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marzo 25, 2012
Hay algo mágico entre un muchacho y su admirada estrella
Por Andy Strasberg (director comercial del equipo de beisbol los Padres de San Diego)CRECÍ a la sombra del Estadio de los Yanquis de Nueva York, y desde niño me enamoré del beisbol.
Cuando Roger Maris llegó de los Atléticos de Kansas City para jugar en el equipo de los Yanquis, en 1960, yo tenía 11 años. Aquel mes de agosto sufrí quemaduras en un incendio, así que estuve incapacitado durante un tiempo y pude seguir más de cerca los resultados del beisbol. Recuerdo bien el encabezado de periódico que decía: Roger Maris "rejuvenece" a los Yanquis. Jamás había oído esta palabra, pero me hizo pensar que aquel Roger Maris era alguien especial.En efecto, me parecía especial el modo en que balanceaba el bate, su manera de jugar en el jardín derecho, su apariencia... Yo tenía un ídolo.Casi siempre me sentaba en la sección 31, hilera 162-A, asiento 1, en el Estadio de los Yanquis. Frente al jardín derecho. Llegaba al estadio dos horas antes de que abrieran las puertas. Veía a Roger estacionar su auto, lo saludaba y le decía que yo era su ferviente admirador. Tiempo después empezó a notar mi presencia. Un día, me lanzó una pelota durante la práctica de bateo, y yo me quedé tan asombrado que no pude levantar los brazos. Alguien recogió la pelota. Entonces, Roger habló con su compañero de equipo Phil Linz, quien se acercó a mí, sacó una pelota del bolsillo trasero y me dijo: "Tiende la mano. Te la envía Roger Maris".Después, mis amigos no dejaban de importunarme: "¿Por qué no le pides uno de los bates con los que ha pegado jonrones?" Por último, un día que Roger estaba de pie junto a la valla del campo, le hice la petición. Me contestó "¡Por supuesto! El primero que rompa".Aquello ocurrió en 1965. Los Yanquis andaban de gira por California, y yo estaba escuchando el partido contra los Serafines por radio, ya entrada la noche, en la cama y con las luces apagadas. Y Roger rompió un bate. A la mañana siguiente, un amigo de secundaria me llamó:—¿Oíste que Roger rompió el bate? ¡Ese será tu bate!—Ya veremos —contesté.Y cuando el equipo regresó a nuestra ciudad, mi amigo y yo fuimos al estadio, y durante la práctica de bateo, Roger vino derecho hacia mí y me dijo:—Tengo el bate que te prometí.—¡Qué maravilla! ¡Cómo se lo agradezco! —respondí.Antes del partido fui a la caseta de los Yanquis. Avancé hasta el enorme policía apostado allí y le pedí encarecidamente:—Se lo ruego; compréndame, ¡por favor, compréndame! Roger Maris me dijo que viniera aquí a recoger un bate; es importantísimo; no es mentira; déjeme pasar.—Bueno —repuso—. Quédate allí.Aquel hombre sabía que estaba yo diciéndole la verdad.Aguardé en el área de los palcos, a la izquierda de la caseta, paseándome de un lado al otro. Entonces, poco antes de iniciarse el juego, no pude resistirlo más. Me colgué de la valla y miré hacia abajo, por la mal iluminada rampa que da a los vestídores, esperando que apareciera Roger. Cuando lo vi avanzar por el pasillo con un bate en la mano, me emocioné tanto, que estuve a punto de caer. No sé qué pensaría él al ver a un muchacho colgado de cabeza; pero el momento en que me entregó el bate fue una de las vivencias culminantes de mi corta vida.Llevé el bate a casa, y mis amigos me sugirieron: "¿Por qué no le pides ahora una de las pelotas que bateó de jonrón?”Se la pedí a Roger, quien me dijo: "Tendrás que atrapar una, porque no tengo esas pelotas".Transfirieron a Maris a los Cardenales de San Luis el 8 de diciembre de 1966; fue un día verdaderamente aciago para mí.Aquel año me fui a estudiar a la Universidad de Akron, en Ohio. Mi compañero de cuarto tenía una fotografía de Raquel Welch fijada en la pared. Yo tenía una foto de Roger Maris.Todos sabían que yo era un fanático de Maris. Mis amigos me decían: "Tú presumes de conocer a Roger Maris; vamos a ver si es cierto". Así pues, seis de nosotros viajamos durante dos horas y media hasta Pittsburgh, para ver a los Cardenales jugar contra los Piratas. Era el 9 de mayo de 1967. Llegamos al Forbes Field dos horas antes del partido, y allí estaba el número 9 rojo. Era la primera vez que veía a Roger Maris fuera del Estadio de los Yanquis, y temí que no me reconociera en aquel lugar. Me sentía muy nervioso y emocionadísimo, porque iban mis cinco amigos conmigo. Me acerqué a la valla y grité con voz temblorosa:—¡Ah! ¡Rog... Roger!Él se volvió y exclamó:—¡Andy Strasberg! ¿Qué diablos andas haciendo en Pittsburgh?Hasta entonces no sabía yo que él conocía mi nombre.—Verás, Rog, estos amigos míos querían conocerte, y yo sólo quería saludarte.Los cinco desfilaron y le estrecharon la mano, casi sin poder creerlo. Deseé buena suerte a Roger, y él me dijo:—Espera un momento: voy a darte un autógrafo en una pelota de la Liga Nacional.Se metió a la caseta, sacó una pelota y la firmó. Yo me la guardé en el bolsillo, y en ese mumento no me habría cambiado por nadie.En 1968 fui en avión hasta San Luis para ver el último partido de Roger de temporada normal. Fue penoso para mí, pues sabía que mi niñez tocaba a su fin. Me emocionó mucho presenciar la ceremonia que se celebró al acabar el juego. Yo estaba sentado detrás de la caseta, y Roger debió de verme, porque después asomó la cabeza y me guiñó el ojo. Aquello me llegó al corazón. El periódico The Sporting New me entrevistó cuando se supo que yo había hecho el viaje desde Nueva York expresamente para ver aquel partido. El reportero le preguntó a Maris por mí, y Roger declaró: "Andy Strasberg fue probablemente mi fanático más fiel".Empezamos a intercambiar tarjetas de Navidad, y nuestra amistad se reafirmó. Me gradué en la universidad y recorrí el país, buscando un empleo en el beisbol. Cuando me contrataron los Padres de San Diego, Roger me envió un amable mensaje de felicitación.Me casé en 1976, ante el "home" del Estadio Jack Murphy, en San Diego. Roger y su esposa, Pat, nos enviaron un regalo de bodas y hablamos con ellos por teléfono una o dos veces al año.Cuando Roger falleció de cáncer linfático, en diciembre de 1985, yo asistí a sus funerales, en Fargo, Dakota del Norte. Después de la ceremonia me acerqué a Pat y le di mi sentido pésame. Ella me abrazó, y luego se volvió hacia sus seis hijos: "Les presento a alguien muy especial, muchachos: Andy Strasberg".Y Roger Maris, hijo, comentó: "Tú eres el admirador número uno de Papá".Se crea una relación singular entre los fanáticos —especialmente cuando son niños— y sus ídolos, relación que llega a ser casi mística. Como aquella vez, en 1967, en que mis cinco condiscípulos y yo fuimos a ver a Roger. El recuerdo es muy real aun hoy; pero entonces me parecía un sueño.En cuestiones de beisbol, yo soy supersticioso. Aquel día me senté en la hilera 9, en el asiento 9, frente al jardín derecho. En la sexta entrada, Roger cogió el bate y, momentos después, conectó un trallazo.Todos nosotros —mis amigos y yo— reaccionamos al instante. Por el contundente y claro sonido del bate pudo saberse que aquel era un jonrón, y vimos la pelota volar en un arco creciente, como disparada por un cañón. Cuando estaba en lo más alto, de pronto advertimos que venía en nuestra dirección. Todos nos pusimos de pie de un salto, gritando, buscando la mejor posición. Pero yo lo vi todo como en cámara lenta: la pelota venía hacia mí como un pájaro a punto de posarse en una rama que hubiera escogido. Me estiré más que los demás y la bola vino a dar precisamente a mis manos.Fue lo más asombroso que me haya ocurrido en la vida. Aquel era el primer jonrón de Roger en la Liga Nacional, y yo había atrapado la pelota. Las lágrimas corrían por mis mejillas. Roger acudió corriendo al terminar la entrada, y exclamó:—¡No puedo creerlo!—¿No puedes creerlo? ¡Pues yo tampoco! —repliqué.Las posibilidades de que el número 9 dispare un jonrón y envíe la pelota a la hilera 9 y al asiento 9, frente al jardín derecho, un 9, de mayo, el único día en que yo asistí a ese diamante de beisbol, son casi infinitamente remotas. Pero aún conservo esa pelota, con la firma de Roger. Sólo puedo explicarlo diciendo que fue algo mágico: algo que únicamente ocurre entre un fanático y su ídolo. ¡Algo maravilloso!CONDENSADO DEL LIBRO "BASEBALL LIVES", POR MIKE BRYAN, © 1989 POR MIKE BRYAN, PUBLICADO POR PANTHEON BOOKS, DIVISION DE RANDOM HOUSE, INC., DE NUEVA YORK, NUEVA YORK. PARTE DE ESTE MATERIAL TAMBIEN APARECIO EN "SPORTS ILLUSTRATED" (24-IV-1989). FOTO: © JIM COIT/BLACK STAR