¿RESTAÑARÁ HUNGRÍA SUS HERIDAS?
Publicado en
marzo 04, 2012

¿Podrán los nuevos gobernantes de Hungría, inexpertos en el ejercicio de la libertad, superar la desconfianza, el odio y la corrupción que quedaron en el país luego de más de 40 años de régimen comunista?
Por Kati Marton (Ella y su familia huyeron de Hungría después de la infructuosa revuelta de 1956. Kati tenía a la sazón sólo diez años de edad, pero los recuerdos de su niñez permanecen imborrables en su memoria. Desde entonces, como periodista estadunidense, ha regresado a Budapest en más de una ocasión. Reside en la Ciudad de Nueva York.)HACE UN AÑO, una enorme estrella roja remataba el Parlamento de Hungría. Hoy casi no quedan estrellas rojas en Budapest.
Recorro la ciudad dejándome subyugar por la belleza de su ruinosa arquitectura. Por primera vez desde que pueda recordar, veo grúas de construcción en el horizonte irregular. Una por una, las calles van recuperando los nombres que tenían antes de la guerra. El Boulevard Lenin se llama ahora Isabel, reina de Hungría y emperatriz de Austria en el siglo XIX. El policía que hace su ronda en una intersección muy transitada lleva en el uniforme una placa con su nombre, lo que representa una concesión a la exigencia popular de que las fuerzas del orden respondan de sus actos.JÓZSEF ANTALL, único primer ministro de Hungría elegido libremente en más de cuatro decenios, entra en su oficina con aire vagamente pensativo. Son las 9 de la mañana, y ya se le hizo tarde.El jefe del gobierno húngaro le causaría dolores de cabeza a cualquier director de relaciones públicas: a veces trae el pelo demasiado largo en la nuca, a menudo lleva el traje ajado y los calcetines ligeramente caídos, y tiene bolsas debajo de los ojos. Cansado pero con cierta aura de distinción, Antall ofrece un vívido contraste con los ensoberbecidos vividores del Partido Comunista que lo precedieron en este despacho. Su tez cenicienta y su mirada de fatiga incurable descartan la posibilidad de que alguna vez se convierta en el centro de un culto a la personalidad. Los húngaros parecen haber aceptado a este personaje más bien hosco como quien sienta cabeza en un sólido matrimonio, harto ya de los amoríos tempestuosos.Deliberadamente monótona, la voz de Antall tranquiliza, como la de un médico que atiende a un enfermo de estrés e hipertensión arterial. "A los extranjeros les cuesta mucho trabajo entender qué ha pasado aquí", me dice. "Siempre es difícil que un país entienda a otro, pero con más razón cuando ese otro país es Hungría, que tiene un lenguaje y una cultura peculiares."¡Estamos tan abrumados por el pasado!", exclama, suspirando, el Primer Ministro. "Después de los nazis llegaron los soviéticos y se llevaron aldeas enteras para someterlas a trabajos forzados. El diez por ciento de la población terminó en algún campo de concentración o en una prisión después de la guerra. Con razón ha surgido ahora tanta amargura".En Hungría, la ira aparece en el momento menos pensado. En una plática de sobremesa, al recordar su niñez a fines de los cuarentas, la productora de televisión Erika Tóth pregunta de pronto: "¿Por qué tuvieron que llevarse todo? ¿Por qué tuvimos que vivir mi madre y yo meses enteros en un pasillo con ratas, en espera de un apartamento después de que ellos nos arrebataron el nuestro?"Por la radio, casi a cualquier hora del día se escucha a la gente revivir la pesadilla. He aquí el hecho más espantoso que se ha dado a conocer hasta ahora: tras la revuelta de 1956, gran cantidad de muchachos y muchachas que habían participado en la rebelión —muchos de los cuales no eran aún adolescentes— fueron detenidos y encarcelados. Cuando estos niños cumplieron los 18 años, la edad mínima legal en Hungría para votar o para ser ejecutado, los enviaron al patíbulo.Un taxista de Budapest, único sobreviviente de una numerosa familia de campesinos, me refiere: "En 1959 fueron a quitarnos la granja. Cuando mi madre replicó que no nos moveríamos del lugar, le quemaron los pies descalzos con cigarrillos encendidos hasta que firmó un documento en que cedía todo el terreno. Ahora, me informan que la granja es mía otra vez, pero la tierra se ha convertido en polvo. Nuestras mazorcas medían lo que medio brazo. Debería usted ver los remedos de mazorcas que se han estado cosechando en la granja colectiva. Es necesario cuidar la tierra y nutrirla. ¿De qué me sirve ahora?"Dezsó Futó, fundador del Partido Independiente de Pequeños Propietarios, me cuenta que, a principios de los cincuentas, lo acusaron de ser espía y lo sentenciaron. Años después se enteró de que habían dado por sentado que mi padre, corresponsal cablegráfico de una agencia de noticias estadunidense, era su jefe en las actividades de espionaje. "Me vieron entregar un paquetito a tu padre en la ópera", me explica. "Era un regalo para tu abuela: una bolsita de semillas de alcaravea que, como todo en aquellos días, eran difíciles de conseguir". Futó pasó dos años en prisión para que mi abuela pudiera hornear pan de centeno.Junto con los recuerdos asfixiantes, un escepticismo tan tupido como la hiedra parece haber plagado el inconsciente colectivo. La desconfianza que se tienen los húngaros entre sí y la que sienten por sus gobernantes constituye uno de los problemas más graves de József Antall. En cierta ocasión, el periódico de su partido publicó una columna en que se preguntaba: "Para cambiar la ropa blanca, ¿acaso no se necesita primero ropa blanca limpia? ¿Queda algo limpio en este país? ¿Es posible estar limpio después de haber vivido aquí más de 40 años?"La falta de experiencia política de Antall es garantía de que nunca se ha puesto la máscara del colaboracionista. A sus 59 años, el ex historiador de la medicina tiene que compensar muchos años perdidos. Por haber participado durante la revolución de 1956 en el comité revolucionario de la escuela de enseñanza media donde daba clases, se le prohibió enseñar a los jóvenes, que es su verdadera pasión. Además, durante mucho tiempo no se le permitió publicar nada. Sin embargo, comprendiendo que nada es eterno, Antall aprovechó esos años para leer cuanto pudo encontrar sobre política. Al mismo tiempo, convirtió el Instituto Semmelweis de Budapest en uno de los mejores centros de historia de la medicina del mundo.Antall salió de su exilio interno hace apenas unos años, cuando empezaron a soplar los vientos de cambio y oportunidad. Se dirigió entonces al Foro Democrático Húngaro, coalición recién formada de reformistas centroderechistas, imbuidos del orgullo húngaro. Poco después el Foro eligió como líder a Antall intuyendo que el pueblo iba a responder bien a su figura impecable y confortadora.Pero este hombre limpio parece a veces estar atrapado en el fango del pasado, al igual que los demás. Cuando todo hacía creer que iban a perder las elecciones, algunos integrantes del Foro revivieron lemas nacionalistas y de un antisemitismo apenas disfrazado, que no se habían oído en público desde la ocupación comunista.Hungría tiene la población semita (80,000 judíos) más grande que existe entre el Rin y la frontera soviética. Inesperadamente surgieron incitadores de odios que garrapatearon la estrella de David en los carteles de la campaña política de la Alianza de Demócratas Libres, partido de ex disidentes jóvenes, algunos de los cuales eran judíos. Como líder del Foro, Antall habría podido detener la súbita caída en el antisemitismo, pero no lo hizo.Sabe muy bien que, para la opinión pública, él cerró los ojos a tales tácticas. Con todo, su padre fue uno de esos húngaros que no sólo se resistieron al llamado de los fanáticos durante el periodo nazi, sino que tuvieron el heroísmo de alojar a cientos de judíos y a otras personas que huían del Tercer Reich. "El día en que la Gestapo llegó por mi padre, yo abrí la puerta", recuerda Antall en tono airado. "Ellos amenazaron con llevarnos a mí (que entonces tenía 13 años) y a mi padre si él no dejaba de ayudar a los judíos. Sería monstruoso —y Antall casi escupe esta palabra— que en los últimos años del siglo XX se juzgara a alguien según el criterio de si es o no es judío".En efecto, la gente parece sentir repulsión por cualquier indicio de fanatismo. El dramaturgo populista István Csurka, uno de los fundadores del partido de Antall y el siniestro espíritu promotor de la intolerancia durante la campaña, sufrió una aplastante derrota en las elecciones (aunque después se le concedió un escaño como diputado de representación proporcional de su partido). Cuando un ex miembro del Partido Comunista intentó revivir su carrera política fundando un partido fascista, y pintó algunos árboles y paredes con un número telefónico al que se podía llamar para solicitar mayores informes, e incluso lo divulgó por breve tiempo en las pantallas de televisión, nadie respondió.Alajos Dornbach, vicepresidente del Parlamento, explica: "En los cincuentas, mi padre perdió su empleo de maestro rural por enseñar a sus alumnos canciones populares patrióticas. Nos pasamos 40 años reprimiendo nuestros sentimientos nacionalistas; ahora nada puede frenarlos. Pero no hay mucho apoyo para el antisemitismo. Son los ancianos, principalmente, quienes no logran recuperarse de esa enfermedad, pero ya se están muriendo".Antes de las elecciones, como director de la Sección Jurídica del Comité de Justicia Histórica, Alajos Dornbach se encargó de cerrar oficialmente los libros sobre el pasado. Abogado cincuentón de voz suave, parece demasiado bondadoso para enfrentarse a los cientos de miles de casos de injusticias políticas cometidas durante casi medio siglo. Dornbach creó las bases de la legislación que declaró nulas todas las sentencias jurídicas posteriores a 1945. De un solo plumazo se borraron de los libros todos los años de falsedad. "No hay ni un antecedente de esto en la historia del derecho", señala con legítimo orgullo.Una cosa son las leyes; pero, ¿qué hacer con aquellos hombres que llamaban a las puertas a la medianoche, con esposas y órdenes de arresto en los bolsillos, o con los que a golpes arrancaban confesiones a personas exhaustas? Y, sobre todo, ¿cómo se procederá con los jueces que presidían tribunales espurios? ¿Y qué decir de los eficientes engranes que hicieron girar la rueda del totalitarismo?Dornbach sonríe tristemente. "Si saliéramos a buscar a todos y cada uno de esos hombres, se desataría una guerra civil", declara. "Eso movería a las personas a denunciarse unas a otras, igual que antes". Sacude la cabeza y agrega: "Tenemos que identificar a los responsables de los crímenes más graves; a los jueces que dictaron sentencias después de la revolución, por ejemplo. En cuanto a los peces pequeños..., también tenemos que esperar a que se mueran".Sin embargo, en opinión de Dornbach, no son las vidas maltratadas y desperdiciadas la herencia más corrosiva del régimen comunista, sino "la bancarrota moral de nuestro pueblo. Cuando era yo niño, si en la aldea se sorprendía a un funcionario falsificando la contabilidad, se le expulsaba del poblado. En el régimen comunista, si no falsificaba, se colegía que era un tonto". Los atropellos de cualquier clase no sólo se toleraban, sino que se consideraban una señal de valor en un sistema que no ofrecía sino promesas huecas a cambio de trabajo arduo.Tal amoralidad ya es casi subconsciente. Una amiga mía se encontró con una franja roja pintada por vándalos en la portezuela de su auto, que había dejado toda la noche en la calle. Llamó a la compañía aseguradora y describió el daño. "La franja no es lo bastante ancha para que le paguemos. ¿Por qué no la pinta usted más ancha?", sugirió el agente sin empacho alguno. Y así lo hizo ella, ese mismo día.A pesar de todo, Dornbach está convencido de que el país puede curarse de esto, y considera que el cáncer del antisemitismo y el del nacionalismo exagerado pueden erradicarse. "Sólo necesitamos un poco más de tiempo", concluye.VEO A ANTALL y a los integrantes del Parlamento ocupar sus asientos. Entre una sesión y otra, Antall atiende asuntos en los corredores. Parece hallarse en su elemento. Se mueve con discreción y con aplomo entre grupos de políticos recién elegidos. En voz baja, firme y tranquilizadora, da la impresión de que tiene algo que decir a todos. No obstante, aun aquí, sonríe poco. Cuando lo hace, su rostro se transforma. Le digo que debería sonreír más. "Todavía no", me responde, sacudiendo la cabeza y volviendo a fruncir el entrecejo.
Lo único que se necesita es un poco más de tiempo. Tiempo para limpiar la atmósfera de tantos contaminantes; tiempo para raspar la suciedad acumulada durante tantos años en los edificios ruinosos y en el ánimo de todos los ciudadanos.Según Antall, harán falta de tres a cinco años para transformar a la nación en una democracia de libre mercado. Pero añade que esto no se logrará sin una infusión continua de capital occidental. Hasta ahora, las inversiones han llegado con cuentagotas. "Primero debe existir la certeza de que somos un lugar seguro para invertir. ¡Ya lo verán!"Falta mucho por hacer si el país desea convertirse en miembro sin reservas de la Comunidad Europea. La moribunda industria pesada deberá cerrarse, y se tendrá que liquidar a miles de trabajadores. Los precios, ya altos, subirán más. No obstante, más de 40 años de régimen policiaco no han privado a esta tierra de su recurso más importante: un pueblo resistente y apto.Y ya han desaparecido las mentiras, al igual que el miedo. Los nuevos dirigentes, Antall, Dornbach y otros —estudiosos y sobrios, modestos en sus promesas— representan la imagen de los propios húngaros. El pueblo finalmente se ha quitado la máscara para revelar su verdadero rostro. La nación está recuperando poco a poco su dignidad, mientras se ve avanzar hacia una democracia en pleno impulso.