EN BUSCA DE LA ÉTICA PERDIDA
Publicado en
junio 03, 2012

Una destacada profesora se pregunta dónde han quedado los conceptos del bien y del mal.
Por Christina Hoff Sommers (enseña filosofía en la Universidad Clark, en Massachusetts.)HACE ALGÚN TIEMPO publiqué un artículo en el que criticaba la manera en que se enseña la ética en las universidades: los estudiantes discuten temas de política social, como el aborto, la eutanasia y la pena capital, pero casi no aprenden nada sobre los valores morales individuales, como la decencia, la honestidad, la responsabilidad o el honor. Otra profesora estuvo en desacuerdo conmigo: "No se puede discutir la moral de las personas sin discutir la de las instituciones", me dijo, y luego agregó que, en sus clases, seguiría centrando la atención en la injusticia social, la opresión de la mujer, la corrupción en las grandes empresas y otras cosas por el estilo.
Más adelante, al comenzar un semestre, mi colega se presentó en mi oficina con aire afligido. Me contó que 69 de los 70 estudiantes de su clase de ética reconocían haber cometido plagios en los trabajos.No es este un caso aislado. En varias de las mejores universidades de Estados Unidos se han suscitado escándalos por el mismo motivo, y un informe revela que 75 por ciento de los alumnos de enseñanza media de ese país han confesado que hacen trampas. Entre los universitarios la cifra normal es de 50 por ciento. Una importante revista efectuó un sondeo entre adultos jóvenes, preguntándoles si en su opinión había circuns-tancias que justificaran robarle a un patrono, y 34 por ciento contestaron afirmativamente.En las clases de ética, lo primero que debe quedar claro es que el bien y el mal existen. Esto tiene que plantearse como un hecho incontrovertible, a menos que se quiera causar la impresión, absolutamente falsa, de que todo está sujeto a discusión.Aun así, cuando les he preguntado a mis alumnos si considerarían malo, por ejemplo, torturar a un niño, dejar morir de hambre a alguien o humillar a un inválido, no ha faltado quien responda: "Esas acciones pueden parecernos malas a usted y a mí, pero ¿quiénes somos para decir si también lo son en el caso de otra persona?"Lo mismo en las universidades que en las escuelas de enseñanza media superior, una de las técnicas didácticas más utilizadas en las clases de ética es el dilema, que consiste en plantear a los estudiantes disyuntivas morales teóricas. Por ejemplo, suponiendo que hay siete náufragos en un bote salvavidas con provisiones sólo para cuatro, ¿qué deben hacer? O bien, ¿debe un hombre paupérrimo robar las medicinas que necesita su esposa agonizante? Las situaciones están cuidadosamente equilibradas, y quienes las protagonizan no sólo carecen de personalidad moral, sino que existen en un vacío ajeno a toda tradición social que norme su conducta.En los dilemas no hay una distinción clara entre el bien y el mal ni entre las virtudes y los vicios. Son ejercicios en los que interviene sobre todo el intelecto de los estudiantes, y sólo de manera limitada sus emociones y su sentido de la moral.Consideremos también el método que desde hace años prevalece en las escuelas primarias estadounidenses. En vez de que el maestro de ética hable directamente del bien y el mal a los chicos, los deja descubrir los "valores" por sí solos haciéndoles una serie de preguntas, como: "¿Qué les parecen los regalos de cumpleaños hechos en casa? ¿Les gustan las alfombras de pared a pared? ¿Qué opinan de los automovilistas que huyen cuando tienen un accidente?" Todas las preguntas se formulan sin variar el tono de voz, como si las alfombras tuvieran la misma importancia que los automovilistas fugitivos, y como si la conducta de éstos últimos también fuera cuestión de preferencia personal.El desaparecido Lawrence Kohlberg, psicólogo moral de la Universidad Harvard, se refirió al caso de una "experimentada maestra de segunda enseñanza" que no quería "imponer" a sus alumnos la idea de que hacer trampa es deshonesto."En mi clase de moral", contaba, "no pretendo que todos los estudiantes estén de acuerdo conmigo. Cada cual debe pensar según su conciencia, mientras sea sincero y crea que va por el camino justo. A menudo les hablo en estos términos de las trampas escolares, pero siempre salgo perdiendo, porque ellos alegan que son lícitas. Si aceptamos el derecho de los chicos a fundamentar sus opiniones con argumentos lógicos, también debemos aceptar las conclusiones a las que lleguen".Según Kohlberg, esta maestra se afanaba tanto en no presentar sus opiniones como "verdades morales" porque no creía tener principios sólidos que inculcar a sus discípulos.De su ejemplo, sin embargo, los estudiantes aprendían una lección moral: que está bien hacer trampa si uno se sale con la suya. Abstenerse de opinar no es una postura tan neutra como parece. Como dijo Samuel Blumenfeld, escritor de obras de pedagogía: "Para ser neutral en cuanto a los valores morales habría que estar muerto".En un curso dedicado a resolver dilemas y situaciones apuradas, es fácil que los estudiantes pierdan de vista el hecho de que hay cosas claramente buenas y cosas claramente malas, lo cual tiene efectos graves e incluso ridículos en su capacidad de formarse juicios morales. Cierto profesor que impartía el curso "Dilemas morales en una sociedad represiva: la Alemania nazi" en la Universidad Harvard se quedó estupefacto al advertir que muchos de sus alumnos no creían que hubiera ningún culpable del genocidio perpetrado contra los judíos; en su opinión el Holocausto no fue sino una especie de cataclismo natural inevitable. Como dice el profesor, los estudiantes concebían una historia "exenta de cul-pables y de responsabilidades".¿Cómo esperamos preparar a los jóvenes para que afronten las responsabilidades morales de la vida si constantemente rehuimos decirles lo que está bien y lo que está mal? Desde mi punto de vista, dejar que los chicos descubran los valores morales por sí solos es tanto como llevarlos a un laboratorio de química y ponerlos a preparar compuestos sin ayuda. Si vuelan en pedazos, nos quedará el consuelo de que se en-tregaron a una verdadera búsqueda.A la mayoría de los estudiantes les atrae la idea de cultivar sus rasgos de carácter virtuosos. Una vez que abordan el problema de quién quieren Ilegar a ser y cómo conseguirlo, las cuestiones éticas se vuelven para ellos concretas y prácticas y, en muchos casos, la moralidad se convierte en un compromiso natural e incluso ineludible.El filósofo británico G. J. Warnock habla de "hechos morales" tan claros como el de que "la nieve es blanca". ¿Acaso la civilización no nos ha enseñado nada en sus varios milenios de edad? Si sabemos que la crueldad gratuita y la represión política son malas, mientras que la amabilidad y la libertad política son correctas y buenas, ¿por qué nos da miedo inculcar nuestras tradiciones morales a la generación siguiente?Soy de la opinión de que los profesores deben ayudar a los niños a conocer el legado moral de la literatura, la religión y la filosofía. Sostengo que la virtud se puede enseñar, y que la educación ética eficaz va dirigida no sólo al intelecto, sino a las emociones.Hay quienes dicen que una educación moral centrada en la enseñanza del bien y el mal es un lavado de cerebro. Sin embargo, lavar el cerebro significa mermar la facultad del in-dividuo para formarse juicios razonados. Mienten quienes afirman que inculcar en los niños el hábito de hablar con verdad y de jugar limpio merma dicha facultad; antes bien, la agudiza.La educación moral óptima es una inspiración para los estudiantes, pues los hace tomar conciencia de que su carácter está en juego.©1991 POR CHRISTINA HOFF SOMMERS. CONDENSADO DE "IMPRIMIS" (NOVIEMBRE DE 1991), PUBLICACIÓN MENSUAL DE LA UNIVERSIDAD DE HILLSDALE, MICHIGAN.