

    Sudando, dobló la esquina. Al principio, la calle pareció oscura y vacía de vida. Entonces vio el coche.

    Era un coupé de aspecto normal, alargado, bajo, que empezó a moverse hacia adelante sin ruido y de forma bastante común.

    Entonces se elevó. Sorprendentemente, se alzó del suelo y dejó de ser normal. Leigh logró atisbar un destello de ruedas de caucho blanco doblándose para perderse de vista. Aerodinámica, casi con forma de cigarro, la nave espacial que antes había sido un coche saltó al cielo con un empinado ángulo.

    Desapareció al instante.

    Sobre Leigh, el cielo de la noche que caía mostraba un extraño y brillante tono azulado. A pesar de las luces de la ciudad, divisó una o dos estrellas. Las contempló, vacío por dentro, mientras pensaba: Ha sido como un sueño. Esos... Dreeghs... procedentes del espacio... chupasangres, vampiros.

    Hambriento de repente, compró una tableta de chocolate en un puesto callejero y se entretuvo mordisqueándola.

    Empezaba a sentirse mejor. Se acercó a un hueco en una pared cercana y conectó su radio de pulsera.

    —Jim —dijo—. Tengo material, no para ser publicado, aunque tal vez deberíamos llamar a la policía. Luego quiero que me envíes un psicólogo mecánico a mi habitación del hotel. Tal vez existan algunos recuerdos en mi cerebro que puedan salvarse.

    Continuó apresuradamente. Su sensación de inseguridad se desvaneció bastante. El periodista Leigh volvía a ser él mismo.


    Las bolitas brillantes del psicólogo mecánico giraban más y más de prisa. Se convirtieron en un único círculo resplandeciente en la oscuridad. Y, entonces, la primera deliciosa bocanada de psicogas lo alcanzó. Se sintió flotar, deslizarse.



    Una voz empezó a hablar en la tenue distancia, tan lejana que no identificaba palabra alguna. Sólo existía el sonido, el leve y curioso sonido y la sensación, más fuerte a cada instante, de que pronto podría oír las cosas fascinantes que parecía decirle.

    El ansia de oír, de convertirse en parte de los turgentes murmullos, atrajeron todo su ser en oleadas rítmicas. Sin embargo, la promesa de significado no se cumplió.

    Al contrario, los pensamientos privados terminaron por completo. Sólo permaneció el cántico sin significado, y el agradable gas que lo sumía tan cerca del sueño y cuyo flujo, no obstante, se ajustaba delicadamente para que su mente flotara minuto tras minuto sobre el abismo definitivo de la consciencia.

    Permaneció tendido, todavía medio despierto, pero incluso la voz se mezclaba ahora con la negrura. Continuó durante un instante. un sonido suave, amistoso, melodioso en el remoto fondo de su cerebro, que se volvía más remoto a cada instante que pasaba. Cayó en un sueño hipnótico mientras la máquina continuaba con su ronroneo.

    Cuando Leigh abrió los ojos, el dormitorio estaba oscuro a excepción de la lámpara situada junto a una silla. Iluminaba a la mujer vestida de oscuro que se encontraba allí, menos su rostro, que permanecía en sombras sobre el círculo de luz.

    Leigh tuvo que moverse, porque la cabeza en sombras se apartó con rapidez de algunas hojas de papel mecanografiadas que estaba mirando. La voz de Merla, la Dreegh. dijo:

    —l,a muchacha hizo un buen trabajo cuando borró sus memorias subconscientes. Sólo hay una pista posible de su identidad y...

    Sus palabras continuaron, pero el cerebro de Leigh, sacudido por aquel primer horrible shock de reconocimiento, no las comprendió. Era demasiado..., demasiado que temer en tan poco tiempo. Durante un momento breve y terrible, se sintió como un niño, y extraños, desesperados e intensos deseos de escapar lo asaltaron.

    Si pudiera deslizarse hasta el otro extremo de la cama, al lado contrario de donde ella se encontraba, y correr hacia la puerta del cuarto de baño.

    —Por supuesto, señor Leigh —lo alcanzó la voz de la mujer—, no se le ocurrirá intentar ninguna tontería. Si pretendiera matarle, lo habría hecho con mucha más facilidad mientras dormía.

    Leigh se quedó muy quieto, tratando de volver a controlar su mente. Se pasó la lengua por los labios resecos. Las palabras de la mujer eran de lo más intranquilizadoras.

    —¿Qué.., qué es lo que quiere? —consiguió decir finalmente
    —¡Información! —respondió ella lacónica—. ¿Quién era esa muchacha?
    —No lo sé.

    Leigh miró hacia las sombras, donde el rostro de la mujer se encontraba. Sus ojos estaban ahora más acostumbrados a la luz, y pudo distinguir el tenue destello dorado de sus cabellos.

    —Pensé... que usted lo sabía.

    Continuó rápidamente.

    —Supuse que ustedes conocían al Observador Galáctico, y que podrían identificar a la muchacha en cualquier momento gracias a eso.

    Tuvo la impresión de que ella sonreía.

    —Nuestra observación a ese efecto estaba diseñada para pillarles desprevenidos a ambos, y constituyó la victoria parcial que arrancamos de lo que se había convertido en una situación imposible.

    Leigh seguía sintiéndose exhausto, pero el temor desesperado que lo había provocado se difuminaba ante las implicaciones de la confesión de debilidad por parte de la mujer, el hecho de que aquellos Dreeghs no fueran sobrehumanos como había creído. La cautela siguió al alivio.

    Cuidado —se advirtió—, no te confíes. Mas no pudo evitar hablar.

    —Así que no son tan listos —dijo—. Me gustaría señalar que su victoria no ha sido tan completa. La observación de su marido de que podrían capturarme en cualquier momento podría haber echado a perder el asunto.

    La voz de la mujer sonó fría, algo desdeñosa.

    —Si entendiera algo de psicología, se daría cuenta de que esa vaga sensación de amenaza los tranquilizó. No ha tomado las precauciones mínimas. Y la muchacha no ha hecho ningún otro esfuerzo por protegerle.

    La sugerencia de aquellas tácticas deliberadamente sutiles hizo sentir a Leigh un escalofrío de alarma. ¿Qué final preparaba esa mujer Dreegh para tan extraño encuentro?

    —Por supuesto, se da cuenta —dijo la Dreegh en voz baja— de que nos es valioso vivo... o muerto. No hay alternativas fáciles. Aconsejaría que su cooperación fuera total. Está envuelto en este asunto hasta el final.

    Así que ése era el plan. Una fina gotita de sudor resbaló por la mejilla de Leigh. Sus dedos temblaron cuando extendió la mano para coger un cigarrillo de la mesita de noche.

    Lo encendía, tembloroso. cuando su mirada se posó en la ventana. Aquello le produjo una leve impresión, llovía: un furioso aguacero que martilleaba en silencio contra el cristal a prueba de ruidos.

    Imaginó las calles frías y vacías, su brillo oscurecido por la negrura de la noche dominada por la lluvia. Y, aunque pareciese extraño, esa imagen mental lo tranquilizó.

    Calles solitarias. .. Leigh solitario. Pues se encontraba solo; todos los amigos que tenía, esparcidos por las grandes extensiones de la Tierra, no podían añadir un gramo de fuerza, o procurarle un rayo de esperanza real. Se encontraba solo en esa habitación oscura, enfrentado a aquella mujer que permanecía sentada tranquilamente bajo la luz, mientras lo estudiaba con sus ojos en sombras.

    Con un brusco esfuerzo. Leigh se obligó a dejar de temblar.

    —Supongo que eso que tiene en la mano es mi informe psicográfico. ¿Qué dice?
    —Es decepcionante. —La voz de la mujer parecía muy lejana—. Le advierte sobre su dieta. Parece que sus comidas son irregulares.

    Estaba jugando con él. El burdo intento de humor la hacía parecer aún más inhumana. De alguna manera, las palabras chocaban con su realidad: la oscura inmensidad del espacio que había surcado, las ansias antinaturales que la habían traído, junto con el hombre, a esta Tierra literalmente indefensa.

    Leigh tiritó. Entonces pensó salvajemente: Maldición, me estoy asustando a mí mismo. Mientras permanezca sentada en esa silla, no puede jugar conmigo a los vampiros.

    Comprendió que no serviría de nada asustarse. Sería mejor comportarse con naturalidad, y esperar el desarrollo de los acontecimientos.

    —Si no hay nada en el psicográfico —dijo en voz alta—, entonces me temo que no puede ayudarme. Puede marcharse. Su presencia no me hace más feliz.

    En cierto modo, esperaba que ella se echara a reír. Pero no lo hizo. Permaneció allí sentada, los ojos destellando torvamente en la penumbra.

    —Examinaremos juntos este informe —dijo por fin—. Creo que podemos considerar como irrelevantes las referencias a su salud. Pero hay otros factores que quiero desarrollar. ¿Quién es el profesor Ungarn?
    —Un científico —contó Leigh con franqueza—. Inventó este sistema de hipnosis mecánica. Lo llamaron cuando fueron encontrados los cadáveres porque los asesinatos parecían haber sido llevados a cabo por pervertidos.
    —¿Conoce su aspecto físico?
    —Nunca lo he visto —respondió Leigh más despacio—. Jamás concede entrevistas, y su fotografía no está disponible ahora. He oído historias, pero...

    Vaciló. Frunció el ceño. Lo que le estaba diciendo era del conocimiento general. ¿Qué pretendía la mujer? Ungarn...

    —Esas historias —dijo ella—. ¿Da la impresión de que es un hombre de fuerza magnética poco común, pero con arrugas de sufrimiento mental marcadas en el rostro y una especie de resignación?
    —¿Resignación a qué? —exclamó Leigh bruscamente—. No tengo ni la menor idea de lo que habla. Sólo he visto fotografías, y muestran un rostro noble, cansado y bastante sensible.
    —¿Habrá más información en alguna biblioteca? —preguntó ella.
    —O en el archivo del Servicio Planetario —dijo Leigh, e inmediatamente pensó que debería haberse mordido la lengua por aquella porción de información gratuita.
    —¿Archivo? —inquirió la mujer.

    Leigh se explicó, pero su voz temblaba de furia ante sí mismo. ¿Era posible que esta mujer diabólica estuviera siguiendo la pista correcta? Y le sonsacaba las respuestas porque no se atrevía a detenerse y mentir.

    Sumido en una salvaje ansiedad, sintió un incongruente arrebato de injusticia por la manera anormalmente rápida en que ella había resuelto la identidad del Observador porque, maldición, maldición, podía ser el profesor Ungarn.

    Ungarn, el científico misterioso, gran inventor en una docena de campos enormemente complicados y diferentes por completo. Y luego estaba aquel misterioso meteorito privado cerca de una de las lunas de Júpiter. Tenía una hija llamada Patricia. Santo Dios, Patrick... Patricia...

    Su temblorosa cadena de pensamientos concluyó cuando la mujer preguntó:

    —¿Puede conseguir que su oficina le envíe la información a su grabadora?
    —¡S—sí!

    Su reluctancia era tan obvia que la mujer avanzó hacia la luz. Durante un instante, sus cabellos dorados destellaron; sus ojos celestes lo miraron con una diversión satánica, extrañamente carente de humor.

    —¡Ah! —dijo—. ¿Le parece que sí?

    Se rió de una forma rara, musical, a la vez cortante y agradable. La risa terminó de repente, de manera innatural, con una nota aguda. Y entonces, aunque Leigh no la vio moverse, un objeto metálico apareció en su mano, y le apuntó con él.

    —Levántese de la cama, ponga la grabadora en funcionamiento y, desde luego, no haga nada, ni diga nada excepto lo que sea necesario —ordenó con voz quebrada y discordante.

    Leigh se sintió marcado. La habitación se agitó, y pensó: Si pudiera desmayarme . . ..

    Pero reconoció con tristeza que eso estaba más allá del poder de su duro cuerpo. Era el puro desaliento mental lo que volvía sus nervios tan quebradizos. E incluso eso se disolvió como la niebla ante la luz del sol mientras se dirigía a la grabadora. Por primera vez en su vida, odió su capacidad de recuperación de fuerza que hacía que su voz sonara firme como una roca, cuando, después de ajustar la máquina, dijo:

    —Habla William Leigh. Déme toda la información disponible sobre el profesor Garret Ungarn.

    Se produjo una pausa durante la cual pensó, desesperanzado, que no era como dar información inaccesible por otro medio, pero...

    La máquina chasqueó, y luego una voz enérgica dijo:

    —Ahí la tiene. Firme el formulario .

    Leigh firmó, y contempló la firma disolverse en la máquina. Fue entonces, mientras firmaba, cuando la mujer dijo:

    —¿La leo ahora, Jeel, o nos llevamos la máquina?

    Aquello fue un mazazo. Como un poseso, Leigh se dio la vuelta; y entonces, con mucho cuidado, se sentó sobre la cama.

    El Dreegh, Jeel, se apoyaba con desgana contra el marco de la puerta del cuarto de baño. Era un hombre torvo, hermoso, con una belleza maligna, y una leve sonrisa desagradable en los labios. Tras él... increíblemente, tras él, a través de la puerta se encontraba no el resplandeciente cuarto de baño, sino otra puerta; y tras aquella puerta otra más, y más allá...

    ¡La sala de control de la nave Dreegh!

    Allí estaba, exactamente igual que la había visto en el sólido suelo bajo el restaurante Constantine. Tuvo la misma visión parcial de la suntuosa cama, la imponente sección de la consola de instrumentos, el suelo alfombrado con tanto gusto...

    ¡En su cuarto de baño!

    Leigh pensó alocadamente: Oh, sí, guardo mi nave espacial en mi cuarto de baño y.. .. Fue la voz del Dreegh la que rescató su cerebro del ensimismamiento .

    —Creo que ser mejor que nos marchemos —dijo—. Tengo dificultades para mantener la nave en la alternancia de planos espaciotemporales. Trae al hombre y a la máquina y.. .

    Leigh no oyó la última palabra. Apartó la imagen del cuarto de baño de su mente.

    —¿Van... a llevarme con ustedes?
    —Por supuesto. —Fue la mujer quien contestó—. Me lo ha prometido y. además, necesitaremos su ayuda para encontrar el meteorito de Ungarn.

    Leigh se quedó inmóvil. Se alegró de haberse demostrado en el pasado que no era un cobarde.

    Porque se encontraba ante la certeza de la muerte.

    Después de un momento vio que la lluvia seguía repiqueteando en el cristal, gotas reales y chispeantes que corrían por los amplios paneles. Y observó que la noche era oscura.

    Noche oscura, lluvia oscura, destino oscuro... Todo hacía juego con sus torvos y oscuros pensamientos. Con un esfuerzo, obligó a su cuerpo y su mente a tensarse aún más. Sin darse cuenta de ello. cambió de postura para que el peso de sus músculos cubriera el vacío que sentía en el estómago. Cuando por fin volvió a mirar a sus captores alienígenas. El reportero Leigh aceptó con fría determinación su destino... y estaba preparado para luchar por su vida.

    —No se me ocurre ni una sola razón por la que deba ir con ustedes —dijo—. Y si creen que voy a ayudarles a destruir al Observador. están locos.
    —En su informe psicográfico había una referencia a una tal señora de Henry Leigh —dijo la mujer como al desgaire— que vive en un pueblecito llamado Relton, en la costa oeste. Podríamos llegar allí en media hora y destruir a su madre junto con la casa un minuto después. O. tal vez, añadir su sangre a nuestras reservas.
    —Sería demasiado vieja —la interrumpió el hombre con un tono helado—. No queremos la sangre de los ancianos.

    Aquella gélida objeción fue lo que llenó de horror a Leigh. Imaginó durante un breve y terrible instante, una nave silenciosa y de una inmensa rapidez que aparecía en medio de la noche sobre el pacífico barrio. Y las energías extrañas brotando en un torbellino de furia. Un segundo de fuego cortante, y la nave se deslizaria sobre las aguas oscuras en dirección al oeste.

    La mortífera imagen se desvaneció.

    —Jeel y yo hemos desarrollado un sistema interesante para entrevistar a los seres humanos de orden inferior —dijo la mujer en tono amable—. Por alguna razón, él asusta a la gente con su sola presencia. Del mismo modo, la gente desarrolla un miedo anormal hacia mí cuando me ven con claridad a la luz. Así que hemos intentado preparar siempre nuestros encuentros de la siguiente manera: yo me siento en la penumbra y Jeel se queda en un segundo plano. Ha demostrado ser muy efectivo.

    Se levantó, una figura alta, flexible y oscura vestida con una falda ajustada y una blusa negra.

    —¿Nos vamos ya? —concluyó—. Traiga la máquina. señor Leigh.
    —Yo la cogeré —dijo el Dreegh.

    Leigh miró con resquemor el rostro delgado y vigoroso del hombre terrible, asustado por la instant nea y precisa sospecha de la desesperada intención que se había formado en su mente.

    El Dreegh se inclinó sobre la máquina, que se encontraba sobre una mesita en un rincón.

    —¿Cómo funciona? —preguntó, casi amable.

    Tembloroso, Leigh dio un paso hacia adelante. Aún había una oportunidad de poder acabar con esto sin ningún peligro adicional para nadie. Aunque no fuera más que una vejación, a menos que —como indicaba su sugerencia de localizar el meteorito Ungarn— se dirigieran al espacio. De momento, causaría algún retraso real.

    —Pulse la tecla que indica Titulares —respondió rápidamente—, y la máquina editará los titulares principales.
    —Parece razonable —la cabeza larga y torva asintió

    El Dreegh extendió la mano y pulsó el botón. La grabadora emitió un suave zumbido, y una sección se encendió; al hacerlo, mostró líneas escritas bajo una tapa transparente. Había varios subtitulares.

    —... Su Meteorito Privado —leyó el Dreegh—. Eso es lo que quiero. ¿Cuál es el siguiente paso?
    —Pulse la tecla que indica Subtitulares.

    Leigh empezó a temblar de pronto. Gruñó por dentro. ¿Era posible que esa criatura fuera a conseguir la información que quería? Desde luego, una inteligencia tan enorme no se dejaría apartar con facilidad de la secuencia lógica.

    Se obligó a concentrarse. Tenia que correr el riesgo.

    —El subtitular que deseo —dijo el Dreegh—, aparece bajo el epígrafe Localización. Y hay un número uno delante. ¿Qué hago ahora?
    —Pulse la tecla número uno —dijo Leigh—, y a continuación la que indica Renuncia General.

    Cuando terminó de hablar, se puso tenso. Si funcionaba... y tenía que hacerlo. No había razón para que no fuera así.

    La tecla número uno colocaría toda la información bajo aquella cabecera. Y seguramente el hombre se conformaría con eso hasta más tarde. Después de todo, aquello no era más que una prueba. Tenían prisa. Y más tarde, cuando el Dreegh descubriera que la tecla Renuncia General había borrado toda la información. . . sería demasiado tarde.

    El pensamiento se ensombreció. Leigh dio un respingo. El Dreegh lo miraba con fría burla.

    —Su voz es como un órgano —dijo—. Cada palabra está llena de sombras sutiles que significan mucho para unos oídos sensitivos. Por lo tanto —continuó con una sonrisa feroz y acerada que torció aquella cara delgada y mortífera—, pulsaré la tecla número uno. Pero no la de Renuncia General. Y en cuanto examine esta historia en la grabadora, haré que pague este intento de engañarme. La sentencia es... muerte.
    —¡Jeel!
    —¡Muerte! —reiteró el hombre llanamente.

    Y la mujer guardó silencio.

    La habitación permaneció entonces en silencio, a excepción del débil zumbido de la grabadora. Leigh casi no era capaz de pensar. Se sentía incorpóreo, un alma extraña desprendida del cuerpo. Sólo gradualmente se dio cuenta de que estaba esperando al borde de una noche más oscura que las oscuras profundidades del espacio de donde esos monstruos de aspecto humano habían surgido.

    La consciencia era pareja a la negra lluvia que caía con aquella fuerza sólida y silenciosa contra los brillantes paneles. Pronto, formaría parte de la oscuridad inorgánica..., una figura ciega, tendida en las sombras de esa triste habitación.

    Su mirada perdida regresó a la máquina grabadora y al torvo hombre que contemplaba, pensativo, las palabras que ésta presentaba.

    Sus pensamientos se aceleraron. Su vida, que con tanta brusquedad había sido arrebatada de su sistema por la sentencia de muerte, bulló. Se recuperó, física y mentalmente. Y, de pronto, un propósito nació en su interior.

    Si la muerte era inevitable, al menos podía intentar de nuevo, de alguna manera, pulsar aquella tecla de Renuncia General. La miró mientras medía la distancia. Y entonces pensó, sombrío, la increíble ironía que sería morir, malgastar su esfuerzo, por evitar que los Dreeghs consiguieran aquella minúscula información que podía conseguirse en diez mil fuentes. Sin embargo...

    El propósito permaneció. Un metro, pensó con cuidado, tal vez metro y medio. Si se abalanzaba hacia la tecla, ¿cómo podía incluso un Dreegh evitar el peso muerto de su cuerpo y que sus dedos extendidos completaran una misión tan directa y simple?

    Después de todo, su repentina acción había frustrado a los Dreegh con anterioridad, y permitido que la muchacha Ungarn, a pesar de que lo negara desenfundara su pistola. Y. ..

    Se envaró al ver que el Dreegh se retiraba de la máquina. El hombre arrugó los labios, pero fue Merla quien habló desde la penumbra.

    —¿Y bien?

    El hombre frunció el ceño.

    —La localización exacta no aparece en el informe. En apariencia, no ha habido desarrollo de meteoritos en este sistema. Lo imaginaba. Después de todo, los viajes espaciales sólo existen desde hace cien años; y los nuevos planetas y las lunas de Júpiter han absorbido todas las energías exploradoras del hombre en su expansión.
    —Eso se lo podría haber dicho yo —lo interrumpió Leigh.

    Si pudiera colocarse a un lado de la grabadora, para que el Dreegh tuviera que hacer algo más que extender simplemente el brazo...

    —No obstante —dijo el hombre—, hay una referencia a un hombre que sirve alimentos y suministros a los Ungarn desde la luna de Europa... Persuadiremos a ese hombre para que nos muestre el camino.
    —Un día de estos —dijo Leigh—, van a descubrir que algunos seres humanos no se dejan persuadir. ¿Con qué van a presionar a ese tipo? Suponga que no tiene madre.
    —¡Tiene... vida! —dijo la mujer con suavidad.
    —Sólo con mirarlos —replicó Leigh—, sabría que la habría perdido de todos modos.

    Mientras hablaba, dio un pasito corto, casual, hacia la izquierda. Sintió un violento impulso de decir algo, cualquier cosa, que cubriera la acción. Pero su voz ya lo había traicionado una vez. Y la verdad era que podía haberlo hecho de nuevo. El frío rostro del hombre era demasiado enigmático.

    —Podriamos usar a William Leigh para persuadirle —dijo la mujer.

    Las palabras fueron pronunciadas en voz baja, pero sacudieron a Leigh hasta el fondo de su ser, pues le ofrecían una esperanza distorsionada, y eso aplastó su voluntad de actuar. Su propósito se desvaneció, remoto. Inflexible, luchó por devolver aquella dura determinación a su consciencia. Concentró su mirada en la máquina grabadora, pero la mujer habló de nuevo, y su mente no pudo aferrarse a nada excepto al urgente significado de sus palabras.

    —Es un esclavo demasiado valioso para destruirle —dijo ella—. Siempre podemos tomar su sangre y su energía, pero ahora debemos enviarle a Europa, para que encuentre al piloto del carguero de los Ungarn, y lo acompañe al meteorito. Si pudiera investigar el interior, nuestro ataque se simplificaría de manera considerable, y existe la posibilidad de que haya nuevas armas de las que debiéramos ser informados. No subestimemos la ciencia de los grandes Galácticos. Por supuesto, antes de que dejemos a Leigh en libertad, jugaremos un poco con su mente y borraremos de su consciente todo lo que ha sucedido en esta habitación. La identificación del profesor Ungarn como Observador Galáctico sería más plausible para Leigh con una pequeña reescritura de ese informe psicográfico. Mañana se despertará en su cama con un nuevo propósito, basado en el simple impulso humano de sentir amor hacia la muchacha.

    El propio hecho de que el Dreegh, Jeel, le permitiera continuar produjo el primer tinte de color en las mejillas de Leigh. un leve sonrojo ante la enorme serie de traiciones que esperaba apasionadamente de él. Sin embargo. tan débil era su resistencia a la idea de continuar con vida que sólo pudo replicar:

    —Si creen que voy a enamorarme de una dama que tiene dos veces mi cociente intelectual, se...

    La mujer lo interrumpió.

    —¡Cállese, idiota! ¿No se da cuenta de que le he salvado la vida?

    El hombre habló con frialdad.

    —Sí, lo utilizaremos, no porque sea esencial, sino porque asi tendremos tiempo para buscar victorias más fáciles. Los primeros miembros de la tribu Dreegh no llegarán hasta dentro de mes y medio, y el señor Leigh tardará un mes en llegar a la luna de Europa con una de las primitivas naves de pasajeros de la Tierra. Por fortuna, la base militar Galáctica más cercana está a más de tres meses de distancia... para la velocidad de las naves Galácticas.

    Finalmente... —con desconcertante y felina rapidez, el Dreegh se volvió hacia Leigh; sus ojos, como estanques de fuego negro, calibraron su propia mirada asustada—. Finalmente, como recordatorio a su subconsciente del error de traicionarnos, y como completo castigo a pasadas y premeditadas ofensas, ¡ahí va eso!

    Desesperado, Leigh se apartó del brillante metal que le apuntaba. En un esfuerzo horrible, sus músculos trataron de llevar a cabo la misión que había llegado a una crisis en su interior. Se abalanzó hacia la grabadora..., pero algo capturó su cuerpo. Algo... no físico. Sin embargo, el dolor en sí parecía mortal.

    No hubo llama visible de energía, sólo aquel brillo en la fuente de metal. Pero sus nervios se retorcieron; enormes fuerzas contorsionaron los músculos de su garganta, y helaron el grito que temblaba allí, escondido.

    Todo su ser agradeció la negrura que acudió, piadosa, para extinguir aquel dolor infernal.


    Al tercer día, Europa empezó a ceder parte del cielo a la enorme masa de Júpiter que tenía detrás. Los motores, que de modo tan imperfecto transformaban la atracción magnética en una repulsión mediosentida, funcionaban más y más suavemente a medida que la infinita complicación de impulso y contraimpulso se perdía en la distancia.



    El carguero, pequeño, viejo y lento, se zambulló en la inmensa noche envolvente. Los días se convirtieron en semanas. y las semanas se fueron arrastrando con lentitud para cumplir el mes.

    Al día trigésimo séptimo, el sentido de desaceleración fue tan claro que Leigh se levantó aturdido de su litera.

    —¿Cuánto queda?—graznó.

    Se dio cuenta de que el camionero espacial, con su cara estólida, le sonreía. El hombre se llamaba Hanardy y le contestó, casual:

    —Estamos llegando. ¿Ve ese punto de luz de la izquierda? Viene hacia aquí. —Terminó con brusca simpatía—: Ha sido un viaje duro, ¿eh?

    Más duro de lo que esperaba cuando se ofreció a describir mi ruta para su gran agencia de noticias, ¿no?

    Leigh apenas le oía. Estaba agarrado a la portilla, esforzándose por penetrar la negrura. Al principio, sus ojos no dejaban de parpadear y no distinguió nada. Había estrellas afuera, pero largos segundos transcurrieron antes de que sus confusos ojos advirtieran que las luces se movían. Las contó con lento aturdimiento.

    —Una, dos, tres. .. siete. Y todas viajando juntas.
    —¿Qué es eso? —Hanardy se inclinó a su lado—. ¿Siete?

    Hubo un breve silencio entre ellos, a medida que las luces se hacían más tenues en la distancia y se apagaban.

    —Lástima que tengamos a Júpiter detrás —aventuró Leigh—. No se habrían desvanecido de esa forma en silueta. ¿Cuál era el meteorito de Ungarn?

    Sobresaltado, se dio cuenta de que Hanardy se ponía en pie. El pesado rostro del homhre se ensombreció.

    —Eran naves —dijo con lentitud—. Nunca había visto a ninguna viajar tan rápido antes. Se perdieron de vista en menos de un minuto.

    La mueca de preocupación desapareció de su impasible rostro. Se encogió de hombros.

    —Supongo que serían nuevas naves de la policía. Las habremos visto desde un ángulo raro y por eso han desaparecido tan rápido.

    Medio sentado, medio arrodillado, Leigh permaneció inmóvil. Y después de una rápida mirada a la ruda cara del piloto, apartó la suya propia. Durante un momento, sintió el negro temor de que sus salvajes pensamientos escaparan por sus ojos.

    ¡Dreeghs! Ya habían pasado dos lentos meses y medio desde los asesinatos. más de un mes para llegar a Europa desde la Tierra. y ahora este miserable y solitario viaje con Hanardy, el hombre que servía los suministros a los Ungarn.

    Durante todo ese tiempo, supo con certeza interna que este increíble asunto no había remitido en absoluto, sino que sólo habría adoptado una forma escondida, más peligrosa. La única realidad afortunada en todo el tema era que se había despertado una mañana después del test psicológico mecánico; y que en el informe psicográfico aparecía la identificación de Ungarn como el Observador, y la declaración, confirmada por una tensión emocional demasiado familiar, de que estaba enamorado de la muchacha.

    ¡Y ahora esto! Su mente destelló. Siete naves Dreeghs. Eso significaba que los primeros visitantes habían recibido refuerzos por parte de muchos más. Y tal vez aquellas siete naves sólo eran un grupo de reconocimiento que se retiraba con la llegada de Hanardy.

    O quizá aquellos fantásticos asesinos habían atacado ya la base del Observador. Tal vez la muchacha...

    Apartó aquel desesperado pensamiento de su consciencia, y contempló, con el ceño fruncido, cómo el meteorito Ungarn recorría su oscura y resplandeciente trayectoria en la negrura, a un lado. Los dos objetos, la nave y la áspera masa de piedra metálica se aproximaron en la noche.

    Una gran puerta de acero se abrió en la roca. Con maestría, la nave entró en el abismo. Se produjo un ruidoso chasquido. Al oírlo, Hanardy salió de la sala de control, con el rostro ensombrecido por la perplejidad.

    —Esas malditas naves están otra vez ahí fuera—dijo—. He cerrado las grandes compuertas de acero, pero será mejor que se lo diga al profesor, y...

    ¡Crac! El mundo se sacudió. El suelo saltó y propinó un violento golpe a Leigh. Se quedó allí tendido, frío a pesar de los pensamientos que ardían en el fuego de su mente.

    Por alguna razón, los vampiros habían esperado hasta que el carguero entrara en el meteorito. Entonces, de una forma instantánea y feroz, atacaron.

    ¡En manadas!

    —¡Hanardy! —tronó una vibrante voz femenina en uno de los altavoces.

    El piloto se sentó, tembloroso, en el suelo, donde había caído, cerca de Leigh.

    —Sí, señorita Patricia.
    —¿Cómo se ha atrevido a traer a un extraño?
    —Sólo es un periodista, señorita. Va a escribir sobre mi ruta.
    —¡Estúpido vanidoso! Es William Leigh, un espía hipnotizado de esos diablos que nos atacan. Tráigalo de inmediato a mi departamento. Debe ser eliminado de inmediato.
    —¡Eh...! —empezó a decir Leigh, y luego se envaró lentamente.

    El piloto lo observaba, suspicaz, desaparecido todo gesto amistoso de su áspero y pesado rostro. Finalmente, Leigh se echó a reír.

    —No sea idiota, Hanardy. Una vez cometí el error de salvarle la vida a esa joven, y me odia desde entonces.

    El pesado rostro lo miró con recelo.

    —De modo que la conocía de antes, ¿eh? No me lo había dicho. Será mejor que se acerque antes de que dispare contra usted.

    Casi con torpeza, desenfundó la pistola y apuntó a Leigh con su fea nariz.

    —¡Vamos! —ordenó .

    Hanardy extendió la mano hacia un pequeño conjunto de luces junto a la puerta del apartamento de Patricia Ungarn y Leigh dio un salto, un golpe. Sostuvo el pequeño y pesado cuerpo cuando caía, agarró la pistola, bajó el peso muerto al suelo del pasillo y entonces, durante un momento oscuro y tenso, se quedó al acecho como un animal grande, en un intento de escuchar.

    ¡Silencio! Estudió los paneles de la puerta del apartamento, como si a fuerza de salvaje concentración pudiera penetrar su hermosa y dorada opacidad.

    Fue el silencio lo que llamó su atención después de un instante, el vacío de los largos corredores en forma de túnel. ¿Era posible que padre e hija vivieran allí sin compañeros o criados o ninguna relación humana?, pensó, sorprendido. ¿Y que además pensaran que podían resistir el ataque de los terribles y poderosos Dreegh?

    Tenían un montón de ventajas, desde luego: gravedad similar a la terrestre... y, santo cielo, sería mejor que se pusiera en marcha antes de que la muchacha se impacientase y apareciera con una de sus extrañas armas. Lo que debía hacer era bastante simple. sin conexión con ninguna tontería romántica, hipnótica o lo que fuera.

    Tenía que encontrar la combinación automóvil—nave espacial en la cual el señor Patrick había huido aquella noche después de salir de Constantine. Y con aquella navecita, debía intentar marcharse del meteorito Ungarn, abrirse paso entre las líneas Dreegh y regresar a la Tierra.

    Qué idiota había sido, un mediocre ser humano mezclándose con una compañía tan rápida e inteligente. El mundo estaba lleno de muchachas más normales y tontitas. ¿Por qué demonios no se hallaba felizmente casado con una de ellas y...? Maldición, debía ponerse en marcha.

    Con trabajo, empezó a arrastrar a Hanardy por el pulido suelo. A la mitad de camino hacia la esquina más cercana, el hombre empezó a agitarse. Al instante, impasible, Leigh le golpeó con fuerza en la cabeza con la culata del revólver. No era momento de andarse con remilgos.

    El piloto perdió el conocimiento, y el resto fue sencillo. Dejó el cuerpo en cuanto se perdió de vista tras la esquina, y corrió por el pasillo, probando las puertas. Las primeras cuatro no se abrieron. Al llegar a la quinta, se detuvo y se puso a reflexionar.

    Era imposible que todo estuviera cerrado. Dos personas en un meteorito aislado no deambularían perpetuamente corriendo y descorriendo cerrojos. Tenía que haber algún truco.

    Y así era. La quinta puerta cedió con una simple presión en un diminuto botón medio oculto que parecía formar parte del diseño de la cerradura. Dio un paso adelante y luego retrocedió, aterrorizado.

    La habitación no tenía techo. Sobre él se encontraba... el espacio. Una helada ráfaga de aire lo barrió.

    Tuvo una ligera visión de máquinas gigantescas en la sala, máquinas que se parecían un poco al observatorio astronómico ultramoderno de la Luna que había visitado el día de su inauguración, dos años antes. Aquella rápida mirada fue todo lo que Leigh se permitió. Entonces, regresó al pasillo. La puerta del observatorio se cerró automáticamente en su rostro.

    Se quedó allí, desazonado. ¡Estúpido insensato! El mismo hecho de que el aire frío le hubiera barrido mostraba que el efecto del techo abierto era sólo una ilusión de cristal invisible. Santo Dios, en aquella sala quizá hubiera telescopios mágicos con los cuales se podrían ver las estrellas. O..., un feo escalofrío recorrió su espina dorsal..., podría haber visto a los Dreegh en pleno ataque.

    Apartó de su sistema el breve y anormal deseo de mirar de nuevo. No había tiempo para distracciones: la muchacha debía de saber ya que algo iba mal.

    A toda velocidad, Leigh corrió hasta la sexta puerta. Ésta se abrió. Y le mostró un pequeño cubículo. Pasó un instante en blanco antes de que reconociera lo que era.

    ¡Un ascensor!

    Entró en él. Cuanto más se alejara de la zona residencial, menos probabilidades habría de ser descubierto.

    Se volvió para cerrar la puerta, y vio que ésta lo hacía de modo automático. Chasqueó la lengua con suavidad; el ascensor se puso en marcha de inmediato. Una duda aterradora lo asaltó. En apariencia, la maquinaria estaba preparada para llegar a un sitio determinado. Y eso podía ser muy malo.

    Sus ojos buscaron, frenéticos, los controles. Pero no había nada a la vista. Agarró el arma con fuerza y esperó. alerta, a que el ascensor se detuviera. La puerta se abrió.

    Leigh tuvo un sobresalto. No había ninguna habitación. La puerta se había abierto... a la negrura.

    No a la negrura del espacio con sus estrellas, o la de una sala oscura, medio revelada por la luz del ascensor, sino a.. . ¡la negrura!

    Impenetrable.

    Leigh tanteó con una mano por delante, medio a la espera de sentir un objeto sólido. Pero cuando su mano entró en la zona negra, se desvaneció. La retiró y la miró, angustiado. Brillaba con luz propia, todos los huesos claramente visibles.

    La luz se desvaneció con rapidez, la piel se volvió opaca, pero todo su brazo latía de dolor.

    El amenazador pensamiento de que podía tratarse de una cámara de ejecución lo asaltó. Después de todo, el ascensor lo había transportado a aquel lugar deliberadamente; quizá no fuera automático. Fuerzas exteriores podrían haberlo dirigido. Cierto, había entrado en él por propia voluntad, pero...

    ¡Idiota, idiota!

    Lanzó una amarga carcajada; después se contuvo... y entonces sucedió.

    Hubo un destello en la oscuridad. Algo que chispeaba, algo material que se abrió brillantemente paso hacia su frente... y entró en su cabeza. Y, luego...

    Ya no se encontraba en el ascensor. Un largo corredor se extendía a ambos lados. El fornido Hanardy alargaba la mano para tocar unas lucecitas situadas junto a la puerta del apartamento de Patricia Ungarn.

    Los dedos del hombre rozaron una de las luces. Ésta se oscureció. La puerta se abrió con suavidad. Una joven con ojos orgullosos e insolentes y porte de reina, esperaba al otro lado.

    —Mi padre quiere que vaya usted al nivel cuatro —le dijo a Hanardy—. Una de las pantallas de energía se ha desconectado; y necesita trabajo mecánico antes de poder emplazar otra. —Se volvió hacia Leigh; su voz adquirió un tono metálico cuando habló— ¡Señor Leigh, puede pasar!

    Lo más absurdo de todo fue que entró sin apenas sentir temor físico. Una fría brisa acarició sus mejillas: oyó el dulce trino de pájaros en la distancia. Leigh permaneció inmóvil durante un momento después de entrar, deslumbrado por las maravillas de la sala y el jardín de increíble iluminación más allá de las ventanas francesas, separadas... ¿por qué?

    ¿Qué le había ocurrido?

    Con torpeza, se llevó las manos a la cabeza, y se palpó la frente, luego el cráneo entero. Pero no pasaba nada. No tenía contusiones, ni sentía dolor alguno. Advirtió que la muchacha lo miraba, y se dio cuenta de que sus actos tenían que parecer completamente extraños.

    —¿Qué le pasa?—preguntó la muchacha.

    Leigh la miró lleno de brusco recelo.

    —No se haga la inocente —replicó en tono ronco—. He estado en la habitación de la negrura, v todo lo que puedo decir es que si va a matarme, no se esconda tras noches artificiales y otros trucos.

    Vio que los ojos de la muchacha se encogían, fríos y desagradables.

    —No sé qué es lo que pretende —repuso ella, glacialmente—. Le aseguro que eso no pospondrá su muerte... ¿La habitación de qué? —preguntó con brusquedad, después de una ligera vacilación.

    Leigh se explicó brevemente. sorprendido por el aturdimiento de la muchacha, y luego molesto por la sonrisa desdeñosa que apareció en su rostro. Ella le interrumpió, cortante.

    —Nunca había oído una historia menos equilibrada. Si su intención era sorprenderme y retrasar su muerte con ese relato improbable, ha fracasado. Debe de estar loco. No golpeó usted a Hanardy, porque cuando abrí la puerta se encontraba allí y lo envié con mi padre.
    —¡Mire! —empezó a decir Leigh.

    Se detuvo de golpe. ¡Por los santos del cielo, Hanardy estaba allí cuando ella abrió la puerta!

    Y sin embargo, antes...

    ¿Cuando?

    Tenaz, Leigh se obligó a seguir pensando: Antes, había atacado a Hanardy. Y a continuación había subido en un ascensor; y después de alguna manera, regresó y, con un estremecimiento, volvió a palparse la cabeza. Y la encontró normal del todo. Sólo que, pensó, había algo dentro que chispeaba.

    Algo...

    Con un respingo, se dio cuenta de que la muchacha sacaba con lentitud una pistola de su sencillo vestido blanco. Contempló el arma, y ante su brillante presencia, sus pensamientos se desvanecieron, todos excepto la mortal consciencia de que sus palabras la habían retrasado unos cuantos minutos. Era lo único que podía seguir retrasándola hasta que de alguna manera...

    Su vaga esperanza se negaba a claudicar.

    —Debo admitir que se siente verdaderamente sorprendida por mis palabras —dijo con rapidez—. Empecemos por el principio. Hay una habitación así, ¿verdad?
    —Por favor —contestó la muchacha. Su tono era de cansancio— no continúe con su absurda lógica. Mi coeficiente intelectual es de doscientos cuarenta y tres, y el suyo de ciento doce. Le aseguro que soy capaz de razonar a partir de cualquier principio que quiera operar.

    Ella continuó hablando, su voz era tan cortante como el sonido del acero al ser golpeado.

    —No existe habitación alguna de la negrura, como usted la llama, ningún objeto chispeante que se abalance hacia el interior de una cabeza humana. No hay más que un solo hecho: los Dreeghs, cuando lo visitaron en su habitación del hotel, lo hipnotizaron. Y esta curiosa ilusión mental sólo puede ser resultado del hipnotismo... No discuta conmigo.

    Con un salvaje gesto de su arma, ella cortó su intento de hablar.

    —No hay tiempo. Por alguna razón, los Dreeghs le hicieron algo a usted. ¿Por qué? ¿Qué vio en esas habitaciones?

    Incluso mientras explicaba y describía, Leigh no dejaba de pensar que debería recuperarse, fraguar un plan, por arriesgado que fuera, y llevarlo a cabo. La determinación rondaba, tensa y fría, por su mente mientras obedecía las órdenes de la muchacha, y la guió por el corredor. Allí estaba, una determinación helada mientras contaba las puertas a partir de la esquina donde había dejado al inconsciente Hanardy.

    —Una, dos, tres, cuatro, cinco. ¡Esta puerta! —dijo.
    —¡Abrala! —gesticuló la muchacha.

    Él así lo hizo... y se quedó boquiabierto. Se hallaba ante una bonita y acogedora habitación llena de estanterías de libros hermosamente dispuestos. Había cómodas sillas, una magnífica alfombra y...

    Fue la muchacha quien cerró la puerta con gesto firme y caminó delante de él hasta la sexta puerta. Leigh tembló ante la evidencia de la oportunidad que se le presentaba.

    —¿Y éste es su ascensor?

    Leigh asintió, mudo. Y como todo su cuerpo temblaba, sólo sintió una vaga sorpresa al ver que no había ascensor, sino un largo, vacío y silencioso corredor.

    La muchacha le daba parcialmente la espalda. Si la golpeaba, recibiría un golpe violento contra el marco de la puerta y...

    La brutalidad de la idea fue lo que hizo que se detuviera, lo refrenó durante un segundo. Entonces, la muchacha se volvió y lo miró directamente a los ojos.

    Tenía la pistola alzada y le apuntaba con pulso firme.

    —De esa manera, no —dijo, tranquila—. Durante un momento, he deseado que tuviera el coraje de intentarlo. Pero, después de todo, eso sería debilidad por mi parte.

    Sus ojos brillaban de fiero orgullo.

    —He matado antes por necesidad, y he odiado hacerlo. Usted mismo se da cuenta de que, a causa de lo que los Dreeghs le han hecho, es necesario. Así que...

    Su voz chasqueó como un látigo.

    —Así que regresemos a mis habitaciones. Tengo una compuerta espacial para deshacerme de su cuerpo. ¡En marcha!

    Era el silencio, el silencio a excepción del débil eco de sus pasos lo que atacaba los nervios de Leigh mientras caminaba sin esperanza de regreso al apartamento. El meteorito surcaba la remota desolación del Sistema Solar, perseguido y atacado por naves mortíferas de las lejanas estrellas, y él se encontraba en su interior, sentenciado a muerte, y el verdugo iba a ser una muchacha.

    Eso era lo más devastador de todo. No podía empezar a discutir con la condenada joven, porque cada palabra parecería una súplica. La sola idea de arrodillarse ante una mujer lo paralizaba.

    El trino de los pájaros, cuando entró en el apartamento, lo sacó de repente de su negra pasión. Maravillado, se acercó a las ventanas francesas y contempló el jardín gloriosamente iluminado.

    Al menos dos acres de maravilla verde se extendían ante él, una llamarada de flores, árboles donde pájaros de maravillosos colores revoloteaban y canturreaban, una amplia y profunda laguna de agua verde, y por encima de todo la gloria del brillante sol. La luz le dio la idea; Leigh se quedó de pie, casi sin respiración, durante un largo minuto antes de encontrar la solución. Con voz apagada, casi sin volverse, dijo:

    —El techo... está fabricado de cristal amplificador. Hace que el Sol sea tan grande como en la Tierra. ¿Es ésa la...?
    —Será mejor que se vuelva —dijo la voz vibrante v hostil a sus espaldas—. No disparo a la gente por la espalda. Y quiero acabar con esto.

    La moralista presunción de sus palabras sacudió hasta el último músculo del cuerpo de Leigh. Se volvió, y la increpó, furioso:

    —Maldita Klugg. No puede dispararme por la espalda, ¿eh? ¡Oh. no! Y tampoco podría dispararme si la ataco porque eso sería una debilidad. Todo tiene que encajar a la perfección con su conciencia.

    Se detuvo tan bruscamente que, si hubiera estado corriendo en lugar de hablando, habría tropezado. En sentido figurado, casi literal, vio a Patricia Ungarn por primera vez desde su llegada. Su mente había estado tan concentrada, tan absorta en aquellas cosas mortíferas que...

    ...Por primera vez como a una mujer.

    Leigh hizo una profunda inspiración. Vestida de hombre, había parecido sombríamente hermosa. de una juventud extremada. Ahora, llevaba un sencillo traje deportivo blanco como la nieve. Era poco más que una túnica. y le llegaba por encima de las rodillas.

    Sus cabellos brillaban con un radiante tono castaño, y caían en cascada hasta sus hombros. Sus brazos y piernas desnudos brillaban con un bronceado sano y profundo. Sandalias de puro blanco remataban sus pies. Su rostro...

    La impresión de extraordinaria belleza remitió ante el sorprendente hecho de que sus perfectas mejillas se ruborizaban.

    —No se atreva a usar esa palabra conmigo —replicó la muchacha.

    Estaba fuera de sí por completo. Su furia era tan enorme que Leigh abrió la boca. No pudo evitar lo que dijo, aunque la salvación de su alma dependiera de ello.

    —¡K!ugg! —dijo—. ¡Klugg, Klugg, Klugg! Así que ahora se da cuenta de que los Dreeghs la conocen bien, que toda su poderosa pretensión sólo era su mente Klugg que demandaba una pretenciosa compensación a una vida temida y solitaria. Tenía que pensar que era alguien, y, sin embargo. tuvo que saber todo el tiempo que ellos sólo enviarían a los últimos de la fila a esos lugares remotos. Klugg, ni siquiera Lennel. La mujer Dreegh no le habría dado nivel de Lennel, sea lo que fuere. Y tuvo que saberlo bien. Pero si su C.I. es de doscientos cuarenta y tres, los de los Dreeggs cuatrocientos. Se ha dado cuenta de eso, ¿verdad?
    —¡Cállese! ¡O lo mataré poco a poco! —exclamó Patricia Ungarn.

    Leigh se sorprendió al ver que estaba blanca como una hoja de papel. Comprendió que había golpeado no sólo el talón de Aquiles emocional de esa extraña y terrible joven, sino también las raíces vitales de su existencia mental.

    —Así que —dijo deliberadamente—. la alta moralidad se viene abajo. Ahora puede torturarme a muerte sin sentir remordimientos. Y pensar que vine a pedirle que se casara conmigo porque pensaba que una Klugg y un humano podrían llevarse bien. . .
    —¿Usted qué? —preguntó la muchacha. Entonces replicó—: De modo que así lo hipnotizaron. Utilizaron un impulso simple para un simple ser humano. Pero creo que ya hemos tenido suficiente. Conozco el tipo de pensamientos que experimenta un macho humano enamorado; el hecho de que no sea responsable no hace que la idea sea más soportable. Me siento enferma, ofendida e insultada. Sepa. por favor, que mi futuro marido llegará con refuerzos dentro de tres semanas. Está capacitado para continuar el trabajo de mi padre y...
    —¡Otro Klugg! —exclamó Leigh, y la muchacha volvió a palidecer.

    Leigh se sentía estupefacto. En toda su vida, nunca había hecho que nadie reaccionara como esa muchacha. La máscara intelectual había caído, y bajo ella había una masa hirviente de amargas emociones que el poder de las palabras no era capaz de expresar. Se encontraba ante la evidencia de una vida tan solitaria que desafiaba su imaginación. Cada una de las palabras de la muchacha mostraba un masoquismo increíble, además de sadismo, porque se torturaba a sí misma tanto como a él.

    Y ahora Leigh no podía detenerse a sentir pena por clla. Su vida estaba en juego, y sólo más palabras podían posponer su muerte o propiciar el rápido y soportable cese de una pistola disparada con súbita pasión.

    —Me gustaría hacerle una pregunta —continuó, sombrío—. ¿Cómo descubrió que mi C.I. es de ciento doce? ¿Qué interés especial le hizo averiguarlo? ¿Es posible que, aquí sola. haya experimentado también un tipo especial de pensamiento y que, aunque su intelecto rechazara la idea de un amor tan bajo, su existencia sea el resorte tras su fantástica determinación de matar, en vez de curarme? Yo.. .
    —Ya basta —lo interrumpió Patricia Ungarn.

    Leigh tardó un largo instante en darse cuenta de que en aquellos pocos segundos, ella se había recuperado por completo.

    La miró alarmado, mientras la pistola señalaba hacia una puerta que no había visto antes.

    —Supongo que hay otra solución aparte de la muerte —dijo ella, cortante—. Me refiero a la muerte inmediata. Y he decidido aceptar la pérdida subsiguiente de mi nave espacial.

    Indicó la puerta con un movimiento de cabeza.

    —Está ahí, en la compuerta. Funciona de un modo muy simple. El volante se mueve hacia arriba, hacia abajo o hacia los lados, y ésos serán los movimientos de la nave. Pise el acelerador y la máquina irá hacia adelante. El freno es el pedal izquierdo. Las ruedas del automóvil se pliegan de inmediato en el instante en que se separan del suelo. Ahora, en marcha. No hace falta que le diga que tal vez los Dreeghs lo capturen. Pero no puede quedarse aquí. Eso es obvio.
    —¡Gracias! —fue todo lo que Leigh se atrevió a decir.

    Había hecho explotar un barril de pólvora emocional, y no se atrevía a decir ni una sola palabra más. Aquí había un tremendo misterio psicológico, pero no era él quien tenía que resolverlo.

    Súbitamente tembloroso al comprender lo que todavía le esperaba, caminó vacilante hacia la compuerta. Y entonces...

    ¡Sucedió!

    Sintió unas náuseas inexpresables. Hubo un salvaje tambaleo a través de la negrura y...

    Se encontró de pie ante la puerta que conducía desde el corredor del apartamento de Patricia Ungarn. Junto a él estaba Hanardy. La puerta se abrió. La joven que apareció más allá dijo a Hanardy palabras extrañamente familiares, sobre ir al cuarto nivel para arreglar una pantalla de energía. Entonces se volvió hacia Leigh.

    —Señor Leigh, puede pasar —dijo con voz dura y metálica.

    Lo más absurdo de todo fue que entró sin apenas sentir temor físico. Una fría brisa acarició sus mejillas; oyó el dulce trino de pájaros en la distancia. Leigh permaneció inmóvil durante un momento después de entrar; por pura fuerza de voluntad, expulsó el terrible mareo de su mente, y se inclinó, mentalmente, al ciclón de completos recuerdos. Todo apareció allí de súbito: la manera en que los Dreeghs habían acudido a su habitación del hotel y le habían forzado, implacables, a cumplir su voluntad, la forma en que la habitación de la negrura le había afectado, y cómo la muchacha había respetado su vida.

    Por alguna razón, toda la escena con ella le había parecido insatisfactoria a Jeel; y ahora, fantásticamente, tenía que repetirse.

    Aquel pensamiento concluyó. La tremenda realidad completa de lo que había pasado cedió ante un hecho aún más grande:

    Había algo en el interior de su cabeza, un algo diferencialmente psíquico; y en una manera extraña, horrible, inexperimentada, su mente lo combatió por instinto. El resultado fue una horrible confusión que le lastimó a él, no a ese algo.

    Fuera lo que fuese, permaneció en el interior de su cabeza, sin resultar afectado por sus febriles contorsiones cerebrales, frío, apartado, vigilado.

    Vigilando.

    Entonces, locamente, advirtió de qué se trataba. Otra mente. Leigh se apartó del pensamiento como si fuera el más puro fuego destructor. Tensó su cerebro. Durante un momento, el frenesí de su horror fue tan grande que su cara se retorció con la angustia de sus esfuerzos. Y todo se difuminó.

    Al fin, exhausto, se quedó allí. Y la cosa—mente siguió dentro de su cabeza.

    Intacta.

    ¿Qué le había ocurrido?

    Tembloroso, Leigh se llevó las manos a la frente; luego, se palpó la cabeza entera; tenía la vaga idea de que si presionaba...

    Retiró las manos con una maldición muda. Maldición y maldición, incluso repetía las acciones esa escena. Se dio cuenta de que la muchacha lo miraba.

    —¿Qué le pasa? —la oyó decir.

    Fue el sonido de las palabras, las mismas palabras exactas, lo que lo hizo. Esbozó una amarga sonrisa. Su mente se retiró del abismo donde se había tambaleado.

    Volvía a estar sano de nuevo.

    Sintió la sombría comprensión de que su cerebro estaba aún muy lejos; sano, sí, pero sin espíritu. Era demasiado obvio que la muchacha no tenía ningún recuerdo de la escena previa, o de otro modo no se hallaría charlando. Estaría...

    Aquel pensamiento también cesó. Porque algo extraño estaba sucediendo. La mente en su interior se agitó, y miró a través de sus ojos. Lanzó una mirada intensa.

    Intensa.

    La habitación y la muchacha que había en ella cambiaron, no físicamente, sino subjetivamente, en lo que veía, en los detalles.

    Los detalles ardieron hacia él; los muebles y el diseño, que un momento antes le habían parecido un conjunto gracioso y artístico, de repente, mostraron defectos, errores ocultos en el gusto, la disposición y la estructura.

    Su mirada se dirigió al jardín, y en cuestión de instantes lo desmenuzó en su mente. Durante toda su existencia no había visto ni sentido nunca una sensación de crítica a una escala tan alta y devastadora. Sólo que...

    Sólo que no se trataba de una crítica. La mente era indiferente. Veía cosas. Las automatizaba, veía algunas de las posibilidades, y por comparación, la realidad sufría.

    No era cuestión de que algo apareciera como desesperanzadamente malo. Con frecuencia, el error era cuestión de sutileza. Los pájaros no encajaban con su entorno por una docena de razones. Había matorrales que añadían una discordancia no armónica al soberbio jardín.

    La mente se apartó del jardín; y, por primera vez, estudió a la muchacha.

    En toda la Tierra, ninguna mujer había sido examinada con tal atención. La estructura de su cuerpo y la de su rostro, que a Leigh le habían parecido tan hermosos, tan orgullosamente formados, tan patricios en toda su gloria, resultaban inferiores en ese momento.

    Un ejemplo excelente de la degradación en aislamiento.

    Aquél fue un pensamiento. no desdeñoso, ni derogatorio, sino una impresión de una mente directa que veía tonalidades, realidades más allá de las realidades, un millar de hechos donde aparecía uno.

    Siguió una consciencia clara como el cristal de la psicología de la muchacha, una admiración objetiva por el sistema de educación aislada que convertía a las muchachas Klugg en tan buenas reproductoras, y entonces...

    ¡Propósito!

    Ejecución instantánea. Leigh dio tres rápidos pasos hacia la muchacha. Advirtió como ella sacaba la pistola de su bolsillo, la sorpresa de su rostro. Entonces, la alcanzó.

    Los músculos de ella se revolvieron como muelles de acero. Pero no sirvieron de nada contra su superfuerza, su supervelocidad. La ató con una cuerda que había divisado en un guardarropas entreabierto.

    El dio un paso atrás, y Leigh experimentó personalmente lo que había sucedido, la increíble comprensión de que todo esto, que parecía tan normal, era en realidad tan devastadoramente suprahumano, tan rápido que sólo habían pasado segundos desde que entró en la habitación.

    Los pensamientos privados concluyeron. Fue consciente de la mente, contempló lo que había hecho. y lo que debía hacer antes de que el meteorito quedara completamente bajo control.

    La victoria de los vampiros estaba cerca.

    Tuvo lugar una fase de caminar por los corredores vacíos y bajar varios tramos de escalera. Leigh sintió el vago y aturdido pensamiento personal de que el Dreegh parecía conocer el interior del meteorito a la perfección.

    De alguna manera, durante los períodos de transición, de manipulación temporal, la criatura—mental había usado su cuerpo para explorar el enorme lugar a conciencia. Y ahora. con una simplicidad de propósito total, él se dirigía hacia los talleres del cuarto nivel, donde el profesor Ungarn y Hanardy trabajaban para emplazar otra pantalla de defensa.

    Encontró a Hanardy solo. trabajando en un torno que rugía, y el sonido facilitó que entrara.

    El profesor se encontraba en una enorme sala, donde unos grandes motores ronroneaban una extraña y profunda tonada de energía titánica. Era un hombre alto, y cuando Leigh entró se hallaba de espaldas a la puerta.

    Pero fue muchísimo más rápido que Hanardy, más incluso que la muchacha. Sintió el peligro. Se volvió con la agilidad de un gato. Litealmente. Y sucumbió al instante a unos músculos que podrían haberle despedazado miembro a miembro. Cuando inmovilizaba las manos del hombre, Leigh tuvo tiempo para una impresión. En las fotografías que había visto, como le había dicho a la Dreegh Merla, en el hotel, el rostro del profesor parecía sensible, cansado, noble. Era más que eso, muchísimo más.

    El hombre irradiaba poder, como ninguna fotografía podía mostrar, buen poder en contraste con el salvaje, maligno, inmenso poder del Dreegh.

    La sensación de poder se desvaneció ante al aura de cansancio. Cansancio cósmico. Era un rostro arrugado, sorprendentemente arrugado. Con un destello. Leigh recordó lo que había dicho la mujer Dreegh; y todo estaba ahí: profundas líneas de tragedia e inenarrable sufrimiento mental, entrelazadas con una curiosa paz... Resignación.

    Aquella noche, meses atrás , Leigh había preguntado a la mujer Dreegh: ¿Resignación a qué? Y ahora, en ese rostro amable y torturado. encontró la respuesta:

    Resignación al infierno.

    Y ocurrió algo extraño. una segunda respuesta, inesperada, cosquilleó en su mente; retrasados; son retrasados Galácticos. Kluggs.

    El pensamiento parecía no tener una fuente; pero se desencadenó con la furia de una tormenta. El profesor Ungarn y su hija eran Kluggs, retrasados en el increíble sentido Galáctico. No le extrañaba que la muchacha hubiera reaccionado como una loca. Nacida aquí, era posible que hubiera adivinado la verdad en los últimos dos meses.

    El cociente intelectual de los retrasados humanos oscilaba entre setenta y cinco y noventa; el de los Kluggs, entre doscientos veinticinco y, tal vez, doscientos cuarenta y tres.

    Doscientos cuarenta y tres. ¿Qué clase de civilización era la Galáctica, si los Dreeghs tenían cuatrocientos y...?

    Alguien, por supuesto, tenía que hacer el trabajo aburrido y rutinario de la civilización; y los Kluggs y Lennels y los de su clase eran, obviamente, los elegidos. No le extrañaba que parecieran retrasados con aquel peso de inferioridad influyendo en sus nervios y estructura muscular. No le extrañaba que planetas enteros fueran mantenidos en la ignorancia.

    Leigh dejó al profesor maniatado, y empezó a desconectar los interruptores de energía. Algunos de los grandes motores reducían el ritmo notablemente cuando salió de la poderosa sala: el potente zumbido de energía remitió.

    De regreso a la habitación de la muchacha, entró en la compuerta, subió a la pequeña nave—automóvil y despegó, para sumergirse en la noche.

    De inmediato, la masa brillante del meteorito se perdió tras él en la oscuridad. Al instante, rayos de campo magnético capturaron su diminuta nave hacia la enorme máquina en forma de cigarro que surgió de la oscuridad.

    Sintió los rayos espía. Tuvieron que reconocerle, porque otra nave zarpó para recogerle.

    Las escotillas se abrieron sin ruido, y se cerraron. Leigh contempló tranquilo, a los dos Dreeghs, el hombre y la mujer, y, como desde una gran distancia, se oyó explicar lo que había hecho.

    Sombrío, desesperanzado, se preguntó por qué tenía que explicarles algo. Entonces, oyó que Jeel hablaba.

    —Merla, éste es el caso de hipnotismo con más éxito de nuestra existencia. Lo ha hecho... todo. Incluso las más mínimas órdenes que pusimos en su mente han sido cumplidas al pie de la letra. La prueba es que las pantallas se van apagando. Con el control de la estación, podremos aguantar incluso después de que las naves de guerra Galácticas lleguen... y llenar nuestros tanques y nuestras reservas de energía para diez mil años. ¿Me oyes? ¡Diez mil años!

    Su excitación murió. Sonrió con súbita y parca comprensión mientras miraba a la mujer.

    —Querida —dijo lacónico—, la recompensa es toda tuya. Podríamos haber derribado esas pantallas en otras doce horas, pero eso habría significado la destrucción del meteorito. Esta victoria es mucho más grande. Ya tienes a tu periodista. Satisface tu ansia... mientras los demás nos preparamos para la ocupación. Entretanto, lo ataré para ti.

    Leigh pensó fría, remotamente: El beso de la muerte...

    Tiritó al comprender de pronto lo que había hecho.

    Yacía en la cama, donde Jeel le había atado. Se sorprendió al darse cuenta de que, aunque la mente se había replegado a un segundo plano de su cerebro continuaba allí, fría, acerada, con una consciencia anormal.

    Se preguntó qué posible satisfacción podría obtener Jeel de experimentar con él ese mortal escalofrío de la muerte. Aquella gente era anormal, desde luego, pero...

    El asombro desapareció como una hierba reseca bajo un rayo de calor cuando la mujer entró en la habitación y se abalanzó hacia él. Sonrió y se sentó en el borde de la cama.

    —Aquí estás —dijo.

    Leigh pensó que era como una tigresa. Había decisión en cada uno de los músculos de su largo cuerpo. Sorprendido, vio que se había cambiado de traje. Llevaba una larga bata lisa, delgada, brillante y ajustada que hacía una sorprendente combinación con sus cabellos dorados y su rostro completamente blanco. Fascinado por completo, la observó.

    —Sí, estoy aquí —dijo de manera casi automática.

    Palabras estúpidas. Pero no se sentía como tal. Notó cierta tensión en el momento de hablar. Fueron los ojos de ella los que la provocaron. Por primera vez, sus ojos lo alcanzaron como un puñetazo. Ojos azules y firmes. Tan firmes. No la firme franqueza de la sinceridad. Firmes... como ojos muertos.

    Un escalofrío creció en Leigh, un escalofrío especial, extraordinario, para añadirse al hielo que ya había en su interior, y el pensamiento profano de que esta mujer estaba muerta, mantenida con vida de manera artificial por medio de la sangre y la vida de hombres y mujeres muertos.

    Ella sonrió, pero aquellos ojos de pez continuaron fríos. Ninguna sonrisa, ningún calor podrían dar luz a aquel gélido y hermoso semblante. Pero remedó el esbozo de una sonrisa.

    —Los Dreeghs llevamos una vida dura y solitaria —dijo—. Tan solitaria que a veces no puedo dejar de pensar que nuestra pugna por continuar así es una ciega locura. Somos lo que somos, aunque no es culpa nuestra. Sucedió durante un vuelo interestelar que tuvo lugar hace un millón de años.

    Se detuvo, casi desesperanzada.

    —Parece que hace más. Tiene que ser más. He perdido el sentido del tiempo.

    Continuó, sombría de pronto, como si el recuerdo, el simple hecho de contarlo, volviera a reproducir el horror.

    —Éramos un grupo de varios miles de personas en vacaciones y quedamos atrapados en el campo gravitatorio de un sol, que después sería llamado el sol Dreegh. Sus rayos, inmensamente peligrosos para la vida humana, nos infectaron a todos. Se descubrió que sólo transfusiones de sangre continuas, y la fuerza vital de otros seres humanos, podía salvarnos. Durante una temporada recibimos donaciones; entonces, el gobierno decidió destruirnos como incurables sin esperanza. Todos éramos jóvenes, terriblemente jóvenes, y estábamos enamorados de la vida. Algunos cientos de nosotros esperábamos la sentencia, y, todavía teníamos amigos al principio. Escapamos, y desde entonces hemos luchado por continuar con vida.

    Aun así, Leigh no podía sentir piedad. Era extraño, porque experimentó todos los pensamientos que ella indudablemente quería que sintiera. Imágenes de una fría e interminable existencia en naves espaciales, contemplando la noche perpetua; toda vida circunscrita por las incansables y anormales necesidades de unos cuerpos enloquecidos por una enfermedad voraz.

    Todas las imágenes emocionales estaban allí. Pero no apareció ninguna emoción. Ella era demasiado fría; los años y la caza diabólica habían estigmatizado su alma, sus ojos y su rostro.

    Y además, su cuerpo parecía ahora más tenso, mientras se inclinaba hacia él, acercándose más, más, hasta que Leigh pudo oír su lenta y agitada respiración. Aunque sus ojos sostuvieron la vaga luz interna, todo su ser temblaba con la fría tensión de su propósito; cuando habló, lo hizo casi en un susurro.

    —Quiero que me beses, y no tengas miedo. Te mantendré con vida durante días, pero debo obtener respuesta. no pasividad. Eres soltero de unos treinta años. No tendrás más escrúpulos que yo en este asunto. Pero debes dejar que todo tu cuerpo se entregue.

    Leigh no podía creerlo. El rostro de la mujer flotaba a diez centímetros del suyo; y había tal ferocidad y ansia reprimida en ella que sólo podía significar muerte.

    Sus labios estaban arrugados, como dispuestos a succionar, y temblaban con un extraño y tenso deseo, completamente innatural. Casi obsceno. Las aletas de su nariz se dilataban cada vez que inspiraba. Y ninguna mujer que hubiera besado con la frecuencia que ella debería de haberlo hecho en todos sus años podría sentirse así, si eso era lo que esperaba recibir.

    —¡Rápido! —jadeó ella. sin aliento—. ¡Entrégate, entrégate!

    l,eigh apenas oía, pues la otra mente que había estado habitando en su cerebro saltó hacia delante de manera increíble. Se oyó a si mismo decir:

    —Confiaré en tu promesa porque no puedo resistir su atractivo. Puedes besarme con fuerza. Supongo que podré soportarlo

    Hubo un destello azul, una agonizante sensación ardiente que se extendió de pronto hasta el último nervio de su cuerpo.

    La angustia se convirtió en una serie de pequeños dolores, como agujitas que taladraran su carne en un millar de puntos. Escocido, retorciéndose un poco, sorprendido de estar aún con vida, Leigh abrió los ojos.

    Sintió una oleada de sorpresa personal.

    La mujer yacía tendida, los labios medio retorcidos sobre los suyos, el cuerpo desmoronado contra su pecho. Y la mente, aquella mente ardiente estaba allí, observando, mientras la alta figura del hombre Dreegh entraba lentamente en la habitación, se envaraba Y luego se abalanzaba hacia adelante.

    Cogió en sus brazos la flaccida forma. Se produjo el mismo destello azul cuando sus labios se encontraron. del hombre hacia la mujer. Ella se sacudió al final, gimiendo. Él la agitó con fuerza.

    —¡Estúpida miserable! —exclamó—. ¿Cómo has dejado que suceda una cosa así? Habrías muerto en cuestión de minutos si yo no hubiera venido.
    —Yo... no sé...—su voz era débil y vieja. Se desplomó en el suelo a sus pies como una anciana cansada. Sus cabellos rubios se desparramaron, y parecieron curiosamente descoloridos—. No sé. Jeel. Intenté capturar su fuerza vital, y en cambio él se llevó la mía. Él. . .

    Se detuvo. Sus ojos azules se abrieron al máximo. Se puso en pie. Y se tambaleó.

    —Jeel, tiene que ser un espía. Ningún ser humano podría hacerme una cosa así. Jeel.. —Un súbito terror apareció en su voz—. Jeel, sal de esta habitación. ¿No te das cuenta? Tiene mi energía. Está tumbado ahí y lo que quiera que le controle puede emplear mi energía para. . .
    —Muv bien. muy bien. —El le acarició los dedos—. Te aseguro que sólo es un ser humano. Y tiene tu energía. Cometiste un error y el flujo surgió al revés. Pero hará falta mucho más que eso para que alguien use un cuerpo humano contra nosotros con éxito. Así que...
    —¡No lo entiendes! —Su voz tembló—. Jeel. te he estado engañando. No sé qué me pasó, pero no pude conseguir suficiente fuerza vital. Cada vez que podía, durante las cuatro veces que estuvimos en la Tierra, salía de caza. Capturé hombres por la calle. No sé con exactitud a cuantos porque desintegré sus cuerpos después de acabar con ellos. Pero fueron docenas. Y él tiene toda la energía que recolecté, suficiente para docenas de años, suficiente para... ¿no lo ves? Suficiente para ellos.
    —¡No! —El Dreegh la sacudió con violencia, como haría un médico con una mujer histérica—. Durante un millón de años, los grandes Galácticos nos han ignorado y . .

    Se detuvo. Una negra mueca retorció su rostro. Se volvió como el tigre que era, con la pistola en la mano, mientras Leigh se incorporaba.

    I,eigh. el hombre, ya no estaba sorprendido por nada. Ni por la manera en que las duras cuerdas caían podridas de sus piernas y muñecas, ni por la forma en que el Dreegh se quedó rígido después de mirarle a los ojos, pues sentía el primer shock de la tremenda, casi cataclismológica verdad.

    —Sólo existe una diferencia —dijo Leigh con una voz tan vibrante que la parte superior de su cabeza tembló por la desacostumbrada violencia del sonido—. Esta vez hay doscientas veintisiete naves Dreeghs reunidas en una zona concentrada. Podemos dejar el resto, y nuestros informes muestran que sólo queda un docena más, a nuestras patrullas de policía.

    El Gran Galáctico que había sido William Leigh sonrió. Sombrío, y caminó hacia sus cautivos.

    —Ha sido un experimento interesantísimo en la desdoblación deliberada de la personalidad. Hace tres años, nuestros manipuladores de tiempo mostraron esta oportunidad de destruir a los Dreeghs, quienes hasta el momento habían escapado dada la enormidad de nuestra galaxia. Y por eso vine a la Tierra, y aquí creé la personalidad de William Leigh. periodista, junto con su familia y su historia pasada. Fue necesario contener en un compartimento especial del cerebro nueve décimas partes de mi mente, y retener por completo un porcentaje igual de energía vital. Ahí residió la dificultad: en cómo reemplazar esa energía en un grado suficiente en el momento adecuado, sin ser un vampiro. Construí cierto número de contenedores de energía, aunque, por supuesto, en ningún momento pudimos ver todo el futuro. Nos resultó imposible ver los detalles de lo que iba a suceder a bordo de esta nave, o en mi habitación del hotel la noche en que me visitasteis, ni bajo el restaurante Constantine. Además, si hubiera poseído energía completa mientras me acercaba a esta nave, vuestro rayo espía lo habría registrado, y habría destruido de manera instantánea mi pequeño automóvil—nave. Mi primera necesidad, por tanto, era venir al meteorito, y obtener control inicial sobre mi propio cuerpo a través del medio de lo que mi encarnación terrestre llamó la sala de la negrura. Esa encarnación terrestre ofreció algunas dificultades inesperadas. En tres años había adquirido personalidad propia, y ese ímpetu hizo necesario repetir una escena con Patricia Ungarn, y aparecer directamente como otra mente consciente, para convencer a Leigh de que tenía que entregarse. El resto, desde luego, fue cuestión de ganar energía vital adicional después de abordar su nave, algo que —se inclinó levemente ante el cuerpo petrificado de la mujer— me fue suministrado. He explicado todo esto porque una mente sólo aceptará control completo si una comprensión total de la derrota está presente. Por tanto, debo informaros que permaneceréis con vida durante los días siguientes, tiempo en el que me ayudaréis a entablar contacto personal con vuestros amigos.

    Hizo un gesto de despedida.

    —Regresad a vuestra existencia normal. Aún tengo que coordenar mis dos personalidades por completo, y eso no requiere vuestra presencia.

    Los Dreeghs salieron con los ojos en blanco, casi con premura; y las dos mentes en un solo cuerpo se quedaron a solas.

    Para Leigh, el Leigh de la Tierra, el primer shock desesperado pasó. La habitación estaba oscura, como su mirada a través de unos ojos que ya no fueran suyos.

    Pensó, con un horrible esfuerzo de autocontrol: Tengo que luchar. Algo trata de poseer mi cuerpo. Todo lo demás no es cierto.

    Una suave pulsación mental se introdujo a hurtadillas en la cámara en sombras donde su yo estaba arrinconado:

    —No es mentira, sino la maravillosa verdad. No has visto lo que los Dreeghs vieron y sintieron, porque estás dentro de este cuerpo, y no sabes que ha cobrado vida maravillosamente, una vida diferente todo lo que tus pequeños sueños en la Tierra pudieran concebir. Debes aceptar tu destino superior o, de lo contrario, la visión de tu propio cuerpo será algo terrible. Cálmate, sé más valiente de lo que has sido, y el dolor se convertirá en alegría.

    Se produjo la calma. Su mente tembló en su oscuro rincón, anormalmente consciente de las extrañas e innaturales presiones que la sacudían como vientos surgidos de una noche no terrenal. Durante un momento de terrible miedo, cedió a aquella terrible noche, y luego se obligó a regresar a la cordura y tuvo otro pensamiento propio, un pensamiento sombríamente sagaz:

    El diabólico interlocutor estaba discutiendo. ¿Podía eso significar —su mente se llenó de esperanza— que la coordinación era imposible sin que él se rindiera a la persuasión?

    Nunca me rendiría.

    —Piensa —susurró la mente alienígena—, piensa que eres una valiosa faceta de una mente con un coeficiente intelectual de mil doscientos, piensa en que has representado un papel; y ahora vas a regresar a la normalidad, una normalidad de poder ilimitado. Has sido un actor absorto por completo en tu papel; pero la obra ha terminado; estás solo en tu camerino quitándote el maquillaje; tu impresión de la obra se desvanece, se desvanece, se desvanece...
    —¡Vete al infierno! —exclamó William Leigh en voz alta—. Soy William Leigh, coeficiente intelectual de ciento doce, satisfecho con ser sólo lo que soy. Me importa un bledo si me creaste de los elementos compuestos de tu cerebro, o si nací de una forma normal. Puedo ver que tratas de hipnotizarme, pero no funcionará. Estoy aquí, soy yo, y me quedo. Ve y búscate otro cuerpo, si eres tan listo.

    El silencio siguió a su voz; y el vacío, la completa carencia de sonido, le produjo un brusco retortijón de miedo más grande que el que había sentido antes de hablar.

    Estaba tan concentrado en aquella pugna interna que no fue consciente de ningún movimiento exterior hasta que...

    Con un respingo advirtió que estaba asomado a una portilla. La noche se extendía ante él, la noche viviente del espacio.

    Un truco, pensó con una agonía de temor; un truco diseñado para sumarse al poder corrompedor del hipnotismo.

    ¡Un truco! Intentó retirarse y, aterrorizado, comprobó que no podía. Su cuerpo no quería moverse. Entonces, trató de hablar, de romper aquella manta de silencio que lo envolvía. Pero no se produjo ningún sonido.

    Ni un músculo, ni un dedo se movió; ni un solo nervio por mucho que temblara.

    Estaba solo.

    Aislado en su pequeño rincón de cerebro.

    Perdido.

    Sí, perdido, reducido a un extraño silbido de pensamiento, perdido a una sórdida existencia simple, perdido a una vida cuyo fin era visible desde el momento del nacimiento, perdido a una civilización que ya había tenido que ser salvada de sí misma un millar de veces. Incluso tú, pienso, puedes ver que todo esto está perdido para siempre.

    Leigh pensó con intensidad: la cosa estaba intentando, por repetición de ideas, mostrar evidencias de derrota, colocar los cimientos de una derrota posterior. Era el truco más antiguo del hipnotismo en la gente simple. Y no podía dejar que funcionara.. .

    Has aceptado el hecho de que estabas representando un papel, urgió la mente, inexorable; y ahora has reconocido nuestra unidad, y vas a renunciar al papel. La prueba de este reconocimiento por tu parte es que has cedido control de... nuestro cuerpo.

    —Nuestro cuerpo, nuestro cuerpo, NUESTRO cuerpo...

    Las palabras se repitieron como una especie de sonido gargantuesco a través de su cerebro, y luego se mezclaron rápidamente con aquella calmada pulsación de la otra mente.

    —Concentración. Todo intelecto deriva de la capacidad de concentración; y, progresivamente, el cuerpo en sí muestra vida, reflexiona y enfoca ese poder congregado y subterráneo.
    —Queda un paso más: tienes que ver.

    Sorprendentemente, entonces, miró un espejo. No recordaba de dónde había salido. Estaba allí, delante de él, donde un instante antes había habido una portilla negra... y vio una imagen en el espejo, al principio sin forma ante su visión difusa.

    Deliberadamente—sintió el enorme esfuerzo—, la visión se aclaró. Vio... y luego no vio.

    Su cerebro no quería mirar. Se retorcía en loca desesperación, como un cuerpo enterrado vivo, breve, horrendamente consciente de su destino. Sin perder un instante, se apartó de la cosa ardiente del espejo. Tan horrible era el esfuerzo, tan titánico el temor, que empezó a farfullar, su consciencia giraba, deslumbrada, como una rueda. más rápido, más rápido.

    La rueda estalló en diez mil dolorosos fragmentos. Se produjo la oscuridad, más negra que la noche Galáctica. Y entonces hubo...

    ¡Unidad!

    Fin

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