PERDURA LA INCÓGNITA DEL HOMBRE DE PEKIN
Publicado en
noviembre 06, 2009
El hallazgo de aquellos restos fósiles fue uno de los mayores descubrimientos antropológicos del siglo. ¿Cómo desaparecieron? ¿Dónde se encuentran en la actualidad?
Por James Stewart-Gordon.
A LAS 9:30 de la mañana del 9 de junio de 1972, Christopher Janus, hombre de negocios millonario, de 62 años de edad, contestó una llamada telefónica en su habitación del Harvard Club, en Nueva York. Una voz ronca de mujer, con acento extranjero, le dijo: "Señor Janus, no soy una excéntrica. Soy la viuda de un militar norteamericano que servía en China del Norte cuando estalló la segunda guerra mundial, y yo tengo los huesos".
Janus acababa de regresar de Pekín donde el director del Museo del Hombre de Pekín y los funcionarios de la República Popular China habían solicitado su ayuda para recuperar los restos fósiles, de más de medio millón de años de edad, del hombre de Pekín, el tesoro antropológico más valioso de la China, que desaparecieron en algún momento después del 8 de diciembre de 1941. Janus había ofrecido, con la promesa de no hacer preguntas, una recompensa de 5000 dólares a cambio de informes que condujeran a recobrar los huesos.
La mujer que telefoneó rehusó la invitación de Janus para que fuera a verlo, e insistió en que se encontraran en el mirador del edificio Empire State, a las 12:30 horas.
—¿Cómo la reconoceré? —preguntó él.
—No se preocupe. Basta con que yo lo reconozca a usted.
A las 12:30 Janus acudió al lugar de la cita. Pasó diez minutos recorriendo la plataforma, y ya empezaba a temer que la llamada fuera una burla, cuando se le acercó una mujer de elevada estatura, delgada, de cabello oscuro, que vestía abrigo negro y llevaba una bolsa grande, negra también.
"Yo soy quien le llamó esta mañana", le dijo, entregándole una fotografía de 7,5 por 13 centímetros en que se veían algunos huesos y una calavera. "Estos son los huesos del hombre de Pekín, y pido medio millón de dólares por ellos".
En ese momento uno de los turistas reunidos en la plataforma de observación acertó a dirigir su lente hacia Janus y la misteriosa mujer. Ella, con un rápido movimiento, recuperó la foto y escapó corriendo. Janus quedó sorprendido momentáneamente, y cuando reaccionó e intentó ir en busca de la desconocida, ya había desaparecido.
TESORO NACIONAL
JANUS SE había mezclado en la busca de los huesos por lo que parecía un hecho fortuito. Siendo presidente de la Fundación del Legado Griego, en Chicago (organismo sin fines de lucro que patrocina simposios culturales, otorga becas y fondos para programas de intercambio de estudiantes), había quedado muy intrigado, en abril de 1972, cuando un chino-estadounidense amigo suyo le propuso que hiciera una visita a China, dándole a entender que, aun cuando la embajada de la República Popular China en Ottawa (Canadá) tenía pendientes más de 400.000 solicitudes de visados para ciudadanos norteamericanos, lo probable era que Janus obtuviera tratamiento preferente. Así pues, presentó su solicitud, y dos semanas después recibió el visado, tanto para sí como para otros cuatro directores de su Fundación.
Hizo entonces una rápida visita a Washington para ver a su viejo amigo el asesor presidencial Henry Kissinger, a quien le pidió consejo. "Usted no necesita ningún consejo", le dijo Kissinger. "Sencillamente, trate de mejorar las relaciones entre China y nuestro país".
En China, después de varias visitas a fábricas y granjas colectivas, Janus y sus acompañantes fueron llevados inopinadamente a un museo distante 50 kilómetros de Pekín. Este museo se había erigido en el mismo sitio donde el profesor de anatomía canadiense Davidson Black identificó en 1926 el primero de lo que sería la mayor colección de fósiles humanos que se hubieran encontrado jamás en un solo lugar: los restos de 40 individuos, que consistían en piezas y fragmentos de cinco cráneos, ocho fémures, dos húmeros, un esternón, varios huesos más pequeños y algunos dientes.
Estos fósiles eran los restos del Sinanthropus pekinensis, eslabón clave en la evolución del hombre; vivió hace entre 650.000 y 500.000 años y alcanzó una estatura de 1,55 m. El "hombre de Pekín", uno de los primeros homínidos que hicieron uso del fuego, vivía en cavernas, asaba la carne y probablemente vestía pieles de animales. Estos restos fósiles fueron las primeras reliquias del hombre primitivo encontradas en China, y se consideraron un tesoro nacional.
Janus quiso ver los huesos, pero se le informó que no estaban allí; que, en realidad, los chinos creían que se hallaban más bien en los Estados Unidos. Su informante dijo también al desconcertado Janus: "Tenemos el recibo que nos expidieron sus compatriotas cuando se llevaron al hombre de Pekín en diciembre de 1941, y queremos que nos lo devuelvan". Recordando lo que se le había dicho en Washington acerca del mejoramiento de relaciones entre los Estados Unidos y China, el visitante prometió hacer cuanto estuviera en su mano para ayudar.
Días después convocó a una rueda de prensa en Hong Kong. Informó en ella del deseo de los chinos de recuperar los huesos y ofreció públicamente la recompensa de 5000 dólares. El millonario no tenía idea de por qué se le había escogido como intermediario, con lo cual se vio de pronto mezclado en uno de los más extraños y desconcertantes misterios de nuestro tiempo.
Posteriormente centenares de personas le escribieron o lo llamaron por teléfono para ofrecer información, pero ninguna de esas ofertas le pareció verosímil hasta que apareció la enigmática dama. Resuelto a encontrarla, y suponiendo que debía encontrarse en Nueva York, el 4 de agosto de 1972 Janus insertó un pequeño anuncio en la primera página del Times, que decía:
"Hombre Pekín, edif. Empire State. Fondos disponibles; ninguna pregunta. Telef. C.G.J., anunciante".
No había pasado una semana cuando Janus volvió a saber de la mujer, pero ella se negó a celebrar una nueva entrevista, acusándolo de haber contratado al turista de la cámara para que tomara su fotografía. Sin embargo, sí aceptó enviarle una copia de la foto que le había mostrado. Esta llegó dos días después, e inmediatamente Janus envió otra copia a Harry Shapiro, presidente honorario del departamento de antropología del Museo Norteamericano de Historia Natural. Shapiro había visitado a Davidson Black en China en 1931, y conocía los huesos y su historia tan bien como el que más.
Examinando la foto con el microscopio, Shapiro observó que ninguno de los huesos se parecía a los del hombre de Pekín, con excepción del cráneo. Éste sí tenía ciertas analogías indudables con el cráneo del hombre de Pekín, según dijo. Janus consultó con otros notables especialistas, y todos estuvieron de acuerdo con el parecer de Shapiro.
HOMBRE DESPLAZADO
LA HISTORIA de los huesos perdidos empezó realmente en vísperas de que los Estados Unidos entraran en la segunda guerra mundial. Pocos años antes Japón había invadido el norte de China y Manchuria, y los japoneses habían catalogado los tesoros que esperaban encontrar y despachar a Tokio como botín de guerra. Encabezaban la lista los huesos del hombre de Pekín. Éstos se encontraban guardados, con permiso del gobierno chino, en el Colegio Médico Unionista de Pekín (institución financiada por la Fundación Rockefeller), donde el antropólogo Franz Weidenreich, que había sucedido a Davidson Black a la muerte de este en 1934, estaba encargado de su custodia.
A principios de 1941, cuando se preveía que iba a estallar la guerra entre los Estados Unidos y el Japón, a los ciudadanos norteamericanos se les recomendaba que salieran de China. Esto planteaba a Weidenreich un problema, pues temía que, si intentaba llevarse consigo los fósiles, cayeran en manos de los japoneses, quienes ya para entonces dominaban todos los puertos chinos. Trató mejor de persuadir al embajador de los Estados Unidos de que los despachara por valija diplomática, pero el embajador se negó, basándose en que los fósiles eran propiedad de China y no podían sacarse sin permiso oficial. Weidenreich finalmente abandonó el país en abril y dejó los huesos en la caja fuerte del Laboratorio de Investigación Cenozoica en el Colegio Médico Unionista de Pekín.
A comienzos de noviembre Washington ordenó a los norteamericanos que aún quedaban en territorio chino, incluyendo el personal de la embajada y a los 204 hombres del destacamento de Infantería de Marina de China septentrional, que se trasladaran a Filipinas. Simultáneamente se recibió una solicitud de Chungking, entonces sede del gobierno chino, para que enviaran los huesos a los Estados Unidos por su seguridad.
Claire Tashdjian, leal secretaria de Weidenreich, los empacó cuidadosamente en dos cajas de pino, de 45 por 60 centímetros, construidas especialmente por el carpintero del Colegio. Estas cajas fueron cerradas con candado y se le confiaron al coronel William Ashurst, comandante de la Infantería de Marina, a quien se le dieron instrucciones para que tratara de pasarlas por las líneas japonesas. Aquel intento, sin embargo, fue tardío. Con el ataque a Pearl Harbor, los japoneses empezaron inmediatamente a ocupar los puestos avanzados norteamericanos de China, dos días antes de la fecha en que los infantes debían partir del puerto de Chinwangtao. Éstos fueron tomados prisioneros y enviados de regreso, con todo su equipaje, a sus cuarteles de Tientsin.
En alguna hora durante estos agitados movimientos, los huesos del hombre de Pekín desaparecieron, y su desaparición se convirtió en una masa confusa de contradicciones y conjeturas, al mismo tiempo que dio lugar a una frenética aunque inútil busca por obra de la policía secreta japonesa. A Claire Tashdjian, por ser ciudadana alemana, la dejaron en libertad después de un interrogatorio. El maltrato y la tortura de que fueron objeto los ciudadanos norteamericanos que todavía quedaban en el Colegio Unionista de Pekín no revelaron nada.
EL BAÚL PERDIDO
ASÍ ESTABAN las cosas después de la guerra cuando Weidenreich resolvió recuperar los fósiles. Después de su muerte, ocurrida en 1948, Shapiro, su amigo y colega, continuó la investigación.
Entre la China Roja y los Estados Unidos se había desatado un cambio de acusaciones acerca de quién tenía los huesos. En 1951 el Dr. W. C. Pei, antiguo miembro del personal del Colegio Médico Unionista de Pekín y para entonces convertido al comunismo chino, afirmó en un artículo que los fósiles habían llegado a los Estados Unidos, donde los habían escondido los "imperialistas". En respuesta a tales cargos, el coronel Ashurst, ya jubilado, declaró (en una entrevista para el Times de Nueva York) que probablemente los soldados japoneses habían encontrado los huesos y, creyéndolos sin valor, los tiraron a la basura. Ashurst murió en 1952.
El misterio tomó un nuevo giro en abril de 1971, cuando Shapiro se enteró, por un antiguo infante de marina estadounidense que prestó servicio en China del Norte, de que el Dr. William Foley, profesor en el Colegio Médico de la Universidad de Cornell, en Nueva York, quien sirvió como médico en la misma unidad que aquel, podría tener información importante acerca de los huesos. En efecto, Foley contó a Shapiro una historia emocionante.
Según él, en diciembre de 1941 el coronel Ashurst metió las cajas que contenían los fósiles en dos baúles militares y se los entregó a Foley, quien debía regresar a los Estados Unidos. Éste, a su llegada a Nueva York, tenía que entregar los baúles a Weidenreich.
El equipaje de Foley, listo para el embarque, constaba de 27 baúles y cajas, 25 de los cuales contenían sus efectos personales. Después de la rendición de la Infantería de Marina, según explicó Foley, todos los equipajes fueron llevados de nuevo a los cuarteles de Tientsin. Posteriormente, cuando los japoneses enviaron a los infantes de marina a campamentos de prisioneros, estos llevaron consigo un baúl que tenía el nombre de Ashurst. Este baúl lo consideraba el coronel de especial valor, declaró Foley, aun cuando el médico nunca vio lo que contenía.
Durante tres años, en que los oficiales de la Infantería de Marina fueron trasladados de uno a otro campo de prisioneros, Foley y Ashurst lograron impedir que aquel baúl cayera en manos japonesas. Luego, hacia el final de la guerra, los separaron y se les mandó a diferentes campamentos. Foley no volvió a saber del baúl. La FBI sometió a interrogatorio a todos los infantes de marina que habían estado en Tientsin, pero no se obtuvo ninguna nueva luz sobre el asunto.
CONTINÚA EL MISTERIO
LO MISMO que en una novela policiaca de Agatha Christie, la relación entre los personajes del rompecabezas del hombre de Pekín no se discierne con facilidad. Aunque Janus parece estar hoy tan lejos de su meta como lo ha estado siempre, por lo visto sigue resuelto a continuar la investigación. Ha aumentado a 150.000 dólares la recompensa que ofrece a cambio de alguna información que conduzca a encontrar y certificar los fósiles, y ha gastado más de 100.000 dólares en seguir falsas pistas por toda Asia. Y todavía son más los interrogantes que las respuestas obtenidas hasta ahora.
¿Tiene la misteriosa dama de negro la pieza que falta en el rompecabezas? ¿ Por qué no se ha vuelto a poner en contacto con Janus? ¿Por qué los chinos lo escogieron como su intermediario? ¿Y qué decir de los huesos mismos? Enterrados durante medio millón de años, expuestos a la luz durante menos de 20, continúan cautivando la imaginación de los hombres por su ausencia tan fuertemente como la cautivaron por su presencia.