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Aunque solemos imaginar nuestra vida moderna como una panacea en comparación con la rusticidad de la antigüedad, la civilización representa el caldo de cultivo de múltiples patologías, muchas de ellas de gravedad.
Aunque resulte paradójico, la creciente producción de alimentos derivada de las nuevas tecnologías en agricultura y pastoreo, tuvo como consecuencia serias deficiencias nutritivas. Hay más calorías y proteínas en una medida de trigo que en un puñado de frutos silvestres. Sin embargo, son estos últimos quienes contienen más cantidad de vitamina C. Si el trigo y otros productos agrícolas son la base de la alimentación, o bien son utilizados para alimentar a los animales de granja, probablemente la dieta sea rica en proteínas y calorías, pero la deficiencia de vitamina C seguirá constituyendo un problema.
En la Edad de Piedra, tomar frutas más dulces constituía una conducta adaptativa. Pero, ¿qué ocurre si todas las personas que poseían esta adaptación estuvieran en nuestro mundo lleno de bombones, caramelos y chocolate? La respuesta es sencilla: muchos preferirían estas golosinas modernas a un durazno, la fruta más dulce de la Edad de Piedra.
El opio y otras drogas han estado disponibles a lo largo de toda la historia humana. La mayoría de estas sustancias son elaboradas por diversas plantas como forma de defenderse contra las plagas de insectos y los animales que pastan. Muchas de ellas actúan sobre el sistema nervioso, y sólo algunas provocan un efecto sedante o placentero.
El desarrollo de la dentadura humana es autónomo, pero presupone una estructura mandibular de una cierta forma y tamaño, que es posible que no se produzca si durante su desarrollo su uso resulta insuficiente. Los incisivos amontonados y mal colocados, como la famosa muela del juicio que sale de manera imperfecta, pueden ser enfermedades de la civilización, originadas por el consumo de alimentos demasiado blandos durante la infancia.
La miopía no constituye la única anormalidad ocular que puede ser consecuencia de las nuevas condiciones medioambientales en una fase temprana de la vida. Sólo recientemente la ciencia médica se ha hecho consciente de los modos en que el uso de los ojos en las primeras semanas y meses posteriores al nacimiento puede resultar decisivo para el normal desarrollo de la visión. El uso preferente de un ojo más que el otro, no importa por qué motivo, puede llevar a que se den cambios en la asignación de las regiones cerebrales a las funciones visuales, de modo que es posible que más tarde el niño resulte incapaz de utilizar las señales binoculares para percibir la profundidad. Someter a los niños a la luz brillante durante las veinticuatro horas, como a veces se hace para tratar la ictericia neonatal, puede provocar defectos en la visión del color que probablemente no se detecten hasta mucho tiempo después. Con respecto a la audición, ya no quedan dudas acerca de la nocividad de los ruidos de nuestra vida moderna. Un trueno o la caída de una cascada, los ruidos más fuertes presentes en la naturaleza, parecen susurros al lado de los bocinazos y el rugir de motores de una avenida transitada. Los oídos van perdiendo progresivamente su capacidad auditiva a medida que son expuestos a sonidos excesivos.
La difusión de poblaciones humanas a zonas de establecimiento frías se vio facilitada por las innovaciones tecnológicas, como el vestido y el fuego, que no se alcanzaron hasta hace algunas decenas de miles de años. De manera que el frío constituye para el ser humano un factor ambiental no natural. Las enfermedades que surgen de las bajas temperaturas son, por lo tanto, patologías típicas de nuestra vida moderna.