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enero 15, 2012
Catedral de San Rombold, en Mechelen, Bélgica.Diseñados hace siglos en Flandes, los carillones siguen tañendo en los campanarios, por todo el mundo, para deleite de millones de personas.
Por Dennis PhillipsUNA SOLEADA mañana sabatina en Mechelen, Bélgica, está a punto de empezar el tradicional recital del Día de Mercado. El carillonero Geert D'hollander, de 19 años, sube 475 escalones de la torre de la Catedral de San Rombold, y se sienta en una estrecha banca, frente a un insólito teclado: dos hileras de clavijas de madera, similares a palos de escoba. A sus pies hay dos hileras de pedales; a su alrededor, campanas, docenas de campanas, toneladas de campanas de bronce bruñido, colgando en filas silenciosas.
Geert oprime lentamente varias clavijas, y empieza el tañer, con suavidad. Luego, golpea una clavija con el puño, con la fuerza de un golpe de karate, y al pianissimo sucede el forte. Mientras la alegre música va en crescendo, los pies de Geert parecen bailar sobre los pedales: los tonos de bajo profundo de las campanas reverberan por los tejados de Mechelen, y llegan a la plaza, allá, abajo. El aire parece vibrar con las 49 campanas. Mechelen, ciudad de 80,000 habitantes, al norte de Bruselas, posee cinco carillones. Su primer carillonero fue nombrado en 1557.El carillón fue creado en el siglo XV, en Flandes (partes de la actual Bélgica, Holanda y el norte de Francia). La palabra carillón deriva del término latino quadrilionem, o "grupo de cuatro". En la Edad Media, el campanero tocaba un floreo en cuatro campanas estacionarias, en la torre del reloj del pueblo, para avisar que estaba a punto de dar la hora. A través de los años aumentó el número de campanas, y se inventó un cilindro rotatorio provisto de clavijas. Las clavijas ponían en movimiento unas palancas conectadas mediante alambres a unos martillos, que hacían sonar las campanas. En 1510, alguien —se ha perdido para siempre el nombre del inventor— adaptó un teclado de madera a las nueve campanas de la torre del reloj en la población flamenca de Audenarde. Otras ciudades copiaron la idea. El siguiente paso fue añadir pedales al teclado, y así nació el carillón: el instrumento músico más grande y sonoro del mundo.Desde Flandes, el carillón se difundió por toda Europa. Hoy es más popular que nunca, y cerca de 600 carillones cantan en todo el mundo. Las seis fundiciones que en Europa Occidental fabrican carillones producen media docena o más de nuevos grandes carillones cada año, a precios de 100,000 dólares o más.La mayoría de los carilloneros atribuye la moderna popularidad del instrumento a Jef Denyn, quien fundó la primera escuela de carillones en Mechelen en 1922. Denyn sucedió a su padre como campanero de Mechelen en 1881, y desempeñó el cargo hasta su muerte, en 1941. Su estilo musical fue tan popular durante los años veinte y treinta, que unos trenes especiales llegaban a Mechelen desde ciudades tan lejanas como París, con grupos de más de 15,000 personas, para escuchar sus conciertos vespertinos de los lunes.Antes de Denyn, todo aspirante a carillonero tenía que encontrar un campanario, y un maestro que le enseñara. En la actualidad, puede aprender el oficio en Holanda, Francia, Dinamarca y Estados Unidos. Los buenos carillonneurs —existen ahora unos 500— vuelan de un continente a otro, a dar conciertos y a enseñar.
Carillón de la Catedral de San Rombold.Tocar el carillón requiere considerable fuerza física. El teclado y los pedales están conectados con los badajos de las campanas mediante cables que pasan por el techo y el piso de la cabina del ejecutante. Como algunos de los badajos pesan 100 kilos o más, los virtuosos del instrumento a veces tienen que impulsarse con todo su peso al tocar. Jo Haazen, director de la Escuela de Carillón de Mechelen, comenta: "Hay que empujar; hay que golpear. Ante el carillón, hay que trabajar como un herrero".Cuando Geert D'hollander toca el carillón, se calza unos protectores de cuero en los meñiques. Puede golpear una clavija a la vez, o formar acordes empujando dos o más clavijas. "Es fácil tocar con gran intensidad; producir un bong con un golpe de la mano", explica, "pero la parte difícil es tocar con suavidad".Desde la Revolución francesa, muchos de los campanarios europeos pertenecen a los ayuntamientos, no a las iglesias. Por consiguiente, los carilloneros belgas, holandeses y franceses habitualmente trabajan para las municipalidades, mientras que a los de Alemania Occidental y Dinamarca suelen contratarlos las iglesias. En el norte de Europa, en general, se oyen himnos religiosos; en Bélgica y en Holanda, canciones folclóricas y música popular. En Bélgica, hay carilloneros célebres por su estilo de trémolo, o alternación rápida de dos notas. Más al norte, el estilo es más austero, sin innecesarios floreos.Cada vez se está componiendo más música original exclusivamente para el carillón. En palabras de Milford Myhre, presidente de la Federación Mundial del Carillón: "El futuro del carillón depende de nuestra capacidad de crear partituras exclusivas, como Bach lo hizo para el órgano, y Chopin para el piano".El carillonero puede ejecutar todos los más intricados trinos, trémolos y arpegios, pero el sonido depende, a la postre, de las campanas. Una campana da cinco tonos principales. El principal de ellos, el "fundamental", se oye cuando el badajo golpea cerca de la parte inferior. Esto crea cuatro tonos relativos, de resonancia, o "parciales", en diferentes partes de la campana. Como estos tonos no son armoniosos por naturaleza, el fundidor debe afinarlos.
Jo Haazen ante el teclado en San Rombold.Este proceso ha variado poco a lo largo de los siglos. Una campana de bronce fundido (generalmente, 80 por ciento de cobre y 20 por ciento de estaño) se coloca invertida sobre una tornamesa. Un trabajador golpea la campana con un mazo, cerca de la parte inferior, como lo haría un badajo. El afinador profesional está al acecho de toda disonancia en su diapasón, o, en estos días, de su instrumento electrónico, que ha adaptado al tono que se busca en la campana. Calcula cuánto difieren uno del otro y cuánto metal habrá que raspar dentro de la campana para hacer más grave el tono. (Nunca es posible elevar el tono, porque no se puede añadir metal.) Otras partes de la campana se liman de igual modo, para ajustar los parciales y crear así un sonido armonioso.Sin embargo, en última instancia, todo depende del carillonero, en el campanario, donde siempre se debe esperar lo inesperado. Cierto día de intenso frío, allá por los años cincuenta, la puerta de la torre de la iglesia de Nuestra Señora, en Breda, Holanda, se quedó cerrada por el hielo, con el carillonero adentro. El músico envió señales de socorro tocando los primeros compases de una famosa canción holandesa llamada ¡En nombre de Orange, abrid las puertas! La tocó una y otra vez. Por fin, un síndico sospechó que algo andaba mal, telefoneó a la iglesia, y así lo liberó.Hoy, esta anécdota es parte del rico folclore de los carillones, que son cada vez más fuente de alegría para millones de personas en todo el mundo. Como lo expresa un residente de Mechelen: "Las campanas nos dan gozo y felicidad a todos. Necesitamos oír las campanas y, cuanto más, mejor".