CUANDO EL MARQUÉS SE FUE A PIQUE
Publicado en
febrero 12, 2012
Con todo el velamen desplegado, el hermoso y antiguo Marqués avanzaba poco a poco hacia el horizonte azul. El viento hinchaba sus velas... y el ángel de la muerte se cernía sobre él.
Por John DysonEL AVIÓN del Vuelo 40 de la American Aírlines, entre Los Ángeles y Nueva York, iba sobre Kansas City a las 15:30 horas del 3 de junio de 1984, cuando su copiloto, Paul McMillan, sentado ante los controles, oyó por la radio aterradoras noticias. Uno de 39 grandes veleros que participaban en una regata entre las Bermudas y Halifax, Canadá, había zozobrado la primera noche. "¡Dios mío!", exclamó McMillan. Su hijo Cliff estaba en uno de esos barcos.
Transcurrió otra hora y media antes de que se confirmaran los peores temores de McMillan. Primero, sólo supo que un navío de tres palos se había hundido, como a las 4 de la madrugada, a unas 80 millas náuticas al norte de las Bermudas, con 28 personas aún a bordo. Luego oyó el nombre: el Marqués.Para mitigar su angustia, McMillan no dejó de comunicarse con el control de tráfico aéreo. Cliff es muy ágil. Si alguien logra salir de allí, será él, se decía. Sobrevolaba Chicago cuando le llegó la noticia de que se había rescatado a nueve sobrevivientes de los botes salvavidas. No se daban nombres. Yo sé que está vivo. Yo sé que él es uno de los sobrevivientes.AL NO encontrar trabajo cerca de su hogar, en Fairfield, Connecticut, Cliff McMillan, de 16 años, firmó contrato como aprendiz de marinero del crucero Marqués, de elegante y alto castillo de proa, enhiesto bauprés y que ostentaba en sus costados unas bandas ajedrezadas que parecían troneras. El Marqués, uno de los pocos grandes veleros que aún navegaban, se había construido en 1917 en los astilleros de España, para transportar fruta. En 1971, unos ingleses entusiastas de la navegación a vela, compraron el casco y lo restauraron fielmente.
Desde entonces, el Marqués había navegado muchas millas, y costeaba sus gastos al aparecer en películas. Con el nombre de Beagle, de la Marina Real, participó en una serie televisiva inglesa acerca del viaje de Charles Darwin, por lo cual recorrió las aguas embravecidas de la Tierra del Fuego. En 1981, el Marqués fue sorprendido con todas las velas desplegadas por un huracán de intensidad 12 (con vientos hasta de 130 k.p.h.), y salió casi indemne de la prueba.También las regatas de grandes veleros tenían inmaculados precedentes de seguridad. Desde la primera competición, en 1956, muchos miles de muchachos originarios de dos docenas de países habían tripulado más de 100 altos veleros a través de los océanos, sin un solo accidente fatal.El Marqués pasó la primavera en Antigua, en las Antillas, llevando turistas en cruceros de un día, mientras se preparaba para la larga travesía. Su capitán era Stuart Finlay, de 42 años, de Lincoln, Massachusetts, instructor en jefe del Centro de Adiestramiento Marítimo del Caribe, con base en Antigua. El primer oficial era Dennis Ord, de 52 años, barbado lobo de mar inglés que, con un guiño en la mirada azul, afirmaba haber huido al mar a los tres años de edad y haber doblado el cabo de Hornos a bordo de una endeble bañera de tres palos.Cliff McMillan era uno de los nueve grumetes que navegaban bajo los auspicios de la Asociación Norteamericana de Enseñanza de Navegación a Vela (ASTA, por sus siglas en inglés). Había dos maestros de la ASTA: Stuart Gillespie, de 41 años, y Susan Howell, de 37, experta en navegación de altura.La tripulación pagada del barco: seis jóvenes marineros ingleses y una cocinera, lo habían llevado allí desde Inglaterra. Bronceados, con largas melenas quemadas por el sol, y pendientes de oro a la manera de los antiguos bucaneros, eran devotos servidores del barco. Su entusiasmo y jovialidad contagiaban a todo el que subía a bordo.Tras un viaje de Antigua a San Juan, Puerto Rico, participó en una regata de 820 millas náuticas, hasta las Bermudas, contra otros cinco navíos; fueron cinco días de navegación fácil, bajo el sol; el Marqués salió vencedor, no sólo en su clase, sino en todas.Y ahora iba rumbo a Halifax a unirse a otros 26 navíos que habían cruzado el Atlántico partiendo de Saint-Malo, Francia. El pronóstico del tiempo anunció que amainarían gradualmente los vientos huracanados de la noche anterior, y los organizadores de la regata no preveían contratiempos.Fue un espectáculo muy emocionante ver que 39 veleros de 20 naciones cruzaron la línea de partida y enfilaron hacia Canadá, surcando las azules olas como los galeones de las epopeyas marinas. Las tripulaciones se saludaban a voces y agitaban los brazos. Las banderolas ondeaban en la brisa. La blanca espuma brillaba al sol. Con un pañuelo rojo anudado a la cabeza, a la manera de los piratas, Cliff se ganó su salario tirando de las cuerdas, aparejando el velamen y limpiando el Marqués hasta del último resto de cebolla.En el navío se había izado hasta la última tela, excepto la camisa de noche del capitán. Los marinos vitoreaban gozosos el espectáculo. El capitán Finlay, de pie en el puente, con su hijo Christopher de 15 meses en brazos, exclamó: "¡Mira eso, Chris! ¿No es maravilloso?"Y así, el Marqués empezó a avanzar poco a poco hacia el norte, mientras la fuerte brisa hinchaba sus velas superiores... con el ángel de la muerte a bordo.Al anochecer, el viento arreció ligeramente. Aunque nada peligroso, el veloz cabeceo de la nave sobre las olas ponía a prueba los delicados estómagos de los nuevos grumetes, y muchos se marearon. Fueron acortando progresivamente el velamen para aminorar el movimiento del barco. A medianoche, el capitán subió al puente de mando con el pronóstico de los vientos que habían transmitido por radio: 30 nudos. Tranquilizado, ordenó seguir estabilizando la nave, y regresó a su camarote.En turno de guardia, y sintiéndose mareado, Cliff buscó refugio bajo la estructura en que estaba atado el bote de hule. Susan Howell le llevó un poco de té, galletas y unas pastillas contra el mareo. Al no poder dormir por padecer dolores artríticos en los hombros, el segundo de a bordo, Dennis Ord, se ocupó en lavar platos en la cocina, y luego subió al puente. John Ash iba al timón, gozando del ondear de las velas en el oscuro cielo nocturno.Con sólo siete velas desplegadas, el Marqués avanzaba con facilidad. No obstante, sin que pudiese saberlo nadie, todos los navíos cercanos estaban en dificultades. El Eagle y el Simón Bolívar tuvieron que apartarse de su rumbo en un ángulo de 50 grados, y un velero polaco, Dar Mlodziezy, perdió nueve velas. Un yate de la Marina italiana se retiró a las Bermudas, con el mástil averiado. El bergantín canadiense Belle Blonde, de 50 metros de eslora, perdió un palo superior.Un chubasco azotó al Marqués al cambio de guardia, a las 4 de la madrugada, pero la velocidad del viento no dio motivo de alarma. Cuando Andy Freeman, marinero de 22 años, cedió el timón a Phil Sefton, de la misma edad, se quedó en la cubierta. Cliff McMillan, mareado, se apoyaba en la amura; luego, al terminar su turno, bajó por la escala rumbo a su litera. Al subir, sintiéndose algo mareado, Bill Barnhart, grumete de 24 años, quedó cegado por la lluvia que le empapó los anteojos. El grumete John Ash, de 23, bajó junto con los otros que terminaban su turno de guardia, pero se le pidió quedarse, por si había que plegar velas, en caso de que a la lluvia siguieran fuertes galernas.Entonces, sucedió lo increíble. Sin un susurro de advertencia, sopló un viento diabólico, igual que un súbito estallido, abrumando al Marqués con tremenda potencia. La primera ráfaga lo volcó, haciendo que los tres mástiles quedaran sobre las olas. Torrentes de agua espumosa cubrieron el puente, ahora en posición vertical, e irrumpieron por las abiertas escotillas.Cuando el barco fue azotado por estribor, Phil Sefton, reaccionó con prontitud: dio dos vueltas al timón, pero este no tuvo tiempo de "morder" antes de salir del agua. El puente se inclinó a tal grado que Sefton se encontró de pie, al lado del cubo del timón. Junto a él, Andy Freeman patinó hasta quedar colgando precariamente del aparejo. El alférez Peter Messer-Bennetts, de 21 años, resbaló por toda la cubierta, trató de sostenerse; lo cubrió una oleada, que lo barrió.De pie en la parte baja de la cubierta, Dennis Ord vio que el barco escoraba como si cayera del cielo. "¡Quítenle las velas!", gritó. Saltando para obedecer la orden, Bill Barnhart iba avanzando por la cubierta, sosteniéndose a duras penas para cortar las cuerdas, cuando una ola surgió encima de él.Cerca del trinquete, Bob Cooper, de 20 años, oficial de guardia, sintió que el Marqués aceleraba y luego parecía vacilar. Saltó sobre la escotilla y gritó: "¡Arriba todos!" En el mismo instante, vio los mástiles que yacían horizontales con las velas hinchadas de agua; vio cómo se hundía la proa y luego lo arrastró al agua. Tomó aire y trató de impulsarse para cortar las cuerdas y liberar las velas. La visión de la nave, de costado bajo el agua, bajo la luz verde de la cocina de oficiales, quedó fija para siempre en la memoria de Cooper.Aguardando bajo la cubierta órdenes de plegar velas, John Ash supo que el barco estaba en peligro desde antes de oír el grito de Cooper. Subió corriendo por la escalera y estaba saliendo por la escotilla, cuando le pareció que todo el océano se precipitaba sobre él y lo lanzaba al interior. Al inundarse la cala, el peso levantó la nave, y Ash pensó que se enderezaría. Luego, sus velas empapadas volvieron a tirar de ella hacia abajo, y esa fue su perdición.La primera sacudida lanzó a Cliff McMillan por encima de la mesa del camarote. Al azotarlo el agua, pasó silbando por las rejillas que había sobre su cabeza, como agua en una sartén ardiente. La escalera cayó por debajo de la horizontal, y él cayó de pie, y empezó a luchar contra el torrente que irrumpía.Detrás de él, Oswald Cole, de 18 años, se afanaba en abrir la escotilla corrediza. Al sentir el agua sobre él, aspiró profundamente. Al neutralizarse la presión, la escotilla se abrió y llegó nadando hasta la superficie: fue el último en salir. A popa, Phil Sefton había soltado el timón y trepó hasta la amura; estaba de rodillas sobre el costado horizontal del barco. Advirtiendo lo absurdo de tener que lanzarse al mar tan lejos de tierra, se ordenó: ¡Salta! Luego, el barco se hundió debajó de él, y siguió nadando.No HABÍA habido tiempo de sentir pánico; sólo la fría reacción a la rapidez con que sucedió todo. El barco se había volcado en 15 segundos, se anegó en 30 segundos, y en cerca de 45 desapareció de la faz del océano. Pero cuando el sumergido Marqués inició su última jornada, llevándose consigo 18 almas hasta 2600 brazas de profundidad, en su cubierta aún había dos hombres luchando por sobrevivir.
Atrapado bajo el cordaje que formaba una red sobre su cabeza, Bill Barnhart hizo tres grandes tajos con su cuchillo; luego, pasó a través de ellos, y salió a la superficie.Dennis Ord sabía, por haber trabajado de buzo en la perforación de pozos petroleros, que el pánico puede matar. Después de cortar el cabo de una boya que se había trabado en sus piernas, enfundó nuevamente el cuchillo, por si volvía a necesitarlo. Luego tuvo que subir casi cuatro metros, en desesperado impulso hasta la superficie.Dominando el rugido del viento, los sobrevivientes oyeron un silbido; se estaba inflando una balsa salvavidas, expelida automáticamente del barco. En ella lograron meterse Dennis Ord, Philip Sefton, Bob Cooper, Oswald Cole, John Ash, Bill Barnhart y Cliff McMillan, Andy Freeman, en otra balsa, pensaba que era el único sobreviviente.Stuart Gillespie se hallaba en la cabina de proa cuando el viento azotó. Sin tiempo para ponerse el chaleco salvavidas, se abrió paso hasta la cubierta, e inmediatamente se encontró sumergido. Al subir a la superficie, nadó hacia un volcado bote de hule, se aferró a él y el agua lo arrastró una gran distancia.Con el navío se hundieron el capitán Finlay, la esposa de él y el bebé; tres miembros de la tripulación, cinco grumetes de la ASTA, procedentes de Estados Unidos y Canadá, y su consejera, Susan Howell; cinco grumetes de Antigua y un periodista británico.Los SOBREVIVIENTES se dedicaron a achicar en sus botes salvavidas. Sabiendo que no había habido tiempo para transmitir un SOS, Ord mandó disparar bengalas rojas de petición de auxilio, y se animó al ver que cerca de allí alguien disparaba otro cohete.
A las 4:25, avistaron los cohetes por el lado de popa en el balandro polaco Smuga Cienia. Al no poder virar con el temible tiempo, radió la señal de alarma general, que captó la goleta polaca Zawisza Czarny. La visibilidad era mala en altamar, pero poco después del alba avistaron las dos balsas salvavidas, de color anaranjado.Varios segundos después de que los ocho sobrevivientes treparon a bordo de la goleta, a las 7:55, una llamada de auxilio se oyó en toda la flota de veleros: "SOS… el Marqués a pique..." El SOS desencadenó una operación general de búsqueda y rescate. Sesenta y dos millas al sur, el destructor canadiense Assiniboine envió su helicóptero y navegó entre las altas olas hacia la escena del desastre, a toda velocidad. El velero guardacostas norteamericano Eagle viró a 104 millas al norte de la posición radiada, pero no pudo avanzar contra el oleaje sin arriesgarse a sufrir averías. De las Bermudas partieron aviones y tres acorazados canadienses. El buque tanque noruego Curro, rumbo a Filadelfia, también ayudó en la búsqueda.A las 10:30 de la mañana, el helicóptero del Assiniboine iba de regreso a reabastecerse de combustible, cuando avistó al exhausto Stuart Gillespie sosteniéndose del bote volcado, y lo recogió en un cesto suspendido de un cable.CUANDO el avión que hacía el Vuelo 40 empezaba a descender sobre el Aeropuerto Kennedy de Nueva York, Paul McMillan temió no poder concentrarse. Pidió a su capitán que se hiciera cargo del aterrizaje. Aunque tenía la más profunda fe en que Cliff se había salvado, no pidió información por radio, por si recibía malas noticias en pleno vuelo. Después de aterrizar, a las 18:47 horas no encontró ningún mensaje. Desde un teléfono de la terminal de pasajeros, McMillan llamó a los guardacostas. Le informaron: "¿Clifton McMillan?... Señor, el nombre de su hijo aparece en la lista de sobrevivientes".¿Qué gigantesco y extraño golpe de karate hundió al Marqués? El navío había soportado vientos de magnitud 12 a toda vela, por lo que aquello que lo haya volcado, con menos de la mitad del velamen, debió de ser inimaginable.Lluvia huracanada, vientos diabólicos, tromba... Cualquiera que haya sido el salvaje monstruo que surgió aquella noche en el Atlántico contra el viejo crucero Marqués, llevaba la intención de matar.