Publicado en
julio 01, 2012
Correspondiente a la edición de Diciembre de 1995ANIVERSARIOPor Agenor MartíSalvo en el comienzo de la historia, anualmente se conmemoran cincuenta años de algo. Basta una sencilla operación aritmética para demostrarlo. Y en este año que ahora concluye se cumplieron cinco décadas de hechos trascendentales en la historia de la humanidad, tanto en el terreno político como en el militar, cultural y científico.
Diez lustros atrás falleció el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, apenas unos días antes de que Mussolini fuese ejecutado por guerrilleros italianos, y de que Hitler y Goebbels se suicidaran en Berlín. Poco después se produjo la rendición alemana y el soberbio Heinrich Himmler, con rotundez germana, privó al mundo del sabor de la justicia: consiguió suicidarse en Lüneburg.Unos meses después un avión norteamericano, en un largo vuelo fatídico que con el tiempo despertaría la angustia del piloto, arrojó sobre Hiroshima la primera bomba atómica, y tres días más tarde lanzó otra sobre Nagasaki. Obviamente, Japón también se rindió.Así terminaba la Segunda Guerra Mundial. Fue el inicio de una nueva etapa en el planeta.En una reunión internacional que se efectuó en San Francisco, representantes de cincuenta países fijaron las bases de lo que sería la Organización de las Naciones Unidas (ONU).El mapa del mundo se modificó, cambiaron los gobiernos de toda Europa Oriental, Italia y Francia. Pero fue singular el hecho de que el británico Winston Churchill -evidente coautor de la victoria aliada- perdiera las elecciones parlamentarias y su vestidura de Primer Ministro, lo que dio inicio al gobierno laborista.Aunque no puede precisarse la fecha exacta en que surgió una nueva visión filosófica del mundo que se llamó existencialismo, los teóricos más minuciosos coinciden en que fue decisiva la del 29 de octubre de 1945, cuando Jean-Paul Sartre ofreció en la Salle des Centraux de París su conferencia "El existencialismo es un humanismo", también memorable porque la gente desbordó el local, se rompieron treinta sillas y, aunque era una de las tantas noches lluviosas del París otoñal, se produjo una enorme repercusión en la prensa que provocó la inmediata fama de Sartre, quien casi enseguida editó el primer número de su revista Les Temps Modernes.También en la capital francesa, en ese 1945, el escritor Albert Camus -entonces con 32 años- y el actor Gérard Philipe -con 23- obtuvieron una brusca y merecida celebridad con el estreno de la obra Calígula en la sala Hebertot. Allí se otorgó aquel año el Premio Goncourt, que recayó en el escritor Jean Louis Bory, pese a lo cual su nombre no llegó nunca a las enciclopedias.El Nobel de Literatura correspondió a la chilena Gabriela Mistral, y en Estados Unidos los premios Pulitzer favorecieron a John Hersey (novela), Mary Chase (teatro) y Aaron Copland (música), mientras la Academia de Hollywood entregaba su Oscar anual a The Lost Weekend (Días sin huella), y premios adicionales a su director Billy Wilder, y a su primer actor, Ray Milland. Fue entonces cuando Joan Crawford recibió el único Oscar de su carrera por la película Mildred Pierce (El suplicio de una madre).Por supuesto, hubo muertes lamentables y nacimientos ilustres. Fallecieron el físico estadounidense Robert Hutchings Goddard, padre del cohete espacial; la mártir Anna Frank, el general George Patton, el poeta Paul Valéry, el novelista Theodore Dreiser y los músicos Pietro Mascagni, Bela Bartok y Antón von Webern.Pero hubo cosas que la prensa de la época no advirtió. La primera fue que con el estreno de Roma Ciudad Abierta, de Rossellini, nacía el neorrealismo italiano en el cine. También pasó por alto otros nacimientos: los de los directores cinematográficos Wim Wenders y Nikita Mikhalkov, los de las actrices Mia Farrow, Bette Midler y Carmen Maura; el del violinista israelí Itzhak Perlman y el del físico húngaro Erno Rubik, inventor del "cubo Rubik", objeto insuperable para la enseñanza de geometría espacial, cuyo complicado manejo llenó de angustiante zozobra a las tres generaciones precedentes que aún permanecían vivas sobre la tierra. Esos nacimientos no aparecieron en los diarios ni en los noticieros radiales, mas la prensa no puede estar en todo.De manera que dentro de unos pocos días se comenzarán a conmemorar otros cincuentenarios. El ciclo continúa. Porque en 1946 se constituyó la Cuarta República Francesa y estalló la primera guerra de Indochina. Ese año se instaló en Londres la primera Asamblea de las Naciones Unidas, mientras que el Tribunal de Nuremberg sentenció a veintidós nazis por crímenes de guerra, la mitad de los cuales fueron condenados a la horca.Cincuenta años atrás contados a partir de 1996, Sartre estrenó dos de sus más importantes obras teatrales: La ramera respetuosa y Muertos sin sepultura. Hubo otros estrenos de verdadera importancia: El mundo vio por primera vez el filme Limpiabotas, de Vittorio De Sica, y los fanáticos de la música clásica disfrutaron de la Sinfonía No. 6 de Prokofiev; de Metamorfosis, de Strauss, y de las sinfonías Leningrado y Stalingrado, de Shostakovich.En el universo de las artes plásticas tuvo una gran importancia la retrospectiva de Kandinski, la exposición de las cerámicas de Picasso y la retrospectiva de Kupha que se realizó en Praga.El cine recordará 1946 como la fecha feliz en que se celebró el Primer Festival de Cannes.Y fue un año muy especial para la literatura, porque entonces el guatemalteco Miguel Angel Asturias publicó El señor presidente -obra con la que abrió paso al tema del dictador en la novelística latinoamericana-, Jules Romains publicó el último tomo -el número 27- de su saga Los hombres de buena voluntad que había comenzado en 1937, y de la norteamericana Carson McCullers apareció Frankie y la boda. Mientras los argentinos Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares publicaban Dos fantasías memorables y Un modelo para la muerte, la francesa Simone de Beauvoir entregaba al público Todos los hombres son mortales, novela que fortaleció su ya consolidado prestigio de narradora.Así marchó el mundo. No muy diferente, si uno observa bien, de como marcha hoy. Es como un constante movimiento telúrico, un perpetuo reajuste -por cierto, tan costoso como apasionante- de las placas tectónicas políticas y culturales que sustentan y embellecen la grandeza y la fragilidad humanas.Dentro de los próximos 50 años habrá que ver -nadie sabe a ciencia cierta si será posible hacerlo con más claridad- cómo marchó éste. Así que no hay más remedio que esperar con paciencia. Nos veremos entonces.