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marzo 25, 2012

Nadie ha podido fotografiarla:
Por Mili RodríguezFue una pasión terminal, un adiós a las armas. Un amor secreto y casi póstumo. El llegaba a los 70, y ella tenía 35. Hemingway decía que se escribe mejor cuando se está enamorado: en el caso de Neruda, las turbulencias hormonales de sus muchos amores quedaron guardadas en la caja negra de la poesía que recitaba con su lenta voz de sueño. Era la voz de "un gran saurio", "de un animal antediluviano", como lo describió Jorge Edwards en Adiós Poeta.
Pero fue Enrique Lafoucarde (cuya última fama fue una aproximación al Premio Planeta y un conato de litigio fronterizo por unas frases contra Menem) el que reveló el nombre tabú de la última amada.En Neruda en el País de las Maravillas, el escritor revela que ella se llama Alicia Urrutia Acuña, sobrina de Matilde Urrutia, hija de su hermano Francisco y de oficio costurera.Hace unas semanas, la revista Qué pasa mostró que vive -invisible- en Arica, en una casa con techo de zinc y geranios en el patio. Junto a su hija Rosario, tres nietas y un yerno furtivo, con aspecto de narco: es el único personaje de la familia capturado por el impúdico teleobjetivo de los reporteros gráficos.La casa está cerrada como si adentro viviera Hugh Grant.Los movimientos son tan tenues que parece –como dice la canción–que "ya no vive nadie en ella". Se comenta que Alicia viajó a alguna parte: al sur de Chile o a Perú.A varios meses de la biografía "no autorizada" de Lafoucarde, se sabe con alguna certeza que actualmente Alicia es una mujer borrosa, bajita, de pelo claro, que algunos sábados sale a comprar verduras al mercado.El tema incita el morbo de la prensa. Frente al acoso intermitente, la única declaración obtenida entre tanto no comments, es un escuálido testimonio de su hija: "No, no hablaré nada por lo menos dentro de seis meses. Primero tengo que ordenar mis ideas. Esto ya lo sabe todo el mundo. Han molestado a mi familia en Santiago y no es justo, no tienen por qué hacerlo".
Pablo Neruda y Matilde UrrutiaLA MUJER PROHIBIDA
Lafoucarde lo explica con naturalidad: "Neruda la amó y ella amó a Neruda. Pero todo era inimaginable".
Ya en el libro de Jorge Edwards había huellas de Alicia. Edwards no la nombra, como tampoco lo hace Volodia Teiteilboim, poeta y dirigente comunista, quien cuenta haber presenciado grandes escaramuzas de la guerra de los Neruda después de que Matilde sorprendiera a su sobrina y a su marido in fraganti.Una vez comprobados los hechos y escarnecidos los culpables, la decisión fue violenta.Eran los años apasionados de la Unidad Popular, y Neruda llamó a Volodia a Isla Negra para pedirle que gestionara con Allende la embajada en París. Urgente. Le confesó los motivos: había "otra" y Matilde exigía, como reparación, un alejamiento kilométrico.Así partieron, con los minutos contados para hacer las maletas, Pablo Neruda, Matilde Urrutia y el fiel y aristocrático Edwards, a París.Nadie se extrañó de un destino tan glamoroso para el poeta. A cualquier chileno que hubiera recitado a voz en cuello el Poema 20 (es decir, todos los chilenos) no le cabía la menor duda de que París se arrodillaría a sus pies.Pero en la Embajada, el aire estaba enrarecido. Era 1972 (un año antes del golpe que derrocó a Salvador Allende).La alta tensión de las informaciones llegadas desde Santiago alteraban al personal, y el embajador examinaba con ánimo crepuscular sus exámenes médicos.Las cartas de Alicia iban dirigidas a Edwards. Era una lluvia de papel que no escampaba. Neruda -ya condenado a un cáncer sin indulto- hacía planes para llevarla a París. Y le confesaba a su ministro consejero: "Mientras más viejo, más caliente me pongo"."Apenas nos instalamos en París -escribe Edwards- me advirtió que yo recibiría unas cartas, con mi nombre y con la dirección manuscrita en una caligrafía determinada, y que esas cartas, que eran para él, desde luego, y no para mí, debería entregárselas con la máxima discreción"."Las cartas empezaron a llegar con regularidad, a razón de una o dos por semana, y una vez cometí el error de entregarle una a otra persona, persona de confianza de ambos, y que viajaba hasta Condé-sur-Iton para visitarlo, Pablo me lo reprochó seriamente: No debes hacer eso nunca, me dijo. ¡Por ningún motivo!"Neruda era un comprador nato. Un coleccionista. Se había regalado todos los juguetes del mundo (barcos, caballos, botellas, incunables, mascarones de proa, souvenirs almodovarianos), y con tanto objeto había llenado sus cuatro casas, que Matilde administraba con mano de hierro.En Francia, se dedicó a comprar cosas para Rosarito, la hija de Alicia. Volaban discretamente grandes cajas con vestidos y muñecas. En Santiago, le había regalado a Alicia una casa en Vitacura (en lo más caro del barrio alto).El día que se supo que Neruda ganó el Premio Nobel, se sintió en la embajada chilena el ruido de catástrofe que precede a la verdadera fama.En medio de la batahola telefónica y la atacante nube de reporteros, Edwards –ya bastante achacado con la enfermedad, los dolores políticos y las mañas de guagua del laureado– no pudo ni sonreir cuando leyó el telegrama que lo felicitaba –¡Jorge!– con apasionados besos y caricias, por semejante premio."Se lo entregué con la reserva obligada, sin comentarios, y él lo leyó, y se lo guardó en un bolsillo, sin decir una palabra".
Jorge Edwards, autor de Adiós PoetaIN FRAGANTI
Alicia es Melisanda Melisanda la dulce, se ha extraviado de ruta: Pelas, lirio azul de un jardín imperial se la lleva en los brazos como un cesto de frutas, consigna Lafoucarde en su libro.
Pero Matilde –la mala de la película, para el escritor– era una leona de muchas astucias, que conocía al viejo sátiro. Acentuó los controles.Hablamos de 1970, ahora. Exageró los maltratos a Alicia. La costurerita, a medida que era humillada por la tía ("Alicia no está acostumbrada a los tragos finos", decía) se transformaba para el poeta en una prodigiosa niña de cuentos, alguien a quien había que consolar, que acariciar dulcemente."Sin duda se mezclaron las flores, los recados tiernos, los papelitos", agrega. "Nada terrible. Sólo que los rumores ya habían envenenado la sangre de Matilde". Entonces, arma la trampa:–"Voy a San Antonio y luego a Santiago. No me esperen. Llegaré en la tarde".Tomó el auto. Dejó a los enamorados solos en la casa, Neruda frente a su ventana mirando el mar, Alicia cosiendo en su máquina."Matilde hizo hora y regresó silenciosamente. Caminó hacia la casa. Como en un poema de melodrama iba a defender lo mío/y parecía un ladrón. La realidad sobrepasó sus imaginaciones. Pelleas y Melisanda juntos. Su Pablo, su sobrina. Alicia se parece a Matilde. ¿Todo era un sueño? ¿Algo regresaba del pasado?"Matilde la había rescatado de un falso matrimonio –el esposo, Jorge Campos, era bígamo– y la sobrina engañaba ahora a la tía. "Intentemos comprender que Alicia era joven y atractiva y estaba sola y por eso, acaso, aceptó su papel de sombra en Isla Negra... Y entendamos que además Neruda, el encantador Merlín que inventaba mil juegos para su hija Rosarito, feo, viejo, gordo y enfermo, era a pesar de todo, irresistible".Neruda escribió un libro para este amor casi incestuoso. Lo tituló La Espada Encendida. Un día convocó a "La Chascona", la casa de sus primeros amores con Matilde, a varios amigos. Habría una lectura con actores y todo.Leyeron el libro entero. Los personajes son Moisés, de 130 años, y Rosía, la amada, "una piedrecita sin edad".El texto produjo asombro. "Matilde, secretamente halagada por eso de la piedrecita sin edad". Nadie dijo que se tratara de una obra maestra, pero Pablo y Matilde se veían felices. La verdadera Rosía no estaba invitada.En esos años, Alicia era una mujer blanca, de pelo muy negro –la describe Lafoucarde–, aleonado como el de su tía, de estatura casi baja. "Bonita risa, boca jugosa, ojos pequeños, expresión humilde. A Volodia Teiteilboim le llamó mucho la atención de su poderoso juego de té, esos pechos duros y jóvenes. A Neruda también".
Enrique Lafourcade reveló el nombre tabú de la última amada de NerudaEn La Espada Encendida, la ve "ancha de pechos, breve de boca y ojos"."Y dice esas cosas que dicen los poetas, que salía a buscar agua y era cántaro y, además, que era invisible y fragante".Hoy la fantasmal Alicia guarda cientos de cartas y recuerdos de Neruda. Pero ha jurado un hermetismo sin fisuras. Como un anillo nupcial.