UNA MADRE DESAFÍA A LA MAFIA DE LAS DROGAS
Publicado en
enero 15, 2012
© 1984 POR MICHAEL DALY. CONDENSADO DE "NEW YORK” (12-XI-1984) . DE NUEVA YORK. NUEVA YORK. ILUSTRACIÓN: KENNETH FRANCIS DEWEY.La drogadicción había degradado a su hijo. Por eso, Martha Torres estaba dispuesta a arriesgar su vida para ayudar a deshacer una de las bandas de narcotraficantes más grandes de las que se tiene noticia.
Por Michael DalyUN DÍA de diciembre de 1983, el magnate del narcotráfico Eduardo Mera, de 30 años, acompañado por su esposa de 19, en ese entonces encinta, llegó a un hotel de las afueras de Miami. Ahí se reunió con Martha Torres, su nueva distribuidora en Nueva York. La señora Torres, de 42 años y madre de cuatro hijos, iba bien vestida y su negra cabellera lucía ya algunas canas. Mera se sintió complacido de haber reclutado a alguien con un poco más de distinción que el vendedor de drogas común.
—Don Eduardo me ha dicho que llegaré a ser la Al Capone de Nueva York —le comentó Martha a la esposa de Mera.Después, Martha subió a su habitación, sacó una grabadora de su bolsa y se la entregó al detective Robert Johnson, del Departamento de Policía de la Ciudad de Nueva York. Una vez más, Johnson observó el temple de su informante confidencial SCT-84-0004. En unas cuantas semanas, esta inverosímil policía secreta se había filtrado en una organización que había distribuido narcóticos por valor de 3500 millones de dólares.EN NOVIEMBRE de 1975, Martha, Pepe Torres y sus hijos salieron de Centroamérica rumbo a la Ciudad de Nueva York. Pepe empezó a trabajar de cocinero en un restaurante de Manhattan, y Martha consiguió empleo en una fábrica de vestidos. Los niños menores aprendieron inglés rápidamente y se adaptaron con facilidad a la escuela. Solamente el hipersensible hijo mayor parecía incapaz de adaptarse al cambio. El muchacho, entonces de 15 años, se negaba a ir a la escuela. Empezó a reñir con su padre y sus hermanos. Pedía dinero prestado y no lo pagaba. Un día, Martha descubrió que su hijo consumía drogas.En los meses que siguieron, Martha llevó a su hijo a consultar con muchos médicos, pero ninguno parecía capaz ,de ayudar. Finalmente se hospitalizó al muchacho. "Lo estábamos perdiendo, y no sabíamos cómo impedirlo", comenta Martha.Los hijos menores siguieron por el buen camino. Jorge, el segundo en edad, aprendió a montar diamantes y le enseñó a su madre el oficio. La señora Torres obtuvo empleo en una joyería, con un sueldo de 450 dólares semanales, y ahorró lo suficiente para establecerse por su cuenta.CITA EN LA IGLESIA
En marzo de 1983, Martha alquiló un espacio en una joyería que Alex Ponce tenía en Manhattan. Se hicieron amigos, y Ponce le prestó dinero para el pago inicial a cuenta de una casa.
Entre los visitantes de Ponce estaba Ramiro Martínez. Martha lo contrató por horas para que fundiera oro. Un día que Martha limpiaba el refrigerador de la tienda de Ponce, encontró una bolsa de plástico que contenía lo que ella posteriormente describió como "un polvo blanco que no era como el que se usaba en el negocio de la joyería". Encontró por casualidad dos bolsas más detrás de una vitrina, y otras ocultas en el interior de un recipiente que contenía material de fundición.No mucho después, Martínez fue detenido en Houston por vender seis kilos de cocaína. Según el testimonio de Martha, Ramiro llamó a la joyería y, después de pedirle que le diera a Ponce un recado sobre cierto dinero que el joyero le debía, le preguntó si podría ayudarlo. "Le dije que me diera tiempo para pensar", recuerda ella.Martha le pidió a Jorge, su hijo, que la acompañara a la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), en el centro de Manhattan, para informar del escondite de las drogas en la joyería de Ponce. Cuando entraron en el edificio su hijo le suplicó que cambiara de parecer. "Tenía miedo por lo que nos sucedería", afirma Jorge. Dentro del elevador, ella cedió, y ambos se retiraron.Varias semanas después, Martha recibió otra llamada desde Houston. Era de una mujer que se presentaba como amiga de Martínez. Le pidió que ofreciera su casa como parte de la fianza. Martha contestó que lo pensaría.El 7 de octubre, la señora Torres llamó a la oficina de la Administración Ejecutora de las Leyes sobre Drogas (DEA, por sus siglas en inglés) en Manhattan, y dijo que tenía información relacionada con el narcotráfico. Acordó reunirse frente a la Catedral de San Patricio con dos agentes de la fuerza especial conjunta, federal y de la ciudad, para la lucha contra el narcotráfico."Antes de hablar con los agentes, hablé con Dios y le pedí ayuda", cuenta Martha.Después de la breve entrevista, que se realizó al día siguiente, Martha fue conducida a la Procuraduría Federal, donde conoció al detective Johnson, del Grupo 9 de la fuerza especial. Johnson llevaba 17 años trabajando en los casos de narcóticos, pero no estaba preparado para encontrarse con Martha Torres. "Parecía una madre de familia común y corriente", comenta el policía, "sin ningún conocimiento de labores delictivas o detectivescas".Como prueba, Johnson hizo que Martha telefoneara a la amiga de Martínez en Houston. Martha parecía temerosa al levantar el auricular, pero en cuanto comenzó a hablar, lo hizo con soltura. Con voz tranquila, dijo que deseaba hablar personalmente con Martínez antes de ofrecer su casa como parte de la fianza. La mujer le indicó que la vería en el aeropuerto de Houston.Después de que Martha colgó, Johnson le expuso un plan sencillo. El primer paso sería convencer a los miembros de la banda de que ella era digna de confianza. Luego podría presentarles a un agente secreto que concertaría una compra; mientras, el Grupo 9 estaría esperando para efectuar las detenciones. Le recomendó a Martha que evitara manejar drogas, e indicó que podría hacerse acreedora a una recompensa. "Le respondí que no deseaba que me pagaran ningún centavo", recuerda Martha. Incluso rechazó dinero para gastos. "Sólo quería que me proporcionaran un seguro de vida para proteger a mi familia en caso de que algo me sucediera".INGRESO EN LA ”FAMILIA”
Esa noche, Martha informó a su esposo que estaba cooperando con el Gobierno y que tendría que estar fuera de la ciudad por unos días. Pepe, hombre tranquilo que profesa un gran amor a su mujer, accedió al argumento de su esposa de que solamente hacía lo que debía. "Le dije: Ellos hicieron daño a nuestro hijo. Estos narcotraficantes aterrorizan a la gente y lastiman a los hijos de familia, sobre todo si uno permanece callado".
Esa misma semana, Martha viajó en avión a Houston, se reunió con la mujer y fue a la cárcel del distrito a visitar a Martínez. La señora Torres habría de testificar que Ramiro afirmó que podía conseguir una reducción del monto de la fianza de 999,999 dólares pagando 50,000 en sobornos. Le pidió que comunicara esto a los miembros de la banda.Después de regresar a Nueva York, ante Martha se presentó una mujer llamada Beatriz Hernández. Beatriz y su esposo, Alejandro, según testimonio rendido en el tribunal, habían participado en el último negocio de Martínez. En el taller de reparación de automóviles propiedad de Alejandro, en el distrito de Queens, Martha dio a la pareja un informe de la situación en Houston. Decidió que ese era el momento de dar el primer paso para ingresar en la organización."Le pregunté a Alejandro si me consideraba apta para trabajar para él", recuerda. "Se echó a reír. Me miró fijamente y me preguntó: ¿Quieres decir vas a formar parte de nuestra familia? Le respondí: ¿Por qué no?"El 19 de octubre, Eduardo Mera, el segundo en la jerarquía de la banda, entró en el taller de Martha con un portafolios que contenía 25,000 dólares. Le pidió que entregara el dinero a un socio de Martínez en Houston.Al día siguiente, Martha se alojó en el Hotel Marriott, de Houston. El Grupo 9 se instaló en la habitación contigua. Los agentes ya habían fotocopiado los billetes.Martha se reunió con la amiga de Martínez y, después de la entrega del dinero, las dos entraron en un restaurante. Mientras comían, la mujer le Confió a la señora Torres que la banda temía que Martínez se volviera delator, y mencionó el programa federal de reubicación de testigos; entre risas, comentó: "Podrán cambiarte el nombre, pero no la cara".LLAMADAS OMINOSAS
El 8 de noviembre Alejandro solicitó a la señora Torres que fuera a su casa en Queens. Al llegar Martha, recordó ella posteriormente en el estrado de los testigos, Alejandro le entregó dos bolsas de cocaína. "Dijo que quería ayudarme, y que la mejor manera consistía en darme cocaína para que la vendiera", relató. Martha comprendió que, si se negaba, despertaría sospechas.
Llevó la cocaína al Grupo 9 y explicó que Alejandro esperaba el pago de 30,000 dólares en unos cuantos días. Los agentes le recordaron las instrucciones de que no aceptara estupefacientes. Le advirtieron que sus superiores podrían negarse a autorizar tal pago. "Me puse muy nerviosa, porque yo era la única responsable", expresa.Días después, el Grupo 9 le dio 5000 dólares, que ella entregó a Alejandro. Este no se mostró muy complacido, y manifestó que quería el resto prontamente. Al poco tiempo, declaró la señora Torres en su testimonio, Alejandro empezó a hacer llamadas telefónicas ominosas. Martha relata: "El señor Hernández se volvía cada vez más y más exigente, y diariamente yo informaba a los agentes. Ellos estaban disgustados, y yo también". Para entonces, el esposo de Martha le empezaba a decir que la ocupación de informante confidencial implicaba demasiado riesgo.Por fin, el Grupo 9 obtuvo los 25,000 dólares que faltaban, y Martha y Jorge se los entregaron a Alejandro, quien advirtió a la señora que, si algún día trabajaba para Eduardo Mera, debería ser más puntual. "No le hagas a él lo que me hiciste a mí", le aconsejó, "porque no vivirás para contarlo".El 18 de noviembre, Mera se puso en contacto con Martha para decirle que recogiera 10,000 dólares que le entregaría un distribuidor en Queens, que convirtiera el dinero en giros postales y los enviara a Miami. Como el Grupo 9 requería de más información acerca de la banda, Martha avisó a Mera que le entregaría el dinero personalmente.Tres días después, Martha se reunió con Mera en Miami. Mientras cenaban, el traficante le insinuó que ella tenía un gran potencial como distribuidora de narcóticos. "Me confió que su organización estaba cansada de tratar con gente en la calle. Además, añadió, tú no pareces de la clase de mujeres que se dedican a vender cocaína".LAGRIMAS DE MADRE
La noche siguiente a su regreso a Nueva York, Mera le telefoneó desde el Hotel Hilton, en Manhattan. Le informó que estaba esperando a que sus distribuidores le entregaran 3.5 millones de dólares en efectivo, y le pidió que fuera a reunirse con él. Cuando ella contestó que no podía, Mera le advirtió que perdería la oportunidad de conocer a Severo Escobar, "el gran jefe de la organización". Al otro día, Martha fue con Mera para desayunar. Recuerda: "Me explicó que tenía unos 25 kilos de cocaína para mí". Ella se puso nerviosa, y el hombre le aseguró que la organización tenía buenos abogados y fondos sin límite para pagar las fianzas. Martha le respondió que necesitaba tiempo para pensarlo.
Informó a Johnson que Mera le daría un mes para pagar la cocaína. Johnson consideró que sería un tiempo razonable para identificar al resto de la banda y reunir pruebas suficientes para asegurar que se emitieran las órdenes de aprehensión, y le dio luz verde a su agente para que aceptara el trato.Cuando Martha telefoneó a Mera, él le dijo que ella tenía que estar en el hotel en 20 minutos, o no habría trato. Martha le explicó que no tenía licencia para conducir. Con la esperanza de que la acompañara algún agente secreto, le preguntó si un amigo podría llevarla en automóvil hasta ellos.—No, mamá; a menos que sea tu hijo el que conduzca.Mientras el Grupo 9 establecía rápidamente la vigilancia, Martha y Jorge se introdujeron en el hotel. Mera y tres socios encaminaron a Martha a un garaje cercano, y le entregaron las llaves de un automóvil con matrícula del estado de Florida. Adentro, le avisó Mera, hay una maleta que contiene la cocaína.En las oficinas de la fuerza especial, Johnson abrió la maleta y, en cajas, había 24 kilos de polvo blanco, con valor de 12 millones de dólares. Martha permaneció con la vista fija. Johnson recuerda que bromeó con ella para que saliera de la impresión: "Le pregunté: Y ahora, ¿cómo vas a pagar esto? Ahora sí que estás en un lío. Ella solamente murmuró: Ay, Dios. Ay, Dios".Johnson tenía sus reservas para creer que una principiante en el oficio, como ella, pudiera recibir tanta cocaína a consignación. Por otra parte, no lograba comprender a esta informante que ni siquiera pedía dinero para sus gastos. Posteriormente, por primera vez, presionó a Martha para que revelara el motivo de su cooperación. "Me contó que su hijo era drogadicto, y que ella haría cualquier cosa para destruir a los que le habían hecho eso. Luego rompió en llanto", recuerda Robert Johnson.La tarde siguiente, Mera convocó a Martha a su habitación en el hotel para comunicarle que había decidido entregar los 24 kilos a un cliente que estaba dispuesto a pagar al contado. Ella respondió que ya había distribuido la mercancía, y el hombre le dijo que quería pagos semanarios de 175,000 dólares."NO TE DES POR VENCIDA"
El primer plazo se venció el 5 de diciembre, pero el Grupo 9 aún no recibía la autorización de Washington para hacer el pago. "Al día siguiente, el señor Mera me telefoneó muchas veces", asevera Martha. "Estaba molesto porque no había cumplido mi palabra".
La señora Torres llamó a la oficina de la fuerza especial y les informó que Mera estaba furioso. Los agentes acudieron velozmente a su casa para recoger a Martha y su familia, y los llevaron a un hotel. En un reciente altercado en torno a un embarque mucho menor, los narcotraficantes colombianos habían acribillado a un niño de seis meses. Otra banda había asesinado a una adolescente que trabajaba de niñera por horas para el distribuidor moroso. "Esa no es la clase de gente a la que uno desea contrariar", sostiene Johnson.La situación era difícil para los hijos de Martha, especialmente, para el menor. Dice Martha: "Lloraba toda la noche. Le expliqué que yo había hecho lo correcto, y debería sentirse orgulloso de que hubiéramos hecho algo para evitar que le sucediera a otros niños lo mismo que a su hermano".Cuando uno de los niños llamó a un amigo, se enteró de que las ventanas de la casa de los Torres en Queens habían sido destrozadas. Acompañado por un detective, Jorge fue a la casa y la encontró revuelta. Alguien había entrado y revisado los documentos de la familia, aparentemente en busca de alguna pista para localizarlos.Para entonces, Mera se había perdido de vista, y Johnson había conseguido una orden de arresto en contra de él. Mientras la banda seguía buscando a Martha, Johnson esperaba inducir a Mera a salir de su escondite. Dio instrucciones a Martha para que le telefoneara y le dijera que estaba dispuesta a entregarle el dinero. Mera se mostró receloso, y le dio instrucciones para que se entrevistara con uno de sus socios.El 22 de diciembre, Martha, según su propio testimonio, fue al Hotel Sheraton y se vio con Carolina, socia de Mera. Martha le explicó su ausencia afirmando que se había ocultado después de que un negocio con drogas había terminado en un homicidio. Agregó que ya no confiaba en nadie, y que sólo entregaría el dinero a Mera.Durante la Navidad, todos los miembros de la familia Torres permanecieron sentados en un cuarto de hotel custodiado por el Grupo 9. Martha estaba sobresaltada.—Quizá no debiera hacerlo —comentó con Johnson.—Ya empezaste, e hiciste un buen trabajo. No te des por vencida. Te doy mi palabra de honor de que los encerraré.El 13 de enero, Eduardo Mera convino en reunirse por la tarde con Martha en el Hotel Sheraton. A las 3:30, Martha tomó asiento en el vestíbulo del hotel. Apareció Jairo, ayudante de Mera. Tranquilizada por la presencia de Johnson a corta distancia, Martha Torres indicó a Jairo que entregaría el dinero solamente después de haber hablado con Mera. Jairo le dio un número telefónico, que ella escribió en una servilleta, y se alejó.En el vestíbulo, Martha descubrió al sargento John Sullivan, del Grupo 9, y le mostró la servilleta. Se averiguó que el número correspondía a un restaurante de Queens.Media hora después, Johnson y otro agente entraron en el restaurante. No había rastro de Mera. Pasó una hora, y apareció Jairo, caminando por la acera en compañía de un hombre que traía un sombrero calado casi hasta los ojos; era Eduardo Mera. Ambos caminaron hacia otro restaurante. Johnson fue hasta allá.En el momento en que Mera alzaba la vista, Johnson sacó su revólver y le ordenó que no se moviera. El equipo de Johnson llevó a Mera, esposado, a la oficina de la fuerza especial. Martha, que estaba allí, besó a Johnson. "Sabía que los capturarían", le dijo. Martha había representado su papel con tal perfección, que los demás miembros de la banda (Escobar, Ponce y ocho más) no comprendieron nada hasta el momento en que los esposaron.POR INCREÍBLE que parezca, en lo que oficialmente se ha descrito como una confusión administrativa, Mera y Escobar fueron liberados sin necesidad de fianza, y desaparecieron. Se les juzgó en ausencia, y Martha subió al estrado como la principal testigo del Gobierno. Durante diez días ofreció al tribunal un relato excepcional y detallado de cómo opera el comercio colombiano de narcóticos. Al finalizar su testimonio, el subprocurador federal Raymond Levites, le preguntó por qué ella había arrostrado tan grandes peligros sin ningún beneficio visible. Martha explicó lo de su hijo mayor. "Pensé que si yo cooperaba, otros padres no tendrían que pasar por este terrible sufrimiento nuestro", concluyó.
El 16 de julio, a Alex Ponce, Eduardo Mera, Severo Escobar y a otros ocho individuos se les declaró culpables de conspiración para violar las leyes federales sobre narcóticos. Martha había pasado un mes durmiendo en una habitación sin ventanas, custodiada por agentes federales. Al finalizar el juicio, salió precipitadamente para reunirse con su familia, que había sido reubicada, con una nueva identidad, como lo establece el programa de protección a testigos.La señora Torres se había visto obligada a renunciar a su casa, a su negocio y a su nombre. Y siempre penderá sobre ella y su familia la amenaza de la banda de narcotraficantes. Su único consuelo, aparte del estipendio temporal de reubicación de 1285 dólares mensuales, es que hizo lo que pensó que debía hacer."Duermo bien", expresa Martha. "Mi conciencia está tranquila".