TAIWAN, EN CAMINO A LA DEMOCRACIA
Publicado en
mayo 27, 2012

Esta próspera isla está demostrando a los países en desarrollo que la libertad económica y la libertad política van de la mano.
Por Fergus BordewichEN LA PRIMAVERA DE 1995, durante una sesión de la asamblea legislativa de Taiwán celebrada en su imponente edificio sede, en la capital, Taipei, la vieja guardia del Partido Nacionalista que gobierna ese país observó con frustración cómo un nutrido grupo de enfurecidos legisladores se ponía de pie para reprobar la propuesta de un moderado aumento al impuesto a la gasolina.
—El gobierno está perdiendo la cabeza —exclamó Yeh Hsien-hsiu, un legislador independiente—. Ese incremento sólo traerá más inflación.Muchos miembros de la oposición lo secundaron a voz en cuello.—No es justo para el ciudadano medio que tiene auto —bramó un diputado del Partido Progresista Democrático.Tras un enconado debate, se decidió reducir el monto del aumento.Si la propuesta se hubiera hecho hace apenas unos años, el Partido Nacionalista, o Kuomintang (KMT), habría esperado que la aprobaran sin ningún reparo. Después de todo, durante casi medio siglo gobernó con mano de hierro esa nación isleña, situada unos 150 kilómetros frente a la costa de la China continental.En efecto, los partidos de oposición se prohibieron en el país hasta 1988, y sus líderes iban a parar a la cárcel. Pero en menos de un decenio Taiwán ha experimentado profundos cambios que lo han llevado a convertirse en una de las democracias más vigorosas y prósperas de Asia. A lo largo de ese tiempo ha transformado también la naturaleza misma de la vida política china, y se ha vuelto un modelo para los 1200 millones de ciudadanos oprimidos de la República Popular.LA HISTORIA de Taiwán merece contarse. Encabezados por Chiang Kai-shek, los chinos nacionalistas recuperaron el dominio de la isla después de la Segunda Guerra Mundial, a raíz de la derrota del imperio japonés, y Chiang impuso un gobierno autoritario en todo el país. En 1947 hubo una rebelión contra el régimen del KMT que costó la vida de unas 2000 personas. Luego, en 1949, los nacionalistas fueron expulsados del continente y se refugiaron en la isla. Como la amenaza de una invasión comunista era constante, el gobierno nacionalista impuso la ley marcial. Es posible que miles de personas más hayan perdido la vida en la campaña del "terror blanco", que tuvo lugar en los años 50.La represión política, empero, se palió con medidas económicas muy acertadas. Consciente de que la derrota nacionalista en el continente se había debido, entre otras causas, a que no fue capaz de responder a las demandas de los campesinos pobres, Chiang decidió ofrecer a éstos préstamos con intereses bajos para que compraran parcelas. A los ex terratenientes se les dieron bonos gubernamentales para que los reinvirtieran en las finanzas, el comercio y la industria. Así se logró difundir la propiedad privada.Durante los años siguientes el capitalismo se fue desarrollando en forma sostenida, y poco a poco se redujo el control sobre las divisas. Estas medidas se reforzaron en los años 60 con reducciones de impuestos, y más tarde se liberaron los precios y las tasas de interés.El efecto fue milagroso: para 1994 Taiwán era ya la decimocuarta potencia comercial del mundo, y en el último decenio su economía ha tenido un crecimiento de casi ocho por ciento anual, en promedio. En 1994, los 21 millones de taiwaneses disfrutaron de un producto nacional bruto per cápita de 11.597 dólares —entre los 25 más altos del mundo—, en tanto que el de los chinos del continente fue de apenas 440.La decisión del gobierno de Taiwán de permitir a sus ciudadanos aprender de la cultura y la democracia occidentales fomentó las aspiraciones de la floreciente clase media. Las imágenes de libertad dejaron huella sobre todo en los cientos de miles de jóvenes taiwaneses que viajaron a Estados Unidos a estudiar en sus universidades. Entre ellos estaba una elocuente chica de cara redonda llamada Lu Annette Hsiu-lien.EN 1978, mientras estudiaba derecho en la Universidad Harvard, Lu decidió hacer un rápido viaje a su país durante unas elecciones en que se permitió contender a algunos miembros de la oposición. Sin embargo, los comicios se cancelaron repentinamente debido a la ruptura de relaciones entre Estados Unidos y Taiwán; aun así, la joven siguió haciendo un llamado a la democracia. En 1979 pronunció un discurso en una manifestación en Kaohsiung. "Tenemos el derecho de decidir nuestro futuro", declaró ante decenas de miles de personas que lanzaban vítores. "Debemos exigir el derecho a la autodeterminación".De pronto volaron sobre la multitud unas latas de gas lacrimógeno y se inició una violenta refriega. Más de 100 activistas de la oposición fueron arrestados, y Lu fue juzgada por un tribunal militar que la sentenció a 12 años de cárcel por sedición. Pasó cinco años y medio recluida en una celda, pero más tarde fue puesta en libertad y en 1986 obtuvo permiso para regresar a Estados Unidos.Amnistiada en 1989, Lu volvió a Taiwán y pronto lanzó una Campaña en favor de Elecciones Limpias, en la que instó a los votantes a rechazar los sobornos de los candidatos corruptos. Su infatigable labor le valió finalmente un escaño en la asamblea legislativa. "Hoy disfrutamos de plena libertad y no tenemos que preocuparnos de ir a parar a prisión", expresa. "Hemos alcanzado la democracia".AUNQUE LA LUCHA de disidentes como Lu impulsó el cambio democrático, el país no habría podido superar su pasado represivo sin la determinación del economista agrícola. Lee Teng-hui, de 73 años, que fue elegido personalmente por el ex presidente Chiang Ching-kuo, hijo de Chiang Kai-shek, para ocupar la vicepresidencia. Hace ocho años, cuando aquél murió, Lee lo sucedió en el cargo.Educado en Japón y en Estados Unidos, Lee era representante de una generación que estaba decidida a cambiar el régimen autoritario de Taiwán. Los primeros pasos hacia la democracia se dieron en realidad en 1987, cuando Chiang Ching-kuo abrogó la ley marcial. A principios de 1990, cuando millares de estudiantes se congregaron en Taipei a clamar por la democracia, Lee, ya como presidente, apareció en la televisión nacional para prometer que se iba a reformar la Constitución en un plazo de tres años. En 1991 convenció a la Asamblea Nacional de abolir las disposiciones que aún quedaban de la ley marcial y de convocar a las primeras elecciones legislativas libres en la historia de la isla. También la persuadió de aprobar las primeras elecciones presidenciales directas, celebradas en marzo de 1996. "La democracia es la tendencia universal de nuestro tiempo", declaró Lee a Reader's Digest. "El poder de regir a una nación pertenece al pueblo, no a sus gobernantes".La democracia también ha proporcionado a los taiwaneses un arma para combatir los abusos. La prensa, que antes estaba sometida a un riguroso control, no vacila en criticar las fallas de los funcionarios e investiga con valentía el persistente problema de la corrupción oficial. Las revelaciones periodísticas condujeron a la denuncia formal de 44 candidatos por comprar votos durante los comicios legislativos de 1995.Decenas de políticos de la oposición han sido electos para ocupar cargos en los gobiernos municipales, y el Partido Nacionalista, que en el pasado dominaba la asamblea legislativa, de 161 miembros, hoy alcanza la mayoría por apenas un escaño.La culminación de la marcha de Taiwán hacia la democracia se produjo en marzo de este año, cuando sus ciudadanos acudieron a las urnas a hacer realidad las primeras elecciones presidenciales directas en 5000 años de historia china. "Estamos viviendo la mejor época de nuestra historia", afirma el escritor Bo Yang, que estuvo diez años en prisión por traducir del inglés una tira cómica que ofendió a Chiang Kai-shek. "Hoy disfrutamos de bonanza económica y libertad política".La experiencia del país isleño contrasta marcadamente con el autoritarismo de otras boyantes naciones asiáticas, como Singapur.La pujante economía y la libertad política del nuevo Taiwán están haciendo volver a muchos de los grandes talentos que emigraron a Occidente a estudiar y se quedaron a vivir allí. Cuando Tu Jan-i se marchó a Estados Unidos a hacer un posgrado en bioquímica, en 1969, no tenía intención de regresar. Hasta hace dos años era uno de los más de 10.000 taiwaneses con doctorado en ingeniería y ciencias que residen en ese país.En 1994, durante una conferencia científica, Tu se encontró con Tien Wei-chen, un microbiólogo que había vuelto a Taiwán diez años antes y estaba contratando personal para una institución gubernamental de primer orden, el Centro de Desarrollo Biotecnológico.Al cabo de unos meses, Tu recibió un inesperado telefonema.—Queremos que regreses al país a dirigir nuestro centro de pruebas clínicas —le dijo Tien—. Te aseguro que dispondrás de suficientes laboratorios y equipo. No hay límites.Tu, uno de los más de 1000 taiwaneses con doctorado en ciencias que retornaron a la isla tan sólo en 1994, contempló arrobado la reluciente torre de cristal del centro, que cuenta con 40 laboratorios ultramodernos. El primer año dispuso de un presupuesto de 3 millones de dólares para el desarrollo de nuevas tecnologías en ingeniería genética, y una planta de 30 colaboradores. "Los taiwaneses antes nos limitábamos a copiar lo que hacían los extranjeros", comenta Tu. "Hoy, en campos como la síntesis de proteínas y el diseño de biosensores, estamos a la altura de Suecia y Noruega".Pese a todo, Tu y sus compatriotas saben que la prosperidad, la democracia y el futuro de su país podrían hacerse polvo en un instante por la amenaza siempre presente de la República Popular China. Ésta cuenta con un arsenal nuclear y un ejército de 3,2 millones de hombres —la fuerza armada más numerosa del mundo—, y sostiene con vehemencia que la isla es sólo una provincia rebelde que debe volver al redil. Según el plan del gobierno chino para la "reunificación pacífica", Taiwán podría "disfrutar de un alto grado de autonomía como región de administración especial", con todas las prerrogativas prometidas, en principio, a Hong Kong; además, se le otorgaría el derecho de mantener un ejército independiente siempre que reconozca la soberanía de Pekín.Desde fines de los años 80, ambos países han aligerado las restricciones comerciales y de tránsito que prevalecieron durante décadas, pero sigue habiendo fuertes tensiones. En mayo de 1995 China causó pánico en Taiwán cuando detonó un arma nuclear. Luego, en julio y agosto, realizó maniobras militares en el mar de la China Oriental y disparó misiles sin ojiva hacia un blanco situado a unos 140 kilómetros de la costa taiwanesa, ensayos que se repitieron en marzo de este año a menor distancia. "Siguen decididos a someternos al régimen comunista", señala Su Chi, vicepresidente del Consejo de Relaciones con China Continental.Según una encuesta reciente, cerca de 54 por ciento de los taiwaneses están a favor de una futura reunificación, pero sólo diez por ciento aceptaría reincorporarse a un país regido por un gobierno comunista. Otro 24 por ciento desea una plena independencia, lo que Pekín consideraría un acto de guerra. "Es imposible unificar una sociedad democrática con una socialista", comentó el presidente Lee a Reader's Digest. "Pero la reunificación se podrá lograr cuando China continental ejerza la democracia y cuando se reduzca la brecha entre la forma de vida de chinos y taiwaneses".Lee considera que hay otras prioridades. "No tenemos que declarar la independencia", señala el mandatario. "La República Popular China ha sido una nación soberana desde 1912, y lo sigue siendo. Lo que nos hace falta es establecer relaciones internacionales; queremos comerciar, instalar embajadas y abrir oficinas de negocios".Durante la posguerra, algunas grandes potencias mantuvieron relaciones diplomáticas con Taiwán para hacer contrapeso al régimen comunista de la República Popular. Pero en 1979 Estados Unidos y otras naciones reconocieron oficialmente a Pekín y relegaron a la isla a la condición de paria. Desde entonces China se ha empeñado en frustrar los intentos de Taiwán de incorporarse a la ONU y ser reconocido por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio.A Occidente cada día le cuesta más trabajo mantenerse al margen de las disputas entre China y Taiwán. El presidente Lee hizo una visita extraoficial a Estados Unidos en junio de 1995, y esto enfrió aun más las relaciones entre China y aquel país.No obstante las tensiones, Taiwán tiene puesta la mirada en Occidente a fin de negociar más convenios de cooperación económica y comercial y, por supuesto, para tratar de forjarse una posición más segura dentro de la comunidad mundial.CUANDO FU RONG-FA se enteró de que se iba a construir una presa a unos cuantos kilómetros de su granja, en el sur de Taiwán, el corazón se le encogió. Tuvo la imagen mental de una descomunal mole de hormigón y acero derrumbada por un terremoto, mientras el agua inundaba el valle donde viven 200.000 personas y donde su familia se ha ganado el sustento por generaciones.
Los planificadores de la presa, desde luego, no le tomaron parecer a Fu ni a ningún otro habitante de Meinung. La mera, idea de impugnar un proyecto gubernamental hacía temblar a algunos de los residentes del valle, pero Fu y sus vecinos estaban convencidos de que debían hacerse escuchar. "Tenemos que ir a la capital a manifestarnos ante el Parlamento", convinieron. Decidieron emprender entonces una de las primeras protestas públicas contra una política gubernamental en la historia moderna de la isla. Durante el viaje de cinco horas en autobús a Taipei, los aldeanos, preocupados, no dejaron de preguntarse: ¿Qué nos va a pasar? ¿Nos estamos arriesgando a que nos repriman?En la manifestación se ciñeron cintas blancas a la frente y levantaron pancartas de repudio a la construcción de la presa. Algunos temblaban tanto que apenas podían sostener en alto los carteles.Para su sorpresa, empero, no sólo no los arrestaron, sino que les permitieron realizar su protesta en paz. Algo ha cambiado en Taiwán, se dijeron Fu y sus vecinos.Desde su manifestación pacífica en 1993, los habitantes de Meinung han descubierto el poder del voto. Han elegido un juez de distrito, un concejo municipal y a varios legisladores locales y nacionales que se han comprometido a defender su causa. Hasta el gobernador ha terminado por oponerse abiertamente a la construcción de la presa. "El pueblo es el dirigente del Estado", afirma Fu, cuyo curtido rostro se ilumina con una amplia sonrisa que deja entrever sus dientes de oro. "Debemos decirle al gobierno lo que pensamos: ésa es nuestra misión".