EL QUE USTED GUSTE, SEÑORITA…
Publicado en
agosto 05, 2012
El "profeta" celebra otro de sus velasquismos, rodeado de varios personajes de la vida nacional, en un brindis con el vicepresidente de la república de entonces, Jorge Zavala Baquerizo.Redacción y recopilación: Emilia Simon• Una curiosa estrategia electoral de Gil Barragán• Ver comunistas hasta en la sopa endureció el régimen de Páez• La suerte estuvo con Velasco ante un pedido de los habitantes de Bahía• Trauma en el frío lago San Pablo• Avatares inesperados en la primera exposición de Eduardo Kingman• La exquisita educación del ganadero Francisco ChiribogaLAS LIBRETAS DE DON GIL
Cuando Gil Barragán trasladó su domicilio de Guayaquil a Quito se sintió como pez fuera del agua en la política. Sin embargo, Otto Arosemena, amigo de juventud, lo invitó a afiliarse al CID y a postularse a la diputación por Pichincha. La situación no era favorable y se disputaban seis puestos en la provincia en pelea con partidos grandes. Pese a ello, Barragán se afilió y se candidatizó. Luego de fracasar tres veces con las tradicionales convocatorias a comités barriales, ideó una singular estrategia electoral. Ernesto Jouvín, propietario de la imprenta La Reforma, le obsequió unas libretas de quince páginas con la fotografía del candidato y la identificación de la lista. Con ellas, Barragán hizo de cada autobús un comité electoral: temprano en la mañana, pedía permiso al chofer, exponía sus ideas a los pasajeros y entregaba las libretas como recuerdo. Después de unos minutos ya estaba en otro autobús y así durante todo el día. El resultado fue que miles de personas lo escucharon personalmente y, pese a los vaticinios de la prensa, logró lo imposible: ganó la cuarta curul por Pichincha.
BASTO PEDIR
Cuenta un lector que por la década de los cuarenta, el doctor José María Velasco Ibarra visitó Bahía de Caráquez, en la provincia de Manabí. Desde el balcón del municipio pronunció un fogoso discurso. De la muchedumbre que se había agolpado para escucharlo, un parroquiano con un furibundo grito, lo interrumpió: "Doctor, Bahía necesita agua". El profeta, esgrimiendo su largo índice como una varita mágica, respondió: "Agua tendrán". Para sorpresa de todos, del cielo empezaron a caer gotas de lluvia y esa noche hubo un fuerte aguacero. De esta manera se superó la larga sequía que desesperaba a los lugareños durante la época de invierno. Los aplausos y adhesión al mandatario no se hicieron esperar.
DE DICTABLANDA A DICTADURA
El 28 de noviembre de 1936 hubo una sublevación en el regimiento Calderón en Quito que desató un combate en las calles durante cuatro horas. Cuando el levantamiento fue dominado, Federico Páez y su ministro de Gobierno, Aurelio Bayas, fabricaron una "fea novelucha", según Alfredo Pareja Diezcanseco en su obra Ecuador, Historia de una república. A lo que se refiere es que, según el régimen, el hecho respondía a una "pavorosa revolución financiada con oro de Moscú" y para probar esto, el ministro de Gobierno encargó a una costurera la elaboración de una bandera con hoz y martillo que luego fue "capturada" a los sediciosos. Antes del 28 de noviembre, escribe Pareja, se decía la dicta-blanda de don Federico pero luego fue la dictadura "porque se volvió feroz". La represión fue vengativa y se dirigió contra hombres de letras y ciudadanos honestos sobre los cuales cayera una sospecha o denuncia. El resultado era la cárcel o el confinamiento en Galápagos y, en caso de poder comprar el pasaje, el exilio. Por entonces, relata el historiador, "se cumplió uno de los actos vergonzosos del Ecuador contemporáneo: la Ley de Seguridad Social". Con ella, la policía podía matar a los sospechosos, se suprimió la libertad de reunión y toda expresión democrática quedó abolida. Para Alfredo Pareja, Páez convirtió al Ecuador en una caricatura de Estado-policía.
SAN PABLO NUNCA
El, campeón sudamericano de natación Diego Quiroga empezó a nadar a los nueve años. Cuando cumplió doce, flaquito y chiquito, según él mismo se describe, participó en la travesía del lago San Pablo. Su padre le indicaba la ruta mientras remaba un kayak. Un poco antes de completar la distancia, el joven nadador sumergió la cabeza, como se hace en el estilo libre, pero no la sacó más. Alguien saltó de las embarcaciones que acompañaban a los nadadores para salvar al "ahogado" que despertó mucho después.
Las frías aguas de San Pablo le dejaron un trauma hasta ahora y a pesar de haber entrenado durante trece años este deporte y conquistado triunfos en los Juegos Sudamericanos, nunca más intentó cruzar el lago.
Carlos Julio Arosemena en un fogoso discurso en la Cámara de Representantes.UN DUELO SIN RIVALES
"Por respeto a la memoria de Gardel debo contar una historia que no deja de avergonzarme", dice el escritor Pedro Jorge Vera. En 1935 Eduardo Kingman presentó su primera exposición en Guayaquil y deslumbró a los que algo sabían de pintura y a quienes, sin saber de este arte, fueron impactados por el mensaje de su obra. Esto coincidió con la trágica muerte de Carlitos Gardel. Vera trabajaba en el diario El Universo como reportero y escribía artículos que el director, Sucre Pérez Castro, aprobaba. La noticia de la muerte de Gardel llenó las planas de los diarios, las radios -aún en pañales- dedicaron buena parte de sus espacios al hecho, los lamentos abundaban y se conoció que en otros países hasta hubo suicidios de los seguidores del Morocho del Abasto... Este alboroto contrastaba con el silencio alrededor de la exposición de Kingman, a quien Vera considera uno de los grandes pintores de América. Y resentido, el periodista publicó un artículo elogioso para Kingman y trató duramente al cantante, en un duelo al que sus protagonistas no fueron invitados.

EL QUE USTED GUSTE
Eran los viejos tiempos cuando don Pachito, el ganadero de lidia doctor Francisco Chiriboga Bustamante, mandaba toros del Pedregal a la Plaza Belmonte primero y luego, a la Arenas de Quito. Por entonces, cuenta Miguel Angel "mapahuira" Cevallos, Pachito construía su palacete moruno en la esquina de las calles Guayaquil y Espejo. El sistema telefónico era "de señorita": se levantaba el audífono y una operadora preguntaba: "¿Número?", y se le dictaba el deseado a fin de que la señorita estableciera la comunicación.
Se asegura que don Pachito era tan pero tan cortés, que cuando la señorita preguntaba: "¿Número?", él respondía: "El que usted guste señorita".