UNA AVENTURA EN EL PANTEÓN DE FRANCIA
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junio 03, 2012
Correspondiente a la edición de Febrero de 1997Por Jorge Enrique AdoumCuando en 1965 André Malraux pronunció su célebre discurso en elogio de Jean Moulin -uno de los jefes de la Resistencia francesa, muerto a raíz de torturas soportadas heroicamente durante su deportación en Alemania-, saludando la entrada de sus restos en el Panteón, seguramente estaba lejos de imaginar que 31 años después serían sus propias cenizas las que descansarían en esa "necrópolis de los hombres grandes" (tal vez por eso no hay en ella ningún gobernante, ni siquiera el general de Gaulle).
Así, Malraux se convirtió, el 23 de noviembre pasado, en el quinto escritor que comparte esa gloria póstuma, después de Voltaire, Rousseau, Hugo y Zola. Y casi todos los periódicos y revistas franceses se han preguntado a quién se rinde el honor póstumo del Panteón: ¿al combatiente antifranquista y autor de La esperanza o al ministro de Cultura? ¿Al pionero de la lucha anticolonialista o al chantre exaltado del gaullismo? ¿Al esteta o al soldado? ¿Al pensador que escribió El museo imaginario o al aventurero que escapó de ser juzgado en Saigón por haber desprendido algunos bajorrelieves de un templo? L'Express agrega: "Y, en fin de cuentas, qué queda de Malraux: ¿la vida o la obra? Debate antiguo, debate vano. Porque en Malraux, el hombre Proteo, más allá de las metamorfosis, de los enigmas y de las poses, la vida y la obra se funden en un destino, uno de los más singulares el siglo..."Ante todo, asombra el hecho, más voluntario que providencial, de haberse encontrado siempre allí donde estaba en juego el destino del mundo. En 1923, a los veintidós años de edad, durante un viaje a Indochina, se prefiguraba el revolucionario anticolonialista que confesaba cincuenta años después: "Fui llevado a la revolución, tal como se la concebía en 1925, debido a la repugnancia por la colonización, tal como la conocí en Indochina". De esa experiencia de comparación de culturas -"Uno se intoxica siempre: China tiene el opio, el Islam el haschich, el Occidente la mujer"-, saldrían Los conquistadores y La vía real. Pasó luego a China, y aunque se haya dicho que sólo estuvo algunas semanas como turista en Shangai con Clara, su esposa, parece cierto que tomó contacto con los revolucionarios: se ha llegado incluso a ver en Chou En-Lai el modelo de uno de sus personajes. De ahí que a la voluntad de poder mediante la acción -como gesto de libertad frente al sufrimiento y la muerte-, a la aventura individual en un mundo trágico que planteaban esas obras, sucede el tema de la revolución y la fraternidaed viril en La condición humana, una de las novelas claves de nuestro siglo. El año mismo de su publicación y éxito inmediato, 1933, los nazis tomaban el poder en Berlín, y tres años más tarde Malraux analizaría el totalitarismo en El tiempo del desprecio, aunque algo como una definición vendría más tarde: "Los fascistas, en el fondo, creen siempre en la raza del que manda. No es por racistas que los alemanes son fascistas, es porque son fascistas que son racistas". Y aún antes de que la inteligencia del mundo creara las Brigadas Internacionales que fueron a luchar por España, él organizó y comandó una cuadrilla de unos quince aparatos que durante un año fueron los únicos con que contó la aviación republicana. En 1937 apareció La esperanza., que es mucho más que el testimonio de su compromiso político con los republicanos y una summa de la Guerra Civil: es la afirmación renovada -enunciada ya en sus novelas anteriores- de que el hombre se define por lo que hace y no por lo que sueña, y de que "el verdadero héroe es el hombre que va a arriesgar la tortura por la idea que tiene de sí mismo"... Así se cierra el ciclo, no de sus novelas sino de la historia: cuando comenzaba el tiempo del desprecio, la esperanza en el hombre anunciaba el conjunto de combates emprendidos a mediados de nuestro siglo para cambiar la condición humana. Para ello, el francotirador anticolonialista se había convertido en el campeón absoluto del antifascismo.Héroe para los que tenían 20 años durante la Guerra Civil española y los que teníamos 20 cuando la Segunda guerra mundial, ministro del general de Gaulle -¿cómo pudo, si "para el intelectual, el jefe político es necesariamente un impostor puesto que enseña a resolver los problemas de la vida sin plantearlos"?-, fue abucheado en París por los que tenían 20 años en mayo de 1968, olvidando o ignorando que a esa edad había dicho: "Nos imponen este mundo cuando somos demasiado jóvenes para defendernos", aunque intuitivamente experimentaran la verdad de su afirmación de que la juventud es, ante todo, "una manera de estar juntos". ¿O era porque había escrito: "Entre los 18 y los 20 años, la vida es como un mercado donde se compran valores no con dinero sino con actos. La mayor parte de los hombres no compran nada..."? Según el filósofo Jean-FranÇois Lyotard, que hace mucho no tiene 20 años, su verdadera originalidad fue haber sido el defensor de la rebelión sin esperanza, haber sido uno de los primeros en llevar el duelo de la revolución. ¿Cuándo la asesinaron? El sabía que la revolución era una arma insuficiente contra el destino. Pero en 1972, en respuesta a los que lo comparaban con T. E. Lawrence -quien le decía siempre estar persuadido de fracasar en todo cuanto emprendía-, advertía Malraux: "Yo he creído siempre en el éxito de mis tentativas. Yo he actuado para ganar..." Y murió en 1976. ¿Entonces?Todo, para él -la literatura, la política, el arte, la vida- entraba en su universo imaginario como una aventura. Gaston Gallimard solía contar que en 1930 le pidió que quemara una nota que él había preparado: se trataba de un plan para hacer que Trotsky se evadiera de su prisión de Alma Ata. Semejante proyecto, "descabellado y mitomaniaco, pero noble y hermoso", es para Claude Roy una prueba más de cómo Malraux se aventuraba estupendamente en lo imaginario.Su afán de "transformar en conciencia la experiencia más vasta" frente a la realidad absoluta de la muerte, lo conduce a exaltar la creación de "formas diferentes de las de la apariencia", susceptibles de volver a ser "presencia más allá de la muerte". Para él, "el arte es un antidestino", y nadie como él ha escrito la epopeya de la aventura artística en libros tales como El museo imaginario, La creación artística, La moneda de lo absoluto, Las voces del silencio y La metamorfosis de los dioses. Una confesión suya lo define: "Yo soy en arte como otros son en religión" y lo confirma otra, de Marc Chagall: "No conozco a nadie que como él haya sido penetrado por el arte hasta el punto de quemarse".Se sabe que "Sartre -quien, por lo demás, consideraba la muerte de Perken, en La vía real, como uno de los textos fundadores del existencialismo- había definido a Malraux como un ser para la muerte". El propio Lyotard afirma que Malraux tenía "un horror sagrado por lo vivo, por la fatalidad biológica, por el ciclo de nacimientos y muertes que para él representaban las madres. Genitora o sepulturera, a esos dos papeles Malraux reducirá durante mucho tiempo a la mujer, con excepción de Clara, la cosmopolita, igual a él en inteligencia y cultura, que acabará con ese prejuicio". Amor del arte -"Yo soy en arte como otros son en religión", pasión por la lucidez -"La cultura es el conjunto de formas que han sido más fuertes que la muerte"-, obsesión por el acabamiento.... Más objetivo que ese diagnóstico psicoanalista del filósofo parece recordar algunas reflexiones de Malraux: "La tragedia de la muerte consiste en que transforma la vida en destino". "Creo que la muerte es, sobre todo, una diferencia de desgaste. Por una parte, el deterioro del cuerpo, por otra parte el del espíritu. Si ambos se juntaran o se produjeran al mismo tiempo, la muerte sería simple". "Se necesitan sesenta años para hacer un hombre, y después no sirve sino para morir". "Los hombres más humanos no hacen la revolución: hacen las bibliotecas o los cementerios". (Cabe refutarle recordándole que los museos son "lugares donde las obras del pasado convertidas en mitos duermen, viven una vida histórica, esperando que los artistas las llamen a una existencia real".) Y también dijo, en un raro destello de optimismo: "La vida no vale nada, pero nada vale lo que la vida".Es cierto que no se caracterizaba por la humildad. Jean Lacouture encuentra que su héroe, Vincent Berger, que pretendía "dejar una cicatriz en el mapa del mundo" es, por ello, el doble de Malraux. Y se apresura a afirmar que "dos de sus más íntimos, de Gaulle y Picasso, realizaron mejor que él ese proyecto delirante..." Cuando nació su hija, Florence, escribió a Clara: "Ella ha hecho al menos algo inteligente en el comienzo de su existencia: ser una niña y no un varón. Yo no habría soportado una caricatura de mí mismo". Y en julio de 1967, dos años antes de que aparecieran sus Antimemorias, dijo: "Yo les mostraré que soy el más grande escritor del siglo". Escritor, no sólo novelista. Viéndolo bien, ¿no tenía razón?¿Qué significa para quienes tienen hoy 20 años? "La generación Internet puede encontrarlo en CD-ROM, pero no lo conoce y no han oído hablar de él en su escolaridad", señala una encuesta. Quizás para llenar ese vacío, se ha implantado la obligación de leer La condición humana para el bachillerato en francés y en los colegios y liceos de Francia se exhibe el documental que sobre la vida de André Malraux hizo Daniel Rondeau. ¿Bastará con eso? Quién sabe, porque "en lo esencial, el hombre es lo que oculta: un miserable montoncito de secretos." Pero en este caso se trata de un hombre excepcional: según Roman Gary, si el universo hubiera sido capaz de una respuesta, es a él a quien se la habría dado.