LA SANGRE SE PAGARÁ CON SANGRE
Publicado en
enero 29, 2012
Flanqueado por sus guardaespaldas, Jamad Singh Bhindranwale (al frente, en el centro), jefe de los sikhs, atraviesa los terrenos del Templo Dorado de Amritsar.El ataque del ejército indio al Templo Dorado de los sikhs, en Amritsar, en junio de 1984 —y el asesinato del jefe de los terroristas que habían convertido al santuario en fortaleza—, provocó prontas y salvajes represalias que habrían de culminar con el espantoso asesinato de la primera ministra Indira Gandhi a manos de dos guarda espaldas sikhs. En este informe, Rahul Singh, redactor de planta del Indian Express, quien es sikh, describe los antecedentes que condujeron a estos trágicos acontecimientos y afirma su confianza en que prevalecerá la democracia en la India.
EN JUNIO de 1984, en la mayor operación antiterrorista que se haya emprendido jamás en cualquier país, 70,000 soldados indios entraron en acción en todo el estado septentrional de Punjab. Sus objetivos eran más de 40 lugares de culto, santuarios que los extremistas sikhs, armados, habían convertido en fortificaciones.
El de más importancia estratégica era el Templo Dorado de la ciudad de Amritsar. Construido a fines del siglo XVI, el templo es en realidad un gran complejo de santuarios, oficinas y torres que está circundado muy de cerca por un laberinto de estrechas sendas y por edificios residenciales.En el curso de 1983, este santuario, el más sagrado para los sikhs, se había transformado en una fortaleza para Jarnail Singh Bhindranwale, de 37 años, predicador sikh convertido en terrorista, y para sus fanáticos seguidores.MISION DE RESCATE
A las 9 de la noche del 3 de junio, unos 4000 soldados, algunos de los cuales eran sikhs, sitiaron el templo y lo aislaron como preludio de la maniobra en que se lo arrebatarían a los extremistas. Las exhortaciones por altavoces para que los terroristas se rindieran pacíficamente obtuvieron como respuesta disparos de armas de fuego. Los soldados contestaron con ráfagas de ametralladora.
En la mañana del 4 de junio, el Ejército empezó a realizar ataques más precisos con armas de mayor calibre. Volaron algunos nidos de ametralladoras y un enorme depósito de agua, junto con sus defensores, pero las ametralladoras y las granadas impulsadas por cohetes de los terroristas seguían manteniendo a raya a las tropas.El teniente general Ranjit Singh Dayal, comandante del Ejército y también sikh, admitió de mala gana que se necesitaban tanques y transportes blindados. Aquella noche, otra exhortación animó a 129 personas ( en su mayoría empleados del templo, con sus familias) a rendirse. No obstante, varios centenares de terroristas armados se mantuvieron desafiantes en sus puestos.Pero, antes de iniciar el ataque decisivo, el Ejército esperaba rescatar a Harchand Singh Longowal y Gurcharan Singh Tohra, prominentes líderes moderados de los sikhs, que estaban en el templo. Un comando de 40 hombres penetró al abrigo de la oscuridad. Cumplieron su misión, aunque más de 30 resultaron muertos o heridos.Entonces empezó el enfrentamiento definitivo. Mientras otros comandos atacaban los nidos de ametralladoras situados alrededor del templo, la infantería avanzó detrás de ellos. Atrapados al descubierto dentro del complejo, y barridos por ametralladoras y granadas, muchos perecieron. Los soldados habían recibido una orden extraordinaria: no disparar una sola bala al Harimandir Sahib, sanctasanctórum cuyo domo, recubierto de hoja de oro, da su nombre al templo. Dañar este santuario ofendería profundamente a los sikhs. En el bando contrario no hubo la misma prudencia. A un soldado que capturaron los terroristas, lo desollaron vivo, lo ataron con explosivos y lo hicieron volar en pedazos. Prendieron a un médico del Ejército y, antes de fusilarlo, le cortaron los brazos.Tras una noche de encarnizada lucha, despuntó el alba del 6 de junio con el Ejército dueño de todo el complejo, menos el Harimandir Sahib y el Akal Takht, edificio de tres pisos, sede de la autoridad sikh.Por la noche, los extremistas defendieron su última posición en el Akal Takht, muy fortificado, y el Ejército concentró el fuego de la artillería en el edificio de ladrillo y mármol. Al derrumbarse la fachada, los sobrevivientes siguieron luchando en el sótano. Después cesó el fuego.Había muerto Bhindranwale, el jefe de los extremistas. Un informe indicó que lo hirió la metralla o fragmentos del yeso que caían, y que salió dando traspiés, sin dejar de disparar, hasta que lo derribó el fuego del Ejército. Según otra versión, lo mataron sus propios hombres porque temían que se rindiera.Se realizó el recuento. Según el cálculo del gobierno hindú, en el Templo Dorado murieron 493 terroristas y civiles, y hubo 86 heridos; perecieron 83 soldados y 249 resultaron heridos. Las cifras extraoficiales son mucho más altas. Tal vez hayan muerto 1000 extremistas y civiles, y más de 200 soldados.OBJETIVOS DE LA IRA
Pronto vino la reacción de los sikhs. Enfurecidos por los rumores de violaciones y de profanación del templo, algunos reclutas y soldados sikhs se amotinaron en ocho bases militares de todo el país. A punta de pistola, algunos se adueñaron de camiones y trataron de llegar a Amritsar. Fueron detenidos y desarmados, pero en esto murieron varios amotinados y soldados.
Y eso no fue todo. En NuevaDelhi, unos jóvenes sikhs quemaron la bandera india y fotografías de la primera ministra Indira Gandhi. En el extranjero, los consulados y embajadas de la India fueron objetivos de la ira de los sikhs.En Canadá, donde asciende a 100,000 el número de sikhs, algunos ocuparon las calles de varias ciudades importantes. En Toronto le arrojaron zapatos (gesto hindú de desprecio) a una caricatura de la señora Gandhi al tiempo que gritaban: "¡La sangre se pagará con sangre!""Mientras el león sikh está herido no descansa", advirtió Ganga Singh Dhillon, director de la Fundación Sikh Nankana Sahib, que opera en todo el mundo y tiene su sede en Washington, D. C. En la BBC radiofónica, un extremista sikh pidió que se asesinara a la señora Gandhi.Las terribles advertencias se convirtieron en espantosa realidad : el 31 de octubre, aproximadamente a las 9:15 de la mañana, la señora Gandhi salió de su casa en Safdarjang Road para caminar por un sinuoso sendero hasta su cercano despacho, donde la esperaban Peter Ustinov y un equipo técnico de una estación británica de televisión a fin de entrevistarla para un documental. En el sendero, uno de sus guardias armados, apostado en la ruta bajo una arcada de bugambillas, le hizo el saludo tradicional con las manos juntas. Cuando ella se inclinó para devolver el saludo, el guardia sacó su revólver de servicio y le disparó tres balazos a quemarropa. Y todavía, al caer la señora Gandhi, el guardia que estaba situado al otro lado del sendero avanzó y vació en ella la carga de su arma.Los asesinos, ambos sikhs, habían alojado 21 balas en el cuerpo de la primera ministra de la India. Luego, los dos hombres arrojaron las armas y se entregaron a los atónitos miembros del servicio de seguridad que, entretanto, se habían precipitado al lugar de los hechos. Sangrando profusamente, la señora Gandhi fue llevada de urgencia a un hospital, pero fracasaron todos los esfuerzos para salvarle la vida, y falleció alrededor de las 2:20 de la tarde.A las 6:50, menos de diez horas después del tiroteo, el hijo mayor de la señora Gandhi, Rajiv, a quien a sus 40 años todo el mundo consideraba como el heredero político, prestó juramento ante el presidente Zail Singh como nuevo primer ministro de la India.Al difundirse la noticia del asesinato en la capital y en otros pueblos y ciudades del centro y del norte de la India, se desató una orgía de muertes, incendios y saqueos, dirigidos principalmente contra los sikhs, cuyo distintivo aspecto los hace fáciles de identificar. Por la fuerza, los sacaron de ferrocarriles, automóviles y autobuses, y los mataron a tiros, a golpes y a hachazos. Se quemaron muchos hogares sikhs con sus ocupantes aún adentro. Más de 1000 personas, casi todas sikhs, murieron en los cuatro días de disturbios que siguieron al asesinato.Fue la peor violencia sectaria desde el holocausto que, en 1947, acompañó a la división del subcontinente en la India y Pakistán, y amenazó como nunca a la frágil unidad de la nación.NO TENEMOS NADA
¿Cómo había orillado el problema de los sikhs a la India a tan crítica situación? Para obtener la respuesta, es preciso analizar el desarrollo del sikhismo, fundado en el siglo XV como una especie de puente entre el hinduismo y el islamismo, las religiones dominantes en la India. Se inició como una secta pacífica, pero la persecución de los gobernantes mogoles de la India, que lo veían como una herejía, pronto hizo que los sikhs se volvieran belicosos.
Una sucesión de diez gurúes fundaron esta fe. Gobind Singh, el último de ellos, decretó que los sikhs se distinguirían de otras comunidades indias, entre otras cosas, por usar un brazalete de acero y por no cortarse jamás el pelo. Así surgió el barbado sikh, con el largo cabello atado en un nudo bajo un turbante.Al declinar el dominio mogol en el siglo XVIII, el imperio sikh creció hasta abarcar la mayor parte de lo que ahora es Pakistán, Cachemira y el Punjab septentrional. Se desintegró cuando Inglaterra asumió el dominio en la India, pero los británicos trataron bien a los sikhs. Los granjeros se beneficiaron de generosas cesiones de tierras, y a miles de hombres los aceptaron en el Ejército. En la época de la independencia, en 1947, los sikhs integraban el 30 por ciento de los servicios armados indios, aunque solamente constituían el 1.5 por ciento de la población.Sin embargo, la independencia resultó traumática para muchos de ellos. El Punjab, donde estaban concentrados, quedó dividido entre la India y Pakistán, y varios millones de sikhs se vieron forzados a mudarse a la nueva India. Muchos llegaron sin un centavo, amargados. Ya no disfrutaban de los privilegios de su regalada existencia bajo el dominio británico. "Los hinduistas tienen la India; los musulmanes tienen Pakistán; nosotros no tenemos nada", comentaban algunos.Aunque son sólo 14 millones en un país cuya población es de 700 millones, los sikhs de la India no son, empero, una minoría despojada. A los granjeros sikhs se ha debido en gran parte el incremento en la producción de granos para la alimentación durante los últimos 20 años. Los sikhs ocupan muchos puestos importantes en el comercio y el Gobierno, inclusive la presidencia de la nación. No obstante, por temor a la posible asimilación a la tremenda mayoría hindú, algunos dirigentes sikhs han exigido la independencia. De esto ha derivado el propósito de obtener una patria sikh: mayor autonomía, prometieron los moderados; independencia absoluta, insistían los extremistas, que en 1982 recurrieron al terrorismo para alcanzar su meta.En 1966 se creó el estado indio de Punjab, donde los sikhs constítuían la mayoría; pero esto no satisfizo al principal partido político de los sikhs, el Akali. Como parte de una estrategia para debilitar y dividir a los akalistas, la señora Gandhi y el Partido del Congreso apoyaron al carismático Jarnail Singh Bhindranwale, que apenas sabía leer y escribir.Al exigir un sikhismo "puro" y el rechazo a las influencias "occidentales", Bhindranwale captó la atención de las masas rurales. Los moderados del Akali, con Longowal y Tohra a la cabeza, no condenaron la belicosidad de Bhindranwale por el temor de perder popularidad.Tanto el Partido del Congreso como el Akali observaron indefensos a Bhindranwale, que a menudo portaba un rifle al incitar a sus partidarios a la violencia. En los seis meses precedentes a su muerte en el Templo Dorado, apenas pasó un día sin que se registrara algún ultraje terrorista; en 775 incidentes violentos murieron 298 personas y resultaron heridas más de 525. Ominosamente, Bhindranwale empezó a hacer de los hinduistas su blanco especial.EL "SEÑOR LIMPIO"
Mientras, las negociaciones de la Primera Ministra con los akalistas moderados estaban estancadas. Las principales peticiones no eran exorbitantes —enmiendas a la Constitución para clasificar al sikhismo como una religión separada, y el derecho exclusivo sobre la ciudad de Chandigarh como capital de Punjab—, pero no se llegó a un acuerdo. Con esto, los moderados se desacreditaron más.
Ebrio de poder, Bhindranwale transformó su sede del Templo Dorado en un arsenal compuesto de armas modernas. Y así, los acontecimientos prosiguieron inexorablemente hacia su trágico desenlace.El gobierno de Indira Gandhi sostuvo que las concesiones a las demandas de los sikhs serían contrarias a la filosofía secular de la nación. En julio de 1984, en el Parlamento, calificó de despreciable a cualquier sugerencia de que los actos en el Templo Dorado se hubieran calculado para que ella consiguiera el decisivo apoyo de la mayoría hinduista en las elecciones.Ahora falta ver si el nuevo Gobierno es capaz de volver a una política no sectaria que sea más genuina, que devuelva la tranquilidad a las minorías de la India ajenas al hinduismo. Por lo menos, Rajiv Gandhi usó el tono correcto al calificar de "locura colectiva" a la violencia que siguió al asesinato de su madre. El Primer Ministro más joven en la historia de la India fue piloto de una aerolínea comercial hasta que entró, con renuencia, en la escena nacional "para ayudar a mamá", como él mismo lo expresó, poco después de que su hermano menor, Sanjay, que sí tenía ambiciones políticas, murió en un accidente de aviación en 1980. Posteriormente, al ser elegido miembro del Parlamento por el distrito electoral de su finado hermano, el apacible y modesto Rajiv se ganó pronto el apodo de "Señor Limpio" en un país donde el nepotismo y la corrupción han proliferado en años recientes. Aunque el problema de los sikhs será la principal preocupación del nuevo Gobierno, y podría determinar que la nación recobre o no la estabilidad, no es la única fuente de angustia. Los estratégicos estados de Assam y Cachemira han estado en efervescencia por otros motivos.Pese a todo, la mejor carta de la India para contener agitaciones como las de Punjab es la saludable democracia del país. El lamento "¡La India se está desgarrando!" se ha pronunciado antes, y ahora vuelve a oírse. Sin embargo, con su régimen parlamentario y su libertad de expresión, la India ha hecho gala de una capacidad extraordinaria para afrontar los inevitables forcejeos con diversas sectas y comunidades que hablan más de una docena de idiomas oficiales.El asesinato de la señora Gandhi y la ola de violencia que sobrevino después han sometido a la India a la más dura de las pruebas. Pero, al poco tiempo, la convocatoria a una elección general de acuerdo con la Constitución, representó una fuerte afirmación de que ni siquiera esos tremendos golpes podrían obligar a la nación a salirse del camino democrático.