LA LARGA GUARDIA (Robert A. Heinlein)
Publicado en
mayo 20, 2012
«Nueve naves despegaron de Luna Base. Una vez en el espacio ocho de ellas formaron un globo alrededor de la mas' pequeña. Conservaron esta formación durante toda el camino hasta la Tierra. »
«La nave más pequeña ostentaba insignia de almirante; sin embargo, no había ningún ser viviente a bordo. No era siquiera una nave de pasajeros, sino algo así como un insecto, una nave robot creada para transportar cargamento radiactivo. En este viaje no llevaba mas que un cofre de plomo y un contador Geiger que no estaba nunca inmóvil. »
De la editorial «Después de diez años», film 38, 17 junio de 2009, Archivos del N. Y. Times
I
Johnny Dahlquist echó una bocanada de humo contra el contador Geiger. Hizo una mueca y probó de nuevo. Todo su cuerpo estaba ahora radiactivado. Incluso su aliento, el humo de su cigarrillo podía hacer chirriar el contador.
¿Cuánto tiempo llevaba allí? El tiempo no cuenta mucho en la Luna. ¿Dos días? ¿Tres? ¿Una semana? Dejó que su mente retrocediese en el tiempo; el último detalle claramente marcado en su recuerdo era cuando el oficial de guardia lo había mandado llamar, después del desayuno.— Teniente Dahlquist, a la orden del oficial de guardia...El coronel Towers levantó la vista.—¡Ah, John Ezra! Siéntese, Johnny. ¿Un cigarrillo...?Johnny se sentó, intrigado pero halagado. Admiraba al coronel Towers por su brillantez, sus facultades de dominio, su hoja de servicios. Johnny no tenía hoja de servicios; había sido destinado a completar su doctorado en física nuclear y hoy era el oficial bombardero más joven de Luna Base.El coronel quería hablar de política; Johnny estaba intrigado. Finalmente, Towers había ido al grano, no era seguro (dijo) dejar el control del mundo en manos políticas; el poder debía ser ostentado por un grupo científico seleccionado. En una palabra, el Patronato.Johnny quedó más sorprendido que escandalizado. Como idea abstracta, la opinión de Towers parecía factible. La Sociedad de Naciones había cerrado sus puertas; ¿qué podía impedir que las Naciones Unidas cerrasen también las suyas, llevando así el mundo a una nueva guerra mundial?— Y ya sabe usted lo que seria una nueva guerra, Johnny...Johnny asintió. Towers dijo que celebraba que Johnny comprendiese la idea. El oficial bombardero más antiguo podía realizar el trabajo, pero era mejor disponer de los dos especialistas. Johnny se incorporó con un gesto violento.—¿Va usted a hacer algo sobre este punto? — Había creído que el coronel hablaba sólo por hablar.— Nosotros no somos políticos — dijo sonriendo.— No nos limitamos a hablar. Nosotros actuamos.—¿Cuándo empieza esto? — dijo Johnny a media voz.Towers manipuló un interruptor; Johnny quedó sorprendido al oír su propia voz; después identificó la conversación grabada con la que tuvo lugar en el refectorio de oficiales jóvenes. Una discusión política, lo recordaba, pero haber sido espiado le molestaba.Towers cerró el interruptor.— Hemos obrado — dijo —. Sabemos quién es de confianza y quién no. Tome usted a Kelly... — añadió señalando el altavoz —. Kelly, políticamente, no es de confianza. ¿Ha observado usted que no asistió al desayuno?—¿Eh? Creí que estaba de guardia.— Los días de guardia de Kelly han terminado. ¡Oh, tranquilícese, no le ha pasado nada!—¿En qué lista estoy yo? — preguntó Johnny después de haber reflexionado —. ¿De confianza o de no confianza?— Su nombre lleva un signo de interrogación detraes. Pero he dicho siempre que se podía confiar en usted. — Le dirigió una sonrisa acogedora. — ¿No me defraudará usted, eh, Johnny?Dahlquist no respondió. Con voz seca, Towers prosiguió:— Vamos a ver; ¿qué le parece a usted todo esto? Hable...— Pues... si me lo pregunta, creo que esta tajada se les va a indigestar. Si bien es verdad que Luna Base controla la Tierra, Luna Base es a su vez un blanco fácil para una nave. Una bomba y...Towers cogió un impreso de telegrama y se lo tendió; Johnny pudo leer: TENGO SU ROPA LIMPIA—ZACK.— Esto quiere decir que todas las bombas del Trygve Lie han sido puestas fuera de servicio. Tengo informes de todas las naves por las que debemos preocuparnos. — Se levantó. — Piense en ello y véame después de almorzar. El comandante Morgan necesita su ayuda en seguida para cambiar las frecuencias de control de las bombas.—¿Las frecuencias de control?— Naturalmente... No queremos que las bombas estallen antes de dar en el blanco.—¡Cómo! ¿Pero no dijo usted que se proponían evitar la guerra?Towers hizo un gesto de descartar la idea.— No habrá guerra; sólo una demostración psicológica, un par de ciudades sin importancia... Un poco de derramamiento de sangre para salvar una guerra total. Simple aritmética.Puso una mano sobre el hombro de Johnny.— No trate usted de escabullirse o no seria usted oficial bombardero. Piense en ello como en una operación quirúrgica. Y piense en su familia.Johnny Dahlquist había estado pensando en su familia.— Por favor, coronel, quisiera ver al Comodoro.— El Comodoro no está visible — dijo Tower; frunciendo el ceño —. Como usted sabe, hablo en su nombre. Véame usted de nuevo... después del almuerzo.El Comodoro no estaba visible, no..., el Comodoro estaba muerto. Pero esto Johnny — no lo sabía.Dahlquist se dirigió de nuevo a la cantina de oficiales, compró cigarrillos, se sentó y encendió uno. Volvió a levantarse, aplastó la punta y se encaminó hacia la compuerta Oeste de la Base. Allí se puso el traje del espacio y se dirigió al jefe de compuerta.—¡Ábrame, Smitty!El marino pareció sorprendido.— No puedo dejar salir a nadie a la superficie sin orden del coronel Towers, señor. ¿No lo sabía usted?—¡Oh, sí! deme usted su libro de permisos. — Dahlquist lo cogió, se redactó un permiso y lo firmó «por orden del coronel Towers». — Será mejor que llame usted al oficial de guardia y lo compruebe — añadió.El jefe de compuerta miró el permiso extendido, se metió el libro en el bolsillo y dijo:—¡Oh, no, teniente! Su palabra basta.—¿No quiere usted molestar al oficial de guardia, eh? No se lo censuro.Se metió en la compuerta. Cerró la puerta interior y esperó a que el aire hubiese sido aspirado.Ya en la superficie de la Luna, parpadeó bajo la luz y se apresuró a ir hacia el final de la pista de cohetes, donde esperaba un vehículo. Se metió en él, bajó la capota y apretó el botón de puesta en marcha. El coche se elevó hacia las colinas, planeó por encima de ellas y llegó a una llanura incrustada, de cohetes—proyectiles, como velas en un pastel. Rápidamente se dirigió hacia un segundo túnel a través de nuevas colinas. Sintió malestar en el estómago debido a la deceleración, y el vehículo se detuvo en el arsenal subterráneo de bombas atómicas.Mientras Dahlquist se apeaba, conectó su micrófono. El guardia de los trajes del espacio que había en la entrada se cuadró. «Buenos días, López» dijoDahlquist, y se dirigió hacia la compuerta de aire. El guardia lo hizo retroceder.—¡Eh, nadie entra sin orden del oficial de guardia! — Dejó el fusil, buscó en sus bolsillos y sacó un papel. — Léalo, mi teniente.— Yo mismo redacté esta orden — dijo Dahlquíst, apartándole. Si la lee usted bien verá que la ha interpretado mal.— No sé cómo, mi teniente.Dahlquist le arrancó el papel de las manos, lo leyó y le señaló una línea.—¿Lo ve? «A excepción de personas específicamente designadas por el oficial de guardia». O sea los oficiales bombarderos, el mayor Morgan y yo.El guardia parecía preocupado. Dahlquist prosiguió.—¡Maldita sea! Mírelo bien «específicamente designadas», está bajo el Sala de Bombas, Seguridad Reglas para la, de su reglamento. No me va usted a decir que lo ha olvidado en el cuartel.— ¡Oh, no, mi teniente, lo tengo!El guardia rebuscó en su bolsillo. Dahlquist le devolvió la hoja; el guardia la tomó, vacilando, después apoyó su arma sobre la cadera, pasó el papel a su mano izquierda y se lo metió en el bolsillo con la derecha.Dahlquist agarró el arma, la metió entre las piernas del guardia y tiró de ella. Después la arrojó a lo lejos, soltándola y se metió en la compuerta de aire. Mientras cerraba la puerta vio al guardia tratando de ponerse en pie y agarrar el arma. Cerró con ímpetu la puerta exterior y sintió un temblor en sus dedos en el momento en que un proyectil chocaba contra la puerta.Se precipitó hacia la puerta interior, abrió la válvula de aire, corrió de nuevo hasta la puerta exterior y apoyó todo su peso sobre el picaporte. En el acto lo sintió agitarse. El guardia trataba de levantarlo, el teniente apretaba hacia abajo, con sólo su escaso peso lunar para ayudarle. Lentamente el picaporte fue levantándose ante sus ojos.El aire del cuarto de bombas penetró a ráfagas a través de la válvula de paso. Dahlquist comenzó a sentir su traje del espacio amoldarse a su cuerpo, a medida que la presión de la compuerta iba igualando la del interior del traje. Cesó de luchar y dejó que el guardia levantase el picaporte. No tenía importancia; trece toneladas de presión de aire mantendrían ahora la puerta cerrada.Sujetó la puerta interior del cuarto de bombas a fin de que no se cerrase de golpe... Mientras estuviese abierta, la compuerta de aire no podía operar, nadie podía entrar.En la habitación, ante él, se alineaban las bombas atómicas — una para cada cohete —, lo suficientemente espaciadas para alejar toda remota posibilidad de reacción espontánea. Eran los adminículos más mortíferos del universo con todo, pero eran como sus hijos. Se había interpuesto entre ellas y cualquiera que quisiese destinarlas a un mal uso.Pero ahora que se encontraba allí, no tenía plan alguno para aprovechar su ventaja momentáneamente. El micrófono de la pared cobró vida.—¡Oiga, teniente! ¿Qué es eso? ¿Está usted loco? Dahlquist no contestó. Que López siguiese en su confusión; necesitaban tiempo para decidir lo que debían hacer. Y Johnny Dahlquist necesitaba tantos minutos como le fuese posible aprovechar. López siguió protestando. Finalmente se calló.Johnny había obedecido al imperativo impulso de no permitir que las bombas — ¡sus bombas! — fuesen utilizadas para «demostraciones sobre ciudades sin importancia». Pero, ¿qué hacer ahora? En fin, Towers no podía pasar por la compuerta. Johnny seguiría allí sentado hasta que el infierno se helase.¡No te dejes engañar, John Ezra! Towers puede entrar. Un potente explosivo contra la puerta exterior y el aire saldría como un huracán, nuestro Johnny rodaría por el suelo ensangrentado, con los pulmones reventados, y las bombas seguirían allí, incólumes. Estaban construidas para soportar el salto de la Luna a la Tierra; el vacío no las afectaría en lo más mínimo.Decidió permanecer en su traje del espacio; la descompresión explosiva no lo atraía Sí bien se miraba, prefería morir a una edad avanzada.Towers podría hacer un agujero, dejar salir el aire y abrir sin tener que destrozar la compuerta. O podía incluso hacer construir una nueva compuerta de aire fuera de la vieja. No era probable, pensaba Johnny; un golpe de Estado dependía de la rapidez Era casi seguro que Towers seguiría el camino más rápido, la explosión. Y López ya debía de estar llamando a la Base probablemente. Quince minutos para vestirse y subir... Towers estaría aquí, quizá eligiese incluso un medio más corto, y... ¡bum!, el juego había terminado.Quince minutos...En el espacio de quince minutos las bombas podían caer en manos de los conspiradores; en quince minutos él tenía que dejar las bombas inutilizadas.Una bomba atómica no es más que dos o más fragmentos de metal fisionable como el plutonio. Separados no son más explosivos que una libra de manteca; chocando uno con otro, hacen explosión. Las complicaciones estriban en los dispositivos, circuitos y espoletas utilizadas para hacerlos chocar de la forma exacta, en el momento exacto y en el lugar requerido.Estos circuitos, el «cerebro» de la bomba, se pueden destruir fácilmente, pero la bomba en sí es muy difícil de destruir a causa, precisamente, de su sencillez. Johnny decidió destrozar los «cerebros» lo más rápidamente posible.Las únicas herramientas a mano eran muy sencillas, las empleadas para manejar las bombas. Aparte del contador Geiger, el micrófono del circuito de transmisión interior, una línea de televisión con la base y las propias bombas, la estancia estaba vacía.Una bomba sobre la que había que operar era llevada a otro sitio, no por miedo a una explosión, sino para reducir la exposición radiactiva del personal. El material radiactivo de una bomba está encerrado en un «tampón», en aquellas bombas era de oro. El oro detiene las radiaciones alfa, beta y muchas de las mortales gamma, pero no los neutrones.Los sutiles neutrones venenosos que el plutonio suelta tienen que escapar, o se produce una reacción en cadena — una explosión —. Lo habitación estaba bañada por una lluvia invisible y casi imperceptible de neutrones. El lugar era malsano; los reglamentos ordenaban permanecer en él el menor tiempo posible.El contador Geiger señaló radiaciones «de fondo», rayos cósmicos, vestigios de radiactividad en la corteza de la Luna y una radiactividad secundaría saturó la habitación con neutrones. Los neutrones libres tienen la desagradable característica de infectar cuanto tocan, convirtiendo en radiactivos tanto un muro de cemento como un cuerpo humano. Con el tiempo la habitación tendría que ser abandonada.Dahlquist hizo girar un botón del contador Geiger; el instrumento dejó de chasquear. Había empleado un circuito supresor para cortar los ruidos «de fondo» de las radiaciones al nivel que presentaban. Aquello le recordó en forma desagradable el peligro de permanecer allí. Sacó la película de exposición radiactiva que todo el personal de radiación llevaba encima; era de tipo de reacción directa y estaba limpio cuando llegó. A la mitad, la película estaba cruzada por una línea roja. El extremo más sensible estaba ya ligeramente ennegrecido. Teóricamente1 si el que la llevaba estaba expuesto a una cantidad de radiactividad suficiente para ennegrecer el film en una semana hasta aquella línea como Johnny acababa de recordarlo, «pato muerto».Se quitó el embarazoso traje del espacio; lo que necesitaba era rapidez. Hacer el trabajo y rendirse; era mejor ser prisionero que retrasarse en un sitio «caluroso» como aquel.Encontró un. martillo en el armario de herramientas y empezó a trabajar; deteniéndose solamente para cerrar el contacto del pick~up de televisión. La primera bomba lo contrarió. Comenzó a aplastar la placa de protección del «cerebro» y se detuvo, lleno de remordimiento, Toda su vida le habían gustado los mecanismos delicados.Cobró valor y siguió adelante; el cristal se quebraba, el metal crujía. Cambió de humor; comenzó a sentir el vergonzoso placer de la destrucción. Prosiguió con entusiasmo golpeando, destrozando, destruyendo...Tan absorbido estaba en su trabajo que al principio no oyó que lo llamaban por su nombre.— ¡Dahlquist! ¡Contésteme! ¿Está usted aquí?Se secó el sudor y miró la pantalla de la televisión. Las perturbadas facciones de Towers aparecían en ella.Johnny quedó decepcionado al ver que sólo había destrozado seis hombres. Lo pescarían antes de haber terminado. ¡Oh, no, tenía que terminar! ¡Aprisa, muchacho, aprisa!—¿Diga, mi coronel, me llama usted? —¡Ciertamente! ¿Qué significa todo esto? — Conecte usted el pick~up, Johnny, no puedo verlo — dijo Towers con una expresión un poco más tranquilizada —. ¿Qué ruido es ese?— Perdone, mi coronel...El pick—up no funciona, debe de estar estropeado — mintió Johnny. Este ruido.... pues, para decirle la verdad, coronel, estaba arreglando las cosas de forma que nadie pueda entrar aquí.Towers tuvo un momento de vacilación y prosiguió con firmeza:— Voy a suponer que está usted enfermo Y le mandaré al Oficial Médico, pero quiero que salga usted inmediatamente de aquí. Es una orden, Johnny— De momento no puedo, mi coronel – respondió lentamente Johnny —. He venido aquí a poner en obra mi decisión y no he terminado todavía. Me dijo usted que lo viese después del almuerzo.— Quise decir que no se moviese de sus habitaciones.— Sí, mi coronel. Pero pensé que tenía que montar la guardia al lado de las bombas, en caso de que decidiese que estaba usted en un error.— No es usted quien tiene que decidirlo, Johnny. Soy su superior. Ha jurado usted obedecerme.— Sí, mi coronel. — Todo aquello era perder tiempo; el viejo zorro podía tener un escuadrón en marcha ya. — Pero juré conservar la paz también. ¿Puede usted venir aquí y hablar conmigo? No quisiera hacer una cosa mal hecha.— Buena idea, Johnny — dijo Towers sonriendo—¡Espéreme aquí!. Estoy seguro de que verá usted la luz.Cerró la pantalla.— Vaya — se dijo Johnny —; estoy seguro de que me cree medio chiflado, pero comete un error — empuñó el martillo decidido a aprovechar los minutos ganados.Se detuvo casi en el acto; se le ocurrió la idea de que destrozar los «cerebros» no era suficiente. No había «cerebros» de recambio, pero sí un bien provisto almacén de electrónica. Morgan podía dotar las bombas de circuitos de control. ¡Cómo! también él podía... no era un buen trabajo, pero sí eficaz. ¡Maldita sea! Tendría que destrozar las bombas también, y en diez minutos.¡Maldita sea!Desde luego, había un camino. Conocía los circuitos de control, sabía también cómo dominarlos. Tomemos esta bomba; si quitaba la barra de seguridad, desenganchaba el circuito de proximidad, acortaba la demora del circuito y cortaba el circuito de remonta a mano, después destornillando esto y alcanzando allí podía, con un mero alambre rígido, hacer estallar la bomba.Y hacer saltar las demás bombas y todo el valle hacia el Reino del Porvenir.Y John Dahlquíst también. Esto era lo malo.II
Hasta ahora había estado haciendo lo que creía su deber, incluso el paso de montar la bomba. Dispuesto a marcharse, las bombas parecían amenazadoras, a punto de estallar. Se puso en pie, sudoroso.
Se preguntó si tendría valor. No quería flaquear, pero temía que flaquearía. Buscó en su bolsillo y sacó una fotografía de Edith y el chiquillo.— Angelito mío — dijo —,. si salgo de ésta, no trataré nunca más de pasar con luz roja. — Besó la fotografía y la volvió a guardar. No había más que esperar.¿Qué detendría a Towers? Johnny quería tener la seguridad de que Towers estaba en el radio de explosión. ¡Vaya situación! El sentado allí, dispuesto a establecer el contacto. Una idea se le ocurrió; lo llevó a una mejor; ¿por qué hacerse saltar... vivo?Había otra manera de conectar; un control «muerto». Montar la instalación de forma que el último paso, el que haría saltar la bomba, no se produjese mientras él tuviese la mano apoyada en un botón, palanca o algo por el estilo. Si hacían saltar la puerta, o lo mataban, o lo que fuese, la bomba estallaría.Mejor aún, podía detenerlos con la amenaza; tarde o temprano vendría el socorro — Jonnny tenía la seguridad de que la mayoría del Patronato no estaba metido en esta conspiración — y entonces... ¡Johnny regresaría triunfante a casa! ¡Qué reunión! Dimitiría y buscaría un empleo educativo; seguiría su camino.Entre tanto iba trabajando. ¿Electricidad? No, no tenía tiempo. Haría una simple conexión mecánica. La había imaginado ya, pero no había apenas empezado cuando el altavoz lo llamó:—¿Johnny?—¿Es usted, mi coronel?Sus manos seguían trabajando.Déjeme entrar.— Bien, mí coronel, esto no estaba en lo convenido.¿Dónde demonios habría algo tan útil como una palanca larga?— Entraré solo, Johnny, le doy mi palabra. Hablaremos cara a cara.¡Su palabra!— Podemos hablar a través del micrófono, mi coronel.¡Ah!, aquí estaba, una palanqueta colgada en el astillero.— Johnny, le hago una advertencia. Déjeme entrar o hago saltar la puerta.Un alambre, necesitaba un alambre, muy largo y rígido. Arrancó la antena de su traje.— No hará usted eso, coronel, estropearía las bombas.— El vacío no estropeará las bombas, deje ya de poner obstáculos.— Será mejor que consulte con el mayor Morgan. ¿El vacío no estropeará las bombas? La descompresión explosiva destrozará todos los circuitos.El coronel no era un especialista en bombas; permaneció unos minutos callado. Johnny siguió trabajando.— Dahlquist — prosiguió Towers — esto es una asquerosa mentira. He hablado con Morgan. Tiene usted sesenta segundos para ponerse el traje del espacio si no lo lleva ya. Voy a hacer saltar la puerta.— No, no lo hará usted — dijo Johnny —. ¿Ha oído usted hablar alguna vez de un interruptor a «hombre muerto»? Es por medio de un contrapeso y un lazo.—¡Eh!, ¿qué quiere usted decir?— He conectado la bomba diecisiete para ser disparada a mano. Pero he instalado un dispositivo. No estallará mientras yo no suelte el alambre que tengo en la mano. Pero si me ocurre algo... ¡allá va! Están ustedes a quince metros del centro de la. Explosión. Píenselo bien.Hubo un corto silencio.— No le creo a usted.—¿No? Pregúnteselo a Morgan. Él me creerá. Puede inspeccionarlo a través del pick—up de la TV. — Johnny ató el cinturón de su traje del espacio al extremo de la antena.— Dijo usted que el pickup estaba estropeado.— Por lo tanto, mentí. Esta vez lo probaré. Diga a Morgan que me llame.El rostro del mayor Morgan apareció en la pantalla.—¿Teniente Dahlquist?— Yo mismo, Stinky. Espere un segundo.Con gran cuidado, Johnny hizo el último empalme mientras sostenía el extremo de la antena. Siempre cautelosamente cambió su presa sobre el cinturón, se sentó en el suelo, extendió un brazo y conectó el pick—up de la TV.—¿Puede verme, Stinky?— Puedo verlo — respondió Morgan secamente —. ¿Qué tontería es ésta?— Una pequeña sorpresa que he preparado.Se lo explicó. Los circuitos que había cerrado, los que habían sido acortados, en qué forma el mecanismo de frecuencia funcionaría...— Pero está usted haciendo un «bluf» — asintió Morgan —. Estoy seguro de que no ha desconectado usted el circuito «K». No tiene usted entrañas para hacerse salar.— Seguramente, no — dijo Johnny riendo —. Pero esto es lo bonito del caso. Que no puede estallar mientras yo esté vivo. Si su grasiento jefe, el coronel Towers, hace saltar la puerta, estoy muerto y la bomba estalla. Para mí será igual, pero para él, no. Será mejor que se lo diga.Cortó el circuito. Towers apareció al cabo de un momento en el micrófono.—¿Dahlquist...?— La escucho.— No hay necesidad de que sacrifique usted su vida. Venga y será retirado a paga entera. Puede irse a casa con su familia. Es una promesa.—¡Deje usted a mi familia tranquila! — se enfureció Johnny.— Piense usted en ellos, hombre.—¡Cállese! Métase en su agujero. Siento necesidad de rascarme y todo este artefacto podría estallar.Johnny se sentó, sobresaltado. Se había quedado dormido, su mano había soltado la antena y sintió un escalofrío al pensar en ello.—¿Debería desarmar la bomba y confiar en que no se atreviesen a sacarlo de allí? Pero el pescuezo de Towers estaba ya en juego y podía correr el riesgo. Si lo hacía y la bomba estaba desarmada, Johnny estaría muerto y Towers se apoderaría de las bombas. No, había llegado hasta allí, no dejaría que su hijita creciese en una dictadura sólo por haberse dormido un poco.Oyó el tictac del contador Geiger y recordó haber empleado el circuito supresor. La radiactividad de la habitación debía ir en aumento debido quizás al destrozo de los «cerebros»; con toda seguridad, los circuitos estarían infectados, estaban demasiado tiempo muy cerca del plutonio. Sacó sus películas de control.La zona negra se iba extendiendo hacia la línea roja. Volvió a guardarlos y dijo:— Amigo mío, será mejor que deshagas este empalme de muerte o pronto vas a relucir como una esfera de reloj.Era una figura retórica, los tejidos orgánicos infectados no relucen, simplemente mueren, lentamente.La pantalla de la TV se encendió y apareció el rostro de Towers.—¿Dahlquist? Quiero hablar con usted.—¡Váyase a paseo!— Admitimos que nos tiene usted perplejos.—¿Perplejos? Los tengo a ustedes parados...— De momento. Me estoy arreglando para tener más bombas...— Embustero.—...pero nos demora usted. Tengo una proposición que hacerle.— No interesa.— Espere. Cuando todo esto haya terminado, yo seré el jefe del Gobierno mundial. Sí coopera usted conmigo, a partir de ahora, le nombraré jefe de la Administración.— Johnny le dijo lo que podía hacer con el cargo. Towers respondió:— No sea usted estúpido. ¿Qué ganará usted muriendo?— Towers, es usted un tipo asqueroso — dijo Johnny —. Ha mencionado usted a mi familia; preferiría cien veces verla muerta a vivir bajo el mando de un Napoleón de pacotilla como usted. Y ahora, lárguese. tengo algo que hacer.Towers cerró.Johnny sacó nuevamente la película; no parecía más oscuro, pero le recordó que el tiempo iba transcurriendo. Tenía hambre y sed, y le era imposible permanecer eternamente despierto. Se necesitaban cuatro días para venir de la Tierra; no podía esperar auxilio antes. Y no duraría cuatro días; una vez la zona negra rebasase la línea roja, era hombre muerto. Su única salvación era destrozar las bombas dejándolas irreparables y salir, antes de que el film se hubiese ennegrecido demasiado.Pensó en varías soluciones y volvió al trabajo.Colgó un peso de la antena y la sujetó a un alambre.Si Towers hacía saltar la puerta, esperaba soltar el dispositivo de un tirón antes de morir.Había un medio sencillo, pero arduo, de destrozar las bombas haciendo que fuese absolutamente imposible repararlas en Luna Base. El corazón de cada una de ellas estaba formado por dos hemisferios de plutonio con las superficies sumamente pulimentadas y lisas, a fin de permitir un contacto perfecto en el momento del choque. Todo lo que no fuese eso, evitaría la reacción en cadena, de la cual dependía la explosión atómica.Johnny comenzó a desmontar una de las bombas. Tenía que retirar cuatro lengüetas y después romper el envoltorio de cristal del mecanismo interior. Conseguido esto, la bomba se partía fácilmente. Finalmente tuvo delante de él dos relucientes medias semi—bolas de un brillo perfecto como el de un espejo.Un golpe con el martillo y una de las dos mitades ya no era perfecta. Otro golpe y la segunda se rompió como el cristal; había golpeado la estructura cristalina en el sitio preciso.Horas después, muerto de cansancio, volvió a la bomba armada. Haciendo un esfuerzo, con extremada cautela, la desarmó. Pronto los dos plateados hemisferios estuvieron fuera de uso también. Ya no quedaba en la habitación bomba aprovechable alguna, sino colosales fortunas en el más valioso, más ponzoñoso y más mortífero metal que en el mundo se conocía, desparramados por el suelo. Johnny contempló aquel material de muerte.— A tu traje y a salir de aquí, muchacho — dijo en voz alta —. Me pregunto qué va a decir Towers...Se dirigió hacia el armario de las herramientas con intención de colgar el martillo. Al pasar delante del contador Geiger, éste se movió agitadamente.El plutonio difícilmente afecta un contador Geiger; la infección secundaría del plutonio, sí. Johnny levantó el martillo y lo acercó al contador. Este se agitó furiosamente. Lo arrojó a lo lejos con fuerza y se dirigió hacia su traje.Al pasar, el contador accionó otra vez. Se paró en seco.Acercó una mano al contador. Su agitación llego a una especie de vértigo. Sin moverse sacó la película de su bolsillo.Era negra de punta a punta.III
El plutonio, introducido en el cuerpo penetra rápidamente en la médula de los huesos. No hay nada a hacer; la víctima está lista. Los neutrones se esparcen por todo el cuerpo, ionizando los tejidos. Transmutando los átomos en isótopos radiactivos, destruyendo y matando. La dosis fatal es increíblemente pequeña; una masa de una décima parte de 'un grano de sal de mesa es más que suficiente; 'una dosis suficientemente pequeña para penetrar por el más mínimo rasguño. Durante el histórico «Proyecto Manhattan», la inmediata y amplía amputación fue considerada como la única medida posible de urgencia.
Johnny sabía todo esto, pero ya no le preocupaba. Estaba sentado en el suelo, fumando un cigarrillo y pensando. Los acontecimientos de su última guardia desfilaban por su cerebro.Lanzó una bocanada de humo al contador Geiger y sonrió al oírlo reaccionar en el acto. Incluso su aliento estaba ya ahora «caliente».. Carbono 14, supuso, exhalado por su corriente sanguínea en forma de anhídrido carbónico. No tenía importancia.No había ya ventaja alguna en rendirse, ni quería dar a Towers esta satisfacción; acabaría aquella guardia allí mismo. Por otra parte, manteniendo el «bluf» de que una bomba estaba a punto de estallar, podía evitar que se apoderasen de la materia prima con la cual se fabrican bombas atómicas. Este detalle podía tener importancia a la larga.Aceptó sin sorpresa la idea de que no se sentía desgraciado. Había una cierta dulzura en no tener ya preocupaciones de ninguna clase. Nada le dolía, no se sentía inquieto, no tenía hambre ya. Se sentía físicamente feliz y su mente gozaba de paz. Estaba muerto; sabía que estaba muerto; y, sin embargo, durante algún tiempo sería aún capaz de moverse y respirar, ver y sentir.No sentía siquiera la soledad. No estaba solo, había camaradas con él, el muchachito, aquel joven, el coronel Bowie, demasiado enfermo para moverse, pero insistiendo en que lo transportasen a través del cable, el moribundo capitán del Chesapeake todavía con el reto a la muerte en sus labios, Rodger Young, que se asomaba a la penumbra. Se reunían en torno suyo en la sombría habitación de las bombas.Y desde luego, estaba también Edith. Era la única persona de cuya presencia se daba cuenta. Johnny deseaba poder ver su cara con mayor claridad. ¿Es taba enfadada? ¿O era feliz y se sentía orgullosa?Orgullosa, pero desgraciada.... ahora po4ía verla mejor e incluso tocaba su mano. Se la sujetaba con fuerza.El cigarrillo le quemó los dedos. Aspiró una última bocanada, la lanzó contra el contador Geiger y apagó la colilla. Era el último cigarrillo que tenía. Reunió varias colillas y confeccionó uno grueso con un trozo de papel que encontró en su bolsillo. Lo encendió cuidadosamente y se echó a esperar que Edith apareciese de nuevo. Se sentía muy feliz.Seguía apoyado todavía contra el envoltorio de la bomba, el último de sus cigarrillos apagado y frío a su lado, cuando el altavoz lo llamó nuevamente.—¡Johnny! Oiga, Johnny! ¿Me oye? Aquí Kelly. Todo ha terminado. El Lafayette ha aterrizado y Towers se ha levantado la tapa de los sesos. ¿Johnny? ¡Contésteme!Cuando abrieron la puerta exterior, el primer hombre introdujo en la cámara un contador Geiger sujeto en la punta de una larga pértiga. Se detuvo en el umbral y retrocedi6 precipitadamente.—¡Oiga, jefe! — gritó —. Será mejor llamar un equipo especial. Y que traigan un ataúd de plomo, además.«Cuatro días necesitó la pequeña nave y su escolta en alcanzar la Tierra. Cuatro días durante los cuales todos los habitantes de la Tierra esperaron su llegada. Durante noventa y ocho horas todos los programas comerciales de la televisión fueron. suprimidos; en su lugar se entonaron, por todas partes, cantos funerarios, la Marcha de la Muerte, de Saúl; el tema del Walhalla, Regreso al Hogar; el canto de las Patrullas de Órbitas de Aterrizaje.Las nueve naves aterrizaron en el puerto de Chicago. Un tractor móvil sacó el ataúd .de la diminuta nave; ésta fue aprovisionada de combustible y lanzada al espacio con una trayectoria tal que no podía ser utilizada nunca más para ningún propósito.El tractor se dirigió a. Illinois, de donde era oriundo el teniente Dahlquist, mientras los cantos continuaban. Allí el ataúd fue colocado sobre un pedestal, en el interior de una barrera que marcaba el limite de la zona de seguridad. Marinos del espacio, las armas apuntando al suelo y la cabeza baja, montaban guardia alrededor de ella; la muchedumbre se mantenía fuera del circulo. Y los cánticos continuaban.Cuando hubo transcurrido un tiempo suficiente, después, mucho después de que las flores se hubieron marchitado, el ataúd de plomo fue encerrado en un sepulcro de mármol, como puede verse todavía hoy.FIN