CARRERA BAJO EL CIELO DE CHINA
Publicado en
febrero 12, 2012

Basada en el diario de David Griffiths, esta es la historia de su notable maratón de 55 días, desde Pekín hasta Hong Kong. Su objetivo era recabar fondos para los impedidos, y en el camino pudo ver esta antigua tierra como pocos extranjeros lo han hecho.
Por David Griffiths, con Robert Kiener. Foto: Law Chi Keung. Mapa: Howard S. FriedmanDebo estar loco, pensé mientras corría por el liso e interminable camino que atraviesa a lo largo la llanura del norte de China. ¿Qué pudo adueñarse de un atleta aficionado inglés, de 43 años, razonablemente cuerdo, para tratar de correr más de 3000 kilómetros, desde Pekín hasta Hong Kong?
LA IDEA de la carrera se me ocurrió en 1982, cuando me invitaron a participar, siendo jefe del Centro Deportivo del Jubileo de Hong Kong, en el Maratón de Pekín. Después de la carrera me acerqué a los organizadores, la Compañía de Servicio Deportivo de China, y propuse que se realizara una carrera de un solo hombre a fin de recabar fondos para enviar a los atletas incapacitados de Hong Kong y de China a los Juegos Internacionales de 1984 para Incapacitados, en Nueva York, y a los Séptimos Juegos Mundiales en Sillas de Ruedas, que se celebrarían en Stoke Mandeville, cerca de Londres. Ellos aprobaron el plan, y el 22 de octubre de 1983 viajé en avión de Hong Kong a Pekín.Día 1. En esta helada y lluviosa mañana de martes, más de 1000 funcionarios del Gobierno, periodistas y curiosos acudieron a la Plaza Tiananmen, en Pekín, para verme arrancar. Hu Zhurong, ex poseedor de la marca nacional de salto con garrocha, quien quedó paralítico a raíz de un accidente que sufrió levantando pesas, apareció en su silla de ruedas para desearme buena suerte.A las 9 de la mañana en punto empecé a correr. Seis atletas chinos corrieron conmigo toda la mañana. Debimos de formar un espectáculo extraño. Además de un agente de seguridad, con expresión pétrea, que me seguía en un sedán negro de aspecto siniestro, mi comitiva consistía en dos choferes, mi intérprete, George, mi novia Cindy Choi y mi mejor amigo, el doctor Peter Diamond. Una camioneta, llamada por los mirones "El Gran Hotel Amarillo que se Mueve", nos servía de cocina, baño y ocasional dormitorio ambulante.Después de correr unos cuantos kilómetros por los amplios bulevares de Pekín, de empinadas pendientes, sentí una punzada en la rodilla izquierda, pero la pasé por alto. Con más de 3000 kilómetros por recorrer —más de tres millones y medio de zancadas—, no podía permitirme sufrir ninguna lesión.Hacia las 5 de la tarde atravesé la línea divisoria de la Municipalidad de Pekín (a unos 55 kilómetros de la Plaza Tiananmen) y me llené de júbilo al ver que la camioneta me aguardaba en un patio para carbón. Seguí el consejo que la noche anterior me había dado Qian Xinzhong, presidente de la recién formada Asociación Deportiva para los Incapacitados y consejero del Ministerio de Salud Pública: "Pon los pies en agua durante media hora cada noche. Cuando participé en la Larga Marcha, en 1934 y 1935 lo hice siempre que pude. ¡No me salieron ampollas!" Día 3. He aprendido a evitar las pilas de productos agrícolas diseminadas por los caminos. George me explicó que los agricultores sacan su trigo, mijo y frijol al camino para que los camiones los "trillen" al pasar por encima.Día 6. Estuve a punto de chocar hoy. Un asno que tiraba de una carreta llena de piedras se encabritó al verme pasar y arrojó al conductor, que iba dormido, prácticamente a mis pies. El hombre, sin dientes, sonrió, se encogió de hombros, se sacudió el polvo y corrió tras el burro. Dio al pobre animal una buena paliza, y luego volvió a subir a la carreta. Cuando miré hacia atrás, 20 segundos después, el conductor ya estaba profundamente dormido otra vez.Día 9. Llegamos a Xingtai, población pintada de color azul celeste: muchas de las paredes, las casas, las fábricas, las tiendas, el hotel, y hasta mi habitación y mi cuarto de baño. ¡Qué contraste con los monótonos edificios grisáceos que hemos estado viendo durante ocho días!La pintura azul apareció el año pasado, después de que el gobierno central de Pekín ordenó a cada provincia alegrar un poco sus pueblos. Los ancianos del lugar escogieron el azul, no sólo para inspirar a los demás, sino porque, casualmente, una gran fábrica de productos químicos que hay en las afueras del pueblo prepara un pigmento azul. ¡Y el hecho de que la lluvia pueda deslavar la pintura fomenta la economía local!Día 10. Hoy me dolió mucho la rodilla, y Peter me rogó que me sometiera a un tratamiento. En Handan visitamos al doctor Zhou Lixin, un viejo y nervudo acupunturista, que inmediatamente me hundió dos agujas de unos ocho centímetros, no esterilizadas, en la región lumbar. Mi pierna izquierda comenzó a sacudirse inconteniblemente, y al cabo de dos minutos me encontré cubierto de sudor. Cuando todo terminó, me sentí feliz. Peter y el doctor Zhou me ordenaron descansar por lo menos un día, pero, desde luego, no puedo hacerlo.Día 12. Gracias a las agujas del doctor Zhou, mi rodilla parece estar mejor. Al salir de una comuna, más de 1000 aldeanos me aclamaron cuando proferí todas las palabras que sé en mandarín: cinco expresiones: nihao (hola), cesuo zai na? (¿dónde está el retrete?), xiexie (gracias), jiayou (sigan adelante) y zaijian (adiós).Día 14. Inmediatamente después de las 5 de la madrugada me despertó en la camioneta una violenta sacudida. Un coro de cerdos, gallos, vacas y perros llenaba el patio circundante con un estrépito angustioso. Me enteré esta noche de que fue un terremoto que registró seis grados en la escala de Richter, y que más de 30 personas murieron.Esta tarde me volvió el ya familiar dolor de la rodilla izquierda mientras corría a través de la zona minera de carbón de Jixian. Peter y yo decidimos probar con una profunda inyección de esteroides en la rodilla, peligrosa aun en las mejores circunstancias. Mañana sabremos el resultado.
Día 16. En la llanura del norte de China, aparentemente interminable, se encuentran dispersos unos cuantos árboles, y parece que la pintaron con una polvosa brocha parda. En los caminos se ven hombres solitarios que llevan cargamentos de ladrillos, carbón, algodón, arena, madera y otras cosas, pero nunca se ven caravanas organizadas. Cada quien parece dedicado a su minúsculo trabajo, sin ninguna organización o supervisión sistemática.Como por milagro, no me ha vuelto ese dolor agudo en la rodilla; únicamente siento una sorda palpitación.Día 17. En el Occidente se nos enseña a correr de cara al tránsito. Hacerlo en China equivale a coquetear con la muerte, porque los conductores que vienen en sentido contrario tratan de acercarse lo más posible para dejar espacio a los vehículos en el otro carril. Si vienen por detrás, siempre dejan un buen espacio para los corredores, carretas o burros que van en la misma dirección, o se detienen si el camino está cerrado.Día 18. En Qixian, un caballero de 83 años con una ondeante barba gris se acercó a pedirme que le tomara una fotografía. Peter nos tomó una instantánea a él y a mí. Abrió mucho los ojos al ver la fotografía revelarse ante él; la tomó y anunció orgullosamente, ante todos los reunidos: "¡Ahora viviré feliz el resto de mis días!" Día 20. He notado en los campos unos montones de tierra, en grupos de cinco, ocho o diez. Estos montones de tierra no suelen tener más de un metro de altura y van formando una punta, como un sombrero chino tradicional. A menudo se encuentran en medio de la mejor tierra labrantía, y sin embargo las ristras de trigo, algodón y verduras recién plantadas se curvan siempre alrededor de ellos. Desde luego, son tumbas, colocadas así para el buen "feng shui". (Feng Shui, literalmente "viento y agua", es el arte chino de la adivinación. En este contexto se refiere a la creencia de que los lugares de descanso de los muertos deben armonizar con la naturaleza.)Día 23. Después de salir del pueblo de Xixian, noté que los trigales habían dejado el lugar a los arrozales, y que los carabaos habían remplazado a burros, mulas, caballos y bueyes. Por primera vez desde que salí de Pekín, vi unas colinas suavemente onduladas.Día 27. Law Chi-keung, mi fisioterapeuta de Hong Kong, se encontró con nosotros en Wuhan, el punto que marca la mitad del camino, antes de cruzar el río Yangtsé. Desde el majestuoso puente del Yangtsé, construido en 1957, contempla uno con admiración los barcos de recreo que pasan por abajo, rumbo al océano. La cercana torre de televisión casi equivale a la Torre Eiffel, y puede verse desde kilómetros a la redonda.Día 30. Hoy, correr entre Wenquan y Choagyang fue una de las partes más gratas del viaje. ¡Qué contraste con la llanura del norte! ¿En qué otro lugar del mundo se pueden encontrar bambú, arbustos de té, palmeras, campos de trigo y de arroz dentro de una misma zona pequeña?Corrimos por una tranquila carretera bordeada de árboles que gradualmente ascendía a una montaña de 600 metros de altura. Era como correr en los Alpes suizos.Día 37. Centenares de personas de Hong Kong, y del mundo entero, me han enviado cartas para alentarme e incluyen donativos al fondo destinado a personas baldadas. Una de ellas dice: "Tengo ocho años y soy un impedido. Aquí van 65 centavos de dólar, de mis ahorros, para ayudar a los impedidos. Mi hermano tiene tres años y también está paralítico. Él manda 35 centavos. También mi padre enviará algo. Buena suerte". Anexo iba un cheque por 641 dólares. Me propongo correr mañana como una centella.Día 39. Fuera de Chalin tropecé con un cortejo nupcial de 400 metros de longitud; los invitados llevaban regalos: mesas, sillas, guardarropas, radios, termos, un cerdo, un reloj de péndulo... todo lo que unos recién casados necesitan al establecerse.Día 40. Durante 40 días, mi mundo ha sido de bombillas eléctricas, pisos polvorientos, paredes sucias, telarañas, redes desgarradas de mosquiteros, marcos de ventana que no embonan, excusados que no funcionan, almohadas duras, camas todavía más duras, y cubetas de agua fría para bañarse. También ha sido de banquetes de 20 platillos, de budines rellenos de hongos, huevos rellenos, pescado frito dulce, sopa de semillas de loto, mandarinas, espinacas, frijol germinado, pasteles, pan, carne de cordero, de tortuga, pescado, pollo, col, bizcochos, manzanas, cerveza, "maotai" ( vino chino ), bistec y pepinos de mar.Aunque he leído a escritores que afirman que China está a punto de perecer por inanición, después de 40 días de ir casi por donde he querido —haciendo paradas no previstas en casas, aldeas, comunas y granjas— no he visto la menor señal de mala alimentación.Escenas comunes: ancianos acurrucados chismorreando, fumando, jugando a las cartas; mujeres lavando ropa plácidamente, al borde de rápidas corrientes, cerditos corriendo alegremente por los caminos.Día 47. Después de comer, fui a dar un paseo. Estaba yo lanzando piedrecitas a una anchurosa corriente cuando de pronto oí lo que me pareció el gemir de un animal herido, procedente de un macizo de bambúes, corriente abajo. Al acercarme, descubrí sorprendido a una joven campesina tendida de espaldas, en los dolores del parto. Mordía una toalla para sofocar sus gritos, y se aferraba a un yugo de madera que tenía a la altura de los hombros, para impulsarse. Un hombre de unos 25 años daba vueltas en torno suyo. Al verme, abrió mucho los ojos, y en su rostro apareció una expresión de terror.Considerándome una amenaza, el hombre se alejó de la parturienta y se me acercó. Pero, de pronto, la mujer gritó, y entre sus piernas apareció la cabeza de un niño. La agresión del hombre cesó, y ambos corrimos a ayudar a la mujer. Tomé la cabecita y traté de confortar a la joven madre, que no dejaba de gritar. El niño —el primero que he visto venir al mundo— nació muerto. Deposité el pequeño cuerpo sin, vida en el blando suelo del bosquecillo, y ayudé al joven a atender a la mujer. Como no podíamos comunicarnos, fui alejándome discretamente, y los dejé con su dolor.No dije nada acerca del incidente, pues los agentes de seguridad chinos que viajaban con nosotros habrían tenido que informar de él. Según las reglas de control natal de China, una familia sólo tiene derecho a un hijo, y se dice que en las aldeas algunas mujeres han sido esterilizadas obligatoriamente por persistir en tener más hijos.Día 50. Hice una pausa para saludar a un niño que estaba al lado de una anciana, curvada bajo el peso de dos cubetas suspendidas de un palo que llevaba sobre sus hombros. Inflé un globo para regalárselo al muchacho, y ella gritó horrorizada, dejando caer a mis pies las cubetas (llenas de excremento, recogido para emplearlo como fertilizante). Todavía no me lo he quitado de los zapatos.Día 54. Mi último día en China se caracterizó por banderolas, globos y un banquete. Unos autobuses de turismo se detuvieron para que bajaran residentes de Hong Kong que visitaban China y deseaban fotografiarse conmigo. Especialmente me conmovió un hombre, impedido, que bajó del autobús y, cuando posamos juntos para una fotografía, me dijo: "Nos ha devuelto usted el amor propio".Un grupo de corredores de edad avanzada se unieron a mí para los últimos kilómetros. Al pasar por el puente de 38 metros de largo que separa China de Hong Kong, contuve el impulso de mirar hacia atrás. Supe que, si lo hacía, habría tenido que esforzarme por no llorar.En una breve ceremonia, el gobernador de Hong Kong y otros funcionarios me felicitaron. Una niña en silla de ruedas que representaba a las personas impedidas de Hong Kong, me entregó una medalla de oro. Al inclinarme para que me pusiera la medalla al cuello, noté que tenía rodeadas las piernas por abrazaderas. De pronto, pensé en todos los kilómetros que había corrido, y en que aquella niña nunca correría. Y sentí que las lágrimas rodaban por mis mejillas.Después de 55 días de camino, David Griffiths terminó oficialmente su maratón de 3000 kilómetros en el Campo Deportivo Wan Chai, de Hong Kong. Sus esfuerzos sirvieron para recabar más de 240,000 dólares para los atletas impedidos de Hong Kong y China.