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marzo 25, 2012
Cap Parlier visita a Anatoly Grishchenko (izquierda) en el hospitalCuando se necesitaron los servicios de pilotos de helicópteros que ayudaran a combatir contra la pesadilla nuclear de Chernobyl, la Unión Soviética recurrió a hombres como Anatoly Grihchenko, avezado piloto de pruebas. A pesar de los peligros que ello implicaba, Anatoly no dio la espalda a su deber ni a su bienamada Ucrania. Pero le costó demasiado caro. Poco después de terminar su segunda misión a ese humeante sitio, regresó a casa para librar una batalla personal; una batalla contra la radiación, la silenciosa asesina.
Desatendido al principio por su propio gobierno, Anatoly recibió ayuda de un inesperado aliado: Cap Parlier, un ex infante de Marina y veterano de Vietnam que trabajaba para la industria de la defensa de Estados Unidos. Luchando hombro con hombro contra un enemigo común, ambos se enfrentaron resueltamente a la pavorosa enfermedad que padecía Anatoly.
Por John Pekkanen
Foto: © Apiwide World; Ilustración: Gary MeyerEL 10 DE MAYO DE 1986, los timbrazos del teléfono sacaron del profundo sueño a Anatoly Grishchenko. Este alzó el auricular y reconoció la voz de su jefe de vuelos. Que lo llamara el jefe en la mitad de la noche era algo del todo inusitado, en especial porque Anatoly se hallaba de vacaciones. Él y Galina, su esposa, estaban a punto de partir para descansar unos cuantos días en un balneario.
El jefe de vuelos comunicó a Anatoly que debía cancelar sus planes, pues iban a enviarlo a una misión especial. Se le ordenaba presentarse en Kiev, para integrarse después al equipo de rescate en Chernobyl, a unos 100 kilómetros de la capital de Ucrania.Alto, corpulento, de ojos de color azul claro y presencia apacible pero imponente, Anatoly sabía bien por qué se le necesitaba con tanta urgencia en la central de energía nuclear de Chernobyl. Dos semanas antes, el 26 de abril, una serie de errores y cálculos inexactos en el mal diseñado reactor número 4 habían provocado una pesadilla atómica: la fusión del núcleo del reactor.Las explosiones provenientes de una incontrolada reacción nuclear rompieron la plancha de envoltura de 4000 toneladas, fabricada de acero y hormigón, generando temperaturas de más da 1980° C. en el núcleo del reactor. Sin la estructura de contención que generalmente tienen las instalaciones nucleares de Occidente, el combustible y los escombros radiactivos volaron por los aires y cayeron sobre la zona circundante como si fueran fragmentos de metralla.A las partículas radiactivas que salieron como una especie de nube volcánica les siguió una corriente de gases que emanó de la masa fundida del núcleo. En menos de una semana, los letales gases y desechos ya se habían dispersado por la atmósfera de la mayor parte de Europa. Chernobyl era el peor accidente nuclear de la historia.El gobierno soviético impuso durante diez días un silencio casi total sobre las noticias del desastre. Tan sólo emitió breves declaraciones públicas en las que se hablaba de la fusión del núcleo como de un incidente de poca importancia. Anatoly oyó por primera vez detalles inquietantes del percance en el Instituto de Investigación Aeronáutica, donde trabajaba como piloto de pruebas de helicópteros.En esos momentos, los medios de información soviéticos reconocían que muchas personas habían muerto en lo que llamaban "la batalla de Chernobyl"; pero insinuaban que esa batalla se había ganado. Al colgar el teléfono, Anatoly comprendió que esos informes eran falsos.—¿De qué se trata, Tolya? —le preguntó Galina, alarmada por lo que había alcanzado a oír.Anatoly nunca hablaba de sus vuelos, consciente de que Galina se preocupaba mucho por él; pero esta vez no pudo ocultarle la verdad.—Debo ir a Chernobyl.Un temor instintivo estremeció a Galina de pies a cabeza.—¡Por favor, no vayas, Tolya! —le suplicó.Anatoly sabía perfectamente a qué peligro iba a enfrentarse en Chernobyl, pero le era inconcebible negarse a cumplir una misión peligrosa, sobre todo cuando concernía a su patria y a su bienamada Ucrania, la república soviética en que se había criado.Se sentó en el lecho junto a Galina, y le tomó la mano.—Si no voy yo —replicó—, alguien más tendrá que hacerlo.Anatoly salió esa misma mañana de su casa, en Zhukovsky, y tomó un vuelo a Kiev. Lo acompañaba su mejor amigo, Gourgen Karapetian, también piloto de pruebas, al que habían convocado mediante otro telefonema de urgencia a altas horas de la noche.PELIGRO INVISIBLE
EL CIELO AZUL y despejado resplandecía. El helicóptero que pilotaban Anatoly y Gourgen se bamboleaba suavemente en los vientos cruzados, mientras ellos contemplaban el bucólico paisaje de la primavera ucraniana que se les ofrecía a sus pies. Antes de la Revolución Rusa de 1917, se cultivaba allí trigo suficiente para alimentar a casi toda Rusia y a gran parte de Europa. Aunque el sistema de granjas colectivas había disminuido su productividad, Ucrania seguía siendo el granero de la Unión Soviética.
Empezaba mayo. Los trigales sembrados en el invierno formaban exuberantes alfombras verdes. Gigantescos almiares se alzaban junto a los campos rayados de surcos, y los manzanares ya estaban en flor. Unos bosquecillos de abetos rojos y abedules blancos con renuevos formaban un dosel para las bayas y setas que habían dado fama a esta región.Pronto el helicóptero sobrevoló comarcas que le eran familiares a Anatoly, y este reconoció la aldea de Bazar, que fue su hogar y que se situaba a unos 65 kilómetros del lugar del desastre. Su familia no vivía allí desde hacía muchos años, pero él seguía teniendo un gran cariño al terruño. Como en otras aldeas que observaron los pilotos, nadie transitaba por las calles ni trabajaba en los sembradíos. Decenas de miles de personas habían huido del enemigo invisible e intangible. En ese momento Anatoly comprendió cuán terrible había sido el accidente en el reactor número 4. Su corazón se llenó de rabia y tristeza."Esto es una perla de la naturaleza", se lamentó Anatoly con Gourgen, "¡ y la hemos perdido!"Nada habría podido prepararlos para el siniestro espectáculo del primer vuelo de reconocimiento a la central de energía de Chernobyl. Volando a unos 450 metros de altitud, Anatoly vio el humo que subía de las ruinas del reactor nuclear. El calor y la fuerza de la explosión habían retorcido las vigas de acero. Como rocas, los trozos de grafito radiactivo cubrían el suelo y los techos de los edificios cercanos.En un bosque contiguo se había abierto una enorme cicatriz ovalada, por los abetos ennegrecidos por el calor y el polvo radiactivos. No tardarían mucho en morir todos los árboles. Sin embargo, el averiado reactor seguía emitiendo diariamente miles de curios* de radiación letal.Muchos de los que en esos momentos trabajaban en Chernobyl y en los alrededores parecían ignorar el peligro. Jóvenes soldados, parte de los miles de personas que intervendrían en la limpieza, recogían sin guantes las rocas de grafito radiactivo. Otros trabajaban con muy poco equipo protector. Varios soldados se asoleaban en un tanque, a menos de 500 metros del reactor en llamas. Ambos pilotos se preguntaron qué les habrían dicho —o qué no les habrían dicho— a esos jóvenes soldados para que estuvieran tan indiferentes a los peligros de la radiación.*El curio es la unidad de radiactividad, expresada como la cantidad de sustancia radiactiva en la que se producen 37,000 millones de desintegraciones por segundo.Anatoly y Gourgen sabían que también ellos corrían peligro, pero era imposible evaluarlo. Se sentían seguros en la base de Kiev, a la que pertenecían, pues ignoraban que había sufrido el intenso azote de la lluvia radiactiva.Los oficiales que estaban al mando en el sitio del desastre les habían dicho a los pilotos que en el piso de las cabinas de sus helicópteros se había instalado un escudo de plomo que los protegería de la radiación cuando volaran cerca del reactor. Los pilotos por lo general no usaban máscaras de oxígeno, y los overoles de algodón que les daban no les servían de nada. Tampoco había monitoreo médico para detectar alteraciones de las células sanguíneas, uno de los medios para rastrear los efectos de la radiación. Anatoly creía que podía confiar en el monitor de radiación de bolsillo que llevaba puesto.Y creía también en otra forma de protección: durante 25 años había usado una pequeña piedra amarilla, prendida a una cadena de plata. Estaba convencido de que ese amuleto, que le había regalado Galina antes de que se casaran, le había salvado la vida en muchas ocasiones, y esperaba que esta vez también surtiera efecto.No obstante, desde el primer día Anatoly tuvo el fuerte presentimiento de que la buena suerte no iba a bastar en ese trance. Por la noche, al volar de regreso a la basede Kiev, Gourgen le dio un codazo. "¡Mira eso!", exclamó, señalando hacia atrás. Anatoly volvió la mirada hacia el reactor, y observó que una columna de luz azul fluorescente se elevaba a gran altura en la atmósfera.Anatoly y Gourgen supieron posteriormente que la luz fantasmal la habían originado los gases radiactivos presentes en la atmósfera por la que habían volado todo ese día.Esa noche, la televisión de Moscú informó que ya se había conjurado el peligro por el accidente de Chernobyl.LA MISION
INMEDIATAMENTE después de ocurrir la fusión del núcleo, unos pilotos militares habían sobrevolado muchas veces el reactor para vaciar toneladas de arena, arcilla y otros materiales a fin de enterrar la masa fundida. Pero la radiación seguía emanando del reactor número 4, por lo cual se diseñó una nueva estrategia: sellar el reactor dentro de una tumba de concreto. Este nuevo plan exigía las destrezas de Anatoly y de Gourgen.
Pidieron a los dos pilotos que examinaran y midieran bien el reactor. Sabían que debían planear cuidadosamente sus vuelos de inspección; de no hacerlo así, sobrevolarían la "zona caliente" mucho más tiempo del que deseaban pasar ahí. Durante un ensayo, volaron a varios cientos de metros del reactor. Pensaban estudiar con equipo óptico especial la despedazada estructura de la central nuclear y hacer las mediciones necesarias.Estas debían ser absolutamente precisas, así que en el vuelo siguiente no tuvieron más remedio que volar directamente sobre el reactor. Cuando se acercaron, el humo se volvió más espeso y fuertes vientos de convección azotaron al gigantesco helicóptero. Las puntas de las aspas se acercaron peligrosamente a una chimenea de ventilación a sólo 25 metros del averiado reactor, pero los hombres mantuvieron el helicóptero firme sobre el núcleo fundido. Hicieron su trabajo lo más rápidamente posible, y luego viraron bruscamente para alejarse de la zona caliente.Aunque en Chernobyl escaseaban los dosímetros, instrumentos para medir la radiación, los pilotos encontraron uno de estos aparatos y se lo llevaron en un vuelo de reconocimiento. Anatoly se sobresaltó con la lectura que obtuvo en la cabina: 300 roentgens por hora, más de 300,000 veces superior a la normal. Cuando volvieron a la base, otro piloto les informó que el nivel de radiación en el exterior era casi el mismo.Consternado, Anatoly comprendió que el escudo de plomo del helicóptero casi no proporcionaba ninguna protección. Estaba seguro de que él y otros muchos estaban exponiéndose a dosis de radiactividad muy peligrosas. No obstante, siguió con su trabajo. Anatoly y Gourgen entraron a la zona de 30 kilómetros casi cada tercer día, y Anatoly voló directamente sobre el reactor en cuatro ocasiones más. A fines del mes, aliviados de que hubiera terminado su misión, los dos hombres regresaron a Moscú.
LA SEGUNDA DOSIS
ERA DE ESPERARSE que, cuando la Unión Soviética necesitara al mejor de sus pilotos, recurriera a Anatoly Grishchenko, quien desde hacía mucho se había ganado su eminente posición. Como piloto de pruebas, había pilotado en los últimos 20 años los más nuevos prototipos experimentales de helicópteros, forzando siempre al aparato hasta el límite de su capacidad y, a veces, más. Coquetear con el peligro era parte de su trabajo. A sus 48 años era el único sobreviviente de su grupo original de pilotos de pruebas, el cual había constado de cuatro integrantes.
Anatoly nació en Leningrado en 1937, y se mudó con su familia a Bazar cuando era todavía un bebé. Su padre, médico militar, sirvió en el frente. La familia no sufrió maltrato durante la ocupación de Ucrania por los nazis, y Anatoly disfrutó de una infancia relativamente feliz.Un día de fines del verano, Anatoly, entonces de seis años, se fue a la escuela con sus compañeros de juegos, todos mayores que él. En aquella época la edad mínima para ingresar en la escuela era de ocho años. Hasta que regresó a casa con el pelo casi al rape —tradición entre los escolares soviéticos—, su madre no supo en dónde había estado. La señora fue a ver a la maestra para explicarle que Anatoly sólo tenía seis años."Pero debe quedarse", replicó la profesora, "porque es mi mejor alumno".A lo largo de los años siguió siendo un estudiante modelo, y a los 16 inició los estudios de ingeniería en el Instituto de Aviación de Moscú. Allí conoció a Gourgen Karapetian, un armenio bajo, fornido y de pelo rizado. Como ambos soñaban con volar, ingresaron en el club de aviación del instituto, donde pilotaban monomotores en el cielo de los alrededores de Moscú.Anatoly y Gourgen hicieron juntos sus primeros saltos en paracaídas en ese club. Poco faltó para que el primer salto fuera el último de Anatoly, pues no se desplegó su paracaídas principal. Alguien de su grupo había dicho que, si esto pasaba, no había nada que hacer. Anatoly se precipitaba hacia tierra creyendo que su vida estaba a punto de terminar; mientras, la gente le gritaba frenéticamente y le señalaba con ademanes que tirara del cordón del paracaídas de urgencia. Por fin tiró del cordón, que desplegó el paracaídas y le permitió tocar tierra sano y salvo.Antes de retirarse, Anatoly, normalmente reservado, se plantó frente a aquel hombre y le gritó una sarta de insultos. Gourgen, que respetaba la sangre fría de Anatoly en las peores circunstancias, advirtió que su joven amigo también sabía ser rudo. Después le dijo, sonriendo: "¡Le soltaste varias palabritas que yo jamás había oído!"Ambos se graduaron en el Instituto de Aviación de Moscú con el insaciable anhelo de seguir volando. Gourgen entró a la Oficina de Diseños Mil, que era una de las principales empresas fabricantes de helicópteros de la Unión Soviética, y queda cerca del Instituto de Investigación Aeronáutica, donde Anatoly inició su carrera.En 1961, Anatoly atrajo la atención de Galina Nikolaevna, una secretaria de 19 años muy bonita, de ojos avellanados y pelo castaño, que trabajaba en el instituto. A Galina le hacían mucha gracia los comentarios jocosos de Anatoly. Desde pequeño, él tenía la costumbre de dialogar en voz alta consigo mismo y, cuando Galina le preguntó el porqué, Anatoly replicó: "Para conversar con alguien inteligente".Se casaron en 1963 y se mudaron a un apartamento de tres recámaras en Zhukovsky; para lo que se acostumbraba en la URSS, era una morada espaciosa. En 1964 nació Boris, su primer hijo, y el segundo, Ilya, en 1972.Anatoly y Gourgen siguieron cultivando su estrecha amistad. Hablaban de los problemas que afrontaban en los vuelos de prueba. Su destreza obtuvo reconocimiento oficial cuando el gobierno soviético los nombró a ambos "pilotos de pruebas eméritos". Las familias de ambos fueron intimando cada vez más, y con frecuencia pasaban juntas las vacaciones de verano en una cabaña situada a orillas de un lago, en las afueras de Moscú.SINTIENDO LOS EFECTOS
A SU REGRESO a Chernobyl, Gourgen comentó que a veces se sentía indispuesto; en cambio, Anatoly se consideraba afortunado por no sufrir los efectos adversos de aquella aventura. Pensando que ya había pasado lo peor, ninguno de los dos se sometió a un reconocimiento médico exhaustivo.
Sin embargo, a mediados de agosto, el jefe de Anatoly le dio una mala noticia: se le necesitaba por segunda vez en Chernobyl. Anatoly sabía que esto lo haría llegar al límite de su tolerancia a la radiación, pero tampoco entonces rechazó la misión.A Gourgen lo habían asignado a otro sitio, por lo que esta vez Anatoly tuvo como compañero a otro viejo amigo suyo, Arkady Makarov. Su tarea consistía ahora en llevar a un sitio determinado, cerca del reactor de Chernobyl, las secciones (de 15 toneladas) de un colosal sistema de ventilación. Con una gruesa cuerda de 75 metros de longitud sujeta a los helicópteros Mi-26, Anatoly y Arkady depositaron en su sitio la difícil carga, lo cual implicó tener que hacer varios vuelos cerca del reactor, que aún era peligroso. Pero no terminó allí la misión: Anatoly pasó todo un mes en la zona de Chernobyl, y por lo menos tres veces más voló directamente sobre el reactor. Escribió en su diario: "He realizado más vuelos peligrosos a Chernobyl que todos los que realicé durante 20 años como piloto de pruebas".A mediados de septiembre, la lucha por sepultar el reactor de Chernobyl llegaba a su fin. Anatoly anhelaba ya volver al seno de su familia. No sabía que apenas empezaba su propia batalla de Chernobyl.El viernes 19 de septiembre de 1986, Anatoly se preparó para presentar un examen en el Instituto de Investigación Aeronáutica. Pero lo mandaron llamar al consultorio del médico de los aviadores. Se le informó que era tiempo de practicarle un reconocimiento.Como siempre, Anatoly parecía estar en excelente condición física. No fumaba, rara vez bebía, y conservaba su complexión atlética. El médico le aplicó algunas pruebas y le extrajo sangre. Anatoly no se había sentido bien el fin de semana anterior, pero lo había achacado a la fatiga.Al siguiente lunes volvieron a citarlo al consultorio. "Hemos detectado un problema en su análisis de sangre", le comunicó el facultativo. "Hay que repetirlo".Los análisis del lunes salieron peores que los del viernes. Era demasiado bajo, al grado de ser preocupante, el número de leucocitos o glóbulos blancos, los cuales se generan en la médula ósea y desempeñan un papel vital en la defensa inmunitaria del organismo. La función de la médula ósea puede trastornarse por alguna enfermedad, o por algún agente externo, como la radiación. A menudo, este problema es pasajero; pero en ciertos casos se vuelve crónico, y hasta mortal.Pronto Anatoly empezó a padecer náusea, diarrea y un poco de tos; pero no pensó que sus síntomas y su biometría hemática fueran inusitados. Todos los pilotos que conocía y que habían volado en Chernobyl habían tenido malestares. Antes bien, creyó que sus trastornos desaparecerían en poco tiempo.Galina comenzó a preocuparse en verdad cuando se le enrojecieron los ojos a su esposo y se quedó afónico. El tercer análisis de sangre reveló que su cuenta leucocitaria había descendido a 2800, muy inferior a la cifra normal, de más de 5000.Internaron al piloto en el hospital de la aviación, en Zhukovsky. Sus leucocitos disminuyeron rápidamente a 2000; por tanto, los médicos lo trasladaron al Hospital Número 6 del área de Moscú, que era más grande. Se le diagnosticó leucopenia, que designa la disminución del número de leucocitos. Anotaron en su historia clínica que el origen de la afección era "desconocido"."Nunca estuve enfermo antes de ir a Chernobyl", insistió Anatoly. "Esa seguramente es la causa de mi enfermedad".Un especialista reflexionó sobre el razonamiento de Anatoly, y le aseguró que aquello no tenía nada que ver con Chernobyl.—Lo suyo es un padecimiento que estaba latente. Ya lo tenía antes de ir a Chernobyl.—En ese caso, ¿por qué los médicos de la aviación me permitieron ir a Chernobyl? —replicó Anatoly.Esta vez, el médico no supo qué decir.Anatoly regresó a casa a mediados de octubre. Para entonces, muchos de los otros pilotos de pruebas parecían haberse recuperado. Casi todos se consideraban aptos para volar. Anatoly empezó a sentir que había dejado la vida misma en Chernobyl, y que ninguna autoridad lo reconocería. "Es como si me hubieran arrojado desde un tren y me hubieran dejado abandonado", comentó con Galina. Y esto era lo que más le dolía.Anatoly tuvo algunos altibajos durante aquel otoño. Los médicos siguieron haciéndole análisis de sangre y le atendieron los frecuentes resfriados y accesos de tos, pero ninguno quería reconocer que el desastre de Chernobyl podría haberlo enfermado. Su padecimiento se convirtió en un oscuro sudario que no podía quitarse.Los Grishchenko siempre habían tenido muchos amigos leales. Gourgen, Arkady Makarov y otros pilotos les telefoneaban y los visitaban a menudo. Anatoly se ponía periódicamente en contacto con su madre ya viuda y con su hermana; ambas vivían en Lutsk, ciudad de Ucrania distante unos 1000 kilómetros de Moscú. "Pronto se me pasará", aseguraba Anatoly a su familia.Su hijo mayor, Boris, ya se había casado, y vivía cerca de Zhukovsky. La esposa de Boris acababa de dar a la luz a una nena; y Anatoly se sentía feliz con su primera nieta.Ilya, el hijo menor de Anatoly, echaba de menos el buen humor y las benévolas bromas de su padre. No pudo menos de preocuparse al ver que la salud de su progenitor se deterioraba semana a semana.—¿Cómo te sientes hoy, papá? —le preguntaba Ilya a la hora del desayuno.—No demasiado mal —respondía Anatoly.Ambos asentían con la cabeza y cambiaban de tema. Eso era lo que en Anatoly se acercaba más a una queja.El largo y crudo invierno moscovita cubrió la zona con una capa de nieve, y Anatoly se volvió cada vez más retraído. Pasaba gran parte del tiempo recluido en casa, arropado. Compró una perrita de aguas negra a la que puso por nombre Alma, y la sacaba a pasear por las estrechas calles de la ciudad. Alma le brindaba cierta alegría, pero fueron escaseando los momentos de dicha que Anatoly compartía con su familia y sus amistades."A veces siento que jamás mejoraré", le confesó una noche a Galina; "que siempre voy a estar así".Verlo sufrir, no sólo por la enfermedad, sino también por las indignidades y mentiras oficiales, alimentaba la cólera de Galina. En enero de 1987 escribió una apasionada carta al presidente soviético Mikhail Gorbachov en la que le expuso el generoso cumplimiento del deber por parte de Anatoly en Chernobyl, y le mencionó que en el diagnóstico oficial los médicos no relacionaban la enfermedad con la exposición de su marido a la radiación.A la postre, unos médicos de más alto nivel comenzaron a hablar más abiertamente del caso. Cuando empezaron a soplar por toda la Unión Soviética los nuevos vientos de la glasnost (trasparencia) , y el gobierno por fin asignó más recursos al tratamiento de los damnificados, llegó a reconocerse tácitamente la relación entre el desastre de Chernobyl y los padecimientos de decenas de personas que habían intervenido en los esfuerzos de rescate. Anatoly y Galina se sintieron algo reconfortados, pero al mismo tiempo se entristecieron al enterarse de que hubiera tantos afectados por el accidente de Chernobyl.UNA VISLUMBRE DE ESPERANZA
LA GLASNOST suscitó otros cambios en el escenario político de la URSS. Antes, los pilotos soviéticos rara vez asistían a acontecimientos internacionales; pero, en 1989, se permitió que un grupo de pilotos asistiera a la Exposición Aeronáutica de París, feria de la aviación comercial que atrae a los pilotos de pruebas más destacados del mundo y presenta los más adelantados diseños de aeronaves. Así fue cómo Gourgen, que ya era jefe de pilotos de la Oficina de Diseño Mil para el helicóptero Mi-28, conoció a "Cap" Parlier.
Charles Allen Parlier llegó a la exposición para presentar un helicóptero fabricado por la McDonnell Douglas Helicopter Company, empresa de Mesa, Arizona, donde él dirigía la división de pruebas y evaluación de helicópteros ligeros.Cap (apodo formado con sus iniciales) es un alto y robusto infante de Marina, de pelo claro y tupido bigote. En 1971 se graduó en la Academia Naval de Estados Unidos y sirvió de comandante de un pelotón de reconocimiento en la Guerra de Vietnam. Después de la guerra, aprendió a pilotar helicópteros y, en 1981, tras 11 años de servicio activo, entró a trabajar en la gigantesca compañía aeroespacial. Una de sus obligaciones allí era estar al tanto de todo lo referente a la flota de helicópteros soviética. Como muchos pilotos estadunidenses, les profesaba un gran respeto a sus colegas soviéticos, pero no dejaba de considerarlos sus adversarios.Gourgen, que habla un poco de inglés, invitó a Cap al remolque de su compañía. Comieron pan negro con caviar y brindaron muchas veces con vodka. Al disiparse la mutua desconfianza, hablaron de sus familias, hicieron preguntas sobre la vida en sus respectivos países e intercambiaron anécdotas de vuelo.Cuando salió a relucir el tema de Chernobyl y las misiones en helicóptero, Cap le preguntó a su colega soviético:—Pero, ¿qué me dices del peligro de la radiación? Ustedes volaban precisamente en medio de ella.—Todos nos enfermamos —respondió Gourgen pausadamente—. Parece que ya estamos mejor, salvo mí amigo Anatoly Grishchenko.Y al decir esto sacó del bolsillo una fotografía de Anatoly. Gourgen le contó a Cap que Anatoly parecía haber mejorado en las últimas semanas, y el estadunidense expresó su deseo de que siguiera mejorando. Cuando terminó la exposición, se dijeron adiós como buenos amigos.Poco después, en el verano de 1989, se desvaneció de pronto el optimismo por la recuperación de Anatoly. En los análisis de sangre apareció un número cada vez mayor de blastocitos, signo delator de que avanzaba en él la preleucemia. Con el tiempo, estos elementos sanguíneos defectuosos destruirían todas las células sanas de su médula ósea. La quimioterapia ordinaria no podría curar el proceso maligno que se desarrollaba en él.—¿Hay algo que se pueda hacer? —preguntó Anatoly.—Un trasplante de médula ósea —le contestó un médico; pero en seguida le informó que en la Unión Soviética no se podría realizar ese tipo de trasplante."No me dan nada con qué luchar", le comentó Anatoly a Galina; "ni siquiera esperanza".Pero unas cuantas semanas después, surgió una vislumbre de esperanza para Anatoly. En una exposición aeronáutica internacional, celebrada en las afueras de Londres en septiembre, una intérprete estadunidense se acercó de pronto a Cap Parlier para decirle:—Alexei Ivanov, jefe de diseñadores de la Oficina de Diseños Mil, desea hablar con usted.—¿De qué se trata? —preguntó Cap mientras caminaban.—Quiere pedirle ayuda para conseguirle tratamiento médico a uno de sus pilotos —dijo la intérprete.Cap no entendía nada; pero cuando le presentaron a Alexei Ivanov, el ruso le recordó la conversación con Gourgen acerca de Chernobyl y Anatoly Grishchenko.—Anatoly no evoluciona bien —informó Ivanov—. Está muy grave, y necesita que se le haga un tratamiento médico en Estados Unidos.—¿En qué puedo servirles? —preguntó Cap.—¿Quiere usted ayudar a tramitar el tratamiento? Es lo único que podría salvarle la vida.Mientras reflexionaba en lo que se le pedía, Cap advirtió que sentía una auténtica y cordial camaradería por aquel colega suyo. Él podría encontrarse en una situación parecida, si su país lo hubiera necesitado para enviarlo a una misión peligrosa. Respondió:—Haré cuanto esté a mi alcance. Se lo prometo.—Nada más eso le pedimos —añadió Ivanov—. ¡Gracias!Varios días después, Cap regresó a su patria. En Arizona habló de la solicitud de los rusos con Jeanne, su esposa.—¿Tienes idea de qué hay que hacer en un caso así? —le preguntó ella.—No; ni la más remota —reconoció Cap—. Supongo que debo empezar haciendo una gran cantidad de llamadas telefónicas.Al día siguiente, Cap telefoneó a los dos senadores por Arizona, y a varias fuentes de información médica, las cuales le dijeron que Anatoly muy probablemente necesitaría un trasplante de médula ósea; lo remitieron a los Institutos Nacionales de Salud. Además, buscó a posibles benefactores que contribuyeran a pagar el trasplante, que costaría alrededor de 200,000 dólares.El primer avance importante de Cap fue cuando localizó a Carol Eberhard, funcionaria de relaciones exteriores del Departamento de Estado, en Washington, D.C. Analista de políticas oficiales en materia de ciencias, Carol acababa de regresar de Chernobyl, como parte del esfuerzo conjunto de Estados Unidos y la Unión Soviética para mejorar la seguridad en las centrales de energía nuclear. Había visto allá las aldeas abandonadas y los hogares invadidos por la maleza. Las imágenes de aquella devastación la atormentaban; así que aprovechó la oportunidad de ayudar a alguien que sufría por causa de aquel desastre.Cap le explicó que necesitaba una detallada información médica acerca de Anatoly para transmitirla a los médicos estadunidenses. Carol cablegrafió a la embajada estadunidense en Moscú, donde asignaron el caso a una joven analista de investigaciones, que también se interesó mucho por el asunto. La analista se comunicó con Gourgen y le indicó qué trámites debía hacer."Considérelo hecho", le aseguró el piloto.El 30 de octubre, Cap recibió un télex en que se describía con todo detalle la situación médica de Anatoly. Además, se informaba que Anatoly padecía neumonía y una infección en la garganta, debida, sin duda, al debilitamiento de su sistema inmunitario.EL VIAJE DEL DOCTOR HANSEN
DURANTE el intercambio de datos en todos aquellos telefonemas, Cap oyó hablar del Centro Fred Hutchinson de Investigación del Cáncer, ubicado en Seattle, Washington, y supo que era uno de los principales centros de trasplantes de médula ósea del mundo. Habló con el doctor John Hansen, director adjunto de la división de investigación clínica, quien le informó que el trasplante sólo sería posible si se lograba hallar un donador afín, ya fuera un pariente de Anatoly o alguien localizado por medio de la red internacional de donadores de médula ósea. Hansen explicó que, como esa red era relativamente nueva, había muy pocas probabilidades de encontrar un donador idóneo. "Es un proceso complejo", aclaró Hansen; "pero llámeme cuando necesite informes".
Cap telegrafió a los amigos de Anatoly en la Unión Soviética, para decirles que el Centro Hutchinson parecía ser el lugar apropiado. El problema más arduo de Cap consistía en reunir el dinero para el trasplante. Pasó horas en el teléfono, siguiendo las indicaciones de Carol Eberhard, su constante aliada. Sin embargo, el gobierno estadunidense no quiso pagar nada y, uno por uno, los posibles benefactores privados rechazaron la solicitud de fondos. La causa de las negativas era el conocimiento de que había muchos estadunidenses que estaban en lista de espera de trasplante de médula ósea, y también ellos necesitaban el dinero.Allá, en Moscú, Gourgen acudió al Ministerio de Comercio soviético para solicitar apoyo económico para Anatoly. Como Cap, él tenía poca experiencia en diligencias políticas, y tuvo dificultades para abrirse paso entre la burocracia soviética. "¿Qué pretende hacer?", le preguntó un funcionario, molesto. "Voy a hablar con las autoridades de lo que usted trama. No se le dará dinero, y se meterá en graves dificultades".Gourgen necesitaba una palanca importante. Conocía a un alto funcionario, Oleg Baklanov, secretario del comité central que supervisa la defensa de la Unión Soviética. Baklanov accedió a concederle una audiencia. Mientras tanto, Gourgen telefoneaba o visitaba a diario a Anatoly, para llevarle todas las buenas noticias que tenía. Además, le llevaba los télex de Cap. Anatoly y Galina los leyeron muchas veces: eran los distantes faros en su mundo sumido en las tinieblas."Cap está haciendo cuanto puede", le señaló Gourgen a su amigo enfermo. "Triunfaremos. ¡Te lo prometo!" Gourgen le había dado a Anatoly un retrato de Cap, y él empezó a tener el mismo sentimiento de fraternidad por Cap que este le profesaba.La tarde del 17 de noviembre, Gourgen y otros amigos más de Anatoly se entrevistaron con Baklanov, quien les prometió revisar las pruebas que relacionaban el accidente de Chernobyl con la enfermedad de Anatoly. Si esto se comprobaba, podrían contar con él como aliado; pero les recordó que sería difícil conseguir 200,000 dólares del abrumado gobierno soviético.A fines de noviembre, después de haber pasado dos meses luchando por la causa de Anatoly, Cap consideraba que había conseguido poco. Y todo aquel tiempo la presión del agravamiento de Anatoly le afectaba mucho. Aunque lograra arreglarlo todo, ¿sería a tiempo?"Alexei, no tenía yo la menor idea de lo que me esperaba, cuando acepté ayudar", le escribió a Ivanov. Todas las noches, después de trabajar, se instalaba ante su computadora o junto al teléfono para ocuparse del problema de Anatoly. Ya le había telegrafiado a Gourgen que "exploraría todas las opciones..., hasta agotarlas todas". Cap trabaja en eso de sol a sol. Jeanne advirtió en él algunos síntomas de estrés, pero este le aseguró que se sentía bien. "Sé que estoy escalando una montaña", le dijo, "y me he propuesto no alzar la mirada para ver cuánto me falta aún por subir".Cap siguió en contacto con el doctor Hansen, del Centro Hutchinson. El médico le explicó que se debía determinar el tipo de tejido de Anatoly antes de que fuera posible pensar en el trasplante.En eso, a principios de diciembre surgió un golpe de suerte: el doctor Hansen iba a ir a Moscú en un programa de intercambio médico. Cap aprovechó la oportunidad, y telegrafió a Gourgen que se asegurara de que Hansen obtuviera muestras de sangre de Anatoly y de la familia de este. Hansen le prometió a Cap que el Centro Hutchinson haría en forma gratuita la tipificación de tejidos.El lunes 11 de diciembre el doctor Hansen visitó en Moscú el Centro Nacional de Cancerología de la Unión Soviética, donde Anatoly había quedado en verlo.Galiná y Gourgen permanecieron cerca, mientras Anatoly le daba un fuerte apretón de manos a Hansen. El paciente no tenía buena cara, pero tampoco parecía estar en el lecho de muerte.El médico de Anatoly puso a Hansen al tanto de su historia clínica, ayudado por los doctores de ese centro, que actuaron como intérpretes. Hansen quedó impresionado con sus conocimientos médicos. Les faltaban instalaciones, personal y equipo, pero no inteligencia.El miércoles, los médicos del centro extrajeron sangre a Anatoly, a su madre y a Tatyana, su hermana. Los análisis previos habían indicado que su hermana no tenía el mismo tipo de tejidos, y era poco probable que fueran idóneos los de su madre; pero Hansen deseaba comprobarlo.Después, impresionada por la habilidad del médico, y también por su compasión, Galina le regaló a Hansen unas cucharas pintadas a mano, hechas en Ucrania, como muestra de agradecimiento. Anatoly regaló al médico de Seattle una de sus medallas de aviador, con la estrella roja y todo, y el doctor Hansen le dio un alfiler de latón del Programa Nacional de. Donadores de Médula Ósea, que le ayudaría a encontrar un donador. Luego, los hombres se estrecharon la mano. La madre de Anatoly abrazó a Hansen y le dio su bendición a la usanza ortodoxa rusa. Hansen le devolvió el abrazo y, durante varios minutos, a todos los presentes se les dificultó hablar.En el vuelo de regreso a Estados Unidos, Hansen pensó en toda aquella gente que tanto luchaba por salvarle la vida al piloto, y sintió que se había convertido en fiel colaborador en ese esfuerzo. No obstante, estaba consciente de los obstáculos que aún existían y se entristeció con la idea de que, dadas las circunstancias adversas, tal vez nunca volvería a ver a Anatoly.EN POS DEL DONADOR
APLICANDO las técnicas más modernas de estudio del ADN (ácido desoxirribonucleico), los especialistas de los laboratorios del Centro Hutchinson determinaron el tipo preciso de los tejidos de Anatoly. Además, los analistas confirmaron que la hermana de Anatoly no era del mismo tipo, y que tampoco lo era su madre. Tendrían que encontrar el tipo idéntico de tejidos en una persona ajena a la familia de Anatoly.
Lori Hubbard, directora del Programa de Donadores No Emparentados del Centro Hutchinson, alimentó los datos "A 30, A 1, B 18, B 35, DR 3, DR 13" a la computadora de registro de donaciones de médula ósea. Esta combinación específica, de números y letras, representaba los antígenos de los leucocitos de Anatoly, los cuales determinaban el tipo de sus tejidos. Hansen sabía que las esperas prolongadas a menudo convertían este procedimiento en la parte más frustrante del proceso de trasplante.A continuación, se procesarían en la máquina más de 200,000 posibles donadores. Habría retrasos, porque los tejidos de los donadores potenciales sólo se tipifican parcialmente, para bajar el costo. Cuando se detecta una correspondencia parcial, deben practicarse nuevos análisis, que tardan muchas horas; además, hay largas listas de espera de solicitantes. La busca puede durar semanas, meses incluso... , y algunos pacientes mueren por no haberse encontrado un donador compatible.El proceso se inició al transmitirse el tipo de tejidos de Anatoly a la sede del Programa Nacional de Donadores de Médula Ósea (PNDMO) en Minneapolis, donde se cotejaría con más de 80,000 donadores. Cap intentó ayudar con una campaña de reclutamiento de donadores de médula ósea en la McDonnell Douglas. Todos los resultados fueron negativos.La decepción menguó un tanto cuando Cap y el doctor Hansen recibieron la noticia de que, gracias a los tenaces esfuerzos de Gourgen, el gobierno soviético había girado el primer pago de 5000 dólares a la cuenta del Centro Hutchinson. Esto significaba que continuaría la búsqueda del donador para Anatoly, extendiéndose al mundo entero. El registro de donadores del Reino Unido, de más de 100,000 nombres, dio tres posibles donadores compatibles. El registro francés ofreció, con mucho, las mejores noticias: 11 donadores potenciales.En Moscú, Anatoly, debilitado por un acceso de neumonía en diciembre, había empeorado. Presentaba fiebres hasta de 40° C., la anemia le quitaba energía, y su cuenta de plaquetas disminuía en forma impresionante. Gourgen le llevó los últimos telegramas de Cap, en los que informaba de la búsqueda del donador. El ánimo de Anatoly no había decaído, pero ya llevaba casi cuatro años combatiendo la enfermedad. A veces, a Gourgen y a Galina les preocupaba que quizá no sobreviviera para hacer el viaje a Estados Unidos.En febrero de 1990, los franceses notificaron al PNDMO que uno de sus donadores era, al parecer, idóneo para Anatoly. "¡Es increíble!", exclamó Cap, feliz, cuando Hansen se lo dijo por teléfono. Inmediatamente Cap telegrafió a Moscú: "¡Uno de los candidatos de Francia ha sido identificado como el donador idóneo!" Advirtió que debía confirmarse la tipificación de tejidos, pero concluyó que sentía que el triunfo estaba cerca.A principios de marzo, Carol Eberhard visitó la Unión Soviética para asistir a otro congreso de seguridad en las centrales de energía nuclear. Había apoyado sin cesar a Cap, además de resolver problemas diplomáticos y llevar mensajes de un país a otro. Como Cap, ella había creado un fuerte vínculo emocional con Anatoly y tenía grandes deseos de conocerlo. La embajada estadunidense concertó una visita al hospital de la aviación en Zhukovsky. Cuando Carol llegó, Anatoly le estrechó la mano y la llamó su "hada madrina", por considerar que podría lograr mágicos beneficios para él.Terminada la visita, Galina salió de la habitación siguiendo a Carol, y la abrazó. Llorando, le dijo: "¡Muchísimas gracias por ayudarnos!"Los análisis efectuados en el Centro Hutchinson confirmaron la compatibilidad tisular entre el donador francés y Anatoly. Se había investigado a más de 250,000 donadores en el mundo entero... , y se había hallado uno solo compatible.Cap le cablegrafió la noticia a Gourgen: "Han confirmado al donador. Ansío ver muy pronto a Anatoly y Galina en Seattle. Anatoly tiene pendiente una lucha ardua, pero estoy seguro de que está preparado. Cuídense mucho, amigos míos". Gourgen respondió dándole las gracias, y pronto le envió un segundo pago de 15,000 dólares.Carol ayudó a tramitar las visas de Anatoly y de su esposa, que esperaban llegar a Seattle la semana del 9 de abril. En Moscú, Gourgen redobló esfuerzos para obtener el dinero que faltaba del gobierno soviético. En la prensa y en la televisión aparecieron reportajes sobre Anatoly. La gente empezó a exigirle al gobierno que pagara el trasplante. Se presentaron voluntarios que ofrecían donar su médula ósea.Por fin, a principios de abril, el gobierno soviético se desprendió de los 185,000 dólares para pagar la operación de Anatoly. Cuando recibió la noticia, Cap quedó impresionado por lo que había logrado Gourgen. "¡Por Dios!", le dijo a su esposa, "realmente lo vamos a hacer".Las líneas aéreas Pan Am y TWA aceptaron transportar gratis a Anatoly y a Galina hasta Seattle. El doctor Patrick Beatty, que entonces trabajaba en el Centro Hutchinson, fue a Moscú para examinar a Anatoly y acompañarlo en el vuelo a Seattle. Encontró al paciente en un estado asombrosamente bueno. También la doctora soviética Eugenia Margulis, hematóloga de 31 años, que hablaba inglés, haría el viaje con Anatoly.En el aeropuerto, ataviado con traje gris, gorra negra e impermeable pardo, Anatoly habló ante los medios de comunicación: "Voy, no sólo por mí mismo, sino con la esperanza de que no queden olvidadas todas las víctimas de Chernobyl", declaró. "Cuando regrese, haré todo lo que pueda para ayudar a otros que han sufrido".Entonces, Anatoly y Gourgen se dieron un fuerte abrazo. "Te veré cuando vuelvas", le dijo Gourgen a su viejo compañero de vuelos. Anatoly asintió y se dirigió al avión.Gourgen se quedó allí unos minutos, contemplando el jet en que viajaba Anatoly y que rugía al cobrar velocidad en la pista. Ahora, se dijo, todo está en las manos de los médicos ... y de Dios.EN EL HOSPITAL
EN EL ÚLTIMO tramo del viaje, de Nueva York a Seattle, el doctor Beatty señaló algunas ciudades sobre las que volaban. Anatoly las conocía todas.
—¡Es asombroso! —comentó Beatty—. Yo no sé casi nada de la geografía de Rusia.Anatoly sonrió y aclaró:—¡Ah!, es que usted olvida mi profesión. Soy piloto... y su país era nuestro blanco.Han cambiado mucho las cosas desde entonces, pensó Beatty.En Seattle, tenso, pero muy animado, Cap esperaba, junto con el doctor Hansen y un grupo de periodistas. Uno de los reporteros le preguntó a Cap qué sentía por Anatoly. "Es extraño", respondió, "no nos han presentado siquiera, pero me siento más cercano a él que a mucha gente a la que he conocido desde hace años. Es como un hermano para mí".A eso de las 10:45 de la noche, el avión de Anatoly rodó hasta la terminal de pasajeros. Usando una mascarilla de cirujano para protegerse de las infecciones, Anatoly entró en el aeropuerto. Él y Cap se reconocieron al instante. Cada cual extendió la mano, y luego se dieron un fuerte abrazo. Anatoly tenía los ojos llenos de lágrimas.—¡Bienvenido, hermano! —le dijo en voz baja Cap—; he estado esperándote desde hace mucho.No hizo falta que nadie le tradujera a Anatoly.—Yo también —respondió.El cansancio del largo viaje pareció desvanecerse de inmediato, y Anatoly le confió a Cap cuánto había significado para él todo aquel torrente de cariño y ayuda de un hombre a quien ni siquiera conocía.—He leído y releído todos tus telegramas —le señaló a Cap—; y, cuando las cosas parecían no marchar bien, me daban esperanzas.Anatoly ingresó al hospital el 13 de abril, y pronto empezaron a llegarle cartas y tarjetas postales de todo el país. Los estadunidenses lo habían aceptado de corazón, y su respuesta azoró auténticamente a Anatoly. "¿Por qué hace la gente todo esto?", preguntó. "No soy un héroe; soy un hombre ordinario".Cap hizo todo lo posible para asegurarse de que Anatoly estuviera cómodo. Luego, al prepararse para regresar al trabajo en Arizona, lo visitó una vez más para despedirse. Una fotografía de Cap estaba colgada en la pared de la habitación de Anatoly, en el hospital, junto con un fotomontaje de helicópteros que Cap le había dado. "Cuando me necesites, sólo tienes que llamarme", le dijo.En esos momentos, los médicos de Anatoly afrontaban un problema grave. Al examinar las radiografías y las tomografías computarizadas más recientes, les llamó la atención el lóbulo superior del pulmón izquierdo del paciente, donde aparecía una sombra ominosa. Había otra en el lóbulo inferior izquierdo, y otra más, de menor tamaño, en el lóbulo superior del pulmón derecho. ¿Se acababan de formar? ¿Serían tumores? ¿Tuberculosis? ¿Una infección? Necesitaban saberlo antes de iniciar el trasplante.Los doctores debatieron la posibilidad de practicarle una biopsia en tórax abierto, porque deseaban examinar las lesiones; pero esa intervención demoraría el trasplante. El estado físico de Anatoly sólo se deterioraría, y disminuirían sus probabilidades de sobrevivir. Ya había esperado demasiado. Por otra parte, los médicos del Centro Hutchinson descubrieron que, además del estado preleucémico, Anatoly presentaba mielomas múltiples, cáncer que se trataría mediante el mismo trasplante de médula ósea.Al doctor Hansen le preocupaba que Anatoly hubiera contraído una infección causada por hongos, la aspergilosis, que podría habérsele desarrollado en los pulmones durante el invierno, cuando el sistema inmunitario había estado muy debilitado. El proceso del trasplante lo privaría de toda la inmunidad y, entonces, el letal hongo proliferaría explosivamente.Como el enigma de las lesiones no se resolvió con una biopsia obtenida mediante una aguja ni con una broncoscopia, los médicos del Centro Hutchinson decidieron seguir adelante. Se confirmó la fecha del 27 de abril para el trasplante. Le aplicaron a Anatoly una batería de antibióticos para tratar la sospechada tuberculosis pulmonar, y también le administraron medicamentos antifungosos. El trasplante ya implicaba un riesgo mayor, pero Anatoly no vaciló, pues sabía que no sobreviviría sin él.MOMENTOS DE TENSION
Los MÉDICOS necesitaban insertar un catéter de Hickman en el cuello de Anatoly para administrarle fármacos intravenosos durante la hospitalización. La doctora Margulis le explicó a Anatoly que tendrían que aplicarle anestesia para ese procedimiento. Él se inquietó, y ella contestó a sus preguntas lo mejor que pudo. Desde su llegada, la doctora Margulis se había granjeado la confianza y la amistad de los médicos y enfermeras del hospital. La única persona con quien no congeniaba era Anatoly.
Eran personas muy diferentes. La doctora soviética procedía de una familia de intelectuales, y tenía una aversión instintiva por todo lo militar. Anatoly, en cambio, seguía resentido con los médicos soviéticos, que tantas veces habían negado la causa de su enfermedad.El día de la inserción del catéter de Hickman, en el quirófano, Anatoly se quitó del cuello su querido amuleto y se lo dio a la doctora Margulis, quien se lo guardó en el bolsillo de la bata quirúrgica. Generalmente, las batas quirúrgicas se desechan después de cada operación, y eso fue lo que hizo la doctora con su bata: la desechó. A la mañana siguiente, Anatoly le pidió el amuleto. Horrorizada, la doctora advirtió que lo había dejado en la bata.De inmediato, el departamento de lavandería del hospital registró los montones de batas quirúrgicas. Cada centímetro cuadrado del quirófano se examinó una y otra vez. No fue posible hallar el amuleto. Anatoly estaba inconsolable. "Temo que no saldré vivo de este lugar", declaró.Después, la doctora Margulis fue a ver a Anatoly en un esfuerzo por compensar su descuido, y se disculpó diciéndole que lamentaba mucho haber perdido la piedra. Anatoly reconoció que la pérdida había ocurrido por accidente, y no por un acto deliberado de traición.Al poco tiempo, Anatoly recibió un medallón con una cadena de plata, enviado por correo. La remitente era Tanya Kremer, prima suya que 11 años antes había emigrado con su marido a Estados Unidos. Había ido a Seattle a visitar a Anatoly y a Galina poco después de su llegada. "No necesitas más suerte", escribió. "Sobrevivirás".Anatoly lo llamó su nuevo amuleto. Y sabía que necesitaría mucha suerte, además de una programación precisa, para salir avante en el trasplante. Se sometería a dos días de quimioterapia, tendría un día de descanso y, luego, siete días de radiaciones en todo el cuerpo. Tras este régimen, sólo habría un lapso de 24 horas propicias para trasfundirle la médula ósea del donador. Después, serían más probables las complicaciones.El tiempo era igualmente vital para la médula donada, que empieza a deteriorarse a las 24 horas de haberse extraído del cuerpo. La doctora Patricia Stewart, del Centro Hutchinson, planeaba ir a Besancon, Francia, y traerle personalmente la médula donada a Anatoly, desde una distancia de casi 12,000 kilómetros; pero pronto descubrió que era imposible viajar de Besancon a Seattle en un sólo día por transporte comercial. El tramo más difícil era el de Besancon a Ginebra. Cap acudió al rescate, y consiguió que el servicio de Protección Civil de Ginebra pusiera a disposición de la médica un vuelo en helicóptero.Y así, la mañana del 27 de abril de 1990 —cuatro años y un día después de la fusión del núcleo del reactor en Chernobyl— la donadora francesa fue llevada en camilla de ruedas al quirófano, donde los médicos le hicieron punciones con una larga aguja en varias partes del hueso iliaco y, succionando, le extrajeron un poco de médula ósea.Según lo programado, a las 9 de la mañana descendió suavemente el helicóptero suizo en el sitio dispuesto para su aterrizaje. A las 10:30, la médula ya estaba guardada en solución glucosada dentro de una bolsa de plástico, que a su vez se metió en un recipiente de poliestireno, lista para el largo viaje a Seattle.A las 10:45 de la mañana, las aspas del helicóptero comenzaron a girar y, al poco rato, la aeronave volaba velozmente hacia Ginebra, que estaba a 110 kilómetros de allí. La doctora Stewart tomó el vuelo de las 12:30 a Londres, y cambió de avión para volar a Seattle. Aterrizó a eso de las 5 de la tarde, hora de la costa del Pacífico.La doctora Stewart se apresuró a subir al auto que la esperaba para llevarla al Centro Hutchinson. Se dirigió inmediatamente a la habitación de Anatoly y sostuvo en alto la médula ósea para que él la viera. Detrás de la tienda de oxígeno, de plástico transparente, que lo protegía de las infecciones, Anatoly sonrió, feliz.En menos de una hora, la médula ósea de la donadora comenzó a entrar, gota a gota, en las venas de Anatoly, a través del catéter. Verla fluir dio a Anatoly la sensación de esperanza y renovación. Si todo marchaba bien, las células de la médula donada emigrarían a las cavidades de los huesos, donde se instalarían y reproducirían hasta restaurarle una nueva médula ósea saludable.Cap se tranquilizó al enterase de que la compleja logística del transporte de la médula se había realizado satisfactoriamente. Aquella noche telefoneó a Anatoly. "Ahora sí creo que está ocurriendo realmente", le dijo su colega soviético.También Gourgen se comunicó por teléfono con su amigo. Le recomendó: "Recuerda que tienes la obligación de conservarte vivo".UN ENEMIGO CONOCIDO
ANATOLY estuvo muy animoso los primeros días de mayo, a pesar de los efectos secundarios: náusea, fiebre, fatiga. Su estado permaneció notablemente estable. Hacía todo lo que le pedían, y mostró una excepcional tolerancia al dolor. Sus médicos no recordaban a ningún otro paciente que hubiera necesitado tan pocos analgésicos.
"Todo está normal", anunciaba, contento, a los médicos y enfermeras que lo atendían.Carol Eberhard telefoneaba con regularidad; Cap llamaba en la noche para animarlo. La doctora Margulis y Anatoly se llevaban mejor, y a veces ella ayudaba al piloto con sus estudios de inglés.Anatoly y Galina procuraban comunicarse con otros pacientes. Hicieron amistad con la familia de una chica vivaracha que padecía leucemia y acostumbraba ponerse orejas del Ratón Miguelito.Diez días después del trasplante, los médicos detectaron los primeros signos de que la médula donada al piloto había empezado a elaborar nuevos hematocitos. Al multiplicarse estas células, su inmunidad mejoraría poco a poco. Sin embargo,esto implicaba que sería vulnerable a la reacción del injerto contra el huésped (RICH), que es lo contrario del rechazo del injerto por parte del huésped. En el rechazo, las células inmunitarias del organismo atacan al órgano trasplantado; pero, en la RICH, las nuevas células inmunitarias atacan los órganos del cuerpo receptor.A principios de mayo, el doctor Hansen consideró que la mejoría de Anatoly era poco menos que espectacular. Galina y Anatoly escribieron y telefonearon a su país para poner a todo el mundo al corriente de sus adelantos. Galina envió fotos. El pelo se le estaba cayendo al paciente, por el tratamiento, y él se acomodaba el poco pelo que le quedaba en la parte superior de la cabeza; a sus hijos les pareció gracioso su aspecto.Anatoly comunicó a su hijo Boris por teléfono que deseaba que Alma tuviera cachorritos. "¡No, no! ¡Nada de cachorritos!", suplicó Galina. La vida ya era demasiado complicada; pero cuando Anatoly insistió, Galina cedió.A mediados de mayo, las tomografías y radiografías de tórax que le practicaban a Anatoly cada semana redujeron el optimismo que había ido en aumento. Aunque casi habían desaparecido las dos opacidades mayores del pulmón izquierdo, la pequeña estaba creciendo en el derecho, y acechaba cerca de la arteria pulmonar.Otra radiografía, a la semana siguiente, fue más ominosa: mostraba que aquella masa seguía creciendo y se acercaba cada vez más a la arteria. Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Hansen y de los demás médicos que examinaron la placa, pues sospechaban que la causa más probable era lo que más temían: la aspergilosis. De ser así, cabía la posibilidad de que el hongo devorara la pared de la arteria y la perforara. Y si eso ocurría, Anatoly moriría en unos cuantos minutos, por la hemorragia.Gracias a la Administración de Alimentos y Medicinas de Estados Unidos, los médicos del Centro Hutchinson consiguieron un medicamento antifungoso experimental, llamado itraconazol, para Anatoly. Las siguientes radiografías y tomografías revelaron que el hongo seguía creciendo implacablemente.Los médicos consideraron oportuno operar, pero el número de plaquetas de Anatoly todavía era muy bajo. Por consiguiente, el alto riesgo de una hemorragia incontrolable resultaba inaceptable. Le trasfundieron plaquetas, pero su organismo las consumía con tanta rapidez como se las trasfundían los médicos; sólo esperaban que la nueva médula ósea produjera las células inmunitarias con suficiente celeridad para combatir la infección. Sin embargo, esto, a la vez, podría provocar la RICH. Todo el mundo se sentía atrapado en el dilema de Anatoly. Lo único que se podía hacer era vigilarlo y esperar.Anatoly preguntó por su amigo Cap.—No estoy evolucionando bien. Te necesito aquí —le dijo.—Iré inmediatamente —respondió Cap, sin el menor titubeo.Al ver a Anatoly hinchado, abotagado y casi calvo, Cap se impresionó mucho. Durante los dos días siguientes pasó muchas horas junto al lecho de Anatoly. Las úlceras que tenía su amigo en la boca lo atormentaban cuando hablaba, pero él insistía en conversar. Comprendía contra qué luchaba.—Es mejor combatir a un enemigo conocido —comentaba.Y Cap lo alentaba para que siguiera luchando:—Sé fuerte ... ¡Lucha con todas tus fuerzas! —le recomendaba, agitando el puño.—Hago cuanto puedo.Galina pasaba casi todas las noches durmiendo en una silla, cerca del lecho de Anatoly, y la doctora Margulis trabajaba largas horas atendiéndolo. El tiempo no había bastado para curar completamente los resentimientos que los habían distanciado; pero cierta noche, ya muy tarde, todo eso cambió. La doctora estaba sentada junto a Anatoly, procurando aliviarle el sufrimiento, y empezaron a charlar. Él le preguntó cómo era la vida de los médicos en la Unión Soviética, y luego le contó sus experiencias como piloto de pruebas. Al conversar, parecieron disiparse sus diferencias. Finalmente, Anatoly extendió el brazo y tomó la mano de la doctora Margulis. "Quiero que sepa lo agradecido que estoy por todo lo que ha hecho por mí", le dijo, con la voz quebrada de emoción. "No sólo me ha ayudado como médica, sino también como ser humano". Ella asintió con la cabeza y le apretó la mano. Desde aquel momento ya no hubo más distanciamiento entre ellos.La lesión del pulmón derecho de Anatoly ya rodeaba inexorablemente a la arteria pulmonar, como un lazo corredizo que se anudara poco a poco. Casi seguros de que se trataba de aspergilosis, los médicos se sentían cada vez más impotentes.Cierta mañana, a principios de junio, falleció la muchachita de las orejas del Ratón Miguelito. La noticia de su muerte dejó pasmado a Anatoly.Aquel mismo día, 3 de junio de 1990, el presidente Gorbachov, en visita oficial a Estados Unidos, pidió a Yuri Ossipyan, vicepresidente de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, que visitara al piloto. Anatoly tenía náusea y estaba débil, pero resolvió levantarse y estar presentable. Pidió que le dieran un medicamento para combatir la náusea. "Cuando me vean", le advirtió a la enfermera, "se acordarán de los otros que sufren por causa de Chernobyl".Al llegar Ossipyan, Anatoly hizo acopio de fuerzas para erguirse en la posición de firmes junto a su cama, mientras las cámaras lo fotografiaban. Ossipyan alabó a Anatoly como "nuestro héroe nacional" y le entregó como regalo un reloj y un mensaje de Gorbachov, en el que elogiaba el valor del piloto.Anatoly permaneció en pie 20 minutos. Cuando Ossipyan se fue, el paciente se dejó caer en la cama, exhausto; ¡pero había logrado su propósito!DEJENLO QUE SE VAYA
DURANTE unos cuantos días llenos de esperanzas, la lesión pulmonar de Anatoly no se extendió, al parecer porque se lo impedía el sistema inmunitario en desarrollo, generado por el trasplante de médula ósea, que ya funcionaba bien. Anatoly recibió otra buena noticia cuando su hijo Boris le telefoneó para comunicarle que había encontrado una buena pareja para Alma.
Pero cuando llegaban las buenas nuevas, les seguían las malas. Por primera vez, Anatoly presentó una erupción cutánea, que los médicos diagnosticaron como signo de RICH. Tenían que tratarla con sustancias inmunosupresoras, lo cual ocasionaría que la tumoración pulmonar volviera a crecer sin control. La única opción era operar. Los médicos sabían que la intervención plantearía graves riesgos, aunque también consideraban que Anatoly los superaría."Hagan lo que crean conveniente", respondió Anatoly. "Tengo fuerzas para resistirlo".El 12 de junio los cirujanos le abrieron el tórax a Anatoly y encontraron un tumor aproximadamente del tamaño de una pelota de golf. Al crecer, había llegado a unos dos milímetros de la arteria pulmonar. Con todo cuidado, los cirujanos extirparon el tumor.El doctor Hansen vio a través del microscopio una densa masa de elementos negros filamentosos; así comprobó lo que ya sospechaba: que Anatoly padecía aspergilosis. Hansen sometió a Anatoly a un nuevo tratamiento con una sustancia llamada factor estimulante de las colonias de macrófagos. Los macrófagos son células inmunitarias especiales, y el doctor Hansen esperaba que aceleraran el ataque del organismo de Anatoly contra la infección.Pocos minutos después de haber pasado el efecto de la anestesia, Anatoly extendió la mano, sujetó el brazo del doctor Hansen y se lo apretó como con tenazas. Hansen rara vez había sentido un apretón tan fuerte, y mucho menos al tratarse de alguien que una hora antes se había sometido a un procedimiento de cirugía mayor. Esto alentó a todo el mundo.Al otro día, Anatoly ya respiraba lo suficientemente bien para que los médicos le desconectaran el ventilador. Permaneció sentado en la cama, muy animado.Al día siguiente, el piloto tuvo dificultades para respirar. La medición de los gases en sangre indicó que los pulmones no estaban oxigenando bien la sangre. Las radiografías revelaron que se le había colapsado uno de los lóbulos del pulmón derecho. Esa noche, los médicos lo volvieron a colocar en el ventilador, ajustándolo al nivel máximo de 100 por ciento de oxígeno.Los ánimos decayeron. Anatoly seguía intensamente sedado. Cada mañana, Galina ayudaba a cambiarle las sábanas y lo bañaba. La mujer tenía los brazos llenos de moretones, por todas las punciones que le habían hecho al donar plaquetas para su marido.Cap fue en avión a Seattle para acompañar a Anatoly en lo que sabía que sería la batalla más ardua. Se puso una mascarilla quirúrgica y permaneció junto al lecho de Anatoly para aplicarle fisioterapia moviéndole las piernas hacia arriba y hacia abajo. "Recuerda, Anatoly, que eres piloto de pruebas", lo estimulaba. "Siempre puedes recuperarte en el último segundo".Cap no sabía si lo oía Anatoly. Se colocó a su lado y lo miró, mientras Anatoly parpadeaba en señal de reconocimiento. En la comisura de un ojo se le formó una lágrima.Pareció por breve tiempo que Anatoly sobreviviría. Sus pulmones se recuperaron un poco, y los signos vitales siguieron fuertes y constantes. Su espíritu combativo se manifestaba con denuedo.No obstante, a fines de junio empezó a presentar hemorragias intrapulmonares. Yacía inmóvil en la cama, con pocos indicios de conciencia. Galina detestaba ver tan abatido al hombre fuerte y orgulloso al que amaba. Cuando llegó de visita una de sus amistades, ella señaló la foto de Anatoly, colgada en la pared, que le habían tomado al llegar a Seattle."¡Ese es Anatoly!", exclamó señalando la fotografía; luego, señaló al paciente encamado y comentó: "Ese ya no es Anatoly".Pocas veces se apartaba Galina de su lado, y el agotamiento que se notaba en sus ojos reflejaba la prolongada vigilancia. Lo tomaba de la mano y le hablaba de regresar a Rusia; de sus hijos; de viajar a Arizona para visitar a Cap cuando se sintiera bien..."¡Tenemos tanto que hacer juntos, tantas cosas que ver!", le repetía sin cesar.—¿Me oye? —le preguntó cierto día a la doctora Margulis.—Sí; la oye. Estoy segura de que la oye —respondió la médica. Es bueno para él que le hable.Al acercarse julio, el organismo de Anatoly empezó a derrumbarse. Los riñones dejaron de funcionarle y necesitó diálisis. La RICH provocó trastornos hepáticos. La presión arterial dejó de ser estable; su sangre ya no se coagulaba, y las radiografías del tórax salían casi completamente blancas, claro indicio de que tenía los pulmones llenos de líquido.La noche del lunes, 2 de julio, la gasometría sanguínea dio resultados trágicamente bajos. Al revisarlos, la doctora Margulis comentó:—Son incompatibles con la vida.—¿Está preparada Galina para dejarlo ir? —preguntó la enfermera.La doctora Margulis habló brevemente con Galina junto al lecho de Anatoly.—Galina está preparada —indicó a la enfermera—. No quiere que se haga nada más.La enfermera corrió la cortina para que Galina pudiera estar a solas con su esposo. Pronto, el trazo de la frecuencia cardiaca se volvió irregular en el monitor del electrocardiograma y, a las 11:10 de la noche, el corazón dejó de latir y apareció una línea recta continua.Galina se quedó al lado de su marido; le sujetó la mano hasta que los dedos del piloto se enfriaron.EPILOGO
LAS BANDERAS ondearon a media asta en toda la ciudad de Seattle. Hubo aquella tarde una ceremonia privada del rito ortodoxo ruso. En el funeral público, celebrado en una funeraria local, Cap se refirió así a su amigo: "El espíritu de sacrificio de Anatoly seguirá vivo", aseguró a los dolientes. "Anatoly representará un gran principio, si recordamos conservar, sostener y difundir ese espíritu en todos nosotros".
Galina caminó hasta el ataúd abierto de Anatoly, que llevaba el crucifijo que ella había solicitado. Tomó las manos unidas y colocó junto a él una rosa roja, de tallolargo. Y, por primera vez, los demás la vieron llorar.Galina y la doctora Margulis acompañaron los despojos mortales de Anatoly de regreso a la Unión Soviética. El 13 de julio de 1990 se celebró el funeral en Zhukovsky, a poca distancia de su hogar. La procesión siguió el estrecho camino que atravesaba el boscoso cementerio que contenía los restos de muchos aviadores soviéticos muertos en aras del deber. Arriba, entre las densas nubes que vertían lluvia, unos helicópteros efectuaron una pasada de despedida, en homenaje postrero al camarada caído. "Es un día tan triste, que hasta la Madre Naturaleza llora", repitieron muchas personas, recordando un antiguo adagio ruso.Pero el legado de Anatoly sigue vivo. Además de fundar un programa de estudios para médicos soviéticos en el Centro Hutchinson, el doctor Hansen y otros benefactores se han comprometido a crear un centro de tratamiento de afecciones de la médula ósea en Gomel, Ucrania. Esperan ayudar así a miles de damnificados que padecerán los efectos del desastre de Chernobyl en los próximos años. Un grupo de hombres de negocios de Seattle ha instituido el Premio Humanitario Internacional Anatoly Grishchenko, que se otorgará a quien lleve a cabo un "acto extraordinario" en beneficio de la humanidad. En agosto de 1990, Galina y sus hijos regresaron a Seattle para recibir el primero de esos premios, a nombre de Anatoly: consite en un reloj de arena, que contiene muestras de los suelos de Seattle y de Moscú.También en agosto, como lo había deseado Anatoly, Alma dio a luz a cuatro cachorritos.Por sus hazañas en Chernobyl, Anatoly fue galardonado con la Orden de la Revolución de Octubre, el segundo premio en importancia en la Unión Soviética. En noviembre del año pasado, en Roma, se entregó a Galina el Premio al Heroísmo de la Fundación de la Seguridad en los Vuelos, correspondiente a 1990, en recuerdo de su esposo. Y la Asociación de Aeronaves Experimentales, organización internacional, concedió a Anatoly, a título póstumo, el Premio Águila Solitaria al Valor. Cap lo aceptó en nombre de Anatoly y se lo entregará personalmente a Galina, en Moscú, a fines de esta primavera.