¿POR QUÉ TANTA ZALAMERÍA CON CASTRO?
Publicado en
mayo 13, 2012

Los líderes de opinión estadounidenses parecen desconocer los excesos del dictador.
Por Trevor ArmbristerCONFORME la limusina que transportaba a Fidel Castro se acercaba al edificio sede de la ONU, una turba enardecida se lanzó contra las barricadas de la policía. "¡Libertad para Cuba!", gritaban.
Una de las manifestantes, la arquitecta Bárbara Ramos, culpaba al mandatario cubano del encarcelamiento y la muerte de su padre. Había ido a la manifestación, según dijo, no sólo por su padre, sino "por todas las personas que han muerto, por los exiliados y por los habitantes de Cuba, a quienes ni siquiera se permite expresar sus opiniones". Desde que Castro tomó el poder, en 1959, han sido ejecutados unos 5000 cubanos, y al menos 15.000 más han muerto en su intento de huir.Cerca de allí se hallaba Guillermo Pérez Calzada, quien fue líder obrero en Cuba. Pérez pasó 20 años en prisión, sufriendo golpes y tortura. También él asistió a la manifestación en nombre de "los miles de personas cuyas vidas destruyó Castro". De hecho, se calcula que suman cerca de 200.000 los cubanos que están privados de su libertad.Al principio, Alina Fernández, hija del dictador y exiliada en Estados Unidos, no pensaba asistir a la manifestación. Pero luego consideró su obligación hablar al mundo de los crímenes de Castro. Conmovida, Fernández levantó el puño ante la caravana de automóviles. "No hay una sola familia cubana que no haya sido víctima de la dictadura castrista", declaró. "Me avergüenza haber heredado su sangre".Pero en la Asamblea General de la ONU, los diplomáticos le dieron al mandatario una acogida muy distinta. Vestido con un elegante traje azul, Castro criticó lo que calificó de "nuevo colonialismo", y comparó el bloqueo comercial de Estados Unidos, que ya cumple 34 años, con "bombas atómicas silenciosas". Esto le valió una calurosa ovación.Por este estilo transcurrieron los cinco días que Castro pasó en Nueva York en el otoño de 1995, en ocasión del 50 aniversario de la ONU. El líder de 69 años anduvo de agasajo en agasajo. Dolido por el bloqueo, aseguró a los industriales que podrían ganar millones, y hasta miles de millones de dólares, si Washington levantara las sanciones. El azote de la otrora prensa libre de Cuba intercambió cumplidos con las grandes figuras de los medios informativos estadounidenses. El enemigo de la religión en La Habana fue vitoreado por varios grupos eclesiásticos.¿Quiénes eran estas personas y por qué estaban tan ansiosas de cortejar a Fidel?La empresa privada. Al año de haber asumido el poder, Castro ya se había incautado de casi 2000 millones de dólares en inversiones estadounidenses. Y nunca pagó un centavo de indemnización. También ha nacionalizado 55.600 pequeñas empresas. Además, la revista Euromoney da a Cuba el lugar número 174, después de Haití y Somalia, en una lista de los países de acuerdo con la seguridad que ofrecen al inversionista.Sin embargo, muchos líderes empresariales ansiaban oírlo hablar. El estadista cubano recibió antes de su llegada 230 invitaciones de estadounidenses notables, al decir de John Kavulich, presidente del Consejo de Economía y Comercio entre Cuba y Estados Unidos.Cuando le preguntaron si tenía alguna reserva cón respecto al gobierno de Castro, Kavulich respondió: "No juzgamos a nadie. Nos interesa la información, no la política".Pero la política sí importó cuando Peggy Rockefeller Dulany, hija de David Rockefeller, invitó a Castro a cenar en la residencia de la familia Rockefeller, en las montañas Pocantico. Las organizaciones cubano-estadounidenses se indignaron. "¡Qué vergüenza!", exclamó en una rueda de prensa el representante republicano Lincoln Díaz-Balart. "No ensucien su nombre. Retiren la invitación al tirano".Ante el creciente número de protestas, se decidió celebrar la reunión en Manhattan, en el domicilio del Consejo de Relaciones Exteriores, organismo privado. Entre los invitados figuraban el ex secretario de Defensa Robert McNamara, que dirigía el Pentágono cuando la Crisis de los Misiles Cubanos, en 1962.Dwayne Andreas, presidente de la gigantesca empresa agrícola Archer Daniels Midland y desde hace mucho tiempo opositor del bloqueo económico, fue el único de los invitados que aceptó hablar del convite. Quedó muy impresionado."Castro está muy bien informado acerca de la producción de arroz", afirmó Andreas. "Me sorprendió ver cuánto sabe". Castro le explicó al empresario que había tenido que convertirse en administrador: "En rigor, yo dirijo una gran empresa, y tengo que alimentar y vestir a 10 millones de personas".Según Freedom House, respetada organización de investigaciones, más de medio millón de cubanos han pasado por las prisiones de Castro, y cerca de 1,2 millones de personas han huido del país.¿Le importaron a Andreas las violaciones a los derechos humanos perpetradas por Castro? "No pensé en eso", respondió.¿Qué diría Andreas a todos los que acusan a Castro de asesinato? "Eso compete a los políticos", contestó.Los medios de comunicación. Según la Asociación Interamericana de Prensa, Cuba tenía 32 diarios, 24 revistas, 94 estaciones de radio y tres canales de televisión. Hoy sólo hay un diario, el Granma, órgano del Partido Comunista, 60 estaciones de radio estatales y dos canales de televisión, también propiedad del Estado. "En Occidente, Cuba es el país que más reprime a los periodistas", dice William Orme, director del Comité de Protección a los Periodistas. "Ningún otro se le asemeja".Con todo, cuando Castro concedió entrevistas a los renombrados comunicadores Dan Rather, de la CBS, y Bernard Shaw, de la CNN, no se tocaron temas de peso, como el de los presos políticos o el del narcotráfico. Shaw lo trató con pinzas: ¿Le gustaría a Castro ver a Colin Powell en la Casa Blanca? Al terminar su entrevista, Rather le dijo: "Adiós, señor Presidente. Cuídese".Luego de estas entrevistas, Castro fue a almorzar al lujoso apartamento del editor Mortimer Zuckerman. Allí se habían dado cita muchas luminarias de los medios de comunicación. Una de ellas, Diane Sawyer, de la cadena de televisión ABC, saludó a Fidel Castro con un beso y un fuerte abrazo. El mandatario estaba radiante.La intervención de Harold Evans, presidente de la editorial Random House, fue un ejemplo de las preguntas triviales que se le hicieron:—¿Cuál es su mayor logro y su mayor fracaso?Su mayor logro, dijo el mandatario, había sido sobrevivir a la "implacable hostilidad de Estados Unidos". Su más rotundo fracaso era no haber previsto "la caída del bloque socialista", que, según dijo, aún no entendía.David Asman, editor del Wall Street Journal, hizo preguntas más enérgicas:—¿Sigue siendo usted marxista-leninista?—Sí, muchas gracias —respondió Castro.Luego se puso a divagar acerca del marxismo-leninismo e hizo referencia a la doctrina comunista según la cual, una vez establecido el comunismo, el Estado desaparecería. Asman aprovechó la oportunidad.—¿Cuándo desaparecerá el Estado cubano? —inquirió.Desde algunas mesas le lanzaron miradas fulminantes.Castro se puso entonces a enumerar "las cosas buenas" que estaba haciendo el Estado.—Discúlpeme, señor —replicó Asman—, pero es evidente que el Estado es represivo.Zuckerman entró de inmediato al quite:—¿Por qué no le permite terminar de responder? —dijo.El tono de las preguntas volvió a ser obsequioso. Más tarde, Diane Sawyer comentó que se le habían hecho "preguntas difíciles". En cambio, otro de los invitados tenía una opinión muy distinta: "El ambiente fue sumamente cordial".La Iglesia. En el interior de la iglesia baptista abisinia de Harlem reinaba la agitación. El público gritaba y silbaba como si esperase la llegada de una estrella de rock.Cuando Castro entró, ataviado con su consabido traje de faena de color verde aceituna, los circunstantes empezaron a dar patadas en el suelo y a gritar: "¡Fidel, Fidel! ¡Viva Cuba! ¡Viva Cuba!"Dos representantes demócratas le aplaudieron, y uno más lo recibió con un efusivo abrazo. El pastor de la iglesia, el reverendo Calvin Butts, lo presentó como "uno de los grandes líderes del mundo". Y agregó: "Nos solidarizamos con usted al decir: '¡Cuba sí, bloqueo no!' Que Dios lo bendiga".Entre los 1500 concurrentes, Castro reparó en Angela Davis, profesora de historia de la conciencia en la Universidad de California y dos veces candidata del Partido Comunista a la vicepresidencia de Estados Unidos. Ella le devolvió el saludo levantando el puño. "Nunca cambiaremos, porque tenemos razón", tronó Castro.Sam Anderson, en otro tiempo miembro del Partido de la Pantera Negra, coordinó el recibimiento en Harlem. Anderson visitó Cuba por primera vez en 1959, como miembro del contingente militar estadounidense destacado en la bahía de Guantánamo. Después regresó varias veces por su cuenta para manifestar su solidaridad con la revolución. La visita de Castro a Nueva York "fue un gran momento para mí", dijo.También lo fue para los demás miembros del comité de estadounidenses de raza negra designado para organizar la reunión. Entre ellos se hallaba el reverendo Lucius Walker, ministro baptista y fundador de Pastores por la Paz, organización que envía ropa y alimentos a Cuba. También estaba Águeda Arias, ejecutiva de la Brigada Venceremos, que cada año envía a Cuba unas 100 personas a trabajar en los cañaverales.Pocos congresistas han manifestado más enérgicamente su condena de las drogas que el representante Rangel, ex presidente de la Comisión de la Cámara de Representantes sobre el Abuso y el Control de Narcóticos. ¿Cómo pudo entonces codearse con un estadista al que muchos acusan de contrabando de drogas?"No existen pruebas a ese respecto", replicó Rangel.No obstante, un exiliado de alto rango, el mayor Florentino Aspillaga de la DGI, el servicio de inteligencia cubano, afirma que Castro quería inundar Estados Unidos de drogas para acelerar la decadencia social de ese país. Y en 1989 el periódico Granma reconoció en un reportaje que el cartel de Medellín había sobornado a varios funcionarios cubanos para que los ayudaran a introducir cocaína en Estados Unidos.Cuando Castro asumió el poder, había 3700 católicos en órdenes religiosas en Cuba. Hoy no suman ni 700. Su régimen nacionalizó todas las escuelas religiosas. Interrogado acerca de la reunión en la iglesia de Harlem, Robert Menéndez, político de origen cubano que no estuvo presente en dicha ocasión, reconoce que se sintió "totalmente confundido. No entendiendo cómo se puede invitar a Castro a un templo si no cree en Dios".TRAS SU PARTIDA, Alina Fernández no pudo sino menear la cabeza. Dijo que la gente parecía fascinada por su padre sólo como "celebridad y estrella". Y concluyó: "Esto no pasa de ser un espectáculo, un circo. Pero en Cuba canta otro gallo".
El representante demócrata Robert Torricelli fue más severo: "El día en que caiga su régimen", le dijo a Reader's Di gest, "se conocerá toda la magnitud de sus crímenes. Entonces, quienes lo agasajaron aquí tendrán que correr a esconderse".