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febrero 12, 2012
CUENTO© 1967 POR JACK COPE. ESTE CUENTO APARECIÓ POR PRIMERA VEZ EN "THE MAN WHO DOUBTED AND OTHER STORIES”. PUBLICADO POR WILLIAM HEINEMANN. LTD. DE LONDRES. INGLATERRA."Así es la vida", dijeron los adultos, encogiéndose de hombros cuando el pajarito quedó atrapado allá arriba, en los cables de alta tensión. Así es la muerte, pensó André, y se propuso hacer algo para evitarla.
Por Jack CopeALLÁ ARRIBA, sobre las gigantescas torres metálicas, los cables de energía eléctrica se extendían por encima del veld (páramo) llano y yermo, hasta perderse en la lejanía. Uno de los masivos pilones estaba en el terreno de su padre, en un rectángulo cercado con alambres de púas. Las placas de advertencia, con una calavera y unos huesos pintados en rojo, decían en tres idiomas: "¡Peligro!" Y aparecía allí una cifra enorme de voltios; miles de voltios. André tenía diez años, y sabía que los voltios eran electricidad y que los cables llevaban la energía muy lejos, a través del campo.
André llenaba los espacios vacíos de su vida echando a volar la imaginación, y los cables de energía hicieron que sus pensamientos viajaran hasta una mágica y remota comarca, entre máquinas enormes y fábricas ajetreadas. Allá estaban las puertas del mundo. André amaba entrañablemente los cables de energía. Abrían una puerta a sus pensamientos, permitiéndole remontarse muy lejos.En los anocheceres claros, cuando se congregaban las golondrinas, podía ver los cables como collares de grandes cuentas negras. Le gustaba oír el nervioso piar de los pájaros; le gustaba ver cómo se dejaban caer de los cables de cobre y cómo sus perfectas alas curvadas los levantaban por los aires. Volaban miles de kilómetros sobre tierra y mar, montañas y bosques; sobre países con los que él nunca había soñado; le abrían otra puerta, y también le gustaban mucho.Una mañana, André observaba los pájaros, cuando toda una bandada alzó el vuelo desde los cables. Sin embargo, una de las golondrinas se rezagó, colgada, agitando mucho las alas. André vio que estaba atrapada de una pata. Se preguntó cómo pudo trabarse así; tal vez en una grapa o juntura. Su primer impulso fue volver corriendo a casa a contárselo a su madre, pero ella lo regañaría por arriesgarse a llegar tarde a la escuela. Por ello, montó en su bicicleta y se alejó, para alcanzar el autobús.Después de clases, al regresar del cruce de caminos, sintió angustia, pero no quiso levantar la mirada hasta estar muy cerca. La golondrina seguía allí, con las alas extendidas, pero inmóvil. André supuso que habría muerto. Luego la vio batir y plegar las alas. Se estremeció al pensar que llevaba todo el día allí colgada.El niño entró en su casa y llamó a su madre. Ambos se detuvieron bajo los cables a mirar al pájaro. La madre se protegía los ojos con la mano. Era una lástima, dijo, pero estaba segura de que, de algún modo, la golondrina lograría librarse.—¿No podríamos...? —empezó a decir André.—No; no podríamos hacer nada, querido —le respondió, con firmeza, y él supo que hablaba en serio.Su padre llegó a casa a las 6 y tomó el té; después, tuvo algo de tiempo para trabajar en el pequeño huerto. André lo siguió, y pronto le habló de la golondrina.—Ya lo sé. Tu mamá me lo dijo.—Aún sigue allí.—Bueno —replicó su padre—, no podemos hacer nada, ¿verdad?—No, papá; pero...—Pero, ¿qué?André dio un puntapié a una piedra y no dijo nada más.Durante la cena, nadie mencionó a la golondrina, pero André sentía como si colgara sobre sus cabezas. Al irse a la cama, su madre le recomendó que no se preocupara por el pajarito, y agregó:—No cae un gorrión sin que lo sepa nuestro Señor.—Es una golondrina, no un gorrión —la corrigió André—. Se va a quedar allí toda la noche, colgada de las patas.El día siguiente era sábado, y André no tuvo que asistir a la escuela. Lo primero que hizo fue mirar al exterior, y el ave aún estaba allí. André hubiera preferido ir a la escuela, en vez de estar pensando todo el día que la golondrina estaba allí, colgando del cruel cable. La mañana le pareció muy larga.Al acercarse a la casa, al mediodía, André volvió a levantar la mirada y lo que vio lo hizo quedarse allí inmóvil un buen rato, boquiabierto. Otras golondrinas revolaban en torno de su compañera atrapada, tratando de ayudarla. André corrió al interior de su casa, llevó de la mano hacia afuera a su madre, que volvió a protegerse los ojos al mirar.—Sí, la están alimentando. ¡Qué extraño! —comentó.Por la tarde André se tendió en la hierba, y otras dos veces vio a las demás golondrinas aletear en torno de la prisionera, abriendo mucho los picos.Sintió un nudo en la garganta al pensar cómo las otras aves ayudaban, pero las personas no hacían nada. Sus padres ni siquiera querían hablar de eso. Con la mirada aguzada, recorrió el camino que un buen escalador seguiría hasta lo alto de la torre. Pero una vez arriba, ¿qué hacer? ¿Cómo tocar la golondrina? Con sólo poner la mano cerca del cable, ¿no saltarían contra él aquellos miles de voltios?Lo único que se podría hacer era conseguir que alguien cortara la corriente durante un minuto, y entonces podría trepar como un mono hasta lo alto de la torre. Aquella noche, durante la cena, lo sugirió, y su padre se enfureció como nunca.—Mira, hijo —le advirtió—. No quiero que sigas preocupándote por ese pájaro. ¡Olvídalo!Cuando su madre fue a darle las buenas noches, él ocultó el rostro en la almohada y no quiso besarla. Era algo que nunca había hecho, y es que estaba irritado contra los dos: dejaban a la golondrina colgada allá afuera, y no hacían nada.El domingo por la noche André dijo a su madre:—Sólo está viva por los otros pájaros. Los vi otra vez alimentándola hoy.—Yo también los vi.—No podrá vivir mucho tiempo más. ¿Por qué no hace papá que desconecten la electricidad?—No lo harían sólo por un pájaro, querido.Al ir rumbo a la escuela, a la mañana siguiente, André trató de no levantar la vista, pero no pudo evitarlo, y allí estaba la golondrina, abriendo y cerrando las alas. André sacó su bicicleta y se alejó a toda carrera. No podía pensar sino en el pájaro atrapado en el cable.Después de la escuela, tomó un autobús para ir a la ciudad. Al internarse en la zona de las fábricas, se orientó siguiendo hacia las cuatro altísimas chimeneas de la central eléctrica. Al llegar a la estación, se encontró ante una alta reja de hierro con barrotes puntiagudos y una gran puerta de hierro, cerrada.Miró a través de la reja y vio a unos trabajadores negros que estaban descansando, sentados al sol, ante un tablero de damas. Los llamó, y un hombre corpulento, en overol color marrón y un ancho cinturón de cuero, se acercó. André le explicó lo que quería: si cortaban la corriente, él podría trepar a salvar a la golondrina.El hombre sonrió e hizo chasquear la lengua. Dijo que se llamaba Gas Makabeni. Sólo era un trabajador de mantenimiento y no podía cortar la corriente. Pero abrió la puerta y dejó pasar a André.—Habla con los que están allí adentro —le sugirió, sonriendo.En el interior, un ingeniero blanco condujo a André a través de un enorme vestíbulo lleno de tableros y consolas con carátulas y luces encendidas, y hombres con largas batas blancas, hasta llegar a una gran oficina. El corazón de André latía violentamente. De todas partes llegaba el zumbido de la estación generadora de energía.Un hombre de cabello negro y lentes estaba sentado ante un escritorio. André no había pronunciado cinco palabras, cuando empezaron a temblarle los labios y se le escaparon dos lágrimas.—Siéntate, hijo; no tengas miedo —lo tranquilizó aquel hombre.Luego, intentó explicar a André la situación. ¿Qué pasaría si cortaran la energía eléctrica? Los trenes se detendrían, los hospitales quedarían a oscuras y quizá se interrumpiera una operación; los ascensores de la mina dejarían de funcionar de pronto, a 2500 metros de profundidad. Sabía que el niño estaba preocupado por la golondrina; pero cosas así sucedían, y así era la vida.—¿La vida? —repitió André, pensando que más bien así era la muerte.El hombrón sonrió. Apuntó el nombre y la dirección del niño y le dijo:—Has hecho lo que has podido, André. Lamento no poder prometerte nada.André llegó tarde a su casa; su madre estaba enojadísima. Él le mintió, diciendo que lo habían dejado castigado en la escuela. No tuvo valor para mirar a la golondrina. Se sentía mal, porque todos iban a dejarla morir. "¡Así es la vida!", decían.Sería la medianoche cuando despertó. Su madre había entrado en la alcoba; se había puesto el quimono y había encendido la luz.—Un hombre pregunta por ti.André salió al porche y vio a su padre en pijama, y la espalda de un hombretón. ¡Era Gas Makabeni!—¡Gas! —gritó André—. ¿Van a hacerlo?—Van a hacerlo —confirmó Gas.Llegaron un reparador de líneas y un chofer. El reparador explicó al padre de André que se había ordenado hacer una desconexión, por mantenimiento, a la hora de mínimo consumo. Pidió que le mostraran dónde estaba el pájaro. André miró, con miedo, a su padre, que asintió con la cabeza y lo autorizó:—Ve con él. Enséñale dónde está.El niño subió al camión de mantenimiento, junto a aquel hombre, el chofer y Gas. Sólo tardaron cinco minutos en colocar el vehículo en la posición adecuada bajo la torre y ajustar la escalera extendible. Gas enganchó una cadena a su cinturóny se puso el casco provisto de linterna. Se deslizó por la cadena y empezó a subir los escalones como si no tuviera ningún peso. Al mismo nivel de los aislantes del pilón, su linterna iluminó a la golondrina, que colgaba del cable. Se inclinó entonces, con mucho cuidado liberó la minúscula pata de la grapa del cable, y luego se metió la golondrina en el bolsillo de la pechera del overol.Un minuto después ya estaba abajo; sacó del bolsillo el pájaro y se lo dio al niño. André se quedó sin hablar, con el avecilla en la mano, sintiendo su tenue palpitar. A la luz de la linterna vio que el pecho era de color marrón pálido, señal de que era casi un polluelo.—¡Gracias! ¡Gracias, Gas! ¡Gracias, señor!André sostuvo a la golondrina en el hueco de sus manos, inmóvil, con las puntas de las alas cruzadas. De pronto, dio dos saltitos y tendió las esbeltas alas. Luego las batió frenéticamente, y pareció que caería al suelo. Pero planeó casi a ras de tierra, y André recordaría tiempo después que, al desplegar del todo las alas y ganar altura, la golondrina tuvo un ligero estremecimiento de felicidad.