SEA TRIUNFADOR Y NO PERFECCIONISTA
Publicado en
febrero 12, 2012
CONDENSADO DE "PSYCHOLOGY TODAY" (NOVIEMBRE DE 1980). © 1980 POR PSYCHOLOGY TODAY. DE WASHINGTON. D.C. ADICIONES AL LIBRO ''FEELING GOOD: THE NEW MOOD THERAPY". © 1980 POR EL DOCTOR DAVID D. BURNS. PUBLICADO POR WILLIAM MORROW AND CO. INC.. DE NUEVA YORK.El perfeccionismo compulsivo puede bajar nuestro rendimiento y bloquear nuestro camino hacia el éxito. Un psiquiatra nos dice cómo superar este hábito contraproducente.
Por el Doctor David Burns (Director del Instituto de Terapias Cognoscitiva y del Comportamiento en el Centro Médico Presbiteriano de la Universidad de Pensilvania)COMO PARTE de un estudio sobre productividad y salud emocional, formulé una serie de preguntas a un grupo de 150 vendedores, cuyos ingresos anuales iban de 10,000 a 150,000 dólares. Alrededor del 40 por ciento de ellos resultaron perfeccionistas. Como era de preverse, este grupo se sentía bajo mayor estrés que sus colegas que no lo eran. ¿Tenían más éxitos estos angustiados perfeccionistas? Por extraño que parezca, no era así. Mientras los perfeccionistas vivían con más ansiedades y depresiones, no se encontró ningún indicio de que ganaran más dinero que los demás vendedores.
En realidad, el desánimo y la tensión psíquica que a menudo azotan a los perfeccionistas pueden redundar en decremento de la creatividad y de la productividad.¿A qué me refiero cuando digo perfeccionismo? No hablo del saludable afán de excelencia que cultivan las personas que se complacen en alcanzar normas elevadas, sino de los individuos que se afanan compulsivamente por alcanzar metas inalcanzables y juzgan su propia valía según los logros. Por consiguiente, viven aterrorizados ante el prospecto de fracasar. Se sienten acuciados y, al mismo tiempo, frustrados por sus logros.Un profesor de historia que sufre de depresión crónica me dijo hace poco: "Sin mi perfeccionismo, yo no sería sino un mediocre. ¡Uf! ¿Quién quiere ser del montón?" Este hombre ve en el perfeccionismo el doloroso precio que debe pagar por el éxito. La verdad es que está tan paralizado por el miedo al fracaso, que su productividad es muy inferior a la de muchos de sus colegas.La sugerencia de que los perfeccionistas podrían obtener éxito a pesar de sus elevadas normas, y no gracias a ellas, les parece, en principio, poco realista a la mayoría de los perfeccionistas. No obstante, cada día hay más pruebas de que el perfeccionismo compulsivo no sólo es patológico, pues causa trastornos emocionales como depresión, angustia y estrés, sino también auto-destructivo en términos de productividad, relaciones interpersonales y estimación de sí mismo. Una razón de esto es que el perfeccionista enfoca la vida de manera distorsionada e ilógica.Tal vez la principal distorsión mental que encontramos entre los perfeccionistas sea su enfoque de "todo o nada". Un ejemplo: el estudiante que, habituado a obtener las más altas calificaciones, se siente aniquilado cuando, en algún examen, logra una apenas ligeramente inferior; para él, no conseguir lo máximo equivale al fracaso. Este modo de pensar hace que el perfeccionista tema incurrir en errores y reaccione con vehemencia ante los descalabros.Otra distorsión frecuente es la tendencia a creer que un resultado negativo se repetirá indefinidamente, por lo cual se dice: "¡Jamás haré esto bien!" Y, en vez de preguntarse qué puede aprender del error cometido, se reconviene a sí mismo: "¡No debí ser tan torpe! ¡No volveré a hacer eso!" Tales reproches originan sentimientos de frustración y culpabilidad, que, irónicamente, llevan al perfeccionista a empantanarse en el mismo error. Así, el hombre queda atrapado en lo que el profesor Michael Mahoney, de la Universidad Estatal de Pensilvania, llama el síndrome "del santo o del pecador".Este síndrome obra de la manera siguiente: cuando el perfeccionista se somete, por ejemplo, a un régimen alimenticio, se dice que deberá apegarse o no a tal o cual régimen que define en términos muy estrictos. Mientras lo sigue al pie de la letra, se siente eufórico; es el periodo de "santidad". La primera vez que se aparta de esa rutina, siente perdida la oportunidad de seguir a la perfección el régimen; la conclusión inicia un consecuente periodo de "pecado". Por ejemplo: el perfeccionista sometido a cierta dieta toma una sola cucharada de helado, y luego se siente tan mal por aquel evidente "fracaso", ¡que consume todo un litro de esa golosina!Por último, al parecer, muchos perfeccionistas están atormentados por el sentimiento de soledad y por ciertos desajustes en sus relaciones interpersonales. Como el perfeccionista teme y prevé un rechazo al juzgársele imperfecto, tiende a reaccionar defensivamente a la crítica, y también a juzgar con dureza a los demás. Su reacción, por lo general, frustra y aleja a otras personas, y podría provocar precisamente la desaprobación, a lo que más temen los perfeccionistas.Para ayudar a los perfeccionistas a superar este hábito mental, primero les pido que hagan la lista de las ventajas y las desventajas de tratar de ser perfecto. Una estudiante de derecho que me consultó sólo escribió una ventaja: "A veces, puede rendir un trabajo excelente".Luego, hizo una lista con seis desventajas del perfeccionismo. "Primera: me pongo tan nerviosa con esta actitud, que a veces ni siquiera logro un trabajo aceptable. Segunda: a menudo, no estoy dispuesta a correr el riesgo de cometer los errores necesarios para lograr un trabajo creativo. Tercera: me inhibe para intentar cosas nuevas, Cuarta: me obliga a ser autocrítica y me quita la alegría de vivir. Quinta: no acierto a relajarme, pues siempre encuentro alguna imperfección. Sexta: me vuelve intolerante hacia los demás, y a la postre me consideran una molesta juez". Basada en este análisis de costo-beneficio, la joven concluyó que la vida podría ser mucho más grata y productiva sin su actitud de perfeccionista.Cuando las metas que se ha propuesto usted son realistas, a menudo sentirá más serenidad y confianza, y tenderá a ser una persona más creativa y productiva. No estoy defendiendo con esto la actitud indolente y desaprensiva; lo que afirmo es que verá que puede realizar su mejor trabajo cuando su objetivo sea obtener buen rendimiento, decoroso, más que cuando se afane en lograr, atenazado por el estrés, una obra maestra.Esta estrategia me resultó útil cuando estaba escribiendo para publicaciones educativas y me había bloqueado el miedo a empezar a redactar. Cada vez que me sentaba a elaborar un borrador, me decía: "Esto debe ser algo sobresaliente". Y luego forcejeaba penosamente con la primera frase, hasta que abandonaba el intento, disgustado.En cambio, cuando en vez de ello me decía: "Sólo haré un borrador provisional", comprobaba que disminuía mi resistencia a escribir y mi rendimiento mejoraba sustancialmente. Además, me asombró que mejorara la calidad de mi redacción cuando no trataba de impresionar a otros.Si es usted un perfeccionista compulsivo, será sin duda muy hábil para tener presentes todas sus fallas y carencias. Se pasa la vida catalogando todos y cada uno de sus errores y fracasos. He aquí un método muy sencillo que puede ayudarle a revertir esta dolorosa tendencia.Haga cada día la lista de lo que hace bien. Lleve la cuenta de los puntos buenos que logre acumular. Esto acaso le parezca tan sencillo, que quizá lo juzgue vano; en tal caso, experimente con el método durante dos semanas. Predigo que empezará a concentrarse más en los aspectos positivos de su vida y, en consecuencia, se sentirá mejor acerca de su propia persona.Otro método provechoso consiste en desenmascarar lo absurdo de pensar en lograr todo o nada, idea que suscita su perfeccionismo. Mire a su alrededor y pregúntese cuántas cosas hay en el mundo que puedan escindirse en categorías de todo o nada. ¿Acaso las paredes que lo rodean están inmaculadas? ¿O muestran siquiera un poco de polvo? ¿Su estrella cinematográfica favorita es perfectamente hermosa? ¿Conoce usted a alguna persona que sea totalmente tranquila y llena de aplomo en todo momento? Todo se puede mejorar si lo examinamos con suficiente espíritu crítico. Por tanto, aprenda usted a reconocer la noción de todo o nada en lo que en realidad es: una práctica contraproducente, que no se ajusta a la realidad.Por último, puede usted combatir el perfeccionismo preguntándose: ¿Qué puedo aprender de mis errores? A modo de experimento, analice algún error que haya cometido y anote todo lo que haya aprendido de él. Jamás renuncie al derecho a equivocarse, porque, de hacerlo, perdería su habilidad para aprender cosas nuevas, y para progresar en la vida.Recuerde que el temor acecha siempre detrás del perfeccionismo. Al fin y al cabo, hay un premio para el que intenta ser perfecto: así se protege la persona de la crítica, de arriesgarse a fracasar o de la desaprobación. Pero también le quita la oportunidad de crecer, de gozar de la aventura y de vivir con plenitud. Paradójicamente, encarar sus temores y reconocer su derecho a ser humano, puede hacer que se convierta usted en una persona mucho más feliz y productiva.PERFECCION CONTRA SATISFACCION
Si ES usted un perfeccionista compulsivo, quizá le resulte difícil creer que puede disfrutar de la vida al máximo o alcanzar la verdadera felicidad sin que su objetivo sea la perfección. Puede poner a prueba esta idea. En una hoja de papel, anote una gran variedad de actividades; por ejemplo, segar el césped, preparar una comida, redactar un informe de trabajo. Califique la satisfacción que obtenga de cada una de estas labores evaluándolas de O a 100. Luego, calcule el grado de perfección con que ejecute cada una de ellas, en la escala de O a 100. A esto lo llamo Hoja de Antiperfeccionismo. Le ayudará a romper el ilusorio vínculo entre perfección y satisfacción.
Veamos cómo funciona: cierto médico conocido mío estaba convencido de que tenía que ser perfecto en toda ocasión. Por mucho que lograra, siempre se fijaba normas un poco más elevadas, y luego se sentía muy frustrado. Lo persuadí de que estudiara un poco sus diversos estados de ánimo y sus éxitos utilizando la Hoja de Antiperfeccionismo. Un fin de semana, la cañería de su casa se rompió, y se inundó la cocina. Tardó mucho tiempo, pero consiguió reparar el desperfecto. Como era un fontanero novato, el trabajo lo obligó a solicitar la valiosa ayuda de cierto vecino suyo. Al fin se concedió una puntuación de no más del 20 por ciento en la práctica de aquella actividad. Sin embargo, estimó el grado de satisfacción que le dio esa en un 99 por ciento, en contraste con el bajo índice de satisfacción que le daban otras actividades en que se desempeñaba muy bien.Esta experiencia con la Hoja de Antiperfeccionismo lo convenció de que no le era necesario llegar a la perfección en algo para disfrutarlo. Más aún: esforzarse por la perfección y por desempeñarse de manera excepcional no le garantizaba el goce, sino que tendía a darle menor satisfacción. El facultativo llegó a la conclusión de que, o bien renunciaba a su compulsivo afán de perfección y se ajustaba a una existencia gozosa y de gran productividad, o se aferraba a ese afán y se resignaba a sufrir continuas angustias y a una productividad mediocre. ¿Qué elegiría usted? ¡Haga la prueba!