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abril 22, 2012
CRONICAPor Olga FernándezUn mediodía de 1896, en la terraza de un edificio neoyorquino se filmó el primer beso cinematográfico. Como en esa época era inadmisible presentar una escena de amor al sol, a los socios de Thomas Alva Edison -inventor del kinetoscopio recién patentado- se les ocurrió simular la noche por una exigencia del reglamento de la censura de que el amor físico en la pantalla sólo se permitía a la luz de la luna y entre un juego de sombras que lo dotara de irrealidad.
La solución fue levantar una carpa negra con una luna de tisú en la cima, situar en el centro del set a May Irwin y John C. Rice -actores de teatro de reconocida fama- y enfocar durante cuatro segundos con la monumental cámara, los labios de la pareja unidos en un beso casto, si lo comparamos con los que actualmente se exhiben en la pantalla.El filme The May Irwin-John C. Rice Kiss de 165 metros y más tarde insertado en The widow Jones, un espectáculo de Broadway, pese a sus primitivos artificios técnicos, fue un escándalo que estremeció Nueva York. Como consecuencia, la censura decidió limitar el tiempo del beso ciematográfico a 2,15 segundos para calmar los ánimos de los espectadores más puritanos. Sin embargo, a partir del estreno de la irritante cinta, el beso se convirtió en un elemento esencial en los happy end del cine hollywoodense.LA QUIMICA DEL BESO
"El amor es, cada vez más, una pura cuestión química", sostiene Helen Fisher, autora del libro Anatomía del amor, una especie de best seller del tema. Por otra parte, recientes y controvertidas teorías científicas exponen la semejanza entre la pasión amorosa y la excitación lograda por ciertas anfetaminas. Algunos de estos investigadores subrayan que en la pareja de enamorados la simple mirada, el roce de los dedos o el olor característico de ambos provoca la secreción de feromonas, mensajeros químicos que actúan como estimulantes sexuales. En cuanto al beso, aseguran que agudiza al máximo las sensaciones, acelera el ritmo cardíaco a 150 latidos por minuto y produce una descarga de adrenalina sólo comparable al terror que antecede a la muerte súbita.
Como conclusión de dichas teorías, un grupo de autores sostiene que el beso de amor acorta la vida por esa liberación de la adrenalina acumulada en las glándulas suprarrenales y su consecuente incremento del ritmo cardíaco. En cambio, otros aseguran que esa aceleración del corazón procura más oxígeno al cuerpo, elimina toxinas, previene las enfermedades cerebrales y permite el óptimo funcionamiento de las neuronas.Sean ciertas o no tales teorías sobre la química del beso, ¿quién refuta el goce sublime de ese acto que introduce y sella el violento disturbio emocional que llaman amor?UN LADRON DE ALMAS
Según las estadísticas, sólo la mitad del planeta se besa en la boca durante el acto amoroso. Para muchos pueblos africanos este es un rito más de magia negra que implica perder el alma en la saliva y el aliento del otro. En opinión de los japoneses, la exploración exhaustiva de los labios en la pareja es primitiva y brutal, y para ciertos conglomerados asiáticos, el beso sensual consiste en frotarse las narices.
Aunque existe todo tipo de besos desde que el mundo es mundo, y los hay inolvidables como el de Blanca Nieves a los siete enanitos, el del apuesto príncipe a La Bella Durmiente, el que inmortalizó a Rodin en una escultura y el beso de la muerte que impuso Drácula en el cuello de las damas a las que transfería vida eterna, el beso en los labios fue cantado por los aedas griegos y, desde luego inmortalizado por el poeta latino Cátulo en el siglo I, en aquella estrofa a su imaginaria amada Lesbia en la que dice con cierta carga de erotismo: "¿Quién te besará?, Quién te morderá los labios?".Recientemente un seudo dermatólogo británico aseguró que, al besarse, la pareja intercambia ingredientes especiales de sustancias grasas que actúan como semioquímicos o señales de reconocimiento presentes en la mucosa bucal, y que de ese proceso bioquímico depende la continuidad de la relación amorosa.Si partiéramos de esa conclusión tendríamos que preguntarnos cuál es el elemento que consolida a tantas parejas asiáticas que no practican el beso en la boca; cuál el dispositivo erótico que determina su mutuo reconocimiento en el acto sexual.La única verdad incontrovertible, pese a los defensores y detractores del beso erótico, es que éste continúa siendo una fuente de inspiración de boleros, de poesías, de filmes imperecederos cómo Los amantes, de Louis Malle, estrenado en los años cincuenta, cuya gran escena de 22 minutos nada más sugiere mediante dos cuerpos horizontales en el lecho, unas manos enlazadas, un murmullo, unos suspiros en aumento y un largo beso, la comunión de dos seres humanos -ella occidental; él asiático- en un acto de amor.