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julio 29, 2012
Jamie Paxton.Con nada más que palabras de dolor, ¿podía una madre sacar de su escondite al hombre que mató a su hijo?
Por Stephen MichaudEL PUEBLO de Bannock, Ohio, amaneció envuelto en una llovizna gris el sábado 10 de noviembre de 1990. En una acogedora casa de estructura de madera, Jamie Paxton, trabajador siderúrgico de 21 años, tomaba sin prisa su desayuno de café y rosquillas. Poco antes de las 7 de la mañana, el apuesto joven de 1.80 metros de estatura, ojos verdeazulados y pelo castaño oscuro, salió a cazar venados con una ballesta.
Su madre, Jean, de 49 años, lo esperaba de vuelta a más tardar a las 11, pero pasó el mediodía y Jamie no aparecía. A las 2:40 de la tarde Jean oyó el ruido de un motor; se asomó a la puerta y vio llegar el coche del comisario. Corrió al porche, donde su esposo, Mickey, asido a un farol para no caerse, la miró con semblante consternado. La expresión del alguacil confirmó los peores temores de Jean.—¡No me lo diga! —gritó—. ¡No tiene que decírmelo! ¡Jamie está muerto!Habían encontrado a su hijo en una ladera cubierta de matorrales, con balazos de rifle en el tórax, la rodilla derecha y la pelvis. No había sido un accidente: lo habían asesinado. Después de interrogar a todos los sospechosos y someterlos a prueba con un detector de mentiras, el comisario Tom McCort llegó a la conclusión de que el homicida era un forastero al que Jamie no conocía."DIAS DE OSCURIDAD"
Jean Paxton no se conformaba con llorar a Jamie. Necesitaba saber quién lo había matado y por qué, y tenía que hacer entender al asesino el vacío que su crimen le había dejado. Con sólo palabras de dolor, estaba resuelta a sacar al malhechor de su escondite. Su medio sería la sección de cartas del periódico de la localidad.
"Al asesino (o los asesinos) de mi hijo Jamie", escribió al poco tiempo de la desgracia. "Quizá se sentiría aliviado si mis palabras expresaran odio, pero lo que siento no es odio, sino una honda aflicción por la pérdida de mi hijo. El pasado 10 de noviembre usted me quitó la luz de mi vida, y me dejó por delante muchos días de oscuridad"."¿Ha pensado en su propia muerte?", preguntaba en otra carta. "Si no confiesa su pecado y le pide perdón a Dios, se hundirá en las llamas del infierno. Cuando lo apresen, sentiré pena por su familia: ellos tendrán que cargar para siempre con la culpa de usted".La policía había advertido a Jean que el homicida de Jamie era un desalmado sin conciencia, pero ella no abandonaba la esperanza de conmoverlo con el torrente de dolor que manaba de su alma herida. Y sabía que conmoverlo sería el primer paso para llevarlo ante la justicia.Aunque sus lastimeras cartas no recibían respuesta, ella persistía. "Ha pasado casi un año desde que usted mató a mi hijo", escribió en octubre de 1991. "¿Ha cambiado su existencia en estos 11 meses? Mi familia ya no vive desde el pasado 10 de noviembre; a duras penas vamos pasando cada día. Una pregunta nos corroe todo el tiempo y cada vez que despertamos a medianoche: ¿por qué mató a Jamie?"TRISTE CONSUELO
Una voz escalofriante rompió al fin el silencio. "Soy el asesino de Jamie Paxton", anunció una carta anónima de dos cuartillas, escrita a máquina y dirigida al periódico, al comisario McCort y a los Paxton. Después de pormenorizar circunstancias hasta entonces desconocidas del crimen, el autor explicó: "Jamie Paxton era un perfecto extraño para mí. En mi vida lo había visto, y no cruzamos ni una palabra aquel sábado. Lo maté porque una compulsión incontenible se ha adueñado de mi voluntad. Cuando salí de casa aquel día, sabía que alguien iba a morir por mi mano, pero ignoraba quién y dónde."
"Técnicamente, encajo en la descripción de un asesino empedernido (tres o más víctimas, con intervalos de inactividad), pero soy una persona de aspecto común y corriente, con familia, trabajo y hogar, como ustedes. Tengo algo en la mente que a veces me transforma en un homicida despiadado y sin conciencia. Le disparé a Paxton como le habría disparado a una botella.""Estaba muy borracho, y una voz interior me dijo: ¡Hazlo! Estacioné mi coche detrás del de Jamie y bajé. Él venía descendiendo una ladera en dirección al camino; parecía estar divisando algo detrás de mí. Me apoyé el rifle en el hombro y le apunté. El primer disparo se desvió un poco y lo hirió en la parte derecha del pecho; él lanzó un quejido y cayó al suelo. Disparé otro tiro para rematarlo, pero le di en la rodilla; él alzó la cabeza y volvió a gemir. La tercera bala le dio en el trasero, y Jamie ya no se movió".La carta brindó algún consuelo a los Paxton: por lo menos el homicida no era nadie conocido. Pero Jean no había terminado. Estaba convencida de que tarde o temprano lo atraparían y, cuando así fuera, le haría ver que su crimen había cobrado muchas víctimas además de Jamie: toda la familia quedaría marcada para siempre por ese acto abominable.MANIA MORTIFERA
Con esa carta, la comisaría tuvo por fin una pista sólida que seguir. El amor materno de Jean y su profunda repugnancia por el causante de su desgracia habían hecho hablar a un homicida reincidente cuya existencia no imaginaban las autoridades. El 14 de marzo de 1992 volvió a atacar, esta vez quitándole la vida a Claude Hawkins, de 49 años, mientras pescaba en una presa. Las semejanzas entre los crímenes motivaron una reunión de los funcionarios de policía de la región. También la FBI intervino, pues Hawkins había perecido en territorio de propiedad federal.
Al comparar los informes de homicidios sin aclarar cometidos en la zona oriental del estado, las autoridades identificaron cuatro que se parecían. El primero se había perpetrado el 1 de abril de 1989, cuando Donald Welling, camionero de 35 años, recibió un tiro en el corazón mientras se ejercitaba corriendo. El siguiente, cometido a los 19 meses, fue el de Jamie Paxton. Apenas 18 días después, Kevin Loring, técnico en refrigeradores, de 30 años, murió de un disparo en la cara cuando estaba de cacería. Claude Hawkins fue el cuarto.El 5 de abril de 1992, a sólo diez días de la reunión de la policía, Gary Bradley, obrero siderúrgico de 44 años que residía en Virginia Occidental, fue muerto de un balazo en la espalda mientras pescaba en un estanque.Una comisión averiguadora secreta, integrada por funcionarios de cinco condados, no tardó en presentar la documentación de los casos a la FBI, incluida la carta del asesino al que Jean Paxton había sacado del silencio.A la vuelta de unas semanas, los criminalistas de la FBI dieron a conocer una descripción del sujeto. Se trataba de un hombre blanco de más de 30 años, aficionado a las armas de fuego. Los homicidas múltiples de su tipo suelen tener antecedentes de atentados incendiarios y otros actos de vandalismo compulsivos. Probablemente era cruel con los animales, y todo aquello que le causara estrés podía desencadenar su conducta homicida. La descripción de la FBI retrataba con más precisión la personalidad retorcida que se traslucía en la carta a Jean Paxton.La comisión averiguadora interrogó y descartó por lo menos a 100 sospechosos en el curso del verano de 1992. Entre tanto, Jean Paxton seguía empeñada en su lucha personal contra el asesino. El 30 de julio, día en que Jamie habría cumplido 23 años, hizo publicar una carta en la que decía haber preparado el pastel de chocolate predilecto de su hijo. "La próxima vez que se celebre un cumpleaños en su familia", le decía al homicida, "piense en el pastel que está en nuestra mesa, y recuerde que por su culpa Jamie no pudo venir a apagar las velas".En agosto, las investigaciones estaban estancadas por la inmensa cantidad de información que había por revisar. Con la esperanza de que el público proporcionara más pistas, la comisión averiguadora hizo divulgar sus sospechas de que un asesino múltiple estaba al acecho de deportistas solitarios. "Se relacionan varios homicidios cometidos en la zona rural de Ohio", rezaba el titular del 22 de agosto de un diario de Cleveland.PREGUNTA DELATORA
En la ciudad de Canton, Richard Fry, de 43 años, tuvo un presentimiento al leer la nota periodística. Esta le recordó a su viejo compañero de la escuela de enseñanza media, Tom Dillon, que trabajaba en el Departamento de Aguas de Canton y vivía con su familia a unos 120 kilómetros de donde habían matado a Jamie Paxton.
El 26 de agosto, Fry comunicó sus sospechas a las autoridades. Según declaró, en los años setenta Dillon y él solían dar paseos en coche por la región oriental del estado, bebiendo cerveza, disparando contra las señales de la carretera y provocando incendios de poca monta. "También hablábamos de los asesinos consuetudinarios", añadió. "Sobre todo de Ted Bundy, al que Tom admiraba". En 1979 y 1980, Bundy fue declarado culpable de tres asesinatos perpetrados en Florida, y en 1989, después de numerosas apelaciones, lo ejecutaron.Al decir de Fry, Dillon se fue volviendo más violento con el tiempo. Comenzó por disparar inopinadamente contra los animales domésticos. Luego, una tarde del verano de 1992, le preguntó a su amigo:—¿Crees que alguna vez he matado a alguien?Sorprendido y alarmado, Fry le contestó que no.—Pues eso prueba que no me conoces bien —replicó Dillon.Después de la comparecencia de Fry, la policía comenzó a vigilar secretamente a Dillon. Cuando estaba por iniciarse la temporada de caza, la comisión averiguadora decidió detenerlo con un cargo federal de portación de arma de fuego, a la espera de que surgieran las pruebas de los delitos más graves. El 27 de noviembre fue arrestado.Se hicieron registros en su casa, su vehículo y su oficina, sin ningún resultado. En la audiencia para fijar fianza, celebrada cinco días después, los fiscales revelaron que la comisión investigadora consideraba a Dillon el principal sospechoso de cinco homicidios. La publicidad que se desató proporcionó a la policía el golpe de suerte que necesitaba.El 4 de diciembre de 1992, un hombre entregó a las autoridades un fusil máuser de fabricación sueca que Dillon le había vendido el 6 de abril, el día siguiente al del homicidio de Gary Bradley. Los estudios balísticos indicaron que se trataba del arma utilizada para matar a Bradley y a Hawkins. El 22 de enero se formularon contra Dillon las imputaciones relativas a ambos casos. La fianza se fijó en 1 millón de dólares.SONRISA PRESUNTUOSA
Thomas Lee Dillon nació en Canton el 9 de julio de 1950. Su padre falleció de la enfermedad de Hodgkin cuando él tenía 15 meses de nacido. Su madre, según declaró Dillon más tarde, era una mujer indiferente que jamás lo elogió, ni lo castigó ni le impuso límites. "Dillon me confió que no guarda ningún recuerdo de su madre abrazándolo, besándolo ni diciéndole que lo quería", reveló el psicólogo Jeffrey Smalldon, contratado después del arresto para emitir un dictamen sobre el estado mental del acusado. Quizá eso explicaba en parte, conjeturó Smalldon, por qué Dillon había reaccionado ante el profundo amor materno de Jean Paxton contestando sus cartas.
Las notas periodísticas sobre la fortaleza y la unión de la familia Paxton llegaron a obsesionarlo. En cierta ocasión, antes de ser capturado, volvió al lugar del crimen para derribar a puntapiés una cruz de madera y arrancar un arce joven que se habían puesto allí en memoria de Jamie.Durante los seis meses que precedieron al juicio, Dillon se deleitó con su notoriedad; hablaba horas enteras con los periodistas por los teléfonos de la cárcel, y sonreía jactanciosamente ante las cámaras de televisión. Los Paxton tenían que soportar su sonrisa en los noticiarios nocturnos. Pero Jean estaba resuelta a enfrentarse con él en el tribunal.Sin embargo, el abogado defensor llegó a un acuerdo con el juez, y el 12 de julio de 1993, ante una muchedumbre de reporteros y espectadores, entre ellos Jean Paxton, Dillon se declaró culpable de los cinco asesinatos, a cambio de una condena de 165 años de cárcel. En seguida, sin que pudiera añadir una palabra, se lo llevaron.Al ver perdida la ocasión de enfrentarse con él en un tribunal, Jean comentó ante la prensa que lo consideraba "un cobarde digno de lástima". Al día siguiente, a las 7 de la noche, sonó el teléfono de los Paxton; era Dillon, ¡Lo que estaba esperando!, se dijo Jean cuando le pasaron el auricular.LECCION DE AMOR
Dillon se quejó de que el comentario de Jean lo había ofendido.
— Pues es la pura verdad, Thomas —respondió ella —. Y si vas a comenzar con presunciones, cuelgo. Hace varios meses que estoy cansada de eso. No me interesa lo que tengas que decir, pero hay algo que debes saber.Le explicó al asesino, repentinamente compungido, el significado del amor, de Dios y de la familia.— Thomas, ¿has oído alguna vez que las lágrimas son la válvula de escape del corazón?El contestó que no, y ella se puso a hablarle de la penitencia y la oración.—Abandona tu actitud, deja de sonreír estúpidamente frente a las cámaras y toma la Biblia antes de que sea demasiado tarde, —lo exhortó.Mientras hablaba, sabía que le estaba diciendo cosas que su madre habría debido decirle cuando lo crió.— Creo que ya hemos charlado bastante —concluyó al cabo de una hora.—. No te odio, pero nunca voy a perdonarte lo que nos hiciste.Lo hice, reflexionó al colgar el teléfono. Le he demostrado que ya no nos controla. Y embargada por una sensación de misión cumplida, pensó: Jamie, lo hice por ti.Thomas Lee Dillon apeló a la benevolencia de las autoridades para que no lo enviaran a la prisión de máxima seguridad de Lucasville, la más severa de Ohio. Al saberlo, Jean Paxton redactó una petición para que no se le concediera ese favor, y reunió 8000 firmas para apoyarla. El asesino fué recluido en Lucasville.
En agosto de 1993, Jean entabló una demanda civil contra Thomas Dillon para resarcirse de los daños causados por la muerte de su hijo. En noviembre del mismo año, un juez estatal le otorgó una indemnización de 25 millones de dólares, deducibles de cualquier ingreso futuro del acusado. Y cuando se enteró de que a la esposa de Dillon le habión ofrecido 25.000 dólares por los derechos para hacer una película sobre él, Jean propuso la promulgación de una ley que impidiera a los familiares de criminales lucrar con los delitos de estos. La legislatura de Ohio estudia actualmente el proyecto de la "Ley Paxton".© 1994 POR STEPHEN G. MICHAUD CONDENSADO DE "THE PLAINDEALER" (28-VI-1994). DE CLEVELAND, OHIO. FOTO © GUIDO ROSS/IMAGE BANK