Publicado en
agosto 05, 2012
Robin Norwood vive sola en Santa Bárbara, en una casa nueva rodeada de la naturaleza y "nada de televisión. No me gusta la ciudad, me encanta la tranquilidad. Para mí, esto es el paraíso", dice.
Robin Norwood, terapeuta y autora del libro "Mujeres que aman demasiado", del que se han vendido ¡más de 30 millones de ejemplares! habla en esta entrevista de las mujeres adictas a las relaciones conflictivas y cómo influyó en ellas el haber vivido en una familia con problemas
Por Fabián W. Waintal
A la hora de hablar sobre mujeres que aman demasiado, Robin Norwood es toda una experta. No sólo vivió los sentimientos en persona, sino también los expresó en un libro con ese mismo título, que vendió más de 30 millones de ejemplares. Como buena terapeuta, tuvo su propio programa de televisión contestando cartas sobre otras mujeres que aman demasiado. Y hoy, desde su casa en Santa Bárbara, nos recibió en persona para revelar el gran misterio sobre las mujeres que aman demasiado.
—¿Las mujeres que aman demasiado son aquellas que siempre se buscan historias complicadísimas: por ejemplo, hombres casados, que viven en otro país, que no se separan de la madre...?
—No es cierto. Las mujeres que aman demasiado pueden ser mujeres que están casadas con el mismo hombre de por vida, aunque desde el exterior parezca tener un matrimonio estable por el único hecho de estar juntos, sin divorciarse. No tiene que ser tan dramático. El amar demasiado tiene que ver con alguien que tiene presión emocional y trata de cambiar a la otra persona. Claro que también puede llegar a incluir a hombres casados, que viven en otro país o que estén atados a sus madres... pero no tiene que ser así.
—¿Una mujer que ama demasiado fue en su infancia una chica poco querida, que tiene miedo de quedarse sola?
—No es el hecho de no haber sido querida, tiene más que ver en cómo fue su familia. Las familias pueden llegar a tener mucho amor, pero al mismo tiempo pueden llegar a no ser tan saludables.
—¿En qué sentido?
—El término sería una familia con problemas, pero la clase de problemas que nadie se da cuenta que los tiene. El tipo de problemas como el tener un alcohólico sin que lo reconozcan en la familia. También puede ser el caso en que alguien está muriendo y nadie toma conciencia que viven con un enfermo terminal. Y todos actúan normalmente, aun con la tristeza y amargura, miedo, tensión, sin demostrar nada. Es básicamente una familia que vive basada en una mentira. Y los hijos en esa familia tienen que vivir la mentira igual que todos los demás. Nadie puede hablar del tema. Y ese tipo de cosas, en una mujercita que se cría con ese entorno, va creando un sobresentimiento de querer hacer las cosas bien, proteger, aunque se sienta mal. Pero de alguna forma, siente que es correcto sentirse mal, porque así se acostumbró. Por eso no sólo tiene que ser alguien que fue poco querida.
—¿Es posible prevenir algo semejante en la crianza?
—Hay mujeres que se me acercan diciendo: "Yo era una mujer que amaba demasiado, me estoy recuperando, ya no lo haré más, pero veo a mi hija haciendo lo mismo". Y siempre me preguntan cómo pueden prevenir algo así. Y la respuesta es siempre la misma: "¿Quién podría haberte parado a ti?". Y recién ahí lo entienden, porque nadie pudo haber cambiado nada. Ellas iban a hacer lo que iban a hacer. La mejor ayuda, especialmente en las madres, es recuperarse ellas mismas, para convertirse en un ejemplo para sus hijas, para recuperarse. Yo realmente no creo en la prevención. No puedes prevenir que alguien se convierta en alcohólico por el hecho de decirle que existe una enfermedad llamada alcoholismo. Igual van a tomar y, si tienen tendencia al alcoholismo, van a desarrollar la enfermedad.
—¿Pero encontró alguna razón profunda por la cual una mujer ama demasiado y queda enganchada en una relación que no es conveniente para ella?
—Pasa con una mujer que está tan acostumbrada al dolor, acostumbrada a que le duela el corazón, acostumbrada al tremendo sentimiento de soledad, que al conocer a alguien que la hace sufrir, se siente bien, cree que es lo correcto. Y al mismo tiempo tiene una necesidad de querer cambiar a esa persona. Como si hubiera una fuerza especial que la llevara a relacionarse con este tipo de personas y hace lo imposible para que esta vez funcione. El problema es que no es una opción, uno no puede cambiar a un ser humano. Ellos sólo cambian cuando quieren cambiar. Nunca cambian por ti. Es común pensar "ahora voy a poder hacer que sea como yo quiero. Voy a escribir el final feliz de esta historia".
—En Latinoamérica es común escuchar, sobre todo a los hombres, pero a las mujeres también, que la mayoría de las que están con un golpeador disfrutan de algún modo de la relación. ¿Esto es una aberración o hay algo de realidad?
—No creo que sea verdad. No creo que haya alguien a quien le guste que le peguen, pero sí pienso que debe haber ciertas razones por las cuales se quedan. Lo que experimento en mi país, aquí en California, es que cada mujer golpeada con la que trabajé, todas y cada una de ellas sabían que el hombre con quien estaban era violento, mucho antes de casarse con él. Y sufrieron la violencia aun antes del matrimonio.
—¿Entonces buscan esa violencia? ¿Por qué se casan?
—Ella no sabe que está buscando la violencia. Pero las mujeres con las que traté ese tema venían de un hogar violento o un hogar tan caótico, que bien podría haber sido violento. Con demasiados dramas, viviendo en el límite. Y eso es con lo que esa persona se acostumbra a vivir. Se siente como en casa.
—¿Y qué es más común: no ver que se es parte de una relación tortuosa o no poder salir de la relación?
—Es muy raro justamente que las mujeres quieran salir de ese tipo de relaciones, porque son adictas a ese tipo de relaciones. Si hablas de una mujer golpeada, hablas de una adicta a las relaciones. Sin duda. Y siempre enfoca a cambiar el comportamiento del hombre, aunque no pueda controlarlo. Pero hay momentos en que sí parece que lo controla. Es igual que vivir con un alcohólico. Uno cree que llegó al acuerdo con él de no hacer esto o lo otro, pero sólo es temporal. Y después la pesadilla empieza de nuevo. Lo mismo con las mujeres golpeadas. Es difícil que la mujer en una situación así quiera detener la relación para salvarse ella, sería una excepción.
—¿Cómo una mujer puede sentirse tan vacía sin un hombre que le haga la vida imposible?
—Es el mismo caso de un alcohólico o un adicto a las drogas. Una vez que tienen la enfermedad, ya no pueden controlar sus vidas. Pero terminar con la relación es mucho más terrorífico y prefieren seguir con lo mismo. Estoy hablando de adicción a las relaciones, una condición real, una adicción. Y cuando somos adictos no creemos que podamos sobrevivir sin nuestra adicción. Aunque sea comida, azúcar, alcohol, drogas, el juego o cierto tipo de adicción sexual. No podemos sobrevivir sin ello. Tenemos que seguir haciéndolo.
—Y cuando quiere recuperarse de la adicción a las relaciones, ¿es igual que con la adicción a las drogas? ¿Una solución es la abstinencia total, dejando de lado todo tipo de relación?
—En este caso es más parecido al que come compulsivamente. Quienes comen demasiado no pueden dejar de comer de un día para el otro, eso no es recuperación. Pero tienen que comer con mucha disciplina. Es una recuperación muy difícil, igual que la adicción a las relaciones, porque no podemos divorciarnos de otro ser humano. No fuimos hechos así. Tenemos que aprender a tratarlos con cierto nivel de cordura. Y no creo que alguien se pueda recuperar sin un buen tratamiento.
—¿El proceso de recuperación es corto o a largo plazo?
—Es de por vida, porque la adicción nunca desaparece, sólo se detiene.
—¿Una mujer que ama demasiado o tiene este tipo de relaciones tormentosas es alguien que no se ama a sí misma?
—Si se queda con la persona que le está haciendo daño, con el tiempo va a perder la autoestima. Porque termina haciendo cosas que no quiere hacer, como cualquier adicto. Hace cosas humillantes, vergonzosas, sólo porque tiene miedo, está aterrada. Conozco a muchas mujeres adictas a las relaciones. Yo soy adicta a las relaciones. Y no somos inútiles. No somos mujeres que no podemos hacer nada en esta vida. Sólo tenemos un área en nuestras vidas que no es saludable y tenemos que entender que va más allá de nosotras, que necesitamos ayuda. Quiero decir, la mayoría de las mujeres con quienes trabajé son mujeres muy competentes, no son tontas y a menudo son brillantes, que en general tienen mucha buena voluntad. Todas tenemos buena voluntad, porque queremos que otras personas hagan lo que nosotras queremos, para cambiar a alguien.
—Y si la mujer a veces ni siquiera tiene conciencia de lo que está pasando, ¿cómo puede pedir ayuda?
—Es una excelente pregunta, porque como en toda adicción, al principio una no cree que tenga ningún problema, no se da cuenta de la adicción. ¿Cuántos alcohólicos hay que están seguros de que no son alcohólicos? Y lo mismo pasa con las adictas a las relaciones. "Puedo controlarlo, no me estoy volviendo loca". Una de las razones por las cuales mi libro "Mujeres que aman demasiado" funciona tan bien es porque todos lo compran para otras personas (sonríe). Lo compran para una hermana, la madre, una amiga. Y tiene que ver porque las otras personas pueden notar nuestra adicción mucho antes que nosotras nos demos cuenta. Por eso tiene sentido que sea un amigo el que pida ayuda por la mujer adicta.
—¿En ese tipo de ayuda lo primero que solemos aconsejar es "patéalo, olvídate de él"?
—Exacto. Tienes tanta razón y me alegra que lo hayas remarcado, porque la verdad... si pudiéramos patearlo, lo haríamos. Es como el adicto a las drogas, si pudiera dejarlas lo haría. No podemos dejarlo. Lo que necesitamos todas quienes tenemos esta adicción, es reconocer que necesitamos curarnos. Ne-ce-si-ta-mos cu-rar-nos. Y en el libro escribí que si huyes demasiado temprano vas a volver con el mismo o vas a buscar a otro hombre que es peor. Yo hice eso y vi muchas, muchas, muchas mujeres haciendo lo mismo. Te doy un ejemplo concreto. Casi todas las enfermeras que conozco son mujeres que aman demasiado; todas vienen con antecedentes alcohólicos, padres alcohólicos y por eso eligen un camino, una carrera para ayudar a otras personas. Lo mismo con las terapeutas. No fue un accidente que yo fuera una mujer que ama demasiado y al mismo tiempo terapeuta.
—¿Suele sucederles a las mujeres que aman demasiado que, por esa relación, dejan todo: amigos, trabajo, familia y justamente eso las pone en una situación de mayor soledad y desventaja?
—Sí, enseguida dejan todo. Como todo adicto, dejas a aquellos que se van a interponer en tu camino con la adicción.
—¿El primer paso para la cura entonces es rearmar una estructura social?
—Es una buena idea, pero es el paso más difícil de dar. Dificilísimo. Lo que la gente necesita es buscar ayuda. Y la ayuda puede comenzar por leer este libro; sé que ayudó a miles de mujeres. No es un problema de hoy en día, existe desde siempre. Y hay muchísima ayuda al respecto. Sé que en México, por ejemplo, así como tienen alcohólicos anónimos, tienen reuniones de mujeres anónimas que aman demasiado. También en Brasil y no me sorprendería que lo tengan en Argentina.
—¿Y por qué habla sólo de mujeres? ¿No hay hombres que aman demasiado?
—Los hombres me dicen que aman demasiado. Yo no escribí sobre los hombres, porque no sé sobre hombres. Escribí sobre lo que sabía de adentro y de afuera. Tiene que haber, porque me dicen que hay. No todo hombre ama demasiado. El hombre puede distraerse con más facilidad. Las mujeres nos criamos para tener una relación y por eso nos resulta tan fácil amar demasiado.
Fuente: Revista VANIDADES CONTINENTAL - ECUADOR, enero 1998