EL HOMBRE QUE EVOLUCIONÓ (Edmond Hamilton)
Publicado en
mayo 13, 2012
The man who evolved, © 1931 by Gernsback Publications Inc. (Thrilling Wonder Stories, Abril 1931). Traducción de: Horacio González Trejo, en La edad de oro de la ciencia ficción, tomo 1, recopilada por Isaac Asimov, Ediciones Martínez Roca S.A., 1976.Mientras releía El hombre que evolucionó, intenté recordar cuándo oí hablar por primera vez de los rayos cósmicos y de la evolución.
No lo conseguí. Es como si hubiera conocido ambos fenómenos de toda la vida, aunque desde luego no nací sabiéndolo.Sinceramente, creo que me familiaricé con ambos fenómenos a través de los cuentos de ciencia—ficción. Hasta es posible que los encontrase por primera vez en este relato.En efecto, recuerdo que algunos conocimientos los he hallado por primera vez leyendo relatos de ciencia—ficción.Por ejemplo, en The universe wreckers, de Hamilton, gran parte de la acción transcurría en Neptuno, considerado en el cuento como el planeta más alejado. (Plutón todavía no había sido descubierto y, en 1931, cuando me enteré de su descubrimiento, lo primero que pensé fue que complicaba la novela de Hamilton.) En esa novela leí por primera vez que Neptuno tenía un satélite llamado Tritón. Recuerdo claramente esa circunstancia.Gracias a The drums of Tapajos supe que en la cuenca del Amazonas existía una zona llamada Mato Grosso. Fue en The black star passes y otros cuentos de John W. Campbell Jr., donde por primera vez leí algo sobre relatividad.El placer de leer sobre esos temas en la versión dramática y fascinante de la ciencia ficción me aficionó irresistiblemente a la ciencia. Gracias a la ciencia ficción deseé con tanto afán ser un científico, que posteriormente lo conseguí.Esto no significa que se pueda confiar demasiado en los relatos de ciencia—ficción como fuente de conocimientos exactos. En el caso de El hombre que evolucionó, Hamilton se basaba en algo cierto al afirmar que los rayos cósmicos son una fuerza motriz de la evolución. Es así, pero sólo por cuanto contribuyen a crear mutaciones al azar. Es la selección natural la que impone la dirección del cambio evolutivo y esto actúa, muy dolorosa y lentamente, sobre grandes poblaciones, no sobre individuos.La idea de que una concentración de rayos cósmicos haría que un ser humano evolucionase individualmente en el sentido que de modo inevitable seguiría toda la especie es, por supuesto, del todo errónea. La radiación concentrada, sencillamente, provocaría la muerte.Sin embargo, los errores de la ciencia—ficción pueden corregirse. A veces, el proceso de corrección no es fácil, pero es un módico precio que hay que pagar, a cambio de conocer la fascinación de la ciencia.Dicho sea de paso, una característica de los primeros y bastante ingenuos cuentos de ciencia—ficción de los años 30 era que solían comenzar con un sabio dando explicaciones a sus antagonistas sobre temas que éstos no desconocerían si la situación fuese real, pero que era preciso hacer entender a los lectores.Recuerdo que el primer relato que escribí para publicar —aunque nunca fue publicado—, Cosmic corkscrew, empezaba así, con el sabio. protagonista dando una charla a un amigo sobre rayos cósmicos y neutrinos. Indudablemente, este comienzo fue uno de los motivos por los que Campbell decidió rechazar de inmediato mi trabajo.Isaac AsimovAquella noche que en vano intento borrar de mi memoria, estábamos los tres en casa de Pollard. Éramos el doctor John Pollard, Hugh Dutton y yo, Arthur Wright. Aquella noche, Pollard halló un destino cuyo horror nadie podía imaginar; desde aquella noche Dutton vive en una institución estatal dedicada al cuidado de los enfermos mentales, y soy el único que puede relatar lo que ocurrió.
Dutton y yo fuimos a la aislada casa de campo de Pollard, por invitación de éste. Los tres habíamos sido amigos y compañeros de habitación de la Universidad Técnica de Nueva York. Tal vez nuestra amistad fuese algo extraña, ya que Pollard tenía algunos años más que Dutton y yo, y su temperamento era distinto, más sereno por naturaleza. Había seguido una carrera superior en Biología, en lugar de los estudios medios de ingeniería a los que habíamos asistido Dutton y yo.Aquella tarde, mientras Dutton y yo íbamos en dirección norte a lo largo del Hudson, nos dedicamos a recordar lo que sabíamos acerca de la carrera de Pollard. Sabíamos que se había licenciado y doctorado, y habíamos oído decir que trabajó a las órdenes de Braun, el biólogo vienés cuyas teorías provocaron grandes polémicas. Por casualidad, supimos que después regresó para dedicarse a la investigación privada en una casa de campo que había heredado, situada a orillas del Hudson. Pero desde entonces no teníamos noticias de él y nos sorprendió el recibir unos telegramas en que nos invitaba a pasar el fin de semana en su casa.Era uno de esos anocheceres veraniegos cuando Dutton y yo llegamos a un pequeño pueblo ribereño. Allí nos indicaron cómo encontrar la casa de Pollard, situada a uno o dos kilómetros de distancia. La encontramos sin dificultad; se trataba de una espléndida y vieja casa construida sobre pilotes, que durante más de cien años había descansado sobre una colina baja, dominando el río. Las dependencias se apiñaban alrededor de la casona como los polluelos alrededor de la clueca.Pollard salió a recibirnos:—¡Muchachos, cómo habéis crecido! —fueron sus primeras palabras—. ¡Os recordaba como Hughie y Art, los alborotadores de la Facultad, y ahora parecéis unos respetables socios de la Cámara de Comercio, dedicados a hablar eternamente sobre los problemas del mercado.—Es el efecto serenante de la vida comercial —explicó Dutton sonriendo—. A ti no te ha alcanzado, vieja ostra... Eres el mismo de hace cinco años.Así era; su figura esbelta, la sonrisa lenta y los ojos curiosamente pensativos no habían cambiado en lo más mínimo. Pero la actitud de Pollard parecía mostrar algo más que excitación normal, y se lo dije.—Si parezco un poco excitado, es porque hoy es un gran día para mí —respondió.—Bien, tienes suerte al lograr que dos hombres importantes como Dutton y yo se hayan molestado en venir hasta esta ermita —comencé a decir, pero él meneó la cabeza sonriendo.—No me refiero a eso, Art, aunque me alegra mucho que hayáis venido. En cuanto a mi ermita, como la llamas, no la critiques. Aquí he podido hacer trabajos que jamás habría logrado realizar entre las múltiples ocupaciones de un laboratorio de la ciudad —tenía los ojos encendidos—. Si supierais... Pero no nos apresuremos; pronto lo sabréis. Entremos... ¿tenéis hambre?—Hambre... no mucha —le aseguré—. Podría devorar medio buey o una menudencia por el estilo pero, en realidad, hoy no tengo ganas de comer nada más.—Lo mismo digo —respondió Dutton—. Últimamente hago régimen. Dame algunas docenas de bocadillos y un cubo de café, y lo consideraré una comida completa.—Bien, ya veremos qué podemos hacer para tentar vuestros delicados apetitos —dijo Pollard mientras entrábamos.Descubrimos que la casona era muy cómoda, con espaciosas habitaciones de techo bajo y amplias ventanas que miraban al río. Después de dejar nuestros equipajes en un dormitorio, mientras el ama de llaves y la cocinera se ocupaban de la cena, hicimos con Pollard una gira de inspección de la propiedad. Lo que más nos interesó fue su laboratorio.Se trataba de un ala pequeña que había agregado a la casa; había construido el exterior en madera para que armonizara con el resto del edificio. El interior era un espectáculo resplandeciente, con paredes de azulejos blancos e instrumentos que lanzaban destellos.Una inmensa estructura cúbica de metal transparente, coronada por un enorme cilindro de metal semejante a un gigantesco tubo de vacío, ocupaba el centro de la habitación. Luego pasamos a un cuarto contiguo, de suelo enlosado, donde estaban las dínamos y motores de su central privada de energía.Había anochecido cuando terminamos de cenar, pues la cena se prolongó con la evocación de nuestros recuerdos. El ama de llaves y la cocinera se habían ido, y Pollard explicó que las criadas no dormían en la casa. Nos sentamos a fumar en el salón y Dutton observó con admiración el cómodo ambiente que nos rodeaba.—No parece tan mala tu ermita, Pollard —comentó—. No me molestaría llevar esta vida fácil durante un tiempo.—¿Vida fácil? —repitió Pollard—. Eso es lo que tú crees, Hugh. En realidad, nunca en mi vida he trabajado tanto como aquí durante los dos últimos años.—¿Y en qué demonios has trabajado —inquirí—. ¿En algo tan subversivo que tuviste que ocultarlo aquí?Un proyecto delirante
Pollard rió entre dientes.
—Eso creen en el pueblo. Saben que soy biólogo y que tengo un laboratorio. Por ello sacan de antemano la conclusión de que me dedico a vivisecciones de naturaleza particularmente espantosa. Por eso las criadas no duermen aquí. De hecho —agregó—, si los del pueblo supieran realmente en qué estoy trabajando, se aterrorizarían diez veces más.—¿Estás tratando de jugar con nosotros a ser un gran científico misterioso? —inquirió Dutton—. Si es así, pierdes el tiempo... Te conozco, forastero, así que quítate la máscara.—Exacto —le dije—. Si intentas excitar nuestra curiosidad, descubrirás que aún somos capaces de encenderte el pelo tan diestramente como hace cinco años.—Casi siempre terminabais con los ojos morados —puntualizó—. Pero no tengo intención de excitar vuestra curiosidad. ..De hecho, os pedí que vinierais para mostraros lo que he logrado, y para que me ayudéis a terminarlo.—¿Ayudarte? —preguntó Dutton—. ¿A qué podemos ayudarte? ¿A disecar gusanos? ¡Ya veo qué fin de semana nos espera!—Se trata de algo más que de disecar gusanos —dijo Pollard. Se reclinó y fumó un rato en silencio antes de hablar de nuevo—. ¿Sabéis algo acerca de la evolución? —preguntó.—Sé que es una palabra nefanda en algunos Estados —repuse— y que cuando la digas debes sonreír, maldita sea.Él sonrió.—Sin embargo, no ignoraréis que toda la vida de esta Tierra comenzó como simple protoplasma unicelular, que mediante sucesivas mutaciones o cambios evolutivos alcanzó sus formas presentes y sigue desarrollándose lentamente.—Lo sabemos... Aunque no seamos biólogos, ello no te autoriza a pensar que ignoramos totalmente de qué trata la biología —puntualizó Dutton.—Cállate, Dutton —le aconsejé—. Pollard, ¿qué tiene que ver la evolución con la investigación que has realizado aquí?—Es mi investigación —respondió Pollard. Se inclinó hacia adelante—. Trataré de explicároslo desde el principio. Conocéis, o decís conocer, los pasos principales del desarrollo evolutivo. En esta Tierra la vida comenzó como simple protoplasma, una masa gelatinosa, a partir de la cual se desarrollaron pequeños organismos unicelulares. A partir de éstos se desarrollaron, a su vez, las criaturas marinas, los saurios terrestres, los mamíferos, a través de mutaciones sucesivas. Hasta ahora, ese proceso evolutivo infinitamente lento ha alcanzado su punto más alto con el mamífero Hombre, y continúa con la misma lentitud. Éste es un hecho biológico comprobado pero, hasta ahora, han quedado sin responder dos grandes preguntas relativas a este proceso evolutivo. La primera: ¿cuál es la causa del cambio evolutivo, la causa de las mutaciones lentas y constantes hacia formas superiores? La segunda: ¿cuál será el camino futuro de la evolución del hombre; hacia qué formas evolucionará el hombre futuro y dónde se detendrá su evolución? Por ahora, la biología no ha sido capaz de responder a estas dos preguntas. –Pollard guardó silencio un momento y luego agregó con serenidad—: Encontré la respuesta a una de estas preguntas, y esta noche encontraré la de la otra.Le miramos fijamente.—¿Quieres tomarnos el pelo? —pregunté por último.—Hablo absolutamente en serio, Arthur. He resuelto realmente el primero de estos problemas, he descubierto la causa de la evolución.—¿De qué se trata? —estalló Dutton.—De lo que hace algunos años piensan ciertos biólogos –repuso Pollard—. Los rayos cósmicos.—¿Los rayos cósmicos? —repetí—. ¿Las vibraciones del espacio que descubrió Millikan?—Sí, los rayos cósmicos, la longitud de onda más corta y la energía vibratoria más penetrante. Se ha sabido que bombardean incesantemente nuestro planeta desde el espacio exterior, despedidos por esos inmensos generadores que son las estrellas, y también se ha sabido que deben ejercer una gran influencia, de un modo u otro sobre la vida en la Tierra. He demostrado que existe esa influencia...¡y que es lo que llamamos evolución! Pues son los rayos cósmicos que chocan contra todo organismo viviente de la Tierra los que provocan profundos cambios en su estructura, llamados mutaciones. Ciertamente, los cambios son lentos, pero tal es la causa de que la vida se haya elevado desde el primer protoplasma hasta el hombre a través de las edades, y aún siga elevándose.—¡Santo Dios, Pollard! ¡No estás hablando en serio! —protestó Dutton.—Tan en serio, que esta noche arriesgaré mi vida por mi descubrimiento —respondió Pollard con gran seguridad.Quedamos sorprendidos.—¿Qué quieres decir?—Digo que he descubierto en los rayos cósmicos la causa de la evolución, la respuesta a la primera pregunta, y que esta noche, mediante ellos, responderé a la segunda pregunta y averiguaré cuál será el futuro desarrollo evolutivo del hombre.—Pero, ¿cómo podrías...?Pollard le interrumpió.—Es muy sencillo. En los últimos meses he logrado algo que ningún físico pudo hacer: concentrar los rayos cósmicos y al mismo tiempo quitarles sus propiedades dañinas. ¿Visteis en mi laboratorio el cilindro que corona el cubo de metal? Ese cilindro recoge literalmente desde una distancia inmensa los rayos cósmicos que golpean esta parte de la Tierra y los concentra dentro del cubo. Ahora bien, supongamos que esos rayos cósmicos concentrados, millones de veces más poderosos que los rayos cósmicos normalmente incidentes sobre la superficie terrestre, caen sobre un hombre que se halle dentro del cubo. ¿Cuál será el resultado? Los rayos cósmicos producen el cambio evolutivo, y como ya dije, aún modifican la vida sobre la Tierra, aún cambian al hombre, pero tan lentamente que resulta imperceptible. Pero, ¿qué pasaría con el hombre sometido a los rayos terriblemente intensificados? ¡Cambiará millones de veces más rápido que lo normal, atravesará en horas o minutos las mutaciones evolutivas que toda la humanidad recorrerá en eras futuras!—¿Te propones intentar ese experimento? —grité.—Me propongo intentarlo —respondió Pollard gravemente— y descubrir en mí mismo los cambios evolutivos que esperan a la humanidad.—¡Pero es una locura! —exclamó Dutton.Pollard sonrió.—La vieja objeción —comentó—. Siempre que alguien intenta manipular las leyes de la naturaleza, se oye esa exclamación.—¡Dutton tiene razón! —grité—. Pollard, has trabajado demasiado tiempo solo... has permitido que tu mente se alejara...—Intentas decirme que me he vuelto un poco loco —afirmó—. No. Estoy cuerdo... tal vez maravillosamente cuerdo al intentar esto. —Su expresión cambió y sus ojos se volvieron soñadores—: ¿No comprendéis lo que podría significar para la humanidad? Los hombres del futuro serán para nosotros lo que nosotros somos para los monos. Si pudiéramos emplear mi método para que la humanidad venciese millones de años de desarrollo evolutivo en un solo paso, ¿no sería cuerdo?La cabeza me daba vueltas.—¡Santo cielo! Es todo tan absurdo... —protesté—. ¿Acelerar la evolución de la raza humana? En cierto modo, parece algo prohibido.—Será glorioso si puede lograrse —respondió— y sé que es posible. Pero alguien debe adelantarse, debe recorrer los estadios del desarrollo futuro del hombre para descubrir cuál es el nivel más deseable, al que será transferida toda la humanidad. Sé que ese nivel existe.—¿Y nos has invitado para que participemos en eso?—Exactamente. Me propongo entrar en el cubo y dejar que los rayos concentrados me conduzcan por el camino de la evolución; pero necesito a alguien que accione el mecanismo de encendido y apagado de los rayos en los momentos oportunos.—¡Es absolutamente increíble! —exclamó Dutton—. Pollard, si esto es una broma, ya basta.Por toda respuesta, Pollard se puso en pie.—Ahora iremos al laboratorio —agregó sencillamente—. Estoy deseoso de comenzar.No recuerdo cómo seguí a Pollard y a Dutton hasta el laboratorio, pues me sentía mareado. Cuando nos detuvimos delante del gran cubo sobre el cual se alzaba el gran cilindro de metal, me di cuenta de que todo aquello era real y verdadero.Pollard entró en la sala de las dínamos y mientras Dutton y yo observábamos en silencio el gran cubo y el cilindro, las retortas y las redomas de ácido y el extraño instrumental que nos rodeaba, escuchamos el zumbido de los grupos electrógenos. Pollárd regresó hasta el conmutador colocado en un cuadro de acero junto al cubo y, cuando bajó la palanca, se oyó un chasquido y el cilindro se llenó de luz blanca.Pollard señaló el gran disco, que parecía de cuarzo, en el techo de la cámara cúbica, de donde caía el blanco haz de energía.—Ahora el cilindro recoge los rayos cósmicos de una zona inmensa del espacio —dijo— y esos rayos concentrados caen a través del disco en el interior del cubo. Para interrumpir el paso de los rayos es necesario levantar este interruptor.Se incorporó para levantar la palanca y la luz se apagó.El hombre que evolucionó
Mientras mirábamos, se quitó rápidamente las ropas y revistió una holgada bata blanca.
—Dentro de lo posible, me gustaría observar los cambios que se produzcan en mi cuerpo —explicó—. Ahora entraré en el cubo, y vosotros pondréis en funcionamiento los rayos dejando que caigan sobre mí durante quince minutos. Esto equivale aproximadamente a un período de unos cincuenta millones de años de cambio evolutivo futuro. Pasados los quince minutos, cortaréis la emisión de rayos y podremos observar qué cambios han provocado. Luego reanudaremos el proceso, avanzando por períodos de quince minutos o, mejor dicho, de cincuenta millones de años.—¿Pero dónde se detendrá... dónde interrumpiremos el proceso? —preguntó Dutton.Pollard se encogió de hombros.—Nos detendremos donde se detenga la evolución, es decir, cuando los rayos ya no me afecten. Ya sabéis que los biólogos, frecuentemente, se han preguntado cuál será el último cambio, el desarrollo final o la última mutación del hombre. Bien, esta noche lo sabremos.Hizo ademán de entrar en el cubo, pero luego se detuvo, se acercó a un escritorio, cogió un sobre lacrado y me la entregó.—Esto es por si me sucede algo fatal —dijo—. Contiene un testimonio firmado de mi puño y letra en el cual afirmo que vosotros no sois en modo alguno responsables de la que estoy haciendo.—¡Pollard, renuncia a esta empresa blasfema! —grité, tomándole del brazo—. ¡Todavía estás a tiempo y esto me parece horrible!—Creo que es demasiado tarde —sonrió—. Si cediese ahora, después no sería capaz ni de mirarme al espejo. ¡Ningún explorador estuvo nunca más ansioso que yo, al internarme en la senda de la evolución futura del hombre!Entró en el cubo y se colocó directamente debajo del disco del techo. Hizo un gesto imperativo y yo, como un autómata, cerré la puerta y bajé la palanca del interruptor.El cilindro volvió a cubrirse de brillante luz blanca, y mientras los haces de resplandeciente energía blanca caían desde el disco del techo del cubo sobre Pollard, pudimos ver que todo su cuerpo se retorcía como sometido a una energía eléctrica terriblemente concentrada. El chorro de emanaciones resplandecientes casi lo ocultó a nuestra vista. Sabía que los rayos cósmicos son invisibles, y supuse que la luz del cilindro era, en cierto modo, la transformación de parte de la energía en luz visible.Dutton y yo observamos la cámara cúbica con el ánimo encogido, mientras distinguíamos fugazmente el cuerpo de Pollard. Yo tenía el reloj en una mano y la otra apoyada en el interruptor. Los quince minutos parecieron transcurrir con la lentitud de quince eternidades. Ninguno de los dos habló y el único sonido audible era el zumbido de los generadores y el crujido del cilindro que desde los espacios lejanos reunía y concentraba los rayos de la evolución.Al fin la manecilla del reloj señaló el cuarto de hora; moví de un golpe la palanca y la luz del cilindro y del interior del cubo se apagó. Ambos lanzamos una exclamación.Pollard estaba dentro del cubo, tambaleándose como si aún estuviera aturdido por efecto del experimento, ¡pero no era el Pollard que había entrado en la cámara! ¡Estaba transfigurado, parecía un dios! ¡Su cuerpo se había convertido en una gran figura, de tal poder y belleza física como nunca imaginamos que pudiera existir! Tenía varios centímetros más de estatura y de ancho, su piel era de un color rosa pálido y todos los miembros y músculos parecían modelados por un maestro escultor.No obstante, el cambio principal se había producido en su rostro. Los rasgos sencillos y de buen humor habían desaparecido, reemplazados por un rostro cuyas facciones perfectas respondían al inmenso poder intelectual que brillaba casi sobrecogedoramente en los límpidos ojos obscuros. ¡No es Pollard quien está ante nosotros, me dije, sino un ser muy superior, del mismo modo que el hombre más avanzado de hoy es superior al troglodita!Salió del cubo y su voz llegó hasta nuestros oídos, clara, broncínea, triunfante.—¿Veis? ¡Resultó tal como yo supuse! ¡Me hallo cincuenta millones de años adelante del resto de la humanidad en mi desarrollo evolutivo!—¡Pollard! —mis labios se movieron con dificultad—. Pollard, esto es terrible... este cambio...Sus ojos radiantes relampaguearon.—¿Terrible! ¡Es maravilloso! ¿Comprendéis lo que soy ahora? ¿Podéis comprenderlo? ¡Mi cuerpo es el que tendrán todos los hombres dentro de cincuenta millones de años, y el cerebro que contiene se halla cincuenta millones por delante del vuestro en desarrollo!Hizo un movimiento con la mano, abarcándolo todo.—¡Este laboratorio y mi investigación anterior me parecen infinitamente minúsculos, infantiles! Los problemas que intenté resolver durante años, ahora podría resolverlos en cuestión de minutos.¡Ahora puedo hacer por la humanidad más de lo que podrían hacer unidos todos los hombres vivientes!—Entonces, ¿te detendrás en este estadio? —gritó Dutton ansiosamente—. No continuarás con esto, ¿verdad?—¡Claro que sí! Si el desarrollo de cincuenta millones de años produce un cambio así en el hombre, ¿que producirán cien, doscientos millones de años? Es lo que pretendo averiguar.Lo tomé de la mano.—¡Escúchame, Pollard! ¡Tu experimento se ha visto coronado por el éxito, ha cumplido tus sueños más descabellados. ¡Detente aquí! ¡Hombre, piensa lo que puedes lograr! Sé que siempre has ambicionado convertirte en uno de los grandes benefactores de la humanidad... ¡Deteniéndote aquí serás el más grande! ¡Puedes ser para la humanidad una prueba viviente de lo que tu proceso puede alcanzar y, con esta prueba, toda la humanidad estará dispuesta a convertirse en lo mismo que tú!Se desprendió de mi mano.—No, Arthur... he recorrido parte de la senda del futuro de la humanidad, y voy a continuar.Volvió a entrar en la cámara mientras Dutton y yo mirábamos, impotentes. El laboratorio, la cámara cúbica, la figura del interior, semejante a un dios, que a la vez era y no era Pollard, parecía un sueño.—Da paso a los rayos y déjalos actuar durante otros quince minutos —indicó—. Me hará avanzar otros cincuenta millones de años.Sus ojos y su voz eran imperativos, de modo que miré la hora y accioné el interruptor. El cilindro volvió a llenarse de luz, la flecha de energía volvió a caer sobre el cubo y ocultó la espléndida figura de Pollard.Durante los minutos siguientes, Dutton y yo observamos con febril intensidad. Pollard seguía de pie bajo la ancha flecha de energía. de modo que quedaba oculto a nuestra vista. ¿Qué revelaría este avance? ¿Cambiaría aún más. adoptando alguna forma gigante. o seguiría siendo el mismo, habiendo alcanzado el máximo desarrollo posible de la humanidad?Cuando al final del período fijado desconecté el mecanismo, Dutton y yo quedamos trastornados. ¡Pollard había cambiado de nuevo!Ya no era la figura radiante y físicamente perfecta de la primera metamorfosis. Su cuerpo parecía adelgazado y encogido; los contornos de los huesos eran visibles a través de la carne. Por cierto, su cuerpo parecía haber perdido la mitad del volumen y muchos centímetros de estatura y anchura, pero esto quedaba compensado por el cambio producido en el cráneo.¡Porque la cabeza sustentada por aquel cuerpo débil era un inmenso balón saliente. que medía cuarenta y cinco centímetros de la frente a la nuca! Carecía casi totalmente de pelo y su gran masa se balanceaba precariamente sobre los hombres y el delgado cuello. Su rostro también había cambiado notablemente; los ojos eran más grandes, la boca más pequeña y las orejas también parecían de menor tamaño. La inmensa y abultada frente dominaba las facciones.¿Era posible que éste fuera Pollard? Su voz llegó delgada y débilmente a nuestros oídos.—¿Os sorprende verme esta vez? Bien. estáis viendo a un hombre que se halla cien millones de años más desarrollado que vosotros. Y he de confesar que os veo como vosotros veríais a dos cavernícolas salvajes y peludos.—Pero. Pollard, ¡esto es espantoso! —gimió Dutton—. Este cambio es más terrible que el primero. ..si te hubieras detenido en el primero...Los ojos del pigmeo de enorme cabeza que estaba en el cubo se cargaron de ira.—¿Detenerme en aquel primer estadio? ¡Me alegro de no haberlo hecho! ¡El hombre que fui hace quince minutos... hace cincuenta millones de años, según el desarrollo... me parece semianimal! ¿Qué era su gran cuerpo simiesco en comparación con mi poderoso cerebro?—¡Dices eso porque con este cambio te has alejado de los sentimientos y las emociones humanos! —estallé—. Pollard, ¿comprendes lo que estás haciendo? ¡Estás perdiendo tu aspecto humano!—Lo comprendo perfectamente —afirmó—. y no veo nada deplorable en ello. Esto significa que dentro de cien millones de años el hombre desarrollará su capacidad cerebral y no se preocupará lo más mínimo del desarrollo de su cuerpo. A dos seres burdos como vosotros esto, que para mí pertenece al pasado. os parece terrible, pero para mí es deseable y natural. ¡Poned nuevamente en marcha los rayos!—¡No lo hagas, Art! —gritó Dutton—. ¡Ya hemos ido demasiado lejos con esta locura!Los inmensos ojos de Pollard nos recorrieron con una fría amenaza.—Pondrás en marcha los rayos —ordenó fríamente con su voz delgada—. Si no lo haces, tardaré sólo un momento en aniquilaros a ambos y continuaré solo.—¿Nos matarías? —dije confundido—. ¿A nosotros, tus mejores amigos?Su boca delgada pareció hacer una mueca de burla.—¿Amigos? Estoy millones de años por encima de emociones tan irracionales como la amistad. La única emoción que despertáis en mí es el desprecio ante vuestro primitivismo. ¡Poned en marcha los rayos!El monstruo cerebral
Sus ojos relampaguearon cuando dio la última orden y yo, como impulsado por una fuerza exterior a mí mismo. accioné el interruptor. La flecha de energía resplandeciente volvió a ocultarle a nuestra vista.
No sabría describir nuestros pensamientos durante el siguiente cuarto de hora, ya que Dutton y yo estábamos yertos de temor y horror y en nuestras mentes reinaba el caos. De todos modos. Jamás olvidaré el primer momento después de transcurrido el tiempo y de haber desconectado el mecanismo.El cambio había continuado y Pollard —mentalmente ya no me atrevía a darle ese nombre— permanecía en la cámara cúbica como una forma cuyo aspecto aturdió nuestras mentes.¡Se había convertido. simplemente.. en una gran cabeza! ¡Una inmensa cabeza lampiña de un metro de diámetro. apoyada en minúsculas piernas. ya que los brazos se habían reducido a meros apéndices manuales que sobresalían exactamente debajo de la cabeza! ¡Los ojos eran enormes, semejantes a platillos, pero las orejas estaban reducidas a dos minúsculos agujeros a ambos lados de la cabeza; asimismo, la nariz y la boca eran agujeros emplazados bajo los ojos!Salía de la cámara con sus miembros ridículamente pequeños; mientras Dutton y yo retrocedíamos presa de un horror irracional, su voz llegó hasta nosotros casi como un silbido inaudible. ¡Y cuánto orgullo contenía!—Habéis tratado de impedir que continuase, pero ¿véis en que me he convertido? Indudablemente, a vosotros parezco terrible, pero vosotros dos y todos los demás que se os parecen sois para mí tan viles como los gusanos que se arrastran.—¡Buen Dios, Pollard! ¡Te has convertido en un monstruo! –las palabras salieron de mi boca sin pensar.Sus enormes ojos se fijaron en mí.—Me llamas Pollard, pero ya no soy el Pollard que conociste y que entró en esa cámara, del mismo modo que tú no eres el simio del cual surgiste hace millones de años. ¡Y toda la humanidad es como vosotros dos! ¡Bien! Todos conocerán los poderes de quien se halla adelantado ciento cincuenta millones de años.—¿Qué quieres decir? —exclamó Dutton.—Quiero decir que con mi cerebro colosal dominaré sin esfuerzo este planeta rebosante de hombres; y lo convertiré en un inmenso laboratorio para realizar los experimentos que me plazca.—¡Pero, Pollard..., recuerda por qué comenzaste esto! —grité—. ¡Para avanzar y trazar la senda de la evolución futura de la humanidad...! ¡Para beneficiar a la humanidad, no para gobernarla!Los ojos enormes de la gran cabeza carecían de expresión.—Sí, recuerdo que la criatura Pollard que fui hasta esta noche albergaba tan estúpidas ambiciones. Si ahora pudiera experimentar una emoción semejante, sentiría alegría. ¿Para beneficiar a la humanidad? Vosotros los hombres ¿soñáis con beneficiar a los animales que domináis? ¡No se me ocurriría pensar en trabajar a beneficio de vosotros, los humanos! ¿Comprendéis que con mi poder cerebral me hallo tan lejos de vosotros como vosotros estáis lejos de las bestias mortales? Mirad esto...Trepó a una silla situada junto a una de las mesas del laboratorio, y comenzó a manipular las retortas y aparatos. Vertió rápidamente varios compuestos en un mortero de plomo, agregó otros y echó sobre la mezcla otra mixtura preparada con la misma rapidez.Al instante salió del mortero una bocanada de humo color verde intenso y luego la gran cabeza —sólo puedo llamarlo así— dio vuelta al mortero. Cayó una pepita de brillante metal veteado, y ahogamos una exclamación al reconocer el matiz amarillo del oro puro, preparado al parecer en un instante, mediante una mezcla de productos corrientes.—¿Veis? —preguntó la grotesca figura—, ¿Qué es la transmutación de los elementos para una mente como la mía? ¡Vosotros ni siquiera podéis comprender el alcance de mi inteligencia! Si lo deseo, puedo destruir toda la vida de la Tierra desde este cuarto. ¡Puedo construir un telescopio que me permitirá observar los planetas de las galaxias más lejanas! Puedo hacer que mi mente se ponga en contacto con otras mentes sin la menor comunicación material.¡Y pensáis que es terrible que yo gobierne vuestra raza! ¡No os gobernaré, os poseeré y poseeré este planeta del mismo modo que vosotros podríais poseer una granja con ganado!—No podrás —grité—. ¡Pollard, si queda algo de Pollard en ti, renuncia a esa idea! ¡Nosotros mismos te mataríamos antes de tolerar esa monstruosa dictadura sobre los hombres!—¡Lo haremos... por Dios, lo haremos! —gimió Dutton con el rostro contraído.Habíamos comenzado a avanzar desesperadamente hacia la gran cabeza, pero de pronto nos detuvimos, .cuando sus grandes ojos se clavaron en los nuestros. Me halle caminando hacia atrás, hacIa el sitio de donde habla partido, retrocediendo lo mismo que Dutton, como dos autómatas.—Así que ¿intentaríais matarme? —inquirió la cabeza que había sido Pollard—. ¡Pues yo podría ordenaros sin palabras que os matarais en un instante! ¿Qué posibilidades tiene vuestra mísera voluntad y vuestro cerebro contra el mío? ¿Y qué posibilidades tendrá toda la fuerza de los hombres contra mí, cuando con una sola mirada puedo convertirlos en títeres de mi voluntad?Una inspiración desesperada iluminó mi cerebro.—¡Espera, Pollard! —exclamé—. ¡Debes continuar con el proceso, con los rayos! ¡Si te detienes ahora, no sabrás qué cambios existen más allá de tu estado actual!Pareció analizarlo.—Es verdad —reconoció— y, aunque me parece imposible que ningún progreso pueda alcanzar una inteligencia superior a la que poseo ahora, necesito saberlo con certeza.—Entonces, ¿te someterás a los rayos otros quince minutos? —pregunté rápidamente.—Así es —respondió—, pero no abriguéis ideas estúpidas. Os advierto que incluso dentro de la cámara puedo leer vuestros pensamientos, y mataros a ambos antes de que podáis iniciar un movimiento para dañarme.Volvió a entrar en la cámara, y mientras me acercaba al interruptor en compañía del tembloroso Dutton, logramos ver durante un instante la inmensa cabeza antes de que la aplastante energía blanca la ocultara.Aquel período pareció transcurrir aún más lentamente que antes.Los minutos se convirtieron en horas, hasta que finalmente me acerqué para cortar' el paso de los rayos. Miramos espantados hacia la cámara.A primera vista, la gran cabeza parecía igual, pero luego notamos que había cambiado, que había cambiado notablemente. En lugar de ser una cabeza cubierta de piel y, al menos, con brazos y piernas rudimentarios, no había sino una gran forma gris en forma de cabeza, de tamaño aún mayor, sostenida por dos tentáculos musculares de color gris. La superficie de aquella cosa gris en forma de cabeza estaba arrugada y plegada y su único rasgo lo constituían dos ojos pequeños como los nuestros.—¡Oh, Dios mío! —se estremeció Dutton—. ¡Ha dejado de ser una cabeza para convertirse en cerebro... ha perdido todo aspecto humano!Nuestras mentes recibieron un pensamiento de la cosa gris que teníamos ante nosotros, un pensamiento tan claro como si hubiese sido expresado con palabras.—Lo habéis adivinado, porque incluso la estructura de mi cabeza está desapareciendo. Todo se atrofia a excepción del cerebro. Me he convertido en un cerebro caminante y vidente. Dentro de doscientos millones de años, vuestra raza será tal como soy yo ahora. Perderá gradualmente sus cuerpos atrofiados y desarrollará cada vez más sus grandes cerebros —sus ojos parecieron leer en los nuestros—. No sintáis temor por mis amenazas del último estado de desarrollo. ¡Mi mente, que ha crecido infinitamente, ya no desea gobernar a los hombres, ni a vuestro pequeño planeta, lo mismo que vosotros no querríais gobernar un hormiguero y sus habitantes! ¡Mi mente, que ha avanzado otros cincuenta millones de años en el desarrollo, ahora puede aspirar a visiones de poder y conocimiento inimaginadas por mí en el último estadio, e inimaginables para vosotros.—¡Santo Dios, Pollard! —grité—. ¿En qué te has convertido?—¿Pollard? —Dutton reía histéricamente—. ¿Llamas Pollard a esa cosa? ¡Hace tres horas cenamos con Pollard... y era un ser humano, no una cosa como ésta!—Me he convertido en lo que todos los hombres serán con el tiempo —me respondió el pensamiento de la cosa—. He llegado hasta aquí en la senda de la evolución futura del hombre, e insistiré hasta el final de la senda. ¡Alcanzaré el desarrollo que me dé la última mutación posible. Pon en marcha los rayos —prosiguió su pensamiento—. Creo que me estoy acercando a la última mutación posible.Volví a accionar el interruptor, y la flecha blanca de los rayos concentrados nos impidió ver la gran forma gris. Con todos los nervios torturados por la máxima tensión, finalmente desconecté el interruptor. Los rayos cesaron y la figura de la cámara volvió a ser visible.Dutton comenzó a reír chillonamente y luego, bruscamente, sollozó. No sabría decir si me ocurrió lo mismo, aunque recuerdo confusamente haber pronunciado palabras incoherentes cuando mis ojos vieron la forma contenida en la cámara.¡Se trataba de un gran cerebro! Una masa gris y fláccida de un metro veinte yacía en la cámara. con la superficie acanalada y arrugada por innumerables circunvoluciones delgadas. No había rasgos ni miembros de ningún tipo en la masa gris. Se trataba, sencillamente, de un inmenso cerebro cuya única señal externa de vida era un movimiento lento y espasmódico.Nuestras mentes cargadas de horror recibieron poderosamente los pensamientos de la masa.—Ya me veis. Soy sólo un gran cerebro, exactamente lo que los hombres serán en un futuro lejano. Sí, podríais haberlo sabido; cuando yo era como vosotros pude adivinar que éste sería el camino de la evolución humana. Que el cerebro, al ser lo único que asegura la superioridad del hombre, se desarrollaría, y que el cuerpo que estorba a ese cerebro se atrofiaría hasta reducirse al cerebro puro que yo soy ahora. No tengo rasgos ni sentidos que pueda describiros, pero comprendo el universo infinitamente mejor que vosotros con vuestros sentidos elementales. Tengo conciencia de planos de existencia que no podéis imaginar. Puedo alimentarme con energía pura, sin necesidad de un cuerpo engorroso que la transforme, y moverme y actuar, a pesar de mi falta de miembros, por unos medios y a velocidades y potencias que están mucho más allá de vuestra comprensión. Si aún tenéis miedo a las amenazas que hice hace dos estadios contra vuestro mundo y vuestra raza, ¡olvidadlo! Ahora soy pura inteligencia y como tal, aunque ya no puedo sentir las emociones del amor ni de la amistad, tampoco experimento ambición ni orgullo. La única emoción, por decirlo así, que persiste en mí es la curiosidad intelectual. Este deseo de verdad que ha consumido al hombre desde su estado simiesco, será el último de los deseos que lo abandone.La última mutación
—¡Un cerebro... un gran cerebro! —decía Dutton ofuscadamente—. Aquí, en el laboratorio de Pollard... Pero, ¿dónde está Pollard? Él también estaba aquí...
—Entonces, ¿algún día todos los hombres serán como tú ahora —gemí.—Sí —llegó el pensamiento en respuesta—. Dentro de doscientos cincuenta millones de años el hombre, tal como lo conoces y como eres tú ahora, ya no existirá. Después de atravesar todos los estadios por los cuales he pasado esta noche, la raza humana se habrá desarrollado hasta convertirse en grandes cerebros que, indudablemente, no sólo habitarán vuestro sistema solar, sino los sistemas de otras estrellas.—¿Y ése es el fin del camino evolutivo del hombre? ¿Es el punto más alto que alcanzará?—No; creo que dejará de ser este gran cerebro para alcanzar una forma superior —respondió el cerebro (¡el cerebro que tres horas antes había sido Pollard! )—, y voy a averiguar cuál será esta forma superior. Considero que ésta será la última mutación y que con ella alcanzaré el final de la senda evolutiva del hombre, la forma última y más elevada que pueda alcanzar. Ahora pondrás en marcha el mecanismo de los rayos —prosiguió la orden del cerebro— y dentro de quince minutos sabremos cuál es esta forma última y más elevada.Tenía la mano sobre el interruptor, pero Dutton se abalanzó sobre mí y me retuvo por el brazo.—¡No, Arthur! —exclamó precipitadamente—. Ya hemos visto bastantes horrores... no presenciemos el último... salgamos de aquí...—¡No puedo! —grité—. Te juro que querría detenerme, pero ahora no puedo... Yo también quiero ver el final... debo presenciar...—¡Pon en marcha el mecanismo de los rayos! —volvió a repetir el pensamiento—orden del cerebro.—El final de la senda... la última mutación —jadeé—. Es preciso saber... saber... —accioné el interruptor.Los rayos volvieron a resplandecer y ocultaron el gran cerebro gris contenido en el cubo. Los ojos de Dutton miraban al vacío, y se aferraba a mí.¡Los minutos transcurrieron! Cada tic—tac del reloj parecía el poderoso rebato de una gran campana resonando en mis oídos.Me sentí paralizado. ¡La manecilla del reloj se acercaba al minuto fijado, pero yo no lograba levantar la mano hasta el interruptor!¡Luego, cuando la manecilla alcanzó el minuto previsto, pude quebrar mi inmovilidad y en un súbito frenesí de la voluntad accioné el interruptor y corrí con Dutton hasta el borde del cubo!El gran cerebro gris había desaparecido. En su lugar, en el suelo del cubo, yacía una masa informe de materia transparente y gelatinosa. Con excepción de un ligero estremecimiento, parecía inerte.Acerqué mi mano temblorosa para tocarla y en ese momento grité, proferí un grito que todas las torturas de los demonios más crueles del infierno no podrían haber extraído de una garganta humana.¡La masa del interior del cubo era una masa de simple protoplasma! Entonces ¡era éste el final de la senda evolutiva del hombre, la forma más elevada a que lo llevaría el tiempo, la última mutación!¡El camino de la evolución humana era circular, retornaba a su origen!Del seno de la Tierra surgieron los primeros organismos primitivos, luego las criaturas marinas y las criaturas terrestres, los mamíferos y los simios hasta llegar al hombre; y en el futuro seguiría progresando desde el hombre a través de todas las formas que habíamos visto esta noche. ¡Habría superhombres, cabezas sin cuerpo, cerebros puros; sólo para regresar, por efecto de la última mutación, al protoplasma primigenio!No sé exactamente qué ocurrió después. Sé que me lancé sobre esa masa temblorosa llamando delirantemente a Pollard y gritando cosas que me alegro de no recordar. Sé que Dutton también gritaba, reía absurdamente. Avanzó por el laboratorio con aullidos de orate y lleno de ira. El estrépito de cristales rotos y el siseo de los gases que se escapaban llegó a mis oídos. y luego brotaron brillantes llamas de aquellos ácidos mezclados. Aquel repentino incendio, pienso ahora, fue lo que me permitió conservar la cordura.Recuerdo que saqué a rastras a Dutton —que reía como un loco— de aquella habitación, de la casa, hacia la fría obscuridad de la noche. Recuerdo el contacto del césped húmedo bajo mis manos y mi rostro, mientras crecían las llamas que devoraban la casa de Pollard. y recuerdo que cuando vi reír como un loco a Dutton bajo esa luz carmesí, supe que seguiría riendo de ese modo hasta su muerte.Así termina mi narración del fin de Pollard y su casa. Como he dicho al principio, sólo yo puedo atestiguarlo, ya que Dutton no ha pronunciado una palabra sensata desde entonces. En la institución donde reside ahora creen que su estado fue producido por el pánico del incendio; todos creen también que Pollard pereció en ese mismo incendio. Hasta ahora, nadie había revelado la verdad.Pero ahora debo hablar, con la esperanza de aliviar, en cierto modo, el pánico que aún me sobrecoge, pues no cabe imaginar horrores como los que vivimos aquella noche en casa de Pollard. Lo he.meditado. He rememorado aquel tremendo ciclo de cambios, aquella evolución sin propósito, los múltiples avatares de la vida que transcurre desde el simple protoplasma, a través de infinidad de formas, a costa de incesantes dolores y luchas, sólo para terminar nuevamente en simple protoplasma.¿Se repetirá una y otra vez ese ciclo evolutivo en este y otros mundos, incesantemente, sin propósito, hasta que no quede universo donde continuar? Este ciclo colosal de la vida ¿es tan inevitable y necesario como el ciclo cósmico que convierte a las nebulosas en numerosos soles, y a los soles en estrellas enanas, y a las enanas que chocan entre sí en otra nebulosa?¿O existe en este ciclo evolutivo al que nosotros consideramos como un círculo, algún cambio que no podemos comprender, por encima y más allá de él? No sé cuál de estas posibilidades es cierta, pero sé que la primera me obsesiona. y sería la pesadilla del mundo si éste creyera en mi relato. Tal vez, mientras escribo, deba felicitarme sabiendo que no me creerán.Fin